Gordon escribió toda la ecuación antes de comentarla. La tiza amarilla chirrió en la pizarra.
—De este modo vemos que, si integramos las ecuaciones de Maxwell sobre el volumen, el flujo…
Un movimiento en la parte de atrás de la clase llamó su atención. Se volvió. Una secretaria del departamento agitaba vacilante una mano hacia él.
—¿Si?
—Doctor Bernstein, lamento interrumpirle pero acabamos de oír por la radio que han disparado al presidente. —Lo dijo sin respirar, en un largo jadeo. Se produjo una agitación en la clase—. Pensé… que desearía usted saberlo —terminó débilmente.
Gordon no se movió. Las especulaciones corrieron por su mente. Luego recordó dónde estaba y las echó firmemente a un lado. Había una clase que terminar.
—Muy bien. Gracias. —Estudió los alterados rostros de sus alumnos—. Creo que, en vista de todo lo que nos falta todavía para cubrir el semestre… Hasta que sepamos algo más, deberíamos seguir con la clase.
—¿Dónde ha ocurrido? —preguntó bruscamente uno de los gemelos.
—En Dallas —respondió sumisamente la secretaria.
—Espero que alguien se encargue también de Goldwater, entonces —dijo el gemelo, con una repentina vehemencia.
—Tranquilos, tranquilos —dijo Gordon con suavidad—. No hay nada que podamos hacer desde aquí, ¿no? Propongo continuar.
Tras lo cual volvió a la ecuación. Realizó la mayor parte de la exposición introductoria del vector de Poynting, ignorando el zumbido de los murmullos a su espalda. Dio un ritmo a su exposición. Puntuó los extremos importantes con golpecitos de la tiza. Las ecuaciones desplegaron su belleza. Conjuró las ondas electromagnéticas y las dotó de momento. Habló de imaginarias cajas matemáticas saturadas de luz, con su flujo mantenido en un preciso equilibrio por el invisible poder de las derivadas parciales.
Otra agitación al fondo de la clase. Varios estudiantes estaban marchándose. Gordon dejó su tiza.
—Supongo que no pueden concentrarse ustedes bajo las circunstancias —admitió—. Seguiremos el próximo día. Uno de los gemelos se levantó para irse y dijo al otro:
—Lyndon Johnson. Jesús, podemos encontrarnos finalmente con él.
Gordon se abrió camino hasta su oficina y dejó sus notas de clase. Estaba cansado, pero supuso que tenía que ir en busca de algún televisor y ver las noticias. La semana anterior aquello había sido una casa de locos de entrevistas, interpelaciones de otros físicos, y una sorprendente atención por parte de todos los medios de comunicación. Se sentía agotado de todo aquello.
Recordó que el hogar del estudiante, allá en la playa Scrips, tenía televisión. Llegar hasta allí en su Chevy le tomó tan sólo un momento. Parecía haber poca gente por las calles.
Los estudiantes estaban alineados en tres filas en torno al aparato. Cuando Gordon llegó y se quedó en la parte de atrás, Walter Cronkite estaba diciendo:
—Repito, no hay ninguna información definitiva del Parkland Memorial Hospital acerca del presidente. Un sacerdote que acaba de abandonar la sala de operaciones ha sido oído diciendo que el presidente estaba agonizando. Sin embargo, esto no es un anuncio oficial. El sacerdote ha admitido que al presidente le han sido administrados los últimos sacramentos.
—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó Gordon a un estudiante que tenía cerca.
—Algún tipo le disparó desde una biblioteca, dicen. —Cronkite recibió una hoja de papel desde un lado de la cámara.
—El gobernador John Connally está siendo intervenido en la sala de operaciones contigua a la del presidente. Los doctores que operan al gobernador han dicho únicamente que su estado es grave.
Se sabe también que el vicepresidente Johnson se halla en el hospital. Aparentemente está aguardando en una pequeña sala al final del corredor donde se halla el presidente. Los servicios secretos tienen la zona completamente acordonada, con la ayuda de la policía de Dallas.
Gordon observó que algunos de los estudiantes de su clase se reunían cerca de él. La sala estaba repleta ahora. La multitud permanecía completamente inmóvil mientras Cronkite hacía una pausa, escuchando por unos pequeños auriculares que apretó contra sus oídos. A través de las puertas deslizantes de cristal que conducían al porche de madera, Gordon pudo ver las olas rompiéndose en blanca espuma y ascendiendo por la arena de la playa. Fuera, el mundo seguía su inalterable ritmo. Dentro, en aquel pequeño rincón, dominaba una parpadeante pantalla de color.
Cronkite miró hacia un lado de la cámara y luego de nuevo a ésta.
—La policía de Dallas acaba de hacer público el nombre de la persona que sospechan fue el tirador. Ese nombre es Lee Oswald. Aparentemente es un empleado del edificio de la biblioteca. Desde ese edificio fue desde donde se efectuaron los disparos… algunos dicen que de rifle, pero esto no ha sido confirmado. La policía de Dallas no ha dado más información. Hay muchos policías en torno a ese edificio ahora, y es muy difícil conseguir alguna información. Sin embargo, hemos enviado a varios hombres al lugar de los hechos y me acaban de comunicar que está siendo instalada allí una cámara.
En la sala estaba empezando a hacer calor. La luz del sol otoñal penetraba por las puertas de cristal. Alguien encendió un cigarrillo. Las volutas de humo se elevaron y formaron estratos azules en el aire mientras Cronkite seguía hablando, repitiendo lo que había dicho antes, esperando más información. Gordon empezó a respirar más rápidamente, como si el aire se hubiera espesado demasiado y le costara entrar en sus pulmones. La luz se hizo glauca, oscilante. La gente a su alrededor notó aquella misma sensación y se agitó inquieta, trigo humano bajo un extraño viento.
—Algunos componentes de la multitud que estaba reunida en torno a la plaza Deeley dicen que se produjeron dos disparos contra la caravana presidencial. Sin embargo, hay otros informes que hablan de tres y cuatro disparos. Uno de nuestros reporteros en el lugar de los hechos dice que los disparos partieron de una ventana del sexto piso de esa biblioteca.
La escena cambió de pronto a un desolado paisaje otoñal en blanco y negro. Grupos de gente se arracimaban en la acera ante un edificio de ladrillos. Los árboles se alzaban en un árido contraste contra el brillante cielo. La cámara hizo una panorámica para mostrar una gran plaza vacía. Los coches bloqueaban las calles laterales. La gente corría de un lado para otro.
—Este lugar que están viendo ustedes ahora es el lugar de los disparos —prosiguió Cronkite—. Aún no hay ninguna información definitiva sobre el presidente. Una enfermera en el pasillo exterior ha dicho que los doctores que atienden al presidente han practicado una traqueotomía… es decir, una incisión en la tráquea, para permitir al presidente respirar. Esto parece confirmar los informes de que el señor Kennedy fue alcanzado en la nuca.
Gordon se sintió mal. Se secó las gotas de sudor que perlaban su frente. Era la única persona en la estancia que llevaba chaqueta y corbata. El aire era húmedo, casi viscoso. La extraña sensación de hacía un momento iba desapareciendo lentamente.
—Tenemos aquí otro informe de que la señora Kennedy ha sido vista en el corredor adjunto a la sala de operaciones. No tenemos ninguna indicación de lo que puede significar esto.
Cronkite llevaba una camisa de manga corta. Parecía inseguro y ansioso.
—Volvamos a la plaza Deeley… —De nuevo la multitud, el edificio de ladrillos, la policía por todas partes—. Sí, hay una declaración de la policía de que Oswald ha sido trasladado fuera de este lugar bajo una importante escolta policial. No le hemos visto abandonar el edificio de la biblioteca, al menos no desde la entrada principal. Aparentemente lo han sacado por la parte de atrás. Oswald ha permanecido en el interior del edificio desde que fue capturado ahí, momentos después de los disparos. Esperen… esperen…
En la pantalla, la multitud se estaba apartando. Hombres llevando abrigos y sombreros avanzaban a la cabeza de una doble hilera de policías, echando a la multitud hacia atrás.
—Alguien más está abandonando el edificio de la biblioteca, llevado por la policía. Nuestros cámaras allí me dicen que es otra persona implicada en el incidente, en la captura del sospechoso, Lee Oswald. Creo que ahora puedo verle…
Entre las filas de policías avanzaba un muchacho, quinceañero. Miraba a su alrededor, a los cuerpos apretujados, con aire desconcertado. Llevaba una chaqueta de piel tostada y unos tejanos. Tendría su buen metro ochenta de estatura y miraba por encima de las cabezas de los policías. Su cabeza giraba de un lado a otro, registrándolo todo. Tenía el pelo castaño, y llevaba unas gafas que reflejaban destellos del oblicuo sol del atardecer. Su cabeza se detuvo cuando vio la cámara. Una figura avanzó ante ésta, con un micrófono en la mano. La policía bloqueó su paso. Distantemente:
—Si pudiéramos obtener simplemente una declaración, yo… —Un policía de paisano que mandaba el grupo agitó la cabeza.
—Nada hasta más tarde, cuando…
—¡Hey, espere!
Era el quinceañero, con una voz fuerte y resonante que detuvo a todo el mundo. El policía de paisano, una mano alzada, la palma por delante, hacia la cámara, miró hacia atrás por encima de su hombro.
—Ustedes los polis ya me han incordiado bastante —dijo el muchacho. Se abrió paso a golpes de hombro. Los policías se desplegaron ante él, concentrándose en contener a la multitud y echarla hacia atrás. El muchacho llegó junto al policía de paisano—. Mire, ¿estoy arrestado o qué?
—Bueno, no, estás bajo protección…
—Aja, eso es lo que pensaba. ¿Ve eso? Es una cámara de televisión, ¿no? ¿Acaso se supone que tienen que protegerme ustedes contra eso, eh?
—No, mira, Hayes… tenemos que sacarte fuera de la calle. Puede ocurrir…
—Le digo a usted que el tipo estaba solo ahí arriba. No hay nadie más de quien preocuparse. Y yo voy a hablar con esos chicos de la tele porque soy un ciudadano libre.
—Eres un menor —empezó a decir vacilante el policía de paisano—, y nosotros tenemos que…
—Tonterías. Aquí… —Se adelantó al policía de paisano y tomó el micrófono—. ¿Ve…? Ningún problema. —Varias personas que estaban cerca aplaudieron.
El policía de paisano miró desconcertado a su alrededor. Empezó:
—No queremos que des ningún…
—¿Qué ocurrió ahí dentro? —gritó alguien.
—¡Un montón de cosas! —gritó Hayes en respuesta.
—¿Viste al tipo ese disparar?
—Lo vi todo, amigo. Yo fui quien lo cogió, eso fue lo que hice. —Miró directamente a la cámara—. Me llamo Bob Hayes y lo vi todo, y estoy aquí para contárselo. Bob Hayes, del instituto Thomas Jefferson.
—¿Cuántos tiros se dispararon? —preguntó una voz fuera de imagen, intentando que Hayes se centrara en la historia.
—Tres. Yo estaba cruzando el vestíbulo de fuera cuando oí el primero. El tipo de abajo estaba comiendo y me había enviado a buscar algunas revistas que había guardado arriba. De modo que yo estaba buscándolas cuando oí aquel fuerte ruido.
Hayes hizo una pausa, evidentemente gozando de todo aquello.
—¿Y? —dijo alguien.
—Me di cuenta de que se trataba de un disparo de rifle. Así que abrí aquella puerta de donde parecía salir. Vi esos huesos de pollo en una caja de cartón, como si alguien hubiera estado comiendo. Entonces vi al tipo aquel agachado y apuntando su rifle por la ventana. Lo tenía apoyado en el alféizar, para sujetarlo más firmemente. Estaba reclinado sobre algunas cajas de cartón, también.
—¿Era Oswald?
—Ese es el nombre que dijeron esos tipos. Yo no pregunté. —Hayes sonrió. Alguien se echó a reír—. Yo empecé a avanzar hacia el tipo y boom, él que dispara de nuevo. Puedo oír a alguien gritando allá fuera. No pensé en ello, simplemente me lancé contra él. Justo entonces el rifle suena de nuevo, en el preciso momento en que yo le golpeo. He jugado bastante al fútbol, ¿saben?, y sé cómo poner a un tipo fuera de combate.
—¿Le quitaste el rifle?
Hayes sonrió de nuevo.
—Infiernos, tío, no. Estampé su cabeza contra el alféizar de aquella ventana. Luego me eché hacia atrás para tomar un poco de impulso y le pegué un buen porrazo a un lado de la cabeza. Eso le hizo olvidar todo lo relativo al rifle. Le golpeé de nuevo, y sus ojos se pusieron como cuentas de cristal. Lo dejé noqueado, tío.
—¿Quedó fuera de combate?
—Por supuesto que sí. Yo trabajo bien, tío.
—Y entonces llegó la policía.
—Aja, cuando el tipo estaba ya hecho una braga. Miré por la ventana. Vi a todos esos polis mirándome a mí. Les hice un gesto con la mano y les dije que subieran hasta donde yo estaba. No tardaron ni un segundo en hacerlo.
—¿Pudiste ver el Lincoln del presidente marchándose a toda prisa?
—Ni siquiera sabía que hubiera ningún presidente. Sólo mucha gente, eso era todo. Algún tipo de desfile, pensé. Celebrando el día de Acción de Gracias o algo así, ya saben. Yo estaba allí simplemente porque el señor Aiken, nuestro maestro de física, me había enviado.
La multitud en torno a Hayes permanecía en un absoluto silencio. El chico era un actor nato, mirando directamente a la cámara y jugando con los espectadores. El entrevistador fuera de imagen preguntó:
—¿Te das cuenta de que es posible que hayas impedido que se atente con éxito contra la vida del…?
—Aja, eso es sorprendente, ¿no? Sorprendente. Pero ¿saben?, no tenía ni la menor idea de ello. Ni siquiera sabía que él estuviera en la ciudad. De haberlo sabido, hubiera bajado para verle y para ver a Jackie.
—¿No habías visto a Oswald antes? ¿No sabías que tenía un rifle y que…?
—Mire, como ya he dicho, yo estaba allí para buscar algunas revistas. El señor Aiken nos está dando un curso especial de física fuera de nuestras horas de clase. Esta vez estaba relacionado con el artículo de esa revista. Sénior Scholastic. El señor Aiken me había enviado a buscar algunos ejemplares para la clase de aquella tarde. Había algo relativo a, esto, esas señales procedentes del futuro, y…
—Los tiros… ¿cuántos de ellos lo alcanzaron?
—¿Alcanzaron a quién?
—¡Al presidente!
—Infiernos, no lo sé. Pudo disparar dos veces con toda tranquilidad. Yo le di un buen viaje antes de que soltara el tercero.
Hayes sonrió, mirando a su alrededor, radiante. El policía de paisano tiró de su brazo.
—Creo que ya es suficiente, señor Hayes —dijo utilizando otra táctica—. Habrá una conferencia de prensa más tarde.
—Oh, sí —dijo Hayes afablemente. Por el momento ya se sentía satisfecho. Aún se notaba alucinado por el hecho de ser el centro de toda la atención—. Sí, lo contaré todo más tarde.
Más preguntas formuladas a gritos. Una enorme agitación mientras la policía formaba un cordón protector en torno a Hayes. Disparos de cámaras. Gritos de despejen el paso. El rugir de una motocicleta. Danzantes imágenes de hombres enfundados en gabardinas empujando, las bocas crispadas.
Gordon parpadeó y, por un momento, pareció perder el equilibrio. El Sénior Scholastic. La sala osciló bajo la pálida luz.
Luego Cronkite empezó a hablar de nuevo con aquella chillona voz suya. En el Parkland Memorial Hospital acababa de concluir una breve conferencia de prensa, mientras Hayes estaba hablando. Malcolm Kilduff, ayudante de la secretaría de prensa del presidente, había descrito la herida. Una bala había penetrado por detrás por la parte inferior del cuello del presidente. Lo había atravesado de parte a parte y había dejado una pequeña herida de salida. La herida de entrada era mucho más grande y sangraba abundantemente. El presidente había recibido varios litros de sangre O RH negativo, así como 300 miligramos de hidrocortisona por vía intravenosa. Al principio los médicos que lo atendían habían insertado un tubo para facilitar la respiración del presidente. Eso había fallado. El médico jefe, Michael Cosgrove, decidió efectuar una traqueotomía. La operación se realizó en cinco minutos. Una solución lactada de Ringer —una solución salina modificada— había sido inyectada a la pierna derecha vía catéter. El presidente había empezado a respirar bien, aunque seguía todavía en coma. Sus dilatados ojos estaban abiertos y miraban directamente a una luz fluorescente que tenía sobre su cabeza. Un tubo nasogástrico había sido introducido por la nariz de Kennedy y alojado en la parte de atrás de su tráquea, para eliminar cualquier posible fuente de náusea en su estómago. Dos sondas torácicas habían sido instaladas en los espacios pleurales para absorber los tejidos dañados y prevenir un colapso pulmonar. El pulso del presidente era débil pero regular. La herida de salida fue tratada primero, puesto que el presidente estaba tendido boca arriba. Luego tres doctores hicieron girar el cuerpo hacia un lado. La herida de entrada se apreciaba más de dos veces mayor que la de salida, y era el punto principal de pérdida de sangre. Fue tratada sin dificultad. Kennedy se hallaba todavía en la sala número 1 de traumatología del Parkland mientras Kilduff daba su informe. Su estado parecía estabilizado. No había daños aparentes en el cerebro. Su pulmón derecho había sido afectado. Su tráquea estaba desgarrada. Parecía que, excepto complicaciones inesperadas, sobreviviría.
La señora Kennedy no había resultado alcanzada. El gobernador Connally se hallaba en estado crítico. El vicepresidente no había sido alcanzado tampoco. El equipo médico no podía efectuar ningún comentario acerca de los disparos efectuados. Parecía claro, de todos modos, que únicamente una bala había alcanzado al presidente.
La multitud en torno al televisor murmuraba y se agitaba. La sensación de ligereza y opresivo calor habían desaparecido. Los objetos ya no ondulaban como si se observaran a través de la refracción del agua. Gordon se abrió camino por entre los apretujados estudiantes. Las especulaciones zumbaban a su alrededor. Atravesó las puertas de cristal hasta el porche de madera y lo cruzó. Sin pensar exactamente en ello, se dirigió hacia el aparcamiento. Tomó sus ropas de correr del portamaletas del Chevy. Se cambió en los lavabos para caballeros. Con pantalones cortos y zapatillas de tenis parecía tan joven como la mayor parte de los estudiantes que seguían llegando a la sala en busca de más noticias. Sintió una aérea sensación de liberación y una zumbante energía, casi agradable. En ese preciso momento no deseaba pensar en nada.
Empezó a correr por la plana y empapada arena. Soplaba una fresca brisa, arrojando mechones de negro pelo sobre sus ojos. Corrió con la cabeza baja, observando el juego de sus pies. Cuando su talón golpeaba la arena, dejaba un círculo pálido que rápidamente se llenaba de agua. La playa se endurecía bajo cada uno de sus pasos, sosteniendo su peso, disolviéndose tras él en una plana uniformidad gris. Un helicóptero pasó por encima de su cabeza, zum, zum, zum.
Rodeó la ciudad y corrió cruzando las medias lunas de las ensenadas, dirigiéndose al sur, hasta alcanzar la calle Nautilus. Penny estaba corrigiendo ejercicios. Le contó las noticias. Ella quería poner la radio, saber más, pero él la obligó a salir de casa. Reluctante, ella le siguió. Fueron a la playa y caminaron hacia el sur. Ninguno de los dos habló. Penny se agitaba, el rostro sombrío. La brisa marina alzaba las crestas de las olas y formaba gallardetes de espuma en cada una de ellas. Gordon las miraba y pensaba en todo su trayecto a través del Pacífico hasta llegar allí, conducidas por vientos y mareas. Al salir del océano eran poco profundas y avanzaban rápidamente. A medida que se acercaban a tierra el lecho marino se alzaba bajo ellas y frenaba su marcha. Mientras avanzaba, la ola se movía más aprisa en la parte superior que en el fondo y daba una voltereta sobre sí misma, transformando la energía procedente de Asia en una turbulencia.
Penny lo llamó. Estaba corriendo por entre la resaca. La siguió. Era la primera vez que hacía aquello, pero no importaba. Nadaron por entre las olas y aguardaron la llegada de la siguiente ola grande. Avanzaba con una lentitud metronómica. La oscura línea azul se engrosó y ascendió, y Gordon la miró y estimó dónde iba a romperse. Se lanzó hacia delante, braceando fuerte y agitando los talones. Penny iba delante de él. Sintió que algo lo arrastraba hacia arriba, y el agua frente a él cayó. Un resonante sonido, mientras se movía más rápido. Extendió los brazos y se inclinó hacia la izquierda. La espuma enturbió sus ojos. Parpadeó. Se dejó deslizar en la cara de la ola, alojado en una pared de agua, girando y agitándose en dirección a la orilla.