Pete y Pam miraron bien el sombrero. Era igual que el que les había enseñado el granjero Hill y exacto también al que llevaba el intruso que fotografió la cámara de Pete.
—Ahora ya es seguro que está en la isla —opinó Pete—. Tinker, ¿nos ayuda usted a seguir buscando?
Tinker repuso que haría todo lo que pudiera y sugirió que se llevasen el sombrero como prueba, de modo que Pete se lo metió en el bolsillo. Entonces, los tres se pusieron a buscar nuevamente.
—Si Bo Stenkle vive aquí, tendrá una cabaña o algo por el estilo —dijo Pam.
—Y, seguramente, no la tendrá cerca de la playa, para que no se le pueda ver —razonó Pete, con lógica de buen detective—. Vamos hacia el centro de la isla.
Los tres empezaron a abrirse paso con dificultad a través de los espesos matorrales. La hierba era muy alta y las zarzamoras les hacían difícil la marcha. Al cabo de un rato llegaron junto a un grupo de abedules.
—¿Qué es eso de allí? —preguntó Pete, señalando algo que se veía a través de los árboles—. ¿Una casita?
Tinker y Pam miraron atentos hacia donde Pete indicaba.
—Sí —afirmó Pam—. Allí hay algo. Parece una cabaña.
Aproximándose al lugar, tan silenciosamente como pudieron, distinguieron una pequeña choza, casi escondida entre los árboles.
—Buen escondite. Seguro que es del ladrón —dijo Pete.
Cautelosamente, se aproximaron y vieron que la cabaña no debía de tener más que una habitación. La fachada era un pequeño porche, casi derruido. Pete subió silenciosamente al porche y miró por una ventana rota.
—No hay nadie dentro.
Pam abrió la puerta y los tres entraron. En el centro de la habitación había una mesa vieja y una silla destartalada. En el suelo, junto a la mesa, había un sobre que Pete recogió. Muy nervioso, enseñó a los demás aquel sobre en el que se veía un nombre y una dirección:
BO STENKLE
Lista de Correos
STONY POINT
—¡Seguimos la pista buena! —gritó Pete con entusiasmo, mientras se guardaba el sobre en el bolsillo—. ¡Éste es el escondite de Bo Stenkle!
Apenas había pronunciado aquellas palabras, cuando en la parte trasera de la choza se oyó una especie de crujido. Pete se lanzó a abrir una puertecilla trasera con el tiempo justo de ver a alguien que corría entre las matas.
—¡Ahí está! ¡Hay que perseguirle! —chilló el muchacho.
Pete corría a toda prisa, empujando a un lado las matas y las ramas bajas de los árboles. Pam y Tinker iban detrás. Parecía que estaban a punto de alcanzar al fugitivo, cuando Pete dio un traspiés en unas zarzas y se cayó de cara al suelo.
La caída dejó sin respiración a Pete, que permaneció unos momentos en el suelo, hasta que llegaron Tinker y su hermana y le ayudaron a levantarse.
Para entonces, el que huía había avanzado mucho y, cuando sus perseguidores reanudaron la carrera, oyeron zumbar una lancha motora.
—¡Se ha ido! —exclamó Pam, con desaliento.
—Todavía no —dijo Pete, corriendo delante de sus compañeros.
La embarcación se había separado unos diez pasos de la orilla y Pete corrió hacia allí, zambulléndose en el agua. Se acercó y logró cogerse a uno de los lados de la barca, que ya estaba entrando en aguas más profundas.
—¡Eh, tú! ¡Sal de ahí! —ordenó el de la barca, con voz ronca.
Pete siguió sujeto a la embarcación, mirando fijamente al hombre. Éste tenía la cabeza pequeña y el cabello negro y erizado. Los ojos muy juntos, la nariz delgada y la boca de expresión cruel. ¡Aquél era Bo Stenkle!
—¡Vete! —volvió a ordenar el hombre, acercándose a Pete.
—No me iré hasta que usted se entregue —dijo valientemente el muchachito, saltando al interior de la barca.
Bo Stenkle dio un gruñido y, con la rapidez de un rayo, lanzó su mano huesuda contra Pete. Pete recibió el golpe en el pecho, se tambaleó y cayó de espaldas al agua, desapareciendo de la vista.
Al ver aquello, Pam dio un grito de angustia.
—No te preocupes —la tranquilizó Tinker—. Pete es un buen nadador. ¿No es eso?
Pero el muchachito no salía a la superficie y la embarcación se alejó rápidamente.
—¡Ay, qué miedo! —murmuró Pam—. ¿Y si ese hombre ha dejado a Pete sin sentido?
En aquel momento vio la cabeza de su hermano saliendo a la superficie; con fuertes brazadas, el chico alcanzó la orilla.
—¡Oh! Creí que te habías ahogado —exclamó Pam, mientras su hermano caminaba por la orilla, chorreando agua.
—He nadado por debajo del agua para que Bo no pudiera verme —explicó Pete.
—Entonces, ¿era Bo Stenkle? —preguntó Pam.
—¡Claro! ¡Y aún podremos cazarle!
Los niños decidieron que lo mejor era volver a Shoreham y contar a la policía cuanto sabían de Bo. Los tres saltaron a su barca y la pusieron a toda velocidad, hasta que fue tan de prisa que la proa se levantaba un poco del agua.
—Llevaré la barca al desembarcadero de la policía —decidió Pete, que al cabo de un rato detuvo el motor.
—Lo mejor será que yo vuelva a la tienda —dijo Tinker, añadiendo con una sonrisa—: Esto ya lo podéis solucionar solos. Verdaderamente, sois unos detectives estupendos.
Tinker se marchó y los dos Hollister se dirigieron al cuartelillo de policía. El oficial Cal Newberry estaba de guardia.
Hola, jovencitos —les dijo—. ¿Qué deseáis de mí?
Pete y Pam le contaron rápidamente todo lo ocurrido: la isla era el escondite del ladrón. Creían que el nombre del ladrón era Bo Stenkle…
—Aquí tenemos las pruebas —dijo Pete, ofreciendo orgullosamente al oficial el sobre y el sombrero rojo.
—Eso es asombroso —declaró Cal, tomando rápidamente nota de todo—. Me alegrará dar con el ladrón.
Cal les dijo, después, que era nuevo en el departamento y que estaba deseando resolver algún misterio verdaderamente importante. A lo mejor aquélla era su oportunidad.
—Además —añadió—, no podemos permitir que un individuo como Bo Stenkle ande suelto por Shoreham. Voy a ver si tenemos ficha de ese hombre.
Cal abrió un archivo y estuvo mirando gran cantidad de documentos. Por fin exclamó:
—Sí. Aquí está su nombre y su fotografía.
—¡Es ese hombre! —anunciaron los dos Hollister a un tiempo.
—El año pasado cometió una fechoría en Stony Point —dijo Cal—. Robó un caballo a un granjero y le descubrieron. Pero la pena que le impusieron fue pequeña, porque aquél era su primer delito.
El joven oficial cerró el archivo y se acercó al teléfono. Mientras marcaba un número, dijo a los niños:
—Estoy llamando a la Patrulla Fluvial para que acentúen la vigilancia de la isla Zarzamora desde el lago. No voy yo mismo, porque esta tarde tengo que permanecer en el cuartelillo.
Cal habló con el oficial de la Patrulla Fluvial que contestó a la llamada, poniéndole al corriente del misterio que estaban resolviendo los Hollister. Indicó que debían trasladarse dos hombres a la isla y pidió que le notificasen, en seguida, si se encontraba al ladrón.
—Nosotros nos iremos a casa —dijo Pam, marchándose con Pete.
Al oscurecer, los Hollister miraron hacia la isla Zarzamora. Por todas partes se veían brillar luces.
—Es la policía —dijo Pete.
¿Tendrían suerte y atraparían a Bo Stenkle?
Por la mañana, todos aguardaban ansiosamente que Cal Newberry les diese alguna noticia. Sonó el teléfono y Pete se apresuró a contestar.
—El oficial Cal al aparato —dijo una voz—. Acabo de recibir un mensaje por radio de nuestra Patrulla Fluvial.
—¿Qué dicen? —preguntó inmediatamente Pete.
—No encuentran a nadie. Ahora regresan. Co vendría que vosotros hablaseis con ellos cuando desembarquen en el muelle de la policía.
—Muy bien. Iremos —contestó Pete, colgando el auricular.
El señor Hollister no se había marchado aún al «Centro Comercial» y Pete preguntó a su padre si podía llevarle en la furgoneta hasta el desembarcadero de la policía. Pam y Ricky también quisieron ir.
El señor Hollister consintió en llevarles.
—Sue, Holly y yo vamos a ir de compras a la ciudad —dijo la mamá—. Supongo que nos llevarás también en el coche.
—De acuerdo —contestó su marido.
Dejaron a Zip atado cerca del garaje y después de darle el desayuno, se marcharon en la furgoneta.
Poco tiempo tardaron en llegar al desembarcadero y una vez allí Pete, Pam y Ricky salieron del coche y se despidieron de los demás. La motora de la policía llegaba en aquellos momentos. En seguida, dos policías amarraron la embarcación y saltaron a tierra. Los niños se presentaron a ellos.
—De modo que sois los felices detectives Hollister, ¿no? Pues lamento deciros que no hemos localizado a Bo Stenkle.
—Pero más pronto o más tarde, daremos con él —afirmó el oficial—. No andará mucho tiempo suelto.
Ricky estaba muy interesado por la embarcación policial. Al darse cuenta de ello los policías preguntaron a los niños si querían echar un vistazo a la motora.
—Quiero mirar también por debajo —declaró Ricky—. Quiero saber si la hélice funciona también con una cinta de goma, como en las barcas de juguete que vende papá.
Como los policías mostraron extrañeza ante las palabras de Ricky, Pete les dijo:
—Está hablando en broma.
Los policías ayudaron a los chicos a subir a la embarcación. ¡Qué hélice tan grande tenía!, pensó Ricky. Además, les dijeron que el motor era tan potente que permitía a la embarcación ir mucho más de prisa que ninguna otra del lago.
—Ésta es nuestra radio. ¿Quieres hablar con el oficial Cal que está en el cuartelillo? —preguntaron a Ricky.
Al pecoso le gustó la idea. Cal se alegró de oír a Ricky y se echó a reír cuando el chico le dijo que también él sería policía fluvial.
Cuando los tres hermanos hubieron mirado todos los artefactos de la barca policial que les llamaron la atención, dieron las gracias a los policías y se marcharon a casa. Al llegar, quedaron asombrados de ver la puerta trasera completamente abierta.
—Debe de haber vuelto mamá —opinó Pete.
Pero no se veía a nadie.
—Estoy segura de que mamá cerró cuando nos marchamos —dijo Pam, preocupada—. ¡Debe de haber entrado alguien en casa!
Los niños pasaron de una habitación a otra, bus cando juntos al posible intruso. Miraron en los armarios y debajo de las camas, pero no pudieron encontrar a nadie.
—Hemos debido de equivocarnos —dijo Pete, mientras volvían al cuarto de estar.
De pronto, Pam se dio cuenta de que en la habitación todo estaba cubierto de un fino polvillo.
—¿De dónde será? —murmuró.
—Puede que de la chimenea —apuntó Pete, mientras iba a mirar, casi deseando encontrar a alguien en el humero.
Pero se equivocó. Tampoco allí había nadie.
—Ya sé —dijo Ricky—. Este polvo es del sótano. Vamos a ver.
Abrieron la puerta y los tres bajaron a toda prisa las escaleras.
¡Qué confusión había en el sótano! Se veían ladrillos desparramados por todas partes y el aire estaba lleno de un polvillo de cemento. Pete empezó a toser.
—¡Mirad! ¡Mirad! —dijo a sus hermanos—. ¿Veis la parte baja de la chimenea? ¡La han destrozado!