Capítulo 22

Al día siguiente fui a trabajar. Ya había perdido demasiados turnos. No fue un día fácil de afrontar, ya que hubo momentos de puro pánico. Habría sido igual de haberme quedado en casa, pero al menos en el bar tuve la oportunidad de escuchar que Xavier había logrado salir de la operación y se recuperaría. La presencia de Sam detrás de la barra era tranquilizadora. Sus ojos me siguieron, como si también pensara en mí todo el rato.

Volví a casa cuando todavía era de día. Me alegré de llegar y cerrar la puerta detrás de mí. Me alegré menos al encontrarme al señor Cataliades y a Diantha dentro, pero su presencia no me importunó tanto cuando vi que habían traído a Barry. Su estado no era nada bueno. Me costó convencerlos de que él no podía curarse de la misma forma que los demonios. Es más, estaba bastante segura de que Barry tenía algún hueso roto en la cara y en una de sus manos. Estaba magullado e hinchado por todas partes y se movía con un dolor insoportable.

Le habían colocado sobre la cama de la habitación de invitados al otro lado de mi dormitorio. De pronto recordé con horror que no había cambiado las sábanas desde que Amelia y Bob estuvieron allí. No obstante, después de evaluar el deterioro físico de Barry, me di cuenta de que sus preocupaciones no podían estar más lejos de sábanas usadas. Le inquietaba más orinar sangre.

—Me siento bastante mal —dijo, a través de sus labios agrietados. Diantha me observó mientras le daba un poco de agua, con mucho cuidado.

—Tienes que ir al hospital —le recomendé—. Creo que podemos decir que un coche te golpeó mientras caminabas por la calle o algo así. Y que te quedaste inconsciente.

Mientras las palabras salían de mi boca, me di cuenta de que era una chorrada monumental. No solo cualquier médico competente sería capaz de asegurar que a Barry le habían dado una paliza (y no había sido atropellado por un coche), sino que además estaba harta de mentir y justificar situaciones horribles como esa.

—No vale la pena —dijo Barry—. Voy a decir que me asaltaron, que es más o menos la verdad.

—Así que Newlin y Glassport te pillaron. ¿Qué pensaron que podían sacarte a base de golpes? —Trató de sonreír, pero el intento fue bastante horrible.

—Querían que les dijera dónde estaba Hunter.

Me caí de culo. El señor Cataliades dio un paso adelante, con el rostro sombrío.

—¿Ve por qué es bueno que estén todos muertos? —dijo—. Newlin, Glassport, el hada.

—Él se lo contó —dije, y era casi gracioso cuán profundamente herida me sentía de que Claude hubiera traicionado, también, a un niño.

—No fue el dinero —explicó Cataliades—. No fue eso lo que les hizo persistir en el intento de capturarla más allá de toda razón. Los dos humanos sabían que Claude deseaba verla muerta y estaban más que dispuestos a llevarlo a cabo. Pero querían al niño. Para moldearlo a sus propios fines.

La enormidad de ese hecho se apoderó de mí. Dejé de sentir el más mínimo arrepentimiento o culpa por sus muertes. Ni siquiera me preocupó el exsoldado que había tenido que disparar a Claude.

—¿Cómo encontró a Barry? —pregunté.

—Escuchando sus ondas mentales —contestó el señor Cataliades con sencillez—. Diantha y yo le buscamos siguiendo su mente como un faro. Estaba solo cuando lo encontramos, así que nos lo llevamos. No sabíamos que iban detrás de usted.

—Nolosabíamos —lamentó Diantha.

—Lo hizo muy bien, señor Cataliades. Hizo lo mejor que podía haber hecho —reconocí—. Les debo una a ambos.

—En absoluto —negó—. No nos debe nada.

Miré a Barry. Tenía que salir de aquí y necesitaba un lugar para curarse. Su coche de alquiler estaba en el centro de Bon Temps, tendría que devolverlo al concesionario; se quedaría sin coche, pero era evidente que estaba demasiado hecho polvo para conducir.

—¿Dónde quieres que te llevemos? —le pregunté a Barry, tratando de sonar amable—. ¿Tienes familia con la que ir? Supongo que podrías quedarte conmigo.

Negó con la cabeza débilmente.

—No tengo familia —susurró—, y no podría soportar estar con otra telépata todo el tiempo.

Miré a través de la puerta abierta al señor Cataliades, quien sin duda era familia de Barry. Estaba de pie en el pasillo, afligido. Me miró a los ojos y movió la cabeza de un lado a otro para decirme que Barry no podía ir con él. Había encontrado a Barry y le había salvado la vida, pero eso era todo lo que podía hacer. Por la razón que fuera.

Barry realmente necesitaba a alguien con quien reponerse, alguien que le dejara tranquilo, que le permitiera curarse, que estuviera ahí para echarle una mano. De repente tuve una idea. Cogí el teléfono y encontré el número de Bernadette Merlotte.

—Bernadette —dije, tras saludarnos con cortesía—, dijiste que me debías una vida. No quiero una vida, pero un amigo está herido y necesita un hospital y un lugar para alojarse mientras se recupera. No será una carga, te lo prometo. Es un buen tipo.

Cinco minutos después le dije a Barry que se iba a Wright, Texas.

—Texas no es seguro para mí —protestó.

—No vas a ir a un centro urbano importante —contesté—. Vas a Wright, y no hay ni un solo vampiro allí. Te vas a quedar con la madre de Sam. Es una mujer agradable y no podrás leer su mente con claridad, ya que es una cambiante. No salgas por la noche y no verás a ningún vampiro. Le he dicho que te llamas Rick.

—Está bien —concedió con un hilo de voz.

Al cabo de una hora, el señor Cataliades llevó a Barry al hospital en Shreveport. Me dijo con solemnidad que lo acercaría a Wright en cuanto le dieran el alta.

Barry me envió un correo electrónico tres días después, ya instalado en la antigua habitación de Sam. Estaba mejorando y Bernie le caía bien. No tenía idea de lo que haría después, pero estaba vivo, curándose y pensando en su futuro.

Poco a poco, empecé a relajarme. Más o menos cada tres días tenía noticias de Amelia. Bob finalmente fue trasladado a Nueva Orleans. Su padre había desaparecido y su secretaria había denunciado su desaparición. Amelia no parecía demasiado preocupada por su paradero. Para ella su mundo eran Bob y el bebé. Dijo haber visto al señor Cataliades; trataba de averiguar qué bruja o brujo había fabricado el amuleto que había permitido a Arlene entrar en mi casa. Amelia era de la opinión de que había sido obra de Claude. Yo estaba convencida de que los semidemonios llegarían al fondo de esta cuestión.

Menos de dos semanas más tarde, yo recorrí el camino al altar donde se casaba mi hermano, que era en realidad un estrecho sendero de césped bordeado por una multitud de gente feliz. Las sillas plegables ya estaban colocadas junto a las mesas esparcidas por la hierba. Los invitados permanecieron de pie durante la breve ceremonia. Yo caminaba lentamente, siguiendo el ritmo de los violines que tocaban «Simple Gifts». Llevaba mi precioso vestido amarillo y un ramo de girasoles. El pastor de Michele estaba situado bajo un arco de flores (yo había estado más que encantada de proporcionarles la decoración floral) en el patio trasero de Jason, y los padres de Michele sonreían mientras esperaban junto al arco. No había familia en nuestro lado, pero al menos Jason y yo nos teníamos el uno al otro. Hoyt no perdió el anillo y Michele lucía preciosa al acercarse a donde Jason la esperaba.

Después de la ceremonia, nos hicieron fotos a los cuatro, juntos y por separado. Michele y Jason se pusieron unos delantales sobre los trajes de boda y ocuparon su lugar detrás de la mesa con la carne. Servían costillas y carne de cerdo en rodajas a los invitados, quienes después descendían a las mesas llenas de verdura, panes y postres, todo traído por los asistentes. El pastel, aportado por una amiga de la iglesia de la madre de Michele, esperaba bajo una carpa en solitario esplendor.

Todo el mundo comió y bebió e hizo un montón de brindis.

Sam me había guardado un asiento junto a él, en la mesa de los recién casados, adornada con un lazo blanco. Jason y Michele se unirían a nosotros después de servir a la primera tanda de invitados.

—Estás muy guapa —alabó—. Y el brazo tiene buen aspecto. —Había podido dejar la venda en casa.

—Gracias, Sam. —No nos habíamos visto (excepto en el trabajo) desde la noche en Stompin’ Sally’s. Me había dado el tiempo que le había pedido. Nos habíamos comprometido a ayudar a J.B. y Tara en su pequeño plan de reformas y habíamos decidido ir a ver una película en Shreveport en una semana o dos, una noche que libráramos los dos.

Yo tenía mis ideas sobre cómo progresaría nuestra relación, pero sabía que no hay nada peor que dar las cosas por sentadas.

Más tarde, esa noche, después de ayudar ambos a mi hermano y a su mujer a plegar todas las sillas y mesas y cargarlas en el remolque para llevarlas a la iglesia, Sam me ayudó a entrar en su furgoneta. Mientras nos dirigíamos a mi casa, dijo:

—Tengo una pregunta, chiquilla. —Me llamaron así la noche del maizal y parecía empeñado en seguir haciéndolo.

—A ver, ¿qué? —pregunté, con elaborada paciencia.

—¿Cómo consiguió salir Claude del mundo feérico? Dijiste que estaba sellado. El portal de tu bosque se cerró.

—¿Sabes lo que encontré ayer creciendo en mi jardín? —dije.

—No sé adónde quieres ir a parar, pero está bien, dispara. ¿Qué crecía en tu jardín?

—Una carta.

—¿En serio?

—Sí. En serio. Una carta en el rosal rojo grande junto al garaje. Era como una rosa más.

—¿Y cómo la descubriste?

—Era blanca. El rosal es de color rojo y verde. Yo aparco siempre junto a él.

—Vale. ¿De quién era la carta?

—De Niall, por supuesto.

—¿Y qué tiene que decir Niall?

—Que él, deliberadamente, había creado la posibilidad de que alguien ayudara a Claude a escapar de la cárcel feérica porque estaba seguro de que aún no había cogido a todos los traidores. Cuando su sospechoso lo intentara, Niall atraparía al traidor, y Claude tendría que marchitarse (esa fue la palabra que usó, «marchitarse») en el mundo de los humanos para siempre, despojado de su belleza.

Después de un breve silencio, Sam gruñó:

—No creo que Niall fuera del todo consciente de lo infeliz que sería Claude otra vez en Estados Unidos sin trabajo, dinero ni belleza. O de a quién culparía Claude de todo eso.

—Ponerse en la piel de los demás no es algo propio de Niall —reconocí—. Al parecer, el traidor acabó liberando a Claude y este decidió que la venganza sería lo primero en su lista. Además, debía de tener una cuenta bancaria que Niall desconocía. Claude contactó con Johan Glassport, que había sido su abogado, ya que Glassport era el hombre más despiadado que conocía. Pagó a Glassport para que participara en la primera fase del proyecto «Atrapar a Sookie», que al parecer significaba meterme en la cárcel para toda la vida, para así poder experimentar lo que Claude habría tenido que vivir. Para ayudarles, necesitaban a alguien movido por «odio a Sookie», alguien tentado por una inusual recompensa: dinero y un niño telépata. Glassport rastreó a Steve Newlin. Una vez conseguido todo esto, necesitaban a la víctima perfecta y por eso Glassport sacó a Arlene de la cárcel.

—Es bastante enrevesado —dijo Sam.

—¡Y que lo digas! La verdad es que cuando pensé en cómo se debió sentir Claude en la cárcel feérica, me imaginé más o menos lo que podría hacerme. Pero aun así, habría sido más fácil para él robar un arma y pegarme un tiro.

—¡Sookie! —Sam estaba realmente molesto. Aparcamos junto a mi puerta trasera. Miré por la ventana del coche y me pareció ver un destello blanco en el borde del bosque. Karin. O Bill. Ella y Bill debían de estar viéndose mucho durante la noche.

—Lo sé, a mí tampoco me gusta la imagen mental —acordé—, pero es la verdad. Los planes complicados reducen las posibilidades de éxito. Así que recuérdalo para tus futuros proyectos de venganza. Simple y directo. —Nos sentamos un momento en silencio—. En serio, Sam, me habría muerto si me hubieran torturado de nuevo. Estaba preparada para dejarme ir.

—Pero hiciste que se enfadasen entre ellos. Hiciste que se pelearan y sobreviviste. Tú nunca te rindes, Sook. —Me cogió la mano.

Si hubiese querido empezar a hablar de ese tema, lo habría rebatido. Había renunciado a muchas cosas, tantas que ni siquiera podía evaluarlas, pero sabía lo que Sam quería decir. Quería decir que había mantenido intactos mi cuerpo y mis ganas de vivir. No sabía qué contestar. Y finalmente fue exactamente eso lo que le dije a Sam:

—Ya no tengo nada que decir.

—No, eso nunca. —Se acercó a mi lado de la camioneta y me ayudó a bajar, con mis tacones altos y mi vestido ceñido. Puede que hubiera un poco más de contacto del estrictamente necesario. Puede que incluso mucho más contacto—. Lo tienes todo —añadió—. Todo. —Me rodeó con sus brazos—. Ojalá reconsiderases dejarme pasar aquí la noche.

—Me tienta la idea —confesé—, pero esta vez vamos a ir despacio y con seguridad.

—Yo tengo la seguridad de que quiero estar en la cama contigo. —Apoyó su frente contra la mía. Luego se rio, solo un poco—. Tienes razón —dijo—. Es la mejor manera. Aun así, es difícil ser paciente cuando ya se sabe lo bueno que puede ser.

Me gustaba estar abrazada a él, sentirle cerca. Y si alguien me hubiese preguntado, habría confesado que pensaba que Sam y yo acabaríamos juntos… quizá a partir de Navidad, y quizá para siempre. No me podía imaginar un futuro sin él. Pero también sabía que, si se alejaba de mí en este momento, yo podría superarlo; y lograría encontrar la manera de florecer, como la vegetación que seguía brotando y creciendo alrededor de mi casa familiar.

Soy Sookie Stackhouse. Pertenezco a este lugar.