«Las armas… disuaden e intimidan al invasor y al saqueador, y preservan así tanto el orden como la propiedad… Privar de su uso a los que respetan la ley solo puede traer un perjuicio espantoso.»
Thomas Paine
En junio del segundo año, una Patrulla de Reconocimiento de Largo Recorrido (PRLR) se encontró con un granjero extremadamente alterado y nervioso.
—Me alegro mucho de veros —les dijo—. Hace cuatro días que no consigo dormir. No tengo banda ciudadana, y tenía miedo de dejar solos a mis hijos pequeños y a mi mujer para ir a pedir ayuda. Un grupo de motoristas se ha hecho con el control de Princeton, a menos de un kilómetro y medio de aquí. Temo que en cuanto acaben de saquear esas casas, vengan en esta dirección. Han hecho cosas espantosas. Han matado a casi todos los hombres y han violado a las mujeres que seguían con vida. También me han contado que han torturado a los niños. Le han prendido fuego a dos casas. Son gente sin escrúpulos.
«Vosotros tenéis armas como las de los militares —siguió diciendo el hombre mientras miraba a Carlton con gesto suplicante— y estáis bien organizados, ¿no podríais hacer algo?
—¿Sabes cuántos son y de qué armas disponen? —preguntó Doug Carlton, que era el que estaba al mando de la patrulla.
—Me han dicho que esa gentuza son más de veinte, quizá lleguen a treinta. Corre el rumor de que tienen una ametralladora.
—¿Qué clase de ametralladora?
—Una de esas grandes que se cargan con cintas y que llevan un trípode para apoyarse. Las preguntas siguieron durante algunos minutos, pero no revelaron casi nada más, todo eran cosas que le habían contado.
Siguiendo las pautas que había recibido en los cursos del CAOR (Cuerpo de Adiestramiento de Oficiales de la Reserva), Carlton decidió coger al toro por los cuernos. En primer lugar, ordenó que la patrulla se desplazara a una densa arboleda que había a trescientos cincuenta metros de la casa. Una vez allí, consultó con el resto de los miembros de la patrulla.
—Muy bien, el asunto es el siguiente. Evidentemente, una patrulla de siete hombres no son efectivos suficientes como para enfrentarse a este problema. Lo que voy a hacer es dividir en dos la patrulla. Tres efectivos irán a Princeton a reconocer el terreno, mientras que los otros cuatro regresarán al refugio. La patrulla de reconocimiento estará formada por Jeff, Lisa y Kevin. Los demás volveremos al refugio lo más rápido posible e informaremos de lo que se nos ha contado.
»Jeff —dijo Doug mirando fijamente a Trasel—, estarás al mando de la patrulla de reconocimiento; tú tienes mucha más experiencia que yo en ese terreno. Haz lo necesario para regresar al refugio antes de pasado mañana al amanecer. Vuestra tarea consiste en observar e informar después. Nada más. Haced todo lo humanamente posible para evitar ser detectados, pero intentad aproximaros lo suficiente como para poder ver con todo detalle qué es lo que está sucediendo. Concretamente, tenemos que saber cuántos son y con qué armas cuentan, qué edificio o edificios han ocupado, y si han establecido algún tipo de seguridad. Si es así, es fundamental saber dónde están los puestos de guardia o qué rutas siguen si lo que hacen es desplazarse durante las guardias. También tenemos que saber si se van turnando regularmente. Tomad nota de todo, necesitamos apuntes lo más exactos posible de toda la situación. Eso es todo. ¿Alguna pregunta?
Jeff se quedó pensando durante un momento.
—No hay preguntas, pero necesitaremos dos juegos de prismáticos y uno de walkie-talkies de 5 V. También, y teniendo en cuenta que vosotros ya volvéis y que nosotros nos quedamos veinticuatro horas más de lo planeado, nos vendría bien que nos dierais toda la comida que lleváis encima.
—Está bien, que tengáis suerte —contentó Doug, tras hacer un gesto de aprobación con el dedo pulgar.
Después de redistribuir las cosas que llevaban en las mochilas, Carlton, Rose, Lon y Dan Fong emprendieron el regreso hacia el refugio. Sin levantar apenas la voz, Jeff empezó a informar a Lisa y a Kevin de cómo llevarían a cabo la tarea de reconocimiento.
En cuanto regresaron a la granja de los Gray, Mike y Todd escucharon el informe de la patrulla. A continuación, y con la ayuda del tablero con el mapa, Todd hizo una descripción de la zona alrededor de Princeton.
—Se trata de un pueblo pequeño situado a unos veinticinco kilómetros al oeste de Bovill, un poco más al norte. Por lo que recuerdo, el pueblo está compuesto por una veintena de casas, repartidas a ambos lados de esta carretera de aquí, que va de este a oeste. En la afueras del pueblo hay un aserradero, y en medio, una gasolinera. Aparte de eso, el resto de los edificios son de tipo residencial. La mayor parte de los alrededores están poblados de árboles. Si de verdad hay más de veinte tipos ahí, no nos va a resultar fácil acabar con ellos.
Tras un momento de silencio, Margie levantó el brazo que todavía llevaba vendado.
—¿Y no se supone… —preguntó— que están a punto de irse? ¿No podríamos ahuyentarlos o esperar a que se fueran e intervenir después curando a los heridos y ayudando a los habitantes del pueblo a recuperar las cosas que necesiten y a reconstruir aquello que hayan destruido?
—Escucha —dijo Todd haciendo un gesto con la mano—, soy consciente de lo extremadamente peligrosa que puede ser una operación como esta. Pero si dejamos que esas alimañas sigan haciendo lo que quieran libremente, tendremos que enfrentarnos con ellos antes o después. Siempre recuerdo algo que escribió Jeff Cooper: «Ahuyentar a los elementos hostiles nunca tiene un resultado satisfactorio, da igual que sean mosquitos, cocodrilos o personas, ya que lo que harán será volver de nuevo, y acompañados». Desde mi punto de vista, solo hay una forma de enfrentarnos a una situación como esta. Tenemos que ir allí y acabar con esos bandoleros. Si dejamos que se escapen, seguirán provocando tumultos en algún otro lugar, quizá en esta misma zona. Además, debemos recordar que hemos hecho la promesa de mantener seguro todo este territorio, así que es nuestro honor lo que está en juego.
—Estoy de acuerdo contigo —afirmó Mike.
—No cabe duda —continuó Todd— de que teniendo en cuenta el número al que nos enfrentamos, vamos a necesitar la ayuda de los templarios. Si seguimos adelante con esto, tengo pensado llamar a Roger Dunlap en cuanto termine esta reunión. ¿Pueden levantar la mano todos lo que estén de acuerdo con mi plan? —La única en disentir fue Margie.
La conversación de Todd con Dunlap fue bastante breve. Tras cambiar a una frecuencia más elevada, tal y como habían acordado, Todd dijo lo siguiente:
—Roger, ha surgido un asunto muy delicado y de extrema importancia; me gustaría reunirme contigo en el sitio de siempre pasado mañana a las once para que tratemos el tema.
—Allí estaré, corto y cierro.
Tras hablar por radio con Dunlap, Todd le preguntó a Mike si podían conversar un momento los dos a solas. Los dos hombres salieron por la puerta de delante de la casa. Pese a que ya había oscurecido, el aire era cálido y muy agradable. Shona se acercó hasta Todd y le puso el hocico debajo de la mano, a la espera de alguna caricia.
—Mike, necesito que me des tu opinión. Incluso con la ayuda de los templarios, ¿seremos capaces de doblegar a un número de enemigos así de elevado? —Sin dejarle tiempo a que contestara, Todd siguió hablando—: Lo que quiero decir es que según recuerdo, en mis lecturas de manuales de táctica militar decía que la ratio normal es de tres atacantes por un defensor. Nosotros ni siquiera vamos a llegar a uno contra uno.
Mike miró hacia donde estaba Todd, pero la penumbra no le permitió distinguir los rasgos de su cara.
—La cifra que mencionas es correcta, pero se refiere a unidades militares que se enfrentan a otras unidades que tienen ganada una posición y que están esperando el ataque. Yo creo que si conseguimos mantener el factor sorpresa podremos acabar con ellos. Y si Dios quiere, sin sufrir ninguna baja. El mayor problema será la coordinación. Es evidente que no podemos mezclar nuestros efectivos con los de los templarios. Eso sería una pesadilla desde el punto de vista del mando y del control. No hemos entrenado nunca juntos. Seguramente, lo mejor que podemos hacer es que ellos ejerzan de equipo de refuerzo mientras nosotros atacamos el edificio, o viceversa.
—Estaba pensando lo mismo —intervino Todd. Tras un largo silencio, añadió—: Supongamos, y es un suponer, que somos nosotros los que llevamos a cabo el ataque en Princeton. Nos referimos a una cantidad enorme de edificios. ¿Qué va a impedir que los motoristas no se larguen de allí mientras peinamos la zona casa por casa?
—Los templarios —contestó Mike.
—No hace mucho estuviste en Princeton, ¿verdad? La mayoría de las casas están alineadas a lo largo de entre trescientos y trescientos cincuenta metros de carretera. Los templarios tendrían que esparcirse en intervalos muy anchos. Si todos los motoristas intentaran salir del pueblo por un punto determinado, los uno o dos hombres que estuvieran en ese punto se verían desbordados. Tú has oído hablar de la técnica del martillo y el yunque que Jeff siempre menciona. Si nosotros vamos a ser el martillo, vamos a necesitar tener un yunque bien grande. ¿Entiendes a lo que me refiero?
—Sí —contestó Mike después de quedarse unos instantes pensando—, te entiendo perfectamente. Lo que tú dices es que nos harían falta cincuenta o sesenta hombres para cubrir de forma segura las posibles rutas de escape. Bueno, ¿y qué te parecería si hiciésemos que diez hombres combatieran como si fuesen sesenta, si les damos la misma fuerza de combate?
—¿Y cómo se consigue eso, si se puede saber? —preguntó Todd inclinando un poco la cabeza hacia un lado.
—De la misma forma que un solo hombre puede pescar más peces que diez hombres juntos: llevando los aparejos de pesca adecuados —contestó Mike con tono de broma.
—No te sigo… —confesó finalmente Todd, desconcertado.
—Me refiero a mi método de pescar favorito y a mi cebo preferido: el cebo del hilandero de DuPont.
—Ah, vale, ahora sí. Pesca con dinamita, ¿no?
—Exacto —dijo Mike riendo y bajando un poco el tono—. Yo creo que si conseguimos improvisar unas cuantas minas Claymore, podremos hacerlo.
—Que así sea, Mike —ordenó Todd, dándole una palmada en el hombro—. Tienes mi aprobación para disponer de cualquiera de estos que anda por aquí. Aunque esos motoristas se larguen antes de que podamos tenerlas listas, siempre nos vendrá bien tener unas cuantas Claymores caseras a mano.
El día siguiente fue una jornada de tensa espera. Aparte de dos fugaces contactos por radio, no se recibió ninguna información de la patrulla de reconocimiento. Casi todos los miembros de la milicia se pasaron el día limpiando sus armas, afilando los cuchillos y bayonetas, recargando los cargadores y revisando todos y cada uno de los cartuchos de los mismos. La mayoría estaban inmersos en la oración o en sus pensamientos; casi todo el mundo guardaba silencio y no se escuchaba ninguna de las bromas que eran habituales.
Para hacer las minas Claymore, Mike precisó casi todo el día de la colaboración de Doug, Rose, Dan, Lon y Marguerite. Mike hizo que Lon y Margie desistieran de sus planes de preparar un estofado.
—Vosotros dos, venid conmigo —le dijo a Lon, dándole una palmada en el hombro—. Tengo un proyecto de la máxima prioridad en el que necesito de vuestra ayuda. Todd me dijo que podía reclutar a todo el personal que pudiese hacerme falta.
—¿Y qué pasa con el estofado? —preguntó Margie.
—Tenemos que meternos en una harina bien distinta. Venid, vamos al garaje.
Con la ayuda de Doug, Mike construyó primero un prototipo. Los otros observaron todo el proceso con atención. A continuación, Mike condujo a su grupo al extremo oriental de la granja y allí colocaron la Claymore y unos cuantos objetivos simulados hechos de papel.
—¡Prueba de fuego! —gritó a continuación tres veces seguidas. Todos llevaban tapones para los oídos y auriculares; estaban a cubierto detrás de un enorme tronco caído en el suelo que se encontraba a trece metros del prototipo. Desde allí provocaron la detonación por medio de una batería de 9 V procedente de una radio. El resultado fue fenomenal. Cada uno de los objetivos, que tenían el tamaño de una persona y que estaban colocados a distancias de entre cuatro y dieciocho metros, fue alcanzado por al menos cinco perdigones. Mike decidió que había llegado el momento de establecer la cadena de montaje.
—Muy bien, esto es lo que vamos a hacer —le dijo a su equipo—. El armazón de cada Claymore será un recipiente para hornear el pan. Tenemos disponibles una gran cantidad, ya que Mary pensó que serían un producto muy útil a la hora de hacer trueque. Ahora nos van a ser todavía de mayor utilidad. —Seguidamente, Mike se dirigió a Lon Porter—. Lon, tú te encargarás de la primera parte del proyecto. Tu tarea será clavar y soldar cuatro púas de madera de veinte centímetros de longitud en las esquinas de cada uno de los recipientes para hornear. Una vez colocadas, quedarán apoyados de uno de los lados, con la boca de cara a los malos. Las púas servirán de patas para sostener la mina. Para utilizarlas, lo que tendremos que hacer es apuntar con la mina en la dirección adecuada y apretar las patas contra el suelo. Luego, presionaremos las patas traseras o las delanteras para ajustar el ángulo de inclinación del recipiente. Es muy sencillo.
»La siguiente fase del proceso correrá de mi cargo. En cada uno de los recipientes haré dos agujeros con una taladradora para meter los detonadores. Después, Rose tomará las medidas precisas e introducirá trescientos treinta gramos de explosivo plástico C-4 en el fondo de los recipientes. Luego se los pasará a Doug, que pondrá cuatrocientos cincuenta gramos de perdigones por encima y los apretujará lo necesario para que no se salgan. Margie, como no tienes el brazo del todo bien aún, te he dejado una tarea sencilla. Tendrás que cortar los pedazos de cartón que sirvan para rellenar y tapar cada uno de los recipientes, y pegarlos después con cinta adhesiva.
»Cuando, ajustándonos a este procedimiento, tengamos hechas veinte minas, las acabaremos ya una por una. Lo único que nos faltará por hacer será recubrirlas con una lámina de plástico y pegarlas después con cinta adhesiva de color marrón. De esa manera, quedarán prácticamente impermeabilizadas. A continuación, las rociaremos con un poco de pintura de color verde oliva para camuflarlas, y ya las tenemos: unas minas Claymore recién hechas. Para activarlas habrá que atravesar el explosivo plástico C-4 a través de los agujeros que he taladrado en los recipientes e insertar un detonador o una lazada de cordón detonante, según convenga. Por cuestión de seguridad, sin embargo, no las cebaremos hasta que no estén colocadas en el lugar en el que las queramos utilizar. Muy bien, pongámonos manos a la obra.
Un poco antes de las tres de la madrugada, Dan, que estaba destacado en el POE, divisó a la patrulla que regresaba de vuelta al refugio. Siguiendo la serie de procedimientos operativos estándar (SPOE), la patrulla ingresó en el perímetro un poco más al sur de donde se encontraba el POE.
—Alto, ¿quién va? —les gritó Dan cuando llegaron a quince metros de distancia.
—Jeff Trasel y otros dos miembros de la milicia —respondió Jeff.
—Avanzad hasta que se os pueda reconocer —susurró Dan. Jeff se aproximó hasta llegar a una distancia de tres metros del puesto de observación y escucha. Dan preguntó en voz muy baja—: Puesto de la valla.
—Chevrolet.
—La contraseña es correcta. Puedes proseguir. Identifica con toda seguridad las caras de los dos miembros de tu patrulla cuando pasen por delante de mi posición. —La patrulla fue de nuevo identificada después de que Della, que estaba encargada en el mando del cuartel, les diese el alto y ellos contestasen con la contraseña. A continuación, ella abrió la puerta y les dejó pasar. Después de volver a pasar todas las cerraduras de la puerta, fue a despertar a todo el mundo para el informe.
Al poco tiempo todos estaban allí, excepto Dan, que permanecía de guardia en el POE. Los tres integrantes de la patrulla parecían cansados y su aspecto era muy desaliñado. Los tres conservaban las caras y las manos cubiertas de una gruesa capa de pintura de camuflaje.
—Empezad por el principio —dijo Mike.
Jeff sacó su libreta de notas de uno de los bolsillos de su uniforme de campo y la puso encima de la mesa.
—Tan pronto como Doug hizo la división de la patrulla, transmití las órdenes operativas a Lisa y a Kevin y establecí la nueva cadena de mando. Después de esperar a que la pintura de camuflaje se secase y de comprobar que nuestra carga no hacía ningún ruido al moverse, emprendimos la marcha. Lo primero fue parar un momento a rellenar nuestras cantimploras en la granja en la que acabábamos de estar. Yo quería que tuviésemos agua de sobra. Además, tal y como siempre digo, una cantimplora llena hace mucho menos ruido que una medio vacía.
»A las cuatro de esa misma tarde nos aproximamos desde el sur hasta un lugar desde donde poder establecer contacto visual con el pueblo de Princeton con la ayuda de los prismáticos. Nos echamos en el suelo y pasamos a hacer turnos de una hora: uno observaba y tomaba notas, otro se encargaba de la seguridad y el otro descansaba. Permanecimos en esa posición hasta que oscureció; luego retrocedimos, giramos hacia el este y volvimos a aproximarnos a la localidad desde el norte. Como era noche cerrada, pudimos acercarnos a unos cuarenta y cinco metros de una de las casas.
»Se escuchaban voces, pero no alcanzábamos a entender aquello que decían, excepto cuando de tanto en tanto gritaban alguna obscenidad o alguna blasfemia. Permanecimos en esa posición hasta poco antes del amanecer; luego retrocedimos unos doscientos metros hasta la zona de árboles para observar desde allí durante el día siguiente. Me parece que ninguno durmió durante aquella noche, pero sí que lo hicimos a lo largo del día siguiente. Empezamos a notar el cansancio extremo. En cuanto me llegaba el turno de descanso, me quedaba dormido en un abrir y cerrar de ojos. Cuando el sol se puso al final de la tarde de ayer, retrocedimos otros doscientos metros y seguimos el azimut hasta llegar a la base del monte Mica; desde allí, por estima, navegamos de vuelta hasta el refugio. En ningún momento, durante el tiempo que nos mantuvimos allí, tuvimos ningún indicio de que hubieran advertido nuestra presencia.
Después de decir esto, Jeff cogió su libreta.
—Fuerza —leyó—: El número total de personas observadas ha sido veinticuatro. De estos, todos, excepto dos, han sido identificados, sin ningún género de dudas, como miembros de la banda de motoristas. De estos veintidós individuos, dieciocho eran hombres y cuatro eran mujeres. También vimos en una ocasión a dos niños que iban corriendo de casa en casa, pero no estamos seguros de si eran del pueblo o si viajaban con la banda. Durante el periodo de observación detectamos cuatro cadáveres tirados en medio de la calle.
«Vehículos: hemos contado dieciocho motocicletas aparcadas en distintos lugares. La mayoría de ellas eran Harleys, cinco de ellas llevaban fundas para guardar rifles o escopetas. También vimos una caravana de marca Ford, a la que los motoristas tenían acceso tres o más veces durante el día. Daba la impresión de tratarse de un vehículo de apoyo. Posiblemente tuviesen más, pero resulta difícil asegurarlo, ya que había varios vehículos más en la zona. Algunos era evidente que no funcionaban, pero otros sí parecían operativos y cabe la posibilidad de que perteneciesen a los motoristas.
»Armas: tienen una ametralladora M60 montada con un trípode sobre un gran cajón de madera enfrente de la antigua gasolinera. Va cargada con una cinta de munición. No pudimos acercarnos lo suficiente como para ver si contaban con más munición adicional a mano. Los motociclistas disponen de un amplio surtido de armas. Al menos seis de los hombres llevaban pistolas en cartucheras a la altura de las caderas. En una ocasión, vimos a una de las mujeres quitarse la cazadora que llevaba puesta y dejar al descubierto un revólver que llevaba enganchado bajo el hombro. Dos de los hombres portaban fundas con machetes. Siete llevaban encima en todo momento varias armas largas: tres carabinas MI o M2, una escopeta corredera de repetición, un Ruger Mini-14, algún tipo de rifle de cerrojo con mira telescópica incorporada, y una escopeta con los cañones recortados. Todos los hombres llevaban barba. La mayoría de los miembros de la banda vestían cazadoras negras de cuero o chaquetas vaqueras. Uno de ellos vestía una chaqueta militar de color verde oliva. En las chaquetas no se distinguía ningún identificativo de la banda. Es lo mismo que sucedía con los viejos piratas, que solo los más novatos llevaban bandera.
»Turnos de guardia: En todo momento hay una guardia itinerante y un hombre fijo en la ametralladora. Los cambios de guardia se produjeron a las seis de la tarde, a medianoche, a las seis de la mañana, a mediodía, y otra vez a las seis de la tarde del día siguiente. El cambio de guardia se hacía siempre puntualmente a la hora prevista. La guardia itinerante comenzaba en la gasolinera e iba luego dos manzanas en dirección oeste, cruzaba la calle, luego recorría cuatro manzanas en dirección este, volvía a cruzar la calle y regresaba después donde estaba la ametralladora. Los que hacían estas guardias parecían prestar bastante atención. Por ejemplo, un poco antes de la una de la mañana, el hombre que hacía la guardia reaccionó ante los ladridos de un perro: cambió 180° la dirección en la que se desplazaba y se desvió unos cuarenta metros de su ruta habitual para comprobar el origen del ruido. Una vez vio que no había ningún peligro, reemprendió su ronda. Aunque no vimos ningún otro guardia adicional, cabe la posibilidad de que algún otro efectivo cumpla la misma función desde alguna posición estratégica.
«Actividad relevante: A las once y veinte de la primera noche, se escucharon dos disparos prácticamente seguidos que provenían del interior de una de las casas. La razón de los disparos no pudo ser descubierta por la patrulla.
»A las diez y diecisiete de la mañana del segundo día, dos motoristas comenzaron a hacer prácticas de tiro con uno de los cadáveres que había tirado en medio de la calle. Efectuaron entre veinte y veinticinco disparos. Los dos iban armados con pistolas automáticas de calibre.45. Dejaron el cadáver hecho un guiñapo.
»Poco después de las dos de la tarde, vimos salir corriendo de una de las casas a una mujer de unos cincuenta años de edad que iba desnuda. A poca distancia, salió un hombre a medio vestir que llevaba una carabina M1. En cuanto cruzó el umbral de la puerta, efectuó cuatro disparos, de los cuales al menos dos impactaron en la espalda de la mujer. A continuación, el hombre se acercó caminando y disparó tres veces más sobre la cabeza de su víctima. Oímos cómo gritaba: «¡La muy puta me ha mordido! ¡La muy puta me ha mordido!». En ese momento tuvimos que contenernos para no dispararle. —El frío tono profesional que Jeff había usado hasta el momento cambió considerablemente cuando dijo casi en un susurro—: Nunca pensé que tendría las agallas suficientes como para desear matar a alguien, pero tengo que deciros que ese tipo era una auténtica inspiración.
Tras aclararse la garganta, Trasel continuó con el informe.
—A las tres y cuarenta y dos minutos de la tarde, dos de los motoristas comenzaron a trabajar en una de las motos, aparentemente a ajustar el carburador. Poco después de las cuatro de la tarde volvieron a entrar en la casa de la que habían salido. —A continuación, Jeff dejó la libreta y sacó de otro bolsillo tres bocetos; luego se acercó a la pizarra y pasó los siguientes cinco minutos combinando los tres esquemas para dibujar una vista desde arriba de los edificios que formaban Princeton. Acto seguido, trazó la ruta que seguía la guardia itinerante y señaló la posición de los vehículos y de la ametralladora. Tras hacer algunas breves puntualizaciones acerca de las distancias a las que estaban los edificios y los distintos campos de tiro, se abrió el turno de preguntas.
Durante unos instantes el silencio inundó la sala.
—A eso se llama redactar un buen informe de patrulla —exclamó Mike—. Todos deberíamos tomar muy buena nota. Así es como se debe llevar a cabo y comunicar un informe de reconocimiento. Muy profesional, Jeff. Has tratado todos los elementos clave. Sin embargo, tengo unas cuantas preguntas que hacerte.
—Dispara —dijo Jeff.
—Para empezar, ¿cuál es tu opinión general acerca del dispositivo de seguridad que tienen montado?
—Los guardias daban la impresión de estar bastante atentos. Sin embargo, parecía que llevaran anteojeras.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Mike tras quedarse algo desconcertado.
—Que centraban toda su atención en la carretera que recorre el pueblo, como si el único ataque posible pudiese llegar de uno de los dos lados de la carretera o de alguna de las casas que dan a la calle. Apenas prestaban atención al resto del perímetro. Y sí, de acuerdo, es un perímetro muy grande, pero no hacían el más mínimo esfuerzo por vigilarlo o patrullarlo. Por eso he comentado que cabe la posibilidad de que tengan algún guardia apostado en el segundo piso de alguna de las casas vigilando desde allí.
—¿Visteis alguna señal de que se produjesen cambios de guardia en alguna de las casas? —preguntó Mike.
—No, nada, pero si fuese yo quien estuviera al cargo de la seguridad de ese pueblo, no centraría todos mis esfuerzos en la parte interior.
—Eso es porque no piensas como un motorista, sino como un marine. Para ellos, las amenazas son los representantes de la ley u otras posibles bandas. En caso de que aparecieran unos u otros, lo harían por la carretera. Esa mentalidad, teniendo en cuenta las condiciones actuales, está desfasada. La amenaza ahora la representamos gente como nosotros, a pie, haciendo de «Batman por los bosques», pero ellos aún no son conscientes de eso. —Mike continuó con las preguntas—: ¿Os dio la impresión de que sabían manejar las armas?
—Por lo que yo pude observar, y creo que Lisa y Kevin estarán de acuerdo, no parece que hayan recibido instrucción ni que sean especialmente disciplinados. Mantienen la disciplina suficiente, sin embargo, como para montar un turno de guardia regular. Si tuviera que hacer un resumen diría que lo que les falta en habilidad y organización lo compensan con la depravación de la que hacen gala. Esos tipos y sus compañeras son la gentuza más despiadada que he visto nunca. Cuando estuve en los Marines vi algunas cosas y me contaron muchas otras, pero nunca oí que nadie hiciera prácticas de tiro con cadáveres. Esos tíos no tienen la más mínima noción de lo que es el pecado, ni la moralidad ni los escrúpulos. Creo que están dispuestos a utilizar la fuerza a las primeras de cambio.
—Muy bien —dijo Mike, tras una prolongada pausa—, mi pregunta clave es: ¿crees que con la ayuda de los templarios tenemos un índice razonable de posibilidades de acabar con esos «hombres»?
—Claro que podemos, pero tendremos que meterles mucha caña y obligarlos a jugar según nuestras reglas.
—¿Qué sugerirías que hiciéramos —preguntó Mike— en caso de que perdiésemos el elemento sorpresa?
—Solo quedaría una opción válida, y sería salir de allí por patas y reagruparse después, a un par de kilómetros, en algún lugar que pueda defenderse fácilmente. Si pretendemos iniciar un ataque frontal con ellos preparados y esperándonos, no tendremos la más mínima posibilidad. Sin embargo, si los pillamos con los pantalones bajados, acabaremos con la mayoría de ellos antes de que se den cuenta de lo que está pasando.
Mike asintió con la cabeza.
—Muy bien, esas eran todas las preguntas que tenía. ¿Alguien más quiere preguntar? Nadie levantó la mano.
Todd, que había estado escuchando el informe en silencio, chasqueó la lengua y dijo:
—Jeff, quiero felicitarte por llevar a cabo un reconocimiento tan profesional y fructífero. Quiero que tú y Mike me acompañéis a la cita que tengo más tarde con Roger Dunlap. Me gustaría, llegados a este punto, abrir el turno de palabra a posibles sugerencias sobre cómo pensáis que podemos hacer una buena limpieza en Princeton.
Dan Fong propuso enseguida la posibilidad de tender una emboscada fuera del pueblo. La propuesta fue desestimada por dos razones: la primera, la banda no había dado ninguna muestra de tener previsto abandonar el pueblo próximamente, y la segunda, podrían abandonarlo en dos direcciones distintas.
Mary sugirió usar dos equipos distintos en el asalto. El primero, que sería el equipo de apoyo, tendería emboscadas en los dos lados de la carretera, así como en otras posibles rutas de escape. El segundo asaltaría el pueblo, avanzaría casa por casa y acabaría con todos los saqueadores que encontrase. Si alguno de los miembros de la banda conseguía escapar, podrían ser abatidos o capturados en las emboscadas. Si el equipo de asalto se veía obligado a retirarse, el equipo de apoyo lo cubriría.
El plan propuesto por Mary fue el que recibió más votos. Esta serie de tácticas fue llamada posteriormente una «incursión furtiva con cobertura».
Dan sugirió que llevaran las seis granadas de mano que requisaron a los dos saqueadores que fueron abatidos por T. K.
—Me parece de lo más conveniente que las armas requisadas a unos saqueadores sirvan para acabar con otros saqueadores —dijo el propio Kennedy—. Es eso de «Dulce et decorum est», ¿no te parece?
—¿Cómo? —preguntó Lon.
—Es latín —contestó T. K.—, significa «Es dulce y adecuado».
La propuesta de Dan acerca de las granadas fue aprobada por unanimidad.
A continuación, Mike, por indicación de Todd, informó a Jeff, Lisa y Kevin de los recién construidos «recipientes Claymore». A Jeff se le dibujó una sonrisa diabólica en la cara al escuchar la descripción que Mike hacía de sus nuevos juguetes.
—Suenan perfectos para las emboscadas del grupo de apoyo —dijo entre dientes.
Unas horas después, Todd, Mike y Jeff se dirigieron al encuentro con Roger Dunlap. Jeff durmió durante casi todo el camino. Se llevaron con ellos un par de muestras, tanto de las granadas como de las minas Claymore caseras. Dunlap los esperaba en el cementerio junto a su «Com 2» en un todoterreno CJ-5 cubierto con pintura de camuflaje.
—Bueno, parece que queréis dejarle a los templarios la tarea menos complicada y peligrosa —contestó Dunlap tras escuchar el informe completo de boca de Jeff y el plan de ataque que le propuso Todd—. Dadas las circunstancias y los términos de nuestro acuerdo, no me puedo negar. De hecho, la perspectiva suena bastante prometedora.
Los cinco hombres se pasaron las dos horas siguientes trabajando en los distintos detalles.
Cuando todos tenían claro qué era lo que se esperaba de cada uno, Todd comentó:
—Ahora solo nos queda organizarlo bien y ponernos en marcha.
Dunlap le preguntó a Mike si estaría dispuesto a ir con él al refugio de los templarios a dar una clase sobre cómo colocar y detonar las minas Claymore de forma segura. Mike le dijo que sí sin pensárselo dos veces.
—Después de la clase —sugirió Dunlap a Todd— llevaremos al señor Nelson de vuelta a Bovill en uno de nuestros vehículos.
—Estupendo, me parece genial, Roger. Regresad con quien vaya a dirigir también la operación. Para cuando vengáis tendremos redactadas todas las órdenes y os podremos exponer y dar una copia del orden de operaciones. También os proporcionaremos las Claymore, los cables, las baterías y los detonadores. Tal y como están las cosas, yo creo que estaremos listos para ponernos en marcha esta noche y tener a todo el mundo en posición y listos para el asalto mañana al amanecer.
A las seis de la tarde, Dunlap, otros tres templarios y Mike llegaron hasta la puerta delantera. Mike agitó el brazo de forma algo exagerada mientras bajaba para abrir la puerta delantera.
—Quiero que nuestra gente sepa que soy yo —les dijo a los otros—. La última vez que un vehículo no identificado llegó aquí a toda velocidad, la chica que estaba en nuestro puesto de observación disparó primero antes de preguntar nada. Luego se demostró que había hecho lo correcto, pero esta noche mejor que no se repita la misma función, ¿verdad?
Durante cerca de dos horas estuvieron puliendo los detalles del plan de ataque. Dunlap y Ted Wallach tomaron nota de todo. Una vez hubieron acabado, Dunlap recogió las Claymore y todos los accesorios. Para no correr ningún riesgo, Dunlap cogió la pequeña caja acolchada donde iban los detonadores y la ató con cable al parachoques delantero de su todoterreno, para mantenerlos así bien alejados de las minas y de los pasajeros durante el trayecto. Los miembros de la Milicia se despidieron saludando a Dunlap y a Wallach mientras estos emprendían el camino de vuelta.
—Espero de verdad que todo esto funcione —le dijo Todd a Mary, con tono serio.