Capítulo 8

Quince minutos más tarde Clarissa seguía en el salón. Las luces estaban encendidas, el panel de la pared cerrado y las cortinas echadas. El cuerpo de Oliver Costello se encontraba todavía detrás del sofá, pero Clarissa había estado moviendo los muebles y ahora se veía en el centro de la sala una mesa de bridge plegable, con las barajas y los marcadores listos.

Ella tomaba notas en uno de los marcadores:

—Tres picas, cuatro corazones, cuatro sin triunfo, pase —murmuró, señalando cada mano—. Cinco diamantes, pase, seis picas (doble) y creo que bajan —Miró la mesa un instante—. A ver, vulnerable, dos tricks, quinientos. ¿O dejo que lo consigan? No.

La interrumpió la llegada de sir Rowland, Hugo y Jeremy, que entraron por la cristalera. Ella dejó el lápiz y corrió hacia ellos.

—¡Gracias a Dios que habéis venido! —exclamó angustiada.

—¿Qué pasa, querida? —preguntó sir Rowland.

—¡Tenéis que ayudarme!

Jeremy advirtió entonces la mesa con las cartas dispersas.

—Parece que hay partida de bridge —observó.

—Te estás poniendo muy melodramática, Clarissa —terció Hugo—. ¿Qué te traes ahora entre manos?

Ella se aferró a sir Rowland.

—Es algo serio. Algo muy serio. Me ayudaréis, ¿verdad?

—Pues claro que te ayudaremos —aseguró sir Rowland—. ¿Pero de qué se trata?

—Sí, ¿qué es esta vez? —dijo Hugo receloso.

Jeremy tampoco parecía muy convencido.

—Tú te traes algo entre manos, Clarissa. ¿Qué es? ¿Has encontrado un cadáver o algo parecido?

—Justamente. He encontrado un cadáver.

—¿Un cadáver? ¿Qué quieres decir? —preguntó Hugo. Parecía sorprendido, pero no muy interesado.

—Exactamente lo que ha dicho Jeremy. He encontrado un cadáver aquí en el salón.

Hugo echó un somero vistazo en torno a la sala.

—No sé de qué estás hablando. ¿Qué cadáver? ¿Y dónde?

—Esta vez no estoy bromeando. ¡Esto es muy serio! —exclamó ella, enfadada—. Está ahí, detrás del sofá. Ve a verlo tú mismo.

Hugo y Jeremy se inclinaron sobre el respaldo del sofá.

—¡Dios mío, es verdad! —murmuró Jeremy.

Sir Rowland se acercó también.

—¡Vaya, si es Oliver Costello! —exclamó.

—¡Cielo santo! —Jeremy se apresuró a cerrar las cortinas.

—Sí —terció Clarissa—. Es Oliver Costello.

—¿Qué hacía aquí?

—Vino esta tarde para hablar de Pippa. Justo después de que os marcharais al club.

—¿Pero qué podía querer? —insistió sir Rowland, perplejo.

—Miranda y él amenazaban con llevársela —informó Clarissa—. Pero eso ahora no importa. Ya te lo contaré más tarde. Tenemos que darnos prisa. No queda mucho tiempo.

—¡Un momento! —exclamó sir Rowland alzando la mano—. Primero tenemos que aclarar los hechos. ¿Qué pasó cuando llegó Costello?

Clarissa meneó la cabeza con impaciencia.

—Le dije que no pensaba permitir que se llevaran a Pippa, y entonces se marchó.

—¿Pero volvió?

—Evidentemente.

—¿Cómo? ¿Cuándo?

—No lo sé. El caso es que cuando entré en el salón me lo encontré así, ya os lo he dicho.

—Ya veo —Sir Rowland se inclinó de nuevo sobre el cuerpo—. Sí, está muerto. Le han dado un golpe en la cabeza con algo contundente y afilado. Me temo que esto no va a ser muy agradable —añadió, mirando a los demás—, pero sólo podemos hacer una cosa: llamar a la policía y…

—¡No! —exclamó Clarissa.

Sir Rowland ya había descolgado el auricular.

—Es lo que deberías haber hecho enseguida, Clarissa. Pero en fin, supongo que es comprensible…

—No, Roly —insistió ella. Le arrebató el auricular de la mano y lo colgó.

—Mi querida niña…

Pero Clarissa no le dejó proseguir.

—Yo misma podría haber llamado a la policía si hubiera querido —admitió—. Sabía perfectamente que eso era lo que había que hacer. Incluso empecé a marcar el número. Pero luego decidí llamaros al club para que volvierais de inmediato —Se volvió hacia Hugo y Jeremy—. Todavía no me habéis preguntado por qué.

—Mira, nosotros nos encargaremos de esto —aseguró sir Rowland—. Tú…

—¡Es que no lo entiendes! —exclamó ella con vehemencia—. Quiero que me ayudes. Tú dijiste que me ayudarías si alguna vez tenía problemas. Queridos —añadió, incluyendo a Hugo y Jeremy—, tenéis que ayudarme.

Jeremy se interpuso delante del cadáver para que ella no lo viera.

—¿Qué quieres que hagamos, Clarissa?

—¡Tenemos que deshacernos del cadáver!

—No digas tonterías —exclamó sir Rowland—. Esto es un asesinato.

—¡Precisamente! No pueden encontrar el cadáver en esta casa.

Hugo resopló impaciente.

—No sabes de qué estás hablando, mi querida niña. Has leído demasiadas novelas de misterio. En la vida real no se puede andar uno con tonterías, moviendo muertos de un lado a otro.

—Pero es que yo ya lo he movido —explicó ella—. Le di la vuelta para ver si estaba muerto y luego intenté arrastrarlo hacia el pasadizo. Pero necesitaba ayuda y os llamé al club. Mientras veníais se me ha ocurrido un plan.

—Que incluye la mesa de bridge, supongo —terció Jeremy.

—Sí. Será nuestra coartada.

—¿Qué demonios…? —exclamó Hugo, pero Clarissa no le dejó proseguir.

—Dos rubbers y medio —anunció—. Me he imaginado todas las manos y he anotado aquí las puntuaciones. Vosotros tres debéis rellenar los otros marcadores con vuestra propia letra, claro.

Sir Rowland la miró atónito.

—Estás loca, Clarissa. Loca de remate.

—Lo tengo todo muy bien pensado —prosiguió ella sin hacerle caso—. Hay que llevarse el cadáver de aquí —afirmó mirando a Jeremy—. Tendréis que encargaros dos de vosotros. No es fácil mover un cadáver, eso ya lo he comprobado.

—¿Y dónde demonios esperas que lo llevemos? —preguntó Hugo, exasperado.

—Creo que el mejor sitio es Marsden Wood. Está sólo a tres kilómetros de aquí. Hay que torcer por allí, justo después de pasar por la cancela principal. Es una carretera muy estrecha donde apenas hay tráfico —Clarissa se volvió hacia sir Rowland—. Al llegar al bosque dejad el coche a un lado de la carretera y volved andando.

—¿Quieres que dejemos el cadáver en el bosque? —preguntó Jeremy, perplejo.

—No, dejadlo en el coche de Oliver. Lo tenía aparcado detrás de los establos —Los tres la miraron desconcertados—. Es facilísimo —aseguró ella—. Si os ve alguien cuando volváis andando, como está bastante oscuro no os reconocerá. Y tenéis una coartada: los cuatro hemos estado jugando aquí al bridge. —Dejó el marcador en la mesa, casi encantada consigo misma. Los hombres seguían mirándola de hito en hito.

—Pero… pero… —balbuceaba Hugo, caminando por la sala y manoteando.

—Llevaréis guantes, por supuesto —prosiguió Clarissa—, para no dejar ninguna huella. Ya los tengo aquí preparados —Se acercó al sofá y sacó tres pares de guantes de debajo de los cojines.

—Tu talento natural para el crimen me deja sin habla —aseveró sir Rowland.

Jeremy la miró con admiración.

—Ha pensado en todo, ¿verdad?

—Sí —admitió Hugo—, pero sigue siendo una locura.

—Debéis daros prisa —dijo Clarissa—. A las nueve llegará Henry con el señor Jones.

—¿El señor Jones? ¿Quién demonios es el señor Jones? —quiso saber sir Rowland.

Clarissa se llevó la mano a la cabeza.

—Dios mío —exclamó—, no me había dado cuenta de la cantidad de cosas que hay que explicar en un asesinato. Pensé que sencillamente os pediría ayuda y eso sería todo. ¡Ay, queridos! Tenéis que ayudarme —Se acercó a Hugo y le acarició el pelo—. Querido, querido Hugo…

—Toda esta puesta en escena está muy bien —dijo él, molesto—, pero un cadáver es un asunto muy feo, y andar trasteando con él de un lado a otro nos crearía problemas. No se puede andar moviendo cadáveres por ahí en plena noche.

Clarissa cogió del brazo a Jeremy.

—Jeremy, cariño, tú sin duda me ayudarás, ¿verdad? —suplicó.

Él la miró con adoración.

—Muy bien. Yo me apunto —respondió alegremente—. ¿Qué significa un cadáver o dos entre amigos?

—Alto ahí, jovencito —ordenó sir Rowland—. No pienso permitirlo. Clarissa, tienes que seguir mis consejos. Insisto. Al fin y al cabo también debemos pensar en Henry.

Ella le miró exasperada.

—¡Precisamente en Henry estoy pensando!