Capítulo 3

—Hummm, está buenísimo —declaró Pippa con la boca llena, limpiándose los dedos en la falda.

—Hola —saludó Jeremy—. ¿Qué tal el colegio hoy?

—Horrible —replicó ella alegremente, dejando en la mesa lo que quedaba del bollo—. Hoy tocaba clase de política —añadió, abriendo la cartera—. A la señorita Wilkinson le encanta la política. Pero es sosísima. No puede mantener el orden en la clase.

—¿Cuál es tu asignatura favorita?

—Biología —respondió Pippa con entusiasmo—. ¡Es estupenda! Ayer diseccionamos un anca de rana —Sacó un libro y se lo puso ante la cara—. Mira lo que he comprado hoy en el mercadillo. Estoy segura de que es rarísimo. Tiene más de cien años.

—¿Y qué es exactamente?

—Una especie de libro de cocina. Es impresionante, emocionantísimo.

—Pero ¿de qué trata?

Pippa estaba absorta en el libro.

—¿Qué? —murmuró mientras pasaba las páginas.

—Desde luego parece fascinante.

—¿Qué? —repitió Pipa—. ¡Caramba! —murmuró, volviendo otra página.

—Evidentemente ha sido una buena compra —comentó Jeremy, cogiendo un periódico.

—¿Cuál es la diferencia entre una vela de cera y una de sebo? —preguntó Pippa, al parecer perpleja por lo que estaba leyendo.

Jeremy pensó un momento antes de responder.

—Supongo que una vela de sebo es de calidad bastante inferior. ¿Pero eso se come? Un libro de cocina de lo más extraño.

—¿Se come? —declamó Pippa levantándose—. Parece el juego de las veinte preguntas —Lanzó el libro sobre una butaca y cogió de la estantería una baraja de cartas—. ¿Sabes jugar al «demonio de la paciencia»?

Pero ahora Jeremy estaba absorto en su periódico.

—Humm —masculló por toda respuesta.

Pippa intentó de nuevo llamar su atención.

—Supongo que no te gusta jugar a «suplica a tu vecino».

—No —Jeremy dejó el periódico, se sentó a la mesa y escribió una dirección en un sobre.

—No, ya me lo imaginaba —Pippa se arrodilló en el suelo en mitad de la sala y comenzó a jugar un solitario—. Ojalá tengamos un buen día, para variar —se quejó—. Es una pena estar en el campo cuando llueve.

—¿Te gusta vivir en el campo, Pippa?

—Me encanta. Es mucho mejor que vivir en Londres. Y esta casa es fantástica, con pista de tenis y todo. Hasta tenemos un pasadizo secreto.

—¿Un pasadizo secreto? —preguntó Jeremy sonriendo—. ¿En esta casa?

—Sí.

—No te creo. No es de la época.

—Pues yo digo que es un pasadizo secreto —insistió ella—. Ven que te lo enseño.

Pippa sacó un par de libros de un estante y tiró de una pequeña palanca que había detrás. Una sección de la pared se abrió, revelando ser una puerta oculta. Detrás había un amplio hueco, con otra puerta en la pared del fondo.

—Ya lo ves, un pasadizo secreto que va a parar a la biblioteca.

—Vaya —Jeremy se acercó a investigar. Abrió la puerta del fondo, echó un vistazo a la biblioteca y volvió a la sala—. Es verdad.

—Y está muy bien escondido. Nadie se imaginaría que ahí hay una puerta —Pippa alzó la palanca para cerrar el panel—. Yo la uso todo el rato —prosiguió—. Es un sitio ideal para esconder un cadáver, ¿no te parece?

Jeremy sonrió.

—Desde luego.

Pippa volvió a sus cartas justo cuando entraba Clarissa.

—La amazona te estaba buscando —anunció Jeremy.

—¿La señorita Peake? Ay, qué pesada —exclamó Clarissa, dando un bocado al bollo que Pippa había dejado en la mesa.

—¡Eh, que es mío! —exclamó la niña.

—Toma, glotona.

Pippa dejó el bollo en la mesa y volvió a arrodillarse en el suelo.

—Primero me saluda como si fuera un sargento y luego me regaña por maltratar el escritorio.

—Es una mujer pesadísima —admitió Clarissa, inclinándose sobre el sofá para ver las cartas de Pippa—. Pero esta casa es de alquiler, y ella venía con la casa, así que… —se interrumpió—. El diez negro con la jota roja —indicó a Pippa—. Así que tenemos que aceptarla —prosiguió—. En cualquier caso, es una jardinera estupenda.

—Ya lo sé —Jeremy la rodeó con el brazo—. Esta mañana la he visto desde mi ventana. Oí ruidos y jadeos y me asomé a ver qué era. Y allí estaba la amazona en el jardín, cavando lo que parecía una tumba enorme.

—Era una zanja —explicó Clarissa—. Creo que se hace para plantar coles o algo así.

Jeremy se inclinó también para mirar las cartas.

—El tres rojo con el cuatro negro —aconsejó. Pippa alzó la vista furiosa.

Hugo y sir Rowland, que salían en ese momento de la biblioteca, le miraron con expresión elocuente. Jeremy dejó caer el brazo y se apartó de Clarissa.

—Parece que por fin ha despejado —anunció sir Rowland—. De todas formas es tarde para jugar a golf. Sólo quedan veinte minutos de luz —Miró las cartas y señaló con el pie—. Mira, ésa va ahí —Se acercó a las cristaleras sin advertir la expresión fiera de Pippa—. Bueno, supongo que deberíamos irnos ya al club de golf, si queremos cenar allí.

—Voy por mi abrigo —anunció Hugo. Al pasar junto a Pippa señaló una carta. La niña, furiosa, se inclinó para tapar las cartas con su cuerpo—. ¿Y tú, muchacho? —preguntó Hugo a Jeremy—. ¿Vienes?

—Sí, voy por mi chaqueta —Se marcharon los dos juntos, dejando la puerta abierta.

—¿Seguro que no os importa cenar en el club esta noche? —preguntó Clarissa.

—En absoluto —la tranquilizó sir Rowland—. Es una solución muy sensata, puesto que los criados tienen la tarde libre.

En ese momento entró en la sala el mayordomo de los Hailsham-Brown, un hombre de mediana edad.

—Su cena está lista en la sala de estudio, señorita Pippa. Tiene leche, fruta y sus galletas favoritas.

—¡Estupendo! ¡Me muero de hambre!

Pippa salió disparada hacia el vestíbulo, pero Clarissa la detuvo.

—Primero recoge las cartas.

—¡Qué pesada! —La niña comenzó a amontonar las cartas contra un extremo del sofá.

—Perdone, señora —murmuró el mayordomo con tono respetuoso.

—Sí, Elgin, ¿qué pasa?

—Ha pasado algo… desagradable con las verduras —respondió el hombre. Parecía incómodo.

—Dios mío. ¿Se refiere a la señorita Peake?

—Así es, señora. Mi esposa encuentra a la señorita Peake muy difícil, señora. Entra constantemente en la cocina para criticar y hacer comentarios. Y a mi esposa no le agrada en absoluto. En todas las casas donde hemos estado, la señora Elgin y yo hemos tenido siempre muy buen trato con el jardinero.

—Lo lamento mucho —replicó Clarissa, disimulando una sonrisa—. Ya… ya intentaré solucionarlo. Hablaré con la señorita Peake.

—Gracias, señora —El mayordomo hizo una reverencia y se marchó.

—Qué agotadores son los criados —observó Clarissa—. Y qué cosas más curiosas dicen. ¿Cómo puede uno tener buen trato con el jardinero? Parece en cierto modo indecoroso.

—Pues yo creo que has tenido suerte con los Elgin —terció sir Rowland—. ¿De dónde los has sacado?

—De la oficina del registro local.

Sir Rowland arrugó el entrecejo.

—Espero que no sea ésa que siempre te enviaba sinvergüenzas. Era una agencia de nombre italiano o español. De Botello se llamaba, ¿no es así? No hacía más que mandarte candidatos que siempre resultaban extranjeros ilegales. Andy Hulme contrató a una pareja que le desvalijó prácticamente todo. Incluso utilizaron la calesa de Andy para llevarse la mitad de la casa. Y todavía no los han atrapado.

—Sí —rió Clarissa—, sí que me acuerdo. Venga, Pippa, date prisa.

—¡Ya está! —exclamó la niña, enfurruñada—. Ojalá no tuviera que estar siempre recogiéndolo todo —Cuando se dirigía hacia la puerta Clarissa la detuvo.

—Toma, llévate el bollo.

Pippa se dispuso de nuevo a marcharse.

—Y la cartera.

La niña corrió a la butaca, cogió su cartera y se volvió hacia la puerta.

—¡El sombrero!

Pippa dejó el bollo en la mesa y recogió el sombrero.

—¡Toma! —Clarissa le metió el bollo en la boca, le encasquetó el sombrero y la empujó hacia el vestíbulo—. ¡Y cierra la puerta!

Sir Rowland se echó a reír y Clarissa con él. La luz del día comenzaba a desvanecerse y la sala se estaba quedando en penumbra.

—Es maravilloso —comentó sir Rowland—. Pippa ha cambiado tanto… Has hecho un trabajo estupendo, Clarissa.

—Yo creo que ahora le caigo bien y confía en mí —respondió ella, sentándose en el sofá y cogiendo un cigarrillo—. Y la verdad es que a mí me gusta hacer de madrastra.

Sir Rowland fue a encenderle el cigarrillo con el mechero de la mesita auxiliar.

—Bueno, desde luego parece otra vez una niña normal y contenta.

—Yo creo que la diferencia ha sido venirnos al campo. Además ahora va a un colegio muy bueno y ha hecho muchos amigos. Sí, creo que está contenta y que, como tú dices, es normal.

—Desde luego era horroroso verla en el estado en que se encontraba —afirmó sir Rowland, ceñudo—. Era para estrangular a Miranda. Qué madre más espantosa.

—Sí. Pippa tenía terror a su madre.

Él se sentó con ella en el sofá.

—Una cosa horrorosa —repitió.

Clarissa hizo un gesto de rabia con el puño.

—Cada vez que me acuerdo de Miranda me pongo furiosa. ¡Lo que hizo sufrir a Henry! ¡Y lo que hizo pasar a esa niña! Todavía no puedo entender cómo una mujer puede ser capaz de algo así.

—Las drogas son un asunto muy feo. Te cambian por completo el carácter.

Después de un breve silencio, Clarissa preguntó:

—¿Por qué crees que comenzó a tomar drogas?

—Creo que fue su amigo Oliver Costello, ese canalla. Me parece que está metido en el tinglado de las drogas.

—Es un hombre horroroso. Siempre he pensado que era malvado.

—Miranda se casó con él, ¿no?

—Sí, hace un mes.

Sir Rowland movió la cabeza.

—Bueno, no cabe duda de que Henry hizo bien librándose de ella. Henry es un buen hombre. Sí, un hombre estupendo.

Clarissa sonrió.

—¿Crees que hace falta que me lo digas?

—Ya sé que no es de muchas palabras —prosiguió él—. Es lo que podríamos llamar poco expresivo. Pero es una persona sólida y responsable. —Guardó silencio un momento—. A propósito, ¿qué sabes del joven Jeremy?

—¿De Jeremy? Que es muy divertido.

—¡Bah! Es lo único que le preocupa a la gente hoy en día —afirmó mirando muy serio a Clarissa—. ¿No estarás pensando…? No irás a hacer ninguna tontería, ¿verdad?

Clarissa se echó a reír.

—Lo que me estás diciendo es que no me enamore de Jeremy Warrender, ¿no es eso?

—Sí —replicó él, todavía muy serio—, exacto. Es obvio que lo tienes encandilado. De hecho parece incapaz de quitarte las manos de encima. Pero tú estás felizmente casada con Henry, y no me gustaría que pusieras tu matrimonio en peligro.

Ella le dedicó una sonrisa cariñosa.

—¿De verdad crees que haría una tontería semejante? —preguntó juguetona.

—Sería una tontería, sin duda. Clarissa, querida, yo te he visto crecer. Sabes que significas mucho para mí. Si alguna vez tienes problemas, acudirías a tu viejo tutor, ¿no es verdad?

—Pues claro que sí, Roly, querido —se apresuró a contestar ella, dándole un beso en la mejilla—. Y no tienes que preocuparte por Jeremy. De verdad. Ya sé que es atractivo y encantador y todo eso. Pero ya me conoces. Simplemente me divierto. No es nada serio.

Sir Rowland iba a decir algo cuando la señorita Peake apareció en la cristalera.