«Lo más apropiado sería… tener grupos organizados que, llegado el momento, se ocupasen de conservar ciertos datos y ciertas formas de civilización, y que pudiesen promover un nuevo renacer.»
Roberto Vacca, La próxima edad oscura
Cuando aún no había pasado una hora desde que terminaron los distintos informes verbales, el teléfono de campaña TA-1 que había en la mesa del mando del cuartel dio tres zumbidos seguidos. Mike lo descolgó.
—Mary dice que una camioneta acaba de parar delante de la puerta delantera.
—¿Una camioneta? —preguntó Mike—. Pero si Ken y Terry tienen un Bronco.
De un lado a otro de la mesa se intercambiaron varias miradas llenas de nerviosismo. Acto seguido, todos cogieron las armas y se dirigieron a toda prisa, chocando unos contra otros, a la ventana. De no ser un asunto serio, la escena habría resultado graciosa.
—Esperad, esperad —gritaba Todd—. No podemos ir todos a las ventanas de delante. Kevin, ve a vigilar la de atrás. Dan, al lado oeste.
Mientras tanto, Mike seguía en el puesto de mando del cuartel con el teléfono de campaña pegado a la oreja.
—Mary dice que la persona que está ahí fuera ha salido de la camioneta y está saludando y moviendo los brazos —gritó Mike.
Todd había cogido sus prismáticos recubiertos de goma y estaba mirando en dirección al camino.
—No me lo puedo creer —susurró mientras ajustaba el foco—. ¡Será posible! El viejo gran guerrero viene a hacernos una visita. Podéis estar tranquilos, es Jeff Trasel.
Todd y T. K. descendieron la ladera al trote con los rifles listos para disparar. Al acercarse a la Power Wagon de Jeff, se dieron cuenta de que este estaba muy nervioso.
—¿Tenéis sitio para un exmiembro con un grave problema? —preguntó Trasel.
—Puede ser. ¿Qué es lo que ocurre, Jeff? —contestó Todd.
—Se trata de mi novia, le han disparado —dijo Trasel.
Hicieron pasar la camioneta y subieron la colina lo más rápido posible. Todd accionó su radio y la pasó a modo VOX.
—Mike, llama a Mary por radio enseguida. Dile que tenemos una emergencia médica en la casa. Envía a Dan a que la releve en el puesto de vigilancia.
Rose, la novia de Jeff, estaba malherida. Jeff y Todd la llevaron dentro de la casa. Estaba inconsciente. La dejaron momentáneamente sobre una manta en el suelo, junto a la estufa de leña. Mary la examinó deprisa pero sin pasar nada por alto y quitó las tres gasas empapadas en sangre que llevaba. La habían alcanzado en la parte superior izquierda del pecho. La bala había entrado justo por debajo de la clavícula con trayectoria ascendente y había destrozado la parte superior del hombro izquierdo antes de salir otra vez del cuerpo. La herida que había provocado la bala al entrar era ligeramente más grande que el diámetro de esta. La de la salida, sin embargo, parecía un parche de cinco centímetros de diámetro de carne roja cruda.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Mary mientras rebuscaba en una caja de instrumental médico esterilizado en la que cada pieza estaba metida en bolsas de plástico resellables.
—Veníamos de camino hacia aquí. Nos detuvimos porque Rose dijo que tenía que mear y que no podía aguantar más, así que me paré a un lado de la carretera y Rose se fue correteando por en medio de los matorrales. Cuando volvía hacia el vehículo, un Corsica con matrícula de Wisconsin se paró a nuestro lado. De su interior saltaron dos tipos y uno atrapó a Rose antes de que pudiera llegar a la puerta y le apuntó en la cabeza con un revólver de gran tamaño. Ella se quedó quieta; el otro tipo se acercó hasta mi puerta y me apuntó con una escopeta Mossberg. ¿Qué podía hacer? Pensaba que nos iban a matar allí mismo.
»Lo siguiente que recuerdo es que el de la escopeta me ordenó que saliese. A continuación, me abrió la chaqueta y sacó el.45 que yo llevaba en una funda en el hombro y lo metió en su coche. Después, el muy imbécil se dio la vuelta y empezó a hurgar debajo del asiento sin haberme acabado de registrar. Me di cuenta de que aquella era mi única oportunidad. Saqué mi pistola AMT Backup.45 del bolsillo interior de la chaqueta y le encañoné fuerte contra la nuca. Ahora era yo el que llevaba ventaja. Le dije que dejara el arma muy despacio en el asiento de la camioneta y que retrocediera mucho más despacio todavía. A su compañero le dio un ataque de nervios; no sabía si dispararme, si salir corriendo o qué hacer.
»A continuación, y sin dejar de mirar a su inquieto compañero, le ordené al tipo que tenía a mi lado que se echara bocabajo contra el suelo y luego lo cacheé rápidamente. Solo le encontré una navaja de marca Bucklite. El otro tipo seguía allí de pie medio temblando. «Tira el arma y suéltalo o le disparo a la chica», dijo por fin. Una frase muy original, ¿eh? Yo le dije: «No, tira tú el revólver, gilipollas, u os dispararé a los dos, a ti y a tu compañero. A diferencia de vosotros, yo sé cómo se usa un arma». Ahí sí que le entró el pánico de verdad. Me apuntaba a mí, luego a Rose, luego otra vez a mí. Temblaba como si se hubiese pasado más tiempo de la cuenta en una cámara frigorífica. Era evidente que el tipo no tenía un coeficiente intelectual muy alto que digamos ni tampoco mucha sangre fría. Mientras pasaba todo eso, yo seguía apuntando con mi pistola en la nuca del tipo que estaba en el suelo. Era la típica situación de jaque mutuo.
»La siguiente vez que apuntó a Rose, apoyé mi brazo en el capó de la camioneta y ajusté la mira de mi pistola sobre su pecho. A continuación, cuando volvió a mirar hacia mí, los ojos se le abrieron como platos y empezó a retroceder. En cuanto el cañón de su pistola dejó de apuntar a Rose y se dirigió hacia mí, disparé dos veces seguidas: la primera le di en el pecho y la segunda le rocé la parte de arriba de la cabeza.
»Cuando oyó los disparos, el tipo del suelo intentó hacerse el héroe y saltó sobre mí. Le vacié las cuatro balas que quedaban en el cargador. La última le acertó en plena cara y le reventó la parte de atrás de la cabeza. Yo había puesto el piloto automático y actuaba sin pensar.
«Entonces me di cuenta de que el otro tipo, el del revólver, no estaba muerto del todo. Estaba sentado en el suelo, dando gritos ahogados y moviendo la pistola hacia los lados. Empezó a disparar. Por pura casualidad una de las balas le dio a Rose. Antes de que pudiese meter un cargador para volver a ponerlo sobre mi punto de mira, el tipo había gastado todas las balas del revólver. Seguía apretando el gatillo, apuntando con el arma hacia cualquier sitio. Al cabo de unos pocos segundos, se desplomó.
»Cogí mi caja de primeros auxilios y fui hasta donde estaba Rose. Vi que la bala había entrado y salido, y me di cuenta de que tenía una herida de consideración, así que la presioné tanto como pude. Puse gasas esterilizadas en los dos lados de la herida y la metí en la camioneta. Recuperé el Colt.45 que me habían robado y volví a ponérmelo en la funda del hombro. No toqué ni los cuerpos ni el coche.
»Como solo estábamos a una hora de camino, pensé que lo mejor que podía hacer era llegar hasta aquí. Por extraño que parezca, Rose estaba más o menos consciente. De hecho, hasta que llegamos a Bovill podía hablar con bastante coherencia; luego se desmayó. Hasta ese momento, fue capaz de controlar la hemorragia y de presionar con la mano la gasa que llevaba en la herida superior. Por suerte, Dan me había enseñado una vez el camino hasta vuestra casa, así que no me ha costado mucho encontrarla.
Mary había sacado de sus envoltorios algunos de los instrumentos que pensaba que iba a necesitar.
—¿Qué grupo sanguíneo tiene?
—No lo sé —contestó Jeff—, pero tiene su carné de donante en la cartera; estará en el bolso, en la camioneta. —Trasel salió corriendo a buscarla. Mary calculó que Rose debía de haber perdido alrededor de un litro de sangre. A continuación, le tomó el pulso y examinó el ritmo de la respiración, la presión sanguínea y las pupilas. Como si se encontrara rodeada de cirujanos en prácticas, dijo:
—Está bastante bien. El pulso le va a ciento quince, pero la presión arterial está un poco floja: ciento diez y cuarenta. Puede parecer raro, pero por lo que tengo entendido no es extraño cuando alguien pierde bastante sangre.
Rápidamente, improvisaron un quirófano en la cocina. La mesa se convirtió en la mesa de operaciones. Lisa la lavó con la mitad del contenido de una botella de alcohol desnaturalizado, mientras que T. K. ponía las cuatro quintas partes de un cazo lleno de agua a hervir. Jeff regresó con la tarjeta de donante de sangre de Rose. La única persona en el refugio que tenía A negativo, el tipo sanguíneo de Rose, era Dan Fong.
Mary preparó el brazo de Rose. Jeff la ayudó a colgar una botella de coloide intravenoso del enganche de la luz que había encima de la mesa. Mary dejó la válvula del gotero intravenoso en la posición más abierta posible para que la gota cayese con bastante velocidad.
Por suerte, en el hospital donde había trabajado en Chicago, un cirujano le había enseñado a hacer transfusiones. El cirujano tenía curiosidad por saber el motivo por el cual quería aprender una técnica tan obsoleta. Ella le contestó que pensaba que podría serle de utilidad si se producía un desastre de gran magnitud y el hospital se quedaba sin suministro de sangre.
—Ah, entonces tú eres de esos que están obsesionados con el tema de la supervivencia —le dijo el cirujano guiñándole un ojo.
Las instrucciones que le dio fueron extremadamente precisas. También le ofreció una explicación muy completa del material que necesitaría.
—Las grandes compañías ya no fabrican equipos de transfusión de persona a persona —le explicó—. Todo está diseñado para trabajar con paquetes de sangre, de plasma o de soluciones como la de Ringer, como lo que usan los paramédicos. Sin embargo, todos los conectores de los tubos son modulares, usan la misma medida que un cierre luer. En último caso, para hacer una transfusión directa siempre puedes utilizar un pedazo de tubo con agujas en los dos extremos.
Según le explicó, en general era mejor sacar sangre primero para a continuación inyectarla al otro paciente que hacer la transfusión de forma directa.
—Existe un riesgo bastante alto de perder de vista qué cantidad de sangre se le está extrayendo al donante si no se mide esta con determinadas unidades. Algunos donantes han perdido el sentido y han muerto a causa de donar demasiada sangre en una transfusión directa.
Poco después de su conversación con el cirujano, Mary añadió a su pequeño equipo médico seis juegos desechables para hacer transfusiones. Pese a que ya hacía tiempo que había memorizado las compatibilidades entre los distintos grupos sanguíneos, tecleó unas chuletas que les pudieran servir a los demás. Esas reglas eran para células de sangre roja almacenada en los bancos de sangre, pero también servían para la sangre que se donaba en el momento en una situación de emergencia. Mary hizo unas fotocopias, las plastificó y puso una junto a cada equipo de transfusiones. En las tarjetas se podía leer:
O+ puede recibir de O+ y O- y puede dar a O+, A+, B+ y AB+
O- puede recibir de O- y puede dar a todos. Es el donante universal.
A+ puede recibir de A+, A-, O+, O- y puede dar a A+ y AB+
A- puede recibir de A-, O-, y puede dar a A+, A-, AB+, AB-
B+ puede recibir de B+, B-, O+, O- y puede dar a B+, AB+
B- puede recibir de B-, O- y puede dar a B+, B-, AB+, AB-
AB+ puede recibir de todos, es el receptor universal, y puede dar a AB+
AB- puede recibir de AB-, A-, B-, O- y puede dar a AB+, AB-.
Mary dio una lección a los integrantes del grupo acerca de técnicas básicas de transfusión. La clase llegaba hasta el momento previo a llevar a cabo una transfusión real, pero mostraba cómo colocar tanto al donante como al receptor, cómo establecer y controlar el flujo de sangre, e incluía una demostración con dos de los miembros del grupo de cómo encontrar la arteria de un brazo o de una pierna.
Tanto Dan como T. K. tenían los brazos preparados para hacer la transfusión. T. K. era el único miembro del grupo que pertenecía al grupo sanguíneo O-, el grupo donante universal. Dan estaba colocado en el sofá. Mary aflojó el catéter e insertó el extremo del tubo para que comenzase así el transvase de sangre a un paquete vacío que había puesto en el suelo. El gotero que llevaba Rose estaba a punto de acabarse, así que Mary lo cambió.
—Voy a ponerle otra unidad a ritmo rápido mientras le sacamos la sangre a Dan —dijo con tono seco. Durante los siguiente minutos, continuó controlando los signos vitales de Rose mientras Dan donaba la primera unidad y se dio cuenta de que Rose estaba a punto de recuperar el sentido. Poco tiempo después, la primera unidad de sangre donada por Dan estaba llena. Mary esperó a que el segundo gotero de coloides estuviese casi vacío y después lo sustituyó por la primera unidad de sangre de Dan.
Luego se acercó donde estaba Dan y empezó a llenar un segundo paquete de plasma.
—Dan, si notas que te mareas, avísame. Vamos a sacarte una segunda unidad. —A continuación, Mary preparó una fuerte dosis de Ketalar, un anestésico general disociativo. La dosis estaba en función de una tabla que venía con cada frasco. Rose pesaría unos cincuenta y cinco kilos y había que tener en cuenta también el estado de semiinconsciencia en el que se encontraba. Con la dosis que le iban a suministrar, Rose estaría totalmente inconsciente durante cuatro horas. Mary añadió Ketalar a la transfusión por medio de una pequeña bolsa con una solución salina colocada justo debajo de la unidad de sangre de Dan y que unió a esta por medio de un conector en forma de te.
Transcurrido un cuarto de hora, Mary cortó el suministro de sangre de Dan e hizo que T. K. ocupase su lugar en el sofá. Luego, por medio de una abrazadera de rodillo, disminuyó la velocidad con la que le llegaba a Rose la sangre procedente de la unidad de Dan.
—No tenemos una cantidad ilimitada de sangre, así que esperaremos a continuar con la transfusión una vez haya empezado a explorar la zona —explicó a los demás.
Tras lavarse las manos una vez más, Mary se puso una mascarilla y un par de guantes esterilizados. La mascarilla no era estrictamente necesaria, pero como las tenía allí a mano le pareció conveniente ponérsela.
—El noventa y nueve por ciento del riesgo de infección está en las manos y en el instrumental, pero no cuesta nada añadir un poco de seguridad usando una mascarilla. —A continuación, retiró con mucha delicadeza las vendas, que estaban empapadas con la sangre a medio coagular—. Primero voy a explorar la herida de entrada de la bala. —Medio minuto más tarde, declaró—: Parece limpia, la bala no ha provocado un gran daño. —Mary pasó luego a la parte superior del hombro—. Esto está más sanguinolento —murmuró. A T. K. la última frase le sonó más a algo que diría alguien que estuviese descuartizando a un ciervo—. Voy a tener que desgajar este tejido muscular. Si el túnel de entrada es así de grande tras el impacto de entrada, el que produjo dentro debió de ser enorme. Además, hay algunos fragmentos de huesos procedentes de su escápula. Está completamente destrozada. ¿Con qué le dispararon?
—Una Magnum.357. Maldita sea mi estampa —contestó Jeff.
Mary dejó sobre la mesa la sonda roma que había estado utilizando y cogió un bisturí del cuatro con forma curva. Tras reanudar la transfusión de Kennedy, comenzó a cortar muy lentamente y con sumo cuidado algunas de las partes más dañadas.
—Aja, ya veo a la culpable —dijo tras unos instantes de silencio—. Una arteria de menos de dos milímetros, pero que es demasiado grande como para cerrarse por sí misma. No soy lo bastante hábil como para volver a juntarla, así que tendré que suturar y confiar en que no haya necrosis. Se supone que es una apuesta segura con arterias así de pequeñas. El buen Dios fue clarividente y concedió a la mayor parte de las zonas de nuestro cuerpo un doble suministro: aunque sacrifiquemos algunas de las venas o arterias más pequeñas, la sangre sigue llegando. Con las arterias más grandes, como la femoral o la subclavia, no se puede hacer eso, pero con las más pequeñas sí.
Mientras hablaba, cogió un portaagujas Derd y le enganchó un hilo de sutura absorbente previamente enhebrado. El proceso de sutura duró veinte inquietantes minutos.
—Menudo fastidio —se quejó Mary—. Sería mucho más fácil si esa pequeña arteria se quedase quieta y no estuviera todo el tiempo echando sangre.
Cuando la sutura estuvo acabada, Mary le pidió a T. K. que aflojara la abrazadera que presionaba el tubo de la transfusión, de forma que la sangre volvió a circular. Lisa había reemplazado el segundo depósito de sangre de Dan por el primero de Kevin, después de darle unos golpecitos al tubo para que algunas de las burbujas de aire que se habían formado saliesen a la cámara de expansión.
—Está bien, ahora voy a tener que hacer algo con lo que queda de escápula —dijo Mary tras pasarse un rato sondeando la zona—. El único problema es que no sé qué hacer. He sacado los fragmentos de hueso que quedaban sueltos, pero el borde se ha quedado muy rugoso, ¿alguien tiene alguna sugerencia?
—¿No se puede limar hasta dejarlo más suave? —preguntó Dan tras un momento de silencio.
—Sí, supongo que sí —repuso Mary—, pero en mi bolsa de artilugios no tengo nada que se parezca a una lima. Lo único un poco parecido es la sierra para cortar huesos, y es demasiado grande para esto. Lo que necesitaría es una versión en miniatura de una lima de máquina.
—Tengo un juego de limas suizas en mi caja de armero —dijo Dan con una de sus sonrisas características—. Puedes elegir entre todo tipo de dibujos. Ahora las traigo. —Mientras iba, Mary volvió a examinar las constantes vitales de su paciente.
Menos de diez minutos después, Dan sacó, con un par de fórceps de obstetricia, la lima elegida del fondo de un cazo de acero inoxidable lleno de agua hirviendo y se la acercó a Mary.
—Esto debería servir —afirmó ella, asintiendo. Agitó la lima en el aire para que se enfriara más rápidamente. Tras cinco minutos de limar cuidadosamente, volver a explorar la zona, echar un vistazo a la arteria suturada, irrigar la zona con solución salina y volver a limpiarla con una gasa, Mary ya casi había terminado.
Mientras tanto, Lisa acabó de extraer la segunda unidad de sangre a Kevin, tapó el catéter y lo pegó con cinta adhesiva en un lugar donde no corriese peligro.
—T. K. y Dan tienen que ir a tumbarse y ponerse a beber líquidos ahora mismo —dijo Mary, casi gritando—. Creo que aún quedan unas pocas botellas de Gatorade en la despensa. No les quitemos las vías, por si acaso tienen que volver a donar. Si fuese absolutamente necesario seguramente podrían donar media unidad cada uno mañana. Recemos para que Rose no comience a sangrar otra vez.
»Voy a dejar la herida abierta unos días —dijo levantando la vista hacia Lisa, que estaba de pie junto a ella—. Solo la voy a envolver con estas gasas húmedas. Coserla antes de tiempo sería un error, ahora es mucho más importante que drene bien. Vigilaremos la herida durante los próximos días. Espero que podamos cerrar el sitio de entrada de la bala y un día después el de salida, pero incluso entonces seguramente dejaré un tubo de drenaje. El cierre definitivo será dentro de una semana.
Cuando vio el reloj que había en la pared, Mary se dio cuenta de que habían pasado tres horas desde que había empezado a lavarse antes del reconocimiento. Tras volver una vez más a examinar los signos vitales de Rose, dijo con resolución:
—Bueno, he hecho todo lo que he podido. Lo normal es que salga de esta. El daño no ha sido muy grande y no he tenido que intentar nada demasiado arriesgado. Ya puedes darle las gracias al coronel Fackler.
—¿Quién es? —preguntó Jeff.
—Es el cirujano que escribió el capítulo acerca de heridas de bala en el manual de la OTAN de Cirugía bélica de emergencia. De no ser por él no tendría ni idea de cómo llevar a cabo la operación. —Mary se quitó los guantes y fue a echarse un rato. Estaba completamente exhausta.
La primera incorporación al grupo después de que lo fundaran Todd y T. K. fue la de Ken Layton, un pelirrojo larguirucho con una sonrisa contagiosa, amigo en ciernes de Tom. T. K. lo conoció en un grupo de jóvenes católicos. Ken era mecánico de automóviles, lo cual lo convertía en un fichaje muy interesante. Pese a tener la capacidad más que de sobra, Ken no había mostrado ninguna inclinación por ir a la universidad una vez acabado el instituto. En vez de eso, se puso a trabajar como mecánico de automóviles. Darle vueltas a una llave inglesa era la idea que Ken tenía de lo que era pasárselo bien, y desde luego se le daba de maravilla. Cuando se unió al grupo, Ken había cambiado dos veces de trabajo y ganaba cincuenta y ocho mil dólares al año. En 2009, tenía un sueldo anual de noventa y ocho mil dólares como ayudante de dirección de una tienda especializada en reparaciones y modificaciones de vehículos todo terreno.
Las siguientes incorporaciones fueron Mike Nelson, un botánico de la Universidad de Chicago, y Lisa, su novia. Mike la había conocido por casualidad en la biblioteca Regenstein, en la universidad. Mike iba caminado por entre las estanterías cuando vio a una chica joven y atractiva que estaba leyendo El libro de los cinco anillos, de Musashi. Enseguida inició una conversación con ella sobre artes marciales y sintió un flechazo.
Lisa era una diseñadora gráfica con intereses que abarcaban desde los viajes con mochila hasta el taekwondo o el paracaidismo. Era de estatura media, tenía el pelo castaño oscuro y unas cejas muy pobladas. Unos meses después de empezar a salir con Mike, entró a formar parte del grupo. Lisa tenía mucho talento pintando con aerógrafo. Durante varios años, pintó diseños de camuflaje en las armas de mayor tamaño de sus compañeros para que fueran a juego con sus uniformes. Después, para preservar la pintura de camuflaje y evitar que saltara o se borrara, les ponía por encima tres capas de laca. En un primer momento, Lisa se interesó por el grupo al igual que lo hacía por sus muchas aficiones. Poco tiempo después, se convertiría para ella en una pasión absorbente que se impuso sobre casi todo el resto de las cosas que le despertaban interés.
Una vez se licenció y terminó su máster en Biología, Mike Nelson fue incapaz de encontrar un trabajo relacionado con la botánica. Las únicas ofertas que vio eran de trabajos mal pagados como ayudante para hacer un inventario forestal. Presa de la desesperación, acabó trabajando como agente de policía en Chicago. Se graduó con la segunda mejor nota de su clase en la academia de policía. Curiosamente, Mike descubrió que le gustaba el trabajo de policía. Como a la mayoría de los agentes que acababan de entrar en el cuerpo, le asignaron a la patrulla nocturna. Sin embargo, y a diferencia del resto de los de su quinta, Mike estaba contento con el trabajo asignado. Más adelante, se presentaría voluntario para continuar en el turno de noche, e incluso solicitó que le asignaran los barrios más conflictivos de Chicago.
Mike le contó al resto de los integrantes del grupo que lo que le atraía del trabajo de policía era el subidón de adrenalina que sentía ante las situaciones de tensión. Para él, la parte divertida de su trabajo era cuando tenía que enfrentarse a situaciones realmente peligrosas en las que había que apañárselas para salir con vida. Entretanto, Lisa encontró trabajo como artista en un importante estudio de arquitectura. Se dedicaba básicamente a hacer renderings de cómo serían los edificios una vez acabados, con los aparcamientos y los jardines de alrededor. Más adelante, tuvo la oportunidad de acometer otros proyectos como el diseño y la maquetación de un folleto promocional de la compañía, y de trabajar con el sistema informático que generaba el diseño de los planos. Pese a no ser exactamente el tipo de trabajo que ella habría elegido, casi todas las cosas que tenía que hacer le gustaban y estaba muy bien pagado.
Mike y Lisa estuvieron dos años saliendo juntos antes de casarse. Aunque sus horarios no eran demasiado compatibles, estaban muy contentos con su relación. Los dos disfrutaban con el mismo tipo de actividades y los dos compartían el interés por la supervivencia desde antes de unirse al grupo. Los abuelos de Mike habían construido un refugio a prueba de bombas a principios de la década de los sesenta, y tanto ellos como sus padres habían animado a Mike para que fuese una persona independiente y autónoma. Por encima de todo, siempre le habían dicho: «Estate preparado». Lisa había recibido una educación parecida. Había crecido en el seno de una familia mormona donde almacenar la comida era algo primordial. Sus aficiones, extenuantes y a menudo peligrosas, habían fomentado también un carácter seguro de sí mismo y una propensión a las actividades que tuviesen lugar al aire libre.
En su primer año en la universidad, un compañero de la residencia de estudiantes le dejó un ejemplar de Cómo prosperar cuando vengan los años malos, de Howard J. Ruff. La lectura de ese libro hizo que adoptara «la forma de pensar de una superviviente», tal y como solían decir en el grupo. Mike hizo una breve referencia al grupo al poco tiempo de empezar a salir con Lisa, para ver si su reacción era positiva o negativa. Cuando mencionó los planes del grupo de «irse a las montañas si el mundo entero se desmorona», las primeras palabras que ella dijo fueron: «¿Me llevarás contigo?». Cuando su relación se fue consolidando, Mike y Lisa empezaron a pasar todos los fines de semana juntos. La mayoría de esos fines de semana los dedicaban a pasear por la montaña, escalar, cazar o pescar: cualquier cosa con tal de salir de la ciudad.
Mike fue la primera persona que les habló a Todd y a T. K. acerca del norte de Idaho. Durante sus estudios, Mike había pasado nueve meses viviendo en Moscow, Idaho. Allí había estudiado «las formas de crecimiento del pino ponderosa en el microclima del este de Washington y el norte de Idaho». A su tutor le había encantado el trabajo, pero eso no fue suficiente para conseguir un empleo como botánico.
Mike les habló del norte de Idaho en términos muy elogiosos.
—Idaho es una tierra de supervivientes. La mitad de la población son survivalistas en potencia que no se dan cuenta de que lo son. La autosuficiencia es un pilar básico de la vida allí. La forma de pensar de aspirantes a la supervivencia es la más extendida. Casi todo el mundo caza, mucha gente tiene estufas de leña y ellos mismos se cortan la madera. La mayoría de la gente prepara conservas caseras, y muchas familias tienen sus propias prensas para recargar la munición. Muchos niños son educados en casa y los nacimientos con matrona están muy extendidos. Muchas familias practican lo que ellos llaman «iglesias caseras»: pequeñas congregaciones formadas por entre una y cuatro familias que se reúnen dentro de casa. En general, viven mucho más en contacto con la tierra que la gente de ciudad, ya que son diez mil veces más autosuficientes.
La siguiente persona en entrar a formar parte del grupo fue Kevin Lendel, un ingeniero eléctrico bastante tímido con aspecto de ratón de biblioteca. Lo único digno de mención era que practicaba la esgrima con sable y con florete. Era el único ejercicio que hacía aparte de ir en bicicleta. Gracias a la esgrima tenía una enorme flexibilidad, una constitución algo enjuta y unos reflejos increíbles. Kevin formaba parte del equipo de esgrima de la Universidad de Chicago desde hacía tres años. Nunca había llegado a ser un esgrimista realmente formidable, pero sí lo suficientemente bueno como para ayudar al equipo a ganar varios torneos.
Kevin era diferente al resto de los miembros del grupo. Llevaba gafas con gruesas lentes, y un mechón de pelo oscuro le caía todo el tiempo delante de los ojos. Cuando hacía esgrima, llevaba un pañuelo verde para evitar que el pelo le molestase. Kevin era judío. El resto de los integrantes del grupo eran cristianos devotos. A él no le interesaban especialmente las actividades al aire libre, y hasta que se unió al grupo, nunca había tenido un arma. Sin embargo, Lendel vio claramente lo importante que era estar preparado para lo que pudiese pasar, y cambió su estilo de vida y sus costumbres en consecuencia.
Lendel influyó de forma sutil en algunas cuestiones. La más importante, su forma prudente y considerada de conversar y de entender la vida en el sentido más amplio, acabó por cuajar en el grupo. A menudo decía cosas del tipo «tranquilos, no nos precipitemos» tanto en las reuniones como sobre el terreno durante los ejercicios de entrenamiento y en las patrullas de planificación. Otra de las cuestiones en que tuvo una gran influencia fue el hincapié que hizo en tener cuchillos de calidad y piedras para afilar. Su experiencia en la esgrima con sable hizo que tomara conciencia de la importancia de las armas bien afiladas. Gracias a su consejo, todos los integrantes del grupo acabaron comprando dos o tres cuchillos de desollar, así como alguno para defenderse.
Kevin les dio varias lecciones acerca de la lucha con cuchillo, y una de esgrima con sable, aunque esta última la hicieron más que nada para divertirse. Kevin también le enseñó individualmente a cada uno de los miembros el arte de afilar bien un cuchillo usando una piedra de Arkansas. En cuanto a los cuchillos desolladores, la mayoría compró los que la marca Cuchillos Case y Buck producía de forma industrial, si bien unos cuantos optaron por unos hechos a medida por Andy Sarcinella, Trinity Knives y Ruana. Prácticamente todos compraron también una navaja multiusos Leatherman y un cuchillo plegable CRKT. Para pelear, la mayoría adquirieron los cuchillos de fábrica producidos por Benchmade o por Cold Steel. Kevin se compró un Lile Gray Ghost con mango de micarta, que resultaba algo más caro.
Desoyendo el consejo de Kevin, Dan Fong se compró un cuchillo de comando británico Sykes-Fairbairn de doble filo. Kevin le advirtió que el diseño era de peor calidad; él prefería cuchillos que pudiesen ser utilizados al mismo tiempo tanto como herramientas como para el combate. Se fijó en que la empuñadura del Fairbairn era demasiado pequeña y que la punta que tenía, que se estrechaba progresivamente, no era lo suficientemente resistente y podía romperse, sobre todo al utilizar el cuchillo como herramienta. Dan acabó envolviendo la empuñadura del cuchillo con cinta de paracaídas para que tuviese un diámetro más adecuado. Como la punta del Fairbairn era indudablemente demasiado frágil, Dan utilizó para determinados cometidos un CRKT plegable con punta en tanto.
En la mayoría de las reuniones del grupo, Kevin Lendel guardaba silencio. Lo más habitual era que se pusiese a leer un libro en cuanto la reunión se convertía en discusión. Eso ponía nervioso al resto, hasta que se dieron cuenta de que Kevin no se perdía ni una sola palabra de las que allí se pronunciaban. Era capaz de concentrarse en dos cosas a la vez. Kevin participaba en muy contadas ocasiones, bien para contestar alguna pregunta que le habían formulado, bien para apuntar algún aspecto que todos los demás habían pasado por alto.
Una de sus frases favoritas durante las reuniones era: «Me acabo de percatar de algo que es obvio». Muchas de sus sugerencias acababan luego escritas en forma de procedimientos operativos estándar. Por ejemplo, fue Kevin el primero que apuntó que durante las épocas de crisis, cada viaje fuera del perímetro marcado debía recibir la consideración de patrulla, y que como tal, estaría sujeta a la regla de «dos hombres mínimo». Kevin fue también el instigador de las regulaciones en torno a los servicios sanitarios y de la regla a menudo citada: «Se informará a los servicios médicos, en cuanto sea posible, de cualquier herida o enfermedad, por leve que parezca». Las motivaciones de Kevin para convertirse en un survivalista no fueron nunca entendidas del todo por la mayoría de los miembros del grupo. Todd, que sentía un gran respeto por la inteligencia de Kevin y que mantenía sin embargo sus dudas acerca de sus motivaciones, solía decir que era «un acertijo envuelto dentro de un enigma».
Después de licenciarse, Kevin entró a trabajar como ingeniero de software en Y-Dine Propulsión Systems en Chicago. Empezó en 2007 como programador júnior con un salario anual de ochenta y cinco mil quinientos dólares. En 2009, era analista de sistemas y ganaba ciento veintidós mil dólares al año.
En 2002, Kevin comenzó una segunda carrera profesional como programador de software por cuenta propia. Ofrecía sus conocimientos en Pascal, Fortran, C y Ada, el lenguaje de programación específico que se usaba en muchos proyectos de empresas de defensa. Cuando empezó a trabajar como autónomo no sabía si podría ganarse la vida solo escribiendo programas, así que se quedó a tiempo parcial en Y-Dine. Tras seis meses trabajando para distintas compañías, se dio cuenta de que tenía más trabajo del que podía sacar adelante. En ese momento, renunció a su posición en Y-Dine y empezó a trabajar únicamente en casa, usando un Sparc-20 de Sun Microsystems que le prestó Y-Dine y dos ordenadores de su propiedad: un Macintosh y un híbrido de IBM que se había actualizado luego instalando un procesador de dos gigas.
La mayoría de los trabajos provenían de fuera de la zona de Chicago. Generalmente enviaba el software a través de un módem, ya que Bovill no tenía servicio de ADSL y estaba fuera de la cobertura de los servidores locales de conexión wireless de banda ancha. De vez en cuando, enviaba los programas en zi'ps que mandaba por el servicio de mensajería Federal Express. Los de FedEx venían hasta su puerta, ya que la casa estaba junto a la carretera. Para su sorpresa, prácticamente la tercera parte del dinero que ganaba provenía de contratos con su antigua empresa, Y-Dine: lo seguían necesitando. Pese a que no ganaba tanto como cuando estaba en Y-Dine, Kevin disfrutaba mucho de poder escapar de la aburrida mecánica de desplazarse y trabajar todos los días de nueve a cinco. A sus compañeros de grupo les contaba lo maravilloso que era poder volver a tener el «horario de hacker» del que tanto había disfrutado cuando estaba en la universidad. A menudo se quedaba trabajando hasta las dos o las tres de la madrugada y dormía luego hasta mediodía.
La mayoría de los trabajos que hacía consistían en escribir software para aplicaciones industriales. Pocos de los miembros del grupo podían sentirse identificados o simplemente llegar a entender la complejidad del trabajo que Kevin realizaba. El resto de sus compañeros empezaron a apreciar realmente sus capacidades cuando les enseñó un programa que acababa de diseñar que generaba unos gráficos fractales increíbles.
La primera vez que Kevin vio la casa de Todd y Mary en Idaho, se le iluminó la cara. Enseguida se dio cuenta de que estaba viendo algo que también iba a formar parte de su propio futuro. Como trabajaba íntegramente desde casa, le daba igual vivir en las afueras de Chicago o en los confines de Mongolia, lo único que necesitaba para trabajar era electricidad, una línea telefónica y un proveedor de internet. En cuanto llegó, se puso a buscar un sitio cerca de la granja de los Gray.
Muy pronto encontró un lugar que comprar. A Kevin le habría encantado haber podido adquirir una parcela contigua a la de Todd y Mary. Por desgracia, todas las granjas alrededor tenían cincuenta hectáreas o más, y ninguna tenía visos de ir a ponerse a la venta en un futuro próximo. De hecho, de las cuatro granjas vecinas, tres pertenecían a familias que llevaban dos o más generaciones habitándolas. La cuarta parcela, la que quedaba al este, formaba parte de un gran terreno que era propiedad de la Oficina de Gestión de la Tierra, y que estaba bajo la jurisdicción del gobierno federal. Detrás estaba el bosque nacional. A Gray le habían contado que las tierras de la OGT salían a veces a subasta, pero que esta en particular probablemente no saldría porque tenía un gran valor histórico. Era el lugar tradicional donde se plantaban las «camas», el alimento básico de la tribu india nez percé. De hecho, aún había camas, que competían con las hierbas que no eran oriundas del lugar pero que habían invadido toda la zona.
La casa que finalmente se compró Kevin se encontraba a menos de un kilómetro y medio de donde vivían Todd y Mary. Estaba en el mismo camino, pero un poco más lejos de Bovill. Su casa estaba parcialmente enterrada y diseñada para aprovechar al máximo el sol. Tenía diez hectáreas de terreno, la mitad del cual estaba abierto y era apropiado para cortar el heno o para pasto. La otra mitad estaba cubierta de pinos que alcanzaban los trece metros de altura. Kevin habría preferido más tierra, ya que planeaba acabar teniendo ganado, pero finalmente se decantó por comprar. La casa había sido sólidamente construida y estaba bien de precio: noventa y dos mil dólares, que Kevin pagó en efectivo.
Todd Gray tenía veintidós años cuando él y T. K. fundaron el grupo. Medía un metro ochenta y siete, tenía el pelo moreno rojizo y los ojos azules. Se mantenía delgado, nunca superaba los ochenta y cuatro kilos. Cuando entró en la universidad, su padre estaba a punto de jubilarse. Phil Gray, propietario de tres almacenes en la zona alrededor de Chicago, tras amasar la mágica cifra del millón de dólares, había decidido tomarse la vida con más tranquilidad. Un año después, cuando Todd estaba en segundo de carrera, murió de un ataque al corazón. Elise, la madre de Todd, era igual que las madres que salían en televisión: la cena siempre estaba lista a las seis en punto, la colada se hacía los jueves, el verano era la época de preparar conservas, y en invierno siempre regalaba dulces que ella misma había preparado. Años después, aún seguía hablando de Phil como si este siguiese con vida. Nada más empezar el nuevo siglo, un cáncer acabó también con su vida.
Todd se licenció en Económicas. Poco tiempo después empezó a trabajar en Bolton, Meyer y Sloan, una importante compañía contable con sucursales en zonas metropolitanas de todo el país. Más o menos al mismo tiempo se casó con Mary Krause, una estudiante de Terapia Ocupacional que había conocido durante su último curso en la Universidad de Chicago. A Todd le había atraído Mary por diversas razones. En primer lugar, porque era bastante atractiva. Tenía una melena de pelo rubio natural que le llegaba por la cintura, una bonita sonrisa y un cuerpo esbelto y bien formado. A Todd le gustaba también la idea de salir con una chica que tuviese unos conocimientos sólidos en medicina.
—Tendría muchas probabilidades de convertirse en la especialista médico para el grupo —le decía a T. K.
—Venga, admítelo —contestaba T. K.—, te gusta porque es una auténtica monada.
Tom Kennedy fue compañero de habitación de Todd durante los cuatro años de universidad. Tal y como pasaba con la mayoría de los estudiantes de primer año, a Todd y a T. K. les asignaron el mismo dormitorio por pura casualidad. No se habían visto antes de aquel día en el que se ayudaron mutuamente a subir sus respectivos equipajes. Casi inmediatamente se hicieron amigos. Tom, o T. K., como lo llamaba todo el mundo, incluidos sus padres, era reservado, tenía buenos modales y hablaba con un tono de voz muy agradable. Estaba cursando un máster en Dirección de Empresas. Kennedy era el hijo pequeño de un piloto retirado de la Fuerza Aérea. Tras jubilarse después de treinta y dos años de servicio, el padre de T. K. se aficionó a la caligrafía, hasta el punto de que acabó convirtiéndose en su segunda pasión, a la que dedicaba al menos veinte horas semanales. Incluso llegó a dar clases de caligrafía en un colegio local. La madre de T. K. era española, su padre la había conocido mientras estuvo destinado en España. Su padre murió en 2008 de un ataque al corazón. Su madre, un año después, de leucemia.
Su herencia medio española le dio a Tom el pelo negro, una complexión media y unos ojos oscuros y penetrantes. Al haber nacido de un parto prematuro, solo llegó a medir un metro sesenta y dos. La época en que más fuerte había estado, cuando hacía lucha libre en el instituto, T. K. había llegado a pesar sesenta y tres kilos. En varias ocasiones, mientras estudiaba en la universidad lo confundieron con un estudiante de secundaria debido a su pequeña estatura. Pese a haber superado la treintena, aún le pedían el carné al entrar en algunos bares. Para evitar ser confundido con un muchacho, T. K. se dejó crecer bigote en el verano que iba desde el primer curso de universidad al segundo.
Después de licenciarse, T. K. hizo prácticas de dirección en un almacén de Sears & Roebuck en Glen Ellyn, en Illinois. Pronto fue ascendiendo de posición y, en 2002, tras una temporada en la sede central de Sears en Hoffmann Estates, fue nombrado director general del almacén de Sears en Wheaton, Illinois.
T. K. siempre fue muy tímido con las chicas. Durante la universidad nunca salió con ninguna, y no se casó. Tom se mantuvo muy activo dentro de la iglesia católica. De joven había sido monaguillo. Al acabar los estudios superiores, se convirtió en clérigo secular, y ayudaba con las comuniones y formando a monaguillos.
Cuando T. K. estaba en el instituto, su padre lo aficionó al tiro al blanco. Disfrutaba mucho practicando un deporte en el que su pequeña estatura no resultaba una desventaja. Terminó por convertirse en un tirador de competición y alcanzó el rango de experto. Pese a que entrenaba regularmente y acudía a cada competición que podía, nunca logró alcanzar unas puntuaciones lo suficientemente altas como para calificarse en el equipo del estado. Su sueño de disparar en la competición nacional en Camp Perry, en Ohio, nunca se cumplió.
T. K. era el miembro de mayor edad del grupo. Por ende, fue el primero en licenciarse y empezar a ganar un buen sueldo, lo que le permitió también ser el primero en pertrecharse logísticamente. Como cualquier otro fanático de la supervivencia, T. K. no se durmió en los laureles después de hacerse con el equipamiento estándar, sino que continuó con un plan cuidadosamente trazado y adquirió grandes cantidades de comida, munición, material sanitario y una completa biblioteca acerca del tema de la supervivencia y de las habilidades prácticas.
La única adquisición algo fuera de lo común que se permitió fue una ballesta. Se compró una Benedict S. K. 1 con ciento cincuenta libras de potencia. También compró varias decenas de flechas de aluminio de punta ancha, un carrete de hilo de pescar, quince cuerdas sueltas y un arco. En una reunión que el grupo mantuvo en 2008, T. K. mencionó sin darle demasiada importancia que se había comprado la ballesta. Enseguida, Dan Fong se le echó encima y le preguntó por qué quería un arma «medieval» como aquella.
—La ballesta —respondió T. K.— no es menos práctica que tus armas de fuego, Dan. De hecho, cuenta con varias ventajas. La primera de todas: nos permite cazar las presas sin hacer ningún ruido. Esa puede tratarse de una ventaja muy considerable si estás metido en un agujero y quieres evitar que te detecten. La segunda es que las ballestas son mucho más efectivas para la caza que los arcos tradicionales. Por esa misma razón, en muchos estados es ilegal su uso. La tercera ventaja es que nunca voy a tener que preocuparme por la munición. Cuando empiece a quedarme sin flechas, puedo fabricármelas yo mismo. La última ventaja es que hay que estirar bien fuerte para cargar el maldito trasto. En el entrenamiento no solo haces prácticas de puntería, también haces ejercicio.
Mary Krause entró a formar parte del grupo cuando se convirtió en Mary Gray. Cuando se casaron, Mary sabía que Todd era miembro de un grupo de supervivencia, pero no tenía ni idea de lo involucrado que estaba, o de todo lo que suponía pertenecer a dicho grupo. A Mary le sorprendió la cantidad de dinero que Todd había «invertido» en los preparativos para la supervivencia. En seis años, se había gastado más de cinco mil dólares en armas y municiones, tres mil en comida, cuatro mil ochocientos en comprar y arreglar una camioneta Dodge de 1969 y mil ochocientos en equipo, mochilas, sacos de dormir, tiendas, etcétera.
Mary se quedó algo consternada cuando descubrió una carpeta bien gruesa con listas de cientos de artículos adicionales que Todd tenía intención de adquirir. Siguiendo la mentalidad de un contable, Todd había desglosado las posibles compras, había comparado los precios de los distintos proveedores, había fijado prioridades y anotado la secuencia en que planeaba adquirirlos. Mary se dio cuenta entonces de que era probable que sus planes de pasar unas largas vacaciones en Europa nunca llegaran a buen término.
Poco antes de casarse con Todd, Mary se puso a trabajar como terapeuta deportiva en el hospital del condado de Cook, en Chicago. Le encantaba todo lo que tuviese que ver con curar. Como era normal, pasó a convertirse en la médica del grupo. A veces los demás la llamaban en broma la «jefaza médica».
En 2008, Todd consiguió llegar a un acuerdo con su jefe para trabajar media jornada desde casa. Todd fue muy directo a la hora de solicitar el cambio. Le dijo a su jefe que «los cuarenta minutos de ir y los cuarenta de volver, todos los días» le estaban volviendo loco, y que eso «estaba contribuyendo a que se quemara antes de hora». A su jefe no le gustó escuchar la expresión «quemarse», ya que había sido la causa de que muchos de sus mejores contables en los últimos años dejaran el trabajo. Pese a que Bolton, Meyer y Sloan era una compañía «de la vieja escuela», el jefe de Todd fue capaz de arreglar el cambio de jornada para que Todd pudiese trabajar desde casa tres días a la semana.
Para poder hacer el trabajo desde casa, Todd se compró un clon de IBM de 1,8 GHz con un disco duro de veinte gigabytes y un módem. Su compañía le facilitó de forma gratuita todos los programas de cuentas que necesitaba. Al poco de empezar a trabajar desde casa, el jefe de Todd percibió un aumento en su productividad. Cuando se lo comentó, Gray respondió:
—Eso simplemente responde a la razón de que en vez de pasarme cuatro horas a la semana en la carretera, me las paso sentado frente al ordenador.
Un año más tarde, cuando a Todd le ofrecieron un aumento de sueldo, él solicitó que, en vez de eso, le permitiesen trabajar enteramente desde casa. Cuando los socios de la compañía tuvieron noticia de la petición y tras haber sido informados del incremento que había experimentado su productividad, le concedieron la subida de sueldo y le permitieron trabajar desde casa la jornada completa. Era el primer empleado de Bolton, Meyer y Sloan que tenía un trabajo desde casa. Todd contaba de broma que la compañía había salido por fin de la prehistoria.
Mary entró en éxtasis cuando se enteró del aumento de sueldo y de los nuevos acuerdos de trabajo. Ella y Todd estuvieron hablando hasta la madrugada acerca de la posibilidad de irse a vivir a Idaho. Cuando Todd comentó lo tarde que se estaba haciendo, Mary le preguntó:
—¿De qué te preocupas? Mañana solo tienes que ponerte las zapatillas de estar por casa y bajar hasta el salón.
La siguiente persona en entrar a formar parte del grupo fue Dan Fong, un licenciado en Diseño Industrial que acabó encontrando trabajo como jefe de ingenieros en una compañía de enlatados. Dan, que era chinoamericano de segunda generación, era un apasionado de las armas. A menudo, los otros miembros del grupo lo criticaban por ser un «pirado de las armas». Lo censuraban en particular por no dejar de ampliar su colección, que estaba formada principalmente por armas exóticas con calibres raros. Dan no paraba de comprar armas, pero su acopio de comida, alimentos y material médico seguía estando muy por debajo de lo necesario.
Pese a estar un poco rellenito, Dan comía poquísimo y se enorgullecía de su frugalidad. La única extravagancia que se permitía era beber cerveza de muy buena calidad durante la cena. Le gustaban la Anchor Steam, la Samuel Adams y algunas otras de pequeñas cervecerías de la región central del país.
—Comiendo barato se ahorra un montón de dinero —le dijo una vez a T. K.
Solía tomar un desayuno muy ligero, no comía nada en el almuerzo y después de volver del trabajo, se hacía una cena en la que el ingrediente principal era siempre el arroz. Solo se cocinaba carne o pescado dos veces a la semana. De esas pocas comidas ricas en proteínas aprovechaba la grasa de la carne para hacer una salsa que le diese algo de sabor al arroz que consumía durante la semana. Siempre pensaba que la culpa de su redondeada barriga la tenía la cerveza y no lo que comía.
La colección de armas que tenía cambió de forma drástica cuando se unió al grupo. Pese a eso, nunca bajó de la veintena. Cuando se incorporó al grupo, la colección consistía principalmente en fusiles, rifles de caza mayor y armas de avancarga. Más adelante, su colección se orientó más hacia lo paramilitar, pero sin abandonar el exotismo.
Dan tenía, entre otros, un fusil de asalto FN FAL belga, una versión portuguesa de principios de los sesenta del AR-10 (un predecesor del AR-15, pero con calibre de 7,62 mm), un fusil de francotirador SSG (Scharf Shuetzen Gewehr) fabricado en Austria, una Beretta de 9 mm modelo 92SB, dos pistolas de 9 mm Browning HiPower, una de ellas con un alza tangente y con una culata para apoyar en el hombro, una Magnum Smith and Wesson de acero inoxidable de calibre.357, un Winchester de repetición modelo 1897 con capacidad para doce disparos, un fusil McMillan contra francotiradores con cartuchos de metralleta del calibre.50, una pistola Thompson-Center Contender con cartuchos Remington de calibre.223, y varias armas de coleccionista de la segunda guerra mundial como una pistola Walther P38, una carabina M1A1 con culata plegable y un MI Garand. Tras bastantes presiones del resto del grupo, Dan acabó por comprar el juego completo de armas que fue consensuado entre todos, así como la munición necesaria.
Jeff Trasel se incorporó al grupo al mismo tiempo más o menos que Dan Fong. Con veinticinco años, Jeff seguía en el primer ciclo de la universidad después de cuatro años y vivía aún en casa de sus padres, donde tenía un pequeño cuarto repleto de estanterías. Poco después de acabar el instituto, Jeff se enroló en el cuerpo de Marines. Allí, le asignaron a la unidad de reconocimiento.
Jeff era un atleta excelente y un estudiante brillante y pasó la mayor parte del tiempo en escuelas especiales. Sin que nadie supiese muy bien cómo, realizó cursos en la escuela de las fuerzas de reconocimiento, la de paracaidismo, la de asalto aéreo, la de francotiradores, la de submarinistas, la de demoliciones submarinas, en la Army Ranger School, en la Army Pathfinder School y, cómo no, en la de los Navy Seáis. Jeff pasó más tiempo en estas escuelas especiales que en la unidad que le había sido asignada.
Cuando en el año 2002 dejó el servicio activo, le costó bastante adaptarse a la vida civil. Pese a su capacidad académica, no fue capaz de ingresar en una universidad normal y corriente. En vez de eso, se pasaba el día en casa holgazaneando o haciendo gimnasia y asistía a algunas clases del primer ciclo de la universidad. En un momento dado, se planteó la posibilidad de trabajar en Blackwater o en alguna de las otras empresas «contratistas» que operaban en el extranjero, pero los trabajos en Iraq iban dirigidos a soldados que habían servido en dos o más misiones en el desierto. Por casualidades de la vida, Jeff se había mantenido alejado de Oriente Medio, de forma que la única posibilidad que tenía era enrolarse en la Legión Extranjera francesa. Jeff detestaba la idea de combatir en nombre del gobierno francés. Pese a que admiraba el historial militar de la Legión, no quería tener nada que ver con el gobierno galo: los franceses, según decía, «eran capaces de cagarla en una marcha fúnebre en la que solo desfilaran dos carrozas».
Trasel se conformó con mantener al día las habilidades militares propias de los Marines. Como no tenía trabajo y estudiaba tan solo durante la mitad del día, Jeff tenía tiempo para participar anualmente en algunas misiones. Habitualmente hacía dos giras al año, y en vez de la semana obligatoria, él estaba dos. Además, hacía algunos días adicionales de entrenamiento en su unidad, en los que llevaba a cabo tareas administrativas y ponía al día toda la información de inteligencia. Finalmente, consiguió el rango de sargento.
Jeff le dio un toque paramilitar a la organización. Durante su ejercicio como coordinador táctico del grupo, Jeff insistió en que todos los miembros hiciesen ejercicio físico y en que, al igual que hacían las unidades militares de tamaño reducido, el grupo llevase a cabo maniobras de entrenamiento cada dos meses. A partir de «las marchas tácticas», Jeff enseñó al grupo cómo desplazarse en silencio a través de los matorrales, los códigos de señales con manos y brazos, cómo mantener un intervalo apropiado entre los distintos integrantes de una patrulla a pie, etcétera. Bajo la tutela de Trasel, el grupo aprendió cómo hacer patrullas nocturnas, zonas de fuego defensivo, entrenamiento para entrar en acción de forma inmediata, establecer puestos de observación y escucha, y organizar turnos, incursiones y emboscadas. En estos días de marcha sobre el terreno, los miembros del grupo se alimentaban de excedentes de comida del ejército, raciones de combate MRE, Meal Ready to Eat, o lo que es lo mismo, «comida lista para comer». Jeff a menudo bromeaba diciendo que ni era comida, ni estaba lista ni se podía comer: tres mentiras por el precio de una.
A la mayoría de los integrantes del grupo, incluidas las mujeres, les gustaban los ejercicios de entrenamiento. Aunque resulte curioso, uno de los que más entusiasmo demostraba era Kevin Lendel. Muy a menudo, Kevin se presentaba voluntario para hacer de punta en las patrullas. Normalmente iba con su escopeta de repetición y llevaba una cinta blanca pegada al extremo del cañón para que se le viera mejor cuando había poca luz. Kevin demostró que era un hombre punta excelente. Tenía un oído muy bueno, una capacidad de visión nocturna sobresaliente y un curioso sexto sentido para las posibles emboscadas. Le gustaba la posición de punta y muy pronto se ganó el respeto de todos sus compañeros, incluido Trasel, el superguerrero. Anteriormente, Trasel albergaba sus dudas acerca de cómo reaccionaría Kevin ante una situación límite. Sin embargo, después de ver cómo se desenvolvía en los entrenamientos, Jeff confiaba tanto como los demás en las capacidades de Kevin y en su sangre fría.
Los entrenamientos no llamaron nunca la atención de las fuerzas del orden, ya que los hacían siempre vestidos de civiles y sin armas. Cuando alguien les preguntaba, contestaban que eran un club de excursionistas. Mike Nelson, que era agente de policía de Chicago, había preparado una historia falsa «de sesiones de entrenamiento del departamento de operaciones especiales», pero nunca le hizo falta utilizarla, ni siquiera tuvo que llegar a mostrar su placa. Cuando llevaban a cabo las patrullas de entrenamiento con armas iban con mucho cuidado, utilizaban munición de fogueo e iban siempre vestidos de civiles; este tipo de patrullas solo las hacían en regiones remotas de la península de Michigan. La regla principal era: «Si vamos armados, nada de ropa de camuflaje. Si no llevamos armas, sí podemos llevar uniformes de camuflaje».
Algunas de las costumbres de Jeff incomodaban al resto de los integrantes del grupo. La queja más extendida era su habitual falta de puntualidad. De vez en cuando, además, se saltaba alguna de las reuniones o alguna de las otras citas. Cuando el resto le pedía explicaciones, se encogía de hombros y contestaba con un simple «lo siento». Jeff tenía muchos amigos para ir a tomar cervezas y varias amantes, con lo que muy a menudo no encontraba el tiempo necesario para asistir a las reuniones. Otra de las cosas negativas de Jeff era que levantaba la voz con facilidad y que tenía tendencia a reprobar a sus compañeros por faltas relativamente sin importancia.
Jeff Trasel fue miembro del grupo durante tan solo tres años. En la última reunión a la que asistió, en 2006, anunció que dejaba el grupo porque estaba aburrido y porque aquello no conducía a ninguna parte. Cuando se le pidió que profundizara más en sus quejas, él se negó, se levantó y se marchó del apartamento de Nelson.
Con la excepción de Trasel, el grupo original siguió intacto cuando los Gray activaron el refugio en Idaho durante el desplome del mercado de valores. Habían pasado varios años y el grupo funcionaba de forma parecida a una familia, todos y cada uno de sus integrantes sabían que podían confiar sus vidas en los demás, y tal y como se imaginaban que se pondrían las cosas, sabían también que aquello era seguramente lo que iban a tener que hacer.