Vagabundear por el país trabajando, ahora en un sitio, ahora en otro, es una práctica muy entretenida incluso para mujeres. Durante algún tiempo yo había estado yendo de este modo entre Edo, Kyoto y Osaka, pero ahora yo estaba harta de estos lugares y al Cambio de Otoño[302] me dirigí a Sakai[303], en la provincia de Izumi. Esta población, pensé yo, puede proporcionarme alguna nueva experiencia interesante. Al llegar me dirigí a Nishiki-no-cho, al oeste de Nakahama. Aquí vivía un intermediario llamado Kenkuro, a quien ahora le pedí que me encontrara trabajo. Mientras esperaba un empleo me vi obligada a pagar seis fun[304] al día por comida y alojamiento.
Antes de mucho tiempo, sin embargo, una vieja mujer vino y pidió a alguien para prestar servicio con —según lo entendí— un cierto caballero retirado[305] que vivía en la Gran Carretera. El rango sería el de criada para atender de cerca el cuarto de dormir, y las únicas obligaciones serían las de poner y quitar las ropas de cama[306]. Tan pronto como esta mujer me vio dijo: «Tiene usted la edad justa, y en la medida en que se puede una fiar de las apariencias es usted perfecta hasta las uñas de los dedos. Su porte no deja nada que desear y estoy segura que le caerá usted en gracia a mi patrón». La vieja mujer había estado empleada durante largo tiempo en esta casa y ahora me condujo alegremente allí sin regatear en lo más mínimo las condiciones de mi paga por adelantado.
De camino me proporcionó algunas informaciones que podrían serme útiles. La vieja mujer tenía una cara horrible, pero parecía tener buen corazón. Me alegró el pensar que no había en verdad «ningunos demonios en el mundo»[307], y escuché atentamente lo que ella me pudiera decir.
«En primer lugar —empezó—, debéis saber que el ama[308] es muy celosa y toma muy a mal que cualquiera de las sirvientas hable con los dependientes en la tienda. Lejos de tolerar que se hable de asuntos de amor, ella pretende incluso ¡no darse cuenta cuando los pájaros están dedicados a juegos amorosos! Después quedas avisada que pertenece a la Secta del Loto[309], y ¡nunca se te ocurra invocar el nombre sagrado en su presencia! Tiene un gato blanco, favorito como un collar; éste es su especial tesoro y nunca lo debes echar, incluso si trata de robar el pescado.
»En cuanto a la esposa del joven amo en la casa principal[310], se está siempre dando importancia, pero no te importe un comino[311] lo que dice, ¡por muy arrogante que sea la forma de decirlo! Ella entró en la casa de camarera no muy crecida y fue empleada por la anterior mujer del joven amo. No sé lo que pasó al amo, pero cuando su mujer murió de gripe, fue y se casó con esta doncella. ¡No es que ni siquiera fuera especialmente muy agraciada! Bueno, una vez que se casó empezó a comportarse como una nueva rica. Insistía en salirse con la suya en todo. Incluso cuando sale en su palanquín tiene lujosamente apilados los cojines. Es un milagro que los dioses no le hayan roto el hueso de la cadera, ¡arrogante criatura como es!».
De este modo la vieja mujer dio rienda suelta a sus acres censuras. Teniendo oídos, no pude evitar oírlas, y confieso que escuchaba su pesada retahíla no sin cierta diversión.
«Cuando llega a sus comidas de la mañana y de la tarde —continuó—, aunque la mayoría de las familias se las arreglan con arroz rojo[312], en esta casa nada es bueno sino el arroz Tenshu de Banshu. Cuando necesitan pasta de judías, la obtienen de la tienda de ultramarinos que pertenece a su yerno. Toman un baño caliente cada día de la semana, pero por costumbre son demasiado perezosos para lavarse ellos mismos y es un gasto inútil. En Año Nuevo tienen regalos de todos los miembros de su familia: arroz, pasteles, pescado y qué sé yo. Sakai es una ciudad grande, pero desde el Camino de Osho hasta el mismo sur de la ciudad no hay ni una sola persona que no les haya pedido dinero prestado en una ocasión o en otra. Sólo a unas pocas millas de aquí, en la esquina del demonio[313], hay una casa que pertenece a uno de sus antiguos dependientes, a quien le montaron un negocio.
»No creo que hayáis estado nunca en el Festival de Sumiyoshi[314]. Bueno, no estaré con usted de nuevo en muchos meses, pero cuando llegue el momento veréis, la víspera del festival, juntarse a todos los de la casa y salir en grupo. Antes de eso, aunque tendremos la inspección de las glicinias en el puerto[315], saldremos todos con nuestras grandes cajas de madera forradas con hojas de nanten y llenas de montañas de arroz rojo. Después de todo, si una tiene que servir, es una suerte trabajar en una casa como ésta.
»Ahora bien, tú, querida, deberías cumplir tu contrato aquí fielmente, y cuando llegue el momento para ti de marcharte, te buscarán un buen partido. La única cosa importante para ti es agradar a nuestro retirado patrón. En modo alguno debes ir contra las órdenes, y no debes decir ni una palabra a los otros acerca de los asuntos privados. Claro, nuestro patrón es de edad avanzada y tiende a ser malhumorado. Pero esto no es más que un surtidor de agua: salta rápidamente pero no deja ningún desagradable resultado. Haz todo lo que puedas para agradar a nuestro patrón. No te pesará, yo te lo puedo decir. A los otros no los conoces, pero el hecho es que nuestro patrón ha ahorrado una considerable cantidad de dinero para fondos de retiro[316]. Si la muerte fuera a llegar mañana, ¿quién sabe hacia dónde la rueda de la fortuna pudiera no girar? Ya tiene nuestro patrón más de setenta años, está cubierto de arrugas y, si soy buen juez en este asunto, no durará mucho en este mundo. Cuando una persona llega a esa edad, aunque el espíritu pueda querer todavía, ¡la carne es débil![317]. No somos amigas íntimas tú y yo, pero pareces ser una amable mujer joven, y eso es el porqué de que te haya dicho todas estas cosas».
Había seguido estas revelaciones de manera general, y ahora me sentía bien informada de la situación. No sería, yo pensé, una tarea muy difícil el manejar a este anciano patrón mío como quisiera. Debería permanecer a su lado hasta que se acumularan mis años de servicio. Para satisfacer mis más bajos apetitos yo podría, sin duda, iniciar de paso una relación con algún hombre más joven. Si mi vientre mostrara por casualidad el efecto de esta unión, podría fácilmente cargarle el niño a la cuenta de mi viejo amo. A su debido tiempo debería sugerirle hacer un testamento en el cual me dejaría su fortuna. De este modo me aseguraría un buen vivir para muchos años por venir.
Según andaba con este plan tomando forma en mi mente, mi compañera dijo. «Bien, aquí estamos. Por favor, entra». Al decir esto me guió dentro de la casa.
Cuando llegué a la puerta media[318] me quité las sandalias y atravesé el suelo de madera de la cocina. Acababa de sentarme cuando vino hacia mí una mujer vieja, la cual yo en el acto me di cuenta de que era mi nueva patrona. Aunque tenía setenta y pico años, parecía decididamente robusta. Esta vieja dama fijó su mirada en mí como si quisiera hacer un agujero dentro de mí «Espléndido. No hay nada malo en esta muchacha».
¡Las cosas habían resultado diferentes de lo que esperaba! Me recordé con tristeza que si hubiera sabido que mi amo era una mujer yo ciertamente no hubiera venido. Sin embargo, era amable en su forma de dirigirse, y considerando que seis meses de servicio se acabarían pronto, me decidí «a pisar la sal» de estas orillas[319].
La tienda no era diferente de las que había conocido en Kyoto, pero en la puerta trasera las cosas estaban mucho más agitadas; aquí los hombres estaban ocupados con el mortero de descorticar, las mujeres estaban manejando las agujas sin descanso y cada sirviente llevaba a cabo los deberes para los que había estado estrictamente entrenado. Había media docena de doncellas (criadas) en la casa y a cada una de ellas le estaba asignada su propia tarea. Sólo yo estaba libre de tener una mirada de tranquilidad en la casa.
Según estaba observando estas cosas, la noche empezó a caer y se me ordenó que pusiera las ropas de la cama. Esto era como había previsto, pero la siguiente orden me dejó boquiabierta: «Tú tienes que dormir en la misma cama que tu ama», se me dijo.
Puesto que esto era una orden, no pude negarme. Habiéndome reunido con mi ama en la cama esperé que me dijera que le rascara la cadera o algo parecido. Pero una vez más tenía que llevarme una sorpresa, porque ahora se me pidió que hiciera el papel de mujer, mientras mi ama asumía el de un hombre, y de este modo retozó conmigo toda la noche. ¡Estaba metida en una triste situación! El mundo de la prostitución es ancho y yo había trabajado en muchos sitios diferentes, pero anteriormente nunca había sido tratada de este modo.
«Cuando renazca en otro mundo seré hombre. ¡Entonces seré libre de hacer realmente lo que me plazca!». De este modo mi nueva ama expresa su más querido deseo.