«El tiempo para guardarse de la corrupción y la tiranía es antes de que hayan hecho presa en nosotros. Es mejor mantener el lobo fuera del corral que confiar en ponerle bozal una vez dentro.»
Thomas Jefferson, Apuntes sobre el estado de Virginia
Todos los integrantes del grupo habían recibido información relativa al tanque Abrams. Meses antes, Jeff Trasel dio a la Milicia del Noroeste y a algunas de las otras milicias locales una serie de charlas informativas acerca de vehículos acorazados, con la ayuda de algunos de los libros de Jane y de algunos manuales del ejército, como el FM 17-15 Tank Platoon. Verlos de cerca ya era otra historia. A Todd le parecía que tenían un aspecto siniestro e inquietante.
—El tanque M1A1 Abrams era el principal carro de combate del ejército de Estados Unidos y del cuerpo de Marines antes del colapso. El M1A1 pesa sesenta y siete toneladas y media. Solo tiene once metros de largo, cuatro de ancho y un poco menos de tres metros de alto. Puede desplazarse a sesenta y siete kilómetros de velocidad con el regulador puesto, e incluso más rápido si el regulador está desconectado, tal y como hacen algunos conductores de tanque. No sé cómo son las cosas ahora, pero antes del colapso hacer eso era motivo de castigo disciplinario según el artículo 15. El tanque M1 puede trepar un obstáculo vertical de un metro veinte de altura.
»Cuando los primeros Abrams se pusieron en circulación, en 1983, llevaban cañones de 105 mm. A otras variaciones producidas a partir de 1986 (el M1A1) se les instaló un cañón M256 de 120 mm. El cañón más grande fue producto de la escalada de blindajes que se produjo durante la guerra fría entre la OTAN y los países de la antigua Unión Soviética. Como cada uno de los bloques reforzaba el blindaje de sus tanques, vieron la necesidad de instalar cañones cada vez más grandes para atravesar los nuevos blindajes. La carga de munición habitual es cuarenta proyectiles para el cañón y más de doce mil cartuchos de munición para las ametralladoras, principalmente las de tipo 7,62 mm de la OTAN.
»El blindaje del Abrams es espectacular. Las capas de blindaje Chobham están instaladas en el glacis y la torreta. Además de la capa principal de blindaje, hay otras metidas entre la torreta y el motor, y unos paneles de refuerzo especiales alrededor del compartimento de munición del cañón principal. Los M1 construidos a partir de 1988 cuentan con un blindaje que incorpora uranio empobrecido entre las capas Chobham. A estos modelos se les conoce como los M1A2. Supongo que pesan incluso más que el modelo M1A1, pero no he podido confirmarlo.
»Los tanques de la serie M1 están equipados con motores Avco Lycoming AGT 1500. Este motor de 1500 CV es el que le confiere al tanque su característico sonido parecido al de un aullido; cuando el viento sopla en la dirección adecuada el AGT puede escucharse por encima del ruido de las cadenas. Un aspecto interesante es que gasta la misma cantidad de combustible si va al ralentí que si avanza a ochenta kilómetros por hora campo a través. Con una sola turbina, consume siempre aproximadamente la misma cantidad de gasolina. No hace falta decir que los depósitos, cuando están a tiro, son siempre los objetivos más fáciles. Así que si tenéis la oportunidad, la mejor forma de detener a una sección de tanques M1 es destruir su infraestructura para repostar.
»Los M1A2 llevan mejoras tecnológicas tremendamente interesantes. Por ejemplo, tienen sistemas de navegación GPS, que estarán activados si los satélites a los que están conectados han permanecido en órbitas estables en los últimos cuatros años. También tienen un sistema digital de información entre vehículos, al que normalmente se conoce por las siglas IVIS. En caso de que no se lleve a cabo un buen trabajo de mantenimiento, es posible que los IVIS no funcionen, pero que sí lo hagan las radios de frecuencia modulada. Puede que a estas alturas los rastreadores láser tampoco estén operativos. También hay que tener bien presente la mira térmica del artillero y el visor térmico independiente del comandante. Las dos son capaces de detectar el calor. Están diseñadas para percibir el calor de los motores de los vehículos, pero también pueden ver el calor que desprende el cuerpo humano. Sin embargo, tengo la sospecha de que las miras térmicas no funcionarán, ya que los sensores que usan son muy frágiles y tienen una vida útil limitada.
»Aparte del cañón principal, el Abrams lleva una ametralladora de calibre 7,62 mm en montura coaxial, una ametralladora M2 Browning de calibre.50 para el comandante y otra ametralladora 7,62 mm, la M240, para el cargador. Normalmente, la tripulación del tanque está formada por cuatro personas.
»Los tanques pocas veces operan en solitario. Una única unidad resulta muy vulnerable y la infantería podría rodearla fácilmente, especialmente cuando se trata de espacios de terreno limitados. La sección de tanques es el elemento de maniobras más pequeño dentro de una compañía de tanques. Está organizada para actuar como si se tratase de un único elemento: consiste en cuatro carros de combate organizados en dos pequeñas secciones de dos tanques cada una. Los tanques normalmente acompañan a la infantería para asegurar la seguridad en el ámbito local. Durante las misiones, unos y otros se comunican a través de radios SINCGARS de VHE Las SINCGARS son radios que usan la técnica del espectro ensanchado por salto de frecuencia, pero en las circunstancias actuales, me juego el cuello a que están emitiendo en frecuencias fijas, y posiblemente sin encriptar.
»Cuando se parapetan en formación, usan los teléfonos de campo, especialmente si la parada tiene una duración de varias horas. Tenedlo en cuenta. Los tanques llevan cabinas de teléfono en la parte trasera para comunicarse con las tropas de infantería. Los soldados de infantería tienen teléfonos de campo digitales, más o menos parecidos a los nuestros, cuando se desplazan a pie, y cabinas de teléfono como las de los tanques cuando van en vehículos de transporte blindado de personal, en los M113, los M2 y los M3. No está muy claro el porqué, pero cuando el Ejército diseñó el tanque MI, a diferencia del viejo M60, se olvidaron de poner cable entre el panel de control principal en el interior, el AM-1780, y la cabina telefónica, así que la tripulación tiene que pasar un cable WD-1 a través de la escotilla del cargador o de alguna de las secciones de visión y unirlo a un teléfono de campo en la parte de atrás del tanque.
»El M1 tiene, al igual que cualquier otro tanque, algunas partes vulnerables. Cuando reciben disparos, por lo demás inofensivos, de armas de poco calibre, repliegan los visores térmicos para evitar que les alcance alguna bala. Eso limita mucho su capacidad de visión. En ese momento es cuando tienen más dificultades para conseguir objetivos, maniobrar en terrenos complicados o divisar a las tropas de infantería. Otra cosa a tener en cuenta es considerar que, pese a tener gran cantidad de munición, no sucede lo mismo con los visores. Cuentan con algunos de recambio, pero si disparáis ininterrumpidamente sobre ellos o los rociáis con espray, los dejaréis completamente ciegos.
»En el interior, los tripulantes llevan M-16 para protegerse de cualquier «crujiente». —Jeff vio las miradas de desconcierto de algunos de los oyentes y matizó—: Llaman así a cualquiera que vaya a pie. Tienen ese tipo de humor. Como es bastante difícil poder disparar un M16 a través de la escotilla de un tanque, normalmente solo cuentan con pistolas Beretta de 9 mm para poder hacer algún disparo contra cualquiera que se acerque, lo cual no es ni mucho menos la opción más adecuada. Una subametralladora más retaca, o una escopeta de corredera serían mucho más adecuadas.
»Cuando un tanque es rodeado por tropas de infantería, sus tripulantes suelen depender de las ametralladoras en montura coaxial de los otros tanques que forman la sección para poder quitarse de encima a los «crujientes». Es una cuestión de apoyo mutuo.
»Otro defecto en el diseño del M1 es que, a diferencia de sus predecesores, no tiene escotilla de escape por la parte inferior, como tenían el M48 y el M60. Sin embargo, a pesar de esos inconvenientes, el Abrams M1 es un hueso muy duro de roer.
—¿Cómo podremos detenerlos si tienen un blindaje tan fuerte? —preguntó Mary.
—Bueno —contestó Jeff—, tal y como decía Mike Carney en la onda corta: «alguna vez tienen que salir a mear». El mejor momento para destruir un tanque es cuando está vacío y estacionado en un cuartel o en una caserna. La otra posibilidad que tampoco está mal es cuando se encuentra en el campo de batalla, pero estacionado. Entonces cabe la posibilidad de deshacerse de algunos de los centinelas y ponerle una buena termita. Si están en movimiento, con varios tanques dándose apoyo y cargados con munición, más vale olvidarse del asunto a menos que se esté dispuesto a sufrir muchísimas bajas.
»Los cinco puntos más vulnerables de un M1 son: número uno, los paneles de almacenamiento de munición. Están en la parte trasera de la torreta. Suelen estar cubiertos con bolsas de red de camuflaje u otro material atado con una correa. Ese puede ser un factor que juegue a nuestro favor. Basta con llegar hasta la cubierta de atrás y echar una granada de termita entre las bolsas. Si están bien atadas, harán que la explosión se dirija plenamente hacia la torreta. No será muy agradable de ver.
»Numero dos: las celdas de combustible. En cada uno de los parachoques se aprecian dos tapas traseras. Hay que tirar de las anillas, abrir las tapas, dejar caer la granada en unos de los coladores y salir después corriendo como alma que lleva el diablo. Es mejor dejar las tapas abiertas para que se propague mejor. Si hay que elegir uno de los depósitos, el mejor es el derecho, ya que si el fuego no consume todo el tanque, al menos llegará a la caja de la batería y la de los circuitos electrónicos, que están justo al lado.
«Número tres: la escotilla del cargador; está a la izquierda de la torreta. Es la parte del tanque donde el blindaje es más fino.
»Número cuatro: la escotilla del comandante del tanque. Es relativamente delgada, al igual que la del cargador, y tiene un borde que impide que la granada caiga rodando si la escotilla está cerrada. Si por algún casual no está cerrada, hay que lanzar dentro una granada de fragmentación y disparar luego sin parar. Si los tripulantes del tanque son tan estúpidos como para llevar la escotilla abierta, no se merecen seguir con vida.
»Y cinco: la cubierta del motor, en el centro de la cubierta trasera. Es un objetivo muy grande y no está demasiado fuertemente blindada. En este caso también, una granada de termita podría atravesarla sin demasiados problemas.
«Ahora, recordad esto bien, chicos y chicas: si vais a destruir un M1 parado en el que no haya nadie dentro, no olvidéis subir, ponerle el seguro a la ametralladora M2 de calibre.50, y, a continuación, estirad de las dos anillas que tiene en el lado izquierdo y lleváosla a casa de recuerdo. Naturalmente, el modelo de ametralladora del tanque es algo distinta a la que se usa en tierra firme. No tiene empuñaduras dobles, y se recarga por el lado izquierdo. Tenemos unos amigos en los Maquis de Moscow, que poseen un par de bases para ametralladoras M2 y al menos un trípode de sobra. Así que estaría genial. Por supuesto, antes de pegarle fuego al tanque, intentad coger toda la munición que podáis. Y si contáis con el tiempo necesario, dependiendo siempre de las condiciones tácticas, exactamente lo mismo con respecto a cualquier otro tipo de material.
»Otro consejo: Si el comandante tiene la escotilla en posición «abierta-protegida» y el M240 del cargador está montado y tiene munición, coged la ametralladora, meted el cañón por el hueco de la escotilla del comandante y dadle bien al gatillo. Las balas rebotarán de maravilla en el interior de la lata y dejarán a la mayoría de la tripulación hechos un queso gruyer. También podéis hacer la misma operación con vuestras armas, pero si el gobierno provisional nos proporciona una ametralladora con su cinta de munición, ¿por qué no vamos a aprovecharla?
»Ah, que no se me olvide: hay dos pequeños orificios de carga, uno a cada lado de la estación de armamento del comandante, que van hasta debajo de todo. Si la escotilla del comandante está cerrada, podéis disparar a través de ellos.
»La mayoría de las técnicas que acabo de describir suponen tener que subir al tanque. Esto solo debe de hacerse si esos bichos están parados. Nunca intentéis subir a un M1 en marcha. Y lo mismo digo con intentar hacer de Tarzán y tratar de saltar o dejarse caer desde un árbol, o un paso elevado, o un saliente, u otro tanque. La próxima vez trataremos algunas técnicas para enfrentarse a ellos. ¿Alguien tiene alguna pregunta?
Bajo la tenue luz de la luna de una noche de julio, Todd observó los cuatro Abram aparcados al otro lado de la cuesta y recordó la pregunta de Jeff.
—Sí, Jeff. Una cuestión —se dijo en voz baja, ahora que ya era tarde—: ¿Cómo me acerco a uno de esos bichos sin que me mate? —Sigilosamente, volvió hasta el otro lado de la colina y consultó con los demás sin hacer ruido.
Poco antes de las dos de la mañana, Todd hizo un reconocimiento de la zona alrededor de los tanques. El pausado y sigiloso reconocimiento le llevó cerca de una hora. Curiosamente, no encontró tropas de infantería ni ningún centinela. Regresó para informar a los demás y para unir unas mechas más grandes a las granadas.
Los soldados que iban dentro de los tanques estaban dormidos. La campaña a través de los estados del oeste había hecho mella en las tropas, que se habían vuelto perezosas. Hacía tiempo que pensaban que la mayor amenaza a la que podían hacer frente sería un fusil de gran calibre, tipo Magnum H & M.375. Se rumoreaba que había habido ataques con balas de calibre.50, pero incluso esas balas rebotaban contra los M1. Lo peor que podía llegar a hacer una.50 BMG, con un poco de suerte y si se trataba de un tiro certero, era atravesar algún anillo de la torreta.
Los soldados del tanque no se molestaron en organizar una guardia, pese a que formaba parte de su SPOE. Solían decir siempre una frase: «Las SPOE están muy bien sobre el papel, pero luego está el mundo real». Menos cuando el tiempo era extremadamente cálido, los tripulantes de los tanques dormían «retraídos» con las puertas de balística cerradas. Como se sentían prácticamente invulnerables, algunos habían dejado la costumbre de colocarse junto a la infantería por la noche. Los soldados de infantería armaban mucho jaleo, a menudo les pedían comida y cigarrillos, y siempre los despertaban antes del alba para ponerse en posición. La opinión más extendida entre los soldados destinados en carros de combate era que la infantería lo que tenía que hacer era irse a paseo. Cada vez era más habitual que los tripulantes de los tanques prefirieran parapetarse ellos mismos.
Cuando pasaban exactamente diez minutos de las tres de la mañana, Todd, Mary y Jeff encendieron las mechas de ocho granadas de termita al mismo tiempo. Pusieron una encima de cada placa de refuerzo de los depósitos de munición y otra en la cubierta del motor de cada tanque. Les pasaron por encima largas tiras de cinta adhesiva que habían cortado con anterioridad y pegado alrededor de los pantalones. Con la cinta se aseguraban de que una vez la reacción de las termitas comenzase, las granadas no caerían rodando a causa de la fuerza desprendida por el metal al fundirse. Se alejaron caminando despacio los primeros metros y luego echaron a correr.
—Me siento como si fuésemos niños jugando a llamar a los timbres de las casas —le susurró Todd a Mary mientras dejaban atrás la cima de la colina y empezaban a bajar por la ladera posterior.
—Sí, y cuando abren la puerta se encuentran una termita —respondió Mary riéndose en voz baja. Después de correr unos metros más, añadió—: Menos mal que teníamos mecha adicional y pudimos alargar las que teníamos. Quiero estar bien lejos cuando estallen.
No dejaron de correr hasta que llegaron a una zona elevada y cubierta de vegetación que se encontraba a más de ochocientos metros de distancia.
Los sistemas Halón de supresión automática de fuego estaban desconectados en tres de los cuatro tanques. La tripulación los había inhabilitado porque en ocasiones se activaban de repente. En caso de haber permanecido habilitados, tampoco habrían servido de mucho. El óxido de hierro de las termitas proporcionaba el oxígeno necesario para la reacción. Las termitas era capaces de arder incluso bajo el agua.
La visión de los tanques ardiendo los llenó de satisfacción. Al cabo de unos pocos minutos escucharon las ensordecedoras explosiones de los proyectiles de 120 mm. Cuando se pusieron en camino hacia el punto de reunión, los cuatro tanques seguían ardiendo intensamente.
El Laron Star Streak verde tomó tierra en el prado y se dirigió a poca velocidad hacia la hilera de árboles al tiempo que daba algunos saltos a causa de lo irregular del terreno. Ian apagó el motor y se quitó las gafas protectoras.
—¡Necesito recargar munición y unos quince litros de combustible! —gritó mientras ponía el seguro en la palanca de disparo del M16. Doyle saltó del avión e incluso antes de que los demás salieran de los árboles, empezó a presionar los botones de los retenedores y a sacar los cargadores vacíos. Luego aflojó la palomilla de la puerta del recipiente de los casquillos y fue metiendo los de 5,56 mm y los cargadores vacíos en una bolsa de nailon de las que se usan para guardar el saco de dormir. Mary llegó corriendo con cinco cargadores con treinta cartuchos cada uno.
—Van mezclados, hay de tres tipos, igual que los anteriores —dijo tras respirar hondo.
Doyle metió los nuevos cargadores y tiró un poco de cada uno para asegurarse de que estuviesen bien colocados.
—Necesito que vayas y me traigas otros cinco cargadores sueltos. Así la próxima vez puedo aterrizar en algún claro y recargar yo mismo en vez de tener que venir hasta aquí. Mary obedeció sin perder tiempo.
Mientras iba y volvía, Doyle tiró hacia atrás la palanca de cargar el arma de cada uno de los cinco M16 y la soltó luego, con lo que los cartuchos entraron en la recámara. Luego dio unos golpecitos en la parte de abajo de cada rifle en el pulsador del «Forward Assist» con la base de la mano para asegurarse de que los cerrojos estaban bien colocados.
—¿Cómo ha ido, Ian? —preguntó Margie mientras echaba gasolina al depósito principal que había en la parte de atrás del fuselaje.
—Sorprendí a unos cuantos soldados en campo abierto y disparé a un par de Bell Hueys que había en tierra. Hice tres pasadas sobre ellos desde distintas direcciones. Fue a unos dieciséis o veinte kilómetros al sudoeste de aquí. Luego me quedé sin munición. Debían de ser unos veinte soldados. Seguramente dejé los helicópteros inutilizables. No es igual que lanzar una buena ráfaga con un Falcon, pero de todas maneras funciona. Lo tengo todo grabado en vídeo. Encendí la cámara justo antes de dar la primera pasada y la dejé encendida durante las siguientes dos. Con todo el subidón casi se me olvidó apagarla cuando me quedé sin munición y me tocó volver de regreso.
Mary regresó con los cargadores adicionales.
—Aquí están las últimas trazadoras.223. Están mezcladas, hay una de cada cinco en este lote —dijo mientras recuperaba el aliento y le pasaba los cargadores—. La próxima recarga que hagas será de balas normales.
—No pasa nada, Mary —contestó Doyle—. Me estoy acostumbrando a la forma de disparar de estas armas. Después de esta misión ya lo tendré completamente controlado. Si abro fuego desde doscientos metros a ochenta kilómetros por hora de velocidad, puedo ver cómo las trazadoras impactan justo donde quiero que lo hagan. Dentro de nada, ya no las necesitaré para que me ayuden a apuntar. —A continuación, pasó la mano por encima de las alas, el timón y el fuselaje en busca de nuevos agujeros de bala. No encontró ninguno. Doyle le entregó a Mary el saco con los casquillos de bala y los cinco cargadores vacíos e introdujo luego los cargadores adicionales en una bolsa de herramientas hecha de lona y la puso al lado de los pedales.
—Bueno, me tengo que ir —dijo en tono de broma—. Tengo que matar a una gente muy importante. —En menos de un minuto, había despegado y se alejaba en dirección oeste.
En ese mismo momento, el Star Streak de Blanca hacía un pronunciado giro, con el ala izquierda señalando hacia las copas de los árboles. Blanca enderezó después el avión e inició su tercer bombardeo. El convoy estaba formado por varios Humvees y por camiones de dos toneladas y media y de cinco toneladas que se encontraban ocho kilómetros al este de Moscow. Casi todos estaban a los lados de la carretera y los conductores intentaban aprovechar cualquier lugar para ponerse a cubierto. Blanca se concentró plenamente para alinearlos sobre el punto de mira improvisado y tiró de la palanca que accionaba el M60.
Calculó que en cada una de las dos pasadas anteriores debía de haber gastado unos doscientos cartuchos, así que todavía le quedarían unos quinientos más. A una velocidad de tan solo ochenta kilómetros por hora, tenía una posición muy estable y tiempo de sobra para darle una buena pasada a todos los vehículos del convoy Presionó los pedales del timón para mantener el morro de la nave alineado con cada uno de los camiones mientras estos se ponían delante de su punto de mira. Sonrió al tiempo que comprendía por fin el amor que Ian profesaba por las misiones de CAS. Aquello era realmente emocionante.
En la primera pasada les había aparecido por la espalda y había cogido por sorpresa a la totalidad del convoy. En la segunda, de oeste a este, concentró el fuego sobre los camiones que había en la parte más al norte de la carretera. Luego esquivó por muy poco el poste de teléfono que había colocado en la parte norte. En la tercera pasada, quizá de forma demasiado previsible, cruzó de este a oeste por encima de los camiones que había en la zanja del lado sur de la carretera. Blanca escuchó el sonido las balas contra el avión, y vio que aparecían desgarrones en el tejido del ala que había encima de ella. A pesar de los impactos, decidió terminar la vuelta. El rastro de las balas del M60 rebasó el último de los vehículos, y Blanca tiró de la palanca de fuego para ahorrar munición. Curiosamente, se percató de que el primero de los Humvees llevaba instaladas dos antenas, a diferencia de los demás, que solo tenían una. Se preguntó si eso significaría que se trataba del vehículo que dirigía el convoy. Tendría que preguntárselo a los especialistas terrestres cuando volviera.
Blanca ladeó el Laron bruscamente y empujó hacia delante el acelerador. La fuerza la impulsó hacia atrás en el asiento. Era el momento, tal y como su marido decía de forma tan expresiva, de «salir echando leches del área de operaciones». Tras el abultado número de impactos que el avión había recibido en su tercera pasada, era consciente de que no podía atreverse a acometer una cuarta. Mientras giraba en dirección norte, una bala de calibre.30 atravesó las dos paredes de la cabina y atravesó también la parte superior de las caderas de Blanca. Al principio, las heridas no eran muy dolorosas, pero lo que vio la asustó. Desde el primer momento, sangraban profusamente. La sangre salpicaba toda la parte trasera de la cabina. Se dio cuenta de que tenía que aterrizar cuanto antes o que, en caso contrario, se desangraría hasta morir. Tras medio minuto en el que cayó presa del pánico, consiguió ganar altitud, recuperó la orientación y puso el avión rumbo al Valle de la Forja. El acelerador seguía apretado al máximo, y pese a la poca altitud y la resistencia adicional del trozo de cubierta que faltaba, el avión alcanzó una velocidad de casi ciento treinta kilómetros por hora.
Blanca se rodeó las caderas con una bufanda muy larga que su madrastra le había tejido. Pensó que eso detendría un poco la hemorragia. Por lo menos, reducía las salpicaduras de sangre que estaban pintando de rojo su uniforme y sus gafas. Al mirar el ala izquierda y la derecha se quedó horrorizada al ver que muchos de los agujeros de bala se habían convertido en desgarrones. Un pedazo de tela de cuarenta y cinco centímetros de lado se agitaba frenéticamente en la parte inferior del ala derecha. Dándose cuenta del peligro, Blanca redujo a la mitad la palanca del acelerador, y disminuyó la velocidad a menos de ochenta kilómetros por hora. Mientras continuaba camino del valle, los desgarrones de tela continuaron ampliándose, y los controles del timón comenzaron a aflojarse. Pese a la disminución de la velocidad, los pedazos de tela seguían rasgándose, aunque a menor velocidad.
—Ay, ay, ay, ay, ay —murmuró cuando echó la vista atrás para contemplar las alas.
A lo lejos podía ver el principio del prado. Apretó los dos extremos del cinturón que la ataba al asiento, se santiguó y rezó tres avemarias. Después hizo descender el morro del avión y lo llevó hacia la izquierda en dirección al valle. El timón no respondió. Desesperada, apretó hasta el fondo el pedal izquierdo del timón e inclinó el mando de control hacia la izquierda, con lo que la punta del ala izquierda fue descendiendo gradualmente. De forma muy paulatina, el morro empezó a desplazarse hacia la izquierda. En el momento en que estaba colocada en dirección al prado, Blanca redujo el acelerador aún más, con lo que la velocidad de vuelo volvió a descender, y niveló las alas. Los controles del avión respondían de forma extraña. Cuando el avión rebasó el principio del prado, el motor empezó a ahogarse.
Afortunadamente, los Laron son aparatos indulgentes y la parada no fue del todo catastrófica. Blanca se dio cuenta de que estaba perdiendo altitud muy rápido y volvió a accionar el acelerador, pero ya era demasiado tarde. Con menos de un cuarto de la superficie de las alas, el Laron no lograba suficiente impulso, descendía a diez metros por segundo y empezó a entrar en pérdida. Cuando impactó contra el suelo, la hélice giraba a toda velocidad y aunque la velocidad de descenso era menor, la fuerza del impacto fue muy superior a la que el tren de aterrizaje estaba diseñado para soportar. Para empeorar aún más las cosas, y sin que Blanca se hubiese dado cuenta, una bala había agujereado la rueda derecha del Laron.
El Laron chocó contra la hierba y rebotó una vez. Blanca golpeó el acelerador a fondo. Con el segundo salto, la parte derecha del tren de aterrizaje se vino abajo. La punta del ala derecha se clavó en el suelo y el Star Streak dio una vuelta de campana en el suelo. El fuselaje se partió y los pedazos de tierra saltaron contra el revestimiento del avión. La punta del ala derecha se partió por completo. Blanca levantó las rodillas de forma instintiva. El avión seguía avanzando a veinticinco kilómetros por hora cuando volcó. El Laron por fin se detuvo tras trazar un semicírculo descendente.
Cuando llegaron los demás, todos pensaron que Blanca estaba muerta. Verla colgando de la cabina, inconsciente y cubierta de sangre era demasiado para Margie. Mary tuvo el suficiente aplomo como para coger su botiquín antes de echar a correr en dirección al avión. Lon y Todd sujetaron a Blanca mientras Mary cortaba los arneses con las cizallas de mango de color negro. No había momento para dudas, habían visto cómo la gasolina salía por un agujero de bala que había en el depósito. Rápidamente, la llevaron en volandas cincuenta y cinco metros en dirección al TAC-CP. Mary comprobó su pulso en la arteria carótida y le examinó las pupilas. A continuación, le cortó el material del ACU que rodeaba a las heridas que tenía en las piernas. Mary vio que tenían un par de centímetros de profundidad. Para su sorpresa, la hemorragia era bastante lenta. Tanto en la zona de entrada de bala como en la zona de salida se habían formado coágulos.
—Parece que las arterias más importantes están intactas —informó Mary. Luego le puso alrededor de las piernas cuatro vendas bien tensas, una en cada herida.
Mary decidió que, aparte de poco prudente, era innecesario moverla más, al menos por el momento. Envió a Margie a por su equipo médico y a por algo de agua. Unos minutos más tarde, Blanca volvió en sí.
—¿Qué? ¿Qué…? —dijo en español, mirando a Mary.
—Lo has hecho muy bien, muy bueno —le contestó esta mientras se ponía un dedo delante de los labios y le sonreía—. Ahora a descansar.
Blanca agachó la cabeza y sonrió. Luego dobló el cuello para ver el Laron destruido.
—Ay, ay, ay, —dijo riéndose—. No he calculado bien. Debería haberme dado cuenta de que iba a entrar en pérdida. El avión está destrozado, ¿no?
—Sí, pero el Señor te ha traído de vuelta —contestó Mary enseguida—. Te pondrás bien. Dios es el mejor médico de todos. Tú no te muevas y descansa.
Mary observó que la hemorragia prácticamente se había detenido y les pidió a Todd y a Lon que fabricasen una camilla. Los dos hicieron un gesto de asentimiento y salieron corriendo. Diez minutos más tarde regresaron. Llevaban consigo una camilla improvisada con dos ponchos enganchados a un par de pinos jóvenes. Con muchísimo cuidado levantaron a Blanca y la pusieron sobre la camilla. Acto seguido, la llevaron bajo la sombra que daban los árboles que había cerca del TAC-CP.
Mary comprobó su presión sanguínea y comentó que estaba «un pelín baja». El pulso estaba a ciento veinticinco pulsaciones. Para que la hemorragia fuera más despacio, le dio un poco de polvo de pimienta de cayena mezclado con agua. Blanca dijo que la cayena sabía fatal, pero se lo bebió todo. La hemorragia prácticamente se detuvo. Margie la ayudó a quitarle los pantalones del uniforme de combate, que estaban empapados en sangre. Tras prepararle el brazo, le puso un gotero de coloides. Para enganchar el gotero, insertó primero un clavo en uno de los pinos y lo colgó de allí. Mary explicó que como no sabía la cantidad de sangre que había perdido, era importante que su sangre se «expandiese». Cuando el gotero comenzó a entrar en su cuerpo, Blanca estaba dormida. Mary le frotó las manos con un cepillo empapado previamente en Betadine. A continuación, se puso unos guantes y limpió las heridas con Betadine. Todd y Lon levantaron a Blanca y pusieron un nuevo poncho debajo en el suelo.
Mary revisaba regularmente la respiración, el pulso y las pupilas. Tras examinar las heridas, decidió dejarlas abiertas para que se secasen.
—Coagulan muy bien ellas solas —comentó—. No es necesario suturar a menos que tuviese que mover las piernas. La tendremos muy controlada por si se producen más hemorragias, y si es necesario las cauterizaremos. De momento, yo solo pondría unas vendas empapadas en solución salina sobre las heridas por donde han salido las balas. Lo mejor es dejar varios días que se vayan drenando. Teniendo en cuenta la experiencia con la herida de bala de Rose, yo diría que tendrán que pasar tres o cuatro días antes de hacer la sutura.
Blanca estaba perfectamente consciente mientras Mary le ponía las vendas. Le colocaron una mosquitera para mantener a las moscas alejadas de las heridas. Mary se quedó a su lado otras tres horas. Cada cierto tiempo, pasaba por debajo de la mosquitera y le comprobaba el pulso, la respiración y la presión arterial. Después de que se consumiesen tres frascos más, cerró el paso del gotero.
Mary hizo una tabla en su cuaderno, apuntó sus signos vitales y después se fue a su tienda a descansar. Margie la relevó en la vigilia. Recibió indicaciones para que apuntara cada quince minutos los signos vitales y comprobara si se producían nuevas hemorragias. En caso de que se produjesen hemorragias o si Blanca se despertaba, debía ir y despertar a Mary.
Las últimas horas del día las dedicaron a recopilar todas las piezas del Laron que pudiesen ser de utilidad. La más importante era el M60. Por suerte, aparte de algunos rasguños en el tapafuegos y de la mira delantera, que se había doblado un poco, la ametralladora no había sufrido ningún daño. La desatornillaron del armazón y la llevaron al TAC-CP. La Mini-14 GB de Blanca estaba fuertemente adherida con cinta de velero, con lo que no sufrió ningún desperfecto grave más allá de algunos rasguños en la empuñadura de plástico negro.
La cámara de vídeo del avión seguía funcionando. La cámara había seguido grabando desde que Blanca había sobrevolado sus objetivos por vez primera. Tres días después, cuando rebobinaron la cinta, descubrieron que estaban grabadas las pasadas que Blanca había realizado en las cuatro misiones anteriores, así como las de esta última. La diferencia era que en la última parte de la cinta había quedado grabado también el vuelo de regreso y el accidente. Incluso se veía un plano bocabajo de Mary, Todd y Lon acercándose corriendo al avión estrellado. Vieron la cinta varias veces, por medio del pequeño monitor que tenía la videocámara.
—Es una pena que ya no exista Vídeos de Primera —dijo Mary al verlo—. Seguro que este ganaba.
La antena y los auriculares de la pequeña radio ICOMVHF habían sido arrancados, pero el resto del aparato parecía intacto. Para sorpresa de todos, cuando Todd desconectó los mandos, se escuchó una señal estática.
—Fabricado a prueba de golpes —dijo Todd riéndose. Todas las cosas de valor fueron retiradas de los restos del avión, incluso los casquillos y el combustible que había en el depósito.
Tras desatornillar lo que quedaba del ala derecha y el ala izquierda, que estaba intacta, Todd y Lon pudieron levantar el avión del suelo. A los dos les sorprendió lo poco que pesaba. A continuación, ayudados por Jeff Trasel, soltaron el timón, que estaba hecho trizas, y se lo llevaron junto a la hilera de árboles que había en dirección sur. Acto seguido, hicieron lo mismo con las dos alas. Transportar el fuselaje era más sencillo de lo que Todd había pensado. Lon lo levantaba del lado derecho, por lo que quedaba del tren de aterrizaje, y Todd empujaba desde atrás. Lo llevaron rodando hasta meterlo tres metros en el interior del bosque. Media hora más tarde, había colocadas dos redes de camuflaje encima de los restos del avión. A continuación, se pusieron a limpiar el M60 y a cambiar la mira doblada del cañón. Teniendo como referencia el otro cañón, que estaba intacto, Lon enderezó la mira con un martillo de latón y un par de alicates especiales. Después, procedió a limpiar exhaustivamente el arma.
Justo antes de que se pusiese el sol, Ian aterrizó con su Laron y lo condujo hasta el lugar donde solía esconderlo. Lon corrió a ayudarle a empujarlo en medio de los árboles y a camuflarlo. Cuando se enteró del accidente y de la situación de Blanca, Ian se quedó consternado. Al verla, sin embargo, sintió un considerable alivio. En ese momento, ella estaba durmiendo.
—Muchísimas gracias, Margie —dijo Doyle en voz baja.
—Yo solo estoy tomando algunas notas —contestó ella—. Es Mary la que la ha cosido. Dice que a menos que surja alguna complicación imprevista se pondrá bien en unas cuantas semanas.
Ian se sentó junto a su mujer, en el borde de una de las esterillas de marca Lamilite.
—Vaya día. Dios padre, gracias por protegernos —comentó. A continuación él y Margie leyeron juntos el salmo 34.
Blanca se despertó con dolores esa noche. Mary le dio algo de Tylenol y una taza de té bien cargado hecho con hojas de consuelda y dulcificado con algo de miel. Los dolores empezaron a remitir media hora más tarde. Mary incluyó una fuerte dosis de tetraciclina. Aparte de esto, le puso un ungüento de hierbas que había elaborado un mes antes, con caléndula, consuelda y aloe vera. Aparte de esto, le preparó una nueva infusión; esta vez, de equinácea y camomila.
La rutina fue poco a poco adueñándose de la vida en el Valle de la Forja. Cada tres o cuatro días, una patrulla salía a realizar una misión de reconocimiento, sabotaje o emboscada. Entre una patrulla y otra tan solo dejaban pasar uno o dos días. Las pequeñas hogueras para cocinar se encendían solamente durante el día. Cuando se hacía de noche, o bien Todd, o bien Mary, abrazaban al pequeño Jacob y rezaban con él mientras se iba quedando dormido. Las plegarias de Jacob siempre terminaban de la misma manera.
—Rezo para que toda la gente que conocemos y queremos estén contentos y sanos y no pasen frío y estén secos, bien alimentados, y libres y a salvo, y que su alma también se salve. Amén.