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La falange macedonia se basa en una fila de dieciséis hombres. Dieciséis, uno detrás de otro. Dos filas forman una sección. Esta se encuentra al mando de un sargento de línea. Cuatro filas forman un pelotón, dirigido por un teniente y un sargento abanderado. Un cuadro lo forman cuatro pelotones, dieciséis por dieciséis: doscientos cincuenta y seis hombres. Y una brigada, seis cuadros: mil quinientos treinta y seis. En el ejército de Alejandro hay seis brigadas. En formación de dieciséis en fondo, el frente de la falange mide más de seiscientas yardas.

El jefe de tropa de cada pelotón es un sargento abanderado, llamado así por el banderín que ondea en la punta de su pica larga, la sarisa. Su puesto es en primera fila. Su segundo en rango es un cabo primero. Se le llama «zaga». Es el que va en la retaguardia. En muchos sentidos su trabajo es más importante que el del abanderado (al que también se llama «primero» o «cabeza») porque es quien empuja a la fila hacia delante y si a algún hombre se le ocurre la idea de quedarse atrás tiene que vérselas con él.

El tercero en rango de cada fila es «el noveno hombre», un sargento o un cabo primero. ¿Por qué el noveno? Porque cuando se da la orden de «doble frente» la fila de dieciséis se divide en dos medias filas de ocho llamadas «andas» y la media posterior de ocho se adelanta al lado de la media de ocho delantera. El noveno hombre se convierte en el primero de la nueva fila. Con este despliegue, la brigada ha pasado de un frente de unos cien hombres a otro de doscientos, en fondo de a ocho. La falange al completo pasa de cubrir un frente de seiscientas yardas a uno de mil doscientas.

Tal formación era el entrenamiento practicado en Macedonia por el Ejército de Ocupación y el tipo de combate de la fuerza expedicionaria de Alejandro durante los tres primeros años de la guerra con Persia, en las grandes batallas convencionales del Gránico, del Iso y de Gaugamela.

En Afganistán, nos dicen, las cosas no serán tan sencillas, ya que es un territorio donde sólo hay montañas y desierto. Allí no se puede utilizar la falange porque el enemigo no plantará cara en una batalla campal. ¿Por qué iba a hacerlo? Lo aniquilaríamos si lo hiciera.

En Macedonia, en la instrucción con las sarisas de dieciocho pies, una fila tenía que estar perfectamente alineada desde la primera línea hasta la última o si no la formación tropezaba con sus propios pies. Era lo que se llamaba avanzar «en el eje». La virtud del guerrero de «estar en el eje» significaba ser disciplinado, obediente, no desviarse nunca. Un buen soldado estaba en el eje en todo lo que hacía.

Aquí, en el este, empezamos a darnos cuenta de que no hay eje. La sarisa de dieciocho pies ha pasado a ser una media pica de nueve y la falange sólo existe en la explanada de desfiles. Sólo quedan dos preceptos: uno, sacrificar todo en pro del esfuerzo general; y dos, no abandonar jamás a un mace.

—La guerra en el este —nos instruye nuestro sargento poeta, Estéfano— es de tres tipos: en llanura, acción de caballería; contra plazas fuertes, asedio; en las montañas, infantería ligera.

El cuarto tipo es acción contra poblaciones, pero los instructores no nos han explicado nada sobre eso.