«La comida es poder. Nosotros la utilizamos para modificar comportamientos. Hay quien pensará que se trata de un soborno.
No vamos a pedir disculpas por ello.»
Catherine Bertini, directora ejecutiva del programa alimentario de Naciones Unidas (1997)
La Sexta Región Continental, formada por los territorios de los antiguos Estados Unidos, México y Canadá, fue cayendo progresivamente en poder de las guerrillas. Incluso las zonas previamente pacificadas vieron aumentar la resistencia, tanto la activa como la pasiva. Los grupos guerrilleros actuaban desde el sur de la península del Yucatán hasta las zonas más al norte de Terranova. Las Naciones Unidas fueron perdiendo el control que tenían sobre la región de forma gradual pero incesante.
El día que el presidente Hutchings tenía que llevar a cabo uno de sus discursos bianuales sobre «El estado del continente» se produjo un incidente que dejó en entredicho a las fuerzas de las Naciones Unidas. Cuando Hutchings y su séquito llegaron a bordo de sus vehículos TBP al estudio de televisión que había en Fort Knox, se encontraron a parte del equipo del estudio y a varios policías militares intentando abrir dos de las puertas de acero que tenía el edificio con palancas y con un mazo. Al lado de una de las puertas, encontraron un tubo de resina epóxica de cianocrilato de marca Krazy Glue y lo guardaron como posible prueba. Los cilindros de las cerraduras de cada una de las puertas estaban completamente bloqueados. Veinte minutos antes de la hora en que estaba previsto que Hutchings apareciera en antena, consiguieron entrar en el edificio. Para ello, les hizo falta recurrir a un soplete de oxicorte.
Una vez en el interior, el equipo del estudio descubrió que los cerrojos de las puertas principales habían sido atascados siguiendo el mismo procedimiento, pero esta vez el problema fue más fácil de solventar. Un par de golpes certeros con la maza bastaron para ir abriendo cada una de las puertas. Los técnicos avanzaban a tientas con ayuda de las linternas, mientras intentaban determinar por qué no funcionaban las luces. Enseguida descubrieron que el saboteador había arrancado los diferenciales de la caja donde estaban todos agrupados. Las lentes de las cámaras fijas estaban todas rotas, pero consiguieron meter una cámara móvil que llevaban de sobra en la camioneta y colocarla encima de un trípode. «Debido a problemas de carácter técnico», Maynard Hutchings apareció por fin en directo veinticinco minutos más tarde de la hora prevista y sin maquillar. En el discurso, recalcó «la fantástica cooperación» que los Socios para la Paz de las Naciones Unidas estaban prestando, habló de las recientes victorias sobre los bandidos en Michigan y Colorado, y de los «índices cada vez más bajos de actividad terrorista». Prometió que «muy pronto» se celebrarían elecciones regionales.
La semana siguiente, un pelotón de fusilamiento perteneciente a la oficina del jefe del cuerpo de la policía militar en Fort Knox ejecutó al saboteador del estudio de televisión. Era el hijo décimo tercero de un comandante del cuerpo de artillería destinado en el fuerte y que vivía en la cercana población de Radcliffe, Kentucky. Dos días después, otro pelotón de fusilamiento ejecutó al comandante y a su esposa. Se dice que el presidente Hutchings afirmó que «a los padres se les debe pedir responsabilidades por la actuación de los hijos».
Una pauta de conducta se hacía evidente a lo largo y ancho del continente norteamericano: la resistencia era más fuerte, estaba mejor organizada y obtenía mayores logros en las zonas rurales. La administración de las Naciones Unidas y los colaboracionistas, incapaces de acabar con las escurridizas guerrillas, empezaron a concentrar sus esfuerzos en eliminar sus fuentes de suministro de alimentos.
En las zonas donde la resistencia era rampante, se construyeron «complejos de detención temporal» para alojar a cualquiera que pudiese considerarse políticamente desafecto. Se llevaron a cabo redadas especialmente intensas contra granjeros y rancheros que pudiesen resultar sospechosos, o con cualquiera que estuviese remotamente conectado con los negocios de distribución de alimentos. Cuando los granjeros eran retenidos, sus cosechas eran confiscadas, arrasadas o quemadas. Las autoridades vigilaban cuidadosamente las grandes existencias de comida. A pesar de los esfuerzos, las guerrillas no dejaban de aumentar en número.
Mientras la guerra proseguía, la resistencia siguió incrementándose hasta que las Naciones Unidas fueron incapaces de hacerle frente. Cada centro de detención generaba nuevas células de resistencia. Cada represalia o atrocidad llevada a cabo por las fuerzas federales o de Naciones Unidas alentaba a más ciudadanos, e incluso a algunos jefes de unidades de los federales, a apoyar activamente a las guerrillas. Un número cada vez mayor de mandos militares decidieron «hacer lo que había que hacer», y apoyaron «el Documento» (la Constitución), y no a la élite que ejercía el poder desde el gobierno provisional en Fort Knox. Unidades militares, en algunos casos brigadas enteras, apostaron por las guerrillas y les cedieron su equipamiento. En muchos casos, la mayoría de sus efectivos se unió a la resistencia. Condado a condado primero, y estado a estado después, todos los territorios fueron cayendo bajo el poder de la resistencia.
Las unidades leales a las Naciones Unidas y a los federales fueron retirándose hacia Kentucky, Tennessee y el sur de Illinois. Muchos permanecieron allí hasta el inicio del verano del cuarto año. Las milicias y las unidades de los federales que se habían puesto de su lado fueron ganándoles terreno desde todas las direcciones.
Cuando corrió la noticia de que Hutchings, junto a su gabinete y la mayoría de los administradores, había salido del país rumbo a Europa la noche del 1 de julio, las fuerzas federales y de Naciones Unidas capitularon de forma masiva. No fue necesaria ninguna batalla final. La guerra no acabó con un gran estruendo, sino más bien con un quejido contenido. Las unidades del ejército de la resistencia tomaron Fort Knox el 4 de julio, sin encontrar resistencia. Arriaron la bandera de Naciones Unidas e izaron la bandera de Estados Unidos sin demasiadas ceremonias. Los soldados de la resistencia cortaron en pequeños pedazos la bandera de las Naciones Unidas y los guardaron como recuerdo.
Rápidamente, se desarmó y deshizo a los ejércitos que habían capitulado. Aparte de unos cuantos soldados que fueron juzgados por crímenes de guerra, a finales de agosto se les permitió a los nacidos en suelo estadounidense que regresaran a los estados de los que eran originarios. Los campos de internamiento rodeados de alambradas que habían utilizado las tropas de las Naciones Unidas se convirtieron en el lugar idóneo donde mantener a los soldados de la ONU mientras esperaban el momento del regreso a casa. Se tardó más de un año en enviar de vuelta a Europa por medio de barcos y aviones a la totalidad de las tropas de las Naciones Unidas.
A los europeos les irritó que se les pasase la factura de los gastos de la desmovilización y el transporte de las tropas. La «recompensa por regresar a casa» era de cincuenta onzas de oro por soldado alistado, doscientas por oficial y quinientas por administrador civil. Todos los pagos debían hacerse por adelantado. El nuevo gobierno interino de la Restauración de la Constitución dejó claro que si los pagos por las recompensas dejaban de hacerse efectivos, los vuelos de repatriación se suspenderían.
Maynard Hutchings se suicidó antes de que se hiciese efectivo su proceso de extradición. La mayoría de su equipo y los mandos de unas cuantas brigadas y divisiones fueron extraditados desde Europa, juzgados y condenados a muerte. A cientos de colaboracionistas y de oficiales militares de menor rango se les detuvo también y se les llevó ante un tribunal. Algunas de las sentencias incluían el corte del pelo al cero y el mareaje con hierro candente. En ciertos casos excepcionales se firmaron penas de muerte. En algunas ocasiones aisladas se concedió asilo a soldados de Naciones Unidas que temían posibles represalias en sus países de origen. Esos individuos comparecieron individualmente ante el Gobierno de la Restauración de la Constitución (GRC). La mayoría de ellos acabaron consiguiendo la nacionalidad estadounidense.
El mes de noviembre posterior a la rendición federal en Fort Knox, los estados celebraron las primeras elecciones después de que se produjese el colapso. El partido de la Constitución y el partido libertario tuvieron una victoria aplastante. Un miembro del partido libertario, antiguo gobernador de Wyoming, fue elegido presidente. El nuevo Congreso contaba con tan solo noventa escaños, asignados tras llevar a cabo algunos cálculos aproximados de población.
En los tres años siguientes a las elecciones, los legisladores estatales aprobaron, con breve espacio de tiempo entre una y otra, nueve enmiendas constitucionales. El Documento sufrió algunos cambios significativos.
La Vigésimo Séptima Enmienda garantizaba la inmunidad total de los crímenes cometidos durante la segunda guerra civil y el periodo anterior a esta, por parte de cualquiera que hubiese participado activamente en la resistencia.
La Vigésimo Octava Enmienda revocaba las enmiendas Décimo Cuarta y Vigésimo Sexta. También decretaba que la ciudadanía estatal plena era un derecho que se adquiría al nacer, y que debía ser concedido tan solo a ciudadanos nacidos en el país que fueran a su vez hijos de ciudadanos. A los inmigrantes se les permitía comprar la ciudadanía estatal. Aclaraba que la «ciudadanía estadounidense» solo tendría efecto cuando los ciudadanos estatales viajaban fuera de las fronteras de la nación, y declaraba ilegales los títulos nobiliarios.
La Vigésimo Novena Enmienda prohibía las prestaciones sociales y la ayuda extranjera, retiraba a Estados Unidos de las Naciones Unidas y de la mayoría de tratados internacionales, limitaba el gasto federal al dos por ciento del producto interior bruto, limitaba a mil hombres el número de tropas extranjeras que podía haber en los cincuenta estados o en el territorio federal, y limitaba el ejército federal en activo a cien mil hombres, a menos que se declarara el estado de guerra.
La Trigésima Enmienda amplificaba la Segunda y la confirmaba como un derecho individual inalienable y un derecho estatal, rechazaba las leyes federales existentes referentes al control de armas de fuego, evitaba cualquier futura ley estatal de control de armas y restituía un sistema de milicias descentralizadas.
La Trigésimo Primera Enmienda revocaba la Décimo Sexta, y limitaba radicalmente la capacidad del gobierno federal de recaudar impuestos en cualquiera de los cincuenta estados. A partir de ese momento, el presupuesto del gobierno se financiaría a través de aranceles, tasas sobre la importación y bonos.
La Trigésimo Segunda Enmienda prohibió por ley el déficit, impuso que la nueva moneda de Estados Unidos volviese a ser intercambiable por oro y plata, y estableció que cualquier moneda podría ser canjeada en caso de que el portador lo solicitase.
La Trigésimo Tercera Enmienda congeló los salarios y los fijó en seis mil dólares para los diputados y diez mil para los senadores, impuso un límite de gasto para cualquier oficina federal de cinco mil dólares por mandato, y revocó la Décimo Séptima Enmienda, de forma que los senadores volverían a ser elegidos por las legislaturas estatales.
La Trigésimo Cuarta Enmienda restableció el sistema de ley común anterior a Erie Railroad contra Tomkins, invalidó la mayoría de las decisiones tomadas por tribunales federales de 1932 y aclaró la inaplicabilidad de muchos de los estatutos federales sobre los ciudadanos estatales en varios de los estados.
La Trigésimo Quinta Enmienda restituyó el sistema del título alodial de posesión de la tierra. Bajo un sistema renovado de la Ley Federal de Patentes, la Trigésimo Quinta obligaba a la devolución del noventa y dos por ciento de las tierras federales a manos privadas a través de ventas públicas a un precio de un dólar de plata por acre.
La economía nacional fue restablecida gradualmente, pero con las nueve nuevas enmiendas, las funciones del gobierno, tanto del estatal como del federal, se vieron ampliamente reducidas con respecto a las proporciones que tenían antes del colapso. En todo el mundo se consideraba que los gobiernos pequeños funcionaban mejor. Por primera vez desde la primera guerra civil, se recuperó la costumbre de concebir Estados Unidos no como una unidad individual sino como un concepto plural. Fue un cambio sutil pero muy profundo.
Dos años después de la rendición de Fort Knox, la cadena NET produjo un documental de tres horas llamado La segunda guerra civil: la guerra de resistencia. El documental incluía extensas entrevistas con combatientes de la resistencia. El sesgo favorable a las milicias de los realizadores era evidente, pero en ningún caso trataron de hacer un retrato angelical de las mismas. Cabe destacar que, entre las muchas grabaciones que se mostraban, estaba la del ataque a un almacén federal cerca de Baltimore. En las imágenes, podía verse a cinco soldados federales salir caminando del almacén, desarmados y con los brazos en alto, para ser abatidos a continuación por los disparos de los combatientes de la resistencia.
La mayoría de las atrocidades que aparecían en el documental habían sido cometidas por los federales y algunas unidades militares de las Naciones Unidas. En una grabación de baja calidad registrada por un soldado austríaco de Naciones Unidas, se veía cómo una protesta en un campo de desplazados era sofocada con fuego de ametralladora RPK. Algunas de las imágenes más condenatorias habían sido filmadas por las propias tropas federales, incluyendo las tristemente célebres Cegueras de Chicago y algunas escenas de ejecuciones de represaliados en Florida, Texas, Illinois y Ohio. En las imágenes de Florida se veía cómo más de un centenar de hombres, mujeres y niños, maniatados y con una venda cubriéndoles los ojos, eran ejecutados, y cómo sus cadáveres eran empujados después al interior de una fosa común con una excavadora. Los soldados de la ONU que habían cambiado de bando revelaban en alguna de las entrevistas que los mandos de las unidades locales habían grabado las ejecuciones en masa con el fin de ganarse el favor de sus superiores. Según las palabras de un antiguo capitán británico del regimiento aéreo, «esas cintas de las ejecuciones eran una forma de ganar unos cuantos puntos, de decir "mirad qué bien me he portado. Fijaos en la cantidad de represaliados con los que hemos acabado". Era algo muy perverso, pero se trataba del proceder habitual».
Todd y Mary Gray vieron el largometraje en la casa de Kevin Lendel, gracias a un satélite que este acababa de adquirir. Kevin grabó el documental con un vídeo que había comprado por un dólar con cincuenta en monedas de plata dos semanas antes de que regresara el fluido eléctrico. Los Gray se sintieron a la vez sorprendidos y orgullosos al ver la cantidad de imágenes que ilustraban la lucha llevada a cabo por la resistencia que correspondían a su área de influencia. En el documental aparecían imágenes que los Doyle habían grabado desde los experimentales ligeros, la emboscada en la nieve y la captura del comandante Kuntzler, la destrucción del cuartel general de la UNPROFOR en Spokane y el asalto final a los barracones de las Naciones Unidas en Moscow.
Aquella noche, mientras Todd trataba de conciliar el sueño, le asaltaron algunos recuerdos de la reciente contienda. Mary estaba a su lado, echa un ovillo bajo la luz de una bombilla halógena de 12 V que utilizaba para leer antes de dormir, tal y como era su costumbre. Estaba releyendo una de sus novelas favoritas, El Rojo y el Negro, y picoteando unas rodajas de manzana seca.
—¿Qué te pasa, cariño? —le preguntó al darse cuenta de que Todd no estaba durmiendo.
—Ha sido por la película que hemos visto. Me ha hecho recordar a todos los amigos que hemos perdido desde que se produjo el colapso. Los echo mucho de menos, de verdad. Tuvimos que pagar un alto precio a cambio de nuestra libertad. Mucha gente perdió a su familia durante el colapso, y más aún durante la guerra. Y al otro lado del Atlántico, miles de personas han perdido a sus hijos. Una generación de europeos, o quizá más, nos odiarán con todas sus fuerzas.
Mary cerró el libro de golpe y lo dejó a un lado.
—Pues que nos odien. Si no pueden entender que una nación soberana y amante de la libertad no puede soportar que los traten como a inútiles, es problema suyo. Yo creo que en el fondo nos envidiarán. Supimos plantarle cara a la tiranía y decirle: «De ninguna de las maneras. Aquí los tiranos no tienen nada que hacer. Adiós». Eso no tiene nada de malo, Todd. Podemos estar orgullosos de nuestro historial en las milicias. No tenemos ningún muerto escondido en el armario. No disparamos contra nadie que tratara de rendirse. Y hoy en día, podemos enorgullecemos como nación de haber liberado Canadá y de estar apoyando y dando suministros a los movimientos de resistencia en Suiza, Finlandia y España. Y todo eso lo podemos hacer con la conciencia tranquila.
Todd asintió con la cabeza, pero su rostro revelaba aún un gesto de preocupación.
—Nuestro hijo Jacob está creciendo en un país libre y respetuoso de la ley de Dios —le dijo Mary consolándolo mientras le pasaba los dedos por entre el pelo cano—. Eso es lo más importante. —Un momento después, añadió—: Y lo que pasó durante la guerra es algo que no podemos cambiar. Será carnaza para los libros de historia, y serán los listos que todo lo saben a toro pasado los que lo analicen en documentales parecidos al que hemos visto hoy. Eso lo podemos tener claro.
—Tienes razón —suspiró Todd—. No puedo dar marcha atrás en el tiempo y enmendar ninguno de mis errores. Pero lo que no sé es si Jacob o nuestros nietos tendrán que pasar por lo mismo que hemos pasado nosotros.
Transcurrió un minuto antes de que Mary respondiese nada. Lo único que se podía oír en la habitación era el tictac de un reloj que había encima de la mesita de noche.
—La naturaleza decadente y pecaminosa de todas las naciones hace que surjan los tiranos —dijo por fin—. Y por desgracia también forma parte de nuestra naturaleza que la mayoría de las naciones sean demasiado estúpidas o demasiado apáticas para hacer nada al respecto hasta que los tiranos han colocado las alambradas y derramado muchísima sangre. Al abuelo Krause le gustaba repetir una frase de un cómico de la década de los ochenta que decía: «Hay tres tipos de personas: los que hacen que las cosas pasen, los que ven cómo pasan y los que se preguntan qué demonios ha pasado».
Todd asintió al escuchar la frase de Mary. La había escuchado en otras ocasiones, pero en circunstancias diferentes.
Mary siguió hablando, con un tono más grave.
—Mientras la mayoría de la gente estaba aún preguntándose qué demonios había pasado, nosotros hicimos que algo importante pasara, Todd.
—Sí, lo hicimos —dijo Todd suspirando—. Tienes razón. La tiranía es producto de nuestra naturaleza pecadora. Por suerte, documentales como el que hemos visto hoy servirán para que la gente se mantenga alerta y los tiranos no surjan con tanta frecuencia. Debemos darle gracias a Dios por nuestra Constitución. Nos ha permitido no tener que soportar la tiranía en nuestro territorio durante mucho menos tiempo que la mayoría de los europeos. Esperemos que, ahora que ha sido restaurada, podamos disfrutar de dos o tres siglos de libertad sin interrupciones. De ahora en adelante, el gobierno federal no podrá arrinconar al mercado usando la fuerza coercitiva. Los estados tienen a su disposición una fuerza mucho mayor, y también la gente. Por eso conservamos un TBP en el granero. Y por todo el país hay miles de vehículos TBP iguales que el nuestro, y de tanques, todos ellos en manos privadas. Quizá vuelvan a surgir tiempos difíciles, pero estamos preparados para lo que pueda suceder. Y cuando vayamos a reunimos con Dios, nos iremos sabiendo que nuestros hijos también están preparados. —Todd acarició la barriga de Mary con la mano y sonrió. Se estaba empezando a hinchar porque en su interior llevaba a su segundo hijo—. Los criaremos fuertes. Igual que nosotros, tendrán fe, tendrán amigos, tendrán los conocimientos y las herramientas que necesiten para salir adelante.
Mary sonrió y le dio un beso a Todd. Luego alargó la mano y apagó la luz de la mesita de noche.
—Te quiero, cariño —le susurró.
—Yo también te quiero, con todo mi corazón.
Al poco, concilio el sueño. Y durmió profundamente.