11. Amanecer

«El borde del sol se hunde; las estrellas se precipitan: De un solo paso viene la oscuridad.»

Samuel Taylor Coleridge

Conforme comenzó a llegar el frío durante el primer otoño después del colapso, los miembros del grupo empezaron a desarrollar algunas rutinas. La principal actividad eran las guardias y los turnos en el mando del cuartel. Conforme el tiempo se hizo más frío y húmedo, los integrantes comenzaron a temer los turnos en el puesto de observación y vigilancia. Por el contrario, las guardias en el mando del cuartel pasaron a considerarse una «tarea sencilla». Cuando no estaban ocupados a causa de las guardias, el resto de los miembros del grupo colaboraban en distintos proyectos, hacían la colada a mano en una bañera de grandes dimensiones y echaban un cable en la cocina. Como no había mucho que hacer en el jardín, incluso podían disfrutar de tiempo libre para leer, charlar o jugar a juegos de mesa. Las reuniones de carácter formal solo eran convocadas cuando las circunstancias así lo precisaban.

Con el permiso de Lon, Doug y Della se casaron el 1 de noviembre. La ceremonia fue muy similar a la que había tenido lugar con Jeff y Rose. La única diferencia es que, como hubo más tiempo para prepararse, todo el mundo se vistió mejor. Los hombres llevaron algunas de las corbatas que Todd tenía en el armario. Margie preparó una tarta de boda. Se había convertido en una experta en ajustar a la perfección la temperatura del horno de leña.

Los juegos más populares en el refugio eran el ajedrez, el Risk y un juego de cartas llamado «corazones». En la radio casi nunca se escuchaba nada que no fuesen interferencias. Aun así, casi todas las tardes, escuchaban las noticias de Radio Suiza Internacional, situada a 9.910 MHz de frecuencia, y que era la única radio comercial de frecuencia corta que se recibía. Casi todo lo que se escuchaba eran malas noticias.

Las sesiones de estudio y discusión de la Biblia y las reuniones para la oración se llevaban a cabo todas las noches después de la cena. Durante esas reuniones, o bien Lon, que era agnóstico, o bien Kevin, que era judío, hacían un rato de guardia en el POE. Kevin solo asistía a las sesiones de estudio de la Biblia cuando estas versaban sobre el Antiguo Testamento. Prácticamente todas las noches, Todd, que tenía muy buena voz, leía en voz alta durante media hora. Todos los demás permanecían sentados mirando el fuego y escuchándolo. Primero comenzó leyendo relatos como Leinengen contra las hormigas, de Cari Stephenson, y El partícipe secreto de Joseph Conrad. Luego pasó a leer novelas, y en cada sesión leía unos cuantos capítulos. Entre otras, leyó El manantial, de Ayn Rand, y Consecuencias imprevistas, de John Ross. En la lectura de esta última, Todd se saltaba las partes más subidas de tono que echaban un poco a perder lo que por lo demás consideraba que era una novela estupenda. Normalmente, mientras tenían lugar las lecturas, Todd llevaba puesto el equipo de auriculares de la TRC-500 para que la persona que estaba destacada en el puesto de observación y escucha pudiese también oírlo. Después de la televisión, que era con lo que todos se habían criado, las lecturas de Todd era el mejor entretenimiento posible.

Los jueves por la noche tocaba película. Juntaban unas cuantas sillas frente al enorme monitor del Mac de Kevin y veían uno de los ochenta y tres deuvedés que conformaban la colección del refugio, la mayoría de los cuales se debían a la aportación de los Gray y de Kevin Lendel. La noche del sábado se volvía a proyectar la película, para que los que se la habían perdido por estar de guardia en el puesto de observación y escucha o en el mando del cuartel la pudieran ver. Las sesiones de sábado eran en todo caso igual de concurridas que las de los jueves.

Uno de los quehaceres prácticamente diarios en el refugio era moler el trigo y el maíz. Los integrantes del grupo se turnaban con el molinillo de grano de la marca Country Living, una pieza que estaba extremadamente bien construida para que nunca fallara, hasta tal punto que su solidez resultaba un poco excesiva. El cuerpo estaba vaciado. Mary dijo que hubiese preferido un cuerpo hecho de hierro fundido.

—Aunque entonces hubiese pesado tanto como un yunque —decía riéndose.

El molinillo se podía ajustar desde el calibre más grueso, simplemente para romper el grano, hasta el más fino, para hacer harina que sirviese para elaborar pan. Las piezas eran extraíbles y se podían cambiar o reparar. Traían cojinetes en el mango, cosa que casi ningún molinillo tenía. Además de la palanca manual, esta unidad tenía unas rondanas de acero. Poco después de su llegada, Lon fabricó un sistema para colocar el molinillo sobre la bicicleta-generador con un desplazamiento adaptable para que la tensión de la correa fuese la adecuada.

Pedalear era mucho más fácil que hacer girar la manivela con la mano. Mary trajo el molinillo en 2002. Le costó trescientos cincuenta dólares, aparte de los setenta y cinco que se gastó en las piezas de repuesto, por lo que pudiese pasar.

Siguiendo las directrices de Mike, todos y cada uno de los miembros del grupo, de forma quincenal, dirigían una práctica de patrulla o de emboscada. Una vez realizada, se analizaban los posibles errores y aciertos. Al cabo de pocas semanas, las patrullas alcanzaron un nivel de precisión desconocido hasta el momento. Apenas se hacía ningún ruido; las señales, tanto con las armas como con las manos, se ejecutaban a la perfección, y las órdenes operativas se seguían con la misma profesionalidad y los mismos estándares que en el ejército: es decir, el formato de los cinco grupos de órdenes operativas básicas.

El único problema al que tuvieron que hacer frente en las semanas posteriores a la incorporación de los nuevos miembros fue cuando la fosa séptica empezó a salirse por el desagüe. Desde el mismo día de la llegada de los Nelson, Mary había insistido en que todos debían recoger el papel higiénico usado en bolsas y no echarlo al váter. El contenido de estas bolsas era quemado a diario. A las bolsas se les daba el poco eufemístico nombre de «bolsas de pinzas», debido a las pinzas que se utilizaban para mantenerlas cerradas y evitar que el olor se propagase. Pese a que por la canalización séptica no había ahora papel de ningún tipo, Margie supuso que el exceso de gente en casa de los Gray la estaba poniendo a prueba. La primera señal del problema apareció cuando el desagüe del fregadero de la cocina empezó a hacer unos ruidos que no parecían augurar nada bueno. Margie detectó el síntoma y alertó a Todd. Resolver el problema les llevó varios días. Lo primero era encontrar la tapa que cubría la fosa séptica. Solo eso ya les costó un día entero de ir perforando el suelo con una barra de acero en punta para localizar los bordes de la fosa hecha de cemento y para cavar después hasta llegar a la cubierta.

Tras una rápida inspección vieron que el punto de salida de la fosa estaba obstruido y que en la parte central superior del tanque, que estaba dividido en tres secciones, había una capa de «pastel» bastante considerable. El color del líquido dentro de la fosa era prácticamente negro, cosa que a Margie le pareció síntoma de que la bacteria estaba cumpliendo su función. El bloqueo se desatascó rápidamente con un tubo galvanizado de dos centímetros y medio de longitud. Para evitar que se hubiese de cavar tanto en la próxima ocasión en que se hubiese de inspeccionar la fosa séptica, o hacer algún trabajo en ella, Todd y Lon cortaron a medida un bidón de doscientos litros de capacidad para que sirviese como trampilla para llevar a cabo inspecciones. Encima colocaron una placa de acero de medio centímetro de grosor, al ser conscientes de que la fina capa de metal del bidón terminaría por oxidarse. Una vez colocada la nueva trampilla, tan solo sería necesario retirar quince centímetros de tierra, en vez de los sesenta que habían tenido que apartar en esta ocasión.

La inspección de la fosa séptica confirmó la sospecha de Margie de que el incremento de pobladores de la casa había excedido su capacidad. Todd consultó con el resto del grupo las opciones que tenían. Surgieron dos propuestas: o bien bombear regularmente el contenido de la fosa séptica, o bien construir un excusado exterior que sirviese como suplemento de toda la instalación. La primera de las dos posibilidades era irrealizable, ya que no tenían a su disposición ninguna bomba para vaciar la fosa. Así que se decidieron por el retrete exterior.

Lo construyeron a treinta metros de la casa, más abajo del depósito de agua y apartado del curso natural por donde bajaba el agua de lluvia. Mike comentó que una vez, en un campamento de caza, había visto una forma muy sencilla de construir un retrete. El diseño que propuso fue el que terminó por llevarse a cabo. Bastaba con enterrar las dos terceras partes de un bidón de doscientos litros de capacidad. Luego con un soplete se le hacía en la parte superior un agujero ovalado. A continuación, se cortaba también toda la parte inferior. Tras pulir las partes más irregulares se colocaba un váter y se pasaban los tornillos a través de la parte superior del bidón. Para que fuese un auténtico excusado, construyeron un cobertizo móvil hecho de madera.

El nuevo retrete contaba con varias ventajas. La primera de todas, que servía para desahogar el sistema de desagüe del baño que había en la casa. La segunda, que el jardín de flores iba a recibir una buena cantidad de fertilizante que antes se perdía. Todd no tardó en instaurar una norma que estipulaba que todos los habitantes de la casa utilizarían exclusivamente el excusado exterior, a no ser que estuviesen enfermos o que fuera soplase una tormenta de nieve. La norma no resultaba muy popular, pero era acatada.

A excepción de Rose, todos los miembros del grupo gozaron de buena salud durante el primer invierno en el refugio. Algunos cogieron algún resfriado durante las primeras semanas, pero aquel invierno no hubo ningún caso de gripe ni de ninguna otra enfermedad. Mary supuso que el hecho de estar aislados del resto de la gente los mantenía a salvo de las enfermedades infecciosas que eran transmitidas a causa del contacto. Todos los integrantes del grupo original se habían vacunado de neumonía ante la posibilidad de que tuviesen que acabar viviendo amontonados en compañía de mucha otra gente.

Incluso en los meses de invierno, la actividad del grupo no decaía. Como el único calentador que había en la casa era eléctrico, y por lo tanto había dejado de funcionar, todos los días les tocaba calentar en las cocinas de leña el agua necesaria para lavar los platos, hacer la colada o darse un baño. El agua para bañarse era transportada en teteras desde la cocina hasta el lavabo. Por suerte, estaban a tan solo unos cuantos pasos de distancia. La colada se hacía dos veces por semana en una lavadora a mano de marca James y después se escurría con un rodillo. Mary había sido previsora y había encargado por correo la lavadora del catálogo Lehman's de productos amish. Kevin Lendel se hizo con el rodillo para escurrir la ropa en una subasta en una granja en Clarkia, el verano anterior al gran colapso. Los días que no se hacía la colada era el turno de las parejas para bañarse. Los solteros se bañaban los sábados. Ante lo laborioso que resultaba el proceso de calentar agua y transportarla, Todd se arrepintió de no haber instalado unos serpentines para calentar agua en el sistema de calefacción de toda la casa.

La mayoría de los integrantes del grupo mantuvieron el buen ánimo con la llegada del invierno. A diferencia de millones de compatriotas, ellos estaban a cubierto y no pasaban ni hambre ni frío. Cada noche, antes de la cena, los miembros del grupo bendecían la mesa por turnos. Para que nadie corriese el riesgo de perderlo de vista, allí se enumeraban todas las cosas por las que debían estar agradecidos. Solo dos personas tuvieron algunas dificultades para ajustarse a la nueva situación. Una era Rose, quien a menudo se deprimía pensando en su familia o en la situación en general.

La otra era Lisa, que aproximadamente una vez al mes discutía con alguien o tenía un berrinche con alguna cosa que le molestaba. La mayoría de las veces se iba enfadada a su habitación y lloraba allí durante un rato. A la mañana siguiente aparecía, pedía disculpas y seguía como si nada hubiese pasado.

T. K. asesoraba a cualquiera que mostrase signos de irritabilidad o de depresión. Ambas cosas se daban con más frecuencia durante el invierno, cuando todo el mundo se veía obligado a vivir en un espacio más reducido. Sus sesiones de asesoramiento solían consistir en media hora de oración, preguntas y respuestas, algunos consejos y, normalmente, un buen rato de llorar. La actitud positiva e incombustible de T. K., junto con su sentido del humor, contribuyó a mantener elevada la moral. Era algo que se contagiaba.

Una noche, cuando todos estaban sentados a la cena, callados y cabizbajos, absortos en sus propios pensamientos, T. K. gritó «¡Guerra de comida!», y empezó a lanzar guisantes deshidratados a diestro y siniestro. La situación fue de caos total durante al menos un minuto en el que no pararon de volar por el aire más guisantes y el puré de patatas recién preparado. Cuando cesó el combate y las risas se extinguieron, T. K. se encargó de limpiarlo todo y de ponerlo en el cuenco de las sobras para Shona. En media hora estaba todo limpio. Tal y como le explicó después a Todd, era un esfuerzo que valía la pena a cambio de escuchar reír a todo el mundo.

Las guardias en el puesto de mando y observación eran extremadamente aburridas. Aparte de ver salir y ponerse el sol, y de volver a familiarizarse con las constelaciones, no había mucho que hacer. La lectura estaba prohibida durante las guardias, por si en algún momento de descuido algún intruso consiguiera colarse. Al principio se produjeron algunas falsas alarmas, la mayoría causadas por ciervos, puercoespines y osos. Aunque con el tiempo, todos se familiarizaron con los ruidos y movimientos habituales de los animales de los alrededores.

Por la noche, los que hacían la guardia estaban atentos a cualquier ruido que pudiese provocar alguna persona o motor. También vigilaban las veinte bengalas que estaban colocadas a lo largo del perímetro del refugio. Estas bengalas M49A1 estaban atadas a algunos árboles y postes y se activaban mecánicamente cuando alguien tropezaba con los cables que había dispuestos en el suelo. Durante las primeras semanas, algunas fueron activadas por error por diferentes miembros del grupo que habían olvidado dónde estaban colocadas. También algunos ciervos y Shona tropezaron con alguno de los cables y activaron algunas más. Esto último fue solucionado colocando los cables a una altura más elevada. Durante el día y a la hora del crepúsculo, los que estaban de guardia observaban con los prismáticos las laderas y las dos direcciones de la carretera. Pasaban días y más días y nada sucedía. Nunca se veía a nadie en la carretera. Kevin Lendel describió acertadamente las guardias en el puesto de observación y escucha como las del tedio ad náuseam.

El día en que sucedió algo que rompió por fin la monotonía, Lisa estaba de guardia en el POE, de pie, abrigada bajo una parka militar N-3 B contra el frío extremo, dando golpes contra el suelo de tanto en tanto con los pies mientras observaba la tenue y grisácea luz del amanecer. Lisa estaba contemplando la hilera de árboles de la parte trasera de la propiedad cuando oyó que Shona empezaba a ladrar. Al darse la vuelta, vio cuatro camionetas acercándose por el camino de grava, a muy poca distancia las unas de las otras, y con los faros apagados.

En cuanto descubrió los vehículos, Lisa descolgó el teléfono de campaña TA-1 y pulsó la palanca que había en uno de los lados. Le contestó Mary, que estaba de guardia en el mando del cuartel.

—Cuatro camionetas vienen desde el lado oeste. Un momento… Están frenando. Se han detenido ante la puerta principal. Levanta a todo el mundo ahora mismo. Venga, date prisa. —Mary pulsó el botón de alarma. Por toda la casa, las sirenas de marca Mallory se activaron y emitieron unos sonidos muy agudos y penetrantes.

Todo sucedió muy deprisa. Un hombre con una cizalla de unos noventa centímetros de longitud salió del asiento del acompañante del primero de los vehículos y fue corriendo hasta la puerta. Lisa giró el mando de su CAR-15 y levantó la tapa de la mira telescópica.

—Maldita sea, no hay bastante luz —se lamentó. Más o menos al mismo tiempo, la puerta se abrió y la primera de las camionetas hizo rugir el motor. El vehículo no se detuvo a recoger al tipo de la puerta, que se había echado al suelo y permanecía ahora oculto entre las hierbas y los cardos.

Lisa apuntó a la ventanilla del acompañante de la segunda camioneta, que estaba decelerando para poder hacer la maniobra a unos ciento cincuenta metros de su hoyo para atrincherarse. Disparó dos ráfagas, pero falló; las balas pasaron por encima de la cabina de la camioneta. Luego recordó para sí: Más despacio, respira, relájate, apunta, relaja el dedo y aprieta. Si no, fallarás todos los disparos. Tras hacer fuego dos veces más, la ventanilla del acompañante de la tercera camioneta saltó por los aires. El primer vehículo estaba a menos de cien metros de la casa. Lisa continuó disparando, a mucha más velocidad, principalmente a la parte trasera de los vehículos.

En el interior de la casa se produjo un enorme alboroto.

—¡Vienen cuatro camionetas por la parte de delante! —gritó Mary.

Todd fue el primero en abrir fuego desde la casa; con cada detonación, el HK91 se sacudió contra su hombro. Al mismo tiempo que los demás alcanzaban las posiciones que tenían asignadas tras las planchas de acero encajadas detrás de las ventanas, tres de los cuatro vehículos desaparecieron detrás del granero después de hacer una rápida maniobra. El cuarto aceleró en dirección a la alambrada que rodeaba la casa.

Detrás del destruido parabrisas no se podía ver al conductor. La camioneta impactó contra la alambrada, que cedió sin esfuerzo aparente; el vehículo derrapó después hacia un lado y a punto estuvo de volcar antes de quedarse parado a menos de cuarenta metros de la casa. Sobre uno de los lados del vehículo comenzaron a impactar las balas de forma cada vez más intensa e ininterrumpida. A esas alturas, el conductor o cualquiera que estuviese en la caja detrás estarían más que liquidados.

Treinta segundos después los disparos se detuvieron. Y no por una cuestión de contención, sino porque todas las armas apostadas en el lado sur de la casa se quedaron sin munición. Todas excepto la de Todd, quien tras gastar un cargador de veinte cartuchos, lo había reemplazado por el único que tenía de treinta, y continuaba apuntando en busca de objetivos.

—Volved a cargar y disparad solo a objetivos muy claros —gritó Todd. A continuación, escuchó como todos los rifles eran recargados.

—¿Pero qué está pasando? —preguntó Della desde el dormitorio de atrás.

—Calla y vigila tu zona de fuego —le gritó Todd como respuesta.

Por una de las esquinas del granero se asomó un momento un hombre y disparó tres veces hacia la casa con una carabina SKS. Las tres balas rebotaron contra las placas de acero sin producir ningún daño. Desde las ventanas, se produjeron varias descargas como respuesta a los disparos, con lo que el intruso volvió a esconderse a toda prisa detrás del granero. Luego asomó el SKS y disparó a ciegas hasta vaciar el cargador. Solo dos de estos disparos impactaron en la casa. Otra andanada de disparos de respuesta acabó por hacer pedazos la esquina del granero metálico.

—¿Y ahora qué? —se preguntó Todd sin perder la calma. Lo que pasaba detrás del granero quedaba demasiado a la derecha, fuera de su campo de visión. Lo único que podía hacer era esperar.

La única que veía, aunque solo en parte, a los atacantes, era Lisa, quien seguía en el puesto de observación y escucha, a ciento treinta y cinco metros de distancia. Desde allí, tan solo podía ver a dos hombres armados con escopetas correderas en la parte trasera de una de las camionetas.

—Vamos a hacer las cosas bien —se dijo a sí misma, esforzándose por controlar el ritmo de su respiración. Se agachó donde estaba su mochila Alice y sacó el bípode de su CAR-15, lo enganchó en el cañón e intentó colocar la intersección de la cruz del punto de mira sobre uno de los atacantes. Tenía que disparar a un objetivo que estaba a menor altura que ella y las patas del bípode no tenían la longitud apropiada. Hasta que no cambió de posición y apoyó las rodillas sobre la silla, no pudo apuntar correctamente.

Hizo dos disparos; el primero impactó entre los omoplatos de uno de los dos hombres. No tuvo tiempo para comprobar el efecto del segundo, ya que se movió velozmente para apuntar al segundo hombre, quien trataba de ponerse a cubierto echándose al suelo. Esta vez, cuando apretó el gatillo, no sintió ningún retroceso ni escuchó ningún ruido. En un primer momento pensó que su CAR-15 se había encasquillado, pero enseguida se dio cuenta de que la guía del cerrojo estaba echada hacia atrás y de que el cargador estaba vacío.

Sin poder evitar enfadarse consigo misma, se dejó caer en el fondo de su agujero y cambió el cargador por uno de los cargadores de treinta cartuchos de calibre.50 que había en uno de los lados del agujero, y que hacía las funciones de estante.

—¿Cómo es posible que haya disparado treinta balas tan rápido? —se preguntó en voz alta.

Cuando volvió a salir de nuevo, el otro hombre había desaparecido. Aunque no se movía, Lisa disparó para asegurarse tres veces más contra el saqueador que había derribado. A continuación, reventó las dos ruedas traseras de la camioneta, disparó una docena de balas en la capota y acabó de vaciar el cargador agujereando el depósito de gasolina. Después, volvió a deslizarse hasta el fondo del hoyo y se quedó pensando qué debía hacer a continuación. La respuesta le llegó al agacharse para recargar hacia el estante donde estaban los cargadores y ver una etiqueta Dymo que había adherida en la parte inferior de uno de ellos, donde se podía leer la palabra «Trazadoras».

—Parece que Lisa sí los tiene a tiro —dijo Mary al escuchar las detonaciones que provenían del puesto de observación y escucha. A continuación, se produjo una prolongada pausa y luego se escucharon dos disparos, seguidos de una fuerte explosión. De detrás del granero surgió una enorme llamarada. A Mary aquello le pareció una versión en miniatura de la idea que tenía ella de cómo debía de ser una explosión nuclear.

Durante los siguientes dos minutos todo permaneció más o menos en silencio. No se produjo ningún disparo; los defensores seguían parados en sus posiciones, esperando con cierto nerviosismo a que los posibles objetivos se presentaran por sí solos. Lo único que podían ver eran nubes de humo negro que se elevaban desde detrás del granero. A continuación, y con la misma velocidad con la que habían entrado, los dos vehículos que quedaban salieron a toda prisa de la parte más alejada del granero y tomaron el camino hacia la puerta. Todd, Mary, Dan y Rose, que estaban colocados en la parte de delante de la casa, tuvieron la oportunidad de disparar varias decenas de cartuchos a las camionetas mientras estas huían. Para su disgusto, solo unos pocos disparos alcanzaron su objetivo.

Lisa, que seguía disparando balas trazadoras, hizo unos cuantos blancos sobre los dos vehículos. Sorprendida, vio cómo el hombre que había usado las cizallas, y que ahora tan solo llevaba una pistola automática, corría detrás de las camionetas y agitaba los brazos. Lisa apuntó tranquilamente, con el bípode apoyado sobre el borde del hoyo. La visión del resplandor rojo de la bala trazadora al recorrer los doscientos veinte metros y alcanzar al hombre en la parte baja de la espalda le resultó de lo más inquietante, como si todo se estuviese produciendo a cámara lenta. El hombre cayó al suelo y comenzó a retorcerse de manera violenta. Lisa disparó dos veces más. Los rastros le permitieron ver que los disparos habían hecho blanco. El hombre tumbado en el suelo dejó de moverse.

Mike ordenó que todos recargaran las armas y permanecieran atentos. Tras hacer una llamada al puesto de observación, confirmaron que Lisa se encontraba bien.

—¿Has recargado tu arma? —preguntó Mike.

—Recibido —contestó ella con tono seco.

A continuación, Mike le preguntó si veía algo que se moviese o cualquier otra cosa fuera de lo normal detrás del granero.

—No, solo la camioneta que han dejado abandonada —contestó ella—. Las ruedas continúan ardiendo.

—¿Puedo ir a comprobar el estado de las dos camionetas? —le preguntó Dan a Mike.

—De ninguna manera —contestó Mike con firmeza—. Puede que hayan dejado a algún herido, o a algún rezagado. Si hay algún herido, dejémosle que se desangre. Tenemos todo el santo día.

Casi una hora más tarde, Mike envió una escuadra a examinar la zona. Para entonces, la camioneta que estaba junto a la esquina del granero había dejado de arder. La escuadra se movía a toda prisa, dividida en dos equipos de fuego, que iban cubriéndose el uno al otro en cada movimiento. No encontraron a nadie con vida. Además del cadáver del hombre en la carretera, encontraron a otro hombre muerto en la camioneta que había chocado contra la valla y dos cuerpos más detrás del granero. Ninguno de los dos llevaba encima sus armas. En la parte de atrás de la camioneta que había ardido a causa de los disparos de Lisa, había también un hombre imposible de reconocer: estaba completamente carbonizado.

Al revisar la camioneta que se hallaba más próxima a la casa, comprobaron que el conductor estaba tieso como un fiambre. Había sido alcanzado por al menos una decena de balas. En la cabina del vehículo encontraron un revólver Smith and Wesson modelo 66 de calibre.357 con un cañón de cuatro pulgadas. Afortunadamente no había recibido ningún disparo durante el tiroteo y se encontraba en perfecto estado. En la guantera aparecieron gran cantidad de mapas de carretera que posteriormente fueron analizados cuidadosamente, ya que estaban llenos de comentarios y anotaciones.

En la caja de la camioneta había cuatro contenedores hidráulicos, hechos de plástico, de quince litros cada uno y que aparentemente habían sido utilizados para transportar gasolina. Todos habían sido atravesados por las balas, pero ya los habían vaciado con anterioridad al tiroteo. También encontraron un saco de dormir, varias latas de cerveza (alguna agujereada también por las balas), una rueda de repuesto, tres revistas pornográficas y media caja de latas de atún.

Costaba mucho reconocer las cosas que había en el vehículo que había sido pasto de las llamas, y mucho más aún darle algún tipo de uso. El cargamento consistía básicamente en comida, en su mayor parte enlatada. El único objeto que se podía salvar era una llave para tuberías de cuarenta y cinco centímetros de largo. En la carretera, encontraron también abandonadas las cizallas. A menos de veinte metros del cadáver del hombre que Lisa había disparado en la espalda, encontraron una pistola Ruger P-85 de 9 mm en bastante mal estado. En los bolsillos del pantalón, el hombre llevaba una navaja Case, una funda de piel con un juego de ganzúas y dos cargadores de la pistola llenos. En el cinturón, llevaba también una pistolera de piel para la Ruger hecha a mano un poco de cualquier manera.

Por si acaso el grupo de saqueadores decidía tratar de vengarse, Mike ordenó que se instalara un segundo puesto de observación y escucha, y que se hiciesen también guardias en él durante los siguientes veinte días. Esto suponía una carga adicional para el grupo en su conjunto, pero tanto él como Todd consideraron que aquello era lo más prudente. El segundo puesto fue colocado en una colina poco elevada cerca del extremo oeste de la granja. Por tratarse de un puesto de carácter temporal, no se hizo ninguna excavación; tan solo consistía en una red de camuflaje con forma de diamante que estaba levantada en su centro a una altura de cuarenta y cinco centímetros. De esta forma, el observador tenía espacio suficiente para permanecer cómodamente tumbado. Un rollo de WD-1 se dispuso entre el nuevo puesto de observación y escucha y la casa. En el puesto se instaló un TA-1 que iba conectado a un segundo terminal que se colocó en la mesa de mando del cuartel.

Tras acabar de preparar el nuevo puesto, Todd convocó una nueva reunión del grupo, en la que solicitó a todos los miembros que reorganizaran sus mochilas «como equipos de emergencia», por si acaso el refugio era asaltado y tenían que salir de allí pitando. La mayoría de los integrantes del grupo prepararon una selección muy parecida a la que llevaba Doug Carlton cuando había llegado al refugio. En esa misma reunión, se discutieron varias opciones adicionales para mejorar la seguridad.

Todd colocó todos los objetos de los saqueadores que aún podían utilizarse en el mismo armario donde estaban las cosas que habían requisado el año anterior a la pareja de saqueadores caníbales. Lo que quedaba de las dos camionetas representaba un problema. Ninguna de las dos podía remolcarse, ya que las ruedas estaban destrozadas. En vez de fabricar una grúa, lo que hicieron fue colocarles temporalmente las ruedas de repuesto de los vehículos del grupo para así remolcarlas. Tras dejarlas en mitad de la arboleda que había detrás de la casa de Kevin Lendel, las colocaron encima de unos bloques de cemento para poder recuperar de nuevo las ruedas.

Necesitaron cuatro personas trabajando durante todo una jornada para arreglar la valla metálica. Lo primero que hicieron fue cortar y apartar las partes que estaban deterioradas. Lo siguiente fue enderezar dos de los postes y reemplazar otro por completo usando pedazos de tuberías que habían sobrado. A continuación, engancharon dos cables a un cabrestante, que engancharon a su vez a una rueda de trinquete, levantaron la parte de la valla que había quedado destrozada. Los parachoques de la camioneta que había sido acribillada y de la Power Wagon de Todd sirvieron como puntos de amarre para todo el proceso. Finalmente, la parte de la valla fue vuelta a colocar y quedó amarrada con tres vueltas de cable doblado sobre sí mismo para que resultase más resistente. El trabajo, una vez terminado, estaba muy lejos de resultar estéticamente aceptable, pero resultaba bastante funcional.

—Cutre pero efectivo —declaró Jeff Trasel al finalizar la reparación.

Mike Nelson quitó también el candado que habían cortado en la puerta que daba al camino y puso en su lugar el último de los candados Masters que le quedaban a Todd. Poco después, junto con dos hombres más cubriendo la zona, Lon soldó una pieza especial al poste de la verja, que estaba hecho de acero galvanizado. El refuerzo consistía en una tubería de tres pulgadas de diámetro que iría unida al candado de forma que fuera imposible cortarlo con una cizalla. La misma cadena estaba cubierta de un tipo de goma especial que se utilizaba normalmente para candar las motos y que Todd había comprado antes del colapso. El fabricante aseguraba que era imposible de cortar. Una vez estuvo acabado el trabajo, Mike fue a hablar con Todd.

—¿Piensas que volverán? —preguntó Todd.

—No sé qué decirte, Mike. Pero si lo hacen, no será nada fácil detenerlos. Una de dos, o intentarán atacarnos por sorpresa, o volverán con algo tan bien acorazado que podrán entrar por la fuerza sin que nuestras balas puedan impedírselo.

—Solo hay una manera de detener algo así, y es un poco de dinamita.

—Muy bien, Mikey, ¿por qué no pones a trabajar eso que tienes ahí debajo de la gorra y planeas algo para usar esas cositas que tenemos guardadas en el sótano?

Al día siguiente, Nelson empezó la construcción de la primera fougasse, una especie de cañón casero. Utilizó un tubo de seis pulgadas que encontró en el vertedero que había detrás del garaje. Todo lo que allí había lo habían dejado los antiguos propietarios de la granja. La tubería en cuestión era de las más grandes que había. Parecía de las que se usaban para canalizar los pozos de agua. Con la ayuda de Lon, Dan cortó dos metros de tubo. Después, con algunas de las piezas que habían sobrado tras acorazar las ventanas, soldaron en uno de los extremos una tapa de cuatro centímetros de grosor.

Con la ayuda de algunos de los que estaban por allí, Mike bajó la tubería hasta la puerta principal. Justo delante de esta había un pequeño montículo de tierra cubierto de hierba que tendría algo menos de dos metros de alto y unos cuatro y medio de diámetro, y que estaba a tres metros tan solo de la carretera. Daba la impresión de que era tierra que alguna excavadora habría dejado allí hacía algunos años después de hacer el camino de subida hacia la casa. Con la ayuda de un pico y dos palas, Mike y sus ayudantes marcaron una franja en la parte superior del montículo y cavaron luego una zanja de dos metros y medio de largo. La hicieron lo suficientemente ancha como para que cupiese el tubo, que tenía seis pulgadas de diámetro. A continuación, colocaron la tubería en la zanja, con la parte que estaba sin tapar de cara a la carretera. Mike se cercioró de que el tubo estuviese ligeramente inclinado hacia abajo.

La siguiente etapa en la construcción de la fougasse fue la más peligrosa. Mike bajó al sótano y sacó el más viejo de los tres estuches donde guardaba los cartuchos de dinamita de setenta y cinco por ciento de pureza, marca DuPont, y constató que la dinamita se encontraba en buen estado. Mike sacó nueve cartuchos y tras examinarlos exhaustivamente los puso en una caja de cartón que estaba medio llena de bolitas de poliestireno; luego le pasó la caja a Rose, que con gesto extremadamente atento (era la primera vez que manipulaba explosivos), los llevó muy despacio y con cuidado hasta la puerta principal.

—Apartad de en medio, que llevo carga peligrosa —gritó mientras ascendía por las escaleras que subían desde el sótano.

Todd, que estaba de pie en lo alto, se rió de buena gana.

—Tranquila, Rose —dijo bromeando—. No llevan los detonadores. —En el otro lado del sótano, Mike abrió con cuidado su caja de detonadores. En total, tenía ochenta y cinco. Cincuenta eran de tipo eléctrico, el resto de mecha.

—Ay, mis niños, ¿qué tal lo estáis pasando? —dijo en voz alta mientras los examinaba. Eligió dos de los detonadores eléctricos de marca Ensign-Bickford. Sujetando los detonadores por los cables, y con el brazo extendido, Mike subió con cuidado las escaleras, salió por la puerta delantera y bajó la cuesta hasta llegar a la puerta de la verja. Luego, con mucha delicadeza, dejó los detonadores en el suelo, a bastante distancia de la caja donde estaba la dinamita.

Mike volvió a subir la cuesta para coger los materiales que necesitaría para acabar el trabajo: cinco kilos de trozos de metal (la mayoría clavos doblados, material oxidado y cosas por el estilo), un kilo de vidrios rotos, la mitad de una bolsa de papel de supermercado llena de trapos, un carrete de cable de comunicaciones WD-1, un par de tenazas para cable, un rollo de cinta aislante de color negro, una pistola para calafatear cargada con silicona, una caja de bolsas de basura, un palo de escoba bastante largo y una tapa de plástico de un bote de café.

Una vez abajo, Mike se puso a preparar la carga. Primero ató todos los cartuchos de dinamita con cinta aislante y formó un fardo circular de doce centímetros de diámetro. A continuación, le sacó punta a un palo de madera y con él hizo un agujero en los extremos de dos de los cartuchos.

—¿Por qué le sacas punta a un palo? Lo podrías hacer con un destornillador o un cortaplumas —le preguntó Rose.

—Intento siempre evitar utilizar cualquier tipo de metal —contestó Mike—. Así se elimina el riesgo de que la electricidad estática haga saltar alguna chispa. —Rose frunció el ceño y asintió dándole la razón.

Acto seguido, y con el pulso un tanto tembloroso, Mike insertó un detonador en cada uno de los agujeros que había hecho. Después, fijó los detonadores con varias capas de cinta aislante.

—El segundo detonador en realidad no hace falta. Puede pasar muchísimo tiempo enterrado sin ser accionado.

Todos los miembros del grupo (excepto Rose y Doug) estaban en lo alto de la cuesta, confiando en no escuchar ninguna explosión. Rose y Doug se quedaron para observar y para que Mike los instruyera en el delicado arte de los explosivos.

Mike cortó después cinco metros de cable de comunicaciones y peló los extremos del par de cables. En cuestión de minutos y demostrando una gran habilidad, empalmó los dos juegos de cables de los detonadores con los cables de comunicación y cubrió los empalmes con cinta aislante.

—De nuevo —les explicó— he usado dos detonadores para mayor seguridad, por si acaso uno de los dos falla. No suele suceder, pero en una situación como esta, si no explotase, la cosa se nos pondría complicada. —Luego le dio varias vueltas al cable de comunicación alrededor del fardo de dinamita y para reforzarlo puso más cinta aislante—. Si el cable no está lo suficientemente tenso, no hará saltar los detonadores —les explicó. Acto seguido, envolvió el paquete entre dos capas de plástico de las bolsas de basura y lo selló después con cinta.

A continuación, tratando de parecer tranquilo pero conteniendo la respiración, Nelson deslizó el fardo de dinamita por el tubo de metal de la fougasse.

Cuando hubo estirado su brazo todo lo que pudo, siguió empujando el paquete hacia el fondo de todo con la ayuda del palo de escoba.

—Como veis, me he dejado el cable de comunicación colgando; ya me ocuparé de él más tarde.

Después de decir esto, Mike empezó a meter los trapos dentro del tubo.

—¿Para qué sirven? —preguntó Rose.

—Para lo mismo que el algodón con los cartuchos de una escopeta —contestó Mike sin apartar la vista de lo que estaba haciendo.

Después de apretar suavemente los trapos con el palo de escoba, Nelson empezó a echar los trozos de metal oxidado y los vidrios rotos dentro del tubo y a prensarlos también con la escoba. Mike hizo entonces un gesto de extrañeza y se rió un poco. Luego se giró hacia donde estaban Rose y Doug y se presionó las puntas de las cejas hacia arriba.

—Si son propulsados con la fuerza suficiente, se convierten en proyectiles de una gran potencia —citó de memoria.

Doug soltó una risotada. Rose no entendió la broma.

—¿Qué pasa, Rose? —preguntó Mike—. ¿Acaso no veías Star Trek? ¿No te acuerdas del capítulo en el que el capitán Kirk ha de enfrentarse con el capitán de la nave de los Gorn, con el gigantesco hombre reptil?

—Ah, sí, ya me acuerdo —dijo Rose sonriendo—. ¿De ahí has sacado la idea de hacer el foie gras este?

—No, el concepto es el mismo —dijo Mike moviendo la cabeza hacia los lados—, pero el diseño lo he sacado directamente de los manuales de los ingenieros militares. Este cabrón no se puede teletransportar, como el del capitán Kirk, pero es diez mil veces más seguro.

Mike casi había terminado. Hizo un orificio cerca del extremo de la tapa de plástico con la navaja. Luego, pasó por él los extremos del cable WD-1 y deslizó la tapa hasta que esta acopló con el borde del tubo de seis pulgadas.

—Encaja de forma casi perfecta —afirmó. A continuación, añadió silicona alrededor del borde del tubo y rellenó también el orificio por donde pasaban los cables. Después, presionó la tapa de plástico contra el tubo.

—Doug, ¿puedes mantener esto apretado mientras le pongo algo de cinta aislante? —preguntó Mike.

—¡Sí, señor! —respondió Carlton al tiempo que daba un paso al frente.

Tras pasar varias veces la cinta aislante alrededor de la tapa, Mike colocó encima dos capas de plástico arrancadas de las bolsas de basura. Luego, volvió a enrollar todo dándole varias vueltas al rollo de cinta aislante.

—Bueno, con eso debería bastar para que esté completamente hermético —dijo Mike, frotándose las manos.

Mike, Doug y Rose se pasaron la media hora siguiente rellenando la trinchera y volviendo de nuevo a poner tierra por encima. La boca de la fougasse estaba cubierta por menos de tres centímetros de tierra. A menos que alguien tuviese instrucciones sobre dónde tenía que buscar, su existencia era indetectable.

Unas horas después, esa misma tarde y con la ayuda de más palas y de más brazos, se cavó una zanja poco profunda que iba desde la fougasse hasta la casa. Tras hacer otro nuevo empalme y envolverlo bien con cinta aislante, aprovecharon un conducto de ventilación que había entre los ladrillos para meter el WD-1 en el interior de la casa. El extremo del cable se colocó junto a una de las ventanas de delante, desde la que se podía ver perfectamente la puerta de la verja, y se conectó a un aparato activador de minas de la compañía Claymore, es decir, a un detonador.

El detonador era propiedad de Dan Fong. Varios años atrás, un compañero de la fábrica de conservas que había combatido en Iraq se lo había regalado. Primero de todo, comprobaron que el circuito funcionaba correctamente con un multímetro; después, colocaron el detonador, junto con el grueso cable de seguridad, en una caja de puros en la que pintaron en rojo una señal de advertencia que decía: «Por orden del coordinador táctico: que a nadie se le ocurra tocarlo».

A Todd le gustó tanto la fougasse que durante la semana siguiente Mike y sus pupilos construyeron cinco más. Para ello, gastaron la casi totalidad de la tubería de seis pulgadas. La segunda fougasse se puso en paralelo a un enorme árbol que había tumbado en el suelo a unos cuarenta y cinco metros de la casa. Todd eligió el sitio porque para cualquiera que intentase atacar la casa ese resultaría un lugar de lo más tentador para ponerse a cubierto.

—Si vemos a alguien que nos dispara parapetado detrás del tronco, apretamos y fuera, se acabó lo que se daba.

La tercera fougasse protegía un punto ciego que había debajo del puesto de observación y escucha. La cuarta estaba situada en un sitio junto al bosque donde se cruzaban varios senderos. Para poder controlar la zona cuando todo estuviese oscuro, se colocó un cable a la altura del pecho que accionaba una bengala. La quinta se instaló en la zona que quedaba detrás del granero, en el mismo lugar donde los saqueadores habían aprovechado para ponerse a cubierto. La sexta y última se plantó en un agujero en medio de la carretera rural, en el centro de la zona de emboscadas cubierta de nidos de araña. Esta fougasse se colocó para que detonara verticalmente, y fue diseñada especialmente para actuar contra vehículos. En su interior llevaba una barra afilada de acero de siete centímetros de diámetro, un bote de café relleno con casi un kilo de trozos sueltos de metal que servirían como metralla y toda la pólvora de una bengala de carretera de treinta minutos de duración. A lo largo del bote había pequeñas hendiduras, a dos centímetros de distancia las unas de las otras. De esta forma, la metralla tardaría un poco más en salir disparada y lo haría íntegramente en el interior del vehículo.

El detonador que había en la caja de puros fue sustituido por un tablero de control que construyó Kevin. Contaba con suficientes indicadores luminosos y palancas como para controlar diez artefactos distintos, ya fueran fougasses, detonadores Claymore o cargas explosivas contra vehículos. Las primeras cinco fougasses se conectaron al tablero en cuanto este fue probado. Echando mano de su talento artístico, Mary pintó varios números y diagramas junto a la ventana donde se emplazó el tablero, al que todos pasaron a llamar Señor Destructor. Lo único que había que hacer era identificar el objetivo, consultar el diagrama pintado en la pared y pulsar el botón con el número correspondiente. Era tan sencillo que hasta un niño podía hacerlo. Pero justo para que un niño no pudiese manipularlo, Kevin incluyó en el tablero un interruptor eléctrico. Este interruptor servía para cortar la electricidad procedente de la batería de moto con la que funcionaba el tablero. La batería estaba conectada constantemente a la red de 12 V de corriente continua de la casa.

Todd, al que le seguía preocupando la posibilidad de que los vehículos embistieran contra la verja que rodeaba la casa, le pidió a Mike que coordinara la construcción de una zanja alrededor de la valla. Kevin Lendel había sido en realidad el que le había sugerido a Todd la idea de llevar a cabo esta mejora. Para cavar la zanja, a la que casi todos llamaban cariñosamente «el foso», fue precisa una semana de duro trabajo por parte de todos los integrantes del grupo.

Tras consultar uno de sus manuales de ingeniería militar, Mike explicó que para que fuese efectiva, la zanja debía hacerse en forma de ele inclinada. La parte más corta de la ele sería una pared vertical en el lado más cercano a la valla, mientras que la otra parte se alejaría de esta y estaría inclinada hacia arriba. La trinchera tendría un metro y medio de altura en la parte más profunda. De ancho, alcanzaría los tres metros. Enfrente de la puerta se colocó una estrecha pasarela hecha de madera y recubierta de una capa de contrachapado de un centímetro y medio de grosor.

Todd le contó a Mike, en una charla privada que mantuvieron los dos, su preocupación acerca de la posibilidad de sufrir más ataques de bandas de saqueadores.

—Dadas las circunstancias, supongo que hemos hecho todo lo posible —le dijo a Mike—, pero si tuviésemos alambre de espino me quedaría mucho más tranquilo. Si lo hubiese pensado podría haber comprado un poco de alambre de concertina de saldos del ejército, o algo de alambre de cuchillas de uso civil. El militar era muy barato, lo podría haber comprado por poquísimo dinero. Ahora debe de costar una fortuna.

Mike y él se quedaron después boquiabiertos, con una expresión que ya comenzaba a resultarles familiar.

—Después de visto, todo el mundo es listo —recitaron al unísono.

Tras considerar distintas alternativas, entre las que se encontraba colocar unas trampas punji, Todd y Mike decidieron poner algunos obstáculos recubiertos con alambre a ras de suelo. Mike contó rápidamente al grupo de trabajo en qué consistía la cosa.

—La función de estos obstáculos a ras de suelo es conseguir que quien pretenda acercarse a nuestra posición, en nuestro caso, la casa, tenga que aminorar el paso. Lo que vamos a hacer es clavar en el suelo, una vez superada la verja, postes de metal en forma de te con una distribución más o menos aleatoria, pero de modo que nunca disten unos de otros más de tres metros de distancia. A continuación, engancharemos alambres entre los postes a una altura de entre quince centímetros y un metro del suelo, de manera que formen una especie de enorme tela de araña. Así, el que consiga superar la valla no podrá acceder a la casa tan fácilmente. El alambre a la altura de los pies los obligará a ir más despacio, ya que tendrán que cortar, pasar por encima o trepar por debajo de cada uno de los cables. En ese intervalo de tiempo, tendremos ocasión de descubrirlos y de acabar con ellos.

En la construcción de la red de obstáculos a ras de suelo emplearon tan solo tres horas, gracias a la participación en la tarea del grupo en su totalidad.

Una vez estuvieron instaladas todas las nuevas medidas de seguridad, el grupo continuó durante varias semanas esperando con cierto nerviosismo a que la misma banda de saqueadores intentase llevar a cabo otro ataque. Pasado un tiempo, el nerviosismo se redujo, pero lo cierto es que tras este primer ataque, el ambiente en el refugio ya nunca volvió a ser el mismo.