Lo que puede ser llamado por seis nommé de plata por la noche es un cimbel[321] o reclamo; en otras palabras, una mujer misterio. Cuando la gente está «perpleja» y pregunta por qué estas mujeres son así llamadas, uno puede contestar que es por la misma razón que los ayudantes de las casas de baño son conocidos como «manos».
En la medida en que se refiere a su natural y a sus costumbres, las mujeres de las casas de baños son todas lo mismo dondequiera que uno pueda ir. Ya que el lavar el cuerpo es su especialidad, ellas se bañan cada día. Llevan el cabello con el peinado gran Shimada, con el moño sujeto en la parte de atrás[322]; atan un ancho y llano papel de cuerda en forma de diamante, doblando sus cabos en redondo y apretadamente, y completan su peinado introduciendo una peineta cuyo caballete es tan ancho como el de un togadero, teniendo más de una pulgada de espesor.
Una vez que cae la tarde[323], su meta es atraer clientes por su belleza; ellas, por consiguiente, se toman el cuidado de ocultar los defectos que puedan tener con espesos y blancos polvos, y son muy generosas en el uso del lápiz de labios. La parte de debajo de la faja es hecha de seda de Kaga, y a menudo se ha puesto gris pálido del uso; se la ponen prieta y llevan la orla de las enaguas corta. Sobre éstas se ponen una prenda de algodón sin forrar lo bastante larga para tapar los talones y decorada según su capricho; algunas mujeres llevarán un dibujo de estilo chino teñido en cinco sitios diferentes por un proceso especial de estrujar el material; otras teñirán las mangas con un dibujo a cuadros. Llevan una faja de seda de Ryumon dos veces doblada sobre el doblez y atada a la espalda; las mangas son siempre cortas[324]. Vestidas de este modo, van por turno al baño y allí llevan a cabo su trabajo.
Tan pronto como un cliente entra en la casa de baños, las ayudantas dirán en voz alta: «¡Bienvenido, señor!», y noche tras noche tomarán o adoptarán el mismo aire seductor. Cuando el cliente sale del agua y se sienta en el albornoz[325], una de las mujeres se le acercará, sin considerar si tiene relaciones íntimas o no, y se dirigirá a él con alguna observación como: «¿Irá usted al teatro esta tarde, de camino hacia su casa? ¿O visitará quizás los barrios alegres?».
La mujer habla para que otras puedan oír sus palabras[326], y de este modo trata de hallar favor con el cliente. Un cierto tipo de hombre joven, sin embargo, contestará a esto sacando de la bolsa[327] la carta de una cortesana con una rúbrica absurda, y hará gala de ella ante la mujer de la casa de baños, murmurando: «Me pregunto dónde está el encanto especial en el escribir de una gran cortesana».
Ahora bien, esta mujer no sabe nada en absoluto del escribir de cortesanas tales como Ogidno, Yoshida, Fujiyama, Itsutsu, Musashi, Kayoiji, Nagahashi, Sanshu, Kodayu, o tampoco de Mikasa, Tomoé, Sumunoé, Toyoura, Yamato, Kasen, Kiyohara, Tamakazura, Yaégiri, Kiyohashi, Komurasaki o Shiga[328]. Incluso enseñarla una carta escrita por la puta Yoshino[329] sería como poner el más fino o delicado perfume de madera de aloe ante un perro[330], y toda la presunción del hombre no halla eco ni comprensión en ella.
Un tipo joven como éste llevará en su persona el blasonado peine de alguna cortesana de alto o de rango medio[331] a la que ni siquiera ha visto. Esta es una conducta vergonzosa en verdad. Sin embargo, cuando un hombre es joven está muy necesitado de dinero, y por mucho que quisiera vivir lujosamente mal podría permitírselo. Estas pretensiones, pues, son Jas que cualquiera podría tener.
Ahora bien, para un hombre joven como éste el ir a una casa de baños es una diversión bastante agradable. Llegará sin compañía[332] y hará gran ostentación de su taparrabos, y hará que su ayudante favorita vaya a buscar la túnica que aquí guarda para su uso especial. Todo esto es muy divertido y de acuerdo con sus humildes medios.
Cuando el cliente abandona la casa de baños, una coloca una bandeja con tabaco junto a él y le da una infusión[333]. Hace notablemente buen papel sentado allí, refrescado por un abanico, en el que está pintada la copia de un cuadro de Yuzen[334]. Después una se sienta junto a su espalda, un nuevo emplasto a la cicatriz causada por la quemadura moxa y alisa sus despeinados rizos laterales.
Cuando se trata de un visitante casual de la casa de baños, una le trata de la manera más indiferente y omite esos cuidados especiales. Aunque estas atenciones pueden no ser de gran importancia, el visitante no puede sino mirar con envidia a los clientes que son objeto de ellas.
Cuando un cliente pregunta por una posada donde pueda gozar de una cita amorosa y llama a una de las muchachas de la casa de baños para este propósito, ella se mete en el último baño[335] y se lava cuidadosamente y cuida de su «toilette». Mientras tanto, una comida de arroz hervido y té es preparada para ella. Después de poner los palillos en la mesa, se viste a toda prisa con las ropas alquiladas y rápidamente sale por la puerta principal, acompañada por el sirviente Kyuroku[336], que lleva la linterna. Aunque por la tarde ha llevado un pañuelo de seda floja, no se molesta en cubrirse la cabeza ahora que es de noche. El sonido de sus pasos resuena suavemente según anda en la oscuridad. Al llegar a la posada entra descaradamente y se encuentra con el cliente en el cuarto de visitantes.
«Discúlpame —dice según se sienta—, pero estoy bajo el peso de tres capas de ropa[337]. Da demasiado calor para estar cómoda».
Sin más se quita la parte superior del traje y sólo se queda con la parte interior del quimono.
«Di que traigan un vaso de agua fresca. ¿No te importa, verdad, querido?[338] —dice—. Nunca he visto una noche tan bochornosa. Es terrible cuando no hay chimenea, ¿no es verdad?».
De este modo desecha todo pudor y actúa de acuerdo con sus caprichos y se comporta con toda naturalidad. Aunque no se puede esperar mucha ceremonia de una chica de casa de baños, sin embargo, parece no llevar su falta de pudor demasiado lejos.
Sin embargo, se abstiene de alargar la mano a los dulces y ella también ha aprendido a coger la copa de sake inclinada[339]. Además, aunque hay varios entremeses, marisco crudo y huevos cocidos en la mesa, los desprecia y dirige los palillos hacia las judías guisadas, las pieles de pimiento y similares condimentos ligeros. Con tal demostración de refinamiento trata de hacer creer a su cliente que ha estudiado las elegantes maneras de los barrios alegres.
«¿No quieres tomar otra copa?», dice cada vez que sirve el sake. O también: «Permíteme que te sirva un poco más». Las frases son de meros lugares comunes, y si uno fuera a llamar a un ciento de diferentes mujeres de este tipo, cada una se comportaría de la misma manera. Sin embargo, el cliente debería llevarlo con paciencia, mirando todo esto sólo como un expediente temporal para ayudarle a salvar el bache mientras está corto de dinero. Un hombre que vive en Naniwa y está acostumbrado a regalarse de brema cogida en las costas de Nishinomiya, puede, cuando va a Kumano, ser invitado incluso en la Novena Luna a comer caballa en espetones del Bon Festival[340]; sin embargo, considerando las rústicas circunstancias lo encuentra muy agradable. De la misma manera, un cliente que está en compañía de una muchacha de casa de baños puede olvidar que no ha visto jamás una verdadera cortesana; puede mirar sus hechos actuales como una mera diversión, destinada a quitarse o lavarse las impurezas de una funesta pasión[341], y dejar que se desvanezca en el fluir del agua.
Mientras la muchacha de la casa de baños está sentada de este modo con su cliente en la posada, un grupo de sus colegas están charlando con entusiasmo cada una, tratando de hablar más que la otra. Al sonar la campana de medianoche, una de ellas dice: «¡Vámonos a la cama! Trabajamos mucho noche tras noche y nuestros cuerpos no son de hierro. Ni siquiera quiero cenar».
«No me importaría un tazón de fideos», dice una de las otras, y un momento después hay un estruendo según traen las mujeres las bandejas. Después se van a la cama. Para tres mujeres no hay sino un juego de cama y dos juegos de camisones; incluso hay escasez de almohadas de madera en esta pobre casa donde viven. Según yacen en la cama el amor no se les pasa por la mente; en su lugar hablan de la excavación del nuevo canal[342] o de sus propios lugares de nacimiento, y más tarde su conversación se dirigirá invariablemente a los actores.
Mientras tanto, la pareja en la posada se ha retirado a pasar la noche. El hombre toca el cuerpo de la muchacha. Quizá sea sólo su imaginación[343], pero sus manos y pies parecen estar fríos. Sonoros ronquidos salen de sus labios.
Más tarde, en la noche, le da su cuerpo al hombre. ¿No era una escena libertina de cama como ésta la que el poeta tenía en la mente cuando escribió las palabras: «Placer carnal entre hombre y mujer no es sino el abrazo mutuo de hediondos huesos»?[344].
Yo también me convertí en una mujer de esa clase y de ese modo profané el agua de mi corazón[345].