Cooper depositó las hojas milimetradas en rojo formando una larga hilera sobre la mesa del laboratorio. Retrocedió unos pasos, balanceándose sobre la punta de sus pies como un corredor preparándose para la salida, y supervisó su trabajo. El zumbido de fondo del laboratorio subrayaba la expectación en el aire.
—Ya está —dijo Cooper lentamente—. Puestas en el orden correcto.
—¿Son nuestros mejores datos? —murmuró Gordon.
—Los mejores que yo pueda conseguir jamás —dijo Cooper, frunciendo el ceño por algo en la voz de Gordon. Se volvió, las manos en las caderas—. Todo consecutivo, además. Tres horas completas.
—Parece perfecto —dijo Gordon con tono conciliador—. Un buen trabajo.
—Sí —admitió Cooper—. Aquí no hay nada divertido. Si hubiera habido resonancia clara aquí, la hubiera visto.
Gordon pasó el dedo a lo largo de la línea verde del gráfico. No había en absoluto resonancias estándar. En el interior de su muestra, enfriada hasta los tres grados absolutos en el burbujeante helio, había núcleos atómicos. Cada uno de ellos era un pequeño imán. Tendía a alinearse a lo largo del campo magnético que Cooper había aplicado a la muestra. El experimento estándar era simple: aplicar un breve impulso electromagnético, que apartaría los imanes nucleares de su campo magnético. Al cabo de un momento, los núcleos volverían a alinearse de nuevo con el campo. Este proceso de relajación nuclear podía decirle al experimentador mucho acerca del entorno en el interior sólido. Era una forma relativamente simple de aprender acerca de la configuración microscópica de la compleja estructura sólida. A Gordon le gustaba el trabajo por su claridad y precisión, además de sus aplicaciones a los transistores o detectores de infrarrojos que a la larga pudiera tener. Aquella rama de la física de estado sólido no poseía la gran espectacularidad de cosas como los quásares o la investigación de partículas de alta energía, pero era clara y poseía la belleza de las cosas sencillas.
Sin embargo, la quebrada línea verde no era ni sencilla ni hermosa. Aquí y allí había fragmentos de lo que hubieran debido obtener: curvas de resonancia nuclear, regulares y significativas. Pero en la mayor parte de los gráficos había repentinas líneas quebradas de estallidos de ruido electrónico, apareciendo bruscamente por un instante, luego desapareciendo con la misma brusquedad.
—Los mismos intervalos —murmuró Gordon.
—Sí —dijo Cooper—. Los de un centímetro… —señaló— y los más cortos, medio centímetro. Infernalmente regulares.
Los dos hombres se miraron, luego volvieron a observar las hojas de papel. Cada uno de ellos había esperado un resultado distinto. Habían efectuado aquellos experimentos una y otra vez eliminando todas las posibles fuentes de ruido. Los bruscos estallidos no habían desaparecido.
—Es un maldito mensaje —dijo Cooper—. Tiene que serlo. Gordon asintió, la fatiga rezumando por todos sus poros.
—No es posible eludirlo —dijo—. Tenemos horas de señal aquí. No puede ser una coincidencia, no hasta este punto.
—No.
—De acuerdo entonces —dijo Gordon, intentando poner una chispa de optimismo en su voz—. Vamos a decodificar esa maldita cosa.
REDUCCIÓN DEL CONTENIDO DE OXÍGENO HASTA POR DEBAJO DOS PARTES POR MILLÓN DENTRO DE UN RADIO CINCUENTA KILÓMETROS DE LA FUENTE DESPUÉS QUE SE MANIFIESTE FLORACIÓN DE DIATOMEAS AEMRUDYCO PEZQUEASKL POLUCIONANTES MENORES PRESENTES EN DEITRICH POLYXTROPO 174A UNO SIETE CUATRO A SE COMBINA EN CADENA DE LATTICINA CON HERBICIDAS SPRINGFIELD AD45 AD CUATRO CINCO O DU PONT ANALAGAN 58 CINCO OCHO EMITIENDO DESDE EL PUNTO DE REPETIDO USO AGRÍCOLA UTILICEN CUENCA AMAZÓNICA OTROS EMPLAZAMIENTOS OTRAS CADENAS MOLECULARES SINERGISTAS LARGAS POSIBLES EN AMBIENTES TROPICALES COLUMNA DE OXÍGENO SUJETA A EXTENSIÓN DEL ÍNDICE pE.
CONVENCIÓN ALZSNRUD ASMA WSUEXIO 829 CMXDROQ ESTADIO IMPREGNACIÓN VIRUS RESULTANTE EN 3 TRES SEMANAS PLAZO SI DENSIDAD DEL SPRINGFIELD AD45 AD CUATRO CINCO EXCEDE DE 158 UNO CINCO OCHO PARTES POR MILLÓN ENTONCES ENTRA EN RÉGIMEN SIMULACIÓN MOLECULAR EMPIEZA A IMITAR ANFITRIÓN ENTONCES PUEDE CONVERTIR NEUROENVOLTURA DE PLANTACIÓN A SU PROPIA QUÍMICA UTILIZANDO OXÍGENO AMBIENTAL HASTA QUE NIVEL OXÍGENO CAIGA A VALORES FATALES PARA MAYOR PARTE DE LA CADENA ALIMENTARIA SUPERIOR WTESJDKU DE NUEVO AMMA YS ACCIÓN DE LUZ ULTRAVIOLETA DEL SOL SOBRE CADENAS PARECE RETARDAR DIFUSIÓN EN CAPAS SUPERFICIALES DEL OCÉANO PERO CRECIMIENTO PROSIGUE MÁS AL FONDO PESE A FORMACIÓN DE CÉLULAS CONVECTIVAS QUE TIENDEN A MEZCLAR LAS CAPAS EN XMC AHSU URGENTE MADUDLO 374 ÚNICO SEGMENTO AMZLSOUDP ALYN QUE DEBEN DETENER POR ENCIMA SUSTANCIAS MENCIONADAS DE ENTRAR EN LA CADENA DE VIDA DEL OCÉANO AMZSUY RDUCDK POR PROHIBICIÓN SIGUIENTES SUSTANCIAS CALLANAN B471 CUATRO SIETE UNO MESTOFITE SALEN MARINE COMPUESTO ALFA A TRAVÉS DELTA YDEMCLW URGENTE YXU REALIZA ANÁLISIS DE TITRACIÓN SOBRE INGREDIENTES METAESTABLES PWMXSJR ALSUDNCH.
Gordon no tuvo oportunidad de pensar en el mensaje hasta la tarde. Su mañana estuvo llena de una clase y luego una reunión del comité de admisión de estudiantes graduados. Eran estudiantes de primera clase y procedían de todas partes… Chicago, Caltech, Berkeley, Columbia, MIT, Cornell, Princeton, Stanford. Las sedes canónicas de la sabiduría. Unos cuantos casos pocos usuales —dos sorprendentes candidatos que venían de Oklahoma y podían ser prometedores, un muchacho tranquilo y muy dotado de la universidad de Long Beach— fueron dejados a un lado para posterior estudio. Resultaba claro que la fama de La Jolla iba extendiéndose rápidamente. En parte era la prolongación del fenómeno Sputnik. El propio Gordon estaba cabalgando en esta oleada, y lo sabía; eran tiempos fecundos para la ciencia. Sin embargo, pensaba en los estudiantes que emprendían el camino de la física. Algunos de ellos parecían de la misma clase que los que iniciaban leyes o medicina… no porque les fascinara la disciplina, sino porque prometía buenos ingresos. Gordon se preguntaba en privado si Cooper estaba motivado también parcialmente por aquello; el hombre mostraba destellos de la antigua llama, pero permanecían ocultos tras una sábana de blanda relajación, un aura de segundad física. Incluso el mensaje, la auténtica existencia de un mensaje, había impresionado a Cooper como algo ciertamente curioso pero básicamente aceptable, un extraño efecto que pronto podría ser explicado. Gordon no podía decir si aquello era una pose o genuina serenidad; de cualquier modo, era desconcertante. Gordon estaba acostumbrado a un estilo más intenso. Envidiaba a los físicos que habían efectuado grandes descubrimientos cuando fue desarrollada la mecánica cuántica, cuando se escindió por primera vez el núcleo. Los miembros más antiguos del departamento, Eckart y Lieberman, hablaban a veces de esos días. Antes de los años cuarenta, un título de física era una sólida base para una carrera de ingeniería eléctrica, punto. La bomba había cambiado todo aquello. En la avalancha de sofisticadas armas, nuevos campos de estudio, subvenciones cada vez más grandes y horizontes en expansión, todo el mundo descubría de pronto una sed nacional hacia la física. En los años que siguieron a Hiroshima, una historia periodística referida a un físico lo llamaba invariablemente «el brillante físico nuclear», como si no pudiera haber físicos de otra clase. La física engordaba. Pese a lo cual, los físicos seguían estando pobremente pagados; Gordon podía recordar a un profesor de visita en Columbia pidiendo dinero prestado para asistir al «lunch chino» de los viernes que Lee y Yang habían empezado a celebrar. Las comidas tenían lugar en uno de los excelentes restaurantes chinos que rodeaban el campus, y era allí donde se oía hablar generalmente por primera vez de los nuevos resultados. Asistir a ellos era una buena idea si uno deseaba estar al tanto. Así que muchos sableaban a sus compañeros para asistir, y devolvían el dinero durante la semana siguiente. Tales días le parecían distantes ahora a Gordon, aunque se dio cuenta de que debían estar muy presentes en las mentes de los físicos más viejos. Algunos, como Lakin, mostraban un aire de intranquila espera, como si la burbuja estuviera a punto de estallar. El aturdido público, con el muy corto alcance de su capacidad, podía ser distraído con el cuerno de la ambulancia de estabilizadores traseros en sus coches y casas estilo rancho, y olvidaban todo lo relativo a la ciencia. La sencilla ecuación —ciencia igual a ingeniería igual a artículos de consumo— terminaba desvaneciéndose. La física había pasado más tiempo en el fondo de la curva de la S que la química —la Primera Guerra Mundial se había encargado de ello—, y ahora estaba gozando de la difícil escalada. Tenía que llegar a una meseta. Y luego la curva de la S se inclinaría en la otra dirección.
Gordon pensaba en todo esto mientras se dirigía desde el laboratorio escaleras arriba hacia la oficina de Lakin. Los libros de registro del laboratorio estaban cuidadosamente organizados, y habían comprobado multitud de veces la decodificación del mensaje. Sin embargo, no dejaba de sentir deseos de dar media vuelta y evitar ver a Lakin. Llevaban tan sólo unas cuantas frases después de los saludos preliminares cuando Lakin dijo:
—Realmente, Gordon, había confiado en que a estas alturas habría solucionado usted ya su problema.
—Isaac, ésos son los hechos.
—No. —El compuesto hombre se alzó de detrás de su escritorio y empezó a pasear arriba y abajo—. He estudiado con detalle su experimento. He leído sus notas… Cooper me mostró en qué punto se hallaban.
Gordon frunció el ceño.
—¿Por qué no me las pidió a mí personalmente?
—Estaba usted en clase. Y… le hablaré francamente… deseaba ver las anotaciones de Cooper, escritas por su propia mano.
—¿Por qué?
—Admite usted no haber tomado por sí mismo todos los datos.
—No, por supuesto que no. Él tiene que hacer algo por su tesis.
—Y ya está retrasado, sí. Significativamente retrasado. —Lakin se detuvo e hizo uno de sus característicos movimientos, inclinando ligeramente su cabeza y alzando las cejas mientras miraba a Gordon, como si estuviera observándole por encima del borde de unas inexistentes gafas. Gordon suponía que aquélla era una mirada que pretendía comunicar algo imposible de probar pero obvio, una comprensión sin palabras entre colegas.
—No creo que lo esté falsificando, si es eso lo que usted quiere decir —murmuró con firmeza, manteniendo con un cierto esfuerzo Una voz desprovista de inflexiones.
—¿Cómo podría saberlo?
—Los datos que tomé yo personalmente encajan con la sintaxis del resto del mensaje.
—Eso podría ser un efecto deliberado, algo preparado por el propio Cooper. —Lakin se volvió hacia la ventana, las manos juntas tras su espalda, su voz arrastrando ahora una sombra de vacilación.
—Vamos, Isaac.
Lakin se volvió bruscamente hacia él.
—Muy bien. Dígame, entonces, qué es lo que está ocurriendo —dijo crispadamente.
—Tenemos un efecto, pero no una explicación. Eso es lo que está ocurriendo. Nada más. —Agitó la página de mensaje decodificado en el aire, haciendo que reflejara destellos de la luz que penetraba por las ventanas.
—Entonces estamos de acuerdo —sonrió Lakin—. Un efecto realmente extraño. Algo que hace que el spin nuclear se relaje, bing, así simplemente. Resonancia espontánea.
—Eso son tonterías. —Gordon había pensado que estaban llegando realmente a algo concreto, y ahí estaba de nuevo la vieja canción.
—Es una simple exposición de lo que sabemos.
—¿Cómo explica usted esto? —agitó de nuevo el mensaje.
—No lo hago. —Lakin se alzó elaboradamente de hombros—. Y ni siquiera lo mencionaría, si yo fuera usted.
—Hasta que lo comprendamos…
—No. Lo comprendemos suficientemente. Lo bastante al menos como para hablar en público acerca de resonancia espontánea.
—Lakin empezó a trazar un resumen técnico, acentuando los puntos con sus dedos en un gesto preciso. Gordon podía darse cuenta de que había sonsacado a fondo a Cooper. Lakin sabía cómo presentar los datos, qué enfatizar, cómo unas cuantas cifras sobre un papel podían montar un caso extremadamente convincente. «Resonancia espontánea» podía ser un artículo interesante. No, excitante incluso.
Cuando Lakin hubo terminado, planteando ante sí toda la argumentación científica, Gordon dijo casualmente:
—Una historia verdadera sólo a medias sigue siendo una mentira, y usted lo sabe. Lakin hizo una mueca.
—Gordon, durante mucho tiempo le he seguido la corriente. Durante meses. Ya es hora de admitir la verdad.
—Oh. ¿Sobre qué?
—Sobre que sus técnicas deben ser revisadas.
—¿Cómo?
—No lo sé. —Se alzó de hombros, inclinando la cabeza y alzando sus cejas de nuevo—. No puedo estar constantemente en el laboratorio.
—Hemos conseguido poner en orden las señales de resonancia.
—De modo que parezcan decir algo. —Lakin sonrió tolerantemente—. Pueden llegar a decir cualquier cosa, Gordon, si usted trastea lo suficiente con ellas. Mire. —Abrió las manos—. ¿Recuerda, en astronomía, al amigo Lowell?
—Sí —dijo Gordon, suspicaz.
—«Descubrió» los canales de Marte. Los vio durante años, décadas. Otras personas informaron haberlos visto también. Lowell tenía su propio observatorio construido en el desierto, era un hombre rico. Tenía excelentes condiciones de observación allí. Tenía tiempo y buenas dotes observadoras. De modo que descubrió pruebas de que existía inteligencia en Marte.
—Sí, pero… —empezó Gordon.
—El único error fue que llegó a una conclusión errónea. La vida inteligente estaba en su lado del telescopio, no en Marte, al otro extremo. Su mente… —Lakin se llevó un índice a su sien— vio una imagen inconcreta e impuso un orden en ella. Su propia inteligencia estaba engañándole.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo Gordon agriamente. No podía pensar en un contraargumento. Lakin era mejor que él en esas cosas, sabía más anécdotas, tenía un instinto sutil para la maniobra.
—Propongo que no nos convirtamos nosotros también en unos Lowell.
—Publicar inmediatamente lo de la resonancia espontánea —dijo Gordon, intentando pensar.
—Sí. Tenemos que terminar esta semana nuestra proposición a la FNC. Podemos presentar el material sobre la resonancia espontánea. Puedo redactarlo a partir de las notas, de tal modo que podamos utilizar el mismo manuscrito para un artículo en la Physical Review Letters.
—¿De qué servirá enviarlo a la PRL? —preguntó Gordon, intentando decidir qué significaba su propia reacción.
—En nuestra proposición a la FNC podemos listar el artículo en la página de referencias como «sometido a la PRL». Eso llamará la atención sobre él, indica que el artículo es de primera calidad. De hecho… —frunció los labios, juzgando, mirando por encima de sus imaginarias gafas—, ¿por qué no decir «de próxima aparición en la PRL»? Estoy seguro de que lo aceptarán, y «de próxima aparición» tiene mucho más peso.
—Pero no es cierto.
—Lo será pronto. —Lakin se sentó tras su escritorio y se inclinó hacia delante uniendo las manos—. Y le diré francamente que sin algo interesante, algo nuevo, nuestra subvención va a tener problemas.
Gordon lo miró fijamente durante un largo momento. Lakin se levantó de nuevo y reanudó sus paseos.
—No, por supuesto, era sólo una idea. Diremos «sometido a», y eso tendrá que ser suficiente. —Circunnavegó la oficina con un paso comedido, pensando. Se detuvo delante de la pizarra, con sus rápidas anotaciones de los datos—. Un efecto realmente extraño, y el crédito de su descubrimiento es… suyo.
—Isaac —dijo Gordon prudentemente—, no voy a abandonar esto.
—Por supuesto, por supuesto —dijo Lakin, sujetando el brazo de Gordon—. Vaya usted hasta el fondo. Estoy seguro de que el asunto con Cooper se resolverá por sí mismo a su debido tiempo. Deberá arreglar usted la fecha del examen de su candidatura al doctorado, ya sabe.
Gordon asintió ausentemente. Para dedicarse a un programa de investigación exclusivo para una tesis, un estudiante debía someterse a un examen de candidatura oral de dos horas. Cooper iba a necesitar una cierta preparación; tendía a quedarse helado si más de dos miembros de la facultad estaban al alcance de sus oídos, un efecto notablemente común entre los estudiantes.
—Me alegra haber dejado esto bien sentado —murmuró Lakin—. Le mostraré un borrador del artículo para la PRL el lunes. Mientras tanto… —consultó su reloj— el coloquio va a empezar.
Gordon intentó concentrarse en la conferencia del coloquio, pero de alguna forma el hilo argumental se le escapaba constantemente. Sólo a unas hileras de distancia de su asiento, Murray Gell-Mann estaba explicando el esquema de la «vía óctuple» para comprender las partículas básicas de toda la materia. Gordon sabía que tenía que seguir de cerca la discusión, puesto que era una cuestión realmente fundamental. Los especialistas en teoría de partículas decían ya que Gell-Mann debería recibir el premio Nobel por su trabajo. Frunció el ceño y se inclinó hacia delante en su asiento, mirando fijamente las ecuaciones de Gell-Mann. Alguien entre el público hizo una pregunta escéptica, y Gell-Mann se volvió, siempre educado e imperturbable, para responderla. La audiencia siguió el intercambio verbal con interés. Gordon recordó su último año en Columbia, cuando empezó a asistir por primera vez a los coloquios del departamento de física. Había observado un cierto ritual en aquellas reuniones semanales, uno del que nunca había oído hablar. Cualquiera podía formular una pregunta y cuando lo hacía, toda la atención del público se centraba en él. Si había un intercambio verbal entre conferenciante e interrogador, mejor aún. Y un interrogador que atrapaba al conferenciante en un error era recompensado con asentimientos de cabeza de aquellos que lo rodeaban. Todo aquello estaba claro, y estaba doblemente claro que nadie del público se había preparado para los coloquios, nadie estudiaba para asistir a ellos.
El tema del coloquio era anunciado con una semana de anticipación. Gordon empezó entonces a leer sobre los temas y a tomar algunas notas. Revisaba los artículos del conferenciante, poniendo especial atención en la parte de las conclusiones, donde los autores normalmente especulan un poco, lanzan alguna que otra idea atrevida, y ocasionalmente aprovechan para lanzar dardos a sus competidores. Luego leía también los artículos de esos competidores. Generalmente, esto daba origen a algunas buenas preguntas. Ocasionalmente, alguna de esas preguntas, inocentemente formulada, podía clavarse en las ideas del conferenciante como si fuera un puñal. Eso creaba un murmullo de interés en la audiencia, y miradas interrogativas hacia Gordon. Incluso una pregunta vulgar, bien planteada, creaba la impresión de una comprensión profunda. Gordon empezó haciendo sus preguntas desde la parte de atrás. Al cabo de algunas semanas empezó a avanzar. Los principales profesores del departamento siempre ocupaban las sillas de las primeras filas, y pronto estuvo sentado a tan sólo dos filas de distancia de ellos. Empezaron a volverse en sus asientos para observar mientras él formulaba una pregunta. Al cabo de algunas otras pocas semanas estaba en la segunda fila. Los profesores empezaron a saludarle mientras ocupaban sus asientos antes de que empezara el coloquio. Por Navidad Gordon era conocido por la mayor parte del departamento. Al principio había experimentado un cierto sentimiento de culpabilidad por todo aquello pero, al fin y al cabo, él no hacía nada excepto mostrar un permanente y sistemático interés. Si esto lo beneficiaba, mucho mejor. Por aquel entonces se había convertido en un apasionado de la física y de las matemáticas, más interesado en observar a un conferenciante extraer un conejo analítico de un sombrero de altas matemáticas que en asistir a un espectáculo de Broadway. En una ocasión pasó toda una semana intentando desarrollar el último teorema de Fermat, saltándose conferencias para realizar su trabajo. Allá por los alrededores del año 1650, Pierre de Fermat había anotado la ecuación xn+yn=zn en el margen de su ejemplar de la Aritmética de Diofante. Fermat escribió que si x, y, z y n eran números enteros positivos, entonces no había solución a la ecuación si n era mayor que dos. «La prueba es demasiado larga para escribirla en este margen», había anotado Fermat. En los trescientos años desde entonces, nadie había sido capaz de probar aquello. ¿Estaba fanfarroneando Fermat? Quizá no existiera ninguna prueba. Cualquiera que pudiera mostrar la salida con una demostración matemática sería famoso. Gordon batalló con el rompecabezas y luego, dándose cuenta de que aquello perjudicaba su trabajo en las clases, lo dejó correr. Pero se prometió a sí mismo que algún día volvería a él.
El Último Teorema poseía una extrema belleza matemática, pero no era eso lo que le había atraído. Le gustaba resolver problemas, simplemente por el hecho de que estaban allí. La mayoría de los científicos lo hacían; eran jugadores precoces de ajedrez, y gozaban resolviendo rompecabezas. Eso, y la ambición, eran los dos rasgos que los auténticos científicos tenían en común, al menos bajo su punto de vista. Gordon meditó durante un momento en lo distintos que eran él y Lakin, pese a sus intereses científicos comunes… y entonces, repentinamente, se envaró en su silla. Las cabezas que lo rodeaban se volvieron ante su brusco movimiento. Gordon repasó mentalmente su conversación con Lakin, recordando cómo sus palabras acerca del mensaje habían sido limpiamente desviadas, primero con una acusación hacia Cooper, luego con la historia de Lowell, seguida por el aparente dilema de Lakin sobre el asunto de «a publicar en la PRL». Lakin había conseguido el artículo que quería, con Gordon y Cooper como coautores, y Gordon no tenía más que la transcripción de su mensaje.
Gell-Mann estaba describiendo, a su manera, una detallada pirámide de partículas ordenadas según masa, spin y diversos números cuánticos. Todo aquello carecía de significado para Gordon. Rebuscó en el bolsillo de su chaqueta —siempre se ponía una chaqueta para los coloquios, si no una corbata—, y extrajo el mensaje. Se lo quedó mirando por un momento y luego se puso en pie. El público que asistía a la conferencia de Gell-Mann era grande, el mayor lleno de todo el año. Todos parecieron quedárselo mirando mientras se abría camino a través del bosque de rodillas hasta el pasillo. Salió del coloquio tambaleándose ligeramente, con el papel del mensaje arrugado en su mano, Muchos ojos le siguieron hasta que desapareció por una de las puertas laterales.
—¿Tiene sentido? —preguntó Gordon con voz tensa al hombre de pelo canoso que estaba al otro lado del escritorio.
—Bueno, sí, más o menos.
—¿Las referencias químicas son correctas?
Michael Ramsey alzó las manos, las palmas hacia arriba.
—Seguro, hasta tanto puedo seguirlas. Esos nombres industriales… Springfield AD45, Du Pon Analagan 58… no significan nada para mí. Quizá todavía estén en período de desarrollo.
—Lo que dice acerca del océano, y todas esas materias reaccionando juntas… Ramsey se alzó de hombros.
—¿Quién sabe? Somos como niños perdidos en un bosque en lo referente a las cadenas moleculares largas. El hecho de que podamos fabricar impermeables de plástico no quiere decir que seamos magos.
—Mira, he venido aquí a química para encontrar algo de ayuda con el fin de comprender este mensaje. ¿Quién puede saber más al respecto?
Ramsey se echó hacia atrás en su sillón detrás del escritorio, parpadeando sin darse cuenta mientras miraba a Gordon, intentando captar la situación. Tras un momento, dijo con suavidad:
—¿Dónde obtuviste esta información?
Gordon se agitó intranquilo en su silla.
—Yo… mira, no querría que esto saliera de aquí.
—Oh, por supuesto, por supuesto.
—He estado recibiendo algunas… señales extrañas… en uno de mis experimentos. Señales donde no debería haber ninguna. Ramsey parpadeó de nuevo.
—Oh.
—Mira, ya sé que todo este asunto no está demasiado claro. Sólo son fragmentos de frases.
—Eso es lo que esperabas, ¿no?
—¿Esperaba? ¿De que?
—Un mensaje interceptado, captado por una de nuestras estaciones de escucha en Turquía. —Ramsey sonrió con un toque de regocijo, frunciendo su piel en torno a sus azules ojos de tal modo que sus pecas parecieron juntarse.
Gordon se llevó una mano al cuello de su camisa, abrió la boca y volvió a cerrarla.
—Oh, vamos —dijo Ramsey, alegremente ahora que había penetrado en una historia obviamente secreta—. Sé lo que son todas estas cosas de la Inteligencia. Hay montones de tipos que trabajan en ello. El gobierno no puede conseguir la suficiente gente cualificada para tratar con todo esto, así que acuden a asesores.
—No estoy trabajando para el gobierno. Quiero decir, aparte la FNC.
—Por supuesto, no estoy diciendo que lo hagas. Está ese grupo de trabajo que tiene el Departamento de Defensa, ¿cómo lo llaman? Sí, Jason. Hay un montón de chicos brillantes allí, Hal Lewis ahí en Santa Bárbara, Rosenbluth aquí. Gente aguda.
¿Colaboraste en algo en ese trabajo de la reentrada de los misiles balísticos intercontinentales para el Departamento de Defensa?
—No podría decirlo —respondió Gordon con deliberada suavidad. Lo cual era exactamente la verdad, pensó.
—¡Ja! Buena frase. No podría decirlo. ¿Qué es lo que dijo el mayor Daley? «Lavarse no es lo mismo que tomar un baño». No te pediré que me reveles tus fuentes.
Gordon se dio cuenta de que estaba tirando de nuevo del cuello de su camisa, y descubrió que el botón estaba a punto de saltar. En sus días en Nueva York su madre había tenido que coserle uno cada semana o así. Más tarde la frecuencia había descendido, pero últimamente…
—Estoy sorprendido de que los soviéticos estén hablando acerca de este tipo de cosa, sin embargo —murmuró Ramsey, pensando para sí mismo. El fruncimiento alrededor de sus ojos se había relajado, y volvió a deslizarse dentro del molde del químico orgánico experimental ponderando un problema—. No han ido muy lejos en esa dirección. De hecho, en el último congreso en Moscú al que asistí, hubiera podido jurar que iban por detrás de nosotros. Van a dar un impulso bastante grande al empleo de fertilizantes en su próximo plan quinquenal. Pero nada de esta complejidad.
—¿Por qué los nombres de marcas americanas e inglesas? —dijo Gordon resueltamente, inclinándose hacia delante en su silla—. Dupont y Springfield, Y esto… «emitiendo desde el punto de repetido uso agrícola utilicen cuenca amazónica otros emplazamientos», y así.
—Sí —aceptó Ramsey—. Parece curioso. No supones que tenga nada que ver con Cuba, ¿verdad? Ése es el único lugar por donde andan revoloteando los rusos en Sudamérica.
—Hummm. —Gordon frunció el ceño, agitando la cabeza para sí mismo. Ramsey estudió el rostro de Gordon.
—Oh, quizás esto tenga sentido. ¿Algún tipo de acción lateral de Castro en el Amazonas? ¿Un poco de ayuda disimulada a los desheredados, para hacer las guerrillas más populares? Puede tener sentido.
—Parece un poco complicado, ¿no? Quiero decir, todas las otras partes acerca de la neuroenvoltura del plancton y lo demás.
—Sí, no comprendo eso. Quizá ni siquiera forme parte de la misma transmisión. —Alzó la vista—. ¿No puedes conseguir una transcripción mejor que ésta? Esos radioescuchas…
—Me temo que es lo mejor que puedo conseguir. Tú ya comprendes —añadió significativamente. Ramsey se mordió los labios y asintió.
—Si el Departamento de Defensa está tan interesado en conseguir este tipo de información… Fascinante, ¿no? Debe haber realmente algo en ella.
Gordon se alzó de hombros. No se atrevía a decir nada más. Aquél era un juego delicado, dejar que Ramsey se adentrara en una explicación de capa y espada, sin decirle realmente nada que no fueran completas mentiras. Había acudido al departamento de química preparado para explicarlo todo, pero ahora se daba cuenta de que eso no hubiera conducido a ninguna parte. Mejor seguir el juego de esta manera.
—Me gusta —dijo Ramsey con tono decidido. Dio una fuerte palmada a un montón de hojas de examen sobre su escritorio—. Me gusta mucho. Un maldito y curioso rompecabezas, y el Departamento de Defensa interesado en él. Ha de haber algo ahí. ¿Crees que podremos obtener algunos fondos?
Aquello tomó a Gordon por sorpresa.
—Bueno, no sé… no había pensado… Ramsey asintió de nuevo.
—Correcto, entiendo. El Departamento de Defensa no va a soltar dinero sobre cualquier idea alocada que encuentre por ahí. Ellos desean algo más concreto.
—Algo sobre lo que apoyarse.
—Aja. Algunos datos preliminares. Algo que despierte el interés para proseguir con ello. —Hizo una pausa, como si estuviera revisando mentalmente posibilidades—. Tengo alguna idea acerca de como podemos empezar. Pero no puedo ponerme de lleno a ello inmediatamente, lo comprendes. Tengo un montón de otros trabajos en curso en este momento. —Se relajó, se reclinó en su sillón giratorio, sonrió—. Envíame una fotocopia de esto, y déjame madurarlo un poco, ¿eh? Me gusta un rompecabezas como éste. Pone un poco de salsa picante a las cosas. Te agradezco que hayas venido aquí, y que me permitas entrar en ello.
—Y yo me alegro de que tú estés interesado —murmuró Gordon. Su sonrisa era ligeramente amarga y distante.