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Llegan dos paquetes de Shinar mientras estoy en Maracanda. No sabe escribir, así que me manda cosas. Confituras, abalorios, un poni tallado en cuerno de órix. La emoción que siento al recibir estas cajitas de regalos me sorprende. He inscrito a Shinar en mi oikos y recibe la mitad de mi paga. En el segundo paquete hay una nota garabateada en cuero zurrado, con la rúbrica de un escriba del mercado.

Voy a Maracanda. El hijo de Ghilla ha nacido. Los soldados mataron a Daria por tu hermano. Te llevo la paga. Si encuentras otra mujer, ya me las arreglaré.

Así que Lucas es padre. Ghilla no ha mandado aún ninguna carta, pero él se alegra de la noticia, le llegue por el medio que le llegue. Asamos un ganso para celebrarlo.

—¿Sabes? Aún le sigo escribiendo a mi prometida —confiesa—. Soy un miserable canalla.

Su prometida es mi prima Teli, un cielo de chica que lo adora.

—Perdóname, Matías. Sigo esperando que me maten. Así no tendría que darle la mala noticia.

Es un miserable por esa omisión, pero aun así nos reímos. Todos estamos esperando que nos maten.

Lucas reconoce que es feliz con Ghilla. El hecho lo deja asombrado.

—¿Quién lo habría imaginado? Pero mírala. Es preciosa, me cuida con cariño. Puedo hablar las cosas con ella, porque las entiende. No tengo que fingir que el mundo es distinto ni que yo soy un hombre mejor. Sin embargo, se queda a mi lado. ¿Por qué? ¿Alguna de las chicas de casa haría lo mismo?

«¿Nos envenenarían?», me pregunto para mis adentros, pero me muerdo la lengua y no digo nada en voz alta.

—Esta mujer —continúa Lucas con sinceridad—, no pide nada para sí misma y sin embargo está dispuesta a morir a mi lado. Sólo por estar conmigo pone en peligro su vida, no sólo por su familia y su tribu, sino también por desconocidos. Y aun así, continua a mi lado. —Sacude la cabeza y luego me promete que escribirá a Teli para confesarlo todo.

—¿Volverás algún día a casa, Lucas? —pregunta Dados. El salón de nuestra celebración son las ruinas de una granja.

—Estoy en casa —contesta mi amigo.