32

Peterson despertó lentamente. Mantuvo los ojos cerrados. Su cuerpo le dijo que no se moviera, pero no podía recordar por qué. Había un murmullo de movimiento a su alrededor, voces apagadas, un rumor metálico en algún lugar distante. Abrió brevemente los ojos, vio paredes blancas, una barra cromada. Sintió vértigo. Recordó entonces dónde estaba. Cautelosamente, palpó su cuerpo. Tenía una sensación de torpor, como si todo él estuviera hecho de algodón. Un dolor frío y penetrante. La barra a un lado de una cama se hizo más nítida. Giró la cabeza, dando un respingo de dolor, y vio una botella suspendida sobre él. Intentó seguir los tubos con sus ojos, pero no pudo. Tenía algo metido en la nariz. Un tubo conectado a su brazo le ocasionó una punzada de dolor cuando intentó moverlo. Quiso llamar a la enfermera. Lo único que consiguió fue emitir un ronco gruñido.

De todos modos, ella le oyó. Un rostro redondo con gafas y un gorro blanco entró en su campo de visión.

—Oh, ¿se ha despertado? Estupendo. Pronto estará bien de nuevo.

—Frío… —Cerró los ojos. Sintió que arreglaban las sábanas a su alrededor. Quitaron la sonda de su nariz.

—¿Puede mantener un termómetro en su boca? —dijo la enérgica voz—. ¿O probamos el otro extremo?

La miró de reojo, sintiendo un repentino odio.

—Boca… —Su lengua parecía peluda y enorme. Algo frío se deslizó dentro de su boca. Unos fríos dedos sujetaron su muñeca en busca del pulso.

—Bien, se está recuperando estupendamente. Es usted de los afortunados, de veras. Conseguimos darle algo de Infalaithin-G antes de que le afectara realmente.

Frunció el ceño.

—¿Hay… otros?

—Oh, sí —dijo ella alegremente—. Estamos desbordados. No quedan camas en ningún lado. Ahora los están poniendo en urgencias. Pero pronto eso estará repleto también, se lo aseguro. Usted tiene una habitación particular, pero tendría que oírlos quejarse y gemir en la sala E. Sesenta camas han metido allí. Todos a causa de lo que han comido, como usted. Aunque la mayoría de los casos son peores. Como le he dicho, usted es de los afortunados. Ahora es preciso que le demos un poco de comida.

—¿Comida? —dijo horrorizado. El recuerdo de su última cena con Laura lo abrumó con una náusea—. ¡Enfermera!

—¿Quiere vomitar? —Sonaba tan alegre como siempre. Deslizó diestramente una palangana en forma de riñón bajo su barbilla y sujetó su cabeza. Peterson vomitó miserablemente. Una baba verduzca se deslizó por su barbilla y dejó un sabor amargo en su boca. El estómago le dolía como un infierno.

—¿Lo ve?, no tiene nada dentro. Así que tiéndase tranquilamente y no vuelva a excitarse, ¿de acuerdo?

—Dijo usted comida —acusó él rasposamente.

Ella se echó a reír.

—Bueno, sí, lo dije, pero no quería decir exactamente comida. Hay que cambiarle la botella de suero, eso es todo…

El volvió a cerrar los ojos. Su cabeza pulsaba dolorosamente. La oyó ajetrearse por la habitación. Luego la puerta se cerró. En la distancia, a través de las dobles ventanas, oía el zumbido del tráfico de Londres. ¿Dónde estaba? ¿En el hospital Guy, quizás? Ahora recordaba más claramente. Le había ocurrido de pronto. Se había sentido bien al volver a casa. Se había despertado tras apenas una hora de sueño, sintiendo una vaga náusea, y se había levantado de la cama. La terrible parálisis se había apoderado de él apenas dar unos cuantos pasos. Recordaba haber permanecido tendido, enroscado en el suelo de su dormitorio, incapaz de gritar, sin atreverse apenas a respirar. Sarah, por supuesto, estaba fuera. Imaginó que podía haber muerto si aquélla hubiera sido también la noche libre de la criada.

Cuando despertó, se sintió más lúcido. La cabeza le pulsaba con un latente dolor. Llamó con el timbre a la enfermera. Era otra distinta, una chica india esta vez. Supo que estaba mejor cuando se dio cuenta de que estaba intentando medir el tamaño de sus pechos bajo el almidonado uniforme.

—¿Cómo se siente hoy, señor Peterson? —preguntó con una voz cantarina, inclinándose sobre él.

—Mejor. ¿Qué hora es?

—Las cinco y media.

—Me gustaría que me devolvieran mi reloj. Y tengo hambre. Creo que podré tomar algo muy ligero.

—Veré si podemos dárselo —dijo ella, y abandonó silenciosamente la habitación.

Con algún esfuerzo, consiguió sentarse en la cama. La enfermera entró de nuevo, con una radio y una nota.

—Ha tenido usted una visita, señor Peterson —dijo, sonriendo—. No podía quedarse, pero ha dejado esto. Y puede usted tomar algo de caldo. Se lo traeré.

Reconoció los amplios y elegantes trazos y florituras de Sarah en el sobre, y abrió la nota.

Ian… qué terrible fastidio para ti. No puedo soportar los hospitales, así que no voy a venir a visitarte, pero creo que podrás sacarle partido a esta radio. El viernes me voy a Cannes. Espero verte antes de entonces. Si no, llámame. Probablemente estaré en casa el miércoles por la noche. Adiós. Sarah.

Arrugó la nota y la tiró a la papelera. Conectó la radio, un práctico aparato a pilas, pequeñito. Parecía no haber más que música en todas partes. Miró automáticamente su reloj, y se dio cuenta de que no lo llevaba. ¿Qué hora había dicho la enfermera que era? Su estómago gruñía fuertemente. De pronto, tres pitidos interrumpieron la música.

—«Aquí Radio Cuatro de la BBC —anunció una voz de mujer—, y éstas son las noticias de las seis. Primero, los titulares: cincuenta personas resultaron muertas anoche tras unos violentos disturbios por las calles de París. Un avión de las United Airlines en vuelo de Londres a Washington se estrelló a primera hora de esta mañana; no hay supervivientes. La floración que se está extendiendo por el océano Atlántico ha avanzado varios kilómetros en un solo día. El Consejo Mundial ha aprobado un plan de energía pese al veto de los países de la OPEP. Cortes de energía de más de seis horas de duración han obligado a cerrar hoy varias fábricas en los Midlands. El partido de cricket en Lord ha debido ser cancelado hoy, cuando diez miembros del equipo australiano han tenido que ser hospitalizados a causa de envenenamiento alimentario. Tiempo para mañana: soleado en algunos lugares, riesgo creciente de tormentas. —Una pausa—. Los disturbios provocados por los estudiantes franceses en París han tenido el apoyo de los trabajadores…».

Peterson no escuchó. Se sentía como flotando. La enfermera entró con una bandeja. Le indicó que le dejara en una mesa al lado de la cama. Algo en las noticias lo había alterado, y no estaba completamente seguro de lo que era. Debían de ser las noticias de la floración. Y sin embargo, no había reaccionado en absoluto cuando había vuelto a pensar en ella.

—«El vuelo 347 de las United Airlines, de Londres a Washington, D.C., encontró algunas turbulencias a su aproximación al aeropuerto Dulles, y se estrelló a última hora de la tarde, hora local. Las transmisiones del piloto son inconexas. Parece que tanto el piloto como el copiloto sufrieron un ataque un momento antes del accidente. Algunos testigos han afirmado que el aparato pareció estallar cuando colisionó contra los árboles. No hay supervivientes. Éste es el último de una serie de desastres aéreos que…».

¡Jesús! Sus palmas estaban empapadas. Pulsó el timbre llamando a la enfermera. No acudió inmediatamente. Mantuvo el timbre pulsado y gritó:

—¡Enfermera!

Llegó apresuradamente, dejando la puerta abierta.

—¿Qué le ocurre ahora? Vamos, ni siquiera ha tocado usted su caldo.

—Al diablo el caldo. ¿Qué día es hoy? ¿Miércoles?

—Sí, Pero usted…

—Necesito un teléfono. ¿Por qué no hay aquí ningún teléfono?

—Lo retiramos para que nadie le molestara.

—Bien, tráigalo de nuevo.

—No sé si puedo hacerlo…

—¿Qué ocurre aquí? —La enfermera jefe entró apresuradamente.

—Hermana, el señor Peterson pide un teléfono.

—Oh, no, no lo necesitamos para nada aquí. No queremos que nadie le moleste, señor Peterson.

—Ya estoy lo suficientemente molesto —gritó Peterson—. ¡Traigan un teléfono!

—Vamos, vamos, señor Peterson, no podemos…

—Escuche, estúpido coño —dijo con una voz clara y tensa—, quiero un teléfono aquí inmediatamente, ¡o voy a hacer que la despidan!

Hubo un impresionado silencio, y las dos mujeres salieron de la habitación, mirándole cautelosamente. Se dejó caer en la cama, temblando. A través de la puerta, que habían dejado abierta, pudo oír gemidos.

Al cabo de un momento entró un enfermero con un teléfono y lo conectó. Peterson tomó un sorbo de agua y luchó contra la creciente náusea. Marcó el número de su secretaria.