«¿Acaso la vida nos es tan querida y la paz tan dulce como para pagar el precio de las cadenas y la esclavitud? ¡Dios todopoderoso no lo quiera! No sé qué camino tomarán otros, pero a mí, dame la libertad o dame la muerte.»
Patrick Henry, Discurso de la Convención de Virginia
(23 de marzo de 1775)
La mitad de la mañana transcurrió entre saludos e «historias de guerra». Se habían encontrado en un punto de reunión situado en un denso abetal a unos seis kilómetros al noroeste de Troya. La mayor parte de los presentes usaron mapas y receptores GPS confiscados al enemigo para encontrar el camino. La coordinación de la reunión llevó un par de semanas, con mensajes enviados a caballo y en bicicleta de montaña a través de la experta red de mensajeros de la resistencia. Se trataba de la primera vez, desde la invasión de los federales y de las tropas de las Naciones Unidas, que la mayor parte de los líderes de la resistencia de la región se veían las caras. Raselhoff, Nelson y Gray ya se conocían de antes. El único relativamente nuevo era Matt Keane. Los únicos que le conocían eran Tony y Teesha Washington.
—Caray, el famoso Matt Keane —dijo Mike Nelson cuando le estrechó la mano—. He oído hablar mucho de ti y del «Equipo Keane». Tu reputación te precede. Eres una leyenda viva. En la radio de onda corta siempre están hablando de vuestro grupo. Aquel asalto en kayak que hizo vuestra unidad al campamento italiano en Saint Maries… ¡fue impresionante! Y los rumores dicen que fue vuestro grupo el que dinamitó las oficinas de mando de la UNPROFOR en Spokane el verano pasado. ¿De verdad fue cosa vuestra?
—Sí, fuimos nosotros —contestó su interlocutor arrastrando con suavidad las palabras. Tras cuatro años en el Pacífico Noroeste, aún conservaba restos del acento adquirido en el sur.
»Pero algunas de las cosas que dicen por la radio son exageraciones pasadas de rosca. Por ejemplo, aseguran que durante un asalto de aprovisionamiento me cargué a seis centinelas en menos de diez minutos con una bayoneta. No es verdad, solo fueron cuatro. Mi hermana Eileen se hizo con los otros dos. Además, usamos hachas. Con lo que sí acertaron es con lo de que nosotros demolimos el edificio de la UNPROFOR.
—¿Cómo conseguisteis colar semejante cantidad de explosivos en el edificio?
—Sabíamos que no podíamos acercarnos a la calle —contestó Keane mientras enrollaba los pulgares en la red de su traje de camuflaje—. Tenían un perímetro formado por barricadas antivehículos en cada manzana en todas direcciones. Así que decidimos hacer un trabajo de minería a la antigua usanza. Durante casi un año habíamos reunido todas las minas y bombas que habíamos ido desactivando. Teníamos una pila de un tamaño considerable. Nos metimos en las cloacas de la ciudad y excavamos un túnel hasta la habitación de la caldera del sótano de las oficinas de mando. Solo tuvimos que hacerlo de unos cuatro metros y medio. El problema fueron las paredes de cemento de la alcantarilla y la pared de ladrillos del sótano. Perforamos con un par de picos mineros hasta penetrar en el interior.
«Sabíamos por un chivatazo que iban a estar de fiesta en el viejo centro de convenciones, por lo que solo había dos guardas en el edificio. Eran los únicos allí aparte de los guardas del perímetro y de la entrada. Incluso el operador de radio se tomó el día libre para ir a la fiesta. Uno de los guardas interiores estaba de nuestra parte. Se aseguró de que la lista de turnos se ajustara para que le tocara trabajar esa noche. También se encargó de emborrachar al otro guarda hasta hacerle perder el conocimiento. Gracias a él no necesitamos preocuparnos por el ruido de los picos y los ladrillos cayendo. Mi hermano pequeño, que es un fenómeno, diseñó un carro especial para transportar los explosivos hasta el cruce de las cloacas. Según nuestros cálculos cargamos unos ochocientos ochenta kilos. Los colocamos contra el muro de carga central y los rodeamos de los sacos terreros que habíamos llenado al cavar el túnel de conexión.
»Las cargas explotaron a las nueve en punto de la mañana. Nuestro infiltrado nos había dicho que tenían programada una reunión de equipos en la tercera planta para las nueve menos cuarto. Los cuatro pisos se derrumbaron sobre el sótano. Solo quedó en pie una de las paredes laterales y apenas llegaba a la altura del primer piso. Un par de semanas después alguien pintarrajeó «Mene, mene, tekel» en letras de un metro ochenta de alto en aquella pared, exactamente igual que en el libro de Daniel. Por alguna razón los de la ONU nunca taparon la pintada; por lo que he oído aún sigue allí. Quizá no sabían lo que significaba. O puede que sí y en el fondo supieran que era verdad. Sus días están contados y se les había pesado en una balanza y hallado faltos.
«Nuestro infiltrado filmó un vídeo de la explosión desde seis manzanas de distancia y se dirigió después sin perder tiempo a las montañas. La nota de prensa de las Naciones Unidas decía que veintitrés de los suyos habían «muerto tras producirse una extraña explosión de gas», lo que no era más que una patraña. Un tiempo después, un trabajador funerario de la resistencia nos dijo que la cifra real era de ciento doce.
—Fue un trabajo de demolición precioso. No creo que ninguno de los trajeados saliera vivo de allí. Es espantoso, pero así es la guerra —dijo Mike asintiendo con la cabeza.
—Me recuerda al versículo 8 del salmo 35: «Que los sorprenda un desastre imprevisto; que sean atrapados por sus propias redes, y caigan en la fosa que ellos mismo cavaron».
—Y tanto que cayeron en su propia fosa. ¡Sus propias minas hicieron que volaran por los aires! Como solía decir mi difunto y querido amigo Tom Kennedy, «Dulce et decorum est».
Matt asintió con la cabeza y dijo:
—«Dulce y adecuado», sí.
—¿Sabes latín?
—Por supuesto. Fui educado en casa. Estudiábamos mucho, once meses al año. No podíamos hacer el vago como los niños de la escuela pública. Para cuando mi hermano Chase cumplió los doce y yo los quince, mis padres tuvieron que contratar tutores para algunas asignaturas. Contrataron al doctor Cecil, un jesuíta de la Universidad de Gonzaga, para que nos enseñara latín por las tardes entre semana y en sábados alternos. Todavía sueño con las declinaciones que tuvimos que aprendernos. Esas cosas nunca se olvidan.
»Ninguno de mis padres pasaba de la geometría, así que también contrataron a un vecino para que nos enseñara trigonometría y cálculo avanzado. Don Critchfield acababa de retirarse de la enseñanza de matemáticas superiores, también en Gonzaga. Mi padre le reformó el baño a cambio de los seis meses de trigonometría y la cocina por los ocho de cálculo.
—¿Dónde están los tuyos ahora? —preguntó Mike ladeando la cabeza.
—Mi padre pisó una mina el verano pasado. Vivió durante un par de días más. Por lo menos pudimos rezar con él antes de que muriera. —Matt suspiró sonoramente y continuó—: A mi madre la mató una bomba Willy-Peter hace solo seis semanas. Supongo que has oído que los federales han empezado a quemar como regla general cada cabaña remota que hayan visto, tanto si parece ocupada como si no. Encaja con su estrategia de «operaciones de embargo»: nos niegan cualquier fuente de alimento y nos niegan refugio.
Mike asintió.
—Mi madre estaba casi inmovilizada por la artritis —siguió Keane— y se había quedado sola en la cabaña, mientras nosotros estábamos fuera jugando a los maquis. Unos vecinos que vivían en el túnel de la mina de la propiedad adyacente nos contaron que no quedó nada de la cabaña de mi padre.
—Lamento oír eso.
—No me malinterpretes. Envidio a mis padres. Algún día nos reuniremos con ellos en el cielo. Si mantengo eso en mi cabeza, puedo luchar sin miedo. Solo temo a la justa ira de Dios. Como dijo Pablo cuando estaba encadenado en una celda romana: «No es la necesidad la que me hace hablar, porque he aprendido a hacer frente a cualquier situación. Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener de sobra como a no tener nada. Yo lo puedo todo en aquel que me conforta». Eso es de Filipenses 4, 11-13. Esos versículos son un gran apoyo para mí. No le temo a ningún hombre ni a ninguna circunstancia.
Keane gesticuló con su dedo índice y prosiguió.
—Volviendo al concepto de «operaciones de embargo», párate un momento a pensar: yo tenía un amigo que era oficial de Inteligencia del ejército en la reserva antes del colapso. A menudo me decía que las tres habilidades esenciales en el campo de batalla son «disparar, moverse y comunicarse». Sin esas tres eres ineficaz en cualquier conflicto. Si te fijas en el comportamiento de los federales verás que están haciendo todo lo posible para bloquearnos las tres. Han declarado nuestras armas como contrabando. Han restringido los desplazamientos con sus controles y pasaportes internos, y han prohibido la posesión privada de transmisores-receptores de radio. Todo muy sistemático. Pero estamos empezando a hacerles lo mismo, y no pueden pararnos porque casi nunca pueden localizarnos y entrar en combate con nosotros. Estamos privándoles de munición y de otras logísticas de combate clave quemándoles sus depósitos y arsenales; estamos coartando su habilidad para maniobrar tácticamente y para realizar sus movimientos de logística con nuestras emboscadas y sabotajes de vehículos. Y estamos tumbando la red eléctrica y de telefonía más rápido de lo que ellos la instalan para que no puedan comunicarse a distancia ni distribuir su propaganda. A la larga vamos a ganar nosotros. Es una cuestión puramente matemática. Hay muchísimos más de los nuestros que de los suyos. Puede que nos cueste muchas vidas… pero ¿a largo plazo? A largo plazo están condenados.
—Oí mencionar a Tony Washington que tú solías ser racista pero que ya no lo eres. ¿Qué hay de eso? —preguntó Mike con tono sereno.
—Yo no diría que fuera racista per se. Para mí el ser racista es ser supremacista. Si acaso, yo era un separatista, no un supremacista. Y sí, francamente, era reacio a trabajar con negros. Siempre había guardado las distancias con ellos. Pero pelear junto a los Washington en verdad sirvió para reformarme.
Estuvieron con nosotros en el asalto en kayak de Saint Maries. Tony me salvó la vida dos veces aquel día. Quedé en deuda con él. Y le debía una disculpa.
—Así que, ¿has abandonado el racismo? ¿Ya no sientes ninguna animosidad contra los negros?
—Ninguna en absoluto. Están luchando y sangrando junto a nosotros. Me encantaría que alguien del calibre de Tony se uniera al Equipo Keane sin que importara la raza. No me preocupa si es blanco, negro o verde —dijo sonriendo y añadió—: Somos destructores en igualdad de oportunidades.
Mike le estrechó la mano y mirándole a los ojos, declaró:
—Eres un buen hombre.
Durante un día y medio planearon el gran asalto entre discusiones, análisis detallados de mapas, fotografías y planos de planta. A continuación, se sucedieron los ejercicios de pizarra y un informe realizado por un sargento de suministro federal «convertido» que había vivido anteriormente en los barracones y en el que podían confiar. Coordinar una operación así de grande era complicado. Implicaba diversas unidades con distintas estructuras de mando, organización y procedimientos operativos estándar. Además, los planificadores tenían que ser diplomáticos al tratar con los líderes de las milicias con menos experiencia. Algunos eran principiantes, y muchos tenían egos demasiado inflados.
En vez de escuadras y secciones tradicionales, el Equipo Keane estaba organizado en lo que ellos llamaban Tríadas de Thomas. Se trataban de miniescuadras de tres guerrilleros cada una. La filosofía de las tríadas era que tres hombres es el número mínimo para ser efectivo en combate.
Una guerrilla de tres miembros no resulta fácilmente detectable, excepto en campo muy abierto. Una sola tríada se encargaba de las patrullas de reconocimiento o de sabotaje. De dos a cuatro tríadas se podían combinar para llevar a cabo una emboscada. De tres a doce tríadas podían combinarse para un asalto.
En modo defensivo, o en «punto de laager», un miembro de la tríada está «en guardia», mientras el segundo está en «modo de reposo» y el tercero «de cobertura», encargándose de cocinar, conseguir agua y reunir comestibles. Cada ocho horas hay una rotación de roles. Así, cada tríada se encarga de su propia seguridad y, dependiendo de las circunstancias, de su propio sustento.
La regla aceptada era que si una operación requería la combinación de más de cinco tríadas, se estaban acercando peligrosamente a un modelo de guerra convencional, así que inmediatamente después de la operación había que desplazarse, dispersarse y volver a las tácticas de guerrilla de perfil bajo. Las guerrillas hablaban con terror de «meterse en una convencional». Enfrentarse cara a cara con los federales, que estaban mucho mejor armados, era considerado, y con razón, una imprudencia.
El origen de la organización en Tríadas de Thomas se había olvidado. Keane lo explicaba así: «Nos lo enseñó otro grupo. No sé quién es ese tal "señor Thomas", pero el caso es que funciona. He oído decir que se trata de algún tipo de California. A lo mejor va con los Harry Wu. El resultado es lo que cuenta, y las tríadas dan resultado, así que es la estructura que usamos».
Una semana antes del esperado asalto a los barracones de Moscow, los treinta miembros del Equipo Keane y los cuarenta y ocho de los Maquis de Moscow se reunieron en la cima de una colina al norte de Troya para ultimar la coordinación y para llevar a cabo algunos ensayos. Como sus dos unidades iban a ser la punta de lanza del próximo asalto, los ensayos eran extremadamente importantes. Habían concertado el encuentro a través de dos breves transmisiones de radio de onda corta. Dichas transmisiones duraban menos de treinta segundos y consistían en una lectura en voz alta de un código de grupos de cuatro letras.
A las cuatro de la mañana, tras hacer las presentaciones, llegó una transmisión de la Tríada Oeste a través de la radio Maxon de 500 mW.
—Tenemos movimiento. Se trata sin duda de hombres a pie. Permaneced alerta. Esperad nuevo aviso.
La orden de permanecer alerta fue pasando discreta y rápidamente a través del aro defensivo. Un minuto después, llegó una segunda transmisión.
—Puedo verlos claramente a través de las GVN. La mayoría llevan M16. Todos visten kevlar y ropa de camuflaje de esquema digital. Definitivamente parecen federales, por lo menos se trata de una sección. Con el ruido que están armando, probablemente sea algo mucho mayor.
El oficial del turno de noche envió su respuesta por radio al soldado que estaba de guardia: «Ejecución plan de defensa nocturna Alfa». Su sargento de sección oyó la orden y la repitió entre susurros a las tríadas en cada lado del bunker de mando. Cada tríada a su vez la esparció en todas direcciones verbalmente.
—¿Federales? —dijo el oficial al mando para sí—. Esto se va a poner muy feo. Ya podían ser franceses o italianos. Los federales deben de habernos localizado.
Al oír la orden por radio los equipos del norte y del sur se metieron inmediatamente en el círculo defensivo principal, que se extendía unos setenta y cinco metros a lo largo de la cima de una montaña. La Tríada Este se quedó en su sitio, al igual que hizo la oeste. Los soldados que hacían guardia en el lado oeste no fueron detectados cuando los federales pasaron junto a su nido de araña, que se encontraba perfectamente camuflado bajo un macizo de espinosos arbustos. Acorde al plan Alfa, los guardias no debían abrir fuego a no ser que el enemigo abriera fuego sobre ellos. Su misión consistía en esperar hasta que hubiera contacto con el círculo principal y entonces abrir fuego sobre los atacantes desde la retaguardia para sembrar la confusión. Los guardias generalmente llamaban a eso hacer un MEL (morir en su lugar). Muy pocos esperaban que una tríada aislada sobreviviera a un asalto nocturno llevado a cabo por una gran fuerza enemiga.
Los federales siguieron avanzando directamente hacia el círculo del Equipo Keane. El operario de radio de la avanzadilla oeste recitaba la distancia menguante.
—Quinientos metros… cuatrocientos cincuenta… cuatrocientos metros… se mueven deprisa… trescientos metros…
El oficial al mando cambió la frecuencia de su Maxon y ordenó por radio:
—Encended las luces del lado oeste, ¡ahora!
Una niña de doce años, desde uno de los nidos de araña más hacia el oeste del círculo principal, hizo sonar un cuerno, contó en silencio hasta dos, cerró los ojos y accionó las luces estroboscópicas tres veces, en intervalos de cinco segundos. Las seis luces de fotógrafo estaban montadas en las ramas de unos árboles a doscientos cincuenta metros al frente del círculo principal, y separadas veinte metros entre sí. Estaban programadas para encenderse al unísono. El primer fogonazo bloqueó los tubos intensificadores de los visores Starlight y de las GVN de los federales. Las series de fogonazos también inutilizaron la visión nocturna de las tropas durante varios minutos. Algunos tropezaron y cayeron al suelo. Se oyeron numerosos tacos y gritos de sorpresa.
Gracias al entrenamiento reciente, los defensores reconocieron la señal del cuerno de guerra y esperaron con los ojos cerrados a que se produjesen los tres fogonazos, contando en voz alta. Entonces, con precisión bien ensayada, el Equipo Keane lanzó el contraataque, mientras que los Maquis de Moscow, menos experimentados, mantuvieron su posición. El Equipo Keane corrió colina abajo directamente hacia los federales, en formación de tríada.
El cuerno de guerra sonó de nuevo. Los guerrilleros a la carga sabían que este segundo toque era una treta para hacer que los federales cerraran los ojos durante otros quince segundos. Durante ese tiempo, las seis tríadas de guerrilleros continuaron su descenso directo hacia la sección líder de los federales, mientras disparaban con un cuidado considerable. Tiraban dos veces contra cada soldado; así, segaron la mayor parte de la sección como un cortacésped. Los pocos supervivientes se dieron la vuelta y echaron a correr. Asustados por la magnitud del contraataque, y creyéndolo mucho mayor de lo que era en realidad, la compañía central de los federales también huyó presa del pánico. Todos salieron corriendo a lo largo del sendero.
Las compañías que aún seguían formadas confundieron a las que huían con las guerrillas atacantes, por lo que abrieron largas ráfagas de fuego que mataron a doce miembros de las secciones en retirada y que hirieron a otros catorce. Los que quedaron en pie no frenaron su huida, sino que siguieron hasta más allá de la retaguardia, sin dejar de dar gritos incoherentes. Al ver el estado de pánico de los que huían, oír los gritos de «retirada, retirada» y ver los fogonazos de las armas de las guerrillas que se aproximaban, la compañía central se contagió y trató también de escapar. Todos menos unos pocos miembros de la compañía restante del flanco norte se quedaron firmes y comenzaron a concentrar su potencia de fuego en las guerrillas, de manera que detuvieron el avance de estas. Tres guerrilleros, de dos tríadas diferentes, fueron alcanzados y eliminados.
Antes de retroceder, Matt y Eileen lanzaron granadas de gas lacrimógeno a las posiciones federales contiguas a la colina. El viento era favorable, con lo que las granadas surtieron un gran efecto. Las tríadas se retiraron colina arriba en orden, dándose mutuamente fuego de cobertura y moviéndose de forma acompasada.
Sin esperar el contraataque de los federales, los guerrilleros hicieron recuento y se prepararon para cambiar de posición. Las tríadas se reorganizaron rápidamente para suplir a los que habían muerto. Se cargaron las mochilas y se dirigieron hacia el este, rumbo a las posiciones que tenían preparadas.
Como parte del plan, una tríada de adolescentes se quedó y plantó cuatro minas Claymore. Únicamente les llevó minuto y medio, pues habían practicado con anterioridad en la oscuridad. Tan solo dos minutos después de partir oyeron el gratificante sonido de la explosión consecutiva de las tres minas.
El ataque de los federales a la posición del Equipo Keane y de los Maquis no provocó que el asalto a Moscow se pospusiera. Se decidió que la seguridad operacional no había sido violada. Se dieron cuenta de que su error había sido usar un transmisor-receptor de 5 W, y que habían sido detectados. Dicho error no se repetiría. Se estableció como nuevo procedimiento operativo estándar que cualquier transmisión de más de 500 mW de potencia solo se realizaría después de desplazar el transmisor al menos a dos kilómetros de cada campamento.
Para sus operaciones, el Equipo Keane solía llevar camuflajes ghillie parecidos al de Matt Keane. Los habían fabricado a partir de redes de camuflaje de vehículos capturados y añadiendo después jirones adicionales. Como había muchas milicias implicadas, se decidió que por esta vez cada asaltante llevaría un uniforme de camuflaje estándar con una faja azul de identificación en la cintura. El objetivo era evitar el riesgo de fuego amigo. Por razones de seguridad operativa, el uso de las fajas se mantuvo en secreto hasta justo antes del asalto. El material de identificación se distribuyó durante las inspecciones finales y los ensayos en las colinas al noroeste de Moscow. El equipo de asalto constaba de ciento ochenta y ocho miembros.
Una milicia de tamborileros compuesta por niños de doce años grabó en vídeo el asalto desde una posición oculta a ciento ochenta metros al sur de la puerta principal de los barracones.
Los barracones de Moscow estaban situados en dos antiguas residencias de estudiantes del campus de la Universidad de Illinois. Tres edificios que había junto a las residencias habían sido derribados «por razones de seguridad». Una valla doble de cuatro metros y medio de altura rodeaba los edificios. El amplio terreno que había entre las residencias se usaba como aparcamiento.
El asalto de Moscow se inició con una treta a lo «caballo de Troya» para la que se usó un TBP BTR-70 capturado a los federales hacía más de un año. La resistencia lo había mantenido oculto bajo redes de camuflaje al final de un camino en desuso en lo profundo del bosque nacional de Clearwater. Lo guardaron durante todo ese tiempo listo para un «proyecto especial». Lo habían nutrido con combustible en buen estado y munición adicional para su cañón de 14,5 mm, y se habían hecho esfuerzos especiales para mantener su batería cargada. La resistencia incluso desplazó a un mecánico para asegurarse de que podría circular.
El TBP fue conducido hasta el portón de entrada de los barracones de Moscow AAC (Antes del Amanecer Civil). Los guardas de la entrada abrieron los portones obedientemente y le permitieron el paso. Mientras uno de los guardas tomaba nota cuidadosamente del número de identificación del vehículo se vio sorprendido por el cañón de una escopeta recortada. El hombre que sostenía la escopeta se llevó el dedo índice a los labios y le dijo que guardara silencio. El guarda no hizo ni un solo ruido. Se quedó allí callado, temblando ostensiblemente.
Los cuatro guardas de la entrada fueron rápidamente conducidos al interior de la cabina de entrada y atados y amordazados. El «botón de pánico», del que les habían hablado los desertores federales, fue desactivado con un par de cortaalambres. Uno de los asaltantes se quedó atrás para vigilar a los prisioneros. Empuñaba un M16 con una bayoneta calada.
El TBP maniobró hasta el aparcamiento perfectamente iluminado. El guarda dijo gritando:
—¿Puedes decirle por radio a los imbéciles de los guardias que se han dejado la puerta ab…? —Ocho tiros en la cabeza disparados desde una de las escotillas del TBP con una pistola Ruger Mark II.22 con silenciador hicieron que callase antes de acabar la frase.
Un soldado de la resistencia salió del TBP y corrió hasta la cabina del vigilante. Volvió con una bandeja de madera repleta de llaves numeradas; cada una tenía un número de identificación asignado. A continuación, el mismo soldado recorrió la doble fila de vehículos mientras dejaba caer de tanto en tanto un juego de llaves enrollado en un pañuelo blanco delante de un TBP o de un tanque. Cuando lanzó el llavero de madera al suelo junto a la verja, el TBP de la milicia escupió dieciséis soldados, todos cubiertos por cascos de CVC. Por parejas corrieron hasta seis de los TBP BTR y dos de los tanques M60. En menos de un minuto habían abierto las escotillas de los vehículos y los candados que bloqueaban los paneles de control. Se oyó el sonido de un silbato y casi todos se pusieron en marcha de forma simultánea. Dos de los TBP no arrancaron porque no tenían batería.
El horizonte empezaba a clarear visiblemente. Espoleado por el sonido de los motores de los vehículos capturados, el resto del equipo de asalto entró en acción. Un cordón de detonación abrió limpiamente huecos en las vallas traseras. Una lluvia constante de misiles LAW y RPG, disparados desde el tejado de una biblioteca cercana de cinco plantas, empezó a impactar en ambos barracones. Al mismo tiempo, siete francotiradores expertos comenzaron a disparar a los objetivos que se presentaban en los alrededores y en el interior de los dos edificios.
Los vehículos de transporte blindado y los tanques abandonaron el aparcamiento y se separaron. Desde los TBP empezó una descarga espesa de fuego de 12,7 mm y 14,5 mm. Esporádicamente, las metralletas principales de los tanques M60 también abrían fuego.
Los dos edificios fueron ampliamente acribillados. La mayor parte del fuego se concentró en los extremos de los edificios, donde estaban las armerías. Tras un minuto de fuego continuo, una bengala de paracaidista de color blanco voló cielo arriba disparada desde el «caballo de Troya». Una compañía fuertemente reforzada de sesenta y cinco luchadores de la resistencia, todos con faja azul, salió disparada desde un edificio escolar situado al otro lado de la calle hacia la entrada de los barracones, que estaba abierta. Al mismo tiempo, otros sesenta, también vestidos con fajas, cargaron a través de las brechas abiertas en las vallas traseras. Los tanques y los TBP dejaron de disparar. La infantería de la resistencia penetró en los barracones y se hizo con el control de las armerías y las oficinas de mando. Hubo más bien poca resistencia organizada. Los soldados federales se habían visto totalmente sorprendidos por el asalto. La mayoría estaba durmiendo cuando empezó el tiroteo.
Pese a que la mayor parte de los federales guardaban sus armas de mano cargadas en un extremo de las literas, el resto de lanzamisiles y de armamento pesado estaba fuera de su alcance, encerrado en las armerías. Los asaltantes condujeron a los federales a las cafeterías. Solo unos pocos federales dispararon a la milicia mientras esta despejaba el edificio. Aquellos que lo hicieron fueron abatidos rápidamente. Tan solo hubo tres milicianos muertos y cinco heridos en la toma de las antiguas residencias.
En total, capturaron a cuatrocientos cuarenta y dos soldados. Los federales tuvieron cincuenta y tres heridos, muchos de ellos graves. Los milicianos también hicieron prisionero al comandante del Cuerpo junto con todos sus asistentes. Más de ochenta federales murieron en el asalto, la mayoría a causa del tiroteo previo a la intervención. Para cuando el sol se arrastraba sobre las colinas del este, la batalla y los disparos ya se habían extinguido.
El plan operativo original ordenaba que la ocupación de los barracones no excediera la hora de duración. Durante ese tiempo se registraron sistemáticamente los edificios en busca de logísticas útiles y mapas y papeles que pudieran contener información de inteligencia que pudiese resultar valiosa. Una un par de camiones de dos toneladas y media se arrimó contra los edificios para cargar el material capturado. Cuando las milicias estaban preparándose para partir y «fundirse con las colinas», comandantes de unidades federales cercanas empezaron a llamar uno tras otro a través de los teléfonos de campaña para consultar las condiciones de la rendición.
En un primer momento, Matt Keane pensó que las llamadas eran una treta.
—¿Quieren saber cómo se pueden rendir? Pero si nos superan en número. Esto es una locura. Deberían de estar machacándonos ya mismo.
Mike Nelson negó con la cabeza y dijo:
—No. Piensa un poco, Matt. Ya no cuentan con cuartel general ni con un comandante que esté al mando. Hemos decapitado a la serpiente. Esta es una ocasión de oro para las unidades subordinadas, pueden rendirse sin problemas. Probablemente llevan tiempo esperando una oportunidad así, y esta es la mejor que les podíamos haber brindado.
Una vez que las dos primeras unidades de los Cuerpos se rindieron, prácticamente todas las demás, desde tan al norte como Coeur d'Alene y tan al sur como Grangeville, capitularon una tras otra. Un batallón de artillería presentó alguna resistencia: bombardeó la zona del campus y el centro de Moscow la misma tarde del asalto. Murieron docenas de civiles. Como las posiciones del batallón eran conocidas, una descarga de contraataque de MLRS no tardó en acallarlos. Después de eso, al igual que la mayoría de las unidades antes que ellos, enviaron su capitulación por radio o por teléfono de campo. Equipos de la milicia fueron enviados en TBP y en camiones a cada unidad para formalizar el proceso de rendición y desarme.
Al atardecer, Todd Gray recibió el honor de arriar la bandera de las Naciones Unidas en los barracones de Moscow y de izar la bandera de Idaho. Tras izar la bandera, se arrodilló y rezó en agradecimiento. Al ver esto, el resto de los milicianos y los federales desarmados lo imitaron. Fue un momento solemne y lleno de emoción.