«El hombre prudente prevé el mal y se esconde. Mas el simple sigue andando y es castigado.»
Proverbios 27,12, Biblia del rey Jacobo
Una tarde de junio llegó a través del teléfono de campaña un mensaje que empezaba a sonar familiar:
—Intencionado, fachada delantera. Un grupo numeroso, viajan a pie, probablemente diez individuos. Algunos armados. Vienen por el oeste, están a cuatrocientos metros.
Como venía siendo costumbre, siete miembros del grupo se asomaron desde sus nidos de araña cuando el grupo de desconocidos estaba en el centro de la zona de asalto. Una vez más la emboscada los pilló completamente desprevenidos. Había once personas en el grupo: cinco hombres, cuatro mujeres y dos niños. Todos cargaban con mochilas. Uno empujaba un carrito de bebé cargado con provisiones. Cuando se les ordenó dejar las armas y las mochilas, obedecieron sin rechistar.
—¿Quiénes sois y de dónde venís? —preguntó Mike.
—Me llamo Rasmussen —contestó un hombre con barba y larga melena—. Somos de Spokane. Nos dirigimos a Helena, Montana. Tengo un hermano que vive allí.
—¿Por qué dejasteis Spokane?
—Spokane ya no existe, amigo. Casi todo ardió hasta los cimientos el pasado otoño. Luego, en invierno, llegaron los malditos presos, cientos de ellos. Se hacen llamar «La nuestra familia». Y no se marcharon. La poca gente que seguía allí empezó a quedarse sin comida en primavera. Escapamos de la ciudad en mitad de la noche mientras aún nos quedaba alguna posibilidad de seguir con vida.
—¿Cuánta comida lleváis encima?
—Lo justo para un día o dos —contestó el barbudo.
Tras una breve consulta entre los nidos de araña, el grupo de refugiados recibió orden de retirarse del camino y sentarse con las manos en la cabeza. Un breve vistazo de T. K. bastó para confirmar que los refugiados no mentían sobre la escasez de sus reservas de comida. Sus mochilas contenían básicamente ropa, cacharros de cocina y algunos objetos de recuerdo.
—Podemos daros algo de comida, pero no podemos dejar que os quedéis —declaró Todd—. Si volvéis por aquí no os daremos nada la segunda vez. ¿Lo entendéis?
Al otro lado del camino las cabezas asentían. Enviaron a Mary y a Kate a la casa a por comida para los refugiados. Volvieron con un saco de cebollas y patatas, un cubo de plástico de dieciocho litros lleno de trigo rojo, cuatro kilos y medio de arroz, un bote de vitaminas y dos latas de manteca de cacahuete en polvo. Depositaron los víveres en la carretera, junto a las mochilas de los refugiados.
—¿Hay alguna cosa más que necesitéis desesperadamente? —les preguntó Todd.
—Sí, tenemos cuatro armas pero entre todos solo tenemos diecisiete cartuchos. ¿Podéis prestarnos algo de munición?
—¿De qué calibre?
—Tenemos dos calibres.22, un Winchester.25-35 y un.30-06.
Tras otro debate entre los nidos de araña, Todd corrió hasta la casa y volvió con una caja de veinte cartuchos de ciento setenta granos y punta blanda del calibre.30-06 y una caja de plástico con cien cartuchos para rifle largo CCI.22. Al igual que hizo previamente, lo dejó todo en la carretera.
—Bien, amigos, os deseamos la mejor de las suertes —les dijo Todd tras retornar a su posición—, ojalá pudiéramos hacer más por vosotros, pero esto es todo lo que nos podemos permitir. Como ya he dicho antes, no volváis por aquí. No conseguiréis nada. Tampoco se os ocurra tratar de conseguir algo por la fuerza; estamos bien armados y nuestras medidas de seguridad son muy rigurosas. Os despedazaríamos como a un rebaño de ovejas. Ahora podéis levantaros, coger muy despacio vuestras mochilas y los víveres que os hemos dado y marchar en paz. Mantened el cañón de vuestras armas bien lejos de nosotros. No os paréis a abrir las mochilas y redistribuir la carga hasta que estéis fuera de nuestro campo de visión.
El melenudo líder del grupo de refugiados afirmó:
—Señor, no puedo estarle más agradecido.
—No hay de qué. Es nuestro deber como cristianos. Adiós y buena suerte. Que Dios os bendiga y os procure un viaje sin incidentes.
Todd y los demás esperaron hasta que los refugiados estuvieran bien lejos antes de salir de los nidos de araña y volver a camuflarlos.
—Parece que ha empezado la temporada del refugiado —meditó Mary.
—Sí, ya lo creo que sí —respondió Todd—. Me alegro de estar junto a un camino secundario y no junto a una autopista. Si esto fuera una vía principal, estaríamos hasta arriba de refugiados. Bajo esas circunstancias, no nos podríamos permitir repartir limosnas.
T. K. intervino diciendo:
—Yo no me preocuparía precisamente por los refugiados, sino por los presos fugados de los que hablaban estos.
Una semana después recibieron orden a través del TA-1 de preparar otra emboscada en la carretera. Mientras cogía a toda prisa el Remington 870, Lisa exclamó: «Otra vez no». Los tres desconocidos que se aproximaban eran poco corrientes. Montaban bicicletas de montaña marca Giant. Dos de las bicis arrastraban sendos remolques de dos ruedas. Cuando se produjo la emboscada, los ciclistas frenaron derrapando, completamente sorprendidos.
—¡Mantened las manos en el manillar! —les ordenó Mike Nelson. Un momento después, añadió—: No somos saqueadores. No queremos haceros ningún daño. Bien, ahora quiero que bajéis de las bicis de uno en uno, muy despacio. Usted primero, señor.
Un hombre con entradas y ligeramente rellenito bajó de la bici. Puso el caballete y levantó las manos en el aire. Nelson señaló con el HK91:
—Ahora usted, señora.
La mujer, que a juicio de Mike rondaba la cincuentena y que vestía vaqueros azules y camisa color caqui, obedeció la orden. Como su marido, también levantó las manos sin esperar a que se lo pidieran.
—Muy bien, ahora tú, señorita —pidió Mike.
La joven pelirroja, con aspecto de tardoadolescente, se unió a sus padres. A diferencia de ellos, dejó que la bici cayera al suelo. Parecía muy asustada.
—¿Quiénes sois y de dónde venís? —preguntó Mike.
—Me llamo Porter, Lon Porter. Esta es mi esposa Marguerite y esta mi hija Della. Somos de Seattle.
—¿Habéis venido hasta aquí directamente desde Seattle?
—No, el otoño pasado viajamos en nuestra ranchera Volvo hasta que nos quedamos sin gasolina en el cañón del río Columbia, al este de Biggs Junction. Tuvimos que abandonar el coche junto con casi toda nuestra ropa y nuestras cosas. Íbamos de camino hacia La Grande, Oregón, para quedarnos con la familia de mi hermano. Hicimos el resto del trayecto hasta aquí en bicicleta.
»Mi hermano Tom tiene un pequeño rancho en las afueras de La Grande. Nos quedamos con su familia en su casa. Es bastante pequeña, así que no tenían una habitación de sobra. Dormíamos en la sala de estar. Todo fue bien una vez Tom y yo superamos el mono de nicotina. Ninguno de los dos estábamos preparados para dejar de fumar, pero las circunstancias nos llevaron a dejarlo en seco. Los vecinos de Tom se dedican a la cría de ganado. Fueron muy generosos, pero era evidente que la comida iba a escasear en breve, así que les dijimos que nos íbamos. No queríamos ser una carga.
—¿Hacia dónde os dirigís ahora?
—Montana. He oído que las cosas no están tan mal por allí.
—¿Tenéis familia en Montana? Porter contestó dubitativo:
—No… no. Se supone que la situación es más normal allí, así que había pensado en buscar trabajo. Soy ingeniero mecánico. Tras una pausa, Mike manifestó:
—Repito, no queremos haceros ningún daño, pero tenemos que asegurarnos de que no sois saqueadores. Han pasado algunos por la zona. Algunos de ellos incluso eran caníbales. Vamos a tener que registraros tanto a vosotros como a vuestras pertenencias. Una vez estemos seguros de que sois quienes decís ser y de que no tenéis intenciones hostiles, podréis marchar en libertad. ¿De acuerdo?
—De acuerdísimo —dijo Porter.
Adoptando el tono de un policía, Mike dijo:
—Y ahora, alejaos de las bicicletas, poneos de espaldas y entrelazad las manos detrás de la cabeza.
Los Porter obedecieron al pie de la letra. Mike siguió diciendo:
—Jeff, cachea al señor Porter, hazlo a conciencia.
Jeff dejó su rifle, se aproximó al desconocido por detrás y lo registró metódicamente. No encontró arma alguna.
—De acuerdo, retorna a tu puesto. Mary, cachea a las mujeres.
Tan pronto como Jeff volvió a su puesto y empuñó su HK91, Mary salió de su agujero y cacheó a la señora Porter y a su hija.
Cuando empezó a inspeccionar a Della, notó que la chica estaba temblando. Le dijo con voz tranquilizadora:
—Relájate, pequeña. Somos los buenos de la película.
Durante la inspección, descubrió que ambas llevaban navajas multiusos Leatherman de acero inoxidable. Aparte de eso, no encontró arma alguna.
Mike informó a los Porter de que podían bajar las manos, pero les advirtió que no hicieran ningún movimiento brusco.
A continuación, Mary procedió a inspeccionar las alforjas de las bicicletas y los remolques. El proceso le llevó quince minutos. Mientras realizaba el registro anunció en voz alta lo que iba encontrando.
—Chubasqueros… Son Gore-Tex, de buena calidad, pero de colores horriblemente brillantes. Un kit de herramientas, ¡caramba, pesa muchísimo! En el kit tenemos… un juego de llaves de tubo, un taladro grande, un conjunto de macho y hembra… un par de micrómetros… la verdad, de todo. Hay herramientas que no sé ni qué son. Hay muchas que parecen hechas artesanalmente. —Dicho esto empezó a escarbar más hondo en el primer remolque—. Aquí hay un fusil AR-7.22 como el de Doug. Pero este tiene una especie de recubrímiento de color marrón camuflaje en vez de negro. Eso es diferente. —Retiró la cubierta de plástico de la culata y extrajo el receptor de su compartimento—. ¡Con razón! ¡Es un Armalite fabricado en Costa Mesa! Dan me contó que se fabricaron muy pocos como este.
Tras devolver a su sitio el AR-7, continuó con la inspección: —Alrededor de quince cajas de cartuchos de escopeta calibre.22. Media caja de munición calibre.380 de punta hueca ACP HydraShock de Federal. Una escopeta superpuesta desmontada y en su funda de piel. Es una Ruger Red Label, de 12 mm, es una verdadera preciosidad. Tres cajas de cartuchos de perdigones del.12. Un montón de comida enlatada. Algo de comida deshidratada Mountain House.
Después pasó a examinar las bicicletas. Las tres estaban fabricadas por la compañía Giant y se hallaban en perfecto estado. El cuadro de la de Della era ligeramente más pequeño que el de las otras dos. Había una importante diferencia entre las dos bicis de tamaño adulto. Las dos eran el modelo Sedona, pero la de la señora Porter estaba equipada con una gran carcasa de motor accionado por tracción. Dos cables lo conectaban a un gran estuche rectangular de nailon negro, que iba insertado en una lámina de metal del mismo color. La chapa de metal iba atornillada al tubo inferior del cuadro de la bici. Mary ojeó el mecanismo con curiosidad. Dirigiéndose a Marguerite, preguntó:
—¿Qué es eso, una especie de generador?
La señora Porter, visiblemente más relajada, contestó:
—Es una unidad motora E. R. O. S. La fabrica una compañía llamada Omni Instruments, situada en California. En el estuche negro hay un par de pilas de gel que alimentan el motor. Sin embargo, en estos momentos la batería está prácticamente muerta. Cuando accionas la palanca que hay en el manillar, pone el motor en contacto con la rueda trasera de la bici. Entonces, cuando accionas el pequeño interruptor que hay a la derecha del manillar el motor engrana. Cuando está completamente cargada alcanza sobre una superficie plana una velocidad de veinte kilómetros por hora. Tiene una duración de unos doce kilómetros. Básicamente la uso para ayudarme a subir pendientes. También hace lo que se conoce como frenado regenerativo. Cuando vas cuesta abajo puedes bajar el motor para que actúe como generador y recargue las pilas. También evita que la bici coja demasiada velocidad en las pendientes.
Mary abrió la funda de la batería y examinó la parte superior de las pilas de gel.
—Caray, es un mecanismo bien ingenioso.
A continuación, Mary centró su atención en la gran mochila del manillar de la bici de Lon:
—Varios mapas de carreteras; una linterna Kel Lite a pilas; y… ¡Aja! Una pistola automática. Nunca había visto una como esta. ¿Alguien ha oído hablar alguna vez de una Ortgies? —Tras retirar el cargador de la pistola, afirmó—: Parece una Tres-Ochenta.
Tras devolver el cargador en la culata de la pistola y meterla en la bolsa, Mary continuó el repaso.
—Dos cargadores adicionales para la pistola, ambos de munición de punta hueca. Un juego de parches para reparar pinchazos, un rollo de cable, un tronchacadenas, algo de cinta aislante y unos alicates. Eso es todo.
Tras unos pocos minutos de seguir registrando en silencio, declaró:
—En el otro remolque y en las alforjas hay poco digno de mención. Principalmente ropa. Hay un Powercube de 117 V y un cable cargador con enchufe de tipo mechero de coche. Debe de ser para cargar la batería del motor de la bici. —La señora Porter asintió con la cabeza—. También hay un álbum de fotos, una Biblia del rey Jacobo y un maletín de primeros auxilios bastante completo. Nada más que merezca la pena comentar.
Dicho esto, Mary volvió a su puesto. Tras una pausa, Porter preguntó expectante:
—¿Y bien?
Tamborileando con los dedos sobre la madera del borde del nido de araña, Mike preguntó:
—¿Dónde trabajaste allá en Seattle y durante cuánto tiempo?
—Trabajé en Boeing como ingeniero mecánico durante diecisiete años. —Hubo otra pausa.
—¿Sabes cómo soldar? —preguntó Mike.
—Por supuesto. G. I. T, G. I. M., oxiacetileno, lo que quieras. Boeing incluso me mandó a Zúrich a hacer un curso especial de dos meses, con todos los gastos pagados, con Escher Wyss. Eso fue en 1993. Pero soldar no es mi especialidad. Estoy especializado en la creación de prototipos mecanizados.
—¿Y qué me dices de la fabricación de láminas de metal?
—Por supuesto.
—¿Estás familiarizado con la mecánica automovilística?
—Pues sí. No sé cuántos motores de coche y camión he reconstruido en mi tiempo libre. Es una especie de afición. Creo que en lo único en lo que no estoy muy versado es en los coches modernos con sus arranques electrónicos y demás chismes controlados por ordenador.
—¿Y de la fabricación de herramientas? ¿Tornos, fresadoras?
—Claro que sí. He trabajado con las principales marcas, tanto con máquinas tradicionales como con las más modernas, controladas por ordenador.
Tras otra pausa más, Mike dijo:
—De acuerdo, señor Porter, me gustaría que usted, su esposa y su hija se sentaran al otro lado de la carretera un rato. Por favor, sean pacientes. Hay algo que necesito discutir con mi jefe allá en la casa.
Mirando hacia uno de los lados, ordenó:
—Mary, estás al cargo hasta que vuelva.
Al tiempo que Mike salía del foso, los Porter se sentaban en la hierba al lado de la carretera. En esos momentos, la expresión de sus rostros era más de curiosidad que de ansiedad. Unos minutos después, Mike trotaba colina abajo seguido de Todd.
—¿El señor Porter? Me llamo Todd Gray. Estoy al cargo de esta operación. Mi amigo el señor Nelson dice que es usted un ingeniero mecánico sin un destino claro y «en busca de empleo», como se suele decir. Si no le importa venir conmigo hasta la casa, me gustaría explicarle cuál es nuestra situación, entrevistarlos a los tres, y posiblemente hacerles una oferta.
El debate sobre la conveniencia o no de aceptar a los Porter como miembros fue breve. Con el verano cada vez más cerca, estaba claro que el refugio iba a estar falto de personal, especialmente con todas las tareas de agricultura que sería necesario llevar a cabo. Mary resumió la situación en pocas palabras: sin ayuda adicional, o bien podrían tener un retiro seguro y morir tranquilamente de hambre, o bien plantar un gran huerto y reducir las medidas de seguridad.
Los otros factores clave fueron las habilidades de Lon. Ahora que parecía altamente improbable que Ken y Terry Layton aparecieran, necesitaban a alguien que conociera los entresijos de coches y camiones. Además, Marguerite, o Margie como la llamaban normalmente, había crecido en una granja en Woodburn, Oregón, lo que le había proporcionado una gran cantidad de habilidades tanto en la cocina como en el cultivo de tierras. El voto a favor de los Porter fue unánime.
Reorganizaron el sótano, de forma que uno de los lados quedó separado por un muro de armarios y mantas para proveer de habitación a los Porter. Por desgracia, las únicas camas disponibles eran tres catres plegables del ejército. Los Porter no expresaron queja alguna. Poco después de haber organizado su habitación, Mike recibió la tarea de prepararles logísticamente. Vestirlos apropiadamente no supuso ningún problema. Jeff Trasel cedió un juego de camuflaje para Lon, y Mike otro para Margie. Como Margie era de constitución fuerte pero no sufría sobrepeso, le venían bien. Mary cedió dos de sus cinco juegos de camuflaje a Della. Ambas eran más o menos de la misma estatura.
La siguiente y algo más complicada tarea fue armar a los Porter. La enorme colección de Dan Fong llegó al rescate. Pese a que no eran las armas estándar del grupo, Dan acordó prestar indefinidamente a los Porter su FN/FAL y su AR-10 Armalite de fabricación portuguesa. Ambas armas estaban modificadas para usar el calibre 7,62 mm OTAN. Lon usaría el FN, mientras que Margie usaría el AR-10, mucho más ligero. Dan tenía once cargadores para el FN, pero solo dos para el AR-10, lo que era un contratiempo, pues un par de cargadores de veintidós balas no bastarían para un tiroteo, daba igual que fuera breve o largo.
Al día siguiente, Lon fue a trabajar al taller de Todd. Lo primero que hizo tras desmontar uno de los cargadores del AR-10 fue tomar sus medidas con el micrómetro. Comparó este cargador con los de otros fusiles de asalto modificados para el mismo cartucho, y llegó a la conclusión de que las diferencias de tamaño eran demasiado grandes como para tratar de adaptar otro tipo de cargador del calibre.308 al AR-10. A continuación, revisó la colección de chapas de metal de Todd en busca de chapas que tuvieran la resistencia equivalente al aluminio usado en los cargadores originales.
El proceso de fabricación le llevó dos días. El cuerpo de los cargadores estaba fabricado con chapas de metal moldeadas. Los muelles se sacaron de cargadores de HK sobrantes. Los elevadores se hicieron a partir de hierro fundido, usando el método a la cera perdida. Una vez montados, los cargadores funcionaron a la perfección. Con el permiso de Mike Nelson, el AR-10 se puso a prueba con su invento y recalibrado al gusto de Margie; el rifle funcionó sin un solo quejido.
Jeff, que había estado de guardia, bajó la colina una vez lo relevaron.
—¿A qué vienen todos esos disparos? —le preguntó a Dan.
—Estábamos probando los nuevos cargadores del AR-10. Funcionan exquisitamente bien —contestó Fong.
Jeff se había perdido la mayor parte del proceso de fabricación de los cartuchos, pues había permanecido en el POE dos días seguidos.
—¿Costó mucho hacerlos? —preguntó.
—No —contestó Dan—, si los hubiera hecho yo, probablemente habría probado con varios prototipos antes de dar con uno que encajara y fuera funcional. Pero el viejo Porter hizo los cinco a la primera. Pasó directamente de la fase de concepto al producto final. El tipo es increíble, creo que voy a aprender un montón con él. Es infinitamente mejor que Ian Doyle.
Jeff se atusó el bigote y preguntó:
—¿Doyle? Oye, ¿ese no era aquel cadete de las Fuerzas Aéreas con el que os juntabais tú y Todd en la universidad?
Dan sonrió.
—Vaya, así que te acuerdas de Ian. Sí, ese es. Todd y yo mantuvimos el contacto tras la universidad, principalmente por correo electrónico. De hecho, charlé con él por teléfono dos meses antes del colapso. En aquel momento se dedicaba a pilotar aviones F-16 allá en la base de las Fuerzas Aéreas Luke, en Arizona. Cuesta creerlo, pero cuando hablamos ya era comandante. Estaba casado y tenía una hija. La niña debe de tener unos 10 años ahora mismo. Parece que fue ayer cuando estábamos en la universidad. Cuando vivíamos juntos en la residencia, le ayudé a fabricar y montar un Ingram MIO y una pistola Sten en el garaje de sus padres. A las dos les puso supresores Sionic. Era un tío discreto, pero en secreto era un pirado de las armas de clase mundial. Su lema era «corta a medida, lima hasta que encaje y píntalo exactamente igual». Me pregunto qué fue de él una vez todo se fue a tomar viento.
—Probablemente tenga su pequeño imperio privado montado en algún sitio —contestó Trasel entre risas.
La diminuta Della, o «pequeña Dell» como la llamaba Lon, también necesitaba armas. Después de que Rose recibiera el CAR-15 de T. K., ya no quedaba ningún rifle o carabina del calibre.223 de sobra, así que mantuvieron una reunión especial para tratar el asunto. Tras discutirlo largamente, el grupo votó por hacerle entrega a Della del Ruger Mini-14 que habían requisado a los saqueadores, junto con sus accesorios. Como arma de mano le dieron el Gold Cup de repuesto de Mary. Más o menos al mismo tiempo, Lon intercambió su Ortgies calibre.380 por el revólver Magnum Model 686 calibre.357 de cañón largo de Dan. Pese a que difícilmente se podía considerar un intercambio justo, Dan lo aceptó, pues sabía que la pistola sería más útil en las manos de Lon que en el fondo de su armario. Margie intercambió el pequeño montón de monedas de plata de Canadá y Estados Unidos que guardaban por la Beretta 9 mm de Dan. Este cambio también era desigual, pero seguía la misma lógica, así que Dan dio su consentimiento.
Como Della nunca había disparado antes, recibió numerosas prácticas de tiro al blanco y de combate durante las siguientes semanas. Mike juzgó aceptable el riesgo que supondría tanto disparo. Según su razonamiento, la ventaja que suponía disponer de otro tirador entrenado superaba el riesgo asociado a armar semejante cantidad de ruido. Della tuvo varios instructores, empezando por Rose, que pasó varios días enseñándole con un Ruger 10/22 los fundamentos de la puntería y de las posiciones de disparo. A continuación, Dan Fong le enseñó el funcionamiento del Mini-14 y a desmontarlo sobre el terreno. Luego, T. K. le mostró cómo disparar el arma con precisión usando las técnicas que había aprendido en la escuela de entrenamiento con armas de fuego Front Sight, y la experiencia adquirida en los numerosos años de competición de alto nivel.
Tom Kennedy, como «gurú de la puntería», insistió en que memorizara las tablas de descenso de trayectoria a diferentes distancias, y las de desvío de la trayectoria a diferentes velocidades de viento, así como la compensación por altura. Tras unas pocas semanas de prácticas de tiro, Della se convirtió en una tiradora certera. Acertaba blancos del tamaño de una persona con regularidad y a distancias de hasta trescientos cincuenta metros. Teniendo en cuenta que disparaba con un Remington.223, cartucho que nunca ha destacado por su efectividad en distancias largas, su actuación era digna de elogio.
La siguiente fase de su instrucción, que compartió con Rose, Lon y Margie, versó en el tiro con pistola. Tuvieron dos instructores: Mike y Todd. El entrenamiento duró ocho días. Durante los primeros cuatro, los cuatro estudiantes usaron las pistolas Ruger Mark II de cañón regular y calibre.22 que pertenecían a los Gray y a los Nelson. Entre todos hicieron alrededor de dos mil disparos de munición del calibre.22. Durante los últimos cuatro días de instrucción, utilizaron sus propias armas. Con ellas, dispararon alrededor de ochocientas balas de ACP calibre.45,.38 Special, Magnum calibre.357, y Parabellum 9 mm.
Además de la práctica de tiro al blanco, también trabajaron el desenfundado rápido, las posturas de combate, el tiroteo desde barricadas, la recarga táctica y de emergencia, y los tiroteos en condiciones de poca luz. Su examen final consistió en un circuito de combate en movimiento de cuatrocientos cincuenta metros en que habrían de disparar a blancos situados a una distancia que iba del metro y medio a los noventa metros. Pese a que se trataba de un circuito exigente, todos lo hicieron bastante bien.
A continuación del entrenamiento con pistolas, los cuatro aprendices recibieron instrucción táctica, de patrullado, y de tiro con fusiles de combate. Mike Nelson, Jeff Trasel y Doug Carlton fueron sus instructores.
Pronto se hizo evidente la creatividad para la mecánica de Lon. Tras su primer turno al mando del cuartel, Lon sugirió a Todd que modificara la palanca del generador manual para incrementar su eficacia. Mary ya había expresado su preocupación por las posibles lesiones a causa del «estrés repetitivo». Todd celebró con entusiasmo la idea de Porter. Lon empezó por fabricar una base metálica para sostener la vieja bici de Mary. Gracias a las grandes barras que sobresalían un metro, la base mantenía firme la bicicleta, de manera que se evitaba el riesgo de que se inclinara hasta caer.
Una vez retirada la rueda trasera, y con la bici firmemente montada en la base, Lon hizo un soporte para la manivela del generador. Tras tomar algunas medidas y hacer algunos cálculos aproximados de la relación entre las marchas y la velocidad de la palanca, Lon cortó un pedazo de barra metálica para encajarlo en uno de los dos huecos para la manivela. Seguidamente, centró y soldó un engranaje a uno de los extremos de la barra metálica. Luego, Porter atornilló el generador a la base, empalmó la cadena de la bici y ajustó la tensión. La nueva bicicleta-generador funcionaba a la perfección. Gracias a su mayor eficiencia, los miembros asignados a las tareas de mando del cuartel solo necesitaban usarlo durante cuarenta y cinco minutos en cada turno para producir la misma cantidad de energía que generaban antes con tres horas. Todos se alegraron mucho por esto. Cargar el generador seguía sin ser un trabajo divertido, pero al menos ya no era una tarea interminable.
Los Porter se integraron rápidamente en la rutina diaria del refugio. Los tres cumplían turnos de POE y de mando del cuartel, lo que proporcionó la mano de obra necesaria para muchas de las tareas más exigentes, como las de horticultura. Margie no tardó en corregir un defecto flagrante que había detectado. Todos los hombres en el refugio lucían peinados descuidados. Como nadie había aprendido a cortar el pelo, la práctica habitual hasta el momento había consistido en dejar crecer el pelo hasta que interfiriera en la visión, y luego proceder a cortarlo sin ton ni son. El resultado era poco favorecedor. Mary, que había sido peluquera aficionada durante dos décadas, improvisó una peluquería. Tras dar a todos los hombres un buen corte de pelo, se puso manos a la obra con el peinado de las mujeres.
Tres semanas después de la llegada de los Porter, Todd reparó en que Della Porter estaba manteniendo intensas conversaciones con Doug mientras este estaba sentado en el puesto del mando del cuartel. Se miraban directamente a los ojos y Della sonreía mucho. Todd comunicó a Mary sus sospechas.
—¿Qué? ¿No te habías dado cuenta antes? —le preguntó ella con incredulidad—. Esos dos llevan orbitando juntos hace más de una semana. Un velo de asombro invadió el rostro de Todd. —Pero Della solo tiene diecisiete años, ¿no?
—Sí, cariño, no cumplirá los dieciocho hasta dentro de unas pocas semanas. Sin embargo, dado el actual estado de las cosas, no podemos culpar al chico. Además, no creo que haya pasado nada. Doug y Della son buenos cristianos, estoy segura de que esperarán hasta el matrimonio.
Todd se rascó el mentón.
—Bueno, no quiero saber nada de fornicios ni toqueteos bajo mi techo. Supongo que T. K. debería mantener una charla con Doug, y determinar así sus intenciones. Luego, imagino que sería hora de que Doug le pidiera permiso a Lon para casarse con su hija.
Mary sonrió.
—Sí, supongo que eso es lo que hace un joven según la tradición, ¿no? ¿Recuerdas tu conversación con el viejo cascarrabias del señor Krause?
—¿Estás de broma? Esa conversación con tu padre se me quedó grabada a fuego. —Con voz grave, Todd remedó al padre de Mary—: ¿Cuáles son exactamente tus intenciones, Todd?
Una mañana, a principios de agosto, mientras se vestían, Mary le dijo a Todd:
—Cariño, tengo algo que decirte. Tengo un retraso, y estos últimos días he sentido náuseas a menudo.
—Quieres… quieres decir que… —tartamudeó Todd.
—Sí, tú, semental hipersexualizado, me has dejado embarazada.
Sonriendo de oreja a oreja, Todd preguntó:
—¿No lo habrás hecho a pro…?
Mary frunció el ceño.
—No, claro que no. Pero, como ya informé a todos en el grupo, los condones no son la medida de control de la natalidad más eficiente. Debería haber insistido en que todas las mujeres se hicieran poner un capuchón cervical, ya que es lo más efectivo.
Todd bromeó con sonrisa traviesa.
—Sinceramente, estoy convencido de que agujereaste en secreto nuestro suministro de gomas.
Mary le dio a Todd un tortazo en el hombro.
—¡Todd Gray! ¿Cómo te atreves a decir algo así? Te lo juro, tienes el mayor ego del planeta. Apuesto a que crees que no podía esperar a ser la madre de tu primer niño, oh gran jefe de la tribu.
—No, amor mío. Simplemente creo que eres la mujer más maravillosa que un hombre pueda desear. Acabas de hacerme muy, muy feliz. Te quiero tanto.
Tras la instalación del sistema eléctrico y acuático, poco después de comprar su propiedad en Bovill, Todd eligió un sitio donde construir el puesto de observación y escucha para el refugio. El sitio que eligió estaba a cuarenta y cinco metros por encima del arroyo. Desde ahí podía dominar con la vista toda la propiedad, así como tener una buena panorámica de la carretera en ambas direcciones. Resistió la tentación de situar el puesto en el mismo pico de la colina. Usando el conocimiento adquirido años antes a través de Jeff Trasel, Todd lo emplazó cinco metros por debajo del pico, en la «cima militar» de la colina. Posicionando el POE en la cima militar se eliminaba el riesgo de que los centinelas revelaran su posición contra el cielo al caminar hacia el puesto o al volver de él. Así, sería más fácil mantener en secreto su existencia y localización.
El diseño del mismo lo sacaron directamente de un manual de campo del ejército de la colección de Todd. El hoyo para atrincherarse tenía un brazo de profundidad y dos metros y medio de largo. Estaba recubierto por planchas de madera tratadas a presión para evitar que las paredes se agrietaran. En la parte trasera, había cavada una escalera que conducía hasta el puesto.
El suelo estaba escalonado en tres alturas distintas para acomodarse a las distintas estaturas de los centinelas. Mary, con su metro cincuenta y dos de altura, sirvió como modelo de los centinelas de menor estatura. A continuación, cubrieron el suelo de la trinchera con el mismo tipo de madera que usaron para las paredes, y luego añadieron alfombras industriales de tejido abierto de goma para proveerlo de una superficie silenciosa y antideslizante. Tras la experiencia del primer invierno, Todd acabó por construir escalones de madera para sustituir los que estaban cavados en la tierra; los recubrió con pedazos de alfombra que clavó a cada escalón.
También se añadió un tejado al puesto de observación y escucha, algo a lo que Jeff se refirió como «cubierta superior». Tras peraltar ambos lados de la zanja, Todd plantó una fila de seis listones de madera tratada de diez por veinte centímetros en fila y en paralelo a la zanja. Sobre los listones pegó y clavó transversalmente tablones de madera machihembrados de cinco por quince centímetros. A continuación, los cubrió con cuatro placas de plástico Ten-Mil. Estas placas se extendían más allá del tejado, por lo que lo proveerían de un mejor drenaje en caso de lluvia. Por último, cubrió todo con quince centímetros de tierra y con los pedazos de césped que había puesto aparte al cavar la zanja. Tras unos meses, el césped había arraigado y se había convertido en una cubierta de hierba que no oscurecía el puesto de observación y escucha. Desde el frente, los lados, o bajo la colina, era prácticamente invisible. Las ranuras de visión solo eran detectables si sabías dónde buscar.
Ahora ya solo quedaban los toques finales. Todd y Mary enterraron dos ramales de cable telefónico WD-1 que uniría el puesto de observación y escucha con la casa. Todd hizo también algunas modificaciones para hacerlo más agradable. Primero cavó algunos agujeros en las paredes, y puso en ellos latas de munición para que sirvieran de estantes. Estaban colocadas de forma que podían sacarse para así reemplazar sus tapas. De esa forma, las tapas de goma protegerían el contenido de las cajas cuando no estuvieran en uso. A continuación, Todd compró una silla de oficina cómoda en una tienda de segunda mano de Saint Maries. Modificó la silla encajando un cojín de goma y acoplando extensiones de madera en las patas. Con estas extensiones los ojos de quien se sentara en ella quedarían a la misma altura que si estuviera de pie.
Además del teléfono de campaña TA-1, Todd seleccionó diverso equipo adicional para el puesto de observación y escucha. El equipo incluía dos linternas militares con dos filtros rojos, un par de binoculares Bushnell recubiertos de goma, una gran libreta de espiral y un bolígrafo para usarlos como diario, una bocina náutica de aire comprimido para usarla como alarma de emergencia, cuatro bengalas de paracaidismo, y la escopeta Remington 870 de Todd junto con una cartera de cartuchos de perdigones número 4.
A diferencia de su otra escopeta de combate, esta estaba modificada para el combate en noche cerrada. Tenía instalado un cargador de ocho cartuchos adicionales, así como una empuñadura de goma de una pistola Pachmayr. Mediante un soporte delantero especial fabricado por SureFire, se acoplaba al cañón una linterna. En el soporte SureFire había un interruptor de encendido y apagado. Todd supuso que sería un arma útil en caso de que quienquiera que ocupara el puesto de observación y escucha se viera sorprendido por un ataque a poca distancia. Almacenaron todo el equipo en una taquilla verde oliva. Usando una pistola de pegamento termofusible, Mary recubrió con gomaespuma el interior de la taquilla para así proteger contra golpes su contenido. Para poner el POE en funcionamiento, todo estaba ordenado en un cómodo contenedor militar que podía transportarse colina arriba.
Luego, y basándose de nuevo en el entrenamiento militar de Jeff Trasel, Todd confeccionó un plano artillero y un croquis del sector para el puesto de observación y escucha. Mediante una cinta de métrica de treinta metros, Mary y él midieron la distancia entre el POE y cualquier accidente paisajístico reseñable. Después Todd dibujó un croquis con la distancia entre cada uno de ellos. Así, los que hacían guardia en el POE podrían conocer la distancia exacta entre diversos puntos, algo que sería muy útil en el futuro. Gracias a su talento artístico, Mary mejoró el croquis del área con un diagrama que pintó a mano en un tablero de madera que posteriormente fue atornillado a una de las paredes del puesto. Todd estaba tan contento con su creación que le pidió que hiciera los mismos «cuadros de artillería» para cada una de las ventanas de la casa. Todd no quería a nadie tratando de adivinar la distancia hasta un objetivo si se veían obligados a defender la casa rifle en mano.
El último de los rollos de papel higiénico almacenados se acabó un mes después de que llegara la familia Porter. Los pequeños paquetes de papel higiénico que los miembros del grupo habían sacado de las raciones de combate fueron retirados para las patrullas. En el refugio, el grupo se cambió al papel de los listines de teléfono. Mary había puesto a buen recaudo una buena pila de listines de Chicago años antes, justo para ese propósito. Todos eran conscientes de que incluso este papel también se acabaría, así que lo usaban con mesura. La perspectiva de terminar usando hojas de árbol no era muy halagüeña.