El anuncio del inspector fue recibido con una carcajada por parte de la jardinera.
—Vaya, pues sí que es misterioso todo esto. ¡Qué divertido! —exclamó.
El inspector arrugó el ceño.
—Se trata del señor Costello —explicó—. Oliver Costello, 27 Morgan Mansions, Londres. Creo que la dirección es de la zona de Chelsea.
—Jamás he oído hablar de él.
—Estuvo aquí esta tarde. Vino a ver a la señora Hailsham-Brown y tengo entendido que usted le acompañó por el jardín cuando se marchaba.
La señorita Peake se dio una palmada en el muslo.
—Ah, eso. Sí, la señora Hailsham-Brown mencionó su nombre. Dígame, ¿qué quiere usted saber?
—Me gustaría saber exactamente qué sucedió y cuándo lo vio usted por última vez.
La señorita Peake se quedó un momento pensativa.
—A ver… Salimos por la cristalera y yo le dije que si quería coger el autobús había un atajo, pero él contestó que había venido en su coche y que lo tenía junto a los establos —concluyó, mirando radiante al inspector, como si esperase una felicitación por su breve resumen de lo sucedido.
—¿No le parece un lugar extraño para dejar el coche?
—Justo lo que pensé —replicó ella, dándole una palmada en el brazo. El inspector pareció sorprenderse—. Lo normal sería que hubiera dejado el coche en la puerta principal, ¿no le parece? Pero la gente es muy rara. Nunca se sabe lo que se le puede ocurrir a alguien —terminó con una carcajada.
—¿Y entonces qué pasó?
La jardinera se encogió de hombros.
—Bueno, se metió en el coche y supongo que se marchó.
—¿Usted no lo vio?
—No, yo estaba guardando mis herramientas.
—¿Y ésa fue la última vez que vio al señor Costello?
—Sí, ¿porqué?
—Porque su coche sigue aquí. A las siete cuarenta y nueve recibimos una llamada en la comisaría, según la cual un hombre había sido asesinado en Copplestone Court.
—¡Un asesinato! —exclamó horrorizada la jardinera—. ¿Aquí? ¡Eso es ridículo!
—Es lo que todos parecen pensar —observó cortante el inspector, mirando a sir Rowland.
—Por supuesto —prosiguió ella—. Ya sé que hay por ahí un montón de maníacos que atacan a las mujeres. Pero usted ha dicho que era un hombre…
—¿No oyó usted ningún otro coche esta tarde?
—Sólo el del señor Hailsham-Brown.
—¿El señor Hailsham-Brown? Pensaba que no llegaría a casa hasta más tarde.
—Mi esposo vino a casa —se apresuró a explicar Clarissa—, pero tuvo que salir otra vez casi de inmediato.
El inspector compuso una expresión de paciencia.
—¿Ah, sí? —comentó con estudiada cortesía—. ¿Y exactamente a qué hora llegó a casa?
—Veamos… debían de ser…
—Un cuarto de hora antes de que yo terminara la jornada —terció la señorita Peake—. Trabajo muchas horas extra, ¿sabe, inspector? Nunca me ajusto al horario oficial. Hay que trabajar con aplicación, es lo que digo yo siempre. Sí —prosiguió, golpeteando la mesa mientras hablaba—. Sí, debían de ser las siete y cuarto cuando llegó el señor Hailsham-Brown.
—O sea, poco después de que se marchara el señor Costello —El inspector se colocó en el centro de la sala—. Probablemente los dos se cruzaron.
—¿Quiere decir que tal vez el señor Costello volvió para ver al señor Hailsham-Brown? —preguntó pensativa la señorita Peake.
—Oliver Costello no volvió a esta casa —aseveró Clarissa.
—Pero usted no puede saberlo con seguridad —la corrigió la jardinera—. Tal vez entró por la ventana sin que usted se diera cuenta. ¡Dios mío! —exclamó de pronto—. ¿No creerá usted que mató al señor Hailsham-Brown? ¡Ay, cuánto lo siento!
—Pues claro que no mató a Henry —replicó Clarissa irritada.
—¿Adónde se dirigió su esposo cuando salió de la casa? —quiso saber el inspector.
—No tengo ni idea.
—¿No suele decirle adónde va?
—Yo nunca hago preguntas. Creo que para un hombre debe de ser aburridísimo que su esposa le esté preguntando cosas constantemente.
De pronto la señorita Peake lanzó un chillido.
—¡Pero qué tonta! ¡Claro! Si el coche de ese hombre sigue ahí, el muerto debe de ser él —exclamó con una carcajada.
Sir Rowland se levantó.
—No tenemos razones para creer que alguien haya sido asesinado, señorita Peake —le recordó con dignidad—. De hecho, el inspector cree que se trata de una broma de mal gusto.
La jardinera, sin embargo, no compartía esa opinión.
—Pero ¿y el coche? —insistió—. A mí me parece muy sospechoso que siga ahí. ¿Ha buscado usted el cadáver, inspector? —preguntó, ansiosa.
—El inspector ya ha mirado en la casa —explicó sir Rowland antes de que el policía contestase.
—Estoy segura de que los Elgin tienen algo que ver —opinó la señorita Peake, dándole al inspector unos golpecitos en el hombro—. El mayordomo y su esposa, que se hace pasar por cocinera. Yo hace tiempo que sospecho de ellos. Ahora mismo, cuando venía, he visto una luz en su ventana, lo cual es muy sospechoso. Es su tarde libre, y por lo general no vuelven hasta pasadas las once. ¿Ha registrado usted sus habitaciones? —preguntó ansiosa, cogiendo del brazo al inspector.
El hombre fue a responder, pero ella le interrumpió con otra palmada en el hombro.
—Escuche —comenzó—, supongamos que ese tal Costello reconoció al señor Elgin, que tal vez tuviera antecedentes criminales. Puede que Costello volviera para advertir a la señora Hailsham-Brown, y Elgin le atacó —Inmensamente satisfecha consigo misma, miró en torno a la sala—. Luego, por supuesto, Elgin escondería el cadáver, para deshacerse de él más tarde. Vamos a ver… ¿Dónde podría esconderlo? —Se volvió hacia la ventana—. Detrás de las cortinas o…
—Señorita Peake —la interrumpió enfadada Clarissa—. No hay nadie escondido detrás de las cortinas, y estoy segura de que Elgin jamás asesinaría a nadie. Es ridículo.
—Es usted demasiado confiada, señora. Cuando llegue a mi edad se dará cuenta de que por lo general la gente no es lo que parece.
El inspector abrió de nuevo la boca para decir algo, pero la jardinera se le adelantó.
—Vamos a ver, ¿dónde escondería el cadáver un hombre como Elgin? Tenemos esa especie de armario que hay entre esta habitación y la biblioteca. ¿Ha mirado allí, inspector?
—Señorita Peake, el inspector ha mirado aquí y en la biblioteca —terció sir Rowland.
El inspector, sin embargo, tras mirar un instante a sir Rowland se volvió hacia la jardinera.
—¿A qué se refiere usted con «esa especie de armario», señorita Peake?
En ese punto todos parecieron quedarse de piedra.
—Es un lugar estupendo para jugar al escondite. Jamás se imaginaría usted dónde está. Mire, se lo voy a enseñar.
Jeremy se levantó en el mismo instante en que Clarissa exclamaba:
—¡No!
El inspector y la señorita Peake se volvieron hacia ella.
—Ahí no hay nada —informó la dueña de la casa—. Lo sé porque ahora mismo he pasado por ahí para ir a la biblioteca.
—Ah, bueno, en ese caso… —murmuró la jardinera con decepción.
—De todas formas, enséñemelo usted, señorita Peake —insistió el inspector—. Me gustaría verlo.
La señorita Peake se acercó a las estanterías.
—Originalmente era una puerta —explicó—. Mires se tira de esta palanca, y se abre, ¿ve? ¡Aaaaah!
En cuanto se abrió el panel, el cadáver de Oliver Costello cayó al suelo.
—Vaya, estaba usted equivocada, señora Hailsham-Brown —observó el inspector, mirando muy serio a Clarissa—. Se ve que esta tarde se ha cometido un crimen.
La señorita Peake no dejaba de gritar.