«El sol se ha puesto hace una hora. Me pregunto si me dirijo a casa. Y si he extraviado mi rumbo a la luz del día, ¿cómo sabré encontrarlo ahora en la noche?»
Antigua canción
A finales de mayo, tras dos meses de aburrimiento, Rose Trasel vio a un desconocido que se aproximaba al perímetro del refugio. Acababa de anochecer. Al principio pensaba que sus ojos le estaban jugando una mala pasada; creyó haber visto movimiento pero luego no pudo ver nada. Rose usó los prismáticos para rastrear la zona donde creía haber visto al intruso, pero siguió sin ver nada. Finalmente vio más movimiento. Era una persona, bien camuflada, cargada con un gran rifle, que avanzaba unos pocos pasos cada vez y luego se paraba. Desde el puesto de observación y escucha, envió un mensaje nervioso a través del transmisor TA-1:
—Algo se mueve en la parte de atrás. Seguramente avanza solo. Está armado. Se aproxima lentamente desde el este, campo a través. A unos cuatrocientos cincuenta metros.
Como era de día y la mayoría de los miembros del grupo estaban en pie, pudieron preparar una emboscada antes de que el desconocido llegara hasta la casa.
Todd, Mary, Kevin y Dan esperaron al desconocido ocultos en la arboleda del norte de la casa, en posición de cuerpo a tierra. El tipo se acercó precavidamente hacia la emboscada.
Ocasionalmente, paraba para rastrear a su alrededor. Cuando vio el humo que salía de la chimenea de la casa de los Gray, se metió con cuidado en la arboleda. Llevaba un Springfield Armory M1A con un portafusiles M60 negro de nailon acolchado. El rifle colgaba sobre su pecho, listo para disparar en cualquier momento. Vestía uniforme de campaña y cargaba una mochila Kelty color verde bosque. Conforme iba acercándose se hizo evidente que el intruso llevaba la cara cubierta de pintura de camuflaje.
Como se había desviado hacia la arboleda para evitar ser visto desde la casa, el desconocido pasó a solo dos metros y medio de Kevin Lendel, que estaba echado en tierra, con la cara cubierta por un velo de camuflaje de francotirador. Justo cuando había rebasado la posición de Kevin y se aproximaba a la de Mary, Todd gritó:
—¡Alto!
Normalmente, Todd hubiera esperado a que el desconocido estuviese en el centro de la zona de asalto de la emboscada, pero como había entrado por sorpresa en la arboleda, el riesgo de que detectara la emboscada era muy elevado.
Todd advirtió al extraño con voz atronadora y de pocas bromas:
—Hay cuatro rifles entrenados apuntándote. Deja tu arma en el suelo, lentamente. —Tras detenerse un momento y confirmar el número de enemigos, el desconocido obedeció la orden—. Retrocede tres pasos. Pon las manos en la cabeza. Ahora, ponte de rodillas y cruza las piernas. —De nuevo, el desconocido hizo lo que se le había ordenado.
Todd indicó a Dan con un leve movimiento de su dedo índice que avanzara. Desde su puesto en el lado más alejado de la zona de asalto, Dan dejó su HK y se puso en pie. Caminó tranquilamente alrededor del inesperado visitante y volvió a situarse en su puesto. Sacó su calibre.45, le quitó el seguro y apuntando al hombre dijo:
—Muy bien, quiero que te desabroches muy lentamente la riñonera y que lances tu mochila hacia donde están mis amigos.
Con un gruñido, el extraño lanzó la mochila hacia Mary. Esta aterrizó unos cuantos pasos delante de ella.
—Eso es. Ahora haz lo mismo con el correaje.
Dicho esto, el desconocido desabrochó el cinturón del arnés LC-1, se lo quitó y lo lanzó junto a la mochila Kelty. Dan volvió a poner el seguro del Colt, lo enfundó y se aproximó al intruso. Le cacheó concienzudamente. En los bolsillos de su chaqueta de combate encontró un par de guantes D3A y también unos de lana; en la camiseta y en los bolsillos de los pantalones, una navaja de bolsillo del ejército alemán y una brújula lensática del ejército americano con marcas de tritio. Envueltos en bolsas resellables había mapas de carreteras AAA de Idaho/Montana y los estados y provincias del Oeste. En otros bolsillos, encontró un pastel de nuez de arce envuelto en papel de aluminio procedente de una ración de combate y un lápiz de pintura de camuflaje. También descubrió, sujeto a su pantorrilla izquierda, bajo los pantalones de camuflaje, una navaja de combate personalizada modelo T. H. de la marca Rinaldi Sharkstooth. Dan dijo con admiración:
—¡Caray, una Rinaldi! Tienes buen gusto para las navajas… Siempre viene bien tener algo así por lo que pueda pasar.
Tras lanzar cuidadosamente la navaja recubierta de kydex y el contenido de los bolsillos del desconocido en un montón junto a la mochila, Dan declaró:
—Ya está limpio, jefe. —Dicho esto, volvió a su posición, cerró la pistolera Bianchi, se echó a tierra y volvió a apuntar con su rifle.
Una vez Dan había vuelto a su sitio, Todd se levantó. Apuntando con su HK91 colocado a la altura de la cadera, proclamó:
—No somos bandidos. Somos ciudadanos soberanos de Idaho. Esta tierra en la que estás es propiedad mía, que quede bien claro. Solo queremos hacerte algunas preguntas y después te dejaremos libre. —Bajando el cañón de su arma, preguntó—: ¿Quién eres?
—Me llamo Doug Carlton.
—¿Hacia dónde te diriges?
—Hacia el oeste.
—¿De dónde vienes?
—De Missoula. Fui allí para ver si mis padres aún estaban vivos. No lo estaban. La mitad de la ciudad había sucumbido al fuego, incluida la casa de mis padres. Los enterré detrás de la casa y me marché. No quedaba mucha gente por allí.
—¿Y antes de Missoula?
—Pueblo, Colorado. Soy, más bien era, estudiante de último año en la Universidad de Southern Colorado. Estudiaba Ingeniería Mecánica. Todd presionó el botón de habla de su TRC-500.
—¿Alguna señal de que haya alguien más, Rose? —susurró al micrófono de espuma negra.
Desde el puesto de observación y escucha, Rose contestó:
—No, parece que es un solitario y no es el hombre punta de nadie.
—Gracias. Mantén los ojos abiertos. Corto —replicó Todd.
Tras bajar la delgada antena de la TRC-500, Todd retomó el interrogatorio:
—Tienes un aspecto bastante militar, Doug. ¿Eres miembro de la Guardia Nacional o reservista?
—Ni una cosa ni otra. Soy cadete de la armada CAOR, un MS 4, un cadete de cuarto año. Fui al campamento avanzado del CAOR el verano pasado y al campamento básico en Fort Knox el verano anterior a ese.
—Si eres realmente un cadete sabrás ciertas cosas… como por ejemplo: ¿En el contexto del departamento CAOR, qué significa PCM?
—Profesor de Ciencia Militar. Generalmente un coronel, en ocasiones un teniente coronel.
Todd asintió con la cabeza y preguntó:
—¿Cuáles son las cuatro funciones del personal de la Armada?
Carlton recitó rápidamente:
—A nivel brigada e inferiores, el taller S-1 es para personal. S-2 es la inteligencia. S-3 es para entrenamiento en tiempos de paz y para operaciones en tiempos de guerra. S-4 es para logística. Las funciones son las mismas para los escalafones superiores, pero usan el prefijo G: G-1, G-2, G-3 y G-4.
—Correcto. ¿Cuál es el máximo alcance efectivo de una excusa?
Carlton respondió bruscamente:
—¡Cero metros!
Todd volvió a asentir sonriendo.
—Ya lo creo que eres un cadete. Siéntate a lo indio y hablemos.
Carlton obedeció y se sentó. Todd también se sentó cruzando las piernas a cuatro metros y medio de distancia, con el HK91 descansando sobre las rodillas.
—Bien, ¿adónde te dirigías exactamente? —preguntó mirando a los ojos al desconocido.
—Hacia el oeste, al interior del territorio de Palouse —respondió Carlton, con voz más relajada—. A ningún sitio en particular. Pensaba encontrar alguna ciudad pequeña que no hubiera sido arrasada, y buscar trabajo como guardaespaldas. Como una especie de yojimbo.
Todd ladeó la cabeza.
—No sé yo cuántas ciudades quedarán intactas, Doug. Además, serías muy afortunado si pudieras acercarte a una sin que te disparasen en cuanto estuvieses a tiro. Por lo que he oído en la banda ciudadana y en la radio de onda corta, América está llena de gente con el gatillo fácil. —Todd hizo una pausa y preguntó—: ¿Por qué no ibas por la carretera del condado?
—Las carreteras son para los que les gusta caer en emboscadas. Si has de viajar, tienes más posibilidades de seguir vivo si lo haces campo a través. He aprendido que es mejor no usar caminos con aspecto de haber sido transitados por algo más aparte de los ciervos.
Todd asintió vigorosamente. Dirigió su mirada al montón de equipaje de Carlton que había en el suelo. Volviendo a mirar a Doug, dijo:
—Ahorremos algo de tiempo y haznos un resumen de los contenidos de tu mochila, tu ropa y tu correaje. Sé sincero. Más tarde, lo comprobaremos nosotros mismos.
Doug Carlton inició un recuento sin adornos:
—En el correaje tengo seis cargadores de repuesto para el MIA: uno cargado con munición de competición, uno con munición de ciento cincuenta granos y punta blanda, y el resto con munición de punta redonda. Una multiherramienta Gerber. Dos cantimploras. En la parte externa de la mochila llevo enganchado un kit de primeros auxilios para paracaidistas. Dentro, llevo el kit de limpieza y unas cuantas piezas de repuesto del MIA. Un saco de dormir Wiggy. Un poncho. Varios pares de calzoncillos y calcetines. Un uniforme de combate adicional. Lo que queda de la tienda de campaña Tube Tent. Cinco raciones de combate. Cuatro latas de chile con carne. Una bolsa de tiras secas de venado.
Algo de lechuga de minero. Media docena de truchas ahumadas. Un pequeño kit de pesca. Unos cuantos cepos. Una red agallera de pesca. Un cepillo de dientes. Una madeja verde oliva de cuerda de paracaídas 550. Un pequeño táper lleno de sal. Unas cuantas bolsas resellables y tres bolsas de basura. Un espejo de señales. Una de esas linternas estroboscópicas de la Marina con una batería de recambio. Un pequeño kit de costura. Algo más de doce dólares en centavos y monedas de veinticinco centavos de plata anteriores a 1965. Un cuchillo desollador y una pequeña piedra afiladora. Dudó durante unos instantes y entonces siguió:
—Veamos, ¿qué más? Unos cuantos pedazos de cuero de ciervo, una agenda de bolsillo, tres bandoleras con munición 7,75 de punta redonda, cuarenta y siete cartuchos del calibre.308 de punta blanda, algunas barras de muesli, una pastilla de jabón, un par de lápices de pintura de camuflaje, una sierra de hilo, una caja impermeable de cerillas, alrededor de siete u ocho paquetes de cerillas a prueba de humedad sacados de unas raciones de combate, un encendedor Metal Match, unas diez barras de combustible de trioxán. En el fondo de la mochila, guardado en su funda, llevo un fusil Survival Arms AR-7 calibre.22, tres cargadores de repuesto y cuatrocientos sesenta y dos cartuchos para rifle largo del calibre.22, algunos de punta blanda y el resto de punta hueca. Puede que me haya olvidado de algunas cosas, pero eso es todo, más o menos.
—¿No llevas revólver? —preguntó Todd.
—Negativo. Esa iba a ser mi próxima adquisición, pero entonces fue cuando la economía cayó como una bomba.
—Parece que ya tenías la inclinación superviviente mucho antes de que estallara el colapso, Doug.
—Sí. Me gusta estar preparado.
—¿Cuántos años tienes?
—Veintidós.
—¿Eres miembro de algún grupo de supervivencia?
—No. La pasada primavera algunos de los cadetes en nuestro departamento del CAOR y yo hablamos de formar un grupo, pero la cosa no pasó de ahí. Y dime, ¿vosotros habéis organizado un refugio?
Frunciendo el ceño, Todd le reprendió:
—Por ahora, soy yo quien hace las preguntas, cadete Carlton. Si decidimos que es lo apropiado, puede que más tarde algunas de tus preguntas reciban respuesta. Parece que tienes algo de información sobre cómo están las cosas en nuestra vecindad que puede que sea de nuestro interés. Además, necesito discutir algunas cosas con mis amigos. Bien… lo que quiero ahora es que te levantes y camines lentamente hacia la casa. Ahora eres nuestro invitado. Me gustaría recordarte que no has de temer por tu vida o por tus propiedades. Más tarde podrás recoger tu equipo y marchar en paz. Por ahora vamos a dejarlo aquí.
Anduvieron hacia la casa lentamente; Carlton encabezaba la marcha, cinco pasos por delante. Cuando llegaron, Todd pidió a Mary que esperara fuera y que vigilara a Carlton. Se quedó a una distancia de cuatro metros y medio, el cañón del CAR-15 fijo en el chico. Carlton dijo, señalando el arma:
—No hay ninguna necesidad de eso, señora.
—Deja que sea yo la que decida —contestó Mary, exhalando con su aliento una nube en miniatura.
Tras veinticinco tensos minutos, Todd asomó su cabeza a través de la puerta y dijo:
—Ya podéis entrar.
Doug Carlton se sentó en una silla cómoda al fondo del salón, cerca de la estufa, donde se calentó las manos y bebió a pequeños sorbos una taza de café instantáneo. Tras unos minutos de espera, Todd preguntó:
—Muy bien, Doug, y ahora cuéntanos la historia de tu vida desde el mismísimo momento de tu nacimiento hasta ahora.
—Mi nombre completo es Douglas John Carlton. Mi padre era un instalador de líneas telefónicas y llegó a ser el jefe de personal de una compañía telefónica. Antes de eso, sirvió dos veces en Vietnam con la División Aérea 101. Fue condecorado con la Estrella de Bronce y el Corazón Púrpura. Se retiró como un E-6. Mi madre era secretaria legal. Cuando mi padre estaba en ultramar se escribían continuamente. Supongo que se podría decir que se enamoraron por correspondencia. Se casaron justo un mes después de que finalizara el servicio militar y yo nací justo un año después de la boda. Cada año celebrábamos mi cumpleaños y su aniversario de boda juntos. Fui hijo único. Una complicación durante el parto o algo así impidió a mi madre tener más hijos. —Carlton suspiró y continuó—: Nací y me crié en Missoula. Tuve una infancia bastante típica, al menos según el estándar de Montana. A mi padre le gustaba la caza y la pesca, así que practiqué mucho ambas cosas. Siempre he sentido inclinación hacia la mecánica. Supongo que de pequeño me tomaba demasiado en serio el Meccano y el Lego.
»A los cinco o seis años construía pequeños fuertes en el patio trasero. A los diez tenía carta blanca para hacer lo que quisiera en el desguace que había cerca de casa. El vejete que lo gestionaba solía seguirme la corriente vendiéndome chatarra, piñones, poleas, ruedas y cualquier chisme a cambio de algo de calderilla. Al principio construía carritos, más tarde carretas a pedales. En mi primer año de instituto construí mi primer kart a motor. Estaba propulsado por un motor Briggs y Stratton de 5 CV. Es un milagro que no me matara conduciendo aquellos karts.
»Como es natural quise estudiar ingeniería. Empecé en la universidad pública en Missoula. Intenté entrar en el programa de ingeniería de la Universidad de Montana, pero no quedaban plazas. Así que empecé a pedir todo tipo de becas. Conseguí una beca de dos años en la Universidad de Southern Colorado. Con eso tuve más que suficiente para cubrir el coste mayor de estudiar en otro estado. Solo tuve que pagar las tasas como estudiante de otro estado los dos primeros años, pues para entonces conseguí empadronarme en Colorado y pagar así las tasas de residente, que eran más baratas.
»La Universidad de Southern Colorado está en Pueblo. Todo el mundo la llama USC, lo que por supuesto genera algo de confusión. Cuando les dije a mis amigos de Montana que me había matriculado en la USC lo primero que pensaron fue que hablaba de la Universidad de Southern California. Personalmente, soy de la opinión de que nuestra USC es la mejor de las dos. La gente de allí me gustaba de verdad. En el campus todo el mundo se llevaba bien, fuera mexicano, indio, anglosajón o cualquier otra cosa. El programa de ingeniería allá era excelente. La llamábamos la Universidad del Sólido Cemento, por su arquitectura de hormigón.
»Pueblo es básicamente una ciudad de clase obrera. Así que el campus y la ciudad son dos mundos distintos. Fuera del campus ya había algunos problemas interraciales, por lo que sabía que no sería una buena ciudad para quedarse en caso de un levantamiento.
»Hace dos años, uno de los tíos de mi residencia me preguntó si quería ir con él al campamento básico de la Armada CAOR, en Fort Knox, Kentucky. Como es normal me interesó, pues me había criado escuchando las historias de mi padre sobre sus días en el ejército. Mi padre solía hablar de disparar metralletas M60 y Brownings.50, y ahí estaba mi oportunidad de recibir entrenamiento en todo eso, sin la obligación de un contrato CAOR. Pensé: «Caray, ¿van a pagarme por disparar la munición del Tío Sam y por recibir entrenamiento táctico?». Así que fui a hablar con el PCM, el coronel Galt, y él me apuntó. No pagaban mucho por las seis semanas de campamento, pero nos dejaban quedarnos con los dos pares de botas militares que nos habían dado. El clima era realmente cálido y húmedo, pero aparte de eso, lo pasé bomba y aprendí un montón. Cuando volví, firmé un contrato de Servicio Garantizado en las Fuerzas de Reserva con CAOR. Un MS-4 cobra cuatrocientos dólares al mes. El verano pasado fui al campamento avanzado. Eso son otras seis semanas que los cadetes toman normalmente entre los años júnior y sénior.
»Me gustaba la idea del contrato SGFR, porque sabía que en el futuro preferiría trabajar en la industria civil a pasar cuatro años en el ejército activo. Mi único compromiso era un curso básico de cinco meses y luego seis años en la reserva, con dos semanas de entrenamiento activo cada año. Presenté una solicitud de ingreso en el departamento del cuerpo de artillería y con los ingenieros como segunda opción. Pero entonces todo se vino abajo y me tuve que largar antes de que mi contrato con las oficinas de personal de la Armada llegara.
«Cuando el dólar entonó su canto del cisne, las cosas en la residencia de la USC se volvieron muy extrañas. Más de la mitad de los residentes se habían largado ya para cuando me marché. Los que no tenían coche llamaron a sus familiares para que vinieran a por ellos. Prácticamente todos los que escaparon se dejaron muchas cosas, pero era alucinante ver la cantidad de material inútil que se llevaban con ellos: desde ordenadores y equipos de música hasta lámparas de escritorio. Sencillamente no se habían parado a pensar en el curso que iban a seguir los acontecimientos teniendo en cuenta el escenario que se presentaba ante nosotros. Probablemente debería haber huido antes, cuando la gasolina seguía disponible. Pero cometí el error de quedarme un día más, esperando a ver si las cosas volvían a la normalidad. Craso error. Debería haber dicho didi mau sin preocuparme por perder clases.
»Pude comprar un poco de gasolina antes de que las gasolineras de Pueblo se quedaran sin. Tuve que hacer una cola de dos horas. Todo el mundo estaba limitado a veintidós litros, nada de llenar garrafas, y había que pagar en efectivo. Cobraban a ocho dólares el litro de Premium y a cinco con ochenta el litro de normal. Solía llevar siempre encima unos cuantos cientos de dólares para emergencias, y gasté prácticamente todo en la gasolina. Tuve que probar en tres cajeros automáticos antes de encontrar uno con algo de dinero. Saqué seiscientos de los seiscientos dos dólares que tenía en mi cuenta y también saqué a crédito con la VISA. Saqué la cantidad máxima, novecientos dólares.
»En poco tiempo, las cosas se enrarecieron todavía más. En ese momento, la electricidad, el agua, los teléfonos y la calefacción central del campus seguían funcionando. La mayoría de las clases continuaban con su horario habitual. Pero cada noche el ambiente en la residencia era más extraño. Una chica del tercer piso de nuestro dormitorio tenía un jarrón lleno de monedas y las usó para vaciar todas las máquinas de chucherías. La mayoría de la gente que seguía en la residencia empezó a sufrir alguna clase de desorden de tipo mental.
»Mi compañero de habitación, Javier, cogió algunas cosas y se fue al piso de su novia. Mientras hacía la maleta cantaba sin parar: «¿Qué voy a hacer?, ¿qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?». En nuestra planta había algunos estudiantes de Taiwán que estaban llorando y que no paraban de repetir, casi a voz en grito: «¡Vamonos a casa! ¡Vamonos a casa!». Vaya una situación más horrible para ellos. Ahí estaban, en un país extranjero, casi sin saber una palabra del idioma y de repente las cosas se ponen en fase terminal. Verlos me hizo dar gracias a Dios por mi situación. Al menos yo tenía un destino claro y una forma de llegar hasta allí, un par de prácticos rifles y una mochila bien abastecida para salir pitando.
»La noche antes de marcharme, unos cuantos tipos del equipo de fútbol americano se hicieron con toda la comida del comedor de la residencia y del Centro Joe O. y la almacenaron toda junto con un montón de agua en el cuarto piso. Se creían muy listos. Inhabilitaron los ascensores y bloquearon las puertas de incendios con sofás y pupitres. Los muy bobos contaban solo con bates de béisbol como autodefensa. A eso le llamo yo no tener ni idea de lo que puede llegar a pasar. Era una simple cuestión de tiempo que alguien con armas de fuego los desvalijara. E incluso si hubiesen tenido la suficiente fuerza coactiva como para conservar su posición, ¿con qué iban a calentarse en invierno? Una vez la planta generadora de calor dejara de funcionar y la electricidad estuviera kaput imperaría la ley de la selva.
»Con todo lo que estaba pasando podía verle las orejas al lobo. Se iba a poner muy feo una vez que la gente empezara a tener hambre, y eso iba a pasar bien pronto. Supuse que había llegado la hora de concluir que la unión hace la fuerza, así que empecé a llamar a todos los números del departamento del CAOR, empezando por los MS-4 y descendiendo luego gradualmente de rango. El sistema de telefonía móvil estaba inactivo y nadie contestaba a los teléfonos fijos. Todo el mundo se había largado. Lo único que conseguí fueron tonos continuos o contestadores automáticos. Recuerdo que el cadete Pickering tenía un mensaje gracioso. Decía: «¿El último estudiante en marcharse podría ser tan amable de apagar las luces al salir del Escalante Hall?».
«Finalmente pude hablar con alguien, pero no era un cadete. Era Ross, un tipo que conocía porque vivía en el primer piso de la residencia. Ross estaba en mi clase de estudio de la Biblia de los miércoles por la tarde. Una vez me contó que tenía una escopeta Model 12 en su habitación y que la usaba para practicar el tiro al plato. Registré esa información en mi cabeza. Así que fue el primero al que llamé tras haber acabado con la lista de cadetes. Contestó al primer tono. Hicimos un trato, yo le cubriría mientras él transportaba sus cosas hasta el coche, y luego él haría otro tanto por mí.
»El arreglo funcionó a la perfección. Ya lo creo que Ross tenía un Model 12. La noche anterior, usó una sierra para tuberías para cortar el cañón a unos cuarenta y ocho centímetros. Es una pena destrozar un arma de coleccionista como esa, pero «momentos desesperados exigen medidas desesperadas». Así que nadie nos molestó. Para entonces ya no había agentes de seguridad en el campus, y la policía de Pueblo y del departamento del sheriff del condado tenía peces más gordos que pescar. En cualquier momento del día podías oír montones de sirenas. La noche antes de que me marchara, oí cada media hora o así tiroteos en la distancia en dirección a Pueblo.
«Debería mencionar que yo siempre transportaba el M1A en una funda de guitarra cuando lo sacaba fuera del dormitorio, porque en la USC estaba completamente prohibido llevar armas. Era una de esas reglas sin sentido que raramente se hacía cumplir. Yo no era el único que tenía un arma en la residencia. Por ejemplo, la USC tenía un equipo oficial de tiro que practicaba en un campo interior en el campus, y la mayoría de esos tipos usaban sus propias armas en vez de las oficiales del CAOR. Así que no entraban en la excepción que se hacía para las armas de la escuela y del departamento del CAOR.
»Los miembros del equipo sencillamente no mencionaban a nadie que esas pistolas eran de su propiedad. Y tampoco las guardaban en la armería del Cuerpo. Simplemente eran muy discretos con el tema. A Javier, mi compañero de habitación, no le molestaba que yo tuviera en la habitación el M1A y el AR-7. De hecho hasta se vino conmigo al campo de tiro un par de veces.
»Bueno, basta ya de leyes obsoletas. Veamos, os estaba contando lo del equipaje… Aún había electricidad cuando estaba cargando mi Jetta del 95 y Ross hacía otro tanto con su vieja minifurgoneta Chevrolet. Podíamos oír a alguien del cuarto piso con el estéreo a todo volumen. Estaban poniendo esa vieja canción de REM, It's the End of the World as We Know It, and I Feel Fine. Me pareció que era de lo más apropiado.
»Hubiera sido mucho mejor que nuestros coches viajaran juntos para protegernos el uno al otro, pero yo iba con rumbo norte a Montana, y Ross se dirigía al sur, al rancho de su tío, cerca de El Paso. Así que después de hacer el equipaje, cada uno rezó una oración por el otro, nos estrechamos la mano y nos metimos en nuestros respectivos coches.
»Supuse que el corredor I-25 hasta Colorado Springs y Boulder estaría intransitable, así que me dirigí hacia el oeste por la I-50 en dirección a Grand Junction. Decidí que sería mejor tomar la I-50 solo hasta Salida, luego la US 285 dirección norte hasta Leadville, básicamente siguiendo el río Arkansas. De la 50 luego tomaría la US 24 hasta la I-70 en Grand Junction. Sabía que por esa ruta habría menos gente y, por lo tanto, menos posibilidades de conflicto.
»Mi meta era hacer la ruta norte de Basin y Range, donde prácticamente no hay población. No vi tráfico; tan solo unas pocas personas que eran obviamente refugiados, con remolques aprovisionados hasta arriba y algunos camioneros. Vi bastantes camiones sin remolque; supongo que debían de haber abandonado sus cargas y estaban tratando de llegar a casa.
«Normalmente llevaba el coche con tres cuartos de depósito lleno y además llevaba una garrafa de veinte litros adicionales tratados con Sta-Bil. No os lo vais a creer, pero cuando las cosas se fueron al garete tenía mucha menos gasolina de lo habitual. Con lo que había en el depósito, e incluso con los veintitrés litros extra que compré en Pueblo, calculé que tenía solo para unos trescientos ochenta kilómetros. Si lo hubiese pensado antes habría encontrado algún sitio en Pueblo para almacenar algunas garrafas de gasolina.
«Comprobé todas las estaciones que me crucé en la autopista, incluso tomé algunos desvíos para pasar por las estaciones de pequeños pueblos, pero nada, no quedaba gasolina en ninguna. Algunas de ellas tenían diesel, pero ni hablar de gasolina. ¡Será posible! Si hubiese comprado el modelo diesel del Volkswagen Jetta en vez del modelo a gasolina, habría tenido combustible de sobra para llegar a Missoula. Puedes usar gasoil de calefacción para alimentar un coche diesel, ya que es prácticamente lo mismo. Simplemente tiene un tinte distinto para que la gente no intente saltarse los impuestos de circulación. Es más, puedes usar aceite de cocina usado si lo filtras. Antes del colapso podías conseguir gratis aceite usado de prácticamente todos los restaurantes… Tal y como estaba, me quedaban aún novecientos sesenta kilómetros de camino cuando me quedé sin gasolina.
»Si pudiese dar marcha atrás en el tiempo, me compraría un coche o un camión que usase diesel. Se degrada mucho más lentamente, su transporte en grandes cantidades es más seguro y además estuvo disponible a la venta más tiempo que la gasolina. El diesel puede estar almacenado durante una década o más si lo tratas con algún tipo de antibacteriano y no dejas que el agua se filtre dentro. Tenía un amigo en Montana que trabajaba para un contratista de asistencia en carretera. Tenía una camioneta grande con un enorme tanque adicional en la caja, justo detrás de la cabina. Lo usaban principalmente para transportar combustible diesel número 2 para las niveladoras y los buldóceres. Como el depósito tenía forma de ele, la mayor parte iba debajo de una caja de herramientas, así que solo ocupaba una línea de veinticinco centímetros del espacio de carga. Me dijo que tenía una capacidad de trescientos setenta litros. Puedes hacer un larguísimo trayecto con esos trescientos setenta litros extra.
»La noche en que me quedé sin gasolina estaba a unos veinte kilómetros de Grand Junction, cerca de Orchard Mesa. Cuando el motor empezó a renquear, presioné el embrague, lo desengrané y descendí colina abajo los tres últimos kilómetros. Durante el descenso empecé a silbar la melodía de It's the End of the World as We Know It. Era el fin del mundo tal y como yo lo había conocido, ya lo creo que sí. Se acabó la vida fácil. Se acabó el ir en automóvil. Había llegado la hora de un largo viaje a pie.
»En el vehículo no quedaba prácticamente nada que rescatar lo suficientemente ligero como para poder cargar con ello. Tan solo cogí algunos mapas de carreteras, una bengala de señalización de quince minutos de duración, unas cuantas bolsas de plástico, un saco de dormir de emergencia y dos botellas de dos litros llenas de agua ligeramente clorada que llevo siempre en el coche para casos de emergencia. Mi primera meta era salir de la autopista para que no me atracaran. Cerré el coche y lo dejé en el arcén; supongo que ahí sigue. Estaba oscuro como boca de lobo, así que me pasé un buen rato peleando con la mochila y tratando de ponerme en marcha. Llevaba la mochila repleta de comida, además de las dos botellas de agua, por lo que pesaba alrededor de treinta kilos. El rifle y el correaje añadían veintisiete kilos adicionales. Al principio era insoportable y no podía andar muy deprisa. Tras unos pocos días, los músculos de mi espalda se fueron acostumbrando, y conforme iba comiendo algo de comida la mochila iba perdiendo peso, aunque no demasiado. Ahora mismo, por ejemplo, debe seguir por encima de los veinte kilos.
»La primera noche hice solo un kilómetro y medio. Pensaba seguir el río Gunnison. Hice el primer trecho dando trompicones en la oscuridad; tras quinientos metros me encontré con una vía del tren. Pensé que sería más seguro que viajar por la carretera, y más fácil que ir tropezando con la artemisa.
Incluso iba en la dirección correcta, ya que la vía estaba orientada hacia el norte. Cuando el día empezó a clarear, decidí acampar a doscientos metros de la vía, en un macizo espeso de arbustos. Mientras estaba ahí tumbado aquella primera noche, intentando dormir, hice una lista mental para mi excursión. Decidí que como estaba completamente solo sería mejor viajar sigilosamente para evitar ser detectado. Debía tratar a cualquiera que me cruzara como un potencial adversario. Viajar solo te deja en una situación muy vulnerable. Me di cuenta de que sería mejor no llevar a cabo ninguna acción detectable, como una fogata humeante para cocinar o disparar con la pistola a no ser que fuera estrictamente necesario, ya que una evasiva es siempre más fácil que una huida, o, Dios no lo quiera, un tiroteo.
»Me despertó el sonido de un tren de mercancías de la Denver Rio Grande Western que venía hacia mí, con dirección norte. Me dije a mí mismo: «¡Bien! Aún funcionan los trenes. Puede que consiga montar en uno». Ese tren iba al menos a sesenta kilómetros por hora, por lo que no me molesté en tratar de alcanzarlo, pero solo verlo me animó bastante. Ahora que al menos tenía un vago plan pude dormir hasta que se hizo casi de noche; comí una lata de estofado de ternera y me puse en marcha de nuevo.
«Aquella noche hice todo el camino hasta Grand Junction. Tuve la suerte de que la gravilla de la vía estaba bien compacta y al nivel de las cuñas de riel, por lo que pese a la pesada carga que llevaba encima, fue un paseo fácil. Me detuve junto a la ciudad y retrocedí hasta un pinar para dormir en él. Estaba hecho polvo. Aquel día pasaron dos trenes, uno que iba hacia el sur y otro hacia el norte, lo cual era esperanzador. Todo lo que hice fue rellenar la botella de agua en un arroyo y tratarla con una pastilla purificadora. Dormí a ratos, pues había una pareja de esos grandes cascanueces grises que me despertaban continuamente. Pensé en cazar uno con mi calibre.22 para comérmelo, pero estaba demasiado próximo a la ciudad y no quería atraer la atención. Los tenía tan cerca que una simple pedrada habría bastado.
»Esperé hasta que oscureció del todo y retomé el camino por las vías. Era raro e inquietante caminar hacia Grand Junction. Las vías bordeaban el lado este de la ciudad, así que me quedé en ellas. Supuse que esos enormes raíles me servirían para cubrirme en caso de que me enfrentara a un tiroteo. No había electricidad en la ciudad, pero pude ver velas y lámparas de queroseno en muchas casas. No vi ningún coche circulando por las calles. Había una estación de clasificación en el lado norte de la ciudad, allí aparcaban los trenes. Pensé que sería un buen sitio donde conseguir transporte.
»Justo cuando me estaba acercando al centro de clasificación, un tren de mercancías puso en marcha uno de sus motores y emprendió rumbo norte. Aceleré el paso hacia el tren, pero no podía moverme muy rápido por culpa de todo el peso con el que cargaba. El tren cogió velocidad antes de que pudiera alcanzarlo, así que tuve que parar y verlo alejarse.
»Oí a alguien gritándome desde un montículo en el otro extremo de la estación: «¡Eh, soldadito! ¿Has perdido el tren?». Me dio un susto de muerte. Me puse sobre una rodilla, me giré para encararlo y quité el seguro del MIA.
»El tipo del montículo se puso en pie riendo. «Eh, no dispares, peregrino», me dijo. La luna nos iluminaba, así que pude confirmar que estaba solo, y al menos desde la distancia, parecía desarmado. Vino hacia mí. Era un mendigo de aspecto mugriento, se presentó como «Bob Petaluma». «Hijo, no te preocupes», volvió a decir. «Mañana emparejarán un par más con rumbo norte.» Me invitó a su campamento, que estaba a unos ciento ochenta metros de distancia, tras unos algarrobos. El era el único acampado allí.
«Transportaba toda su carga en un viejo talego azul de las Fuerzas Aéreas. Como protección, tenía un viejo revólver Smith and Wesson con el recubrimiento de níquel prácticamente pelado. Tenía aspecto de reliquia, pero parecía funcionar. El tal Bob debía tener unos sesenta años, y por su olor se diría que hacía tiempo que no se daba un buen baño. No tenía dientes, ni superiores ni inferiores, por lo que su sonrisa resultaba bastante cómica.
»Bob Petaluma pasó media hora describiéndome los horarios de los trenes. Tenía un viejo y grasiento mapa de itinerarios de tren que guardaba en una bolsa de plástico para pan, junto con otros horarios, mapas de carreteras y algunas notas escritas a mano con más horarios y rutas de trenes de mercancías. Usamos una pequeña vela para leer los mapas y los horarios.
»Bob me dijo que estaba esperando un tren que se dirigiera al sudoeste. Me dijo que iba a Ajo, en Arizona, donde, en un cilindro verde de plástico para envíos que enterró, guardaba muchas de sus cosas, incluidas un par de pistolas y munición adicional, como «aliho». Digamos que me sorprendió oír eso. Había oído anteriormente el término «alijo» en boca de survivalistas y de ONC de las Fuerzas Especiales, pero nunca a nadie más. Por lo que dijo, conocía a muchos vagabundos que enterraban comida y ropa a lo largo de las rutas que frecuentaban. Pronunciaba mal la palabra, pero por la manera en que lo describía sabía de sobra cómo cavar y camuflar un aliho.
»Esperamos allí aquella noche y todo el día siguiente, compartiendo historias. Puede que fuera una estupidez, pero me fiaba de él, así que dormí durante un rato y compartí parte de mi comida. Bob dijo que nunca nadie le había apuntado con un arma en toda su vida, pero que durante los tres últimos días le habían encañonado en tres ocasiones. «Y justo tú, soldadito, fuiste el tercero.» Eso me hizo estallar en carcajadas. Le sonsaqué algo de información sobre el «vagabundear», como por ejemplo dónde y cómo tomar trenes, en qué vagones era seguro viajar, e incluso si era seguro hacerlo si no podías entrar en ningún vagón.
»Bob Petaluma acertó con el tren que iba en mi dirección. Durante dos horas observamos cómo usaban un pequeño conmutador DRGW para acoplar los vagones. El tren tenía su salida programada para las once y diez. Yo quería bajar pronto y meterme en un vagón, pero Bob me advirtió que era mejor esperar a que el guardafrenos hiciera su ronda de revisión de los manguitos de freno y el interior de los vagones. Alrededor de las diez y media hizo su última ronda; llevaba una especie de linterna enorme. Por fin Bob dijo: «Ahora ya puedes subir a bordo, peregrino. Elige un vagón que tenga la marca de Northern Pacific, no tiene pérdida. Buena suerte». Pedí a Dios que lo bendijera. Su tren tenía la salida programada para la mañana siguiente. Rogué para que consiguiera llegar a su destino. Era un viejo muy agradable.
«Encontré un vagón de la Northern Pacific con la puerta abierta cerca de la mitad del tren. Todo lo que había en él eran quince o veinte cajas de cartón aplanadas, de esas grandes para electrodomésticos. Coloqué dos de ellas en un extremo del vagón y dejé mis cosas en el suelo. Luego reuní cuatro cajas más y las coloqué sobre mí y mis cosas. Quería que fueran lo menos llamativas posible, por si alguien decidía hacer otra inspección. El tren partió acorde al horario, me sentía muy emocionado; estaba progresando hacia el norte a un ritmo excelente. Pasamos por encima del paso Douglas alrededor de la medianoche. Entonces caí dormido durante horas. Me desperté al amanecer civil, y vi los kilómetros pasar, dando gracias a Dios.
»La ruta que seguía el tren lo conducía al norte a través del área de Salt Lake City, lo que me puso nervioso, ya que se trataba de una zona metropolitana. No aprecié indicios de que hubiera problemas en la zona, exceptuando la falta de electricidad. Por la tarde hicimos una parada para cambiar algunos de los vagones en Ogden. Fueron momentos de tensión. Afortunadamente, mi vagón siguió enganchado al tren que continuaba en dirección norte. Estuve tumbado bajo las cajas durante el tiempo que permanecimos en la estación. El tren reanudó su marcha alrededor del anochecer. Hicimos otra breve parada en lo que supuse que era Logan. Cuando el tren paró allí oí las voces de un par de hombres.
—Eh, probemos en este, está vacío —dijo uno de los tipos.
—Este vagón no está vacío. Marchaos —respondí con mi mejor voz de mando.
—De acuerdo, de acuerdo, ya nos íbamos. Siento la molestia —respondió uno de ellos con tono sumiso.
»Me bajé del tren cuando paramos en Pocatello, porque el tren iba a seguir hacia el oeste hasta Boise, y yo, por supuesto, necesitaba ir hacia el norte. Así que volvía a viajar a pie. Después de haberlo hecho en tren, aquello era un auténtico bajón. Ya era completamente de día para cuando salí de Pocatello. Vi a un chico repartiendo periódicos, paró su bici y plantó ambos pies en el suelo para verme pasar. Lo saludé con la mano y le dije «Hola». Me miró como si fuera de otro planeta. A menudo me pregunto durante cuánto tiempo más siguió repartiendo periódicos. Puede que aquel fuera su último día.
»Caminé en paralelo a la I-15 hasta más allá de las cataratas Idaho. Iba bastante lento ya que marchaba muy cargado, y de nuevo, trataba de evitar cualquier contacto con nadie. Hice una media de dieciséis kilómetros al día. Viajaba principalmente de noche. Oía disparos y sirenas de bomberos y policía incluso en las ciudades más pequeñas. Estaba claro que la situación iba a peor.
»Atajé hacia el oeste, siguiendo la autopista 28, ya que atravesaba una zona menos poblada que la I-15. Esa ruta me hubiera llevado por Butte. La 28 sigue el río Lemhi y el río Salmón hasta llegar a la ciudad de Salmón. Esos solían ser los dominios de Elmer Keith. Casi muero congelado en el parque nacional de Lemhi, en las alturas del sistema montañoso del mismo nombre. Un frente tormentoso pasó y descargó doce centímetros de nieve. Ahí estábamos, segunda semana de noviembre y ya estaba empezando a nevar en las alturas, ¡y todavía me quedaban trescientos kilómetros de camino!
»Cuando empezó a nevar, tuve que construir rápidamente un refugio para evitar morir congelado. Encontré un pino ponderosa caído que todavía conservaba una gran cantidad de suelo pegado a las raíces. Corté un puñado de ramas de abeto con mi sierra de hilo y las apilé alrededor de la base del árbol, entretejiéndolas en forma de tipi con una abertura en lo más alto, y las até después con cuerda de paracaídas. Entre las capas de ramas metí mi tienda de campaña, la manta de emergencias y un par de bolsas de basura. Hice un fuego en el interior, me acurruqué y traté lo mejor que pude de secar mi ropa. El tipi cumplió su función, pero no sé qué era peor, si el frío o el humo de la fogata.
»La nevada paró al día siguiente, pero la nieve tardó otro día y medio en derretirse. Durante ese tiempo saqué el AR-7 a pasear y cacé una marmota. Por cierto, me alegro de tener un rifle del calibre.22. El.308 es muchísimo más ruidoso y no deja prácticamente carne de provecho en las presas más pequeñas. La marmota estaba bastante dura, pero era nutritiva. La corté a tiras, luego las ensarté en palos y las cociné al fuego. Me comí la marmota entera en un día y medio.
«También tuve tiempo de derretir un puñado de nieve en mi taza de camping para rellenar con agua hirviendo las botellas. Tienes que derretir una cantidad indecente de nieve para llenar una botella de dos litros. Por supuesto, podría haber usado agua de un arroyo, pero entonces tendría que haber malgastado pastillas purificadoras. Además, había un fuego ardiendo todo el tiempo, y tiempo es lo que me sobraba en esos momentos. Como solía decir mi padre, «¿Qué es el tiempo para un serdo?».
—Disculpa, ¿has dicho cerdo? —le interrumpió Kevin Lendel.
—Sí, cerdo. Solía ser una de las bromas favoritas de mi padre: «Un vendedor ambulante está de viaje por Arkansas. Entonces ve a un granjero bregando bajo el peso de un cerdo de cuarenta y cinco kilos, cargándolo de árbol en árbol, para que pueda mordisquear las manzanas que cuelgan. Tal visión deja atónito al vendedor. Al final, ya no puede resistirse y va y pregunta: «¿Qué estás haciendo?». Y el granjero le responde: «Simplemente estoy dando de comer al serdo». Entonces el vendedor pregunta: «¿Y por qué no tiras al suelo unas cuantas manzanas?». «Me gusta hacerlo así», dice el granjero. El vendedor vuelve a preguntar: «¿Pero no ves que es una pérdida de tiempo?». Y el granjero responde: «Bueno, ¿y qué más le da el tiempo a un serdo?».
Kevin y el resto rieron. Carlton dio un sorbo al café y retomó su historia.
—Seguí lentamente el camino hacia el norte. Los días se iban acortando y haciéndose progresivamente más fríos. Tardé quince días en ir desde Pocatello a Salmón. Conforme me acercaba más al norte, el agua dejaba de ser el problema que había sido allá en el área de Pocatello y de las cataratas de Idaho. Aquello era terreno seco. Allá tuve que purificar agua que saqué de abrevaderos un par de veces.
»La comida la iba buscando sobre la marcha. Cacé un par de conejos y otra marmota. Tenía un par de trampas y una red agallera de pesca, pero no tuve la oportunidad de usarlas, porque nunca me quedaba en ningún sitio el tiempo suficiente. Me hice bastante hábil a la hora de encender fogatas, incluso cuando las cosas estaban empapadas. Primero tienes que…
El TA-1 hizo su característico sonido cantarín, interrumpiendo la historia de Doug. Era Rose.
—Se supone que Mike tendría que haberme relevado hace quince minutos. ¿Dónde está? —preguntó ella.
Cuando le pasaron el mensaje, Mike se disculpó por haber perdido la noción del tiempo y salió pitando por la puerta.
—¿Adónde va? —preguntó Doug.
—Al POE —respondió Dan sin darle importancia.
—Parece que tenéis en marcha una operación táctica perfectamente organizada —dijo Doug asintiendo con la cabeza.
»Bueno, ¿por dónde iba? Ah, sí, las fogatas. El truco es empezar siempre con un pequeño fuego e ir haciéndolo más grande. Siempre llevo un pequeño pedazo de yesca seca. El musgo seco es lo que mejor funciona. Y si lo único que tienes es madera empapada, no hay nada más efectivo que media barra de combustible Trioxane o una tableta entera de Hexamine. Son capaces de prender cualquier cosa.
»Las botas que he llevado todo este tiempo empezaron a deshacerse por las costuras. Las llevaba enrolladas en cinta aislante, tenían un aspecto de lo más cómico, y lo peor de todo es que hacían aguas. Tenía que llevar bolsas de plástico entre los calcetines dobles para evitar que se me empaparan los pies.
»Crucé las Bitterroot la última semana de noviembre. Como os podréis imaginar, a una altura de dos mil metros hacía muchísimo frío en esa época del año. A principios de diciembre, para cuando el invierno se asentó de verdad, ya estaba cerca de Darby, a ciento diez kilómetros al sur de Missoula. Era muy frustrante estar tan cerca de casa y no poder seguir adelante. Tan cerca, tan lejos. La nieve empezaba a acumularse en serio. Sabía que tenía que buscar algún refugio decente o que iba a acabar convertido en el helado de humano de algún oso.
»Fruto de la desesperación, me colé en una cabaña de cazador desocupada, en el bosque nacional Bitterroot, que estaba fuera de los caminos típicos. Era una pequeña cabaña de verano sin casi aislamiento térmico, pero sirvió de sobra a mis propósitos. Tenía una buena cantidad de madera almacenada bajo el porche. Había una estufa Franklin, cama, un gran manantial de agua, un par de hachas de buena calidad y una sierra para talar árboles. También había algo de comida enlatada. Necesité de toda mi fuerza de voluntad para no usar nada de lo que encontré en la cabaña excepto un poco de sal, jabón y algunas medicinas para mantenerme sano. Aquellas latas de sopa, chile y verduras prácticamente estaban cantándome como las sirenas de los cuentos. Pero resistí la tentación. Ya era suficientemente malo ser un inquilino no invitado, no caería tan bajo como para robar la comida de otro.
»Entre tormenta y tormenta reuní tanta madera como pude y cacé dos hembras de ciervo bien grandes. Había también un juego de camales, dos sierras para desollar y varios baldes. Usé una polea y unas cuerdas para colgar los cuartos de ciervo desollados en lo alto de los árboles de al lado de la casa para mantenerlos alejados de los osos. Afortunadamente no tuve ningún problema con ellos. La carne se congeló tanto que tuve que usar un hacha para cortarla. Dejé el ciervo colgando fuera y cuando sentía necesidad, cogía un cuarto. Acabé usándolo todo: el cerebro, la carne, la grasa, el corazón y el hígado. Incluso serré los huesos para comerme el tuétano.
Aquí estalló en carcajadas y dijo:
—Es un gusto adquirido. Pasé la mayor parte del invierno metido en mi saco de dormir, hibernando como un oso. Es un saco realmente caliente, un Wiggy's Ultima Thule. Los hacen en Colorado. Gracias al saco solo tuve que hacer una pequeña fogata para caldear lo justo la cabaña. Usé las sábanas que había en la cabaña para forrar el saco y así protegerlo del sudor y la mugre; apilé encima otro saco y algunas mantas para conseguir más calor. Durante tres meses prácticamente lo único que hice fue vigilar el fuego, preparar una comida diaria y leer. Ah, sí, también me fabriqué tres pares de mocasines con la piel del ciervo. El primer par me salió fatal, pero los otros dos me vienen perfectos.
»No quería usar ninguna de las velas ni el queroseno que había allí, por dos razones. Primero, no eran mías. Segundo, la luz podía atraer la atención. No oí nada que evidenciase que viviera alguien en la zona exceptuando una motosierra lejana y un par de disparos aún más distantes. Sin embargo no me la quería jugar. Adapté mis horas de sueño al ciclo del sol, así que leía y cocinaba durante el día. Los días más cortos del año debía de dormir unas catorce horas diarias.
»Para cuando llegó lo que estimé que debía ser febrero, yo ya estaba harto de la carne de venado y tenía ya un mal caso de fiebre de las cabañas. A finales de invierno, cacé dos ciervos más, ambos de un año de vida. No quiero volver a pasar un invierno como ese yo solo nunca más. Afortunadamente, en la cabaña había una Biblia, así que pude mantener la cordura adentrándome en la palabra de Dios. Era la versión católica de Douay-Rheims, así que tuve la ocasión de leer los libros apócrifos por primera vez. Como metodista no considero dichos libros apócrifos como la palabra inspirada de Dios, pero, sin embargo, los encontré fascinantes. Aparte de la Biblia, no había en la cabaña suficiente material de lectura como para un invierno entero; había algunos libros de caza y pesca y alrededor de una treintena de revistas. Lo leí todo de principio a fin, algunas cosas varias veces.
»Había un metro de nieve. Cuando nos acercamos al solsticio de primavera, la nieve empezó a remitir, y finalmente dejó de cuajar. Como había usado toda la leña que había almacenada en la cabaña, sentí que era mi obligación reponerla. Pasé la mayor parte de la temporada de deshielo talando pequeños alerces del Canadá, cortando la madera a tamaño estufa, llevándola a la cabaña en una carretilla, partiéndola en dos y apilándola. Durante todo el proceso llevé guantes de jardinero. Apilé la madera hasta llegar al techo y dejé más madera bajo la cabaña de la que había encontrado al llegar, así que supuse que estaba en paz con quienquiera que fuera el propietario.
»Una vez terminé con la leña, hice una limpieza general, pues sentía que era mi deber moral. Empecé limpiando la chimenea, que estaba cubierta de grasa; fue un milagro que no se produjese un incendio aquel invierno. Barrí y fregué el suelo, lavé todas las toallas y la ropa de cama y saqué cubos y cubos de ceniza y grasa. Con todo, el sitio tenía ahora mejor aspecto que cuando llegué. Por último, lavé toda mi ropa, el saco de dormir, le di un buen cepillado a mi correaje, recorté mi barba, y me di un gran baño caliente. Fue el primer baño que me di en meses. Me sentó realmente bien.
»Antes de marcharme, escribí una larga y arrepentida carta de agradecimiento al propietario de la cabaña y la dejé en la mesa de la cocina, junto con un par de dólares en viejas monedas de plata y el resto de mis billetes; no es que fuera mucho, la verdad. También dejé dos de las cuatro pieles de ciervo que había curtido. Las enrollé alrededor de un tronco de árbol joven de metro y medio y lo colgué con dos cables en el centro de la cabaña para que las ratas y los ratones no pudieran alcanzar las pieles.
»Poco después de que la nieve dejara de cuajar, partí. Tenía verdaderas ganas de llegar a casa de mis padres. Hice el camino hasta Missoula en una semana, atravesando Hamilton y Stevensville. La mayoría de ciudades del valle parecían completamente fortificadas. En casi todas había en la entrada bloqueos de carretera construidos por medio de grandes troncos.
«Durante aquellos cien kilómetros corrí algunos riesgos. Por ejemplo, hice parte del camino de día, algo que normalmente evito cerca de poblaciones. Supongo que me estaba precipitando, pero es que no podía esperar a llegar a casa.
»A partir de Stevensville, que estaba fortificada, todo estaba arrasado. Florence y Lolo habían ardido hasta los cimientos. No había un alma a la vista. Desde la distancia pude ver que la mayoría de las casas y los comercios de Missoula habían ardido. Mis padres vivían en las afueras del lado este. Como no sabía quién controlaba la ciudad, me adentré en ella por el este y en mitad de la noche. Cuando vi las ruinas de la casa de mis padres se me cayó el alma a los pies. Todo lo que quedaba era la chimenea. El garaje seguía intacto, así que pasé el resto de la noche en él. Lloré y lloré. En toda la manzana quedaba solo un vecino, Mack, un viejo viudo. Los demás o bien estaban muertos, o se habían marchado, o habían sido pasto de las llamas.
»Cuando me marché a la universidad el otoño pasado, Mack debía de pesar más de cien kilos. A mi regreso debía de estar alrededor de los setenta. Al principio casi no lo reconocí. Estaba en los huesos. Mack me contó lo que había pasado. Los bandidos llegaron en un grupo de más de sesenta camionetas Suburbans, Hummers y Blazer, y se hicieron con toda la comida y toda la gasolina que encontraron a su paso. Se quedaron varias semanas, emborrachándose, violando a las mujeres y quemando casas por diversión. Todo aquel que mostrara la más mínima resistencia recibía un disparo o era quemado vivo.
»La noche en que di sepultura a lo que quedaba de los cuerpos de mi padre y mi madre, desenterré mi alijo del patio trasero de casa. En él había un par extra de botas militares, cuatro pares de calcetines, la mitad de mis monedas de plata, algo de munición del.22 y del.308, algunas pilas Duracell, unos cuantos lápices de pintura de camuflaje, dos pastillas de jabón, complejos vitamínicos, algo de comida enlatada, sal, coco en polvo, barras de combustible Trioxane y once raciones de combate. Todo eso estaba metido en esas latas de munición alargadas, las que se usan para las balas de mortero 60-mike. El exterior de las latas se había oxidado bastante, lo que me dio un buen susto cuando las desenterré. Pensé que habrían sufrido filtraciones. Supongo que debería haberles dado una capa de emulsión asfáltica para que se conservaran mejor. Afortunadamente el sellado aguantó y su contenido estaba justo como lo dejé.
Mirando el par de robustas botas militares que llevaba puestas, Doug declaró:
»Como había dicho antes, las botas que llevé durante el año pasado estaban descosiéndose. A veces me ponía los mocasines, pero eran malos sustitutos, especialmente en terreno rocoso. Fue un poco raro, ¿sabes? Puse esas botas en el alijo a última hora, simplemente porque había sitio en una de las latas. Iba a poner más comida enlatada (mi madre siempre compraba atún al por mayor), pero entonces se me ocurrió la idea de las botas. Resulta irónico que un año después, lo que más necesitara del alijo fueran las botas. Debe de haber sido la divina providencia. Estoy seguro de que fue nuestro Señor el que me dio aquella idea.
»Pasé otro día más allí, principalmente rezando y meditando. También hablé y recé bastante con Mack. Me cortó el pelo y me arregló la barba, pues llevaba el pelo tan largo que parecía una cabra de angora. Después hice lo mismo por él. Me temo que no lo hice demasiado bien. Usamos unas tijeras y un par de cortaúñas que habían pertenecido a su esposa. Le di algo de carne de venado y de comida enlatada. Él me dio una gran botella de laxante suave, pues era algo que necesitaba, ya que mi dieta prácticamente se limitaba al venado.
»No encontré nada de valor en el garaje de mis padres excepto una botella de Rem-Oil. Habían robado prácticamente todo lo demás, las herramientas, el material de acampada, incluso la madera usada. No había mucho más allí aparte del coche de mi padre (que estaba sin batería y sin gasolina) y un par de viejas llantas. Era como si una plaga de langostas hubiera arrasado con todo. Cuanto pude sacar del coche fue un mapa de Idaho y Montana. Era idéntico al que ya tenía, pero estaba mejor conservado. Había desplegado tantas veces el mío que se estaba convirtiendo en un puñado de tiras largas.
»Ninguno de mis padres tenía familia al oeste del Misisipi, así que no tenía un destino claro. Sabía que el clima sería menos severo en el valle del río Clearwater, justo al otro lado del paso, así que parecía razonable empezar a buscar ahí un sitio donde asentarme. Había estado por allí de pesca con mi padre un montón de veces, así que conocía el área bastante bien.
»Pasé las tres primeras semanas en los cañones al oeste de Missoula, esperando a que la nieve desapareciera del campo. Cacé un ciervo que me sirvió como alimento durante todo el tiempo que pasé allí. Me llevó una semana entera convertir la carne en cecina. Encontré algunas plantas de Cama y un gran huerto de lechugas del minero, y me di un atracón. Entre el venado, los tubérculos y la lechuga, empecé a ganar algo de peso.
»Atravesé el paso Lolo hace tres semanas. Para entonces la nieve era superficial en las laderas encaradas al norte y en los bosques poblados, y a parches prácticamente en el resto de sitios. Como no tenía demasiada prisa, viajé incluso más despacio que antes; tan solo hacía unos seis kilómetros al día. Me gusta moverme con algo de sigilo y hacer muchas paradas para escuchar. Bajé gradualmente el río Lochsa y luego el Clearwater. No hay señal alguna de comercio o viaje organizado por allí. Todo el mundo está escondido. Intenté acercarme a la ciudad de Kamiah, pero un tipo se puso a dispararme con lo que parecía un SKS. Yo estaba a unos doscientos veinte metros de distancia, así que no tuve ocasión de explicarme. Me largué de allí sin pensármelo dos veces.
»Ese mismo día empecé a sentir un terrible dolor de muelas. La causa era un molar inferior. A los dos días el dolor era tan fuerte que sabía que la muela estaba podrida y que tenía que sacármela. Lo intenté sin resultado con la multiusos Gerber. Así que me las apañé para atar un pedazo de monofilamento alrededor del diente. Intenté sacarla con las manos, pero me rajé; dolía demasiado. No tenía a nadie para ayudarme. Al final acabé atando el hilo de pescar a un gran árbol que doblé. Me senté, aparté los labios, abrí la boca y dejé que el árbol saliera disparado. Y la muela voló, ya lo creo que sí. Grité durante un segundo. El hueco sangró un par de días. Hice lo que pude para no escupir, pues he oído que eso crea succión y empeora el sangrado. Fue muy doloroso, pero afortunadamente me quedaba algo de Tylenol en el kit de primeros auxilios. Ahora la encía vuelve a estar sana.
«Practiqué la pesca a lo largo del Clearwater antes de subir hacia el Palouse. Hay un montón de peces en ese río. Incluso sin caña pude pescar una trucha dolly varden y un salmón considerablemente grande. Eso era comida como para tres días, y con solo una hora de pesca. Sin embargo, hubiera estado bien tener una de esas cañas de pescar plegables. Unos días después hice algo de pesca con red en algunos de los pequeños afluentes del Clearwater. Cogí un puñado de truchas; algunas las cociné y el resto las ahumé.
»Mi viaje hasta aquí fue relativamente tranquilo. Vi muchos pavos salvajes, algunos alces, e incontables ciervos. Estas son buenas tierras de pastura.
Todd lo interrumpió:
—¿Hay algo más que hubieras deseado tener en tu alijo o en tu mochila, o algo que hubieras hecho de otra forma?
—Déjame pensarlo. —Doug se paró a meditar—. Me vienen a la cabeza muchas cosas. Lo primero es que debería haber encontrado a alguien con quien viajar. Viajar campo a través en solitario es arriesgado. Nunca sabes cuándo puedes caer en una emboscada. Si alguien te ataca por sorpresa eres hombre muerto. Además, no hay una manera simple de dormir seguro. Una torcedura de tobillo o un hachazo mal dirigido podrían ser fatales. Necesitas un compañero. Preferiblemente dos o más compañeros.
»Y no hace falta que lo diga, pero la sola idea de viajar hoy en día con algo menos que un TPA es de locos. Hay demasiadas posibilidades de encontrarte con una brigada; demasiada incertidumbre. Permanecer con un buen alijo de provisiones en un rancho o granja fácilmente defendible es la mejor opción. Viajar es cosa de locos o de desesperados.
»En segundo lugar, si hubiera almacenado algunas raciones de combate y unas pocas cosas esenciales en alijos a lo largo de mi ruta desde Colorado, las cosas habrían sido mucho más agradables. Pasé días de hambruna. Pensándolo bien, debería haber guardado también gasolina, y haber ido a toda velocidad hasta casa.
«Tercero, me habría venido realmente bien una Biblia de bolsillo. Unos cuantos versículos memorizados no son suficientes. Necesitas la Palabra para mantener el equilibrio y resistir.
«Cuarto, puede que esto suene ir relevan te, pero no lo es. Debería haber comprado un par de polainas. Soy incapaz de contar las veces que he tenido que hacer una fogata durante el día para secar mis pantalones de rodillas para abajo. Quinto, debería haber cuidado mejor mis dientes. Cepillarlos solo con sal funciona, pero es preferible añadir una mezcla de tres cuartos de bicarbonato sódico y uno de sal. También debería de haber llevado un cepillo de dientes, seda dental, y un bote de polvos. Prácticamente no hubieran añadido nada de peso a la mochila, y a largo plazo me habrían ahorrado muchas penurias.
»Sexto, debería haber invertido en una tienda de campaña de calidad de expedición y para las cuatro estaciones. Las tiendas de tubo, o ya que estamos, incluso las de tres estaciones, no están a la altura de las circunstancias. Cada vez que llovía, parte de mi carga se mojaba y tenía que pasarme horas secándola.
Kevin metió cucharada:
—Como decimos por aquí: después de visto, todo el mundo es listo. Hicimos todo tipo de planes por adelantado, adquirimos todo lo que nos pudimos permitir y sin embargo, hay un montón de cosas que desearíamos haber comprado.
—Hablando de material, Kevin… ve a por el equipaje de Doug y tráelo de vuelta al caserón para hacer inventario —ordenó Todd. Lendel asintió con la cabeza, cogió su 870 de la estantería y salió por la puerta.
Viendo a Kevin marchar, Doug dijo:
—No cabe duda de que habéis montado un refugio perfectamente organizado.
—Sí, cadete Carlton, has cruzado el perímetro de un refugio survivalista en vivo y en directo. Frente a ti tienes el resultado de nueve años de preparación activa. Nadie quería que todo se viniera abajo, pero nuestro grupo era parte de la minoría que estaba preparada para ello —intervino Mary.
—¿Nueve años? —preguntó Carlton.
—Sí. Hace nueve años casi todos estábamos en la universidad y ni nos acercábamos a tu grado de preparación. Simplemente tenemos la ventaja de llevar más tiempo en esto, entrenándonos metódicamente y almacenando todo lo necesario en grandes cantidades —dijo ella con aire satisfecho. Al oír ese último comentario, las cejas de Carlton se levantaron y una sonrisa invadió su cara.
Mike Nelson hizo palomitas de maíz para todos. Mike era el único en el refugio que había aprendido a cocinarlas en la estufa sin quemarlas. Cuando estaban acabándose las palomitas, Kevin volvió. Su informe fue escueto:
—Todo estaba justo como lo ha descrito, aunque no mencionó que la ropa interior y los calcetines estaban sucios. Dan un asco espantoso.
Todd montó otra reunión aquella misma tarde. Todos acudieron, a excepción de Kevin, que estaba de guardia. Mike escuchaba a través de la TRC-500. Conforme avanzó la conversación se hizo evidente que había dos posibles caminos. La primera opción era ofrecerle a Doug la posibilidad de pasar a formar parte del grupo. Si aceptaba, tendría que entender que sería tratado como un miembro más y como un igual. Sin embargo, habría de olvidar cualquier idea que pudiera tener de ser un empleado pagado. En todo caso, debería al grupo esfuerzos redoblados, pues estaría usando parte de su preciado suministro de comida. La segunda opción sería renovar el suministro de comida de Carlton y que este siguiera su camino con los mejores deseos del grupo.
Tras escuchar ambas opciones, Carlton dijo:
—No creo que vaya a encontrar una organización de supervivencia mejor que esta en todo el país. ¡Sí, me encantaría ser un miembro de vuestro grupo!
A la mañana siguiente, Doug Carlton fue aceptado como miembro tras una votación. Se alojaría temporalmente en el pajar del caserón. Durante sus dos primeras semanas se le asignarían solo tareas de mando del cuartel. A continuación, se le permitiría realizar turnos de imaginaria y en el POE. Se le advirtió de que estaba a prueba. Cualquier cagada sería motivo de expulsión.
Tras una semana en el refugio, Doug ya encajaba y se sentía como un miembro veterano. Gracias a su formación militar se hizo rápidamente amigo de Jeff Trasel. Su interés por las armas también le acercó en poco tiempo a Dan Fong.
En un arrebato de generosidad, Jeff le regaló a Doug su Colt Commander.45 de acero galvanizado de repuesto, cinco cargadores, una pistolera UM-84, un kit de limpieza y un surtido de más de doscientos cartuchos. Dan Fong le dio su amada escopeta de combate Winchester modelo 1897, su bayoneta y una cartera llena de munición Remington número 4 de perdigones, cartuchos de escopeta de 12 mm y veinte cartuchos Brenneke. Mike Nelson donó su radio TRC-500, o Truco 500, como la llamaban, y un par de pilas recargables de 9 V. Todd, que tenía más o menos la misma complexión que Carlton, le dio un juego de uniformes de camuflaje y su tienda Moss Stardome II de repuesto.
Doug comentó varias veces que aquello parecía Navidad.