«La necesidad es la excusa para toda violación de la libertad humana. Es el argumento al que recurren los tiranos; es el credo de los esclavos.»
William Pitt, ante la Cámara de los Comunes
(18 de noviembre de 1783)
En los últimos días del mes de abril del quinto año, la Milicia del Noroeste quedó dividida, tal y como había sido planeado, en dos unidades geográficamente diferenciadas. Para evitar cualquier tipo de confusión entre la población local que estaba bajo su protección, los miembros que permanecieron en el refugio original formaron «la Compañía de Todd Gray», mientras que los que se mudaron a la casa de Kevin Lendel eran conocidos como «la Compañía de Michael Nelson». Una línea de este a oeste quedó trazada entre los dos refugios para dividir las zonas de patrulla. La Compañía de Todd Gray patrullaría así la mitad norte del sector, mientras que la de Michael Nelson patrullaría la mitad sur. A las compañías se les asignaron dos canales diferenciados en la BC a través de los cuales los parroquianos podrían ponerse en contacto con cada una de ellas.
El día 5 de mayo, Mary trasplantaba en el jardín unas tomateras jóvenes que había plantado unas semanas antes en el invernadero. Mientras cavaba metódicamente los agujeros correspondientes a cada una de las plantas, oyó en la distancia unos extraños ruidos de motor. Momentos después, se quedó estupefacta al levantar la vista y ver dos pequeños artefactos aéreos provenientes del sur. Dejó caer al suelo su pequeña pala, cogió el AR-15 y echó a correr en dirección a la casa. Antes de que entrara por la puerta, las alarmas de Mallory Sonallerts estaban ya aullando y todo el mundo se encontraba en estado de alerta vigilando las zonas de fuego que cada uno tenía asignadas.
—¿Alguien tiene idea de dónde han salido esos aviones? —preguntó Mary.
Jeff, que estaba sentado en la mesa de mando del cuartel, se encogió de hombros y estiró el brazo para desactivar el botón de alarma y apagar así el penetrante sonido de la sirena. El ruido de los motores se podía escuchar con más claridad ahora. Terry uso el TA-1 para comunicarse desde el POE.
—Van con hélices, llevan dos asientos, como si fueran un tándem. Me parece que va un piloto en cada uno, pero no se ve bien. Lo que está claro es que nos están sobrevolando. Que todo el mundo permanezca en su posición.
Los aviones dieron una segunda vuelta alrededor de la casa, a tan solo unos noventa metros de altitud.
—Un momento —dijo Todd desde la parte de delante de la casa—, parece que se están preparando para aterrizar. Sí, están aterrizando en el camino.
Los dos aviones aterrizaron uno detrás del otro en la recta que dibujaba el camino un poco más abajo de la casa. A Todd le sorprendió el poco terreno que los aviones necesitaron para tomar tierra y detenerse. Aparte del color, los dos aparatos parecían idénticos. Uno estaba pintado de verde oscuro y el otro de color habano. Todd escuchó el acompasado ruido de los motores mientras los aviones daban la vuelta e iban hasta la puerta delantera. Los dos aparatos se detuvieron enfrente de la puerta y apagaron el motor. Los pilotos levantaron las cabinas y se quitaron casi al unísono los auriculares. Las dos figuras, una de mayor estatura y otra más baja, saltaron de los aviones, vestidos con ACU con esquema digital y botas de color habano.
—Están pintados de verde oliva —gritó Todd lo suficientemente fuerte como para que todo el mundo en la casa pudiera oírle—, pero no tienen pinta de ser militares. ¿Os suena haber oído que alguien de la zona tuviese un ultraligero? —No hubo respuesta. Todd se quedó pensando un momento—. Ah, sí. Dan me dijo que Ian Doy le pertenecía a una asociación de ultraligeros. Ojalá Fong estuviese aquí. Seguramente él habrá visto fotos del avión de Ian. Me dijo que era pequeño pero que iba a toda pastilla, y me suena que dijo que llevaba dos asientos.
—¿Quién es ese Ian? —preguntó Rose.
—Es un viejo amigo de Todd y de Dan, de cuando iban a la universidad —contestó Mary—. Tiene mujer y una hija. Puede que sean esos de ahí.
Diez minutos más tarde, después de que un escuadrón se aproximara con mucho cuidado y siguiendo el método de ir cubriéndose los unos a los otros, Todd e Ian se dieron un abrazo.
—Caray, cuánto tiempo sin verte. ¿Qué te trae por aquí?
—Es una historia muy larga, Todd. Pero resumiendo, tuvimos que dejar la ciudad a toda prisa porque llegó un grupo muy grande de hombres muy malos. Aquello se puso peligroso, así que eliminamos a algunos de los primeros que llegaron, para intentar reducir un poco su número, y nos largamos. Tuvimos que preguntar varias veces en Bovill, pero ha sido relativamente fácil encontraros.
Todd le echó un buen vistazo al avión que tenía Doyle a su espalda, y se quedó mirando el encastre del ala, donde se podía leer la palabra «experimental».
—Ya me lo contarás luego todo con más detalle. Pero háblame de estos ultraligeros. Parece interesante.
Ian se dio la vuelta y pasó la mano por encima del fuselaje del avión pintado de color verde bosque que tenía a su espalda.
—Bueno, en primer lugar, desde el punto de vista técnico no son ultraligeros, pese a que compartan bastantes características en cuanto a lo que a diseño se refiere. Desde el punto de vista legal, se considera que estos trastos son experimentales ligeros. Los dos son Laron Star Streaks. El mío, nuevo, me costó un poco menos de treinta mil en la fábrica en Borger, Texas, en el año 1998. Para llevárnoslo a casa, enganchamos el remolque con el que me lo vendieron a nuestro Suburban. El Star Streak lleva un montón de artículos de serie: controles duales, una radio ICOM, un sistema de arranque y frenos eléctricos, tres posiciones de alerones y un juego completo de instrumental VFR. A este le añadí un navegador GPS y unos auriculares de reducción de sonido. En general, es como un avión para pobres, pero legalmente es un experimental ligero, ya que según la normativa de la FAA es demasiado pesado como para ser considerado ultraligero.
»Como lleva sellada la cabina, es uno de los mejores experimentales para hacer vuelos de larga distancia. De hecho, hubo un tipo que con un modelo similar de Laron voló desde Londres a Pekín, y luego escribió un libro sobre aquello. Como sabes, las principales ventajas de los ultraligeros y de los experimentales es que gastan muy poco combustible y que son capaces de aterrizar en un espacio extremadamente reducido (normalmente, en menos de setenta metros), y con una velocidad de pérdida de sustentación muy baja. El Star Streak, con el depósito vacío y sin carga, solo pesa unos ciento ochenta kilos. Otra ventaja de los Laron y de otros experimentales parecidos, y también de los ultraligeros, es que pueden funcionar con distintos tipos de gasolina aparte de la estrictamente producida para aviación. A los nuestros, por ejemplo, les puedes echar cualquier tipo de gasolina, hasta llegar a las de ochenta y cinco octanos. Ajustando un poco los chicles del carburador, creo que podrían funcionar también con etanol o con metanol. Por suerte aún no he tenido que intentar nada parecido.
Doyle se volvió hacia la esbelta mujer de tez aceitunada que estaba de pie a su lado. Debía de tener unos treinta y cinco años.
—Lo siento, me estoy embalando un poco. Esta es Blanca, mi mujer. Te escribí hablándote de ella. Como no nos vemos desde que estábamos en la universidad, no habíais tenido ocasión de conoceros.
La atractiva mujer, que llevaba un uniforme de combate del ejército (ACU) de camuflaje, le tendió la mano; Todd la estrechó con fuerza.
—Encantado —dijo Gray en español y con tono suave.
—Es un placer conocerle por fin, señor Gray —contestó ella con un acento muy delicado.
—Como te conté en mi correo electrónico, conocí a Blanca cuando estaba destinado en Hondo —continuó diciendo Doyle—. Aquello fue durante la época de Terry y los piratas; yo era teniente, me había sacado los papeles para volar ultraligeros hacía poco tiempo. Ella trabajaba como civil en las operaciones de vuelo en Tegucigalpa. Cuando la conocí, Blanca ya era una experta piloto de monomotores. Así que lo nuestro fue amor a primera vista, ¿eh, Conchita? —Blanca sonrió, se sonrojó un poco y bajó la cabeza hasta juntar la barbilla con el hombro.
«Intercambiamos el Laron de Blanca poco después de que el mercado de valores descarrilara —dijo Ian señalando el otro avión—. Se lo cambiamos a un viejo pesado que pertenecía a la asociación de ultraligeros de la zona metropolitana de Phoenix. Cuando lo compró, parecía una cometa. Nos contó que se había pasado dos años dedicándole todo el tiempo libre que tenía. Lo terminó en 1999. Tenía muy pocas horas de vuelo. Había estado guardado en un remolque sellado parecido al mío. Se lo cambié por una pistola Sten, un supresor de marca Nomex, un montón de cargadores y mil cartuchos de 9 mm. Fue un cambio justo, supongo; las subametralladoras sin registrar no crecen en los árboles. Los dos vimos la oportunidad que teníamos delante de los ojos. Él sabía lo que yo necesitaba y yo supe ver lo que le hacía falta a él. Yo necesitaba más capacidad de transporte y él más potencia de fuego. Le pregunté que cómo es que no planeaba largarse de Phoenix. Me dijo que su mujer se negaba a mover un pie de allí. Tenía toda su vida metida en su casa. Como no iba a poder salir de ahí, no necesitaba el avión, pero lo que sí necesitaba era un buen arma de autodefensa.
Doyle fue caminando hacia la parte de atrás del fuselaje, pasó hábilmente por debajo del ala y continuó hablando.
—Cuando van al ochenta por ciento de su capacidad, los Star Streak superan los ciento noventa kilómetros por hora, lo cual no está nada mal para ser un experimental ligero. Bueno, cuando estás acostumbrado a llevar un F-16 es como si fueras a gatas, pero a mí me gusta. Incluso la distribución de la cabina de mando se parece a la de un Falcon. Aunque no tiene un sistema de controles de vuelo por cable. Este modelo tiene un Hirth F-30 de 85 CV. Es una maquinita estupenda; hace muy poco ruido y casi no chupa gasolina: cuando va al ochenta por ciento de potencia consume solo unos dieciocho litros por hora. Lo único que diferencia a estos dos aviones son las hélices: el mío usa una compuesta de cuatro palas, pero el de Blanca lleva una de las más antiguas, con tan solo tres.
»El Hirth es un motor pequeño pero potente. En su configuración normal, consigue que los Laron asciendan a doscientos cincuenta pies por minuto con solo un hombre a bordo, pero tal y como va de cargado ahora va a mucha menos velocidad. En principio estos aviones se supone que tienen una capacidad de carga de doscientos veinte kilos. Me temo que cuando salimos de Prescott superamos ese límite. Entre la sobrecarga y lo elevado del aeropuerto, nos costó muchísimo despegar, al menos para tratarse de un experimental ligero, pero por suerte teníamos un largo tramo de carretera a nuestra disposición.
—¿Hay algún sitio donde podamos meter nuestros aparatos sin correr el peligro de que nos los roben? —preguntó Blanca, mientras miraba intranquila a su alrededor.
—Los meteremos en el granero de los Andersen —contestó Mary—, está aquí cerca, siguiendo el camino. Allí estarán a salvo. Esperemos que las alas quepan por la puerta. Dejaron un lado abierto para poder meter la cosechadora de marca New Holland. Tiene forma triangular. No hay nadie en la granja y el granero está prácticamente vacío. Nos dieron permiso para que lo utilizáramos. No os preocupéis, si los metemos en la parte posterior nadie los verá. Además, para mayor seguridad, el granero queda a la vista del POE que tenemos colocado en lo alto de la colina.
—¿POE? —preguntó Blanca, sorprendida.
—Perdona, Blanca, me temo que nos hemos acostumbrado a hablar con siglas, y no con las mismas de la fuerza aérea a las que estarás acostumbrada. POE es un acrónimo del ejército de tierra para Puesto de Observación y Escucha. —Mary señaló en dirección a la colina cercana y siguió explicando—: En realidad, y pese a toda la parafernalia, no es más que un agujero en el suelo. Si observas con atención lo podrás ver en lo alto de la colina. Desde allí hay una vista muy buena de toda la zona. Se usa para observación durante el día y para escucha cuando llega la noche.
En cuestión de minutos los aviones estuvieron metidos dentro del granero. Consiguieron que entraran con el motor encendido durante los primeros siete metros, y a partir de ahí los empujaron a mano.
Al entrar, las alas, que tenían diez metros de largo, cruzaron el umbral dejando tan solo cincuenta centímetros a cada lado.
—¿Cuántos bidones de gasolina lleváis ahí? —preguntó Mary mientras empujaba el primer avión—. ¿Hasta dónde podéis llegar sin necesidad de repostar?
—En principio, al ochenta por ciento de potencia, los Star Streak tienen una autonomía de unos quinientos diez kilómetros —dijo Doyle señalando la parte posterior—. El depósito principal tiene cincuenta y cinco litros de capacidad, pero les añadí unos depósitos adicionales a los dos aviones. No están conectados directamente al sistema de combustible principal. Hice una pequeña trampa e instalé un par de bombas de mano junto a los asientos delanteros, con unos manguitos extralargos. Para trasvasar combustible del depósito adicional al principal, solo hay que ponerse el trasto ese encima de la pierna y darle. Con los depósitos adicionales, la autonomía aumenta hasta setecientos sesenta y ocho kilómetros sin necesidad de aterrizar a repostar, y todo eso yendo con el máximo de carga posible. Si voláramos con menos peso, podríamos incluso llegar hasta ochocientos ochenta kilómetros.
Dejaron el avión de Ian a menos de medio metro de la pared del fondo del granero. Pasó lentamente por el hueco que quedaba entre el morro y la pared y cruzó al otro lado del avión.
—Ahora los dos van bastante más ligeros —dijo mientras se iba caminando—, ya que nos movemos con menos combustible, y además tuvimos que intercambiar algunas de las cosas que llevábamos para conseguir justamente eso, combustible. —Luego dio unos golpecitos con el dedo índice sobre el plexiglás y dijo—: Llevo estas latas de dieciocho litros enganchadas a los asientos de atrás, pero también están casi vacías. Aparte de la ropa, los sacos de dormir, las herramientas y los mapas aeronáuticos, la mayor parte del peso que llevamos a bordo proviene del combustible, el lubricante, la munición, el agua y las raciones de combate. Nada, las cosas más importantes. Ahora mismo entre los dos aviones no sumamos más de treinta litros.
—No os preocupéis por eso —intervino Mary—. Todavía tenemos mil quinientos litros de gasolina sin plomo estabilizada en nuestro depósito. Le queda un año o dos de vida útil, así que tenemos que usarla. Creo que llegan a los noventa y dos octanos, pero no estoy del todo segura. Tendré que preguntarle a Terry, que es nuestra jefaza de logística, pero ahora mismo está en el POE.
—No os preocupéis por vuestras cosas —dijo Todd poco después de que metieran dentro el segundo avión—. Esta tarde vendremos con la camioneta y lo llevaremos todo a la casa.
Antes de marcharse y dejar allí los aviones, Doyle sacó las ruedas delanteras de los dos aviones con una llave de tubo y las enterró entre algo de paja que había en el enorme granero.
—Sin estas, no podrán ir muy lejos —dijo. Mientras salieron del granero, Ian se colgó su MAC-10 con supresor al hombro. Blanca hizo lo propio con un Mini-14 GB plegable de acero inoxidable. A Todd no le gustó ver que no llevaban cargadores adicionales. Tomó nota mentalmente de que debía corregir ese fallo clamoroso.
Blanca se quedó desconcertada al ver cómo los miembros de la milicia caminaban con cuatro metros de distancia los unos de los otros.
—¿Por qué vais tan separados? —les preguntó riéndose.
—Es la fuerza de la costumbre —explicó Mary—. En caso de emboscada, es mucho más peligroso si vamos todos juntos.
Siguieron charlando amigablemente mientras caminaban de vuelta hacia la casa de los Gray. Una vez en su interior, Rose sirvió un almuerzo consistente en zanahorias crudas, rodajas de manzana untadas con mantequilla de cacahuete y algo de pan recién hecho. Después de comer, Ian y Blanca comenzaron a relatar su historia. Mary conectó la TRC-500 en el modo de voz para que Terry Layton, que estaba arriba en el POE, no se sintiera excluida.
Ian comenzó a hablar mientras masticaba un pedazo de pan.
—La escuadra de cazas 56 había comenzado su turno de rotación en Arabia Saudí. Dos años antes de la crisis habíamos pasado de escuadra táctica de entrenamiento a ser una escuadra táctica de combate. Yo me enrolé unos meses antes del cambio. En fin, cuando empezó todo el follón, como yo era el oficial de mantenimiento de la escuadra, me quedé en Luke, poniendo al día un montón de papeleo. También estaba haciendo una tontería de curso obligatorio que llevaba por título «Diversidad, sensibilidad y acoso sexual». El maldito curso duraba una semana entera. Tenía órdenes de unirme a la escuadra a finales de noviembre.
»Pero después, cuando los disturbios alcanzaron un nivel serio, se organizó un despliegue de emergencia de prácticamente la totalidad de los efectivos de la Fuerza Aérea que se encontraban en Estados Unidos. La idea se le debió de ocurrir a algún listillo de la Casa Blanca. Nuestra escuadra se desplegó en Hurburt Field, en Florida. Por Dios santo. ¿Os lo imagináis, los F-16 y los A-10 contra los saqueadores? Y luego hablan de usar una fuerza desmesurada. No sé qué hizo nuestro escuadrón después de eso. Estaba demasiado ocupado resolviendo mis propios problemas, como encontrar agua para mí y para Blanca.
—¿Y vuestra hija? —preguntó Mary.
La emoción ensombreció el rostro de Doyle.
—Linda no consiguió sobrevivir —contestó, endureciendo el gesto—. Murió hace cinco años. Estaba en Detroit, fue durante las seis semanas que pasaba todos los años con su abuelo y su abuela, con mis padres. Era la primera vez que era lo suficientemente mayor como para volar ella sola en un vuelo comercial. Blanca quería quedarse en casa para descansar un poco, hacer algunos pasteles e investigar algunas cosas en internet. La estábamos educando nosotros mismos, así que Linda no seguía el calendario escolar habitual. A Blanca y a Linda les gustaba ir a Michigan en otoño; disfrutaban mucho de las tonalidades maravillosas que hay en el paisaje en esa época.
Ian se detuvo un momento y se quedó mirando al suelo.
—Cuando nos dimos cuenta de la gravedad de la situación, la mayoría de los vuelos habían sido cancelados, y en los pocos que seguían volando era imposible encontrar plazas. Pensándolo ahora, lo que debería haber hecho sería haberme jugado mis galones, haber requisado un Falcon modelo D y haber ido a por ella, pero en vez de eso decidí ser más prudente y confié en que los disturbios no durarían mucho y que no se propagarían más allá de la zona centro de Detroit. También pensé que si las cosas se ponían feas, la colección de armas que tenía mi padre sería suficiente para detener a cualquier saqueador que intentara asaltar su casa. Me equivoqué. Recibí una llamada de una vecina que consiguió salir con vida de Detroit. Me contó que cuando mi padre abrió fuego sobre ellos, los saqueadores se volvieron como locos. Le pegaron fuego a su casa y los mataron a todos. Todavía no entiendo cómo pude ser tan estúpido. Podía haber salvado la vida de mis padres y de mi hija.
—No digas eso, Ian —dijo suavemente Blanca mientras le estrechaba la mano—. Ya no podemos cambiar nada.
—Lo siento mucho, Ian —dijo Mary con lágrimas en los ojos—. Lo siento mucho, Blanca.
—No sirve de nada lamentarse —murmuró Doyle mientras sacudía la cabeza—. En momentos como estos, lo único que uno puede hacer es tragarse la rabia y seguir adelante.
Todd rezó un momento en silencio. Después, levantó la vista hacia Ian.
—¿Qué ocurrió con toda la gente que había en Luke? —preguntó.
Doyle volvió en sí y continuó con la narración.
—Podríamos decir que se produjo una deserción en masa, por no llamarlo algo peor. Los comedores solo tenían unas reservas de comida muy limitadas, y nosotros solo contábamos con raciones de combate para contingencias a muy corto plazo. Estoy seguro de que las bases aéreas en el extranjero tenían mejores reservas, pero nunca nadie se imaginó que aquí, en el continente americano, pudiese producirse una interrupción en el suministro de comida.
»Ante la evidencia de que la comida no podría durar mucho tiempo, prácticamente todo el mundo empezó a desaparecer, y a llevarse consigo gran cantidad de material, gasolina y cualquier alimento que hubiese en la base. Las tiendas que había en la base, el economato y los comedores se quedaron absolutamente vacíos. Y cuando digo todo el mundo, me refiero a todo el mundo sin excepción. Del 56 de logística y del 56 de médicos no quedó ni un alma. Al cabo de tres días, incluso el grupo de apoyo al completo había desaparecido. Para cuando decidí hacer las maletas, Luke era una ciudad fantasma. En la base solo quedaban siete pilotos y alrededor de una veintena de miembros del personal de tierra. La mayoría de ellos solteros bastante jóvenes. Para aquel entonces, yo era el oficial de mayor graduación en la base. Me había convertido en el comandante de la base de facto. Convoqué una reunión y concedí a todo el personal que quedaba un permiso indefinido.
»Por desgracia, no tenía demasiadas opciones. No quedaba ni una sola nave en la pista de despegue, ni tampoco ningún vehículo militar. Tan solo había unos cuantos vehículos privados. Hasta los camiones de combustible habían desaparecido. Tenéis que saber que oficialmente, según los registros, la compañía contaba con doscientos diecisiete aparatos, en su mayoría modelos C y D de F-16. Estaban o bien de rotación en Arabia Saudí, o habían salido a hacer vuelos de emergencia que misteriosamente habían terminado por convertirse en misiones sin vuelta prevista. Al menos tres F-16 y un Lear habían sido descaradamente robados. No había registrado ningún informe sobre ningún plan de vuelo. Los cogieron y se largaron: echaron a rodar por la pista mientras se hacía de día y despegaron. No quedaba nadie en la torre de control para decirles nada al respecto. Esos cuatro eran los últimos aviones en condiciones de volar que quedaban en la base. Los pocos aparatos que quedaban eran algunas viejas aeronaves cuyas piezas se utilizaban como recambio para el resto de la flota.
»Tras hacerles el discurso de «caballeros, tienen ustedes permiso para marcharse», me pasé todo el día buscando combustible almacenado. Todas las latas de gasolina habían desaparecido de la base. Los únicos recipientes de cierto tamaño que pude encontrar fueron unos bidones, pero tuve miedo de que el fluido que quedaba en ellos pudiese contaminar el combustible, así que terminé gorroneando unas cuantas botellas de refrescos de dos litros de los contenedores que había alrededor. Esa noche fui conduciendo hasta casa con casi quinientos treinta litros de gasolina para aviones en la parte de atrás del Suburban. Ya nunca regresé a Luke.
«Vivíamos en un apartamento de alquiler en Buckeye, a las afueras de la base. La mayoría de los que vivían allí eran jubilados. Cuando llegué a casa, Blanca y yo estuvimos hablando. Decidimos aguantar unos cuantos días. Preparamos el equipaje, pero eligiendo el menor número de cosas posible. Era como uno de esos juegos del bote salvavidas. Si solo pudieras coger cinco objetos, ¿qué cinco objetos serían? El resultado fue que Blanca y yo tuvimos que dejar muchísimas cosas. La mayor parte del tiempo escuchábamos la radio en busca de noticias acerca de los saqueos. Para entonces ya solo un par de cadenas de AM seguían emitiendo. Las noticias que daban eran muy vagas, y ninguna era nada halagüeña. La mitad del tiempo repetían una y otra vez el mismo mensaje grabado del FEMA: «Mantengan la calma y permanezcan en sus casas. Muy pronto, el orden será restablecido». Menuda sarta de tonterías. En el mensaje incluso recomendaban llamar al 011 si veíamos que se estuviera llevando a cabo algún tipo de saqueo. Yo me reí y dije: «Sí, señor, eso haremos». Hacía ya varios días que habían cortado las líneas de teléfono.
«Nuestros vecinos más próximos tenían un escáner de la policía. Cuando había problemas, aquella era la mejor forma de estar informado. Durante esos días, los incontrolados le prendieron fuego a Phoenix y a Tucson. De verdad, aquello fue un caos mayúsculo. Cuando los saqueos comenzaron a propagarse hacia los barrios residenciales de las afueras, los dos estuvimos de acuerdo en que la idea de quedarse más tiempo en la zona de Phoenix tenía muy mal aspecto. Durante una luminosa mañana de un martes, sacamos los Larson de los remolques y enganchamos las alas y los timones en el jardín que había delante de nuestra casa. Tan solo nos costó unos quince minutos montar y preparar cada uno de ellos; teníamos mucha práctica, habíamos montado mi aparato para excursiones de fin de semana.
»Mientras cargábamos el equipo, la mayoría de los vecinos se quedaron mirando embobados. Algunos nos echaron una mano con el proceso de repostar combustible. A nuestros vecinos de enfrente les dimos los papeles del Suburban y las llaves del coche y de la casa. Les dije que podían coger todas las cosas que había dentro. Éramos perfectamente conscientes de que no íbamos a volver. Fuimos conduciendo por el césped hasta salir por el patio hasta la calle. Giramos a la izquierda, apretamos el acelerador y despegamos por la avenida Hastings. Algunos vecinos se pusieron a los lados para parar a los coches que venían. Para los jubilados, aquello debió de ser todo un espectáculo. Desde allí volamos directamente hasta Prescott, que está en el norte de Arizona. Teníamos planeado quedarnos en casa de mi primo.
»Mi primo Alex trabajaba como vendedor sénior para J & G Sales, una gran compañía dedicada a la distribución de armas con sede en Prescott. Como tenía este trabajo, me imaginé que estaría bastante bien preparado, al menos en cuestión de armas y de munición, y que por lo tanto podría conseguir cualquier otra cosa que quisiera por medio del trueque. Prescott es en parte una zona residencial, una especie de refugio para los pirados de las armas. J & G tenía allí su sede, Ruger tenía una fábrica, y había gran cantidad de artesanos especializados en la construcción de armas, cañones y culatas. Antes del colapso, había equipos de pocas personas que fabricaban a medida armas de gran calibre como Magnum Mausers. Armas que disparasen Big Rigbys de.416 y cosas por el estilo. La última vez que vi algo así estaban fabricando unas armas largas de H-S Precisión, de calibre más reducido, con cajas hechas de kevlar y grafito. Las vendían a cambio de otras cosas. Eran unos auténticos artesanos.
Prescott no es una ciudad muy grande, pero localizar a Alex no fue fácil, ya que los teléfonos tampoco funcionaban allí. Yo hice dedo desde el aeropuerto mientras Blanca se quedaba guardando los aviones. Hablando con sus vecinos, descubrimos que unos importantes banqueros de Tucson habían contratado a Alex como encargado de seguridad. Tenían un escondite bastante elaborado montado al norte de Prescott. En el complejo vivían cuatro familias. En un primer momento, no querían aceptarnos. Después, cuando vieron las armas y la capacidad de fuego de la que disponíamos cambiaron de opinión. Oficialmente, nosotros formábamos parte de la seguridad, al igual que mi primo. En ese sentido, y comparado con la mayoría de la gente, las cosas fueron fáciles para nosotros. Teníamos agua en abundancia y suficiente comida como para sobrevivir. Así que no teníamos ninguna prisa por marcharnos.
«Durante cuatro años apenas hubo sobresaltos. Tan solo un pequeño conflicto local, pero nada realmente reseñable. Después empezamos a escuchar historias acerca de una banda formada por convictos escapados de la cárcel y todo tipo de chusma que avanzaba lentamente en dirección norte desde Nuevo México. Algunos refugiados nos contaron que esta superbanda había surgido tras la fusión de dos bandas independientes. Lo que solían hacer era asaltar una ciudad, quedarse allí una o dos semanas, desplumarla entera y desplazarse después hasta la siguiente. Eran como una plaga de langostas. Cuando llegaron a la zona de Prescott ya eran más de trescientos. Según los rumores, al menos una de las dos bandas había estado utilizando este método de saltar de ciudad en ciudad desde el sur de Texas. Y ya tenían mucha experiencia acumulada.
»Cuando asaltaron Wickenburg, hice un vuelo de reconocimiento con mi Star Streak y desde luego lo que vi no me gustó. Arrasaron la ciudad a bordo de una enorme caravana de vehículos. Muchas de las casas estaban abandonadas; la gente que había tenido noticia de su llegada había preferido no estar allí para recibirlos. Si alguien les disparaba desde alguna ventana, inmediatamente incendiaban el edificio. Después iban de casa en casa, llevándose cualquier cosa que pudiese tener algún valor. Desde el aire alcancé a ver cómo arrastraban a algunas mujeres a la calle y las violaban sobre las aceras. Esa gente era la peor escoria que hay en el mundo. Me hubiera gustado ir al mando de un Falcon de combate en vez de un pequeño Laron. Les podría haber dado su merecido. Esos tíos eran unos auténticos salvajes. —Doyle se quedó callado durante unos instantes y luego añadió—: Me dispararon unas cuantas veces, pero cuando regresé no vi ningún agujero de bala en mi avión.
»Hace ahora tres semanas la banda iba camino de Agua Fría y atacaron el pequeño pueblo de Mayer. Cuando nos enteramos de que la banda había llegado a Humboldt, unas ochenta personas, la mayoría hombres, nos organizamos para llevar a cabo un ataque preventivo. Blanca, Alex y yo formábamos parte de la expedición. Sabíamos que Prescott iría después, porque siguiendo la carretera, estábamos tan solo a diecinueve kilómetros de distancia. Un muchacho navajo de unos trece años, que había escapado de Humboldt antes de que llegaran, nos hizo un diagrama del lugar. Se prestó voluntario para volver a la ciudad, reconocer el terreno y decirnos en qué edificios estaban los saqueadores. Resultó de gran ayuda a la hora de organizar la operación.
«Nuestro pequeño ataque no fue especialmente preciso, desde el punto de vista militar, pero les causamos bastantes desperfectos. Sabíamos que no podíamos matarlos a todos, así que decidimos que lo mejor era concentrarnos en los vehículos, en especial en los coches blindados y en los TBP. Atacamos al poco de dar las tres de la mañana; como los últimos tres kilómetros los hicimos a pie o a caballo, no repararon en nuestra presencia hasta que ya estábamos allí. Las casas que ocupaban tenían todas las luces encendidas, como si fueran árboles de navidad. Nuestro pequeño explorador navajo nos había dicho por adelantado en qué edificios estarían. Nos empleamos a fondo durante unos cinco minutos. Fue una cosa rápida e intensa, pero tal y como he dicho, les conseguimos hacer bastante pupa.
«Durante los dos primeros minutos contamos con una gran ventaja, porque la mayoría de los saqueadores estaban dormidos. Eso me hizo reafirmarme en mi idea. Era el único de la expedición que llevaba un arma con supresor de ruido. Cuando disparo mis Winchester Q-Loads, unos cartuchos subsónicos de baja velocidad, este trasto hace menos ruido que una pistola de clavos. —Doyle sostuvo en alto la pequeña Ingram MIO para que la vieran y desenroscó el supresor de marca Nomex—. Llamar «silenciador» a esto no es del todo exacto. Una lata de estas lo único que hace es amortiguar el ruido. El disparo se sigue escuchando, igual que si fuese un fuerte aplauso. Cuando lo reduces de verdad, prácticamente puedes escuchar el tableteo del cerrojo saliendo hacia delante con cada disparo.
Doyle volvió a enroscar el supresor de la MIO y la dejó en el asiento que había junto a la ventana.
—Perdonad, me estoy yendo por las ramas. Volviendo a lo de Humboldt… Tuve la oportunidad de abatir personalmente a tres de los centinelas, disparando con mi MAC en modo semiautomático. Puedo decir tranquilamente que después de lo que les había visto hacer en Wickenburg, aquello me hizo sentir bien. En un primer momento, los únicos que disparábamos éramos nosotros. Cuando los saqueadores salieron de la cama y empezaron a disparar también, la cosa cambió. Contaban con gran cantidad de armas automáticas, granadas y lanzacohetes. Al poco tiempo empezaron a barrernos. Antes de eso, sin embargo, habíamos quemado más de cuarenta vehículos con los cócteles molotov. Creo que acabamos con todos sus TBP y coches acorazados.
«Nuestro refugio a las afueras de Humboldt no estaba muy organizado que digamos. Del grupo que habíamos salido, solo veintinueve conseguimos regresar con vida a Prescott a mediodía. Un par de rezagados llegó al final de la tarde del día siguiente. De los treinta y uno que volvimos, tan solo tres habían sido heridos, y no se trataba más que de rasguños sin importancia. Por extraño que parezca, los cinco hombres y mujeres que iban a caballo volvieron sin sufrir ni el más mínimo daño. Los caballos tampoco recibieron ningún disparo. Una de dos, o tuvieron mucha suerte, o la caballería está volviendo por sus fueros. Mi primo Alex no regresó del ataque a Humboldt. —Ian sufrió como un pequeño sobresalto, y a continuación continuó—: Los saqueadores no aparecieron al día siguiente, ni tampoco al otro. Blanca y yo esperamos en el complejo, con el equipaje cargado en los Laron, los depósitos llenos y los aviones dispuestos para despegar.
»Llegaron a Prescott tres días después de nuestro ataque, parecían enormemente furiosos. Aparecieron poco después del amanecer. No parecía importarles cuántas bajas pudiesen sufrir; inmediatamente comenzaron a prenderle fuego a todos los edificios. Blanca y yo no esperamos a que llegaran a la parte norte de la ciudad. Casi toda la gente del complejo había ido a unirse a las barricadas o habían partido hacia las colinas. La mayoría de los que quedaban en el refugio se fueron con las dos familias que tenían caravanas que funcionaban con motores diesel. Tenían pensado ir a Flagstaff o más allá.
«Llegados a ese punto, pensamos que hombre precavido vale por dos, y también nos fuimos. Utilizamos una larga recta que el camino dibujaba cuatrocientos metros más al norte de donde estaba el complejo. Había despegado y aterrizado allí muchas veces durante los cinco años que habíamos pasado en el refugio. Cuando viramos un poco después de despegar, vimos que la mitad de los edificios del centro de la ciudad estaban en llamas. No nos quedamos para ver el resultado, pero me temo que los saqueadores se habrán hecho con el control de la ciudad. Aunque ya no les quedara ningún vehículo acorazado, eran muy superiores en número y en potencia de fuego.
»Aquel día volamos hasta Cedar, en Utah. Por sorprendente que parezca, en el aeropuerto aún les quedaban setecientos cincuenta litros de combustible para aviones. Estaban pendientes de la llegada de un camión procedente de Oklahoma que venía a reabastecerlos, así que estuvieron dispuestos a venderlo. Llenamos todos los recipientes que teníamos. Cambiamos toda esa cantidad de gasolina por veinte dólares de plata, mi pistola de bengalas Olin y cien cartuchos de 9 mm. Allí la gente era muy amable. Comparado con Arizona, se respiraba una gran normalidad, aunque también había algunas cosas extrañas. No paraban de hablar del «gobierno federal provisional», del «administrador regional» y de la «autonomía local». Parecía como si fuera un extraño mantra que todos habían aprendido recientemente. Resultaba bastante inquietante.
»Al día siguiente, volamos desde Cedar hasta Brigham, en la parte norte de Utah. Llevábamos una carta de presentación de una familia de Cedar para sus primos, que estaban a cargo del aeropuerto de Brigham. Allí también hablaban del nuevo acuerdo al que había llegado su «autonomía local» con los federales. Pasamos dos días allí. Nos hizo falta hacer tres transacciones por separado, pero al final conseguimos acumular ciento cincuenta y cuatro litros de gasolina. En total, cambiamos doscientos cartuchos de 9 mm de punta hueca, once dólares de plata, algunas herramientas y un multímetro Fluke. La mayoría era de bajo octanaje y una parte no estaba estabilizada y tenía un aspecto que daba bastantes ganas de vomitar. Se podían ver tiras blancas de esas ya por ahí flotando. Le puse una botella de Booster que tenía guardada, media botella de alcohol que absorbiera los restos de agua que quedaran y después recé un par de avemarias. Por suerte, aparte de algún chisporroteo que otro, la gasolina funcionó perfectamente, aunque yo no conseguí estar del todo tranquilo.
»A continuación, volamos hasta Grangeville, Idaho. Las praderas de Camas son muy bonitas. Preguntamos aquí y allá y sacamos otros ochenta y cinco litros de gasolina. A cambio, pagamos nuestros últimos diez dólares de plata, más otros ciento veinte cartuchos de 9 mm. No paraba de rezar por que estuvierais aquí sanos y salvos, porque estaba intercambiando nuestra munición y nuestra plata a toda velocidad. Fue una apuesta arriesgada, pero teníamos claro que no queríamos quedarnos en Arizona, y no teníamos ningún otro lugar adonde ir. La única otra opción posible habría sido ir a Show Low, Arizona, y unirnos a la milicia Cooper, la llaman también «la milicia Continental», pero no conocíamos a nadie personalmente. Habíamos oído que eran buena gente, pero siempre es raro intentar juntarse con completos desconocidos. Como ya he dicho antes, rezábamos mucho por que estuvierais aquí. En tiempos como estos, hay que tener fe en el Señor.
»Ayer por la mañana, volamos desde Grangeville hasta Bovill. La gente allí también ha sido muy amable. Por lo que nos dijeron, en todo el pueblo no les quedaba ni una gota de gasolina. Nos enseñaron unos mapas de carreteras y unos del Servicio Forestal, y nos indicaron cómo llegar hasta aquí. Despegamos de inmediato. Cuando llegamos y empezamos a sobrevolar, reconocí la casa por lo que Dan Fong me había contado. Por cierto, ¿Fong sigue con vida?
—Sí, ya lo creo. Está trabajando como sheriff, en Potlach. Es un pueblo que se encuentra a unos cuarenta kilómetros al noroeste de aquí.
—Tendremos que ir a visitarle un día de estos —dijo Blanca.
Todd y Mary estuvieron después durante una hora contándoles sus experiencias en los últimos cinco años. Todd acabó explicando cómo la mitad de los miembros del refugio se habían mudado hacía poco a la casa de Kevin Lendel. Rose Trasel, después de escuchar a los demás, contó también su historia, incluyendo el tiroteo y cómo había sido operada.
Después de la cena, Ian Doyle se acercó adonde estaba Todd.
—¿Os importaría que Blanca y yo nos quedáramos aquí? —le preguntó—. Los Laron podrían ser de gran ayuda a la hora de hacer las patrullas de reconocimiento. ¿Qué te parece?
Al final de la tarde del día siguiente, la propuesta fue votada por la Milicia del Noroeste. Un día después, comenzaron los entrenamientos tácticos.