21. Federales

«La diplomacia es el arte de decir "bonito perro" mientras estás buscando una piedra para lanzársela.»

Will Rogers

Una granjera, que vivía ocho kilómetros al oeste del refugio, comunicó por radio que había visto un avión bimotor volando a baja altura en dirección a Moscow. A la mañana siguiente, Roger Dunlap llamó para contarles que les habían llegado noticias procedentes de Moscow que decían que en ese avión iba un representante del gobierno federal provisional, y que esa misma tarde estaba previsto que diera un discurso en el aeropuerto de Pullman-Moscow.

La mayoría de los miembros de la milicia que capitaneaba Todd querían ir. Se metieron como pudieron en la parte de atrás del Power Wagon de Todd. Los Porter y los Nelson se quedarían guardando el refugio durante su ausencia.

De camino hacia Moscow, dejaron atrás a decenas de personas que iban a pie o a caballo en dirección a la ciudad. Conforme llegaron a uno de los lados de la terminal aérea de Pullman-Moscow, vieron aparcado en la pista de rodaje un Beechcraft C-12 de color gris del ejército de Estados Unidos. Doug les hizo ver a los demás que los depósitos adicionales de gasolina de color blanco que llevaba no se correspondían con el resto del avión.

—Esos depósitos deben de ser de un Beechcraft Super King Air —dijo por lo bajo—. Es el equivalente comercial de uso civil del C-12 del ejército. —Cuando comenzó el discurso, en la terminal del aeropuerto había reunidas más de cuatrocientas personas. El fresco aire otoñal era de los que despejaban a cualquiera.

El discurso corrió a cargo del «subsecretario de información», el señor Clarke: un hombre con algo de sobrepeso y la cara reluciente. Llevaba un traje hecho de poliéster y una pistola automática Savage de calibre.32 cromada en plata a la altura de la cadera. Comparada con su corpulenta figura, la pistolita resultaba bastante cómica. Junto a él, había un suboficial del ejército vestido con uniforme de piloto de camuflaje digital Nomex y un chaleco de supervivencia verde de nailon con bolsillo de cremallera. En una funda en el hombro llevaba una pistola Beretta M9 del ejército. Los dos hombres llevaban brazaletes color azul celeste con el logotipo de la Tierra y la corona de laurel correspondiente a las Naciones Unidas. Los dos estaban de pie en la escalera de la terminal, rodeados por una media circunferencia de gente alrededor. Clarke abrió el cuaderno de notas y empezó a leer un discurso impreso en una fotocopia de baja calidad.

—Este discurso ha sido escrito por el presidente Hutchings, presidente interino del gobierno federal provisional. Dice así: «Queridos conciudadanos. Estados Unidos de América está recuperándose lentamente de la mayor tragedia de su historia. Recientemente, un científico al mando de un equipo gubernamental me ha entregado un informe en el que se detalla la magnitud de la catástrofe. Algunas de las conclusiones de dicho informe son las siguientes: en los pasados tres años, alrededor de ciento sesenta millones de nuestros conciudadanos han muerto. La mayoría han perecido a causa del hambre, el frío y las enfermedades. Dentro de este último grupo, la epidemia de gripe que arrasó la Costa Este causó más de sesenta y cinco millones de muertos. Debido a la falta de antibióticos, la enfermedad campó a sus anchas hasta acabar con todos los posibles portadores de las zonas más pobladas.

»Se calcula que al menos veintiocho millones de personas han muerto como consecuencia de la violencia provocada por los incontrolados. Además, más de cinco millones han perecido a causa de complicaciones de problemas médicos ya existentes, como diabetes, hemofilia, sida y dolencias del riñón. Cientos de miles más han muerto por culpa de amigdalitis, apendicitis y otras enfermedades que habían dejado de ser mortales. La distribución de la pérdida de población va del noventa y seis por ciento en ciertas áreas metropolitanas del nordeste del país hasta menos del cinco por ciento en algunas zonas de las grandes llanuras, las montañas Rocosas, las regiones intermontañosas del oeste y el interior del noroeste. Solo unos pocos estados han logrado restablecer el orden, pero se están llevando a cabo grandes progresos.

»Como todos vosotros sabéis, la economía está completamente desorganizada aún. Los antiguos sistemas de transporte y comunicaciones han sido interrumpidos por completo. En los próximos meses, nuestra mayor prioridad será revitalizar la industria petrolera y las refinerías de Oklahoma, Texas y Luisiana. A continuación, pondremos todos nuestros esfuerzos en recuperar el fluido eléctrico en cuantas zonas nos sea posible. Gracias a la distribución de una gran cantidad de gasolina y gas natural y a la recuperación de la red eléctrica, confiamos en que se restablezca la producción agrícola y la actividad de gran cantidad de industrias vitales para la salud económica de nuestra nación.

»Desde aquí, desde Fort Knox, hemos emprendido la reconstrucción de unos nuevos Estados Unidos. Con la ayuda de las fuerzas de seguridad de otros países pertenecientes a Naciones Unidas, hemos pacificado ya los estados de Kentucky, Tennessee, Misisipi y Alabama. Pero aún queda mucho por hacer. Es necesario que volvamos a poner en pie a Estados Unidos desde el punto de vista económico. No podemos permitir que la economía vuelva a descontrolarse de la manera en que lo hizo. Nos aseguraremos, por medio de una política económica estricta, de no volver a vivir una crisis como la que hemos vivido. Será necesario que el gobierno central controle los salarios y los precios. Muchas industrias pasarán a ser propiedad del Estado o serán controladas por este, al menos en el futuro más inmediato. Unas razonables medidas de control sobre la prensa pondrán fin a los rumores infundados. Hasta que se restablezca el orden, las constituciones, tanto la estatal como la federal, quedan temporalmente suspendidas, y se establece la ley marcial en todo el país. El único centro de poder legítimo se establece aquí en Fort Knox. Solo a través de una planificación centralizada será posible la rápida y eficiente restauración del orden y la ley.

»Kentucky, Tennessee, Misisipi y Alabama están ya bajo el control de nueve administradores subregionales de las Naciones Unidas. Dentro de poco, mantendré una reunión con los administradores regionales y subregionales de la ONU de otras zonas que han restablecido el orden de forma independiente. Estas zonas son Maine, New Hampshire y Vermont, la parte meridional de Georgia, la mayoría del territorio de Texas, parte de Luisiana, la mayor parte de Colorado, el sudoeste de Oregón, todo Idaho, toda Utah, el este de Washington, todo Wyoming y la mayor parte de Dakota del Norte y de Dakota del Sur.

»Los administradores regionales de Naciones Unidas supervisarán las distintas tareas necesarias para la completa recuperación de la nación. Organizarán, por ejemplo, las fuerzas policiales regionales, que estarán directamente bajo su control. Supervisarán también el establecimiento de un documento nacional de identidad. Designarán como jueces a las personas que reúnan los requisitos necesarios para el cargo. Cada administrador regional contará dentro de su equipo con un recaudador de impuestos regional, así como con un tesorero regional que organizará el establecimiento de la nueva moneda nacional. Podéis tener la seguridad de que la nueva moneda está completamente respaldada por las reservas de oro de nuestro depósito nacional.

»Confío en que todos vosotros, conciudadanos, haréis todo lo que esté en vuestra mano para ayudar a vuestros nuevos administradores regionales y subregionales, a sus equipos y a aquellos que sean designados por ellos. Con vuestra cooperación, Estados Unidos recuperará rápidamente la grandeza de la que hizo gala en el pasado. Se expide en este día con mi firma, Maynard L. Hutchings».

—Este documento lleva el sello oficial del gobierno federal provisional —dijo Clarke una vez terminó de leer. Después, tras levantar la vista hacia los presentes, y con una sonrisa de oreja a oreja, dijo—: Tengo algunas fotocopias del discurso para aquellos de ustedes que estén interesados. Estaré encantado de hablar individualmente con cualquiera que tenga alguna pregunta acerca de cómo estamos llevando las cosas.

—Señor, me gustaría formularle mis preguntas ahora y escuchar sus respuestas en público —dijo en voz alta un hombre de pelo gris que llevaba una camisa Pendleton y un MAK 90 colgado a la espalda. Se quedó callado un momento y observó las caras de nerviosismo que había a su alrededor. Después, prosiguió—: Si le he entendido bien, nos acaba de decir que ese caballero, el señor Maynard Hutchings, es ahora el presidente de Estados Unidos.

—El cargo, para ser exactos, es «presidente interino».

—Sé muy bien lo que quiere decir la interinidad, señor Clarke. ¿Puede explicarme quién ha elegido a ese tal Hutchings?

—Fue elegido por unanimidad por el consejo del gobierno provisional.

—¿Y quién eligió a ese consejo?

Clarke miró ligeramente hacia un lado.

—En realidad no fueron elegidos —pronunció, adoptando un tono más oficial—. Fueron autoproclamados durante el periodo más crítico de la crisis. Se trata de hombres con una gran visión de futuro que percibieron la necesidad de restaurar el orden y que corrieron un enorme riesgo a título personal al actuar y hacer algo al respecto.

El hombre del pelo gris que llevaba el fusil de asalto volvió a tomar la palabra.

—¿Y exactamente… quiénes son los que forman ese consejo?

—Gente íntegra como usted, señor. Provienen de distintas profesiones y condiciones sociales. Hay dos banqueros, tres abogados, un funcionario del Servicio de Impuestos Internos, dos empresarios y un general del ejército.

—¿Quiere decir que unos cuantos amigotes se juntaron y decidieron que iban a formar el nuevo gobierno federal?

—Como ya le he dicho, el presidente Hutchings fue elegido legalmente por unanimidad.

—Sí, fue elegido legalmente, como usted dice —gritó el hombre de pelo gris mientras señalaba a Clarke con el dedo—, según las normas de ese consejo que usted mismo ha admitido que se autoproclamó. El que sea legal no quiere decir que sea legítimo.

Clarke miró nerviosamente a un lado y a otro.

El hombre de pelo cano hizo una pequeña pausa para darle más énfasis a sus palabras y volvió después a preguntar.

—¿A qué se dedicaba ese tal Hutchings antes del colapso? ¿Formaba parte del gobierno federal, era el gobernador o el ayudante del gobernador de Kentucky, o algo similar?

—El presidente Hutchings era el presidente de la junta de supervisores de condado de Hardin.

—¿No me estará tomando el pelo? Antes de que se produjese el colapso, yo era el rector de la Universidad de Idaho, que está a tan solo quince kilómetros de aquí, de Moscow. Así que quién me dice a mí que no puedo reunirme con algunos amigos y hacer que me nombren presidente de Estados Unidos.

Tras un momento de silencio, llegó la indignada respuesta de Clarke.

—Dos cuestiones. La primera: usted no cuenta con más de mil quinientos soldados de las fuerzas de las Naciones Unidas y de Estados Unidos perfectamente entrenados y equipados. Y segunda: usted no tiene bajo su control los sesenta mil millones de dólares en oro que se encuentran en la Reserva Federal.

—¿Cuándo se celebrarán las elecciones? —preguntó el antiguo rector de la universidad mientras se rascaba la barbilla.

—No hay previsto que se celebre ninguna —respondió Clarke como si tal cosa— hasta que el país entero haya sido pacificado y la economía reactivada. Es posible que tengan que pasar varios años. Si no hay más preguntas…

De nuevo, interrumpieron a Clarke, esta vez fue un hombre que llevaba un mono de trabajo y una gorra de béisbol con el lema «CAT Diesel Power», y que portaba enfundado un revólver de acción simple.

—Ha comentado usted algo acerca de una nueva moneda —dijo a voz en grito tras levantar la mano—. ¿Qué quería decir con eso?

—Me alegro de que me haga usted esa pregunta —contestó Clarke recuperando la sonrisa—. La vieja moneda federal ha sido declarada obsoleta, nula, sin ningún valor, al menos en lo que se refiere a los billetes. Las viejas monedas, sin embargo, todavía se consideran de curso legal. La distribución de la nueva moneda ya se ha iniciado en los estados de Dakota del Norte, Dakota del Sur, Montana y Wyoming. De hecho, tengo una muestra aquí conmigo. —Clarke mostró en alto un pequeño billete de color verde.

—¿Puedo echarle un vistazo, señor? —preguntó el hombre vestido con un mono de trabajo.

—Por supuesto —contestó Clarke, y el billete fue pasando de mano en mano a través de la multitud hasta llegar al hombre que había formulado la pregunta.

—¿Cuenta la nueva moneda con el respaldo del oro que hay guardado en Fort Knox? —preguntó tras examinar las dos caras del billete de cinco dólares.

—Sí, por supuesto, señor —contestó Clarke inmediatamente—. Está plenamente respaldado. Se lo garantizamos.

—Si está respaldado por su valor en oro, ¿por qué no viene impreso el «certificado de oro» en el billete? ¿Por qué no dice que se pagará al portador del mismo con oro?

Clarke miró con gesto nervioso a su piloto.

—Bueno, debido a los problemas de transporte acaecidos en la presente crisis, la nueva moneda no podrá ser canjeada por oro, pero aun así, se considerará de curso legal.

El hombre vestido con el mono de trabajo movió enérgicamente la cabeza hacia los lados.

—Todo eso no es más que un montón de patrañas. En la Biblia a eso lo llaman «pesas y medidas desiguales». Es una barbaridad. O la moneda tiene su valor respaldado en oro, o no lo tiene. Si no se puede canjear por oro o por plata, esto tiene el mismo valor que un billete del Monopoly.

Un murmullo recorrió la multitud.

—Usted se acordará perfectamente —imploró Clarke, moviendo el brazo hacia los lados—. La moneda de la antigua Reserva Federal no era canjeable tampoco por oro o plata, y eso no fue impedimento para que la gente confiase en ella.

—Pues debió haberlo sido —contestó el hombre del mono de trabajo mientras negaba con la cabeza—. Aquello también fue una barbaridad. Si hubiésemos tenido dinero de verdad, esta depresión no habría existido. Lo que provocó que todo este lío se desencadenara fue que el Tío Sam se puso a acuñar moneda día y noche sin parar.

Varios gritos de aprobación surgieron de entre la multitud.

Tras un momento de silencio, el hombre del mono de trabajo estrujó el billete y lo lanzó contra el suelo.

—Usted está simplificando una cadena de sucesos muy compleja —farfulló Clarke—. Tal y como ha señalado el presidente en su declaración, se establecerá un riguroso sistema de control de la economía con el fin de prevenir una nueva catástrofe económica. El principal objetivo de todas estas medidas es el bien común.

Una voluminosa mujer de mediana edad formuló la siguiente pregunta.

—¿Qué es eso que ha escrito el tal señor Hutchings acerca de un documento nacional de identidad?

—Se trata de una de las nuevas medidas de seguridad federales —contestó Clarke con toda naturalidad—. Como probablemente sepan, tras el colapso económico, cientos de miles de mexicanos cruzaron ilegalmente la frontera. Las autoridades han de poder distinguir entre los residentes legales y los extranjeros ilegales. De acuerdo con la última proclamación federal, todos los ciudadanos mayores de diez años deberán llevar consigo en todo momento el nuevo documento nacional de identidad. La última versión de este lleva incorporada en el dorso una banda magnética que facilitará la compraventa. Su funcionamiento es similar al de una tarjeta de crédito bancaria. A largo plazo, toda transacción comercial requerirá de la presentación de dicha tarjeta. Por ahora, será preciso llevarla encima al cruzar los controles de seguridad regionales o subregionales.

Los murmullos aumentaron.

—¿Y qué va a suceder con nuestras armas? —preguntó Roger Dunlap con voz firme después de levantar la mano—, ¿qué dice el nuevo gobierno acerca de ese tema?

Clarke volvió a sonreír de manera empalagosa.

—La Constitución garantiza el derecho de los ciudadanos a portar armas y a conservarlas. El presidente Hutchings es un firme partidario de la Segunda Enmienda. Públicamente ha declarado estar a favor de que todos los residentes puedan continuar disfrutando del privilegio de poseer armas de fuego para fines deportivos, incluso durante el periodo en que esté en vigor la ley marcial. Sin embargo, debido a las exigencias generadas por la actual situación de anarquía, el presidente ha considerado conveniente instituir un sistema de registro nacional de armas de fuego. El objetivo, evidentemente, es poner freno a la oleada de desorden y anarquía. La única forma de detener a las despiadadas bandas de forajidos que recorren los campos es desarmarlas. Como ustedes sabrán, gran cantidad de armas pertenecientes al gobierno desaparecieron durante los primeros compases de la crisis. Decenas y decenas de polvorines de la Guardia Nacional fueron saqueados. Todas esas armas deben ser recuperadas. Además, a través de una orden ejecutiva, y conforme al acuerdo de Armonización del Control de Armas de las Naciones Unidas, ciertos tipos de armas han sido declarados como una amenaza para la seguridad pública. El presidente firmó el año pasado dicho acuerdo.

—¿Y de qué tipos se trata exactamente? —preguntó Dunlap.

—Estaré encantado de resolver después individualmente estas cuestiones de carácter más específico.

—No, señor Clarke —dijo Dunlap con firmeza—. Quiero saber qué categorías de armas han sido consideradas ilegales, y quiero que me dé una respuesta aquí y ahora. Esta es una cuestión que nos concierne a todos y nos merecemos una respuesta que sea sincera e inmediata.

Clarke volvió a abrir su cuaderno y fue buscando entre las hojas mal fotocopiadas. Tras aclararse la garganta, comenzó a leer.

—El acuerdo de las Naciones Unidas prohíbe los siguientes tipos de armas: «Todas las armas automáticas, sin importar que hayan sido registradas anteriormente, según la Ley Nacional de Armas de Fuego de 1934, cualquier rifle de calibre superior a 30 mm, cualquier escopeta o arma parecida cuyo calibre sea superior a doce, todos los fusiles y escopetas semiautomáticos, todos los fusiles y escopetas que admitan cargadores extraíbles, cualquier cargador extraíble sin importar su capacidad, cualquier arma con un cargador fijo que tenga una capacidad de más de cuatro cartuchos, todas las granadas y lanzagranadas, todos los explosivos, cordones detonantes y detonadores, todos los precursores químicos, todas las armas de fuego que utilicen cartuchos de calibre de 7,62 mm OTAN, 5,56 mm OTAN,.45 ACP, y 9 mm parabellum, todos los silenciadores, todos los sistemas de visión nocturna, incluyendo infrarrojos, o los que funcionan por amplificación de luz o por temperatura, todas las miras telescópicas, todos los punteros láser, todas las pistolas y revólveres, sin importar el tipo o el calibre»… Y también…

Clarke pasó la página y continuó con la lista.

—El acuerdo proscribe igualmente la tenencia en manos privadas de vehículos acorazados, bayonetas, mascarillas de gas, cascos, chalecos antibalas, programas informáticos de codificación o aparatos que sirvan para el mismo fin, y todos los aparatos transmisores de radio, exceptuando los transmisores para bebés, los teléfonos inalámbricos y los móviles.

«Asimismo, se incluye la munición blindada, trazadora, incendiaria o perforadora, toda la munición con calibre de carácter militar, agentes químicos de todo tipo, incluido el gas lacrimógeno y los aerosoles de gas pimienta, y todos los aparatos pirotécnicos de tipo militar, así como las lanzadoras de bengalas.

»Por supuesto, se harán excepciones con el material registrado que utilizarán las agencias del orden debidamente entrenadas y que permanecerán bajo el control federal o de Naciones Unidas.

«Cualquier arma de fuego que no responda a los nuevos criterios —dijo de forma tajante levantando la vista del cuaderno—, o cualquier otro producto de contrabando de los incluidos en la lista deberá ser entregado durante el periodo de amnistía, que tendrá diez días de duración, y que comenzará en el momento de la llegada del administrador o del subadministrador de las Naciones Unidas, o bien de sus delegados. Otra posibilidad es que las tropas federales o de las Naciones Unidas lleguen primero a pacificar alguno de los estados. A partir del momento en que las primeras fuerzas crucen el límite de dicho estado, se iniciará un periodo de amnistía de treinta días de duración. El resto de armas de fuego producidas después de 1898, rifles de aire comprimido, equipo para el tiro con arco y armas afiladas de más de quince centímetros de longitud deberán ser registradas durante el mismo periodo. Cualquier persona a la que, una vez finalizado el periodo de amnistía, se le requise un arma no registrada, o cualquier accesorio o munición que haya sido declarado como contrabando, será ejecutada de forma inmediata. —Clarke dejó de leer y a continuación, añadió—: Sé que esta medida puede parecer un tanto drástica, pero no deben olvidar que la nueva ley ha sido aprobada para afianzar la seguridad pública.

—¡Y una mierda la seguridad pública! —gritó Dan Fong, que estaba en medio de la multitud—. Eso que ahora llamáis «contrabando» me ha salvado la vida varias veces durante los últimos tres años. Además, ¿de verdad creéis que los saqueadores van a acatar vuestro plan de registro de armas? Solo será acatado por los ciudadanos responsables y pacíficos; y esas justamente son las personas que no necesitan ningún tipo de control, porque son perfectamente capaces de defenderse ellos mismos. No es usted más que un maldito tirano fascista, eso es lo que es usted. —Después de decir eso, levantó su rifle por encima de la cabeza y gritó—: Para arrebatarme mi arma tendréis que pasar por encima de mi cadáver. —La multitud en su conjunto estalló en una oleada de vítores y aplausos.

Todd Gray consiguió abrirse paso en medio del tumulto y de un salto subió a la misma altura a la que estaba Clarke. Cuando los vítores comenzaron a extinguirse, Todd Gray tomó la palabra.

—Señoras y señores, me llamo Todd Gray. Muchos de ustedes me conocen. Yo fundé la Milicia del Noroeste. La inmensa mayoría de los presentes habrán oído hablar de nosotros y de la organización los Templarios de Troya. Somos dos grupos de carácter local compuestos por ciudadanos soberanos de Idaho que han trabajado juntos para restaurar un gobierno local basado en la Constitución.

»Por lo que nos ha contado usted hoy aquí —dijo Todd tras girarse un poco para poder ver la cara de Clarke— tengo la impresión de que su gobierno provisional no tiene nada que ofrecernos que no podamos obtener nosotros por nuestros propios medios. No cabe duda de que recuperar la industria, los servicios públicos y el transporte son fines muy loables; sin embargo, si para conseguir esto hemos de perder nuestra libertad personal, nuestra respuesta solo puede ser un «no» rotundo y categórico. De hecho, no comparto en absoluto la concepción que tiene de lo que es la «necesidad», la «seguridad pública» y el «bien común», y creo que hablo en el nombre de la mayoría de los ciudadanos de Washington y de Idaho aquí reunidos.

Varios gritos de «¡Eso es!» y «¡Díselo claro, Todd!» se escucharon brotar de la multitud.

—Y ahora ya, sin más preámbulos —dijo Todd mirando fijamente a Clarke—, les invito a que se monten en su aeroplano y se vayan en busca de alguien lo suficientemente ingenuo como para tragarse todo ese cuento chino globalizado.

Clarke se puso a balbucear algo, tenía la cara completamente roja de ira.

—Y no se moleste en enviarnos eso que usted llama un gobernador regional —prosiguió Gray antes de que Clarke pudiera decir nada—. Quienquiera que aparezca, o bien será enviado de vuelta dentro de una caja, o acabará colgando de una cuerda de lo alto de un árbol. —De nuevo volvieron a escucharse más vítores y aplausos.

—¡Se lo advierto! —estalló Clarke, mirando fijamente a Gray—. Nosotros representamos al gobierno legítimo de Estados Unidos y de las Naciones Unidas. Usted no puede desafiarnos. Si lo hace, estará cometiendo un acto de traición y de sedición, y tendrá que atenerse a las consecuencias.

Gray llevó la mano derecha a la culata de la.45.

—Usted no representa a nada que sea legítimo —dijo con voz potente tras ladear un poco la cabeza—. Usted representa a una oligarquía totalitaria instituida sin intentar ni siquiera dar una apariencia democrática o incorporar algunos ingredientes del gobierno de la república. —Más gritos de apoyo surgieron de la multitud. Todd volvió a mirar otra vez a Clarke a los ojos y dijo—: Tiene diez segundos para montar en ese avión y largarse de vuelta a Maynardlandia.

Clarke aguantó sin moverse durante un momento. Después, al ver que su piloto salía a toda prisa en dirección al avión, se fue corriendo detrás. A sus espaldas, la multitud lo abucheaba entre burlas.

—¡Volveremos! —se le oyó gritar desde la ventanilla pese al ruido de los motores mientras agitaba el puño en dirección adonde estaba Todd.

La gente se retiró cuando las hélices del avión empezaron a girar. En cuestión de segundos, el C-12 empezó a moverse. Acuciado por las prisas, el piloto no se molestó en rodar hasta la pista de aterrizaje y despegó directamente desde la estrecha franja en la que se encontraba y giró después para poner rumbo sudeste.

De pie, quieto en el porche de la terminal, con las manos apoyadas sobre las caderas, Todd vio al avión alejarse hasta convertirse en un puntito en el horizonte y terminaba luego por desaparecer.

—Volved si os atrevéis —murmuró en voz baja hablando para sí, con la mano apoyada aún en la culata de la pistola—. Y cuando lo hagáis, más vale que os sobre munición y comida, y bolsas para cadáveres, porque os vais a ver metidos en una buena refriega.

En los meses que siguieron a la visita del gobierno federal provisional, una buena cantidad de milicias comenzó a formarse de manera espontánea por todo lo largo y ancho de la región de las colinas de Palouse. Una de las causas fueron las noticias que llegaban acerca de los métodos despiadados y a menudo sangrientos que los federales usaban para consolidar su poder. A través de la BC y de la red de emisoras de onda corta circulaban numerosas historias acerca de las atrocidades cometidas por los federales. Con que la mitad de ellas fueran ciertas, resultaba evidente que lo que pretendían imponer tanto los federales como sus pacíficos aliados de las Naciones Unidas era un régimen absolutamente tiránico.

La mayoría de las nuevas milicias que surgieron en el interior de la región noroeste del país tenían un tamaño reducido: entre dos hombres y una brigada. Unas pocas llegaban a acercarse al tamaño de una compañía. Su organización, estructura, logística, entrenamiento, e incluso su terminología, variaban enormemente de unas a otras. Los nombres que se pusieron algunas respondían al lugar de donde provenían, como los Maquis de Moscow, los Glotones de Weippe, los Heilander de Helmer, y los Irregulares de las Marcas Azules de Bovill. Otros eligieron nombres en forma de homenaje, como la Compañía Gordon Kahl, la Compañía 11-S, y la Compañía Samuel Weaver. La mayoría de las nuevas milicias estaban formadas exclusivamente por hombres, algunas eran mixtas, y tan solo una, formada por antiguas integrantes de la hermandad femenina Sigma Épsilon de la Universidad de Idaho, estaba integrada únicamente por mujeres.

Muchos de los líderes de estas pequeñas milicias en ciernes acudieron a solicitar asesoramiento a la Milicia del Noroeste, que era la organización táctica más conocida de la región. Les interesaba adquirir pericia en las cuestiones técnicas y entrenar distintos campos, y tanto Todd como el resto hicieron todo lo posible por cumplir sus deseos. Se llevaron a cabo algunos ejercicios de entrenamiento a gran escala. Una parte de la logística con la que contaba el grupo (básicamente, tiendas de campaña y correajes que sobraban en el refugio) fueron distribuidos en régimen de «préstamo a largo plazo» a las milicias que no tenían.

La decisión una vez más de «dar hasta que duela» se basaba en la perspectiva de que lo que se avecinaba en el futuro próximo era una guerra de resistencia. A diferencia de las organizaciones que se formaron en Europa durante la segunda guerra mundial, ellos no contarían con ninguna fuente exterior de suministro o de financiación. Las milicias debían abastecerse exclusivamente a través de los recursos locales. Todd llegó a la conclusión de que formaba parte de sus responsabilidades, ya que él y sus amigos habían sido bendecidos por tantas riquezas, el ayudar a toda la gente que pudieran antes de que tuviese lugar un enfrentamiento armado que parecía inevitable.

Algunas de las nuevas milicias demandaron incorporarse directamente a la Milicia del Noroeste. Fueron rechazadas sin excepción. Todd tenía la convicción de que el mayor beneficiado de que las milicias tuviesen un tamaño más grande era el enemigo, ya que en caso de vencerlas, acababa con un objetivo de más valor. El consejo que dio a todos los líderes milicianos fue que mantuvieran organizaciones de tamaño reducido, preferiblemente de entre tres y doce hombres. Si reclutaban nuevos miembros y superaban el umbral de los doce efectivos, lo mejor que podían hacer era dividir la milicia en dos unidades independientes.

La idea, que había sido muy bien meditada, era formar lo que Kevin Lendel llamó «una organización que no estuviese organizada». La mayoría solían hablar de esta metodología en términos de «célula fantasma» o de «una resistencia sin líderes». Todas las milicias de la región decidieron que debían compartir unos objetivos comunes, pero que mantendrían un liderazgo completamente independiente.

Sin un liderazgo central, resultaría imposible decapitar a la milicia. Aparte de esto, gracias a las estrictas medidas de seguridad y confidencialidad, resultaría casi imposible infiltrarse en más de una de las milicias. Se advertía a todo el mundo de que no debían decirle a nadie su nombre cuando participaban en ejercicios de campo conjuntos. Se hacía mucho hincapié en que si alguno de los miembros de una milicia era detenido o torturado, gracias a la organización basada en células independientes, como mucho podría llegar a dar tan solo los nombres de unos cuantos miembros de su célula.

La otra condición que se repetía una y otra vez era que nada de lo que se decidiese debía quedar por escrito, excepto quizá algunas de las SPOE. No se transcribiría ninguna parrilla con los turnos, ni ninguna descripción acerca de las zonas operativas asignadas, ni ninguna lista de frecuencias o distintivos. Aparte de esto, no se señalaría ni se anotaría nada en ninguno de los mapas. Incluso se hizo la advertencia de que debían evitar llevar los mapas doblados de una manera que pudiese remarcar alguna zona operativa determinada. Todo aquello que pudiese resultar valioso en el ámbito de la inteligencia debía ser aprendido de memoria.

Por razones de seguridad se desaconsejaba cualquier tipo de coordinación entre las distintas milicias. Cada una de ellas, tras elegir los límites de la zona donde operaría, transmitía verbalmente esta elección a las milicias vecinas. También establecían unos cuantos puntos de encuentro para las reuniones de coordinación táctica; aparte de esto, las células locales de resistencia debían operar de una forma completamente independiente, siguiendo el concepto de una resistencia sin dirigentes. Todas compartían los mismos principios y la misma forma de planificación, pero tanto las tácticas como las acciones se llevarían a cabo de forma completamente descentralizada.

Uno de los pocos grupos con el que la Milicia del Noroeste entrenaba regularmente eran los Maquis de Moscow. Lawrence Raselhoff, un cincuentón de penetrantes ojos azules, era el líder de los Maquis. Antes del colapso, Raselhoff trabajaba criando perros y vendiendo armas. Durante los primeros meses después de la formación de los Maquis, había repartido entre los miembros del grupo buena parte de su inventario. Pese a estar confinado en una silla de ruedas, Raselhoff era un líder lleno de energía. Normalmente, cuando tenían lugar las operaciones sobre el terreno, acompañaba a su unidad a bordo de un carro de dos ruedas tirado por caballos, o de un trineo remolcado por perros, o con su moto de nieve de color blanco. Tanto Todd como Mike mantenían largas conversaciones con él, en las que los tres juntos trazaban planes de contingencia.

Muchas de las reuniones que mantuvo la Milicia del Noroeste a finales de otoño del tercer año tenían como tema principal la posible invasión de los federales, o de sus homólogos de las Naciones Unidas. Entre todos, llegaron a la conclusión de que la mejor respuesta posible sería hacer una guerra de guerrillas. La amenaza más evidente era la de los vehículos acorazados. Tanto Jeff como Doug habían visto en acción tanques y vehículos blindados de combate, y sabían que podían repeler la mayor parte de los ataques convencionales. Un comentario de Doug Carlton fue el que abrió la conversación en la que se decidiría cómo enfrentarse a la amenaza acorazada.

—Lo que necesitaríamos —dijo Doug— serían unos misiles antitanque: unos LAW, Viper, Dragón o TOW, pero por desgracia no tenemos nada, y son muy difíciles de improvisar.

—¿Y qué podríamos improvisar? —preguntó Lon—. ¿Qué tal unos cócteles molotov? Son muy fáciles de hacer.

—Los cócteles molotov podrían funcionar —contestó Doug—, pero para detener a un tanque o a un vehículo blindado de combate nos harían falta muchos. Además es necesario aumentar la densidad de la gasolina; si no, esta se escurre en cuanto la botella se rompe contra el vehículo. El detergente para lavar ropa sirve para hacerlo más denso. La espuma de poliestireno también va muy bien. Hay que conseguir que tenga la consistencia de un sirope de arce.

»Si puedes acercarte lo suficiente como para utilizarlas —continuó diciendo—, las granadas TH3, también conocidas como «de termita», son aún mejor que los cócteles molotov. Según leí en uno de los libros de Kurt Saxon que Todd tenía en el refugio, la termita es muy fácil de hacer. Consiste en una mezcla de óxido de hierro (simple herrumbre) y limaduras de aluminio. Es un oxidante muy potente que produce una enorme temperatura, más de 2500°C. Es lo que los químicos denominan una reacción exotérmica. Es capaz de deshacer cinco centímetros de acero como si fuera mantequilla. Una vez, en Fort Knox, vi una demostración de explosivos con una granada TH3. Pusieron un coche viejo apoyado sobre dos caballetes y colocaron la granada TH3 encima. Nos advirtieron en repetidas ocasiones que no miráramos directamente a la llamarada para evitar cualquier posible daño en la retina; a continuación, un suboficial accionó la granada. En cuestión de segundos, el artefacto atravesó el vehículo y cayó hasta el suelo.

—Caray, eso funcionaría estupendamente con un tanque —exclamó Rose.

—Pero tenéis que tener en cuenta —advirtió Doug— que utilizar tanto los cócteles molotov como las granadas de termita contra un vehículo acorazado puede resultar extremadamente peligroso, especialmente si se trata de Bradleys M2 o M3. Hay que acercarse mucho para poder utilizar los molotov, y todavía más para las granadas de termita.

Al día siguiente, Mike y Lisa Nelson iniciaron la producción en cadena de cócteles molotov. La semana anterior habían estado preparando jabón de leche de cabra para los miembros del refugio, usando una lejía que habían extraído de las cenizas. Esta semana, sin embargo, les tocaba preparar explosivos. Para los molotov, eligieron utilizar la gasolina menos de fiar que tenían en el refugio: la que estaba almacenada en latas pequeñas y en los depósitos de los vehículos. Metieron la gasolina en un bidón de doscientos litros de capacidad que colocaron a sesenta metros de distancia de la casa, y luego añadieron el detergente para que aumentara la densidad. Utilizaron el palo de un rastrillo roto para remover la tóxica mezcla. A continuación, fueron llenando tarros de conservas de un litro de capacidad y sellándolos después con una tapa reforzada.

Para provocar la ignición, cortaron una cinta de trapo de cuarenta y cinco centímetros de largo para cada tarro. A cada una de las tapas, Lisa pegó con resina un cuadrado de velero de dos centímetros de lado que serviría como enganche. Otro cuadrado de velero de idénticas dimensiones fue cosido en el centro de cada una de las cintas de trapo. Luego, las cintas eran sumergidas en gasolina diesel y cada una era colocada en una bolsa resellable, que eran a su vez pegadas con velero a los tarros. Para usar el cóctel molotov bastaba con sacar el trapo de la bolsa de plástico y pegarlo a la tapa por medio del velero. Después, se prendía fuego al trapo con una cerilla y se arrojaba el cóctel.

Lisa Nelson explicó que, a la hora de usar o transportar los artefactos, era diez veces más seguro separar el componente básico del combustible del componente básico de la ignición que si se empleaba el método tradicional de meter pedazos de trapo en una botella de vino. Mientras hacían una demostración con uno de los prototipos, Lisa comentó que les hubiese gustado ser capaces de desarrollar algún tipo de encendedor por fricción, pero que no tenían bastante cantidad de productos químicos. En vez de eso, se habían decidido por utilizar el método de introducir los trapos empapados en gasolina en cada cóctel. La mayoría de los cócteles estaban guardados en las mismas cajas de cartón en las que habían estado los tarros, tanto por comodidad como para que el transporte resultase más seguro. En total, montaron doscientas veinte bombas incendiarias. Por razones de seguridad, las cajas fueron almacenadas en un rincón del granero que estaba a salvo de humedades.

Mike, Della y Doug fueron designados para integrar el comité para la construcción de granadas de termita. Tras varios días de consultas, descubrieron que un hombre que había sido propietario de una tienda de broncería en Moscow tenía en su poder una gran cantidad de limaduras de aluminio. Antes del colapso, tenía un negocio de venta por correo de objetos bañados en bronce, desde botitas de bebé hasta mazos para jueces. Se puso muy contento de poder desprenderse de los casi treinta kilos de limaduras que le quedaban e intercambiarlos por cien cartuchos de calibre.223 y veinte de.30-06 AP.

El óxido de hierro lo proporcionó el dueño de una tienda de pintura de Moscow. Conservaba guardados aún dos sacos de veinticinco kilos de pigmento natural de color negro de óxido de hierro. Antes del colapso, solía vendérselo a contratistas que lo usaban para tintar el cemento. Tras un momento de malentendido, en el que les había intentado vender un óxido de hierro sintético, volvió a salir del enorme almacén con los dos sacos del producto correcto y «natural», comercializado por Pfizer. Aceptó de muy buena gana cambiar los dos sacos por cien cartuchos de munición de competición Federal.308. La búsqueda siguió dando sus frutos con el hallazgo de un rollo de dieciséis metros de cinta de magnesio. Era propiedad de un antiguo profesor de química de la Universidad de Idaho, quien, para ponerlo a salvo, se había llevado a casa buena parte del inventario del laboratorio de la universidad. Cuando supo para qué precisaban la cinta, se negó a recibir ningún tipo de pago a cambio.

—Se trata de una buena causa —afirmó.

El profesor cortó para él metro y medio de cinta y les entregó el resto.

Las cubiertas de las granadas las hicieron con latas de refresco vacías que estaban hechas de aluminio. El compuesto que iban a utilizar para encenderlas era una bengala junto con cinta de magnesio. El aviso pasó de boca en boca por toda la comunidad y en los días siguientes se llevaron al refugio una gran cantidad de bengalas. Algunas se habían mojado y estaban hinchadas, por lo que fueron descartadas. Mike descubrió a su pesar que algunos de los vecinos, al escuchar que necesitaban encendedores de bengalas, habían enviado las tapas de plástico y las almohadillas de las bengalas. Lo que necesitaban en realidad era la sustancia negra que parecía alquitrán que sobresalía del extremo de las bengalas. Esa era la sustancia que la encendía. Tras las necesarias aclaraciones comenzaron a recibir un mayor número de material adecuado. A continuación, humedecieron el encendedor con alcohol hasta que adquirió la consistencia de una masilla, y lo pusieron después alrededor de la mecha y de una tira de cinta de magnesio de cinco centímetros de largo. El final de la cinta llegaba hasta la mezcla de termita.

Mike, Della y Doug mezclaron las limaduras de aluminio y las de óxido de hierro en una hormigonera manual que había en la granja de los Andersen. La proporción era de tres partes de limaduras de aluminio por ocho de óxido de hierro. Una gota de encendedor de bengala, bisecada entre un tercio de centímetro de mecha y la cinta de magnesio, se pegaba con cinta adhesiva en la apertura de cada lata, encima de la mezcla de termita.

El primero de los artefactos que obtuvieron fue descrito como «cutre pero efectivo». Tan solo gastaron dos de ellos para hacer pruebas. Cuando encendieron el primero, todo sucedió según lo previsto. La mecha encendió el encendedor de la bengala, que prendió la cinta de magnesio, que a su vez encendió la mezcla de termita. La enorme masa fundida de la granada atravesó una placa de acero de dos centímetros de grosor y cayó después contra otra placa de un poco más de centímetro y medio, que también atravesó prácticamente del todo antes de apagarse. Della Cartón se quedó muy impresionada.

—¡Caray! —gritó—. Me recuerda a esa secuencia de Alien, cuando la sangre del bicho, que se queda pegado a su cara, va atravesando los distintos niveles de la nave.

La segunda prueba se llevó a cabo sobre una placa de acero de dos centímetros y medio de largo y cuatro de ancho. La colocaron un poco inclinada. El pegote ardiente de termita la atravesó sin dificultades a pesar de la inclinación. El resto de las granadas de termita se guardaron para hacer «pruebas de tipo operativo». Tan solo contaban con diecinueve anillas encendedoras de mecha, así que la mayoría tendrían que ser encendidas con una cerilla o con un encendedor.

Rose y Doug pasaron varios días de trabajo llenando hasta el tope las latas de refrescos con mezcla de termita a través de un embudo pequeño de cocina. Las latas se sellaron perfectamente poniendo cinta adhesiva alrededor del tapón encendedor. A continuación, y una vez alineadas cuidadosamente sobre periódicos, se las rociaba con espray y se las pintaba de color verde oliva. Terminaron contando con setenta y siete.