Alan Porter replegó su gigantesco armazón sobre una silla de cuero de tamaño descomunal, dejó las gafas sobre el escritorio y me sonrió.
—Veamos —dijo—. Cuéntame lo ocurrido. Tómate tu tiempo.
Era la noche del lunes. Al recuperar la conciencia, me encontré tumbado en el sofá del comedor de Frank y Elizabeth. Anne estaba junto a mí, mirándome con preocupación. Mi primera reacción había sido mirarla fijamente y, después, sonreír con timidez. Antes de irnos, les dijimos a Frank y a Elizabeth que aquel día no me encontraba demasiado bien. La verdad es que no fue ninguna explicación, pero tuvieron la educación de aceptarla… al menos Elizabeth; Frank no parecía demasiado convencido.
Regresamos a casa y, tras una breve y tensa discusión, telefoneé a Alan. Nos dijo que acudiéramos a su consulta aquella misma noche… y allí era donde estábamos ahora, Yo había pasado a su despacho; Anne aguardaba en la sala de espera, nerviosa; y Elizabeth estaba cuidando de Richard.
—Menuda experiencia —dijo Alan, cuando finalicé mi relato.
—Ya veo que sigues siendo el maestro de los eufemismos.
Sonrió.
—Podría decirse así —respondió. Entonces, negó con la cabeza y soltó una carcajada—. El fantástico potencial de la mente humana.
No dije nada. No creo que tuviera que hacerlo.
Alan se incorporó sobre su asiento.
—Bueno, para empezar, puedo asegurarte que no estás perdiendo la cabeza.
Aunque yo tampoco lo había creído en ningún momento, un escalofrío de alivio recorrió mi cuerpo cuando oí dicha verificación de unos labios tan autorizados.
—Y eso nos lleva a la pregunta del millón —comenté.
—¿Qué es lo que te ocurre exactamente? —Juntó los dedos y los flexionó unos instantes—. Por lo que respecta a la hipnosis, es imposible que te haya conferido algún tipo de poder excepcional. Lo único que puede haber hecho ha sido liberar un poder que ya estaba latente. Sin embargo, eso no significa que sea algo antinatural —continuó, levantando una mano al ver que yo abría la boca para hablar—. Sin duda alguna, se trata de uno de esos casos que a los investigadores psíquicos les gusta denominar sobrenormales… para diferenciarlos del viejo término estereotipado sobrenatural. Es mucho más sencillo tratar con procedimientos que encajan con el esquema natural de las cosas que tratar con maravillas que están fuera de las normas comúnmente aceptadas. Los milagros están pasados de moda.
—Entonces no hay fantasmas —dije—. Ni poderes de adivinación.
Sonrió.
—Creo que no —respondió—. Por muy extraños que sean los acontecimientos, siempre existe una explicación relativamente natural para ellos. Digo relativamente porque, por supuesto, existen ciertos preceptos básicos que deben ser aceptados, como la existencia de la telepatía y sus complementos: la clarividencia, la psicometría y demás. Las supuestas habilidades paranormales o sobrenaturales de la mente humana.
—Pero… ¿yo? —dije—. ¿Por qué debería tenerlas?
No le había hablado de mi padre. De algún modo, sus pequeños trucos de magia ahora me parecían inconsecuentes.
—Tú o cualquiera —dijo Alan, despacio—. No se trata de ningún legado concreto. —Parecía divertido—. Y podría añadir que eso me convierte en una especie de rebelde en mi profesión… por suerte para ti. Me temo que la palabra esquizofrenia habría aparecido en la mente de muchos de mis colegas si hubieran escuchado tus palabras.
—No puedo culparlos —respondí—. Ahora que miro hacia atrás, soy consciente de que me he comportado de un modo bastante extraño durante esta última semana.
—Te creo —comentó Alan. Se removió en su asiento—. Bueno. Ahora, antes de empezar con los detalles, me gustaría hacer una serie de generalizaciones que creo que te interesarán.
—Dispara.
—Verás —empezó—. La evolución mental ha seguido un patrón definido. Primero era algo informe. Una conciencia forzada. Instinto. Poca función individual y mucha colectividad. El estado mental primitivo. A continuación se produjo una reducción drástica de la respuesta amplia. Limitación máxima a cambio de dirección y poder máximos. En una palabra: concentración. El estado en el que podría decirse que existimos en este momento.
Somos maestros absolutos de la técnica y, sin embargo, ignoramos por completo el conocimiento de nosotros mismos. El paso definitivo, el paso que todavía tenemos que dar o que, quizá, ya estamos dando, es el siguiente: conservar los valores de la racionalidad, de la objetividad. Al mismo tiempo, es necesario que volvamos a zambullirnos en lo informe y en lo irracional. Esto puede parecer un paso hacia atrás, pero en realidad será un paso adelante hacia la especulación subjetiva. Un paso hacia la auto-dirección. En resumen, hacia la percepción. —Sonrió—. Aunque ha sido una explicación muy breve —añadió—, estoy seguro de que la has entendido.
—Más o menos —respondí—. ¿Estás intentando decirme que… lo que me ha ocurrido ha sido una especie de aceleración mecánica de ese curso evolutivo?
—No exactamente, aunque creo que la hipnosis… o, para ser más precisos, la extracción fallida de tu mente durante la hipnosis, rozó tus poderes latentes de disociación. O, por decirlo de otro modo, liberó tu psique.
Debí de parecer confuso, pues añadió:
—Ya he utilizado un par de variantes de esa palabra, y puede que te sientas desconcertado. Su significado es el siguiente: la función mental mediante la cual tiene lugar la cognición paranormal.
—Creo que es el momento de decir «Oh» —dije.
Esbozó una breve sonrisa.
—Y eso nos lleva a un punto concreto —continuó—. Un punto tangencial aceptado tan sólo por unos pocos; entre ellos, yo.
Cambió de postura y me miró fijamente.
—¿Recuerdas que hace un momento, cuando me preguntaste que por qué tú, te dije que tú o cualquiera? Éste es el punto crucial. Creo que todos y cada uno de los seres humanos hemos sido dotados, desde nuestro nacimiento, de diferentes niveles de percepción psíquica…, y que sólo es necesario que algo roce ese mecanismo para que podamos usar dicha percepción de acuerdo con la experiencia. Naturalmente, nadie sospecha poseer este potencial. De hecho, el conjunto del concepto está bastante desprestigiado en la actualidad. Y por ello no hay demasiadas evidencias. Al igual que muchas respuestas humanas, necesita una atención bondadosa para manifestarse. El enfoque negativo lo hiere. Lo más complicado de todo es que no es un factor mensurable que pueda comprobarse si uno cree en ello… y ésa es la parte que lo hace científicamente sospechoso. De todos modos, yo creo que con el tiempo el hombre se dará cuenta de la existencia de su psique y, entonces, será capaz de reactivar su potencial, que lleva demasiado tiempo inactivo.
—¿Sabes? Hay algo muy extraño: en ocasiones podría jurar que Richard sabe lo que estoy pensando… y que sabe que sé lo que está pensando él.
—Es perfectamente posible —respondió Alan—. Hasta que los niños desarrollan la capacidad de comunicación verbal, es habitual que hagan un uso más o menos indirecto de sus poderes telepáticos naturales. Y eso también se aplica a la historia. Creo que en tiempos prehistóricos, antes de que se estableciera la comunicación verbal, las dotes paranormales eran algo habitual. Es razonable. ¿Acaso el conjunto de las necesidades humanas podía ser transmitido mediante gruñidos y empujones?
—¿Entonces el hombre perdió dichas habilidades cuando empezó a hablar? —pregunté.
—En mi opinión no las perdió, sino que las reprimió —respondió—. Creo que siguen existiendo en nosotros, aunque ahora sólo son débiles ecos de su antigua vitalidad.
Se interrumpió y me miró en silencio durante unos instantes.
—Respecto a tu caso en concreto —continuó—, creo que la percepción liberada en ti es más similar a la de los hombres primitivos que a la de, digamos, el hombre del mañana, pero no debes sentirte mal por ello. Aunque nunca lo admitirán, el noventa y cinco por ciento de los médiums están en la misma barca. Sus acciones lo demuestran: los desvaríos desordenados, carentes de dirección y de sentido de sus sesiones; los resultados absurdos y contradictorios que suelen conseguir. Ésa es la razón por la que las cosas que te han ocurrido han llegado de forma inesperada, sin previo aviso, excepto por una intensificación física ocasional. Dicha intensificación es también una prueba de su imperfección. Los médiums totalmente desarrollados no sufren efectos físicos tan devastadores como los que tú experimentas. Su percepción es estrictamente mental. Si me permites decirlo así, procede del cerebro, no de las vísceras; además, está en todo momento bajo un control estricto. No se introduce sigilosamente en ellos, sino que son ellos quienes realizan todos los disparos.
—Bueno, supongo que es una especie de consuelo saber que otros han pasado por lo mismo que yo —dije.
—Muchos otros —respondió Alan—. Y aunque es muy probable que lo denominen «don psíquico», yo lo llamaría aflicción. Es una falta de auto-dirección y auto-entendimiento, un funcionamiento embrionario e inconexo. Hace mucho más mal que bien.
—Estoy completamente de acuerdo contigo.
Sonrió ante el sombrío sonido de mi voz.
—Míralo de esta forma —continuó—. Tú y la gran mayoría de los médiums embrionarios estáis atravesando un túnel oscuro con una linterna que se apaga de vez en cuando, sin que podáis hacer nada por evitarlo. Alcanzáis a ver atisbos fugaces de lo que os rodea, pero nunca sabéis qué vais a ver ni cuándo vais a verlo.
—No suena demasiado prometedor —dije.
—Es sólo el principio —respondió—. Pero respecto a los detalles, creo que todo se reduce a una misma cosa: telepatía o sus diferentes aspectos. Supiste que esa lata de tomate había golpeado a tu esposa en la cabeza porque ella te transmitió su dolor… y tú lo convertiste en sensación física. Entraste en sintonía con la mente de la canguro y, en cierto sentido, supiste qué iba a hacer y obraste en consecuencia. Con tu vecina ha ocurrido algo similar: has rozado su mente en diversas ocasiones… y has inventado una conclusión referente a sus deseos.
—Pero la bata… —dije—. Y los moldes…
—Son objetos que ya conocías —respondió—. ¿Era la primera vez que la veías con esa bata?
—No. La había visto antes pero…
—Bueno, entonces las posibilidades de que la llevara eran bastante elevadas. Y, respecto a los moldes, los había tomado prestados, así que tarde o temprano tendríais que recuperarlos. Eso también lo sabías.
—Pero Anne me envió a por ellos —protesté.
—¿Quién ha sido el culpable de que hoy te quedaras en casa? —preguntó—. ¿Anne o tú? Creo que fuiste tú quien tomaste esa decisión.
—Podría haber ido ella.
—Puede que Anne hubiera decidido pedírtelo antes incluso de que lo soñaras. Por lo tanto, sabías que quería que fueras a buscarlos. También existe la posibilidad de que tu mente esté haciendo que lo que ocurre en la realidad encaje con el sueño.
—¿Y qué me dices del descarrilamiento? —lo desafié.
—Clarividencia —respondió—. Otro aspecto de la telepatía. Es muy posible que conectaras telepáticamente con alguien que estuvo presente en el accidente. Es algo que ocurre con mucha frecuencia, siempre que se produce una catástrofe. Y dicha telepatía adoptó la forma de un sueño bastante vivido.
—¿Y el peine? —pregunté—. ¿Y el atizador?
—Lo del peine es otro tipo de telepatía. Se llama psicometría. Es una habilidad por la cual el médium sostiene un objeto que pertenece a la persona con la que mantiene contacto telepático y «aprende» cosas sobre ella. De alguna forma, el objeto ayuda a la transferencia de pensamientos. En este caso era un peine. Es obvio que la idea de muerte que te transmitió hacía referencia a Elizabeth… creo que me dijiste que se llamaba así. Las mujeres embarazadas suelen tener este miedo consciente o inconsciente durante la gestación, tanto por sí mismas como por el bebé que llevan en sus entrañas. Y respecto al atizador, se trata del mismo fenómeno… excepto que en este caso ignoramos a quién pertenece la mente que estabas empezando a rozar y la relación que mantiene el atizador con esa persona. Si quisieras descubrirlo, tendrías que volver a tocarlo.
—No pienso hacerlo —dije, sacudiendo la cabeza al recordar las náuseas que me había provocado.
—Te entiendo perfectamente, pero ésa sería la única forma de averiguarlo.
—¿Y el hecho de que supiera que la madre de Anne había muerto?
—Telepatía —respondió—. O quizá, en ese caso, simple coincidencia. Tu esposa te había dicho que su madre estaba enferma. Sabías que era mayor y que había enfermado varias veces durante el pasado año. No es ningún misterio que creyeras que podía haber muerto. La llamada telefónica sólo añadió intriga.
—Pero…
—O, como te he dicho antes —me interrumpió—, podría tratarse de telepatía. Por parte del padre de Anne… o de su madre agonizante. Ambas cosas son posibles.
—¿Y… ver a mi vecino en el suelo de su salón?
—Antes me has dicho que en aquella fiesta alguien dijo algo sobre la posibilidad de que Elizabeth disparara a su marido… y supongo que esas palabras quedaron grabadas en tu mente. Además, sabías que él tenía una aventura. No resulta sorprendente que una mente estimulada una ambos conocimientos y tenga una visión del asesinato de su vecino.
—¿Y si sucede de verdad? —pregunté.
—No demostrará nada, excepto que Elizabeth ha disparado a su marido. No será más profético por tu parte que si hubieras augurado la muerte de trescientas personas el cuatro de julio y éstas te complacieran matándose en accidentes de tráfico. Aquí estás tratando con probabilidades, que es un asunto muy distinto. Yo diría que las probabilidades de que Elizabeth dispare a su marido son bastante elevadas… sobre todo si tienen un arma en casa ¿La tienen?
Lo miré fijamente unos instantes.
—Frank tiene una Luger —respondí—. La compró en Alemania.
—Esperemos que esté inactiva —dijo Alan.
—Bueno… —sacudí la cabeza—. ¿Cuál de sus mentes estaba leyendo cuando vi lo que vi?
—Puede que la de Elizabeth —respondió—. O como crees que no sabe que su marido tiene una aventura, la de Frank. El temor de la culpabilidad. Piensa que su mujer le disparará para vengarse. Captas el pensamiento y tu mente crea una escena en la que ocurre eso mismo. Puedes ver esa escena.
Me recosté en el asiento.
—Todo parece tan sencillo… —dije.
—En absoluto —respondió Alan—. Has sido el testigo íntimo de ciertas cosas maravillosas, Tom. Pruebas detalladas de telepatía y sus diversas manifestaciones.
Permanecí en silencio unos instantes, intentando encontrar algo que refutara sus palabras. Me parecía imposible que aquel terror, aquella increíble experiencia, pudiera explicarse y anularse de un modo tan sencillo. Puede que estuviera un poco decepcionado. Por una parte, estaba de acuerdo con Alan en que todo aquello me había hecho más daño que bien. Sin embargo, seguía sintiendo aquel deseo infantil de que fuera algo inusual. Algo mágico.
—¿Y la mujer? —pregunté.
—Telepatía —respondió—. Sin duda alguna, procedente de la anterior inquilina. ¿Cómo se llamaba?
—Helen Driscoll.
—Exacto. Probablemente es cierto que desea seguir viviendo en esa casa… y tú estás captando ese deseo. Sin embargo, también es posible que haya dejado una especie de recuerdo intenso en la casa que has podido palpar. De todos modos, la primera respuesta es mucho más factible.
—Entonces no hay fantasmas —dije, sonriendo con ironía.
—No, no hay fantasmas.
Suspiré y le confesé que había llegado a creer que había encontrado la prueba de que existía la vida después de la muerte. Alan sonrió.
—Sería reconfortante que dicha prueba existiera —comentó—. Por desgracia, no existe… independientemente de lo que digan nuestros ávidos amigos espiritualistas. Por lo que sé, la telepatía sigue siendo la respuesta a todos los fenómenos paranormales.
Se recostó en su asiento y puso las manos detrás de la cabeza.
—Sí —continuó—. Sería muy bonito creer en un patrón simple y contiguo. Una fuerza de vida continua que existiera en una fase cíclica infinita entre la latencia y la actividad, la acción y la cancelación, la encarnación y la no encarnación, la vida y, como nosotros decimos, la muerte. Resulta agradable pensar que el mundo tiene un nombre inapropiado. —Se encogió de hombros—. Pero me temo que no podemos hacerlo —añadió—. Al menos, con honestidad científica. Puede que parezca una teoría hermosamente libre de trabas, simple y correcta, pero eso no la hace demostrable —sonrió—. No se puede demostrar.
Bajó las manos y cogió las gafas.
—Ahora volveré a hipnotizarte y sacaré esos bichos de tu cabeza —anunció.
Repito: Célebres últimas palabras.