«Nosotros, el pueblo de Estados Unidos, somos los dueños legítimos tanto del Congreso como de los Tribunales, con derecho no a derrocar la Constitución, sino a los hombres que la perviertan.»
Abraham Lincoln
Edgar Rhodes acababa de cumplir setenta y dos años cuando acaeció el colapso. Había perdido a su mujer hace dos años a causa del cáncer. Su único hijo, ingeniero eléctrico de profesión, se había ido a vivir a Brasil con su familia hacía ya diez años. Edgar se había quedado solo en su rancho. En el letrero en la puerta principal se podía leer «Rancho de la Radio», y lo cierto es que aquel cartel hacía justicia a lo allí existente. Había elegido el terreno unos cuarenta años atrás, en especial por su posición favorable en lo alto de una cadena montañosa. La parcela constaba de treinta y cinco acres sin salida alguna. El camino de acceso atravesaba dos propiedades vecinas hasta dar con la carretera del condado. Edgar apreciaba la privacidad. El rancho disponía de agua en abundancia (un gran manantial en la parte más baja de la propiedad), pero poco más. No había árboles ni demasiada tierra cultivable. Grandes piedras asomaban aquí y allá por toda la superficie del terreno. Pero a Edgar le gustaba su picacho. Decía que le daba «una buena vista sobre el mundo». Con el tiempo, cinco mástiles de antena fueron colocados en torno a la casa. La más alta, «su antena de rebote lunar», se erigía en lo alto de una torre de unos veinte metros de altura. También había antenas dipolo y antenas inclinadas dispersadas en varias direcciones a una distancia de la casa de hasta ochenta metros.
Edgar utilizaba un par de cilindros hidráulicos para elevar el agua hasta la casa. No eran demasiado eficientes pero al menos funcionaban. De los noventa litros por minuto que manaban del manantial, en la casa solo llegaban a salir unos quince por minuto.
Trece meses después de que los federales invadieran las colinas de Palouse, Edgar fue el destinatario de un paquete que jamás habría esperado. Una noche, a las once, unos nudillos en la puerta lo despertaron de un profundo sueño. Edgar se puso la ropa y las pantuflas y cogió su escopeta Belgium Browning del calibre.12. Cuando estaba a punto de encender la luz de corriente continua del porche, reconoció una voz familiar.
—Edgar, soy yo, Vern —escuchó—. ¡No enciendas las luces! Necesito que me hagas un favor. Tienes que esconder un paquete. —Edgar sacó las pesadas barras que él mismo había construido por toda la altura de la puerta y la abrió con recelo.
—¿Qué asunto importante te lleva a venir aquí y despertarme a estas horas de la noche? —preguntó.
Fue entonces cuando pudo ver a su vecino bajo la pálida luz de la luna. Lo acompañaba una mujer. Ambos permanecían en silencio. Edgar les hizo un gesto invitándolos a pasar con la mano mientras decía: «Venga, entrad».
Vern y la mujer entraron a tientas en la oscuridad del vestíbulo. Después de pasar el pestillo de nuevo, Edgar encendió un enorme cirio con tres pábilos y lo llevó a la cocina. Vern y la mujer desconocida lo siguieron hasta la mesa, donde se sentaron los tres con la luz de la vela iluminándoles el rostro.
Fue entonces cuando Edgar reparó en el aspecto demacrado de aquella mujer; tenía la cara chupada, el pelo cano y los ojos hundidos. Debía de tener unos sesenta años y parecía asustada. Miraba todo el tiempo a Vern. Este empezó a hablar, mostrando su nerviosismo.
—Tengo que pedirte ayuda. Se llama Maggie. Se escapó hace tres semanas del campamento federal de Gowen Field. Ha ido viajando en dirección norte hasta llegar aquí, a los territorios controlados por los rebeldes. Yo no puedo alojarla. Apenas me da para alimentar a mi propia familia. Pensé que como estás solo y que comes bien pues que, bueno, ya sabes…
Edgar levantó la mano indicando a Vern que dejara de hablar.
—¿Sabes cocinar, Maggie? —le preguntó.
Ella asintió.
—¿Sabes coser?
Volvió a asentir.
—¿Sabes disparar un arma?
Asintió de nuevo.
—¿Sabes hablar, Maggie?
Entonces ella sonrió y dijo:
—¡Claro que sé hablar!
—¿Cuántos años tienes?
—Cincuenta.
—¿Cómo vas de fuerzas? Tienes un aspecto horrible, estás muy delgada.
—He perdido mucho peso, pero aún conservo algo de fuerza. ¿Me esconderá aquí?
—Por supuesto, señora —respondió Edgar con aplomo—. Aquí nadie me molesta. Los federales ni saben que estoy aquí. Aunque lo supieran, pensarían que soy un viejo loco eremita. Y si te pones a pensarlo, es posible que lo sea. Supongo que vendrán algún día y me confiscarán las radios. Pero mientras tanto, estoy tan lejos de la carretera del condado que nadie se va a dar cuenta de que hay otra persona viviendo aquí. —A Maggie se le iluminó la cara.
—Que Dios te bendiga —dijo en voz baja.
Vern se puso de pie y se despidió, dándole las gracias repetidas veces a Edgar Rhodes y abrazando a Maggie.
—Cuídame bien a nuestra pequeña amiga —dijo Vern mientras estrechaba la mano de Edgar. Después se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad. Edgar le preparó unos huevos revueltos a Maggie antes de irse a dormir y se disculpó por no tener té ni café.
—Ya me contarás todas tus aventuras mañana temprano —le dijo mientras la acompañaba por el pasillo al cuarto de invitados.
A la mañana siguiente, Edgar salió al porche en busca del equipaje de Maggie. No había rastro de él. Solo había traído unas pocas ropas en la mochila: un largo vestido gris casi andrajoso, un par de zapatillas de tenis desgastadas sin calcetines y un enorme impermeable verde de guardabosques. Mientras desayunaban huevos, pan de pita, miel y algunas lonchas de queso, Maggie contó su historia.
—Vivíamos en Payette. Mi marido había fallecido cinco años antes del derrumbe de los mercados bursátiles, así que me fui a vivir con mi hija y con su familia. Tres semanas después de que llegara el ejército y los administradores de la ONU, vinieron a por nuestra familia: mi hijo, mi yerno, sus dos hijos y yo. Tanto mi hija Julie como Mark, mi yerno, estaban con la resistencia. Intentaban reunir gente para organizar sabotajes. Probablemente nos delató alguno de los vecinos.
«Rodearon la casa a las seis de la mañana. Serían unos cuarenta. Dijeron que le prenderían fuego si no salíamos con las manos en alto. Se llevaron a Julie y a Mark esposados. Se llevaron las armas de Mark y su radio de banda ciudadana como «pruebas». A mí y a los niños nos concedieron cinco minutos para que recogiéramos algo de ropa, mientras nos vigilaban apuntándonos con sus Kalashnikov. Me registraron de nuevo y todo lo que yo había metido en las maletas y en el petate lo esparcieron por el jardín en busca de «contrabando». Se reían y me pegaban patadas mientras yo trataba de recogerlo de nuevo.
»Mark se lo recriminó a gritos y ellos amenazaron con matarlo. Al final, cuando lo hube recogido todo, lanzaron las bolsas a Ja parte de atrás de un camión del ejército y me esposaron junto a Julie y a Mark. Hasta a los niños esposaron. Todos íbamos atados con una gran cadena colocada a lo largo del remolque y que era tan grande que parecía una de las que sirven para sujetar las anclas de los barcos. Estaba soldada a ambos lados.
»Más tarde pararon a detener a otra familia, los Weinstein. Cuando los subieron al camión, la señora Weinstein tuvo una crisis de ansiedad. Para ella, debía de ser otra vez como el holocausto. Habían perdido bisabuelos y tíos abuelos en la época de la Alemania nazi. Revivir otra vez aquello fue demasiado para la mujer. Nos tuvieron unas quince horas en el camión sin darnos ni una gota de agua. Solo una vez pararon para que pudiéramos hacer nuestras necesidades, y lo tuvimos que hacer a la vista de todo el mundo. Nos pusieron un «doble cierre» en las esposas para no tener que ceñirlas demasiado, pero aun así dejaban en la piel unas marcas rojas espantosas. Al pobre Mark no le circulaba bien la sangre en la mano izquierda, pero los guardias no hicieron nada al respecto. Cuando finalmente le quitaron las esposas, tenía toda la mano hinchada. Seguramente le quedaron perjudicados los nervios de esa mano permanentemente. Gowen era un lugar horrible. Nos metieron en unos barracones con otras once familias. Al principio éramos unos cincuenta y nueve. Había una gran olla y con eso teníamos que cocinar lo que pudiéramos y como pudiéramos. Nos entregaban una ración semanal de patatas. De tanto en tanto, también nos daban alubias, pan o trigo. Pero nunca era bastante. Alguna lechuga podrida o alguna col nos llegaba en ocasiones muy especiales.
»Nunca tuvimos un juicio. Ni siquiera se mencionaba la posibilidad de que se celebrara alguno. Y cuando efectuábamos alguna súplica por nuestro confinamiento o preguntábamos cuándo nos liberarían, simplemente se reían de nosotros. A la mayoría de los adultos nos exigían trabajar. No era más que trabajo inútil. A otros los explotaban en los talleres. En Gowen, la industria más importante era la de botas. Julie trabajaba en eso, con un horario de once horas al día con un descanso de quince minutos para almorzar. Si no cumplía con su cuota de bordadura, le daban una paliza.
»Todos los días se llevaban a una o dos personas al interrogatorio; normalmente eran hombres. Cuando los traían de vuelta, uno o dos días más tarde, tenían un aspecto terrorífico. A veces, no podían ni caminar y regresaban ensangrentados; sangraban por el recto de tantas patadas que les daban. Hablaban de torturas: palizas, azotes, la picana. ¡Y los moratones, todos llenos de cardenales! Gracias a Dios, a mí nunca me llevaron; no creo que hubiera podido sobrevivir.
»Tres semanas después, vinieron a por Mark. Él se resistió. Le propinó un puñetazo a uno de los soldados belgas en toda la nariz. Creo que se la partió porque sangraba como un pollo descabezado. Le empezaron a dar de golpes antes siquiera de llevárselo. Y jamás volvió. Estamos convencidos de que lo mataron allí mismo.
»A algunas de las mujeres de más edad, como yo, nos dejaban salir a recoger leña entre las dos cercas. La cerca interior era nueva, y tenía una alambrada espantosa con cuchillas de afeitar. Pero la exterior era más vieja y encontré un sitio por el que la valla se había partido, en la base de un poste. La abrí un poco más y me escabullí hacia afuera. Sabía que si me veían fuera de la segunda cerca, dispararían a dar. Pero a esas alturas, poco me importaba. Quería salir de allí fuera como fuera. Julie a menudo me decía: «Mamá, si tienes alguna oportunidad de escapar, vete, ni te lo pienses». Me dijo que no me preocupara ni de ella ni de sus hijos. Así que me fui sin remordimientos.
»Caminé durante tres días, bebiendo de los estanques para ganado, hasta que me encontraron. Siete familias diferentes me ayudaron a esconderme y a seguir mi huida, en coche, en carro, e incluso a caballo. Todas esas familias han sido una bendición del cielo para mí. Y ahora, aquí me tienes.
—Aparte de tu hija y sus hijos, ¿no tienes más familia? —preguntó Edgar.
—No.
—Eres bienvenida, puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
Una semana después, Edgar tomó a Maggie como pareja de hecho.
Cinco semanas después de que ella llegara, Edgar cogió algún virus en la feria mensual de trueque de Moscow. Enseguida se recuperó, pero cuando Maggie se contagió y agarró la gripe, quedó deshidratada y débil de manera inmediata. Murió mientras Edgar dormía.
Edgar estaba convencido de que Maggie no pudo recobrarse de aquello debido a la malnutrición que arrastraba desde el campamento de Gowen. El cáncer se había llevado a su primera esposa, y los federales ahora le arrebataban a la segunda. Nunca se lo perdonó. Antes de conocer a Maggie, nunca había sentido deseo de unirse a la resistencia. Estaba de su parte, pero nunca había tomado partido activamente. Sin embargo, la inesperada entrada de Maggie en su vida y, sobre todo, la inesperada salida, le habían obligado a cambiar. El día que enterró a Maggie, empezó a hacer las maletas.
Poco tiempo después de entrar a formar parte de la resistencia, a Edgar se le puso al mando de la sección de Inteligencia de Señales, que había sido creada recientemente. Él tenía muchos años de experiencia en Inteligencia de Comunicaciones con el grupo de Seguridad Naval. Había sido destinado a la isla de Skaggs, en el extremo norte de la bahía de San Francisco. De inmediato, hizo buen uso de todo su bagaje. Los puestos de interceptación de mensajes, bien camuflados, se situaban generalmente en colinas bajas, en un radio de treinta kilómetros en torno a Moscow. Llevaban operando casi un año, de manera provisional, utilizando simplemente un par de escáneres multibanda de Uniden. Edgar tenía amplios conocimientos en Inteligencia de Comunicaciones, en ejercicios organizativos y contaba además con muchísimo equipo adicional, entre el que se incluían receptores de onda corta Drake e Icom, dos escáneres tradicionales, un par de transmisores microondas Gunnplexer, un analizador de espectro, tres grabadores de cintas de cásete y varias antenas personalizadas. Edgar tuvo a su cargo transformar el talante aficionado de la sección en una unidad de especialistas profesionales.
Edgar era cincuenta años mayor que la mayoría de los hombres y las mujeres de la sección, y estos lo trataban como a un abuelo adoptivo. Él se las daba de «viejo gruñón» y a los demás les encantaba. Cuando no había mucho trabajo, les entretenía con viejas cancioncillas que tocaba con su ukelele. Cantaba canciones pop de los años cuarenta como They Got an Awful Lot of Coffee in Brazil y Three Little Fishies. A los jóvenes de la resistencia los tenía enamorados.
El invierno después de que Edgar llegara, la sección se cobró su pieza más preciada de manos del Equipo Keane. Era un interceptor y buscador de radio-dirección Watkins Johnson portátil AN/PRD-11 de VHE Se lo arrebataron a los federales completo, con todo el juego de antenas H-Adcock. Utilizando los cálculos generados por microprocesador de los tiempos de llegada con la antena, el PRD-11 podía proveer líneas de orientación de señales VHF en un visualizador de tres dígitos. El Watkins Johnson podía también interceptar (sin el buscador doble) señales de alta frecuencia. Con esto solo se podían conseguir líneas de orientación, pero aun así era muy valioso para crear una perspectiva en el campo de batalla de la inteligencia. Las baterías originales selladas para los PRD-11 enseguida se consumieron, pero la destreza de los hombres del equipo en la base les permitió conseguir el voltaje necesario para el sistema utilizando baterías de automóviles. El resto del equipo era igualmente alimentado por baterías de automóviles, las cuales eran diligentemente llevadas a la base y devueltas a la ciudad para que las recargasen.
Con el tiempo, el equipo de interceptación acabó consistiendo en seis hombres y dos mujeres. Diseñaron tres turnos de interceptación de veinticuatro horas, con dos operadores por cada turno de ocho horas. Quien se encargaba del turno diario disponía de dos miembros adicionales del equipo. El primero era un integrador en campo de batalla que tramaba «las mejores estimaciones» posibles de las posiciones de las unidades enemigas en un mapa forrado de acetato. El otro era un «analista de tráfico» o «AT» que reconstruía las redes enemigas analizando los patrones de tráfico. El momento más importante del día para el AT era cuando cada mañana las unidades de los federales y de las Naciones Unidas pasaban lista a través de las redes. Como asistentes del equipo operacional había un cocinero a tiempo completo, tres hombres de seguridad, dos mensajeros adolescentes y cinco serpas, que llevaban alimentos, agua y baterías a la base.
La mayoría de serpas llevaban el equipamiento del ejército con bandejas para portar peso ligero; algunos pocos aún tenían que cargar con los viejos equipos de porteo de los años cincuenta. Todos los serpas menos uno se iban a dormir con sus familias a la ciudad.
La base de interceptación cambiaba de lugar unas seis veces al año. Esto requería, en cada ocasión, la ayuda temporal de unos treinta serpas y una docena de mulas de carga. Edgar y su equipo ponían mucha atención en no operar transmisor alguno desde la base: solo los receptores. A sabiendas de la capacidad de los federales para encontrar direcciones, lo último que querían es que les plantaran un micrófono. Todos los mensajes y los informes de inteligencia se remitían en notas manuscritas que eran enviadas por mensajero.
Además de generar informes de inteligencia, el equipo de Edgar era el encargado de proporcionar entrenamiento sobre Comunicaciones de Seguridad (ComSec) a los líderes de las milicias de la región. Edgar diseñaba cada clase según el grado de aprendizaje de la milicia. Una tarde, entre los alumnos de una de las charlas estaba Frank Scheimer, director ejecutivo de los Irregulares de las Marcas Azules. Edgar había oído que los milicianos tenían cierto número de radios capturadas, a las que no se les daba un uso adecuado.
Edgar situó a Scheimer justo enfrente de él y esperó hasta que este acabó de preparar su bolígrafo y su bloc de notas.
—No quiero aburriros con explicaciones superfluas sobre la teoría de propagación de ondas radiofónicas —empezó diciendo cuando vio que le prestaba atención—. Sería demasiado largo y además, al final, cuando acabe, os voy a dar un manual. Quiero que lo leáis bien, en detalle, y que me preguntéis cualquier duda antes de marchar mañana hacia vuestra área de operaciones. Es fundamental que entendáis las diferencias entre ondas terrestres y celestes, entre la modulación FM y AM, entre la zona de silencio y la distancia (mínima) de silencio, entre las distintas bandas de frecuencia y saber qué señales en esas bandas se propagan por la atmósfera. El manual también incluye instrucciones básicas de cómo utilizar el alfabeto fonético, los diferentes instrumentos de observación, etcétera.
»Así que estudiaros el manual bien y enseñádselo tanto a vuestros directores como a vuestros subordinados.
»Mi objetivo hoy es ofreceros una breve descripción del tipo de equipo que os podéis encontrar: el nuestro, el enemigo, y el capturado, y proporcionaros unas nociones básicas sobre seguridad en las comunicaciones para que no os maten ni reveléis información valiosa al enemigo. El acrónimo clave que hay que recordar es BPI: es decir, Baja Probabilidad de Interceptación.
«Empezaremos con el tipo de equipamiento. La mayoría del tráfico a larga distancia está en alta frecuencia. A una distancia mayor de treinta kilómetros, la mayoría de las altas frecuencias audibles se propagan en múltiples saltos por las distintas capas de la ionosfera descritas en vuestro manual. La calidad de la propagación de la alta frecuencia depende del ciclo solar. Ahora mismo, estamos saliendo de un pico del ciclo de unos once años, así que la alta frecuencia llega excepcionalmente bien. Lo más importante que hay que saber sobre la alta frecuencia de las ondas celestes es que para todo propósito e intención es invulnerable para la mayoría de radiogoniómetros tácticos. Esto es así porque las ondas llegan en incidencia casi vertical; es decir, directas desde la ionosfera. Con todo el material actual de radiogoniometría táctica de campo no se pueden obtener las líneas de dirección. Pero recordad, las ondas terrestres de alta frecuencia sí que pueden ser rastreadas, eso sí, solo a una distancia relativamente corta.
«Probablemente hayáis oído emisoras piratas de onda corta como Radio América Libre y el Informe de Inteligencia, que están entre 6955 y 7415 KHz por la noche y en frecuencias más altas durante el día. Y os preguntaréis por qué los federales no las cierran. Pues simplemente porque no pueden rastrearlas y no tienen ni la más remota idea de dónde se encuentran. Las señales provienen del interior del territorio rebelde, y los federales las interceptan vía onda celeste. Debe de estar volviéndolos locos. Por eso intentan bloquearlas con tanto ahínco.
«Antes del colapso, la Agencia de Seguridad Nacional tenía equipos muy sofisticados de rastreo de alta frecuencia en Fort Meade, y el Ejército contaba con un sistema similar llamado TrackWolf. Estaba fabricado por una empresa de Fremont, California, llamada TCI. Utilizaban sondas de sonidos de pájaros para juzgar las condiciones de la ionosfera, y unos algoritmos bastante complicados para darle sentido a las ondas celestiales de incidencia casi vertical. El TrackWolf, por ejemplo, dependía de dos emisoras exteriores a lo largo de una línea de fondo de mil quinientos kilómetros para generar pistas útiles de rastreo. Cosas ya de mucha complejidad. Pero, hasta donde yo sé, esos sistemas ya no funcionan hoy en día. Si existieran, los federales ya habrían utilizado lo que les queda de su morralla de fuerza aérea para sobrevolar el territorio enemigo y bombardear sus lugares de emisión.
»La mayoría del equipo bidireccional que nos podemos encontrar ahí fuera es de muy alta frecuencia. Ese tipo de equipo opera casi estrictamente en ondas terrestres (o en línea de visión) y es muy vulnerable a los rastreadores.
El director ejecutivo anotaba en su bloc:
O. Cel. Alta Frec. — no se rastrea
O. Terr. de Alta Frec. — ¡se rastrea!
Muy Alta Frec (siempre Terr.) — ¡se rastrea!
—Hay muchísimos walkie-talkies civiles por ahí. Evidentemente, las redes de repetidores de dos metros desaparecieron hace ya mucho tiempo, pero esas radios funcionan fantásticamente en línea de visión. Algunos walkie-talkies y muchos de los viejos equipos integrados son muy ágiles en cuanto a frecuencia.
El director ejecutivo ladeó la cabeza y parpadeó, ante lo que Edgar añadió a continuación.
—Salidas de fábrica, las radios de dos metros podían recibir desde 118 hasta 170 MHz, pero debido a las regulaciones de la Comisión Federal de Comunicaciones, solo podían transmitir entre 144 y 148 MHz. Sin embargo, antes del colapso, muchos radioaficionados modificaron ilegalmente sus talkies para transmitir en toda la banda desde 140 a 170. No era un trabajo especialmente complicado, se podía hacer recortando el diodo y reprogramando la memoria EPROM utilizando el teclado numérico de la radio.
»Lo de modificar la agilidad de la frecuencia se puede hacer con los modelos de ICOM, Yaesu, Kenwood, Alineo y Azden, por ejemplo, pero no con los últimos de Radio Shack. Esos malditos talkies de Rata-Shack fabricados a partir de los noventa no se pueden modificar recortando el diodo. Los diseñaron intencionadamente así para que las frecuencias no pudieran destriparse. Pero, bien, a fin de cuentas probablemente más de la mitad de los equipos antes del colapso sí que tenían esta libertad de frecuencias, y mucho más ahora que ya no hay Comisión Federal de la que preocuparse.
»Se pueden realizar ese tipo de ajustes también en algunas radios de banda ciudadana. Yo tengo una Cobra 148 que he modificado hasta 26,815 MHz y hasta 28,085 MHz. Muchos de los modelos posteriores tienen componentes de tecnología de montaje superficial y, por tanto, no pueden modificarse, pero con los más antiguos sí que se puede, y además es relativamente fácil. Cuando se opera fuera de banda, uno puede encontrarse problemas respecto a la longitud de la antena y a la sintonización.
»Las antenas, obviamente, están optimizadas para cierto tipo de longitud de onda. Cuando se sube o se baja demasiado en el arco de frecuencia, se puede tener una razón de onda estacionaria demasiado alta; a veces incluso de 1,3 a 1. Eso se acentúa cuando se utiliza en movimiento (desde un coche, por ejemplo), porque uno ya solo emplea de entrada un cuarto de onda o menos. Incluso con una razón baja de onda estacionaria, la cosa funcionaría, pero no con tanta eficacia. Una cosa hay que tener en cuenta: si se va a operar fuera de banda, nunca hay que usar un amplificador lineal. Con una razón oscilante, es fácil quemar el amplificador lineal. Eso es difícil que le suceda a nadie en la situación en la que estamos. La cuestión fundamental es mantener la firma electrónica lo más pequeña posible. Hay que operar con el mínimo de potencia efectiva; hoy en día, lo contrario sería un suicidio. Acordaos de mantener la potencia de radiación en lo más bajo.
»En cuanto a la banda ciudadana, deberíais intentar localizar una Uniden President HR 2510. Es una radio de radioaficionados que puede modificarse para transmitir y recibir en alcance de banda ciudadana. Se puede llegar con esto desde los 26 hasta los 30 MHz. Tiene un contador de frecuencia que se puede sintonizar bien hasta los 10 kHz. Como podéis comprobar, la banda ciudadana es un animal de costumbres propias. Habrá algunos pocos canales ya inutilizados de negocios, como el 27,195 MHz, entre el canal 19 y el 20, que vuestra banda ciudadana convencional no podrá alcanzar. Tampoco podréis recibir frecuencias fuera de banda justo por encima y por debajo de los cuarenta canales convencionales. Esto nos concede posibilidades muy interesantes si se cuenta con el equipo adecuado. Existe un inconveniente, sin embargo: Uniden dejó de fabricar la HR 250 allá por el año 1992. Si se buscaba un poco antes del colapso, se podían encontrar nuevas o relativamente nuevas en tiendas de banda ciudadana. En aquella época, el precio oscilaba entre doscientos cincuenta y cuatrocientos dólares, es decir, no eran precisamente baratas. Solo Dios sabe dónde podríais encontrar alguna en estos días, pero mantened los ojos bien abiertos porque nunca se sabe. Cuando sintoniza al máximo, una HR 2510 puede llegar hasta los 35 W AM y a los 42 W en banda lateral única. Pero, repito, lo más importante es mantener al mínimo la potencia de radiación. Scheimer tomaba notas frenéticamente.
—Por otra parte, los teléfonos móviles pueden modificarse para utilizarlos como walkies en frecuencias fijas dentro de su banda convencional de 800 MHz. Y se puede jugar un poco también con walkie-talkies sin modificar. Basta con operar con desviación de frecuencias. Por ejemplo, la radio número uno se ajusta para transmitir en 144,9725 y recibir en 148,025. La número dos, justo al revés. Así, el oyente medio solo captaría la mitad de la conversación. El inconveniente sería, claro está, que solo dos radios, o equipos, podrían utilizar la radio activamente de esta manera, y los miembros de los equipos no podrían comunicarse entre ellos, ya que sus radios estarían ajustadas solo para contactar con el otro equipo. La cosa sería aún más interesante si se contara con una doble banda modificada. Por ejemplo, una Kenwood TH-79A, una vez modificada, tiene un radio básicamente entre 135 y 174 MHz y entre 410 y 470. La original de fábrica tenía unos específicos de transmisión entre 144 y 148 y entre 438 y 450 MHz. Así que si se juega a cruzar de banda, las dos partes de la conversación pueden estar separadas por casi 300 MHz. Es decir, no existe riesgo de dar con las dos partes de esa conversación.
»Otro truco es operar con la AM en frecuencias donde la FM es la norma. Alguien que escuchara en el modo FM solo oiría ruido e interferencias. Sin embargo, las radios de AM pueden ser sintonizadas en la señal FM, permitiendo que el detector del AM se enganche, en curva ligeramente inferior o superior, a las transmisiones en FM, lo cual proporciona una señal más o menos audible.
»En cuanto a la maquinaria civil, lo mismo digo. La mayoría del equipo táctico enemigo que os podéis encontrar será de muy alta frecuencia (VHF), lo que significa que funciona a línea de visión y que está modulada por frecuencia. Hay muchos saltos de frecuencia, pero por lo que hemos observado, todos son operados en frecuencia fija. Podríais encontrar también mucho material encriptado, pero hoy día tampoco se utiliza demasiado. Parece que se han perdido muchos conocimientos, porque cuestiones como la sincronización precisa desde una emisora de control de redes o la inyección remota de claves encriptadas, son cosas que ya no se ven en la mayoría de unidades. Muchas de estas unidades han nacido de la nada, así que gran parte de la memoria colectiva en los temas más arcanos de la alta tecnología se ha perdido.
»Además, son muy lentos cuando se trata de reemplazar sus operadores de instrucciones de comunicación electrónica, y en algunos casos, utilizan simplemente cifrado de transposición letra a letra. Supongo que se sienten invulnerables al descifrado, dado que cuentan con decodificadores secretos tipo El Avispón Verde. Pero cualquier niño de primaria puede destripar un cifrado de transposición. Todas estas cuestiones sobre el amateurismo juegan a nuestro favor. Porque como ellos utilizan las radios mucho más que nosotros, nosotros podemos tener una mejor perspectiva en cuanto a Inteligencia de Comunicaciones que los federales.
«Permitidme ahora contaros cómo podéis encriptar vosotros de una manera muy sencilla pero prácticamente indescifrable. Lo llaman el código del libro. Hay que conseguir dos copias de un mismo libro. Con una novela de las gordas, mucho mejor. Tiene que ser el mismo libro, la misma editorial y la misma edición, cuidado con esto. No sirven ni la Biblia ni un diccionario porque sería demasiado evidente y porque en un diccionario cada palabra aparece solo una vez. Primero, hay que hojear el libro y elegir las palabras que se quieren cifrar. Se escriben los grupos de números, empezando por el número de página, luego el número del párrafo, luego el de línea, y el número de palabras que hay en la frase donde está la palabra a cifrar. Si no se puede encontrar la palabra exacta, habrá que deletrearla, letra a letra, utilizando las primeras letras de las palabras seleccionadas. Se escriben todas en grupos de tres números. Entre cada grupo, hay que decir «corto». Así que una transmisión sonaría como: «202, 003,015, 003, corto. 187, 015,006, 018, corto», y así sucesivamente. Cuando se usa una palabra, se tacha, para no utilizar dos veces el mismo grupo de códigos.
»El único riesgo con los códigos de libro existe cuando un operador de radio, o una copia del libro, o simplemente el título de ese libro se revelan. Por esa razón, hay que cambiar de libro frecuentemente. También hay que instituir una lista de procedimientos operacionales «de alarma» que un operador pueda utilizar prudencialmente para hacerle saber a todo el mundo que ha sido capturado y está siendo obligado a transmitir bajo coacción. Antes del colapso, existía también el riesgo de que un código-libro fuera descifrado. Cabía la posibilidad de que la Agencia Nacional de Seguridad contara con un superordenador Cray para desvelar el código, ya fuera por la fuerza bruta o empleando las bases de datos de libros existentes. En aquellas circunstancias, yo siempre recomendaba utilizar como código-libro novelas poco conocidas, ya fueran autoeditadas o que estuvieran descatalogadas desde hace mucho. Pero en las circunstancias presentes os diría que los código-libro son relativamente seguros, con tal de que en ningún caso se reutilicen los grupos de códigos. —Tras una pausa, Edgar añadió—: No hace falta decir que, sea cual sea el sistema de cifrado elegido, cuando el libro del código cae en manos enemigas, se acabó la fiesta: van a leer todo el tráfico de comunicaciones del presente, del pasado y del futuro.
»Si lo que se hace es deletrear letras, en vez de dar la posición de las palabras completas, el que transmite ha de decir «lima» antes del grupo al que se aplique. Después de cada cinco grupos, hay que cambiar la frecuencia, manejando una tabla grande de frecuencias predeterminadas. El cambio tiene que ser claro, preciso. Hay que decir algo como «zas 22», o cambiar a una frecuencia de la tabla, a 146,3 megas, por ejemplo. De esta manera les será difícil transcribir la totalidad del mensaje encriptado y les será también muy complicado coordinarse con otras emisoras que traten de localizar el lugar aproximado desde donde se emite. La persona que transmite debe contar hasta diez para permitir al que recibe que resintonice su equipo; luego se continúa con los siguientes cinco grupos. No hay necesidad de que la persona receptora ajuste el micro para transmitir, a menos que haya de repetir alguno de los grupos. Por ejemplo, diría: «Por favor, repite otra vez los últimos cinco, zas 14», y resintonizaría. Cuando hubiera apuntado el mensaje, diría «Corto y cierro», y se descifra con el libro ya fuera de línea. Facilísimo.
»Los código-libro son parecidos a lo que los militares y los secretas llaman «libretas de un solo uso». Este tipo de herramienta se genera por ordenador, y los ordenadores existentes y que funcionen hoy en día son un bien escaso, así que lo mejor es un código-libro. Me imagino que si aún tuviéramos nuestros Macs y nuestros PCs podríamos usar Nautilus o PGP Fone y dejar a esos federales boquiabiertos.
»Los federales y sus colegas de Naciones Unidas poseen sistemas de interceptación mucho más elaborados que los nuestros, algunos de los cuales son móviles. Incluso hemos podido ver alguna de las viejas furgonetas de interceptación de la Comisión Federal de Comunicaciones. Su modus operandi es vigilar el espectro con un analizador, que es una caja que parece un osciloscopio. Cuando una señal de punta de lanza aparece en pantalla, sintonizan la frecuencia y escuchan brevemente para distinguir si es una señal de los federales, de la ONU, de tráfico civil o de la resistencia. Si la señal les parece significativa, envían un mensaje por «intercom» a alguien al mando de una consola de rastreo. Este operador sintoniza en la misma frecuencia y toma una línea de demarcación. Entonces lo envían por radio a otro centro de interceptación a varios kilómetros de distancia y obtienen una comparativa de las líneas de demarcación. Este «corte» de líneas se apunta sobre un mapa de acetato. Tres o más líneas de demarcación equivalen a un «fijo». Después de comparar el mapa con las localizaciones de las unidades de los federales o de la ONU, el comandante al mando puede autorizar una misión de fuego de artillería, o puede ordenar una patrulla a pie para que investigue. Si las cosas les salen bien, los federales pueden «rociar con acero» la zona casi de inmediato después de que la transmisión se haya emitido, aunque la transmisión no dure ni un minuto.
»Un fijo de tres líneas de demarcación genera una probabilidad de error circular de, más o menos, medio kilómetro. Y ese círculo (bueno, en realidad es una elipse) es perfecto para el fuego de artillería. En especial cuando usan armas de efecto en zona delimitada, es decir, los cohetes esos que se llaman… ¿cómo es? ¿M-S-L-R?
—MLRS. Sistema de lanzamiento múltiple de misiles —le corrigió el director—. También tienen algunos viejos camiones rusos lanzacohetes múltiples de 122.000. Los llaman Katushyas. No sé si habrá oído usted cómo ruge de cerca la batería esa de misiles. Suena como si se abrieran las puertas del infierno. Solo queda rezar que uno no sea el objetivo. Los federales llaman a esos misiles los eliminadores de cuadrícula.
—Sí, hay que hacer hincapié en que los cálculos de los federales tienen una eficacia al kilómetro sobre la cuadrícula del mapa —dijo Edgar, retomando la palabra—. Así que contando su capacidad para rastrear con la cuestión de los misiles, cualquier milicia que no utilice correctamente sus radios se está metiendo en un lío de los buenos. Por eso es tan importante la seguridad de las comunicaciones.
El director anotó en su libreta: «Interceptación = rastreo = MLRS = muerte». La conferencia continuó durante otra hora más, seguida por una serie de preguntas y respuestas. La mayoría de las preguntas de Scheimer trataban sobre el material radiofónico y el equipo criptográfico que sus Irregulares de las Marcas Azules habían capturado.
Más adelante, Scheimer apuntó en sus notas:
¡Solo transmisiones cortas!
Usar la mínima potencia para comunicar el mensaje.
Potencia más baja significa baja probabilidad de interceptación (BPI).
¡Cambiar frecuencias y señales de aviso a diario!
Nunca mencionar frecuencias ni canales de banda ciudadana aún encriptados.
Usar en cambio códigos breves, como "Zas 1" para 147,235 MHz y "Zas 2" para 142,370 MHz.
Crear una tabla amplia de cambios de frecuencia y cambiarla con regularidad. Utilizar desplazamiento de frecuencia para transmitir y recibir. Encriptar lo máximo posible. Frecuencias de banda ancha vs. de banda estrecha.
Utilizar grabadores de casete de distintas velocidades para crear transmisión "por ráfagas".
Usar antenas direccionales vs. antenas de látigo cuando sea práctico, para así incrementar el alcance con la misma potencia y una probabilidad más baja de interceptación.
Rebotar transmisiones contra elevadores de grano metálicos para confundir el rastreo del enemigo.
¡No transmitir desde un campamento!
Utilizar las radios capturadas y cintas de sesenta minutos con mensajes absurdos y códigos de grupos, en frecuencia fija, para intentar que el enemigo malgaste su muy sofisticada munición.;-)
Cada cinco minutos de transmisión moverse al menos un kilómetro.
No utilizar el mismo campamento dos veces.
Asumir que "todo lo que se dice puede ser usado en nuestra contra" por agentes del COMINT (Inteligencia de Comunicaciones). Una mejor antena es preferible a una mayor potencia, pues significa:
1) Menos potencia utilizada, por tanto, menor probabilidad de interceptación.
2) Mejor recepción y transmisión.
Los dos campamentos base de la Milicia del Noroeste se mantenían en contacto con un par de transmisores microondas donados a la resistencia por Edgar Rhodes. Los transmisores Gunnplexer utilizaban osciladores Gunn de 10 GHz y antenas parabólicas impermeables de aluminio de cuarenta y cinco centímetros de diámetro. Los dos sistemas los había construido Edgar unos cinco años antes del colapso. Rhodes había seguido algunos ejemplos del Libro de cocina Gunnplexer, de Richardson. Dado que los Gunnplexers transmitían en haces concentrados y a una frecuencia inusualmente alta, tenían una probabilidad de interceptación muy baja.
—Utilicé un oscilador de cristal armónico a 10 GHz para sincronizar por fase la salida de frecuencia de la Gunnplexer —explicó Todd Gray después de instalar por primera vez un sistema Gunnplexer en el campamento—. Sin eso, la Gunnplexer tiene una salida de frecuencia muy inestable. Pero con el seguimiento de fase, se aguanta a más o menos diez ciclos.
»Antes del colapso, mi primo y yo usábamos este equipo para comunicaciones a dos bandas de hasta trescientos kilómetros. Mi primo, antes del colapso, vivía en la parte norte de la Montaña de Moscow. Eso estaba como a unos ciento cinco kilómetros en línea recta de mi casa. Teníamos línea de visión, así que el enlace por microondas era casi perfecto. Podíamos comunicarnos con casi total claridad.