8. S-A-C

«Cae una piedra desde uno y otro lado de la ordenada senda que pisamos, y así se torna el mundo delirante y extraño: demonio y churel y duende y dyinn, esta noche nos harán compañía. Pues hemos alcanzado la tierra más antigua, gobernada por las fuerzas de la oscuridad.»

Rudyard Kipling

La mayor parte del café, exceptuando una pequeña reserva «de emergencia», se acabó en enero. Lisa Nelson fue la que más protestó por ello. Mientras se preparaba una de las últimas tazas de café de sobre Taster's Choice que había gorroneado de un paquete de raciones de combate, dijo bromeando:

—Estaba mentalizada para un mundo sin electricidad, o refrigeración, o gasolina. Estaba lista para los disturbios, para los billetes sin valor, y las tropecientas incertidumbres. Pero ¿vivir sin café? Esa sí que es una verdadera catástrofe.

La monotonía del invierno, con sus interminables y aburridos turnos en el POE, se rompió la tarde del 12 de febrero. Dan Fong estaba destacado en el puesto de observación y escucha. Envió un escueto mensaje por el TA-1:

—Deliberados, fachada delantera. Dos hombres. Armados. Empujan un carrito. Desde el este. A quinientos metros, avanzan lentamente.

Todos los miembros del grupo conocían las instrucciones. Habían hecho docenas de simulacros de emboscadas preparadas y de emboscadas espontáneas en los últimos tres meses. Todd, T. K., Mary, Mike, Lisa y Jeff se apresuraron a ocupar sus posiciones. Kevin y Rose se quedaron atrás para «vigilar el fuerte». Mientras tanto, Dan mantuvo su posición en el POE, que servía también para vigilar la zona de emboscada. Su trabajo consistía en cargarse a cualquiera que intentase flanquear las posiciones de los emboscados. Tras cinco interminables minutos de espera en los nidos de araña oyeron el silbato de Mike. Al unísono, asomaron las cabezas y apuntaron sus armas hacia el camino. Mike, que seguía llevando a un policía dentro de él, gritó:

—¡No os mováis o sois hombres muertos!

Diez minutos antes, dos jóvenes, uno alto y ganchudo, el otro bajito y con sobrepeso, caminaban laboriosamente a paso de caracol por la carretera del condado. Ambos iban cargados con pesadas mochilas, y al bajito le tocaba empujar el carro.

—David, llevo la mochila demasiado cargada, la espalda me está matando. Necesito deshacerme de algo de peso —protestó el de menor estatura.

—Aguántate y calla, Larry —contestó el alto—. Siempre te estás quejando. ¿Acaso me oyes quejarme a mí? Mi mochila va tan cargada como la tuya.

Siguieron caminando por la carretera. Solo se oía el crujir de la grava bajo sus pies y el ritmo sincopado de su respiración.

Cuando pasaban al lado de una carretera secundaria exactamente igual a las docenas que habían dejado atrás, oyeron el pitido de un silbato. En un abrir y cerrar de ojos, cuatro hombres y dos mujeres armados con escopetas y fusiles de asalto emergieron como por arte de magia de la maleza contigua a la carretera.

Cuando les ordenaron que se detuvieran, obedecieron sin pensárselo dos veces.

—¡No disparen! ¡Por favor, no disparen! —gritó Larry soltando el carro.

—¡Tirad vuestros rifles! —les ordenó Mark Nelson.

Sin dudarlo un segundo, Larry y David se quitaron los rifles y los lanzaron al frío suelo con estrépito.

—¡Ahora las mochilas! —gritó Nelson.

Cumplieron la orden con la misma rapidez que antes. Con un movimiento del cañón de su rifle, Mike dijo:

—Ahora tú, la cartuchera.

También fue a parar al suelo sin ninguna ceremonia.

—Las manos en la cabeza, dad cinco pasos hacia atrás y arrodillaos. —Obedecieron la orden de Nelson. Una vez estaban de rodillas, Mike añadió:

—Ahora cruzad una pierna sobre la otra.

—Solo somos refugiados, no tenemos malas intenciones. Íbamos a pasar de largo —exclamó débilmente David.

—Eso está por ver. —Sin girar la cabeza, Nelson ordenó—: ¡Jeff! Regístralos.

Dicho esto, Trasel bajó su Remington, salió de su nido en la parte oeste de la zona de combate y pasó por detrás de los dos «refugiados».

Trasel cacheó metódicamente a los dos hombres. Incluso los obligó a quitarse las botas. Todo lo que encontró fueron algunos envoltorios de caramelos, un paquete de tabaco, un cargador de veinte balas Mini-14 con munición de punta hueca, un mechero desechable, un par de navajas de bolsillo y otro de cucharas. Ninguno de los dos llevaba cartera. Con los objetos requisados, Jeff hizo una pila bien alejada de los dos sujetos.

—Bien, ya están limpios —comunicó Jeff mientras se hacía a un lado.

Siguiendo el procedimiento acordado, Mike y T. K. abandonaron sus posiciones en cuanto Jeff volvió a la suya. T. K. interrogó a los dos desconocidos mientras Mike inspeccionaba sus bártulos.

—¿De dónde sois? —les preguntó T. K. con tono amistoso.

—Denver —espetó Larry.

—Denver, ¿eh? Eso está muy lejos de aquí. No habréis hecho a pie todo el camino, ¿no?

—No, fuimos en coche hasta que nos quedamos sin gasolina, fue imposible encontrar ningún sitio donde repostar. Llevamos un mes viajando a pie. Oye, no queremos meternos en líos. Os podemos dar algo de dinero si eso es lo que buscáis. Pero dejadnos marchar.

—No nos interesan vuestras pertenencias ni vuestro dinero, no somos ladrones, simplemente queremos conocer vuestras intenciones —contestó T. K. Respiró profundamente y siguió diciendo—: Y ahora, vamos a descubrir cuáles son vuestras verdaderas intenciones…

—Ese no es tu trabajo. No tienes… no tienes ningún derecho a tomarte la ley por tu propia mano —le interrumpió David.

—La única ley que sigue aplicándose, al menos por aquí, está en la recámara de este pequeño persuasor —meditó en voz alta T. K., mientras golpeaba cariñosamente la parte superior del guardamanos de su CAR-15.

Mike empezó por echar un vistazo a sus armas. Había un rifle de cerrojo manual Remington modelo 700, rediseñado para usar munición de Winchester calibre.270. Estaba equipado con una mira telescópica ajustable modelo Leupold de tres a nueve aumentos. El otro rifle era un Ruger Mini-14 con lo que parecía ser un cargador de cuarenta balas. Mike nunca había visto un cargador de Mini-14 con semejante capacidad. Se encogió de hombros y se dijo entre dientes:

—Supongo que podría funcionar, pero ¿cómo ibas conseguir una buena posición de disparo estando tumbado con él? Qué cosa más inútil.

La pistola, que seguía enfundada en una bonita pistolera de estilo vaquero, a primera vista parecía ser un Colt.45 «Pacificador». Una inspección más atenta reveló que en realidad se trataba de un Colt original de acción simple, pero rediseñado para munición Magnum del calibre.357. Tenía un tambor de 190 mm y medio. Mike había leído que algunos Colt de acción simple se hacían para calibre.357, pero nunca se había cruzado con uno antes. Las tres pistolas estaban completamente cargadas. A continuación, Mike dirigió su atención a las mochilas.

Durante un incómodo rato, T. K. intercambió miradas nerviosas con los dos extraños. Su duelo de miradas se vio interrumpido cuando Mike chilló:

—¡Virgen santa, mirad esto!

En sus manos tenía dos granadas del tamaño de una pelota de béisbol que había encontrado en los bolsillos exteriores de una de las mochilas.

—Ya lo creo que son granadas de verdad. Hay seis más como estas ahí dentro. Cuatro de ellas aún están en su embalaje y sin desprecintar —dijo examinando de cerca las marcas amarillas sobre la pintura verde de las granadas.

—¿Y ahora qué hacemos, Mikey, avisamos a esas nenazas del BAT? —preguntó T. K. entre risas. Un momento después, siguió diciendo—: Supongo que si no han matado o robado para conseguirlas, no queda ninguna ley en pie que diga que no puedes tener media docena de las viejas M26. ¿Qué más llevan en las mochilas?

Mike soltó un silbido al ver caer de un saco un revoltijo de monedas, relojes de pulsera, cadenas de oro y brazaletes. Enumeró brevemente la lista de contenidos:

—Vaya, tienen el lote completo: dólares de plata, krugerrands, pandas chinos, hojas de arce canadienses, un par de nobles de platino de la isla de Man, y un koala de platino. Los relojes parecen ser Rolex y Tag Heuers. La mayoría aún tienen el precio puesto.

—Imagino que ahora es cuando me vais a decir que todo esto ya era vuestro antes de que todo se fuera a tomar viento, ¿no? Déjame adivinar… ¿trabajabais en el sector de la joyería? —preguntó T. K. con sorna.

—Espera, espera, podemos explicarlo, todo eso nos lo encontramos por ahí tirado… —dijo Larry de mala manera.

T. K. frunció el ceño.

—¡Cállate! —dijo David entre dientes.

—No, deja que Larry nos cuente dónde os encontrasteis todo eso —bromeó Kennedy en voz alta. Silencio.

—¿Adónde os dirigíais? Más silencio.

—Muy bien, salid del camino, dad cinco pasos hacia mí y sentaos. Dejad las manos en la cabeza. Vamos a tener una pequeña charla.

Para evitar que acortaran distancias, T. K. retrocedió al mismo tiempo que los dos desconocidos obedecían su orden. Una vez se sentaron en el suelo, se puso en cuclillas, con el CAR-15 sobre las rodillas. Mary, que observaba la escena, se inclinó hacia Todd y comentó:

—No se puede caer más bajo que un saqueador.

Su marido asintió con la cabeza.

Mike seguía escarbando en las mochilas de los dos desconocidos, al tiempo que enunciaba en voz alta una lista de la munición que iba encontrando:

—Dos cajas y media de munición del calibre.270, una bandolera con munición de 5,56 mm de punta redonda, aproximadamente cuarenta cartuchos de Magnum.357, diez cartuchos de munición especial para escopeta del.38 y seis cargadores a tope para la Mini-14. Tres van cargados con balas de punta redonda, los otros tres con munición de punta hueca. —A continuación, levantó y agitó seis ejemplares traducidos de El libro rojo de Mao Tse-Tung. Nelson comentó con sequedad:

—Vaya, parece que estos dos son un poquito de izquierdas.

—¿Sois comunistas? —preguntó T. K.

Larry asintió mientras David negaba con la cabeza.

—Dejemos las cosas claras, ¿de acuerdo? Si no me contáis la verdad, vamos a tener que interrogaros en turnos continuos. Y la noche tiene pinta de que va a ser fría —espetó T. K.

—Los dos somos miembros del partido. Nos dimos de alta en la universidad…

—Larry, ¡callate! —dijo David, gritando aún más.

—No, no, deja que tu amigo siga hablando. Si podéis explicaros de forma satisfactoria, puede que os dejemos seguir vuestro camino, o Larga Marcha, o como sea que queráis llamarlo. No nos interesa vuestra ideología. Eso es asunto vuestro, no nuestro. No va a tener ningún peso en la decisión que estamos tratando de tomar —dijo T. K.

Ambos extraños se pusieron visiblemente más nerviosos cuando Mike abandonó las mochilas para centrarse en el carro. Era el típico carrito de jardín, muy parecido al de los Gray. Estaba cubierto por una pequeña lona de plástico azul enganchada con gomas elásticas.

—Ahí solo llevamos la comida —dijo David con tono nervioso, sin apartar la vista del carrito—. No hace falta que lo registres.

Sin hacer caso, Mike continuó su tarea, quitando las cuerdas elásticas de una en una.

—Tienen un montón de comida enlatada.

Mientras apilaba las latas en el suelo, Mike iba describiendo su contenido:

—Estofado de ternera, chile con carne, guisantes, chuletas con alubias, judías pintas, y algo de comida para perro.

—Me pregunto si será Dinki Dee —le dijo Todd a Mary en broma.

Esta se quedó mirándole sin entender.

—¿No te acuerdas? Max y su perro: Mad Max.

Mary sonrió al acordarse y se echó a reír.

—Ah, sí, ya me acuerdo. Lo único que tenía para comer eran latas de comida de perro.

—Vaya, chavalines, ¿os habéis cargado a algún pobre Bambi? —dijo Mike sosteniendo una bolsa de plástico llena de carne cruda—. ¿O simplemente os hicisteis con el ternero de un granjero?

Larry empezó a llorar.

Nelson siguió descargando el carro, sacando una gran bolsa de patatas.

—Tenéis suerte de que haga tanto frío, si no la carne fresca se habría echado a perder en un abrir y cerrar de ojos.

De pronto, Mike dejó de hablar, se dobló a un lado y empezó a vomitar descontroladamente.

—¿Pero qué…? —gritó T. K. Se levantó y se acercó al carrito. Mike no pudo decir nada a causa de las arcadas. T. K. no entendía lo que pasaba; entonces miró en el fondo del carro y vio lo que Mike había descubierto: una bolsa de plástico, y en la bolsa, tres pequeñas piernas humanas y cuatro pequeños brazos. Acto seguido, se dio la vuelta y caminó hacia los dos desconocidos con la mirada helada. Accionó el selector de la CAR-15 y cambió la posición de semiautomático a automático. Sin parar de caminar hacia ellos, vació el cargador de su arma en dos largas ráfagas de disparos. Los dos hombres se derrumbaron, cosidos a balazos.

T. K. golpeó el seguro del cargador de su carabina, soltando la pareja de cargadores dobles. Con la mirada perdida, cambió de lado los cargadores e insertó el que aún estaba completo, y volvió a golpear el seguro con la palma de la mano. Dio dos pasos hacia delante, y con el cañón de su arma prácticamente en vertical vació un nuevo cargador entero en largas ráfagas de disparo automático.

—No malgastes munición, Tom, ya están requetemuertos —habló Mike.

—Esos putos saqueadores caníbales nunca estarán lo suficientemente muertos —contestó Kennedy mientras le temblaba el labio inferior. Dicho esto, se dio la vuelta y empezó a subir la colina hacia la casa mientras los demás se quedaban en un silencio acongojado. Instintivamente, T. K. recargó la humeante carabina con un cargador de treinta balas sin dejar de andar.

Mary estaba más horrorizada que nadie. Pese a toda su experiencia en el campo médico, nunca había visto morir a nadie, y mucho menos convertirse en papilla delante de sus narices. También era la primera vez que oía a T. K. decir un taco.

Los miembros del grupo echaron a suertes quién habría de limpiar el estropicio. Los desafortunados perdedores fueron Jeff y Kevin. Pasaron la mayor parte de la tarde arrastrando el equipaje de los muertos hasta la colina, haciendo inventario y limpiando y engrasando sus armas. Metieron todo, a excepción del carro, en una taquilla que Todd y Matt habían vaciado previamente.

Kevin se ofreció como voluntario para cavar un hoyo y dar sepultura al cargamento de «carne» de los saqueadores. Tocarlo le revolvió las tripas, pero consiguió no vomitar. Con el permiso de Todd, la pareja encargada de limpiar llevó a cabo su idea de exhibir los cadáveres. Con un esfuerzo considerable, usaron una grúa manual para elevar los cuerpos a dos postes de la luz contiguos, asegurándolos con trozos de cable de comunicaciones WD-1. Para manipular los cuerpos y la «carne» se pusieron guantes quirúrgicos. Mary pintó dos carteles que colgaron alrededor de sus cuellos y cuya inscripción decía así: «Saqueadores, asesinos y caníbales». Dejaron los cuerpos congelados allí arriba durante cinco semanas antes de descolgarlos y enterrarlos en el jardín.

Esa noche, el grupo rezó por las víctimas de los caníbales al comienzo de la reunión. Después, se enfrentaron al dilema de qué hacer con el equipo de los saqueadores. Lisa Nelson señaló el hecho de que probablemente casi todo el material era robado. Las opciones sugeridas fueron: uno, conservarlo y repartirlo equitativamente entre todos; dos, esperar hasta el restablecimiento del orden y donarlo entonces a una organización benéfica, preferiblemente una dedicada a los refugiados; o tres, distribuirlo como ayuda a los refugiados que pasaran por la zona y que realmente lo necesitaran. Todd pidió una votación. T. K. se negó a una votación de viva voz o a mano alzada. Propuso una «papeleta australiana», la manera en que el grupo se refería a una votación secreta y por escrito.

Tras el recuento de votos, ganó por amplia mayoría la opción de donar la carga y el botín una vez se restableciera el orden. Hicieron una segunda votación, esta vez a mano alzada, para hacer una excepción con la carabina Mini-14, su munición y accesorios. Dan Fong fue el impulsor de la idea, ya que pensaba que sería una buena arma para Rose.

La moción fue rechazada después de que Lisa mencionara cómo se sentía frente a la idea de quedarse con el botín de un saqueador, ya que, a su parecer, era prácticamente lo mismo que el mismo acto de saquear. Dan se mostró visiblemente enfadado:

—Es un arma completamente normal. ¿Es que te crees que está maldita? Es un pedazo de metal inanimado. Es incapaz de ser bueno o malo. No es más que una herramienta. Las buenas o malas intenciones son cosa de su propietario. Puedes usar un martillo para construir una casa, o para machacar la cabeza de alguien. El martillo no entra en esa decisión. Quien tiene el martillo es el que decide.

T. K. zanjó la discusión ofreciéndole a Rose su CAR-15. Él empezaría a llevar en cambio su otro calibre.223, un AR-15 que había montado él mismo para participar en concursos de tiro. Ese era con diferencia el AR-15 más caro del grupo. T. K. lo montó usando el receptor inferior de un Eagle Arms comercial, un receptor superior Colt Flattop M16A2 con mirilla A. R. M. S. «Swan Sleeve», y un cañón pesado Krieger con medidor de presión del aire. También tenía dos bases para mirillas. Una llevaba una Zeiss con alcance de 4-12x, la otra llevaba una Armson O. E. G.

Tras la reunión, Dan pidió disculpas a T. K. por haber perdido la calma. Antes de irse, le dio una bolsa resellable que contenía su kit de repuesto de piezas de receptores inferiores de M16 y de fiadores automáticos ajustables. Se lo pasó con una sonrisa, diciéndole:

—La próxima vez intenta mantenerlo controlado, en ráfagas de tres a cinco disparos. Lo de esta mañana ha sonado como una reposición de Los Intocables de Elliott Ness.

El 20 de marzo, Jeff y Rose anunciaron que deseaban casarse. Jeff dijo con sinceridad:

—Hemos estado viviendo en pecado, y estamos arrepentidos.

Ese mismo día, el grupo se reunió en el salón. Tom se encargó de oficiar la ceremonia, que empezó con una larga oración de apertura. Rogó a Dios que orientara a la pareja y que, como el que todo lo cura, restaurara la salud de Rose y protegiera a todos en el refugio. Entonces Jeff y Rose unieron sus manos. Dirigiéndose a ellos por sus nombres de pila, Tom les pidió que intercambiaran sus votos. Jeff prometió «amar, honrar, abrigar, proveer y proteger» a Rose, y ella, a su vez, prometió «amar, honrar, abrigar y obedecer» a Jeff.

Tom mencionó la falta de una licencia de matrimonio, y dijo al respecto:

—No sé cómo los estados osaron meterse en los asuntos del matrimonio. Un trozo de papel no hace que estés casado. Realmente no otorga derechos ni privilegios. La alianza que acabamos de presenciar es lo que cuenta. Eso es un matrimonio. El matrimonio es la alianza sagrada entre un hombre y una mujer en obediencia a la ley de Dios. Ahora sois, a ojos de Dios y de los aquí reunidos, y bajo la ley común, marido y mujer.

Un tiempo después de haber comprado la casa en Idaho, Todd y Mary hicieron algunas reformas. Primero instalaron una rampa metálica para la leña que bajaba directamente al sótano. De esta manera se aseguraban el suministro de madera para la calefacción.

La siguiente mejora fue la construcción de una nueva caseta para la leña. Era lo suficientemente grande como para almacenar tres haces. Todd optó por una caseta de madera, con tres paredes y un marco hecho a base de postes. El techo era de chapa ondulada. Junto con lo que cabía en el sótano, los Gray tendrían suficiente madera como para tres inviernos como mínimo.

Debido a la insistencia de Mary, los Gray adoptaron un perro al poco tiempo de mudarse. Mary siempre había querido tener perro, pero, teniendo en cuenta que su antigua casa tenía que medirse en palmos cuadrados más que en hectáreas, pensaron que esa no era manera de tratar a un perro.

Tras una larga deliberación, optaron por un rodesiano. El proceso de selección de la raza del perro limitó las opciones a la familia de los sabuesos o perros de presa. Gracias a las pesquisas de Mary, aprendieron que prácticamente todos los sabuesos podían ser excelentes perros guardianes. Prácticamente todos tenían un buen olfato para seguir rastros. Basándose en atributos específicos de cada raza, las opciones se limitaban a un sabueso negro y bronce, un sabueso Redbone, o un rodesiano. Todd y Mary finalmente se decidieron por el rodesiano porque era más agresivo que las otras razas. Los rodesianos, criados en un principio para la caza de leones en África, tenían unas cuantas características especiales. La primera y más evidente de todas: tenían una cresta de pelaje a lo largo de su columna que crecía en dirección contraria al resto del pelo, «a contracorriente», según palabras de Todd. Por ese motivo a esta raza se le llama también «perro crestado de Rodesia». En segundo lugar, los rodesianos tenían la extraña costumbre de encaramarse a los árboles. Por último, y como no tardarían en descubrir tras la compra de su cachorro, estos perros tienden a ser tercos, cuando no directamente rebeldes. Afortunadamente, Todd y Mary pasaban todo el tiempo en la granja, así que pudieron prestar la atención necesaria hasta que el cachorro alcanzara la edad adulta y con ella la madurez emocional.

Su cachorro, una hembra, era de un criador de cerca de Boise. Era de color marrón rojizo, con una pequeña mancha blanca en el pecho y una pata blanca. La pata blanca constituía un fallo que rebajaba al cachorro a la categoría de mascota. Si hubiera tenido la calificación de animal de competición hubieran tenido que pagar más de mil dólares. En cambio, solo les costó trescientos. Mary llamó al cachorro Shona, en referencia al lenguaje de la tribu de los mashonas, de Zimbabue, antigua Rodesia.

Aunque Shona era una perra estrictamente «de exterior», era cariñosa y formaba prácticamente parte de la familia. También era un excelente perro guardián. Para horror de los Gray, el concepto de proteger la granja que tenía Shona incluía espantar a cualquier animal salvaje que se aventurara dentro de sus propiedades. Esto incluía ciervos, alces, faisanes, urogallos, codornices, perdices de chulear y, en ocasiones, osos. Con el tiempo lograron quitarle esa manía a Shona. Excepto la de los osos. Todd y Mary elogiaron con gusto a Shona cuando espantó su primer oso. Afortunadamente la perra era lo suficientemente inteligente como para distinguir entre los animales deseados y los no deseados.

Para que Shona estuviera a gusto durante los fríos inviernos de Bovill, Todd pasó día y medio construyendo una caseta para ella. El diseño de la misma era poco habitual. La construyó con paredes dobles, con dos capas de espuma aislante entre las paredes de contrachapado exteriores y las interiores. Aplicó el aislante a las cuatro paredes, el techo y el suelo. Para mantenerla separada del suelo, la caseta iba montada sobre cuatro zancos de madera de cedro de unos treinta centímetros de alto. Esto evitaría que se pudriera y al mismo tiempo la mantendría caliente. Todd usó un retazo de alfombra como puerta. En el interior, una vieja sábana plegada hacía las veces de cama. Al parecer a Shona le gustaba la caseta, pero pasaba casi más tiempo tumbada en la suave pendiente del techo que dentro de ella. Como era de esperar, este fenómeno cambió radicalmente con la llegada de la primera ola de frío.

La pareja continuó con las «mejoras» a lo largo de su primer verano en la casa. La siguiente ronda de reformas, caras y farragosas, giraba en torno a la seguridad. Durante una visita, Dan señaló el hecho de que las puertas de la casa estaban muy desgastadas y que pese a ser de construcción sólida no eran particularmente fuertes.

—Deberías construir puertas que estén a la altura de la capacidad de resistencia balística de tu casa, si no, acabarán siendo su talón de Aquiles. La casa aguantaría múltiples disparos de un Weatherby del calibre.460, pero las puertas probablemente no pararían ni un Magnum del.22. Yo apostaría por unas puertas bien robustas. Ya que estás, también deberías ponerle a tus ventanas unas buenas contraventanas.

Pese a que resultó ser mucho más caro y trabajoso de lo que esperaban, siguieron su consejo y llevaron a cabo el proyecto en verano.

Primero, quitaron las puertas y los marcos viejos. Reemplazaron los marcos originales por marcos de metal. Estos iban montados usando tornillos de anclaje de quince centímetros de largo y trece milímetros de diámetro instalados a intervalos de quince centímetros en la pared circundante. Para esta tarea, Todd tuvo que alquilar un martillo perforador pesado de tres cuartos de potencia y comprar brocas especiales de mampostería. Incluso con el martillo perforador, el trabajo le llevó varias horas. Después, Todd encargó a un ebanista local la construcción de puertas personalizadas usando madera de arce de nueve centímetros de grosor. Las puertas iban montadas no en tres, sino en cinco bisagras extrafuertes. Antes de irse, el ebanista comentó:

—Nadie será capaz de tumbar estas puertas jamás.

No tenía ni idea de que los Gray no estaban ni a mitad de camino de acabar la construcción de las puertas.

Como acordaron previamente, recibieron la ayuda de Dan Fong, los Nelson y los Layton durante la siguiente fase del proyecto. Empezaron por taladrar una hilera de agujeros de trece milímetros de diámetro alrededor del perímetro de las puertas. Después, gracias a la destreza de Fongman con el soplete de oxiacetileno, tallaron los correspondientes agujeros en las planchas de acero que Todd había encargado especialmente a la Haskins Steel Company, de Spokane. Al mismo tiempo, Dan hizo los agujeros donde irían el conjunto del picaporte y la cerradura eléctrica tipo Dead Bolt.

En un principio, Dan había sugerido planchas de acero suave de dos centímetros y medio de grosor para cubrir puertas y ventanas. Eso fue antes de darse cuenta de cuánto pesarían. Cuando volvió a Chicago, consultó uno de sus libros de tablas de ingeniería y encontró la fórmula para calcular el peso de las planchas de acero: Largo (en cm) x ancho (en cm) x grosor (en cm) x 0,00703 = Peso (en kg).

Para cubrir la mayor de las dos clases de ventanas de la casa necesitarían una plancha de 75 x 125 x 125 cm. Si su grosor fuera de dos centímetros y medio, cada una pesaría ciento setenta y cinco kilos. Sería claramente imposible instalar semejantes planchas sin la ayuda de una cuadrilla y un montacargas especial. Esto era inaceptable para Todd, pues quería mantener en secreto el proyecto «Casas y jardines más resistentes». Lo último que necesitaba es que se le etiquetara de ser el paranoico survivalista local.

La solución para el problema del peso también fue idea de Fong: apilarían planchas de acero más finas hasta conseguir el grosor deseado. Las planchas de metal reforzado eran más caras que el acero suave, y muy difíciles de perforar.

También era difícil encontrarlas del tamaño que requerían. Así que Todd optó por acero suave de un grosor mayor al habitual. Pese a que cuatro planchas de sesenta milímetros apiladas no proporcionarían la misma protección que una sola plancha homogénea, seguiría siendo una excelente barrera. Para mejorar su resistencia una pizca más, Mary sugirió que apilaran cinco planchas en vez de solo cuatro. Así se conseguiría un nivel de protección balística comparable o incluso superior al de una sola plancha homogénea.

Las pilas de cinco planchas para cada puerta iban sujetas con tornillos de carruaje de quince centímetros de longitud. Para conseguir una seguridad aún mayor, la cabeza de los tornillos iba soldada, así no podrían desatornillarse. A continuación, dieron dos manos de pintura Rust Oleum a las planchas externas, los cantos expuestos y el equipo. Finalmente, encolaron el tope de las planchas con una capa de un centímetro y medio de barniz de nogal. Lo tintaron y le dieron tres capas de barniz Varathane de categoría Marine.

Todd tuvo dificultades para encontrar un proveedor de cerraduras y Dead Bolts apropiados para puertas de semejante grosor, pero finalmente encontró uno en Seattle. Enviaron los cerrojos a través de UPS. Dentro, Dan Fong usó su equipo de soldador y fabricó cuatro barrotes macizos; dos para cada una de las puertas. Los soportes para estos barrotes estaban hechos de empaste denso de siete centímetros y medio de ancho y uno y medio de grosor. Los barrotes mismos eran vigas de cinco centímetros de ancho. De nuevo, Dan pensó una solución inteligente: los barrotes pivotaban sobre un tornillo por un extremo, y luego podían recolocarse mediante un pestillo de un centímetro que se deslizaba a través del soporte como un pasador transversal.

A ojos de un aficionado, las puertas parecían las típicas puertas residenciales, gracias al barniz de madera. Solo cuando se abrían se hacía obvia la robustez de su factura.

Todas las ventanas de la casa recibieron un tratamiento similar. Primero, abrieron en cada una de las planchas hendiduras en forma de cruz. La cruz era de cinco centímetros de grosor, veinte de alto y veinticinco de ancho, lo suficiente como para poder apuntar y disparar a través de ella sirviéndose de la protección de la coraza. Mientras Dan estaba ocupado con su soplete de oxicorte, Mike se le acercó y le preguntó si había sacado la idea de las troneras en forma de cruz de su colección de libros de Kurt Saxon. Dan apagó el soplete con un sonoro chasquido y se quitó la máscara protectora. Su cara estaba cubierta de sudor.

—¡Uy! El oxi va primero. Ya la he liado —contestó con una amplia sonrisa—. No, Mikey, la idea de las chapas de metal la tomé del compendio de Kurt Saxon, El superviviente, sí, pero las troneras en forma de cruz las saqué de una película de Clint Eastwood, El fuera de la ley.

Nelson negó con la cabeza sin poder creerse lo que oía y se marchó.

Durante el proceso de fabricación de las contraventanas, Dan aprovechó para explicar a los presentes los fundamentos básicos del corte y la soldadura.

Ken Layton había usado un soplete muchas veces antes, pero aprendió algunos trucos de Dan. Para los demás era una experiencia nueva. Lisa Nelson pareció cogerle el tranquillo y aprendió enseguida a trazar las cremalleras más rápido que los demás, así que junto a Ken, se convirtió en «soldadora de relevo». Mike notó enseguida lo orgullosa que estaba de su recién descubierta habilidad.

—Cuando lleguemos a casa, voy a llamar a tu oficina para decirles que dejas tu trabajo de artistilla para meterte a soldadora de precisión.

—Estás celoso, estúpido pies planos descoordinado —contestó ella con una sonrisa.

La siguiente fase del trabajo era aún más azarosa que la instalación y el cortado de las troneras en las docenas de planchas de metal. Empezaron montando bisagras extrarresistentes en los anclajes que había en los agujeros taladrados en el ladrillo a intervalos de unos veinte centímetros. Después, soldaron las primeras cinco planchas al saliente de cada bisagra. En vez de taladrar agujeros en todas las planchas, como habían hecho para los tornillos de carruaje de las puertas, decidieron soldar sucesivamente cada plancha a la que quedaba debajo.

Acabaron el combustible de los cilindros de Dan fabricando lo que denominaron «mini contraventanas». Estas contraventanas interiores consistían en tres planchas de 63 mm apiladas y soldadas a una bisagra. Estas cubiertas estaban diseñadas para tapar las rendijas en forma de cruz cuando no estaban en uso. Como toque final, pusieron pestillos deslizantes tanto a los postigos principales como a los minipostigos, para que se pudieran inmovilizar tanto en la posición abierta como en la cerrada. Construyeron una portezuela similar, pero sin troneras, para la rampa de madera de los Gray.

Después de tres días de soldar y cortar casi sin parar, Dan Fong estaba cansado como una mula y lleno de ampollas. Cuando Terry le preguntó qué pensaba del resultado final, Dan respondió arrastrando las palabras:

—Con esto bastará. Pero creo que si alguna vez me construyo un sitio para mí, lo haré un poco más robusto que estos trabajos ligeros. —Tal afirmación fue celebrada con un coro de burlas y pedorretas.

El tratamiento para las ventanas fue similar al de las puertas; las recubrieron con una capa de Rust Oleum, una de cola de barniz de madera y luego una mano de Varathane. Tapar las troneras requirió algo de ingenio. Fue Mary la que tuvo la idea de fabricar piezas de madera que encajaran a presión en cada tronera.

—Parecerán molduras decorativas —propuso ella.

Cuando Mike Nelson se situó detrás de una ventana finalizada para probarlas con su HK, funcionaron a la perfección. Todo lo que tuvo que hacer fue abrir el cristal de la ventana, retirar la placa protectora de la tronera y hacer saltar la pieza de madera con la boca de su rifle.

—¡Muy bien! —exclamó—. Venid si os atrevéis, saqueadores de mierda. ¡El plato especial de hoy es plomo caliente!

Cuando Kevin compró su casa en Idaho, decidió a su vez hacer algunas mejoras. Pese a que su casa tenía calefacción de leña y ventanas de doble cristal, no tenía verdadero «potencial de refugio» en caso de confrontación seria. Tenía varios defectos. Para empezar, era una construcción con armazón de madera, revestimiento de cedro y tejado de madera sin cepillar. Unos cuantos cócteles molotov y sería historia.

El suministro de agua venía de un pozo de sesenta metros de profundidad, capaz de producir cuarenta y cinco litros por minuto. Kevin decidió mejorar el potencial de supervivencia de la casa con la instalación de una bomba modelo Solarjack tipo G para reemplazar la actual bomba sumergible que funcionaba a través de las cañerías normales. En la mayoría de escenarios, la corriente eléctrica sería una de las primeras cosas en interrumpirse. Desde el exterior, la bomba parecía una torre petrolífera en miniatura. La bomba Solarjack se alimentaba de la energía proporcionada por sus paneles solares fotovoltaicos, sin que hubiese ningún tipo de batería implicada en el sistema. Cuando el sol brillaba, el motor de corriente continua accionaba la bomba. Cuando el sol se ocultaba, la bomba dejaba de trabajar. Kevin compró la Solarjack a Sam Watson, el propietario de Northern Solar Electric Systems, cerca de Sandpoint, Idaho.

Durante varios fines de semana sucesivos, los Gray ayudaron a Kevin a instalar la plataforma para la bomba, la tubería de extracción, el cilindro de bombeo, las varillas de bombeo (hechas de fibra de cristal), la bomba, y el poste para el panel solar. El ensamblaje del rastreador solar sedujo su instinto de ingeniero. El rastreador, fabricado por la Zomeworks Corporation de Albuquerque, Nuevo México, usaba un marco de metal cargado con freón para inclinar la tabla del panel según el ángulo de los rayos solares. Su funcionamiento se basaba en el simple principio de la dilatación térmica. Dos laterales del marco constaban de sendas sombrillas de aluminio; en consecuencia, una parte quedaba expuesta al sol, mientras la otra quedaba a la sombra. En el lado del marco que recibía calor, el freón se dilataba conforme el sol aumentaba su temperatura. De esta forma se alteraba la inclinación del marco y, por tanto, la de la placa solar, igualándose aproximadamente al ángulo del sol. Según Watson, el rastreador proporcionaría un incremento del veinticinco por ciento en el suministro de los paneles. Pese a que no había contado con esta necesidad, Kevin compró un rastreador capaz de sostener hasta seis placas solares, pese a que su sistema solo iba a usar tres módulos modelo Kyocera de 48 W. La posibilidad de aumentar la capacidad de suministro simplemente enchufando más paneles fue lo que convenció a Kevin.

La instalación de la nueva bomba de agua obligó también al cambio del sistema de almacenaje de la casa. Tal como estaba configurada cuando la compró, la casa usaba un depósito a presión de ciento trece litros conectado a la bomba sumergible. Kevin decidió poner toda la carne en el asador en el lado de la ecuación del almacenaje del agua. Pidió presupuesto a diversos fabricantes de cisternas de la zona, así como a distribuidores de tanques de fibra de cristal y polietileno. Finalmente se decantó por Adam Holton, de Lenore, Idaho, a unos cien kilómetros de distancia, para que le construyera una cisterna de hormigón. Holton ofrecía el increíble precio de «dos mil cincuenta dólares con todo incluido» para construir una cisterna de trece mil litros. Esto era aproximadamente la mitad del precio que costaba instalar un par de tanques de fibra de cristal con una capacidad de cinco mil quinientos litros. También duraría mucho, mucho más.

La cisterna estaba situada en una ladera, a ciento cuarenta metros de distancia de la casa y veinte metros de altura. Esto proveería un suministro de agua abundante y estable alimentado por la fuerza de la gravedad. Como la bomba solar funcionaba de forma ininterrumpida durante las horas diurnas, la cisterna siempre estaría llena. En vez de instalar un interruptor de boya para apagar la bomba cuando la cisterna estuviese a rebosar, Kevin decidió excavar un estanque en la base de la colina. El exceso de agua de la cisterna bajaría por una tubería para mantener el estanque lleno. Incluso en momentos de máximo consumo, como cuando regaba su jardín y su pequeño huerto, el estanque permanecía siempre lleno.

Durante la instalación de la bomba y la cisterna, Mike decidió renovar las tuberías y hacerlo con unas de primera calidad. Contrató a la Underwood Pump Supply de Lewiston para la instalación de las tuberías y la apertura de zanjas. Como Bovill estaba a una altura relativamente alta, Kevin optó por enterrar las tuberías a un metro veinte de profundidad para descartar el riesgo de congelación. Pese a un par de averías inesperadas de la máquina excavadora, la Bruja de las Zanjas, que causaron cierto retraso, Chuck Underwood hizo un trabajo admirable, cavando zanjas limpias y profundas. Gracias al increíblemente hondo manto de Palouse, apenas encontraron algunas rocas.

Pensando de nuevo en la longevidad del sistema, Kevin seleccionó tuberías Schedule 40 de PVC. Optó por un grosor de dos pulgadas para la línea de servicio y por uno de tres cuartos de pulgada para la línea auxiliar. Underwood también le vendió una docena de grifos a prueba de congelación de la marca Merrill. A consecuencia de su deseo de poner varios surtidores alrededor de la casa, varios en el jardín y dos en el huerto, Kevin tuvo que comprar unos doscientos cincuenta metros de tubería y que cavar unos doscientos diez metros de zanjas. Para instalar los surtidores y unirlos a la tubería, Kevin no necesitó la ayuda de un contratista. Hizo la mayor parte del trabajo él mismo, y solo contó con un poco de ayuda de Todd para las partes más inclinadas del terreno, justo debajo de la cisterna.

La otra mejora que hizo Kevin en la casa durante el primer verano que permanecieron en ella también tenía que ver con el agua. Instaló una hilera de aspersores en lo más alto del tejado, y otra alrededor de la casa. Cuando funcionaban a máxima potencia, los aspersores del suelo empapaban completamente casi todas las paredes de la casa, mientras que los aspersores del tejado hacían un buen trabajo empapando las tejas de madera de cedro. Pese a que no estaba completamente a prueba de las bandas de saqueadores pirómanos que preveía, Kevin se quedó algo más tranquilo con respecto a la seguridad contra incendios de la casa.

—Además —pensó—, si las cosas se ponen realmente feas, siempre puedo ir a quedarme con el cerdito que construyó su casa de cemento.

Todd y Mary estaban tan impresionados con el sistema acuífero de Kevin que decidieron mejorar el suyo siguiendo las mismas directrices. Primero, hicieron que Underwood desenterrara las tuberías de su casa. Una vez vieron lo que salió a la luz, se alegraron de haberlo hecho: la tubería parecía tan antigua como la casa. Estaba oxidada, tenía pequeñas fugas, y su media pulgada de diámetro la hacía deplorablemente pequeña. Reemplazaron la tubería por una Schedule 40 de PVC de dos pulgadas. Al mismo tiempo, extendieron el alcance de sus tuberías para adecuarse a sus planes para un huerto y un jardín mayores. De nuevo siguiendo el ejemplo de Kevin, reemplazaron todos los grifos por los «a prueba de congelación» de Merrill.

Como el suministro de Todd y Mary venía de un manantial y no de un pozo, no había necesidad de instalar una bomba solar demasiado elaborada. Sin embargo, Mary estaba particularmente impresionada con el sistema fotovoltaico de Kevin, así que convenció a Todd para dar el gran paso e instalar un sistema de alimentación fotovoltaico de 12 V CC para la casa refugio.

Con la ayuda de Sam Watson, los Gray instalaron un rastreador Zomeworks con capacidad para ocho paneles, y un complemento completo de paneles Kyocera 48. Montaron el rastreador a dos metros y medio del lado sur de la casa, entre dos grupos de ventanas. A causa de la tremenda pérdida de línea de la corriente continua, los Gray siguieron el consejo de Watson y decidieron usarla solo en el comedor. Este circuito cargaba una batería de pilas de cadmio que Todd había instalado en el fondo de un antiguo armario. Las baterías a su vez alimentaban los numerosos aparatos y radios de 12 V CC, así como un transformador. El transformador, fabricado por la empresa Xantrex de Arlington, Washington, convertía 12 V CC en 117 V CA. Gracias a su moderno diseño de conversión por onda sinusoide, el Xantrex era muy eficiente.

Más tarde, Todd añadió al sistema un generador eólico de 12 V marca Winco. Mary lo vio anunciado en los anuncios por palabras del Idahonian, un periódico de Moscow. Contando con la torre de cuatro metros y medio de altura, el generador de 500 W de segunda mano costó tan solo doscientos cincuenta dólares. Incluso venía con dos juegos adicionales de rodamientos y cepillos.

Como el refugio no estaba en una zona particularmente expuesta al viento, no bastaba con la torre de cuatro metros y medio. Todd decidió construir él mismo la torre, ya que la compra de una torre de acero más alta hubiera superado con creces el precio del generador.

Después de estudiar diversas opciones para la construcción de su propia torre sostenida por cables, fue Kevin el que tuvo la idea de hacerla de madera.

—Lo que puedes hacer es construir una torre de tres patas y poner una plataforma en lo alto. Luego no tienes más que atornillar en lo alto la torre de cuatro metros y medio —sugirió Kevin.

Resultó ser una idea buena y barata, pero que requería una gran inversión de tiempo. A través del periódico, Mary encontró una fuente de postes telefónicos usados. Compraron tres postes de doce metros por un precio total de cuarenta dólares, incluyendo el envío. Usaron la sierra mecánica Pro-Mac 610 de Todd McCullough para igualar la longitud de los postes. Les costó ingenio y sudor, pero Todd y Kevin fueron capaces de cavar los hoyos para los postes, y erguirlos usando un sistema de «polea guiada». Después, utilizando un juego de tres estacas de escalada, Todd trepó a lo alto de los postes y construyó una plataforma a partir de dos listones de madera. Con antelación, habían taladrado los agujeros en los postes para los pernos que sostendrían las vigas maestras. Para elevar los maderos usaron de nuevo un sistema de polea.

Una vez situada la torre, les costó aún más ingenio y sudor desmontar, levantar, y volver a montar la torre de troncos para el Wincharger. A continuación, era el turno del generador y, para acabar, el de su hélice. Pese a que Todd usó un cable pesado número 6 para transportar la electricidad desde el generador a la caja de conexiones de 12 V, aún había una considerable atenuación de línea en los diecisiete metros de cable.

Una vez estuvo todo instalado y funcionando, Todd se quedó decepcionado con la contribución del Wincharger al sistema. Incluso con un viento de cuarenta kilómetros por hora, el generador no producía tanta corriente como los ocho paneles fotovoltaicos en un día soleado. Al menos Todd tenía la satisfacción de saber que en invierno, cuando los paneles solares estuvieran a la mínima capacidad, el Wincharger seguiría funcionando, deficientemente, pero funcionando. Todd admitió que el Wincharger no valía la inversión de tiempo, dinero y trabajo que costó su instalación. Pero había resultado, como decía Todd, «una buena experiencia práctica, y una oportunidad para usar la cabeza en otra cosa que no fueran números».

Una vez hecho esto, construyeron los «nidos de araña» para las posiciones de emboscada en la carretera del condado. Había un total de siete nidos individuales, cavados a intervalos de unos tres metros y medio. Todd cubrió el suelo de cada uno con contrachapado tratado a presión. Para facilitar su drenaje, Todd cavó treinta y ocho centímetros adicionales y depositó una base de grava bajo las tablas del piso. Taladraron en cada una de las tablas una docena de agujeros de trece milímetros de diámetro.

Todd se tomó también la molestia de cavar un par de «fosos para granadas» en cada nido. Esta triquiñuela, que Jeff Trasel mostró al grupo, consistía en un agujero de veinte centímetros de diámetro y ciento veinte de profundidad, cavado con 45° de inclinación en cada una de las dos esquinas frontales de cada nido. Según Jeff, los fosos servirían para que, en caso de que alguien lanzara una granada en un nido, su ocupante pudiera desviarla hasta uno de los fosos, donde explotaría inofensivamente. Por supuesto, contando con que pudieran hacerlo antes de que explotara. Pese a que no dejaba de ser una medida desesperada, era mejor que nada.

Todd y Mary idearon varias maneras curiosas de camuflar las tapas de los nidos de araña. La mayoría estaban cubiertos por pedazos viejos de madera y por piezas de uralita con formas irregulares. Una usaba la puerta de un Volkswagen. Todd estaba especialmente orgulloso de la que usaba una nevera abandonada tumbada hacia arriba como puerta. Como los lados del refrigerador quedaban por encima del nivel del suelo, Todd los reforzó desde dentro con seis planchas que habían sobrado una vez culminado el proyecto de los postigos para puertas y ventanas.

Como los nidos de araña estaban situados a intervalos de tres metros y medio, Todd pensó que su posición podía atraer sospechas, así que esparció chatarra adicional por la zona. Una vez completo, el grupo de nidos de araña era indetectable, simplemente parecía una pila de chatarra entre la alambrada y el camino.

La última medida de protección para el refugio era una verja de metal que lo rodearía. Uno de los últimos juegos de candados se usó para el portón de entrada. Como descubrieron, el precio más bajo disponible en verjas de metal lo ofrecía Sears. Cuando la cuadrilla de instalación preguntó para qué querían la valla, Mary se limitó a señalar a Shona diciendo:

—No quiero que nuestro rodesiano se escape y acabe recibiendo los disparos de un granjero. He oído que eso ocurre mucho por aquí.

La verja cumpliría dos funciones. Primero, ralentizaría cualquier intento de entrada en la casa. Segundo, haría explotar lejos de su objetivo las cabezas de cualquier granada propulsada con cohete. Todd no mencionó este segundo aspecto a Mary. La mera idea de alguien usando un misil LAW o un RPG soviético contra su casa parecía un tanto exagerada. No quería que Mary se burlara de él. Ya le había dicho que los nidos de araña le parecían «un poco excesivos».

Más tarde, aquel verano, Todd preparó el suministro de madera para el invierno. Pese a que no era necesario, decidió despedazar los cinco haces de madera antes de apilarlos.

—Así nos evitamos esfuerzos mayores en el futuro —comentó Todd. Nunca se había enfrentado a tan grandes cantidades de madera, por eso acabó lamentando haberse propuesto hacerlo de una tacada. El trabajo le llevó dos semanas, porque tenía que alternarlo con sus seis horas diarias dedicadas a la contabilidad.

A medida que aumentaba su destreza en el corte de madera, Todd sabía dónde debía golpear y dónde situar la cuña para los troncos de mayor tamaño.

Así que conforme fue avanzando cada vez trabajaba más rápido. Mary, que al mismo tiempo iba apilando la madera, reparó en el aumento de productividad de Todd y acabó por quejarse:

—Ve más despacio, Arnie, empiezo a tener problemas para seguirte el ritmo.

—¿Quién es Arnie? —preguntó Todd.

—Ya sabes, Arnold Schwarzenegger. Estaba pensando que con lo cachas que te estás poniendo, en cuatro días te parecerás a él. Todd sonrió y bromeó con su mejor pseudoalemán.

Jah, eso serr vendad, mi querrida mantequera. Yo serré el Arrni de tuz sueeños.

Tras una larga pausa y unas cuantas sonrisas, Mary se secó la frente y dijo:

—Necesito tomarme un descanso y beber algo de agua. Ya acabaré de apilar el resto más tarde, cuando empiece a refrescar.

Se dio la vuelta y caminó hacia la casa, cimbreando tanto las caderas que Todd no pudo reprimir un silbido de admiración.

Raramente Todd se sentía tan feliz. La vida de casado le iba como anillo al dedo.