14 - 22 de marzo de 1963

Gordon abrió el San Diego Union y lo desplegó sobre el banco de trabajo del laboratorio. Inmediatamente lamentó no haberse tomado la molestia de buscar un ejemplar de Los Ángeles Times, porque el Union, con su habitual estilo provinciano, dedicaba un montón de espacio al matrimonio entre Hope Cooke, la chica recientemente graduada en la universidad Sarah Lawrence, con el príncipe coronado Palden Thonup Namgyal de Sikkim. El Union lanzaba las campanas al vuelo ante el hecho de que una simple chica americana, en nuestros días, pudiera casarse con un hombre que dentro de algunos años se convertiría en marajá. La auténtica noticia aparecía tan sólo como un artículo menor en la primera página: Davey Moore había muerto. Gordon pasó impacientemente las páginas hasta llegar a los deportes, y modificó su opinión al encontrar un artículo más amplio. Sugar Ramos había noqueado a Moore en el décimo asalto de su pelea para el título de los pesos pluma, en Los Ángeles. Gordon lamentó de nuevo no haber comprado entradas; los problemas de las clases y la investigación había hecho que lo olvidara hasta que ya estaban agotadas. De modo que Moore había muerto de una hemorragia cerebral sin siquiera recuperar el conocimiento; otra mancha en el boxeo. Gordon suspiró. Allí estaban los predecibles comentarios de la gente predecible, exigiendo la prohibición de aquel deporte. Por un momento se preguntó si no tendrían razón.

—Aquí está el nuevo material —dijo Cooper junto a él. Gordon tomó las hojas de los gráficos.

—¿Más señales?

—Sí —dijo Cooper llanamente—. Llevaba recibiendo buenas curvas de resonancia desde hacía unas semanas, y de repente… clac.

—¿Lo has decodificado?

—Por supuesto. Hay un montón de repeticiones, por alguna razón.

Gordon siguió al otro hasta la zona de trabajo de Cooper, donde estaban esparcidos los libros de notas de laboratorio. Se dio cuenta de que estaba deseando que los resultados no dieran nada concreto de sí, fueran simple interferencia. Hubiera sido todo mucho más fácil así. No tendría que preocuparse acerca de ningún tipo de mensajes. Cooper podría seguir adelante con su tesis. Lakin se sentiría feliz. Su vida no necesitaba más complicaciones precisamente ahora, y había esperado que todo aquel asunto de la resonancia espontánea desapareciera. Su nota en la Physical Review Letters había despertado un cierto interés, y nadie en el campo había criticado el trabajo; quizá fuera mejor dejar las cosas así.

Sus esperanzas se desvanecieron cuando estudió la gruesa letra de Gordon.

TRANSWBPRY 7 DE CL998 CAMBE19983ZX AR 18 5 36 DEC 30 29.2

AR 18 5 36 DEC 30 29.2

AR 18 5 36 DEC 30 29.2

La enigmática serie de letras y números se reproducía a lo largo de tres páginas. Luego se interrumpía y era sustituida por:

DEBERÍA APARECER COMO FUENTE PUNTUAL EN EE ESPECTRO DE TAQUIONES 263 KEV PICO PUEDE VERIFICARSE CON DIRECCIONALIDAD RMN SIGUE MEDICIÓN ZPASUZC AKSOWLP INTERRUPCIÓN EN SMISION COORDMZALS RECTANGULARES DE 19BD 1998COORGHQE.

A partir de ahí no había nada comprensible. Gordon estudió los datos de Cooper.

—El resto del material parece como simplemente un encendido y apagado. No hay ningún código en él.

Cooper asintió, y se rascó la pierna por debajo de sus téjanos cortos.

—Sólo puntos y rayas —murmuró Gordon—. Curioso.

Cooper asintió de nuevo. Gordon se había dado cuenta últimamente de que Cooper se limitaba a tomar los datos, sin aventurar opiniones. Quizá su confrontación con Lakin le había enseñado que lo mejor era una postura agnóstica. Cooper parecía bastante feliz cuando recibía tan sólo señales de resonancia convencionales; eran las piedras angulares que le permitirían edificar su tesis.

—Este primer material… AR y DEC. —Gordon se frotó la mandíbula—. Suena como algo astronómico…

—Hummm —murmuró Gordon—. Quizá sí.

—Sí… Ascensión Recta y Declinación. Se trata de coordenadas, fijando un punto en el espacio.

—Huh. Podría ser.

Gordon miró irritadamente a Cooper. Aquello era pasarse con la prudencia.

—Mira, deseo echarle una buena mirada a esto. Sigue tomando mediciones.

Cooper asintió y se alejó, obviamente aliviado de desentenderse de los desconcertantes datos. Gordon abandonó el laboratorio y subió dos pisos hasta el 317, la oficina de Bernard Carroway. No hubo respuesta a su llamada. Fue a la oficina del departamento, asomó la cabeza y preguntó:

—Joyce, ¿dónde está el doctor Carroway? —Por costumbre, el personal de las oficinas era llamado por sus nombres de pila, mientras que los universitarios siempre tenían título. Gordon siempre se había sentido incómodo siguiendo aquella práctica.

—¿El grande o el pequeño? —preguntó la morena secretaria del departamento, alzando las cejas; casi nunca las dejaba descansar.

—El grande. En masa, no en altura.

—En el seminario de astrofísica. Tiene que estar a punto de volver.

Se deslizó discretamente en el seminario, donde John Boyle estaba terminando su conferencia; las pizarras verdes estaban cubiertas con ecuaciones diferenciales sobre la nueva teoría gravitatoria de Boyle. Boyle terminó con una floritura, en la que introdujo un chiste de escoceses, y el seminario se quebró en riachuelos de conversación. Bernard Carroway se alzó y se lanzó a una discusión con Boyle y un tercer hombre al que Gordon no conocía. Se inclinó hacia Bob Gould y le preguntó:

—¿Quién es ése? —señalando hacia el hombre alto de pelo ensortijado.

—¿Ése? Saul Shriffer, de Yale. Él y Frank Drake fueron quienes prepararon ese proyecto Ozma, escuchando señales de radio procedentes de otras civilizaciones.

—Oh. —Gordon se reclinó y observó a Shriffer discutir con Boyle acerca de algún detalle técnico. Sintió que una zumbante energía crecía en él, el olor de la caza. Había echado a un lado todo el asunto de los mensajes durante varios meses, frente a la indiferencia de Lakin y a la desaparición del efecto. Pero ahora estaba de vuelta y repentinamente estaba seguro de que se estaban acercando a alguna conclusión.

Boyle y Shriffer estaban discutiendo acerca de la validez de una aproximación que John había efectuado para simplificar una ecuación. Gordon observaba con interés. No era una fría argumentación intelectual entre hombres razonables, como los legos lo pintaban a menudo. Era una discusión acalorada, con exclamaciones reprimidas y gestos. Estaban disputando sobre ideas, pero bajo esa superficie chocaban las personalidades. Shriffer era con mucho el más ruidoso de los dos. Apretaba tan fuertemente la tiza que terminó partiéndola por la mitad. Agitaba los brazos, se alzaba de hombros, fruncía el ceño. Escribía y hablaba rápidamente, refutando frecuentemente lo que él mismo había dicho hacía tan sólo unos momentos. Efectuaba errores de cálculo a lo que no daba la menor importancia, corrigiéndolos a medida que se iba dando cuenta mediante rápidos golpes de borrador. Los errores triviales no eran importantes… estaba intentando aprehender la esencia del problema. La solución exacta podía venir más tarde. Sus rápidos garabatos llenaban todo el tablero.

Boyle era totalmente distinto. Hablaba con una voz mesurada, casi monótona, en contraste con el rápido y quebrado tono que Gordon recordaba del Limehouse. Aquélla era su personalidad científica. Ocasionalmente, su voz descendía tanto de volumen que Gordon tenía que aguzar el oído para entenderle. Los que estaban más cerca habían dejado de hablar entre sí para escuchar también… una táctica hábil para llamar la atención. Nunca interrumpía a Shriffer. Empezaba sus frases con un «Creo que si intentamos esto…», o «Saul, ¿no ves lo que ocurriría si…?». Una forma del arte de superar a los demás. Nunca hacía una afirmación positiva, enérgica, era el desapasionado perseguidor de la verdad. Pero gradualmente el esfuerzo de mantenerse en su contenido papel fue haciéndose evidente. No podía probar de forma rigurosa que su aproximación fuera justificada, de modo que se veía reducido a una acción defensiva. En suma, su actitud no era más que una repentina invitación a «pruebe que estoy equivocado». Gradualmente, su voz fue haciéndose más fuerte. Su rostro fue tensándose en una actitud de terquedad.

Repentinamente, Saul proclamó que sabía cómo refutar la aproximación de John. Su idea era resolver un problema test particularmente simple, del que conocían ya la respuesta. Saul se lanzó a calcular precipitadamente. Sólo dentro de un estrecho margen de condiciones físicas la aproximación de John daba la respuesta correcta.

—¡Aquí está! ¿Lo ves?… No es buena.

John agitó la cabeza.

—Tonterías… funciona precisamente para el caso más interesante.

Saul se encendió.

—¡Absurdo! Lo único que has hecho ha sido prescindir completamente de las longitudes de ondas largas.

Pero las cabezas estaban asintiendo a su alrededor. John había vencido. Puesto que la aproximación en discusión no era totalmente inútil, era aceptable. Saul lo admitió a regañadientes, y un momento más tarde estaba sonriendo y discutiendo alguna otra cosa, completamente olvidado del asunto. No tenía ninguna utilidad permanecer excitado acerca de algo que podía ser probado. Gordon sonrió también. Aquél era un ejemplo de lo que él llamaba la ley de la controversia: la pasión era inversamente proporcional al conjunto de información real disponible.

Se acercó a Carroway y le tendió las coordenadas de su mensaje.

—Bernard, ¿tienes alguna idea de dónde está esto en el cielo?

Carroway parpadeó como un búho mientras miraba las cifras.

—No, no, yo nunca recuerdo tales detalles. ¿Saul? —Le mostró el papel.

—Cerca de Vega —dijo Saul—. Lo comprobaré con más exactitud, si quieres.

Tras su clase de electrodinámica clásica, Gordon tenía intención de ir en busca de Saul Shriffer, pero cuando pasó por su oficina para dejar sus notas había alguien esperándole. Era Ramsey, el químico.

—He venido un momento porque tenía algo pendiente contigo —dijo Ramsey—. Le he echado un vistazo a aquel pequeño rompecabezas que me dejaste.

—¿Oh?

—Creo que hay algo jugoso ahí. Todavía nos falta mucho que comprender acerca de las cadenas moleculares largas, ya sabes, pero estoy interesado en ese acertijo. La parte donde dice «en régimen de simulación molecular empieza a imitar anfitrión». Eso suena como un mecanismo autorreproductor del que no sabemos absolutamente nada.

—¿Se produce eso con las fórmulas moleculares que tú conoces?

Ramsey frunció el ceño.

—No. Pero he estado estudiando las formas especiales de fertilizantes con los que están experimentando algunas compañías y… bueno, es demasiado pronto para decirlo. En realidad se trata tan sólo de una corazonada. Lo que he venido a decirte es que no he olvidado lo que me dijiste. Las clases y todo mi trabajo habitual, ya sabes… me llevan de cabeza. Pero sigo pensando en ello. Quizá vaya a ver a Walter Munk para la relación con la oceanografía. De todos modos… —se puso en pie, haciendo un irónico saludo de adiós— agradezco la información. Puede salir algo de ella. Gratzs.

—¿Eh?

—Gratzs… gracias. Es español.

—Oh, claro. —La desenvuelta apropiación californiana del español convirtiéndolo en una jerga parecía muy apropiada para Ramsey. Sin embargo, bajo aquellos modales de vendedor de coches usados había una mente rápida y ágil. Gordon se alegraba de que el hombre siguiera estudiando el primer mensaje, y no lo hubiera echado a la papelera. Aquél parecía ser un día afortunado; los diversos hilos parecían estar empezando a tejerse. Sí, era un día de suerte. Por de pronto le daré un sobresaliente, se dijo para sí mismo, y fue en busca de Shriffer.

—Se lo he localizado —dijo Saul con decisión, clavando un dedo en un punto marcado en una carta estelar—. Es un punto muy cercano a una estrella normal F7, llamada la 99 de Hércules.

—¿Pero no se corresponde con ella?

—No, pero está muy cerca. De todos modos, ¿qué hay detrás de todo eso? ¿Para qué necesita un físico especializado en estado sólido la posición de una estrella?

Gordon le habló de las persistentes señales, y le mostró la última decodificación de Cooper. Saul se mostró rápidamente excitado. Él y un ruso, Kadarski, estaban escribiendo juntos un artículo sobre la detección de civilizaciones extraterrestres. Su suposición operativa era que las señales de radio eran la elección natural. Pero si las señales de Gordon eran a todas luces inexplicables en términos de transmisiones terrestres, sugirió Saul, ¿por qué no considerar la hipótesis de un origen extraterrestre? Las coordenadas apuntaban claramente en esa dirección.

—Mire… la Ascensión Recta es 18 horas, 5 minutos, 36 segundos. Ahora bien, la 99 Hércules es este punto a 18 horas, 5 minutos, 8 segundos, un poco desplazada. La declinación de su señal es 30 grados, 29'2 minutos. Eso concuerda.

—Bueno, en conjunto, no exactamente.

—¡Pero están condenadamente cerca! —Saul agitó sus manos—. Unos pocos segundos de diferencia no son nada.

—¿Cómo demonios puede conocer un extraterrestre nuestro sistema de medidas astronómicas? —dijo Gordon escépticamente.

—¿Cómo conocen nuestro idioma? Escuchando nuestros viejos programas de radio, por supuesto. Mire… el paralaje de la 99 de Hércules es 0'06. Eso significa que está a más de dieciséis parsecs.

—¿Y eso significa?

—Oh, aproximadamente unos cincuenta y un años luz.

—Entonces, ¿cómo pueden estar emitiendo señales? La radio no hace más de sesenta años que empezó a funcionar. La luz no ha tenido tiempo de ir y volver… eso tomaría más de un siglo. Así que no pueden estar respondiendo a nuestras propias estaciones de radio.

—Cierto. —Saul pareció momentáneamente desanimado—. ¿Dice que hay algo más en el mensaje? —Su rostro volvió a iluminarse—. Déjeme ver.

Al cabo de un momento, dio una palmada al mensaje impreso y exclamó:

—¡Correcto! Eso es. ¿Ve esta palabra?

—¿Cuál?

—Taquión. De origen griego. Significa «el rápido», apostaría a que sí. Eso significa que están utilizando algún tipo de transmisión más rápido que la luz.

—Oh, vamos.

—Gordon, use usted su imaginación. ¡Concuerda, maldita sea!

—Nada viaja más rápido que la luz.

—Este mensaje dice que hay algo que sí lo hace.

—Tonterías. Absolutamente tonterías.

—De acuerdo, entonces ¿cómo explica esto? «Debería aparecer como fuente puntual en el espectro de taquiones 263 KEV pico». KEV… kilovoltios. Están usando taquiones, sean lo que fueren, de una energía de 263 kilovoltios.

—Lo dudo —dijo Gordon secamente.

—¿Y el resto? «Puede verificarse con direccionalidad RMN. Sigue medición». RMN… Resonancia Magnética Nuclear. Luego algo incomprensible, unas cuantas palabras más, luego incomprensible de nuevo. SMISION RECTANGULARES DE 19BD 1998COORGHQE y así.

—No todo incomprensible. Mire… el resto son simplemente puntos y rayas.

—Hummm. —Saul contempló el esquema—. Interesante.

—Mire, Saul, aprecio el…

—Espere un segundo. La 99 de Hércules no es simplemente una estrella, ya lo sabe. La he estudiado. Encaja en el tipo de estrellas que creemos pueden contener vida.

Gordon frunció los labios y se mostró escéptico.

—Sí, es una F7. Ligeramente más pesada que nuestro sol… con una mayor masa, quiero decir… y con una gran región a su alrededor capaz de albergar vida. Es una estrella binaria… espere, espere, sé lo que va a decir —dijo Saul dramáticamente, tendiendo la mano con su palma abierta hacía Gordon, que no tenía la menor idea de lo que se suponía que iba a decir—. Las estrellas binarias no pueden tener planetas conteniendo vida a su alrededor, ¿correcto?

—Oh, ¿por qué no?

—Porque los planetas sufren gran número de perturbaciones. Sólo que la 99 de Hércules no tiene ese problema. Las dos estrellas giran la una en torno a la otra una vez cada 54,7 años. Están muy separadas, con espacios capaces de contener la vida en torno a cada una de ellas.

—¿Ambas son F7?

—Por todo lo que podemos decir, la mayor sí lo es. Tan sólo se necesita una —señaló sin convicción.

Gordon agitó la cabeza.

—Saul, aprecio…

—Gordon, déjeme echarle una mirada a ese mensaje. Los puntos y rayas, quiero decir.

—Seguro, ¿por qué no?

—Hágame un favor. Creo que hay algo grande aquí. Quizá nuestras ideas acerca de las comunicaciones por radio y la línea de 21 centímetros del hidrógeno como elección natural… quizás estemos equivocados en todo ello. Deseo comprobar bien ese mensaje suyo. Simplemente no cambie de opinión, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo Gordon, reluctante.

Cuando Gordon metió su pesado maletín en su oficina a la mañana siguiente, Saul estaba aguardándole. La visión del ansioso rostro de Saul, con sus ojos marrones que bailaban mientras hablaba, le llenaron con una premonición.

—Lo resolví —dijo Saul concisamente—. El mensaje.

—¿Qué…?

—Los puntos y rayas del final. Que no deletreaban palabras. No son palabras… ¡son una imagen!

Gordon le dirigió la más escéptica de sus miradas y dejó su maletín.

—Conté las rayas en esa larga transmisión. «Ruido», dijo usted. Había 1.537 rayas.

—¿Sí?

—Frank Drake y yo y un montón de otra gente hemos estado pensando en formas de transferir imágenes mediante simples señales de abierto-cerrado. Es simple… envía una rejilla base rectangular.

—¿Esa parte embrollada del mensaje? ¿COORDMZALS RECTANGULARES y todo lo demás?

—Correcto. Para establecer una rejilla base uno necesita saber cuántas líneas van en cada lado. Intenté hallar una combinación que multiplicada entre sí diera 1.537. Todas dan un resultado confuso, excepto una rejilla de 29 por 53. Disponiendo las rayas en esta cuadrícula, se obtiene una imagen. Y 29 y 53 son ambos números primos… la elección obvia, cuando uno piensa en ello. Sólo existe una forma de descomponer 1.537 en un producto de números primos.

—Hummm. Muy agudo. ¿Y ésta es la imagen?

Saul tendió a Gordon una hoja de papel cuadriculado con un cuadrado lleno representando cada raya de la transmisión. Mostraba un complejo entretejido de curvas avanzando de derecha a izquierda. Cada curva estaba formada por grupos de puntos, dispuestos en un esquema regular pero complicado.

—¿Qué es? —preguntó Gordon.

—No lo sé. Todos los problemas prácticos que hemos elaborado Frank y yo muestran sistemas solares, con un planeta destacado de todos los demás… cosas así. Esto no se parece en nada a lo que nosotros hayamos hecho.

Gordon dejó caer el dibujo en su escritorio.

—Entonces, ¿qué utilidad tiene?

—Bueno… ¡infiernos! Una inmensa utilidad, cuando lo hayamos descifrado.

—Bien…

—¿Qué ocurre? ¿Cree que esto está equivocado?

—Saul, sé que posee usted una gran reputación en pensar en cosas… ¿cómo lo llama Hermann Kahn?… impensables. ¡Pero esto…!

—¿Piensa que he manipulado todo eso?

—¿Yo? ¿Yo? Saul, yo detecté este mensaje. Yo se lo mostré a usted. ¡Pero su explicación…! Señales telegráficas más rápidas que la luz procedentes de otra estrella. ¡Pero las coordenadas no encajan enteramente! Una imagen surgiendo del ruido. ¡Pero la imagen no tiene sentido! Vamos, Saul.

El rostro de Saul enrojeció, y retrocedió un paso, las manos en las caderas.

—Es usted ciego, ¿se da cuenta de eso? Ciego.

—Digamos más bien… escéptico.

—Gordon, no me está dando ninguna oportunidad.

—¿Oportunidad? Admito que ha encontrado usted algo aquí. Pero hasta que comprendamos este dibujo suyo, nada de eso se mantiene a flote.

—De acuerdo. De a-cuer-do —dijo Saul dramáticamente, golpeando la palma de su mano izquierda con el puño de la otra—. Descubriré lo que significa esta imagen. Aunque tendremos que acudir a toda la comunidad académica para resolver el acertijo.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Que tendremos que hacerlo público.

—¿Y por qué no preguntar?

—¿Preguntar a quién? ¿A qué especialidad? ¿Astrofísica? ¿Biología? Cuando no lo sabes, tienes que mantener tu mente abierta.

—Sí… pero… —De pronto Gordon recordó a Ramsey—. Saul, hay otro mensaje.

—¿Qué?

—Lo obtuve hace meses. Aquí. —Rebuscó en los cajones de su escritorio, y sacó la transcripción—. Intenté esto para probar.

Saul estudió las largas líneas impresas.

—No lo comprendo.

—Yo tampoco.

—¿Está seguro de que esto es válido?

—Tan seguro como lo estoy acerca de lo que usted ha descifrado.

—Mierda. —Saul se dejó caer en una silla—. Esto confunde realmente las cosas.

—Sí, lo hace, ¿verdad?

—Gordon, esto no tiene sentido.

—Como tampoco lo tiene su imagen.

—Mire, quizás esté recibiendo mensajes incompatibles. Cuando sintonizas distintas estaciones de radio, obtienes música en una, deportes en otra, noticias en una tercera. Quizá tenga usted aquí un receptor que simplemente las reciba todas a la vez.

—Hum.

Saul se inclinó hacia delante en su silla y apretó las palmas de sus manos contra sus sienes. Gordon se dio cuenta de que el hombre estaba cansado. Probablemente había permanecido en pie toda la noche descifrando aquella imagen. Sintió una repentina oleada de simpatía hacia él. Saul era bien conocido como defensor de la idea de la comunicación interestelar, y un montón, de astrónomos pensaban de él que era demasiado alocado, demasiado especulativo, demasiado joven e impulsivo. Bien, pero… eso no significaba que estuviera equivocado.

—De acuerdo, Saul, aceptaré su idea de la imagen… provisionalmente. No puede tratarse de un accidente. De modo que… ¿qué es? Tenemos que descubrirlo.

Le habló a Saul de Ramsey. Aquello simplemente complicaba un poco más las cosas, pero se daba cuenta de que Saul tenía derecho a saberlo.

—Gordon, sigo pensando que tenemos algo aquí.

—Yo también.

—Creo que deberíamos hacerlo público.

—¿Con la bioquímica también? ¿Con el primer mensaje?

—No… —Saul quedó pensativo—. No, solamente con este segundo mensaje. Es claro. Se repite a sí mismo durante páginas y páginas. ¿Cuántas veces obtuvo esa primera señal?

—Una vez.

—¿Eso es todo?

—Eso es todo.

—Entonces olvidémoslo.

—¿Por qué?

—Puede tratarse de un error de decodificación.

Gordon recordó la historia de Lakin acerca de Lowell.

—Bien…

—Mire, tengo mucha más experiencia con todas esas cosas que usted. Sé lo que dirá la gente. Si enlodas el agua en torno al tema, nadie saltará a ella.

—Pero estaremos ocultando información.

—Ocultándola, sí. Pero no para siempre. Sólo hasta que descubramos lo que significa el dibujo.

—No me gusta.

—Les daremos sólo un problema a la vez. —Saul alzó un dedo—. Un solo problema. Luego, contaremos toda la historia.

—No me gusta.

—Gordon, mire. Creo que ésta es la forma en que debemos hacerlo. ¿Aceptará mi consejo?

—Quizá.

—Yo me ocuparé de ello, lo haré público. Soy conocido. Soy el tipo raro que juguetea con señales de radio interestelares y todas estas cosas. Una autoridad indiscutible sobre un tema no existente. Puedo conseguir llamar la atención de la comunidad académica.

—Sí, pero…

—Un solo problema a la vez, Gordon.

—Bueno…

—Primero, la imagen. Luego, el resto.

—Bien… —Gordon tenía una clase a punto de empezar. Saul ejercía una cualidad hipnótica sobre él, la habilidad de hacer que las cosas parecieran plausibles e incluso obvias. Pero, pensó Gordon, una oreja de cerdo con un lazo a su alrededor seguía siendo una oreja de cerdo. Sin embargo…—. De acuerdo. Usted entra en el ring. Yo me quedo en el rincón.

—Eh, gracias. —De pronto Saul estaba estrechando su mano—. Le agradezco eso. De veras. Es una gran cosa.

—Sí —dijo Gordon. Pero no se sentía entusiasmado.

Las «Noticias de la noche» de la CBS con Walter Cronkite empezaron mientras Gordon y Penny estaban terminando de cenar. Ella había hecho un soufflé y Gordon había descorchado una botella de vino beaujolais blanco; ambos se sentían un tanto eufóricos. Se trasladaron a la sala de estar para seguirlas. Penny se quitó la blusa, revelando sus bien moldeados pechos con grandes pezones.

—¿Cómo sabes que lo darán ahora? —preguntó perezosamente.

—Saul llamó esta tarde. Le hicieron una entrevista en Boston esta mañana. La grabó la estación local de la CBS allá, pero dijo que la iban a transmitir por la red nacional. Quizá no tengan mucha otra cosa que ofrecer. —Miró a su alrededor para asegurarse de que las cortinas estaban cerradas.

—Hummm. No me extrañaría. —Sólo había una noticia importante… el submarino nuclear Thresher había desaparecido en el Atlántico sin una sola señal de socorro. Efectuaba una inmersión de prueba. La marina había dicho que probablemente un fallo de los sistemas había creado una inundación progresiva del interior del aparato. La interferencia de los circuitos eléctricos había provocado la pérdida de energía, y el submarino se había hundido hacia aguas profundas y finalmente había implosionado. Había 129 hombres a bordo.

Aparte de esta deprimente noticia había muy poco más. Un recordatorio de que la Mona Lisa estaba efectuando una gira por Estados Unidos y sería exhibida en Nueva York y Washington, D.C. Un avance del despegue del mayor L. Gordon Cooper, Jr., que iba a ser lanzado a un viaje de dos días y veintidós órbitas en torno a la Tierra en la Faith 7, el vuelo final del Proyecto Mercury. Una declaración de la Casa Blanca de que la ayuda al Vietnam del Sur proseguía, y que la guerra podía ser ganada a finales de 1965 si la crisis política que se estaba desarrollando allí no afectaba significativamente el esfuerzo militar. Los generales sonreían a la cámara, prometiendo un firme esfuerzo junto al ejército regular vietnamita y una rápida operación de limpieza en la región del delta. En Nueva York, los esfuerzos por salvar la estación de Pennsylvania habían fracasado, y el clásico edificio empezaba a derrumbarse ante la gran bola de los equipos de demolición para dejar paso al nuevo Madison Square Garden. El edificio de la Pan Am, inaugurado hacia un mes, parecía ya un ejemplo de la plaga urbanística del futuro. Delante de la cámara, un crítico denunció la demolición de la estación Penn y declaró que el Pan Am era una atrocidad arquitectónica, contribuyendo a congestionar una zona ya de por sí atestada. Gordon se mostró de acuerdo. El crítico cerró su intervención con una aguda observación acerca de que citarse debajo del reloj del hotel Biltmore, justo al otro lado de la calle del Pan Am, ya no iba a representar ninguna emoción especial. Gordon se echó a reír sin saber exactamente por qué. De pronto sus simpatías se invirtieron. Nunca se había citado con ninguna chica en el Biltmore; eso formaba parte del tipo de ritual vacío de los anglosajones blancos protestantes, abierto a los de Yale y a los chicos que se identificaban con El guardián en el centeno. Aquél no era su mundo ni nunca lo había sido.

—Si ése es el pasado, al diablo —murmuró para sí mismo. Penny le lanzó una mirada interrogadora pero no dijo nada. Gruñó, impaciente. Quizás el vino le estaba haciendo demasiado efecto.

Entonces apareció Saul.

—Desde la universidad de Yale, esta misma tarde, un anuncio sorprendente —empezó Cronkite—. El profesor Saul Shriffer, un astrofísico, dice que existe una posibilidad de que recientes experimentos hayan detectado un mensaje de una civilización de más allá de nuestra Tierra.

Cambiaron a un plano de Saul señalando a un punto en un mapa estelar.

—Las señales parecen llegar de la estrella 99 de Hércules, similar a nuestro propio Sol. La 99 de Hércules se halla a 51 años luz de distancia. Un año luz es la distancia…

—Le están dedicando mucho tiempo —dijo Penny, sorprendida.

—¡Chissst!

—… luz recorre en un año, a una velocidad de trescientos mil kilómetros por segundo. —Un plano de Saul de pie junto a un pequeño telescopio—. El posible mensaje fue detectado de una forma que los astrónomos no habían anticipado… en un experimento realizado por el profesor Gordon Bernstein…

—Oh, Jesús —gruñó Gordon.

—… en la Universidad de California en La Jolla. El experimento implicaba una medición a bajas temperaturas de cómo se alinean los átomos en un campo magnético. Los experimentos de Bernstein siguen realizándose todavía… no hay ninguna certeza, de hecho, de que estén recogiendo alguna señal de una distante civilización. Pero el profesor Shriffer, un colaborador de Bernstein que descubrió el código en la señal, dice que desea alertar a la comunidad científica. —Una imagen de Saul escribiendo ecuaciones en la pizarra—. Ésta es una sorprendente parte del mensaje. Una imagen… Una bien dibujada versión de las entrelazadas curvas. Saul permanecía de pie junto a ella hablando a través de un micrófono que sostenía en su mano.

—Comprendan —dijo— que no estamos efectuando ninguna afirmación específica por el momento. Pero desearíamos la ayuda de la comunidad científica para desentrañar lo que puede significar esto. —Luego siguió una breve explicación de cómo se había producido la decodificación.

De nuevo Cronkite:

—Algunos astrónomos interrogados hoy por las «Noticias» de la CBS para que dieran su opinión han expresado escepticismo. Si lo que dice el profesor Shriffer se demuestra correcto, sin embargo, eso puede representar evidentemente una gran noticia. —Cronkite elaboró su tranquilizadora sonrisa—. Y eso es todo por hoy, doce de abril…

Gordon apagó el aparato.

—Maldita sea —dijo, aún impresionado.

—Creo que lo han presentado muy bien —dijo Penny juiciosamente.

—¿Muy bien? ¡Se suponía que mi nombre no aparecería en absoluto!

—¿Por qué, no quieres ningún crédito por el descubrimiento?

—¿Crédito? ¡Cristo…! —Gordon dio un puñetazo contra la pared gris, que resonó sordamente—. Lo hizo todo mal, ¿no te das cuenta? Tuve esa sensación cuando me lo dijo, y ahí está la prueba… ¡mi nombre, mezclado a esa absurda teoría!

—Pero son tus mediciones…

—Se lo dije, le dije que dejara mi nombre fuera.

—Bueno, fue Walter Cronkite quien dijo tu nombre. No Saul.

—¿Y a quién le importa quién lo dijo? Ahora estoy metido en ello, con Saul.

—¿Por qué no te llevaron a ti a la televisión? —preguntó inocentemente Penny, a todas luces incapaz de comprender los motivos de toda aquella irritación—. No hicieron más que sacar un montón de fotos de Saul.

Gordon hizo una mueca.

—Ése es su lado fuerte. Simplificar la ciencia a unas cuantas frases, retorcerlas para que digan lo que tú deseas, reducirlo todo al más bajo común denominador… pero ante todo asegurarse de que el nombre de Saul Shriffer esté en primera línea. En enormes y chillonas letras de neón. Mierda. Simplemente…

—Así que te ha arrebatado todo el crédito, ¿no?

Gordon la miró, desconcertado.

—¿Crédito…? —Dejó de ir arriba y abajo por la habitación. Se dio cuenta de que ella creía sinceramente que su irritación era debida a que su rostro no había aparecido por la televisión—. Por todos los diablos. —Repentinamente se dio cuenta de que estaba acalorado. Empezó a desabrocharse su camisa de seda azul y pensó en lo que debía hacer. No servía de nada hablar de ello con Penny… estaba a años luz de comprender lo que sentían los científicos acerca de algo así.

Se arremangó la camisa, resoplando, y se dirigió hacia la cocina, donde estaba el teléfono.

Gordon empezó con:

—Saul, estoy loco furioso.

—Ah… —Gordon pudo imaginar a Saul seleccionando exactamente las palabras correctas. Era bueno en ello, pero esta vez no iba a servirle de nada—. Bueno, sé cómo se siente, Gordon, de veras. Vi la grabación de la emisión hace dos horas, y me sentí tan sorprendido como haya podido sentirse usted. El vídeo local de Boston estaba limpio, en ningún momento se mencionaba explícitamente su nombre, tal como usted quería. Les llamé inmediatamente después de ver lo de Cronkite, y me dijeron que se había efectuado un montaje nuevo para su difusión a nivel nacional.

—¿Cómo podía esa gente saberlo? Saul, si usted no…

—Bueno, mire, tuve que decírselo a la gente de la emisora local. Para información de base, ya sabe.

—Usted dijo que no diría ni una palabra.

—Hice lo que pude, Gordon. Iba a llamarle.

—¿Por qué no lo hizo? ¿Por qué me permitió verlo sin…?

—Pensé que quizá no le importaría tanto, después de ver todo el tiempo que conseguimos. —La voz de Saul cambió de tono—. ¡Ha sido una gran emisión, Gordon! La gente se habrá envarado y habrá escuchado.

—Sí, habrá escuchado —dijo Gordon agriamente.

—Vamos a conseguir algo de acción con ese dibujo. Vamos a descubrir qué es esa cosa.

—Lo más probable es que ella nos descubra a nosotros. Saul, dije que no quería verme implicado. Usted dijo…

—¿No se da cuenta de que eso no era realista? —La voz de Saul era tranquila y razonable—. Sé que se ha puesto de mal humor por culpa mía, pero de todos modos hubiera salido igualmente a la luz.

—No de esta forma.

—Créame, así es como funcionan las cosas, Gordon. Antes no estaba llegando usted a ninguna parte, ¿verdad? Admítalo.

Inspiró profundamente.

—Si alguien me pregunta, Saul, voy a decir que no sé de dónde proceden las señales. Ésta es la verdad simple y llana.

—Pero no es toda la verdad.

—¿Usted me está hablando a mi de toda la verdad? ¿Usted, Saul? ¿No me dijo usted que ocultáramos el primer mensaje?

—Eso era diferente. Primero deseaba aclarar el resultado…

—¡El resultado, mierda! Escuche, a todo el mundo que me pregunte, le diré que no comparto su interpretación.

—¿Difundirá el primer mensaje?

—Yo… —Gordon vaciló—. No, no deseo complicar aún más las cosas. —Se preguntó si Ramsey iría a continuar trabajando con los experimentos si él hacía público el mensaje. Infiernos, por todo lo que sabía, había realmente algún tipo de elemento de seguridad nacional mezclado en todo aquello. Gordon sabía que no deseaba participar en nada de ello. No, era mejor dejarlo correr.

—Gordon, puedo comprender cómo se siente —dijo cálidamente la voz al otro lado de la línea—. Todo lo que le pido es que no obstaculice lo que estoy intentando hacer. Yo no voy a atravesarme en su camino, no se atraviese usted en el mío.

—Bien… —Gordon hizo una pausa, sintiendo que su primer impulso se había esfumado.

—Y créame que realmente siento lo de Cronkite y su nombre mezclado en ello y todo lo demás. ¿De acuerdo?

—Yo… sí, de acuerdo —murmuró Gordon, sin saber realmente a qué daba su aprobación.