Diez minutos más tarde la situación se había calmado un poco, sobre todo porque la señorita Peake ya no estaba en la sala. Jeremy y Hugo también se habían marchado. El cadáver de Oliver Costello, sin embargo, seguía caído en la cámara abierta. Clarissa estaba tumbada en el sofá. Sir Rowland se había sentado junto a ella e intentaba hacerle beber una copa de brandy. El inspector hablaba por teléfono y el agente seguía montando guardia.
—Sí, sí —decía Lord—. ¿Cómo dice? ¿Que se ha dado a la fuga?… ¿Dónde?… Ah, ya veo. Sí, bueno, envíelos en cuanto pueda. Sí, queremos las fotografías. Sí, el equipo completo.
Colgó el auricular y se volvió hacia el agente.
—Todo pasa de golpe —se quejó—. Durante meses no sucede nada, y ahora el forense ha salido por un grave accidente en la carretera de Londres, lo cual significa que tendremos un retraso considerable. Bueno, mientras llega seguiremos adelante. Más vale que no lo movamos hasta que hayan tomado las fotografías —comentó señalando el cadáver—. Claro que tampoco averiguaremos nada. No fue asesinado aquí. Lo metieron en la cámara cuando ya estaba muerto.
—¿Cómo está tan seguro, señor?
El inspector miró la alfombra.
—Se nota dónde arrastraron los pies —señaló, agachándose detrás del sofá.
Sir Rowland se asomó por el respaldo del sofá y luego se volvió hacia Clarissa.
—¿Cómo te encuentras?
—Mejor, gracias Roly.
—Creo que más vale cerrar ese panel —ordenó el inspector a su subordinado—. No queremos más ataques de histeria.
—Muy bien, señor.
Sir Rowland se levantó para dirigirse al inspector.
—Creo que la señora debería ir a su habitación.
—Desde luego, pero tendrá que aguardar unos momentos —contestó el policía con cierta reserva—. Primero me gustaría hacerle unas preguntas.
—En este instante no se encuentra en condiciones de responder preguntas —insistió sir Rowland.
—Estoy bien, Roly —terció ella con voz débil—. De verdad.
—Eres muy valiente, querida —repuso sir Rowland—, pero sería mucho mejor que fueras a descansar un rato.
—Querido tío Roly —dijo ella sonriendo—. A veces le llamo tío Roly —explicó al inspector—, aunque es mi tutor, no mi tío. Pero es siempre tan dulce conmigo…
—Sí, ya lo he notado.
—Pregúnteme lo que quiera, inspector. Aunque en realidad no creo que pueda serle de mucha ayuda, porque no sé nada de todo esto.
Sir Rowland suspiró.
—No la molestaremos mucho tiempo, señora —El inspector abrió la puerta de la biblioteca—. ¿Querría usted reunirse con los demás caballeros? —pidió a sir Rowland.
—Creo que más vale que me quede aquí, por si…
Pero el inspector replicó con firmeza:
—Ya le llamaré si su presencia es necesaria. A la biblioteca, por favor.
Después de un duelo de miradas, sir Rowland se dio por vencido y se retiró. Lord cerró la puerta e indicó en silencio a su agente que se sentara para tomar notas. Clarissa se incorporó en el sofá.
—Muy bien, señora Hailsham-Brown, si está usted lista comenzaremos.
—Mi querido tío Roly, siempre intentando protegerme… —comentó Clarissa con una sonrisa encantadora. De pronto pareció ansiosa, al ver que el inspector abría la pitillera de la mesa y se quedaba mirando los cigarrillos—. Esto no será un tercer grado o algo así, ¿no? —preguntó, intentando aparentar un tono jovial.
—Nada parecido, se lo aseguro, señora. Serán sólo unas sencillas preguntas. ¿Preparado, Jones? —El inspector cogió una silla y se sentó de cara a Clarissa.
—Preparado, señor.
—Bien. Veamos, señora Hailsham-Brown, dice usted que no tenía ni idea de que había un cadáver oculto en esa cámara.
—Por supuesto que no —respondió ella con expresión inocente—. Es horrible —añadió con un estremecimiento—. Horroroso.
—Cuando estábamos registrando esta habitación, ¿por qué no nos indicó la existencia de esa cámara?
—El caso es que, como nunca la utilizamos, ni se me pasó por la cabeza.
—Pero usted ha dicho hace un momento que acababa de pasar por ahí para ir a la biblioteca.
—No, no, debe de haberlo entendido mal. Lo que quería decir es que habíamos pasado por esa puerta para entrar en la biblioteca.
—Sí, debí de entenderla mal —observó el inspector con tono serio—. Vamos a ver si lo dejamos claro. Usted dice que no tiene ni idea de cuándo volvió el señor Costello a esta casa, ni de cuál era su propósito.
—No, no me lo puedo imaginar.
—Pero el hecho es que volvió.
—Sí, desde luego. Eso ahora lo sabemos.
—Pues debía de tener alguna razón —señaló el inspector.
—Supongo, pero no tengo ni idea de cuál sería.
Lord se quedó pensativo un momento.
—¿Cree que tal vez quisiera ver a su marido?
—No, no. Estoy segura de que no. Henry y él nunca se cayeron bien.
—¡Ah! O sea que no se gustaban. No lo sabía. ¿Acaso hubo alguna pelea entre ellos?
Clarissa se apresuró a responder para evitar aquella peligrosa línea de interrogatorio.
—De ninguna manera. No, no se habían peleado. La situación era un poco tensa entre ellos, pero nada más —explicó sonriendo—. Ya sabe usted cómo son los hombres.
La expresión del inspector indicaba que lo ignoraba por completo.
—¿Está totalmente segura de que Costello no volvió para verla a usted?
—¿A mí? —preguntó ella con tono inocente—. No, seguro que no. ¿Qué razón podía tener para ello?
—¿Hay alguien más en la casa a quien hubiera querido ver? Piense bien antes de contestar.
—No se me ocurre —insistió ella—. ¿A quién querría ver?
El inspector se levantó y colocó de nuevo la silla en la mesa de bridge.
—El señor Costello viene a esta casa —comenzó, paseándose por la sala— y devuelve los artículos que la primera señora Hailsham-Brown se había llevado por error. Luego se despide, pero vuelve al cabo de un rato. Es de suponer que entró por estas cristaleras. Alguien le asesina y esconde su cadáver en esa cámara. Y todo ello en un período de diez a veinte minutos. ¿Y dice usted que nadie oyó nada? Me resulta muy difícil de creer.
—Ya lo sé —convino ella—. A mí también me cuesta creerlo. Es realmente extraordinario, ¿no le parece?
—Desde luego que sí —asintió él con ironía—. Señora Hailsham-Brown, ¿está completamente segura de que no oyó nada?
—No oí nada en absoluto. Es increíble.
—Demasiado increíble. —El inspector se acercó a la puerta del vestíbulo—. Bien, eso es todo por ahora.
Clarissa se apresuró hacia la biblioteca, pero el inspector la detuvo.
—Por ahí no, por favor.
—Pero es que querría reunirme con mis amigos…
—Más tarde, si no le importa.
Ella cedió de mala gana y salió al vestíbulo.