«Tercer pescador: Maestro, me pregunto cómo vivirán los peces en el mar. Primer pescador: Pues lo mismo que los hombres en la tierra, los peces grandes se comen a los pequeños.»
Pericles, príncipe de Tiro
El grupo comandado por Todd Gray comenzó a patrullar por fuera del perímetro del refugio ese mismo invierno, unas semanas después de que los saqueadores atacasen. Como estaban bien abastecidos y cada vez eran más y más autosuficientes, tiempo atrás habían tomado la decisión de postergar la salida del refugio. Llegaron a la conclusión de que cuanto más tiempo esperaran, más desgastadas estarían las fuerzas de las distintas bandas de saqueadores. Aparte de eso, querían evitar la posibilidad de que algún vecino que hubiese perdido los nervios les disparara. Habitualmente, las patrullas estaban formadas por siete efectivos, que se dividían en tres equipos de dos y un líder. Las primeras patrullas que se llevaron a cabo a pie se mantuvieron a poca distancia del refugio. Comenzaron trabando contacto con las granjas de los alrededores. Las más próximas estaban todas abandonadas, ya que a los propietarios les habían «hecho un hueco» sus familiares o conocidos en algún otro lugar. La granja habitada más cercana estaba a algo más de medio kilómetro de distancia. Aparte de los dueños de la casa, dos familias más vivían allí ahora.
El grupo no tardó en fijar un protocolo para establecer un primer contacto con las granjas. Primero de todo, se aproximarían lo suficiente como para que pudiesen ser vistos desde la granja. A continuación, uno de los miembros de la patrulla ondearía una bandera blanca hecha con una sábana partida por la mitad y se acercaría hacia la casa con su rifle o escopeta colgado a la espalda. La operación tenía sus riesgos, pero ante la imposibilidad de una comunicación electrónica, aquella era la única forma de evitar un tiroteo.
La mayoría de las veces, los contactos con las bien protegidas granjas no tuvieron complicaciones.
El miembro del grupo que primero trabara contacto les preguntaría a los granjeros si necesitaban algún tipo de ayuda. En la mayoría de los casos, la respuesta era negativa. En alguna ocasión les pidieron algunos productos como antibióticos o cerillas. El grupo hizo todo lo posible por satisfacer sus peticiones. La directriz general que tenía Todd con respecto a la caridad era que había que dar «todo lo posible y más». Quería dejar meridianamente claro que el grupo estaba allí para ayudar a sus vecinos, no para intimidarlos. Sin entrar tampoco en muchos detalles, los vecinos eran informados de la existencia del grupo, y se les comunicaba que, en caso de que los saqueadores intentaran asaltar cualquiera de las granjas de la zona, el grupo haría todo lo posible por repeler el ataque.
Lo siguiente era recopilar cualquier información que los granjeros pudiesen tener acerca de las bandas de saqueadores que circulaban por el territorio. Antes de marcharse, les comunicaban que el grupo estaba permanentemente a la escucha en el canal 7 de la banda ciudadana. La emisora recogida de casa de Kevin había sido instalada en la mesa del mando del cuartel para este propósito.
Conforme las patrullas hicieron alguna incursión hacia el oeste, comenzaron a oír que los granjeros hacían referencia a los templarios, quienes por lo visto tenían un fuerte bien organizado cerca de Troya, ciudad situada a treinta kilómetros al oeste de Bovill. Cuando se les pedía más información acerca de estos templarios, los granjeros afirmaban que eran hombres vestidos con uniformes de camuflaje que portaban armas del ejército y escopetas, y que habían contactado con algunos de sus vecinos. Al igual que «el grupo», también se habían ofrecido a prestarles cualquier tipo de ayuda.
Hasta que no llegaron más al oeste de Deary no contactaron con ningún granjero que hubiese tenido contacto directo con los templarios. De hecho, cuando la patrulla fue avistada, el granjero en cuestión los saludó diciéndoles:
—Eh, templarios. Bajad aquí.
Hasta que los integrantes de la patrulla no entraron en el corral, no se dio cuenta el hombre de que no eran miembros del grupo de los templarios.
A preguntas de Mike, que era el que dirigía la patrulla, el hombre les contó que el nombre completo de la organización era los Templarios de Troya, y que, en efecto, llevaban uniformes de camuflaje y armas paramilitares. El granjero les contó que el modelo de ropa de camuflaje que llevaban los templarios era algo distinto al suyo. Al preguntársele más sobre este tema, lo único que alcanzó a decir fue que «el esquema no está hecho con esas cosas digitales de ahora, es más como los de toda la vida: verde, marrón, negro y todo mezclado». Para complicar todavía un poco más las cosas, les contó también que los Templarios de Troya llamaban a su propia organización el Grupo.
El granjero, al que los templarios solo habían visitado en una ocasión, no pudo dar más detalles acerca de la misteriosa organización.
—Si esos templarios vuelven a visitarle —le dijo Mike—, dígales por favor que contacten con nosotros por la banda ciudadana a la hora de la cena para que podamos hablar de algunas cosas.
—¿Competís los unos contra los otros? —le preguntó el granjero.
—Aún no lo sabemos. Dígales solo que se pongan en contacto con nosotros.
—¿Y a quién les digo que tienen que llamar? —preguntó entonces el granjero.
Mike se quedó mudo un momento.
—A la Milicia del Noroeste —contestó por fin.
Esa noche, en cuanto la patrulla hubo pasado las formalidades de recibir el alto, dar la contraseña y volver a entrar dentro del perímetro del refugio, Mike subió deprisa hasta la casa para consultar con Todd y T. K. En cuestión de minutos, Mike informó de lo que había visto y oído durante la patrulla.
—¿Cómo? —preguntó Todd con tono incrédulo cuando Mike les contó que había identificado al grupo con el nombre de la Milicia del Noroeste.
—Se me ocurrió de repente —contestó Mike encogiéndose de hombros—. No se me ocurría ninguna otra cosa, y tenía claro que no podía decir simplemente «mi grupo». Ese no es buen nombre para los desconocidos, y tenemos que hacer que nos identifiquen de alguna manera.
—Bueno, con un nombre así —caviló Todd tras esbozar una sonrisa irónica— seguro que se quedan intrigados pensando en el número de fuerzas con las que contamos. Casi parece que seamos un pequeño ejército. Pero bueno, teniendo en cuenta las circunstancias actuales, me imagino que sí, que somos un pequeño ejército. ¿El granjero te dio alguna pista acerca del tamaño de este grupo, de los templarios?
Mike negó con la cabeza.
—No, me contó que a su granja había ido una patrulla formada por cinco hombres, y que cuando les había preguntado con cuántos hombres contaban en el fuerte, habían cambiado de tema.
—Aja —comentó Todd—, esos Templarios de Troya son reservados. Da toda la impresión de que ya habían estado preparando las cosas antes de que todo se viniera abajo. Lo más seguro es que sean survivalistas o miembros de la milicia, aunque también cabe la posibilidad de que sean alguna especie de chiflados radicales.
—¿Qué clase de nombre es ese de «Templarios de Troya»? —intervino T. K.—. Suena a popurrí de referencias históricas.
—¿A qué te refieres? —preguntó Mike.
T. K. se mordió el labio y se quedó un momento dudando.
—Bueno, si son de Troya, deberían haberse denominado «troyanos», pero se hacen llamar «templarios». Los caballeros templarios eran una orden religiosa que tuvo su inicio durante la época de las cruzadas. Formaban parte de la misma categoría que los Hospitalarios. La función de los templarios era proteger a los peregrinos que viajaban a Tierra Santa. Eran monjes guerreros: con una cruz en una mano y una espada en la otra. Me imagino que estos nuevos templarios han elegido ese nombre porque se consideran protectores de toda esta zona. No deja de ser interesante.
—Entonces las preguntas clave son —dijo Todd, después de quedarse pensando en aquello que T. K. había explicado—: Uno, ¿qué intenciones tienen? Dos, ¿son respetuosos con la ley, la moral y la ética? Tres, ¿con cuántos efectivos cuentan? Cuatro, ¿qué doctrina política profesan, si es que profesan alguna? Y cinco, suponiendo que están del lado de «la verdad, la justicia y la forma de vida americana», ¿qué actitud tendrán hacia nosotros?
Las preguntas de Todd quedaron pendientes de respuesta durante nueve días. A las seis en punto de la tarde del 22 de enero, a través del canal 7 de la banda ciudadana, recibieron una llamada.
—Com 1 de los Templarios de Troya llamando a la Milicia del Noroeste, cambio.
Como la mayoría del grupo acababa de terminar de cenar, Todd estaba allí presente y cogió él mismo el auricular de la radio.
—Soy Todd Gray, de la Milicia del Noroeste, lo escucho.
—Señor Gray, soy Roger Dunlap, Com 1 de los templarios. ¿Es usted el líder del grupo? Cambio.
—Así es, cambio.
—Por lo que tengo entendido nuestras respectivas patrullas han comenzado a entrar en contacto con las mismas granjas y ranchos, cambio.
—Sí, eso es lo que parece, cambio —contestó Todd.
—Por lo que hemos oído, su grupo está situado en la zona de Bovill, ¿es eso correcto? Cambio.
—Es correcto. ¿Y el suyo en la zona de Troya? Cambio.
—Afirmativo, cambio.
—No había tenido ninguna noticia acerca de su refugio antes de que todo se desmoronase —comentó entonces Todd.
—Ni nosotros del suyo. Parece que los dos hemos mantenido un perfil bajo, cambio.
—Me gustaría seguir hablando, pero no creo que este sea el sitio idóneo, cambio.
—Sí, estoy de acuerdo, esta comunicación dista mucho de ser segura. ¿Dónde y cuándo prefiere que nos reunamos?
Se acordó una reunión de dos representantes de cada grupo para el mediodía del día siguiente, si el tiempo lo permitía. El lugar elegido fue el cementerio que había al oeste de Deary, localidad que quedaba más o menos a mitad de camino entre Bovill y Troya.
Todd y T. K. fueron a la reunión en la camioneta de Jeff. Todd decidió llevar el vehículo, tanto por el efecto psicológico, como por la posibilidad de huir a toda prisa en caso de que se produjese una emboscada. Todd y T. K. llegaron diez minutos antes de la hora acordada. Llevaban sus mejores uniformes británicos de campo perfectamente lavados. Los templarios llegaron a caballo, dos minutos antes del mediodía.
Cuando se acercaron un poco, Todd pudo advertir que llevaban uniformes de campaña y gorras de camuflaje. La ropa que llevaban no tenía tampoco ningún rastro de suciedad. Los dos hombres llevaban rifles M1A y correaje LC-1 reglamentario del ejército. También portaban unas pistolas Beretta modelo 92 en unas pistoleras de marca Bianchi de color verde oliva que llevaban a la altura de las caderas.
El primero en hablar fue el más mayor de los dos hombres: tendría unos cuarenta y cinco años de edad, sus rasgos eran finos y el poco pelo que le quedaba era de color gris.
—Hola, me llamo Dunlap, ¿cuál de los dos es el señor Gray?
—Yo soy —contestó Todd—. Es un placer conocerlo, señor.
—Lo mismo digo. Este es Ted Wallach, el Com 2, es el coordinador de seguridad.
—Bonito caballo —dijo Todd, tras quedarse un momento callado, sin saber qué decir.
—Bonita camioneta —contestó Dunlap, tras cruzarse de brazos.
Durante unos instantes se quedaron mirándose en silencio.
—Por lo que parece, tenemos muchas cosas en común —dijo Todd—. Dígame, ¿a qué escuela de survivalistas pertenece su grupo?
—Yo pertenezco en líneas generales —contestó Dunlap después de quedarse un momento pensando— a la escuela de Mel Tappan, con algunas influencias de Bruce Clayton y Kurt Saxon.
—Tappan fue también mi mayor referente —dijo Todd asintiendo con la cabeza—, con influencias de Dean Ing, Rick Fines, Jeff Cooper, Mike Carney, Bill Cooper y una pizca de Ayn Rand.
—Entonces compartimos los mismos amigos —respondió Dunlap, riendo—. Supongo que eso significa que estamos en el mismo bando.
—Quizá —contestó Todd, tratando de resultar algo ambiguo; a continuación, dijo—: ¿Su grupo es cristiano?
—Por supuesto. Todos nos hemos arrepentido y comprometido con Cristo. Desde el colapso, en nuestro refugio se está viviendo un auténtico renacer espiritual. —Dunlap se cogió las manos, miró fijamente a Todd a los ojos y preguntó—: ¿Cuáles son las intenciones de la Milicia del Noroeste?
—Supongo que serán muy similares a las de los Templarios de Troya.
—¿Y cuáles son exactamente? —preguntó Dunlap.
Todd supo que la pelota estaba en su tejado.
—Restaurar el orden y la primacía de la ley constitucional, y proteger el derecho a trasladarse y a comerciar libremente —contestó dejando que sus palabras retumbaran.
—Veo que nos entendemos. Hemos utilizado unas palabras muy parecidas al redactar las normas de los Templarios. —Los dos hombres sonrieron.
—¿Es muy grande su grupo, señor Dunlap?
—Contamos con veintiséis miembros, que tienen desde cinco hasta setenta y tres años. Éramos veintisiete, pero uno de nuestros hombres murió de apendicitis. ¿Y cuántos son ustedes?
—Somos doce miembros. No hay ningún niño, por lo menos de momento. Todos los integrantes de la milicia han recibido entrenamiento táctico y en el uso de armamento. Nuestro miembro de mayor edad tiene cincuenta y dos años. Todos estamos entrenados y en perfectas condiciones físicas.
—¿Y eso significa…? —preguntó Dunlap.
—Significa que en caso necesario, los doce podemos entrar en combate. Dunlap se quedó un momento callado mirando al suelo, luego volvió a alzar la vista.
—Creo que su grupo podrá entrar a formar parte de la organización templaría. Todd dijo que no con la cabeza, muy lentamente.
—No he venido aquí para eso. Creía que hablaríamos en igualdad de términos. Tenía en mente algún tipo de colaboración, no de fusión.
—Pero nuestro grupo es el doble de grande que el suyo. No cabe duda de que disponemos de más capacidad operativa. Logísticamente, tenemos una base excelente. Antes de que todo se viniese abajo, yo poseía una importante fortuna. Gracias a esto, tuvimos los medios para acumular una reserva de comida, armas, herramientas y medicinas de dimensiones muy considerables. Así que lo más razonable es que su grupo se sitúe bajo el auspicio de un grupo más numeroso y mejor equipado.
—En primer lugar —dijo Todd frunciendo el ceño—, puede que el tamaño de su grupo sea mayor, pero a la hora de vigilar una determinada zona no creo que su capacidad real sea mucho mayor que la nuestra. Como ya he dicho antes, los doce integrantes de nuestro grupo pueden entrar en combate, así que en cuestión de combatientes capaces y entrenados, calculo que las fuerzas de su grupo serán bastante similares a las nuestras, o quizá tan solo ligeramente superiores. Aparte de esto, deben tener en cuenta que estamos perfectamente bien pertrechados. No tuvimos ningún «tío rico» que nos subvencionara, pero hemos invertido cada céntimo que hemos podido ahorrar a lo largo de diez años en tenerlo todo preparado.
A Roger Dunlap no parecía gustarle lo que estaba oyendo.
—Escuchen, les he hecho una propuesta razonable, y ni siquiera se han tomado el tiempo necesario para considerarla.
—Si no lo hecho, señor Dunlap, es porque está fuera de toda discusión. Nuestra milicia tiene sus propios principios y su propio cuadro de mando. Estoy de acuerdo en que nuestros dos grupos tienen una filosofía y unos objetivos muy similares, pero de ninguna manera vamos a quedar «bajo su auspicio».
—Pero formarían parte de la organización, tendrían derecho a voto.
—Me da igual cómo lo quiera pintar, estaríamos renunciando a ser una organización independiente para pasar a formar parte de la suya. Además, a la hora de votar, seríamos una minoría. Su propuesta me parece inaceptable. Propongo otro acuerdo distinto.
—¿En qué consiste?
—En que formemos una alianza en la que nuestro grupo mantenga su independencia.
—Señor Gray, hoy he acudido aquí preparado para ofrecerle entrar a formar parte de mi organización. La posibilidad de negociar cualquier tipo de alianza tendrá que ser sometida a votación de nuevo.
—Bueno, en ese caso imagino que nuestra conversación ha terminado —replicó Todd.
—¿Qué le parece —dijo Dunlap tras respirar profundamente— si nos reunimos pasado mañana a esta misma hora y según estas mismas condiciones, pero trescientos metros más al oeste de donde ahora estamos?
—Me parece bien. Venga preparado para discutir los parámetros que fijen nuestra alianza.
—No puedo prometerle nada hasta que no consulte con el resto de templarios.
—Cuando informe a su grupo acerca de nuestra conversación —dijo Todd, mirando fijamente a Dunlap— transmítales el siguiente mensaje: «La Milicia del Noroeste puede, o bien ser el aliado más leal, valioso, fiable y temeroso de Dios que exista, o bien, si alguien trata de someternos a algún tipo de coacción, el peor de los enemigos. La decisión es suya».
—Transmitiré el mensaje. Adiós, señor Gray.
—Adiós, señor Dunlap.
Los dos hombres se estrecharon la mano, pero ninguno esbozó la más mínima sonrisa. Después, se dieron la vuelta y cada uno emprendió su camino.
—¿Qué opinión te merecen, Todd? —preguntó T. K. mientras cerraba la puerta del acompañante.
Todd no contestó a la pregunta que le había hecho Kennedy hasta que no hubo puesto en marcha el motor de la camioneta y dado la vuelta para coger de nuevo el camino hacia Bovill.
—No sé qué decirte, T. K. No es fácil saber lo que está pensando ese Dunlap. El tío tiene una auténtica cara de póquer. Por lo menos ahora sabemos lo grande que es su grupo.
—Eso si lo que nos ha dicho es verdad —afirmó T. K. ladeando un poco la cabeza.
—Creo que sí que era cierto. En caso contrario, no creo que hubiese incluido en la misma frase la edad de los miembros del grupo —dijo Todd. Los dos guardaron silencio durante unos minutos.
—¿Crees que estarán de acuerdo en formar una alianza? —preguntó T. K.
—Eso espero —contestó Todd con tono grave—. Si no es así, las cosas pueden llegar a ponerse bastante feas. Intenté dejar clara nuestra posición, sin petulancia pero con firmeza. Es como esa frase que dicen en Las aventuras de Buckaroo Banzai: «Si nos tratáis bien, nosotros os trataremos aún mejor. Si nos tratáis mal, peor aún os trataremos nosotros».
Una vez de vuelta en el refugio, Todd convocó una reunión para después de la cena, donde él y T. K. informaron de lo que había sucedido. Pese a que todos los integrantes del grupo apoyaron la negativa de Todd a la oferta de los templarios, también surgieron algunas críticas.
—Deberías de haber encontrado más cosas en común y establecer una mejor comunicación antes de hablar tan a las claras —dijo Mary, que estaba embarazada de ocho meses y que ya tenía la consiguiente barriga.
Mike estuvo de acuerdo con la valoración de Mary.
—Si Terry Layton estuviese aquí, probablemente diría que este es un caso de dos guerreros llevando a cabo una discusión que debería ser llevada por alguien con una personalidad distinta, alguien más diplomático.
Las mejillas de Todd se encendieron.
—¿Qué quieres decir, que lo he echado todo a perder? —dijo Todd. Mike dijo que no con la cabeza.
—No, lo que estoy diciendo es… Lo que estoy diciendo es que «los principios siempre son complicados». No difiero ni un ápice en lo que le dijiste a Dunlap, pero creo que podrías haberte mostrado un poco más amistoso.
—Tú no estabas allí, Mike. Si hubieses estado, creo que habrías dicho las mismas cosas y habrías usado el mismo tono de voz. No iba a hacer de pobre hermanita enferma. Trataba de negociar desde una posición de fuerza. Tengo la sensación de que a esos templarios, a diferencia de nosotros, no les mueve el puro altruismo. Parece que al mismo tiempo que hacen buenas obras de caridad tienen la intención de ejercer alguna forma de poder.
—¿Piensas que hay algo que los ha corrompido? —preguntó Mike.
—¿Corrompido en el sentido que le atribuía lord Acton cuando decía eso de «El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente»? Seguramente aún no, no de forma palpable, pero el potencial existe y está ahí. Lo hemos discutido en muchas reuniones. Todo aquel que esté en una situación como la nuestra ha de mantenerse en guardia. No solo los Templarios de Troya, ningún grupo es inmune. Todos somos pecadores. Los ladrillos sobre los que se puede construir la tiranía están aquí, en esta misma casa. Fijaos en la situación que tenemos nosotros comparada con la que tienen la mayoría de nuestros vecinos. Estamos bien organizados, contamos con armas de mayor potencia, conocimientos tácticos por encima de la media, y una cantidad enorme de latas y de balas. En la economía actual, una despensa de tamaño considerable y un buen montón de munición es el equivalente a lo que tenían antes los millonarios en sus cuentas bancarias. No podemos permitir que todo eso se nos suba a la cabeza. Sería muy fácil convertirnos en unos dictadorzuelos locales.
Todd entrelazó los dedos y se puso a chasquear las uñas de sus dos dedos pulgares.
—Tenemos que mantener la compostura, hacer caso de nuestra conciencia y recordar siempre que somos cristianos. En vez de jugar a que somos los capitanes del bote salvavidas y obtener o «requisar» aquello que necesitamos, debemos siempre hacer trueques que sean justos. Y cuando alguien que esté pasando por necesidades no tenga nada que pueda permitirse intercambiar, debemos esforzarnos por ejercer la caridad de la forma más generosa posible. Tal y como dice Mateo, 7: «Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan por vosotros, así también haced vosotros con ellos; pues así dice la ley y los profetas». Creo que solo la gracia divina trae la salvación, pero no creo en la fe que no va acompañada de buenas acciones. Nuestro deber como cristianos es… —Todd se quedó mirando a Kevin Lendel y dijo en tono de broma—. Lo siento, espero que no te moleste todo este rollo del Nuevo Testamento.
—No me molesta —contestó Lendel—. Mi dios es el mismo dios de Abraham, Isaac y Jacob. Suscribo el mismo código ético. Lo único es que no como cerdo. —Todo el mundo se echo a reír.
Todd esperó a que las risas se extinguieran y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones de su uniforme.
—Bueno, ya os he soltado el sermón —dijo—. Volviendo al tema de la imagen que queremos transmitir. ¿Qué os parece que debemos hacer?
—Yo sugiero que la próxima vez que vayas a hablar con Dunlap —intervino Mary—, te acompañe una de las mujeres, para suavizar así nuestra imagen. No podemos dar una impresión estrictamente militante, tenemos que mostrar también nuestra faceta más humana, más compasiva y ecuánime.
—Creo que tienes razón —dijo Todd dejando caer los hombros.
En la votación que se llevó un cabo un rato después, se decidió que Lisa acompañaría a Todd a la siguiente reunión y que trataría de intervenir si de nuevo volvían a producirse fricciones entre Dunlap y Todd. Casi todos los miembros del grupo estaban de acuerdo en que era importante que la milicia patrullara un territorio bastante extenso. A corto plazo, patrullar toda la zona y prestar ayuda a los habitantes del territorio supondría una carga. Pero sin embargo, a largo plazo, cuando la situación fuera estabilizándose, un territorio más extenso supondría un mayor número de población con más recursos para intercambiar y, lo que es más importante, un mayor número de efectivos para formar una red de milicias para defenderse contra elementos hostiles organizados. T. K. predecía que la situación se parecería a la de las ciudades-estado italianas de entre finales de la Edad Media y principios del Renacimiento.
Mike sacó un mapa de grandes dimensiones que había confeccionado juntando nueve mapas topográficos del Servicio Geológico de Estados Unidos y que había colocado después sobre un pedazo de contrachapado. Al mapa se le había dado una capa de acetato «de combate» para que se pudiese escribir sobre él con rotuladores de tinta al agua de punta fina. En el acetato ya venían marcadas las lindes de las distintas propiedades y los apellidos de los propietarios. Mike usaba a menudo el tablero cuando daba instrucciones o recibía informes acerca de las distintas patrullas. Con respecto a la discusión de cuánto territorio podían llegar a controlar, se decidió que una línea de norte a sur cerca de Deary señalaría la división entre las dos zonas en las que cada grupo sería responsable de la seguridad y la cooperación.
Al final de la reunión, T. K. dirigió una lectura de la Biblia del libro primero de los Reyes, en el que se narran las alianzas de Salomón con Hiram y Egipto, y las de Asa y Acab con Ben-Adad. A continuación, rezaron para que Dios les concediese sabiduría y fuerza. También le pidieron al Señor que permitiese que los dos grupos se entendieran y alcanzaran una alianza equilibrada y duradera.
Poco antes del mediodía del día veinticinco, Todd y Lisa llegaron al cementerio de Deary. De nuevo viajaban en la camioneta de Jeff. Nevaba ligeramente. Todd detuvo el vehículo y pudieron ver a Dunlap y a una mujer de pie junto a los caballos, que estaban atados a la valla que rodeaba el cementerio.
—Parece que los templarios también han decidido suavizar un poco su imagen —dijo Lisa en voz baja.
Todd se rió ligeramente. Cuando salieron del vehículo sintieron un frío extremo. El tiempo había empeorado considerablemente desde su último encuentro. Todd y Lisa se acercaron hacia donde estaban Dunlap y la mujer; tan solo llevaban las.45 metidas en la funda.
—Hola —dijo Dunlap, casi gritando.
—Hola, sed bien hallados —contestó Gray, y luego, cuando estaban a solo unos pasos de distancia, añadió—: Roger, te presento a Lisa Nelson. Es nuestra especialista en logística, y la mujer de nuestro coordinador táctico.
—Encantado, señora —contestó Dunlap sonriendo—. Esta es mi mujer, Teresa, es la orientadora del grupo.
—Señora —dijo Todd en voz baja, mientras doblaba ligeramente la punta de su sombrero de camuflaje. A continuación, sugirió—: Hace mucho frío hoy, si queréis podemos hablar en la parte de atrás de la camioneta. Tenemos una estufa de queroseno y un termo con té caliente.
Roger Dunlap y su mujer se miraron el uno al otro y asintieron.
—Claro, nos parece estupendo —dijo Roger.
Los Dunlap, que llevaban sus dos respectivos rifles, siguieron a Todd y a Lisa hasta el vehículo. Los pasos de todos resonaban sobre la nieve. Una vez hubieron subido a la parte de atrás, Todd cerró la puerta, aunque dejó abierta una ranura para la ventilación. Todos guardaron silencio mientras Lisa encendía la lámpara de queroseno que servía tanto para calentarse como para cocinar. Los cuatro se sentaron con las piernas cruzadas en la caja de la camioneta y se quedaron mirando fijamente la luz que emitía la estufa que tenían delante. Los Dunlap se quitaron los dos pares de guantes que llevaban, los normales y los de lana, y se calentaron las manos. Sin que nadie dijese nada aún, Lisa sirvió el té en cuatro tazas grandes hechas de porcelana.
—Earl Grey… mi favorito —dijo Roger por fin, después de darle un sorbo al té. A continuación, todos fueron a hablar a la vez, hecho que produjo algunas risas.
Tras intercambiar las cortesías de rigor y comentar un poco el estado del tiempo, pasaron a hablar del motivo que les ocupaba.
—Hemos votado varias veces durante dos reuniones. Estamos preparados para hablar de los términos de una alianza.
—Excelente —dijo encantado Todd—. ¿Qué margen de alianza tenéis pensado?
Roger se quedó un momento callado.
—Queremos establecer un pacto de ayuda mutua y de seguridad —contestó después Roger—. A cada uno de los grupos se le asignaría una zona geográfica que debería patrullar y donde debería mantener el orden.
—Eso es exactamente lo que teníamos pensado —dijo Todd haciendo patente su alegría—. Sin embargo, queremos fijar claramente nuestra prioridad, que no es otra que la de ofrecer ayuda, sin que medie por ello ninguna obligación con los residentes de la zona, así como con los grupos de refugiados que no incumplan la ley.
—De acuerdo —dijo Dunlap.
—Una cosa importante: si una banda de forajidos amenaza la región, y es demasiado grande como para que cualquiera de los grupos se enfrente a ella por separado, nuestro tratado establecerá que el otro se compromete a prestarle ayuda, incluso a riesgo de poner en peligro las vidas de sus miembros.
—Me imagino que ese es el punto esencial, ¿no?
—Sí, desde luego, es el punto esencial —repitió Todd.
Dunlap y su mujer volvieron a mirarse el uno al otro.
—Estamos de acuerdo —afirmó Roger—. Estamos dispuestos a comprometernos.
Durante el siguiente cuarto de hora, los dos negociaron vivamente sus diferencias en cuanto a conceptos y terminología. De tanto en tanto, Lisa y Teresa hacían comentarios y sugerencias, pero los que hablaron principalmente fueron Todd y Roger. Su conversación, en cualquier caso, fue mucho más amistosa. El único momento en el que se asomó cierta posibilidad de discrepancia entre los dos fue cuando discutieron dónde quedaría trazada la línea divisoria de las Zonas Operativas o «Z. O.» de los dos grupos. Dunlap quería que la línea estuviese cinco kilómetros al este de Deary, y Gray un kilómetro al oeste de la misma población. Finalmente se llegó a un acuerdo, después de que Lisa sugiriera que los habitantes de Deary contarían con la ventaja de poder pedir ayuda tanto a un grupo como a otro si la línea divisoria se trazaba justo por el centro de la localidad.
Dunlap trazó la línea de la zona operativa de los templarios en un mapa de carreteras del estado de Idaho que llevaba consigo.
—Muy bien. La frontera común será la línea de norte a sur que recorre Deary Nuestra línea irá luego por el oeste hasta Kendrik, por el norte hasta la parte este de Moscow y luego hacia el este otra vez hasta Potlatch. No hace falta que cubramos Moscow. Seguro que os habéis enterado: la mayoría de la ciudad fue pasto de las llamas el año pasado. Los residentes que se quedaron han organizado un Comité de Vigilancia en el que incluyen controles de carretera. Ya hemos firmado un acuerdo con ellos, todo va estupendamente.
—Nos parece muy bien el trazado —dijo Todd a continuación—. Las fronteras de la Milicia del Noroeste quedarían de la siguiente manera: desde la línea «Mason-Dixon» al norte hasta llegar al río Palouse, luego al este hasta Hemlock Butte, a continuación, recto al sur hasta llegar al este de la ciudad de Elk, y luego al oeste hasta llegar a dos mil doscientos metros de Dreary. ¿Te parece bien?
—Ninguna objeción —asintió Roger. Después de que las fronteras fueran trazadas en dos copias del mapa, una para cada grupo, los dos hombres se estrecharon la mano.
El siguiente asunto a tratar era la coordinación entre los dos grupos.
—¿Tenéis acceso a alguna emisora individual de la banda ciudadana? —preguntó Todd.
—Sí —contestó Roger asintiendo—, una de nuestras estaciones de radio es un equipo S. S. B. de cuarenta canales.
—Muy bien, entonces podríamos fijar el canal 1 de la banda superior como nuestra línea principal de comunicación a la hora de coordinarnos. No haremos público que usamos esa frecuencia. Propongo también que toda la banda del canal 7 se convierta en nuestra frecuencia regional, en la que cualquiera de los habitantes de la zona pueda ponerse en contacto con cualquiera de los dos refugios. Lo más lógico sería elegir el canal 9, el que se utilizaba antiguamente para las emergencias civiles, pero todavía hay muchas interferencias. Así que mejor el 7. Los dos grupos lo tendremos abierto las veinticuatro horas del día. Cuando necesitemos hablar en privado, estableceremos contacto en el canal 7 y utilizaremos la frase «Muy bien, nos vemos en Coeur d'Alene. Adiós». Y luego nos pasamos al canal 1.
—Me parece estupendo —dijo Dunlap después de valorar un momento lo que Todd sugería—. Pero encuentro un problema. Nosotros tenemos energía de sobra, pero la mayoría de la gente de por aquí carece de una fuente de energía para alimentar sus emisoras de radio de banda ciudadana. Al quedarse sin gasolina, ya no pudieron mantener cargadas las baterías de sus coches y camionetas.
—Tengo una idea —dijo Lisa, metiendo baza—. Poseemos unos pequeños paneles fotovoltaicos de tipo Sovonics para cada uno de nuestros vehículos. Normalmente, los dejamos en el salpicadero para que las baterías no se descarguen. Cuando hace sol, llegan a cargar alrededor de cien mil amperios. Actualmente no estamos usando todos los vehículos, así que podríamos repartir esos pequeños paneles entre la gente del lugar que cuente con emisoras de banda ciudadana. Pueden cargar baterías de coche de 12 V, y con eso tener suficiente energía como para usar las emisoras en caso de emergencia.
—Es una idea magnífica —dijo Roger levantando las cejas—. Nosotros también tenemos cinco o seis de esos paneles fotovoltaicos para coches y solo estamos usando uno. Tenemos un generador eólico Jacobs y un juego de placas solares Arco Solar para las dos viviendas de nuestro refugio, así que no necesitamos esos pequeños paneles. Como entre los dos grupos solo podremos reunir un número limitado, tendremos que ser muy selectivos a la hora de decidir a quién le dejamos los paneles. Por lógica, deberían tener prioridad los que estén cerca de las carreteras principales y los que se encuentren en las zonas más alejadas. Así podrán advertirnos con tiempo cuando los saqueadores entren en nuestro territorio.
—Muy bien, entonces lo dejamos así —dijo Todd—. En cuanto a las comunicaciones tácticas a pequeña distancia, nuestros milicianos utilizan radios con auriculares modelo TRC-500. Pero será imposible que podamos establecer comunicación a través de ellas, porque usamos un dispositivo especial para sintonizar una frecuencia muy poco corriente. Si en alguna operación conjunta necesitamos comunicarnos entre varias patrullas, tendremos que usar equipos portátiles de emisoras de banda ciudadana y sintonizar el mismo canal. Normalmente, utilizaremos el número 7. Para operaciones puntuales acordaremos un canal distinto y una frecuencia alternativa.
—Me parece bien, tenemos dos equipos de banda ciudadana portátiles y un cargamento de pilas de níquel-cadmio y de níquel e hidruro de metal. A partir de ahora, todas las patrullas de seguridad portarán al menos un walkie-talkie de banda ciudadana.
A continuación, Lisa le preguntó a Dunlap si su grupo tenía alguna necesidad logística urgente, a lo que el líder de los templarios contestó que no. Acto seguido, Dunlap le hizo la misma pregunta a ella y la respuesta también fue negativa.
—Entonces seguiremos destinando todo aquello de lo que podamos prescindir a los refugiados y a los granjeros de la zona —dijo Dunlap. Tras esta aseveración, la conversación volvió a derivar hacia temas más triviales.
Tras pasar casi una hora más tomando té y compartiendo algunas de sus experiencias recientes, Teresa dijo:
—Bueno, será mejor que nos pongamos en marcha si queremos llegar a Bovill antes del anochecer.
Los cuatro se dieron unos muy cordiales apretones de manos. Tras quitar la nieve que se había acumulado en las sillas de los caballos, los Dunlap montaron, dieron la vuelta y se alejaron por la arboleda. A Todd le gustó el hecho de que no fueran por la carretera.
—Vamos a tener que conseguir unos caballos —comentó, y a continuación, mientras subían en la cabina de la camioneta, recordó las palabras de Doug Carlton—: Las carreteras están hechas para la gente a la que le gusta caer en una emboscada.
—Cuando estabais los dos hablando con el mapa delante —dijo Lisa mientras conducían de vuelta al refugio— no pude evitar acordarme de algo que leí acerca de la conferencia que tuvo lugar en Yalta al acabar la segunda guerra mundial. Según cuentan, Roosevelt, que estaba bastante enfermo, y Stalin, se sentaron con un mapa que había sido arrancado de un ejemplar del National Geographic. En ese lugar y en ese momento, con la ayuda de Churchill, que presentó algunas objeciones, decidieron qué forma tendría Europa del Este después de la guerra. Es una historia increíble. Dos hombres con un bolígrafo y un mapa decidieron el destino de millones de personas y de más de una docena de estados soberanos. Uno se queda atónito si piensa en las consecuencias de un simple hecho: la guerra fría, el puente aéreo de Berlín, el muro, la absorción de los estados de los Balcanes. No sé por qué los historiadores le han restado importancia a la conferencia de Yalta, yo creo que si se le prestara más atención a este suceso, Roosevelt no tendría tan buena reputación como presidente. Ese hijo de puta entregó media Europa al tío Pepe Stalin.
La expresión de Todd se tornó triste.
—Bueno… —dijo suspirando—, el pequeño tratado que hemos firmado hoy no afectará al destino de millones de personas, sino solo de unos cientos, y esperemos que para bien. Una cosa está clara: me siento mucho más seguro teniendo un gran parachoques de seguridad en el flanco oeste. No hay duda de que esa es seguramente la ruta por la que pueden venir las complicaciones. Así que a los malos les va a tocar vérselas primero con los templarios.