13. Primavera

«No olvidemos nunca que el trabajo más importante que desempeña el hombre es el del cultivo de la tierra. Las demás artes no se iniciaron hasta después de que comenzara el de la labranza. Los granjeros, por consiguiente, son los fundadores de la civilización.»

Daniel Webster

Durante los tres meses previos al nacimiento del bebé, Mary leyó y releyó todo libro a su alcance que versara acerca del embarazo y el parto. El que estudió más a fondo fue Corazón y manos, una guía para matronas escrita por Elizabeth Davis. También hizo que Todd leyera todos los libros al menos dos veces. El embarazo transcurrió sin demasiados problemas. Mary se pesaba y se tomaba la tensión dos veces por semana. Gracias a sus lecturas sabía que lo mejor para que el bebé creciera sano era una dieta ejemplar y mucho ejercicio. Usando las tiras reactivas que venían con uno de los kits para asistir al parto que guardaban en el refugio, analizó su orina en busca de azúcar, indicador de una posible diabetes gestacional. También la analizó en busca de pérdidas de proteínas, que indicarían toxemia. Como sus pies y manos nunca habían mostrado ningún signo de hinchazón, la posibilidad de contraer una toxemia no era algo que le preocupara.

Le hubiera gustado no ser la primera mujer en dar a luz en el refugio, pues nadie había asistido nunca a un parto, aparte de ella misma durante los turnos de obstetricia cuando llevó a cabo su capacitación para enfermera. Margie había tenido a Della, pero aquel había sido un parto en un hospital y Margie había estado prácticamente inconsciente. También había visto y había ayudado a parir a animales de granja. Al parecer lo había pasado muy mal al tener a Della; en consecuencia, y conforme se acercaba el parto casero, lo que hacía era irradiar cada vez más nerviosismo a su alrededor, hasta el extremo de que Mary decidió que no quería a Margie presente cuando diera a luz, pese a que ella era la única que había pasado por una experiencia así.

Lisa Nelson, que tenía casi la misma edad que Mary, le dijo que le encantaría estar presente cuando el nacimiento tuviese lugar.

—Mary —le dijo—, es posible que no puedas asistir en cada parto que se produzca aquí. Creo que debería aprender de ti todo lo posible. Mike y yo algún día querremos formar una familia y quiero saber dónde me estoy metiendo.

Lisa fue una alumna disciplinada y dedicada, y Mary estaba contenta de poder contar con su ayuda durante el parto. No le preocupaba que el bebé pudiera necesitar alguna atención médica especial, pues la mayor parte de bebés hipotónicos lo son a causa de la anestesia. Lo que sí le preocupaba era un posible desgarramiento del perineo al expulsar la cabeza y los hombros. Lo último que quería era a Todd o a Lisa cosiendo sus partes más delicadas. Hubiera preferido hacerlo ella misma en caso de necesidad, pero sabía que eso era imposible.

La tarde del 24 de marzo del segundo año, Mary vio que había manchado. Esto era a causa del desprendimiento del tapón mucoso provocado por el inicio de la dilatación del cérvix. Mary, Todd y Lisa estaban muy emocionados, pues sabían que eso significaba que el parto era inminente. Aquella noche, Mary sintió contracciones irregulares durante tres horas. La tarde siguiente, las contracciones volvieron.

A la hora de la cena, ya se sucedían a intervalos de once minutos. Mary también iba a menudo al baño, y sus deposiciones eran sueltas, otro signo claro de la proximidad del parto. Sobre las siete de la tarde sufrió un ataque de náuseas y vomitó, pero fue consciente de que no debía preocuparse por ello. Durante esta fase, Mary llevó a cabo sus tareas diarias para apartar de su cabeza la molestia de las contracciones, pero procuró no hacer demasiados esfuerzos.

A las ocho de la tarde, Mary sintió que no podía controlar la tensión de su cuerpo, principalmente a causa de la fuerza de las contracciones. Durante esos momentos, la ayuda de Todd y Lisa fue incalculable. La tranquilizaron y la ayudaron a hacer ejercicios de respiración para soportar la intensidad de las contracciones y para distraer su atención. De repente, Mary sintió una presión tremenda y rompió aguas. Había líquido amniótico por todas partes. Todd y Lisa estaban impresionados de ver tanto líquido, y de ver a Mary agachada sobre las sábanas de la cama, examinándolo cuidadosamente.

—¡Bien, menudo alivio!

Todd y Lisa aún no salían de su asombro.

—¿No lo entendéis? ¡El flujo es claro! No hay ninguna señal de meconio. El meconio haría que fuera oscuro. Eso significa que el bebé probablemente no está sufriendo estrés fetal. —Los tres sonrieron.

—¿Qué se siente, Mary? —preguntó Lisa

—No se puede decir que las contracciones sean dolorosas. Pero son increíblemente intensas. Me cuesta mucho mantenerme relajada y que el cuerpo no se tense.

Las contracciones empezaron a ser cada vez más recurrentes. Todd le dio un masaje de espalda a Mary y aplicó presión en su zona lumbar. Mary comentó que eso le resultaba de especial ayuda; a continuación, empezó a sentir el deseo de empujar. Tras aplicar Betadine sobre la zona, Todd y Lisa comprobaron el nivel de dilatación. Todd estimó que era de unos diez centímetros. Lisa opinaba que Mary había alcanzado el nivel de dilatación máxima. No vieron que el cérvix impidiera el paso de la cabeza. Mary se acuclilló para que la fuerza de la gravedad le sirviese de ayuda y contribuyera a que el bebé bajara más rápido. Durante treinta y cinco minutos empujó con cada contracción. Finalmente empezaron a ver la coronilla del niño.

Mary pasó a una posición semisentada para que Lisa y Todd pudieran controlar la salida de la cabeza y así prevenir desgarros. Si se hubiera quedado en cuclillas, el bebé habría salido demasiado rápido. Lisa comprobó la presentación del bebé y dio un chillido:

—¡El bebé viene de cabeza y está en buena postura!

Lisa y Todd insistieron en que Mary respirara profundamente para que así el bebé saliera lo más despacio posible y evitar cualquier desgarro. Le pidieron que renunciara a empujar con fuerza durante las siguientes contracciones. Para facilitar la salida de la cabeza del bebé, aplicaron abundante aceite mineral. Tan pronto como salió la cabeza, Todd pasó su dedo por el cuello del bebé para comprobar que el cordón umbilical no se había enrollado a su alrededor. Suspiró aliviado al notar el cuello libre y al ver el sano color rosado de la cabeza del niño. Lisa se inclinó rápidamente para succionar la boca, la garganta y la nariz del bebé con una perilla aspiradora. Sabía que este era un paso importante, ya que cualquier rastro de mucosa debía ser eliminado antes de que el niño respirara por primera vez.

En la siguiente contracción, Todd sacó los hombros del bebé de uno en uno, de nuevo para prevenir desgarros. Una vez estaban fuera, el bebé prácticamente cayó en las manos de Todd, cubierto de líquidos que seguían saliendo a borbotones.

—¡Es un niño! —gritó.

Tras limpiarlo y secarlo lo envolvieron enseguida en unas mantas esterilizadas. Lisa esperó a que el cordón umbilical dejara de palpitar para entonces sujetarlo por dos sitios con un retractor esterilizado y unas pinzas umbilicales de plástico del kit de parto. Todd cortó entonces el cordón a unos cinco centímetros del ombligo. Lisa y Mary examinaron el bebé. Ambas estuvieron de acuerdo en que su respiración era rápida pero firme y en que tenía un color excepcional.

—Ha pasado con nota el test de Apgar, ¿eh? —dijo Lisa, dándole un suave codazo a Mary.

Mary estaba demasiado abrumada como para contestar.

—Gracias por darme un hijo, cariño —dijo Todd inclinándose para besarla. Luego, maravillado, tomó entre sus manos la manita de su hijo, tan diminuta que no parecía real.

—¡Es tan pequeño, tan pequeño!

Mary acercó al bebé a su pecho y enseguida empezó a mamar instintivamente, aunque sin demasiada habilidad.

—No te preocupes, ya aprenderá —dijo Todd.

La tercera fase del parto duró más que los veinte minutos que Todd y Lisa habían previsto. Mary estaba tan absorta mirando la cara de su hijo que casi no prestó atención al paso del tiempo. Lisa reparó en que el cordón umbilical que salía de Mary era más largo. Sabía lo que esto significaba: la placenta estaba separándose del útero.

—Vamos, Mary, necesitas ponerte en pie para que podamos extraer la placenta —ordenó Lisa.

Mary obedeció ayudada por Todd. Sus rodillas temblaban a causa de todo el esfuerzo realizado. Un solo empujón de Mary bastó para que la placenta saliese por sí sola.

Todd y Lisa la examinaron cuidadosamente para asegurarse de que estaba completa. Pese a que estaba algo desgarrada, no parecía que le faltara ningún trozo. Los dos se quedaron más tranquilos, pues sabían que esto reduciría las posibilidades de una infección uterina y el riesgo de hemorragias posparto.

A continuación, Lisa examinó el perineo de Mary en busca de algún desgarro, y se alegró de poder informarles de que no había ninguno lo suficientemente grande como para requerir puntos.

—Solo tienes alguna pequeña marca en el perineo, Mary. Así que nada de puntos —dijo riéndose entre dientes.

—Menos mal, porque la verdad es que no me fiaba un pelo de vosotros; en las prácticas siempre hacíais los puntos al revés —contestó Mary riendo.

Todd se encargó de limpiar la cama y de lavar a Mary. Las sábanas estaban empapadas, pero la sábana de goma que habían puesto debajo salvó de la ruina el resto de las sábanas y el colchón.

—Me parece que va a ser imposible sacar estas manchas —exclamó Todd sosteniendo la sábana empapada. Luego, hizo una bola con las sábanas y las toallas y las puso en remojo en un cubo de agua con jabón.

—Bueno, como es un niño supongo que lo llamaremos Jacob, tal y como habíamos decidido. ¿Te parece bien? —dijo Mary mirando a Todd. Todd caminó hasta la cama y tomó en brazos al bebé.

—Sí, definitivamente es un pequeño Jacob. Al fin y al cabo es un regalo de Dios, el mismo Dios de Abraham, Isaac y Jacob, así que Jacob es perfecto.

Jacob pesó al nacer casi cinco kilos. Al día siguiente, cuando todos lo vieron por primera vez, Mary declaró que era un bebé «muy sano».

El nombre completo del niño era Jacob Edward Samuel Gray. El nombre fue idea de Todd.

—A mí no me dieron ni siquiera un segundo nombre, así que no tuve elección. Siempre fui Todd. Quiero que el niño tenga libertad de elección. El pequeño Jacob podrá optar entre Jacob, Jalee, Edward, Ed, Eddie, Samuel o Sam. No le van a faltar opciones, no.

El primer verano tras la retirada al refugio, el grupo no prestó demasiada atención a las labores agrícolas. La máxima prioridad era la seguridad. Tenían tanta comida almacenada que no había necesidad de tener un gran huerto. Aquel verano tan solo cultivaron un cuarto del terreno disponible. Para cuando llegó la primavera del segundo año todos los miembros del grupo estaban hartos de la comida almacenada.

—No es que se puedan hacer muchas cosas con trigo, arroz y judías —dijo Kevin, de forma muy acertada.

La mayoría de los desayunos consistían en granos de trigo integral puestos a remojo la noche anterior y calentados antes de servirlos, y rebanadas de pan de trigo recién hecho untadas con un poco de mantequilla reconstituida, manteca de cacahuete y, en ocasiones, mermelada. En días alternos tomaban tortitas, copos de avena o papilla de maicena. Las comidas consistían normalmente en sandwiches de manteca de cacahuete rehidratada y sopa, o simplemente en un plato de arroz cocinado al vapor. Las cenas eran más variadas. Cenaban estofados, filetes de venado o alce, guisados, platos con arroz, verduras deshidratadas, frutas, verduras y carnes enlatadas. Durante el verano disponían de verduras frescas como lechugas, coles lombardas y tomates.

Durante el inicio del invierno, Mary preparaba fuentes de ensalada de repollo que conservaba al aire libre, en el porche norte. Cada invierno, cuando el repollo se acababa (normalmente el día de Año Nuevo, un día triste), Mary plantaba alfalfa o alubias para así tener verduras frescas hasta la primavera. Kevin, que se había convertido en el cocinero oficial, consiguió con sus originales platos convertir una dieta insulsa en algo más agradable al paladar. A menudo comían animales recién cazados, como venado, alce, faisán y codorniz. Todas las presas que mataban durante los meses cálidos eran comidas inmediatamente, o bien enlatadas o acecinadas.

Kevin sacaba la mayoría de sus recetas de dos libros: Saca partido a los alimentos básicos y La enciclopedia de la vida en el campo, de Carla Emery. Ambos fueron una referencia de incalculable valor. Kevin solía encargarse de la cena. Cuando Kevin no estaba al mando, lo sustituían Margie, Mary, Dan y Dell. Los cuatro solían preparar el desayuno y la comida. Margie se encargaba del pan, por lo que empezaron a llamarla «el hada del pan». Además, también horneaba la mayoría de las tartas y pasteles. Dell, que era muy golosa, se encargaba de preparar los dulces. Su favorito eran las molasses taffee. Dan preparaba casi todos los platos de carne, como los filetes de venado, los asados y las empanadas. También cocinaba muchos platos de arroz, como arroz al estilo mexicano o arroz pilaf. Mary hacía la mayoría de las conservas y sopas de carne y salsas. Doug Carlton, autodeclarado cocinero manazas, ayudaba haciendo el trabajo de carnicero, limpiando las presas grandes y preparando la cecina y el pemmican. [01]

Pese a que era bastante monótona, se trataba de una dieta muy nutritiva. Dan Fong, Lon y Margie, los únicos miembros regordetes de la milicia, adelgazaron considerablemente. Rose, que estaba flaca incluso antes de llegar al refugio, perdió cinco kilos mientras se recuperaba de su herida de bala. Pronto cogió peso, sin embargo. Unos pocos meses después, Jeff reparó en que Rose no estaba comiendo bien y en que había empezado a perder peso de nuevo. Gracias al empeño conjunto de T. K., que la aconsejaba regularmente, y de Jeff, que insistía en que repitiera en casi todas las comidas, Rose pronto volvió a su peso normal. Los demás miembros del grupo mantuvieron el peso que tenían antes del colapso. Algunos, como Todd y Mike, tuvieron que hacer un par de nuevos agujeros en el cinturón; sin embargo, seguían pesando lo mismo que siempre. Atribuyeron esto a la mayor cantidad de ejercicio que hacían. La grasa estaba siendo sustituida por músculo.

A finales de la segunda primavera tras el colapso, Mary dirigió la tarea de sembrar un gran huerto. Todo el mundo aportó su granito de arena. Empezaron por arar toda la parcela con el arado del tractor. A continuación, con una hoz pesada de jardinería, acabaron de deshacer los terrones de suelo y de arar las zonas cercanas a la valla y a las esquinas, donde el tractor no podía llegar. Repasaron luego con la hoz todo el huerto, deshaciendo aún más el suelo. Utilizaron la gran pila de abono que habían amontonado para abonar el terreno. Mary, ayudada por Dan, Doug y Della, empezó por plantar los cultivos tempraneros: patatas en gran cantidad, nabos, remolacha, rábanos y maíz.

Al mismo tiempo plantaron los cultivos más delicados en cajones vivero. Estos cajones estaban hechos a partir de los viejos marcos de las ventanas de la casa que Todd había guardado cuando las reemplazaron por las de doble cristal. Allí cultivaron melones, calabazas, tomates y pepinos. Después del 20 de mayo, trasplantaron estos semilleros desde los cajones al huerto. Plantaron los cultivos a intervalos de dos semanas para tener así un suministro continuo de verduras durante el final del verano. Los dos primeros cultivos de maíz fueron en el interior de la valla, mientras que los tres últimos los plantaron en una pequeña parcela fuera del huerto principal. Gracias a los vigilantes ojos de los que estaban de guardia en el puesto de observación y de Shona, los ciervos de la zona solo pudieron hacerse con unas pocas espigas de maíz.

En uno de los extremos del jardín, Mary mantenía un pequeño huerto de hierbas, con propósito tanto culinario como medicinal. Antes incluso del colapso ya había pensado en que la reserva de medicinas y vitaminas acabaría por gastarse o caducar, así que plantó ese huerto por anticipado. Sus principales guías fueron El herbario medicinal completo, de Penelope Ody Cómo curar cualquier enfermedad, de Huida Clarke y Diez hierbas esenciales, de Lalitha Thomas. Mary pasó horas leyendo y releyendo estos libros y haciendo listas con las semillas y esquejes que quería conseguir. Cada verano ampliaba el herbario, expandiendo así la plantación y añadiendo una mayor variedad de hierbas. Una de las más importantes eran las flores de equinácea. La equinácea, también conocida como flor cónica de la pradera, tenía fama de ser un potente antibiótico natural. Mary tenía una amiga al otro lado de la ciudad que criaba cabras y que fue la que le recomendó cultivarla. Su amiga la usaba para tratar con ella las infecciones de su ganado.

Dos años antes del inicio del colapso, Todd había construido una nueva valla de mayor tamaño para el huerto. La valla medía doce metros por cuarenta; a lo largo de ella y a intervalos de trece metros instaló tres grifos anticongelantes Merrill. Como tenía por costumbre, Todd se exprimió los sesos para conseguir que la valla fuese a prueba de ciervos. Para las esquinas compró postes de madera de quince por veinte centímetros y tres metros y medio de largo, mientras que los intermedios eran de diez por diez centímetros. El primer metro de cada poste iba enterrado en un enorme agujero relleno de cemento. Entre los postes, Todd colocó dos paneles de malla rígida, uno encima del otro. Además, los cubrió con alambre de espino. Una vez completa, la valla medía más de dos metros y medio de alto, más que suficiente para evitar que un ciervo la saltara. Para impedir el paso de las plagas de campo más pequeñas, Todd cubrió la parte inferior de la valla con alambre de gallinero.

Las puertas del huerto eran dobles y medían dos metros con setenta centímetros; normalmente, cuando entraban o salían del huerto, solo abrían una de las dos mitades. Sin embargo, si era necesario entrar con el tractor, se podían abrir ambas puertas.

La mayoría de las semillas las sacaban de los paquetes envasados al vacío que todos los miembros del grupo habían almacenado. Pese a que tenían varios años, gracias a su empaquetado y a que las habían conservado en sótanos frescos, la mayoría germinaron sin problemas. Siguiendo el consejo de Mary, seleccionaron solo semillas no híbridas para el programa de almacenamiento.

La ventaja de la semilla no híbrida es que generación tras generación sigue produciendo plantas de línea pura. Pese a que las variedades híbridas a menudo producen más cantidad, no producen semillas fiables al cabo de dos generaciones. La otra fuente de semillas eran las que guardaban de los cultivos del año anterior. Como estas también germinaban bien, Mary convirtió la obligación de guardar todas las semillas posibles de las frutas que producían cada verano en un procedimiento operativo estándar.

El huerto, la parcela de maíz y los manzanos que había fuera se convirtieron en un irresistible reclamo para los ciervos de la zona. T. K. se convirtió en el principal proveedor de carne del refugio. Con la caída de las primeras sombras del atardecer solía apostarse para cazar. En verano se situaba a la orilla del huerto de maíz. En invierno lo hacía en una plataforma que había construido en un pino ponderosa cerca del límite este de la propiedad. Bajo la tarima colocaba un terrón de sal para atraer a los ciervos. Para ahorrar munición y no hacer mucho ruido cazaba con su arco. Raramente fallaba. La única pega era que los ciervos no morían inmediatamente como solía ocurrir cuando recibían un disparo de rifle. A no ser que T. K. tuviera mucha suerte, aparte de puntería, y acertara en una arteria principal o en la columna del animal, este corría cientos de metros antes de sucumbir por la pérdida de sangre, lo que significaba que debía cargar toda esa distancia con el animal de vuelta al refugio para despiezarlo y conservarlo. Arrastrar un ciervo adulto colina arriba o con mal tiempo era una verdadera faena.

La vasta experiencia como granjera de Margie resultó ser de un valor incalculable. Fue Margie la que enseñó al grupo a utilizar el método de cultivo del cavado doble, la técnica del cultivo asociado, y a plantar caléndulas alrededor de los cultivos. Las caléndulas, explicó, mantienen alejados a una gran variedad de roedores dañinos para el huerto.

Uno de los mayores problemas del huerto eran los pájaros. Los Gray no habían tomado la precaución de cubrir la parcela con redes protectoras, así que ahora, durante la peor parte de la temporada de aves, se veían obligados a tener que destinar algunos valiosos efectivos a la vigilancia del huerto. Normalmente los encargados de montar guardia iban armados o bien con el rifle de aire comprimido calibre.177 de Todd, de marca El Gamo, o bien con el Feinwerkbau 124 calibre.22 de Mike. Tanto T. K. como Mike preferían usar sus tirachinas Wrist Rocket, ya que habían desarrollado una puntería verdaderamente mortífera con ellos. Acostumbrados a no desaprovechar nada, los pájaros más grandes abatidos durante la defensa del huerto eran incluidos en el menú veraniego.

Las tareas de cultivo dominaban las primaveras y los inicios del verano, mientras que a mediados de este era el momento de talar árboles y almacenar leña. Al final del verano llegaban días de actividad frenética. Además de las tareas habituales de vigilancia, se sumaban las de cosechado y conservación de los frutos del huerto. Afortunadamente habían ido almacenando un gran número de tarros de cristal, tapas, anillos de goma y parafina desde mucho antes del colapso. El método más usado para elaborar las conservas fue el del baño María, el preferido por Mary. Margie, al contrario, era partidaria del envasado a presión. Mary, que consideraba que aquello parecía muy peligroso, se mantuvo bien alejada de la labor de envasado al vacío.

El grupo había adquirido enormes cantidades de material para envasado de alimentos, mucho más de lo estrictamente necesario. Mary solía señalar el hecho de que en la mayoría de escenarios de supervivencia resultarían muy útiles para realizar trueques. Lo que más adquirieron con tal propósito fueron las tapas y la parafina.

Además de envasándolos, conservaron por deshidratación muchos alimentos. Unos pocos fueron puestos en vinagre o en salazón. Como Todd y Mary no habían conseguido comprar un deshidratador antes del colapso, se vieron obligados a fabricar uno ellos mismos. Lo construyeron Dan y Lon, siguiendo las instrucciones de un número atrasado de The Mother Earth News. Tenía un diseño simple. Una bombilla eléctrica proporcionaba calor de baja intensidad a una caja de madera con estantes con capacidad para una docena de bandejas. Las bandejas estaban hechas a partir de viejos cajones de fruta, y estaban cubiertas por una película de plástico. Pese a que no era tan sofisticado como los deshidratadores comerciales, con sus controles termostáticos y sus extractores de aire, el suyo funcionaba bien, aunque lento.

Como la electricidad escaseaba en el refugio, Lon y Dan construyeron un deshidratador solar para complementar el modelo eléctrico. Este aprovechaba los soleados días del verano en Palouse. Consistía en un gran marco de madera cubierto por el cristal de una ventana. Incluía un par de portezuelas en el frente, y estantes como para treinta bandejas.

Una de las cosas buenas de la granja de los Gray era su gran número de frutales y nogales. La mayoría de estos árboles estaban ya bien crecidos. Algunos de los manzanos tenían más de medio siglo y seguían la mar de sanos. Para cubrirse las espaldas, Todd y Mary empezaron a plantar árboles jóvenes nada más se mudaron a la granja. Los árboles venían de un criadero en las afueras de Lewiston. Los Gray resistieron la tentación de plantar las semillas de la fruta producida por sus propios árboles, pues sabían que la probabilidad de que crecieran árboles productivos era muy reducida.

Todd y Mary estaban especialmente arrepentidos de no haber podido comprar ganado para la granja. Con toda la actividad requerida para preparar el refugio no tuvieron tiempo de poblar la granja antes de que estallara el colapso. El ganado hubiera servido como fuente de comida, de ayuda física y fertilizante para el huerto, así como de medio de transporte. También habría ayudado a eliminar las malas hierbas que empezaban a invadir el terreno del refugio. Cuando Mary señaló este contratiempo, Todd dijo:

—En fin, después de visto, todo el mundo es listo.

Pusieron en lo alto de la lista de prioridades para el futuro, para cuando al fin se desarrollara una economía basada en el intercambio, el intentar conseguir ganado mediante trueques. Mary confeccionó una lista de «ganado soñado» con los animales que pensó que el grupo podía necesitar y que sus dieciséis hectáreas de terreno podrían mantener. Hizo la lista como guía para futuras adquisiciones. Incluía una vaca de Jersey, un asno y cinco caballos de montar. Mary también quería conseguir unos pocos conejos, cabras, patos y ovejas y criarlos para que produjeran carne, leche, huevos, lana, plumas, plumón y cuero. También hubiera incluido un par de caballos de tiro, pero se dio cuenta de que esos animales ya eran escasos incluso antes del colapso. Pese a que con toda probabilidad se criarían en mayor número en el futuro, las probabilidades de conseguir dos en los próximos años eran muy remotas.

Las bucólicas tareas de aquel verano se vieron interrumpidas el 15 de septiembre, cuando Margie se lesionó el antebrazo. Ocurrió una mañana, temprano, mientras cortaba algo de leña para el hornillo de cocina que serviría para preparar el envasado del día. Trabajaba con un hacha de mango corto para partir la madera cuando el chirriante sonido del teléfono del puesto de mando la distrajo. Desvió la vista de su tarea durante un breve instante y bajó el hacha en un mal ángulo, de manera que esta rebotó contra el pedazo de madera que estaba tratando de partir. La hoja penetró el interior de su antebrazo izquierdo y le produjo un profundo tajo que tenía muy mal aspecto. Dejó escapar un grito, pero esperó a que quedara claro que la llamada en el TA-1 era una comprobación rutinaria. Entonces, aplicando presión directamente sobre la herida, llamó pidiendo ayuda.

Al principio el corte sangraba muy poco y Margie no estaba muy asustada. Unos minutos después, cuando Mary estaba examinándolo, el sangrado capilar ya era abundante. Mary comprobó horrorizada que Margie casi se había seccionado dos tendones.

Aplicó rápidamente una venda a la herida e hizo que Margie se trasladara a la cocina. Mary se enfundó en su uniforme de enfermera verde claro y se puso la mascarilla. Después se lavó a conciencia las manos y los antebrazos con Phisioderm y se puso también un par de guantes quirúrgicos. Mientras tanto, Rose lavó con alcohol la mesa de la cocina. Margie esperó pacientemente con el brazo levantado sobre la cabeza para controlar la hemorragia. Para cuando Mary había acabado de prepararse, la venda estaba empapada y un estrecho reguero de sangre empezaba a descender por la axila.

—Mary, cariño, por favor, date prisa —dijo Margie.

Tras seleccionar unos cuantos instrumentos quirúrgicos de su bolsa y de los paquetes esterilizados, Mary estaba preparada. Volvió a parar para lavarse las manos una vez más.

—Empieza a dolerme mucho y de manera punzante —gruñó Margie.

Mary hizo que se tumbara y que levantara sus pies y el brazo herido para reducir el riesgo de shock.

—No te preocupes. Voy a darte algo para el dolor —dijo con voz tranquilizadora.

Tomó una jeringa hipodérmica de veinte centímetros cúbicos y la llenó con lidocaína H. C. L. Tras darle unos ligeros toques a los lados y presionar el émbolo para sacar las burbujas de aire, Mary insertó la aguja en tres lugares distintos alrededor de la herida.

—El dolor empezará a remitir en unos minutos. Ten algo de paciencia, querida paciente. —Mirando a Rose, que también llevaba una mascarilla, dijo—: Voy a necesitar más luz. Trae la lámpara de lectura del salón y ponía en el extremo de la mesa. Ahí mismo hay un enchufe.

Un minuto después, Rose volvió con la lámpara.

—No, no, no la acerques tanto, esa cosa está sin esterilizar. Apóyala al otro lado de la mesa e inclina la pantalla de manera que me ilumine. Ahí, eso es.

Mary cortó la empapada venda con un par de tijeras de mango negro. Con una sonda de punta roma, comprobó la profundidad de la herida. Para que Margie y Rose, que observaba por encima del hombro de Mary, supieran cuál era la situación, dijo:

—El corte tiene unos diez o doce centímetros de profundidad. Hay una cantidad considerable de hemorragia capilar y cuatro pequeñas arterias sangrando. Esa de color azulado es una vena, no una arteria. Es bastante grande, y afortunadamente está intacta. Si estuviera dañada, ahora habría un charco de sangre, en eso has tenido suerte. Las malas noticias son que hay dos tendones casi seccionados por completo, y otro que tiene un rasguño.

Cuatro miembros de la milicia rondaban por el otro lado de la cocina observando la escena y murmurando para sí.

—Podríais ser de ayuda si uno de vosotros se acercara al taller y trajera el soldador pequeño —les dijo Mary.

Lon salió disparado en dirección al taller.

—¿Para qué necesita el soldador? —le susurró Della al oído a Doug, que estaba a su lado. Doug se inclinó hasta que su boca prácticamente tocaba la oreja de Della y murmuró:

—Para cauterizar la herida, creo. No necesitas quedarte a verlo si no quieres. Puede ser bastante desagradable.

—No, quiero quedarme. No me asusta. Además, esto es bastante interesante. Puede que algún día tenga que hacerlo —contestó Della.

Doug asintió con la cabeza.

Mary siguió con su monólogo.

—Voy a empezar a coser, o a intentar coser, estas cuatro arterias pequeñitas. Me temo que son del mismo tamaño que las que me dieron problemas cuando traté tu herida de bala, Rose. Voy a usar el material de sutura absorbible más pequeño que tenga. Si uso algo más grande, acabaré con la arteria cosida, pero agujereada como un colador.

Justo entonces, Lon volvió con el soldador. Mary señaló con la cabeza hacia la lámpara:

—Enchúfalo ahí mismo.

—¿No deberíamos esterilizarlo? —pregunto él.

—No necesitamos preocuparnos por la punta, ya que se esteriliza a sí misma al calentarse tanto. Lo que me preocupa es el mango. Haré toda la cauterización de una sola vez y luego me cambiaré los guantes.

Mary pasó los siguientes veinticinco minutos suturando las cuatro diminutas arterias y maldiciendo de vez en cuando. Era un trabajo minucioso y muy frustrante. Para controlar el sangrado en esta fase de la operación, hizo que Rose colocara un esfigmomanómetro en el brazo superior de Margie y que aumentara poco a poco la presión. Una vez que la hemorragia se ralentizó hasta el punto de permitir ver su tarea, Mary le dijo a Rose que parara de bombear. Mary tuvo que cerrar una de las arterias porque estaba demasiado dañada. Consiguió unir con éxito las otras tres. Una vez acabó con la sutura, Mary le dijo a Rose que aflojara la presión del tensiómetro por miedo a cortar el flujo sanguíneo durante demasiado tiempo.

Margie mantuvo la calma a lo largo de la operación. De vez en cuando Mary le preguntaba si sentía algún dolor. Siempre respondía negativamente. Margie no se atrevió a observar la operación, así que mientras duró todo el proceso mantuvo su mirada fija en la pared.

Cuando restauraron el flujo sanguíneo, las arterias suturadas no dieron señales de fuga alguna, pero el sangrado capilar volvió a ambos lados de la herida.

—Lon, Rose, voy a necesitar vuestra ayuda —dijo Mary dirigiéndose a la puerta.

Los dos se acercaron expectantes.

—Voy a necesitar que mantengáis quieto el brazo de Margie. Tras explicarles cómo quería que lo sostuvieran, Mary tomó el soldador. Le dijo a Margie:

—Esto va a doler, incluso con la lidocaína, así que trata de mantener quieto el brazo.

Mary pasó la punta del soldador por los puntos de la carne que mostraban el mayor desangrado. Durante el proceso, el soldador emitió un sonido sibilante. Margie dijo que no sintió nada, pero que no le gustaba el olor. «Huele a barbacoa» fueron sus palabras exactas.

Una vez acabó con el cauterizado, Mary se cambió de guantes y echó otro vistazo a los tendones dañados.

—No sé ni por dónde empezar con esos tendones, así que esperemos que se curen por sí solos. Lo mejor que podemos hacer es inmovilizar tu mano, muñeca y brazo inferior durante dos meses para darles la oportunidad de sanar solos.

Mary procedió entonces a cerrar la herida con puntos de sutura no absorbibles.

Cuando por fin acabó, Mary embadurnó el área de la herida con Betadine. Luego, envolvió con cuidado el antebrazo de Margie con gasa estéril de cinco centímetros de ancho y se quitó la máscara. Tras unos minutos de consulta con Lon decidieron hacer una tablilla. Lon volvió del taller cinco minutos después con un par de alicates y dos metros y medio de cable de verja rígida de veinte centímetros de diámetro. Lon colocó el cable directamente sobre el brazo de su mujer para calcular a ojo la medida de la tablilla. Luego, con la ayuda de los alicates, empezó a doblar el rígido cable. Tras tomar unas cuantas medidas más, acabó de dar forma a la tablilla en unos pocos minutos. Lon estaba empapado en sudor a causa del esfuerzo.

Una vez finalizada, la tablilla cubría ambos lados del brazo de Margie. Giraba 90° a la altura del codo y tenía dos agarres cruzados en los dos extremos. Para acolcharla, Mary usó algo de relleno de un enorme excedente de vendas de defensa civil. Una vez que el relleno estaba en su sitio, adherido mediante esparadrapo al armazón de la tablilla, Mary hizo descender con cuidado el brazo de Margie dentro de los confines de la tablilla. A continuación, usó casi por completo un rollo de gasa de siete centímetros de ancho, fijando el brazo en el interior de la tablilla.

Cuando completó el trabajo, le preguntó a Margie si notaba si el vendaje estaba demasiado apretado en algún punto.

—Aún no puedo contestar. Mi brazo sigue bastante insensible.

—Muy bien, Margie. No dejes de avisarme si sientes alguna molestia. Ahora viene la parte divertida. Tendrás que mantener el brazo en alto durante la mayor parte del tiempo las dos próximas semanas. También tendrás que recordarte a ti misma continuamente que no debes flexionar la muñeca o los dedos. Sé que va a ser duro, pero si queremos que esos tendones se curen bien, debes evitar someterlos a estrés. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —contestó Mary. Dirigiendo la mirada a su brazo lleno de vendas, dijo—: ¡Ay joroba! ¿Por qué tenía que pasarme esto justo ahora? Hoy íbamos a preparar sesenta tarrinas de mermelada de manzana.

Aquel día, más tarde, Mary probó su suministro de tetraciclina. Utilizó el test estándar aprobado por la OMS de título de anticuerpos que consistía en disolver una cápsula en agua clara. Sabía que si la disolución era turbia o precipitaba sería un indicador de que las cápsulas no eran seguras y debían desecharse. Comprobó con alegría que el resultado de la prueba fue una solución clara. Como la tetraciclina era vieja, le dio a Margie una dosis considerablemente mayor de lo normal. En un año o dos, Mary cayó en la cuenta de que tendría que empezar a valorar el estado de todos los suministros de medicinas y vitaminas del refugio.