Capítulo 21

Teóricamente, mi primo Claude, el hada, jamás vería de nuevo el mundo humano. Sin embargo, allí estaba, con dos de mis peores enemigos, secuestrándome. No lo entendía.

—¿Cuántos enemigos tengo? —grité.

—Muchos, Sookie, muchos —respondió Claude. Su voz era suave y sedosa, pero no amable. Una voz seductora combinada con un rostro de pesadilla… Dios, era horrible—. Fue muy fácil contratar a Steve y Johan para que me ayudaran a seguir tus pasos.

Steve Newlin y Johan Glassport se habían sentado contra la pared de la furgoneta, felicitándose por un trabajo bien hecho. Steve sonreía todo el tiempo.

—Me alegro de haber servido de ayuda —dijo como si le hubiera sacado la basura a Claude—, después de lo que le pasó a mi pobre esposa.

—Y yo me alegro de haber servido de ayuda —dijo Johan Glassport—, solo porque te odio, Sookie.

—¿Por qué? —Realmente no podía entenderlo.

—¡Estuviste a punto de arruinarlo todo en Rhodes! ¡Para Sophie-Anne y para mí! —exclamó—. Y no viniste a buscarnos cuando supiste que el edificio iba a desplomarse. Rescataste a Eric.

—Sophie-Anne está muerta, así que da igual —le espeté—. Pensé que tú serías como una cucaracha, que sobrevivirías a una explosión nuclear.

Vale, quizá decir eso no fue lo más inteligente, pero, la verdad, era una locura pensar que habría corrido a ayudar a dos personas que no me caían especialmente bien cuando sabía que el hotel iba a estallar en cualquier momento. Por supuesto, había rescatado a la gente que más apreciaba.

—En realidad, me gusta hacer daño a las mujeres —dijo Glassport—. No necesito una razón especial. Me gustan más las mujeres de piel oscura, pero tú me valdrás. Si no hay otra cosa… —Y diciendo esto, introdujo el cuchillo en mi brazo. Grité.

—Casi nos cruzamos con los otros tipos que andaban detrás de ti —dijo Newlin en tono coloquial, como si yo no estuviera sangrando tirada en el suelo de la furgoneta. Se había puesto contra la pared del lado del conductor. Había una cinta a la que tenía que agarrarse porque Claude iba muy rápido y no era buen conductor—. Pero, al parecer, ya te has encargado de ellos. Y con la vampira haciendo guardia en el bosque, no podíamos vigilarte por la noche. Supimos que Dios se portaba bien con nosotros cuando vimos la oportunidad esta noche.

—¿Y tú, Claude? —le pregunté, con la esperanza de postergar otra cuchillada de Johan—. ¿Por qué me odias?

—Después de mi intento de organizar un golpe de Estado para derrocar a Niall, supe que me mataría. Habría sido una muerte noble. Pero como Dermot se fue de la lengua y habló de mi búsqueda del cluviel dor, mi querido abuelo decidió que matarme sería algo demasiado rápido, así que decidió torturarme… durante un tiempo más que considerable.

—No ha pasado tanto tiempo —protesté.

—A ti te han torturado —dijo—. ¿Cuánto tiempo te pareció que pasaba?

Tenía razón.

—Además, estábamos en el mundo feérico y el tiempo allí transcurre de manera diferente. Las hadas aguantan más dolor que los seres humanos.

—Aunque tenemos intención de descubrir dónde están tus límites —dijo Glassport.

—¿Adónde vamos? —Temía la respuesta.

—Oh, hemos encontrado un pequeño lugar —dijo Glassport—. Aquí, a dos pasos —soltó la expresión coloquial con burla.

Pam había malgastado su sangre al curarme. Ahora tenía una zona más donde ser torturada. No me importa confesar que había agotado mis recursos, y alguno más. No sabía lo rápido que Sam, Jason y Michele serían capaces de seguirme, si es que sabían qué dirección había tomado la furgoneta. Quizá el revuelo por el secuestro y el apuñalamiento del portero les había impedido incluso salir por la puerta. Y mi guardiana vampira, Karin, estaba en mi casa, probablemente asegurándose de que los mapaches no se comieran mis tomates.

La primera regla para los intentos de secuestro es: «No te metas en el coche». Bueno, esa ya la había desatendido, aunque tuve mi oportunidad. Probablemente la segunda regla fuera: «Observa adónde te diriges». ¡Y vaya si lo sabía! Íbamos hacia el norte, o el sur, o el este o el oeste. Me obligué a no ser una «doña inútil» y empecé a pensar. Al salir del aparcamiento, habíamos girado a la derecha, es decir, dirección norte. Vale. Debía haberse podido ver desde Stompin’ Sally’s, ya que no había muchos árboles que ocultaran el campo de visión… si es que alguien había tenido la suficiente claridad mental para mirar.

No recordaba que Claude hubiera hecho ningún giro desde entonces, algo que incluso Claude sabría que es estúpido. Eso quería decir que nos dirigíamos a un lugar que habían considerado «seguro» y que debía de estar muy cerca. Cabía suponer que planeaban llegar y ocultar la furgoneta con rapidez, antes de que la búsqueda comenzara.

Quería rendirme en ese mismo momento. Creo que nunca me había sentido tan derrotada. Johan Glassport me seguía mirando con esa anticipación enfermiza y Steve Newlin rezaba en voz alta, dando gracias al Señor por entregarle a su enemigo. Mi corazón se hundió todo lo que se podía hundir.

Ya me habían torturado en el pasado, como Claude tan amablemente me recordó, y aún tenía en mi cuerpo las cicatrices. También tenía heridas en mi espíritu, y esas las tendría siempre, por muy bien que me recuperara físicamente. Lo peor de todo era que yo ya sabía lo que venía a continuación. Solo quería que todo acabara, aunque significara morir…, y sabía que tenían la intención de matarme. La muerte sería más fácil que pasar por eso otra vez, lo tenía muy claro. Pero aun así traté de reunir fuerzas. Lo único que podía hacer era hablar.

—Lo siento, Claude —lamenté—. Siento que Niall te hiciera eso. —Haberse ensañado con su rostro era un objetivo especialmente cruel, ya que Claude había sido extraordinariamente guapo y muy vanidoso. Si le hubieran gustado las mujeres, las habría tenido a puñados, en lugar de probar alguna de vez en cuando. Pero a Claude le gustaban los hombres, los hombres poco refinados, y ellos le habían correspondido con entusiasmo. Niall había encontrado un castigo perfectamente devastador a la traición de Claude.

—No te sientas mal por mí —dijo Claude—. Espera a ver lo que vamos a hacerte.

—¿Y cortarme con un cuchillo va a arreglarte?

—No es eso lo que busco.

—¿Qué buscas?

—Venganza —reconoció.

—¿Qué te he hecho yo, Claude? —pregunté; sentía sincera curiosidad—. Te dejé vivir en mi casa. Cociné para ti. Te dejé dormir en mi cama cuando te sentías solo. —Por supuesto, todo el tiempo se dedicó a peinar mi casa en busca del cluviel dor, pero yo entonces no lo sabía. Me había alegrado de tenerlo allí. Tampoco sabía nada del complot contra Niall, de la rebelión que Claude había estado fomentando entre las demás hadas que se quedaron fuera del mundo feérico, cuando Niall cerró los portales que comunicaban ambos mundos.

—Tú fuiste la causante de que Niall quisiera cerrar el mundo feérico para siempre —contestó Claude, sorprendido de que incluso preguntara.

—¿No iba a cerrarlo de todas formas? —Madre mía.

Steve Newlin se inclinó hacia delante para darme una bofetada.

—Cállate, puta del diablo —dijo.

—No la vuelvas a pegar a menos que yo te lo diga —dijo Claude. Y debió de haberles dado un gran motivo para tenerle miedo al comienzo de su relación, porque Glassport guardó su cuchillo y Newlin volvió a apoyarse contra la pared de la furgoneta. No me habían atado, supuse que era el punto débil de un secuestro improvisado: nada con lo que sujetar a la víctima.

—¿Crees que mis razones para odiarte son infundadas? —preguntó Claude, y giró hacia la izquierda con violencia. Rodé hacia un lado, y solo cuando la furgoneta se enderezó fui capaz de hacer algunos movimientos cautelosos para sentarme de nuevo. Si quería evitar estar cerca de los dos hombres, tenía que permanecer sentada en el medio de la furgoneta, por lo que cualquier giro brusco o bache me tiraría al suelo. Vale, genial. Entonces me fijé en un asa en la parte posterior del asiento del copiloto, y me sujeté.

—Creo que sí —le contesté—. No hay razón para que me odies. Yo nunca te odié.

—No querías acostarte conmigo —señaló Claude.

—Maldita sea, Claude, ¡eres gay! ¿Por qué iba yo a querer tener relaciones sexuales con alguien que fantasea con una barba incipiente?

Ni Claude ni yo consideramos que acabara de decir nada extraordinario, pero al ver a los dos humanos, cualquiera creería que acababa de meterles un arreador eléctrico de ganado por el culo.

—¿Es eso cierto, Claude? ¿Eres un hada «mariposa»? —La voz de Steve Newlin era ahora muy desagradable y Johan Glassport había vuelto a sacar el cuchillo.

—Oh, oh —dije, solo para alertar a Claude (ya que, después de todo, él era quien conducía el vehículo) de que había disensión en sus filas—. Claude, tus amigos son homófobos.

—¿Qué significa eso? —me preguntó.

—Odian a los hombres a los que les gustan otros hombres.

Claude parecía perplejo y pude ver la distorsión y el odio en los cerebros de los dos hombres. Sabía que de forma no intencionada había aumentado salvajemente las revoluciones de sus motores éticos.

En condiciones normales, para generar conflicto en las filas, me habría encantado que vieran la orientación sexual de Claude como un problema muy grave. Pero, de nuevo, el que conducía era él, así que yo era la víctima disponible más cercana.

—A mí me parecía un hombre duro —le dijo Glassport a Steve Newlin—. Claude habría matado a ese joven si el abogado no hubiera interferido.

Por fin tenía una pista de lo que le había pasado a Barry. Tenía la esperanza de que el «abogado» fuese el señor Cataliades y de que lo hubiese rescatado.

—Johan, ¿me estás diciendo que soy menos hombre porque me gusta compartir la cama con otros hombres? —preguntó Claude con desconcierto.

Glassport puso una mueca de asco.

—Estoy diciendo que mi opinión sobre ti ha empeorado —respondió—. No me gusta el contacto contigo.

—Y yo pienso que irás directo al infierno con los diablillos de Satanás —dijo Steve Newlin—. Eres una abominación.

Había más de una «abominación» en la furgoneta, pero no iba a sacar el tema. Con mucho cuidado, me acerqué un poco a la puerta lateral corredera junto al asiento del copiloto. Glassport tenía la espalda apoyada en esa misma puerta, pero un poco más alejado de la parte delantera.

Si Glassport se apartaba de la puerta, solo un poco, la abriría y me tiraría fuera. Pude ver que no estaba cerrada. Por supuesto, estaría bien que Claude desacelerara primero. No tenía ni idea de lo que había fuera de la furgoneta, ya que no veía por las ventanas delanteras, pero deducía que seguíamos por terreno agrícola, y con toda la lluvia que habíamos tenido últimamente, existía la posibilidad de hacer un aterrizaje relativamente suave. Quizá. Tendría que actuar con rapidez y sin vacilación.

Desafiaría a cualquiera a tirarse de un vehículo en marcha sin vacilar. La idea me hacía temblar.

—Entonces debemos tener un debate serio —dijo Claude, y su tono de voz pasó a ser muy, muy sexi—. Un debate muy serio sobre el derecho que tenemos todos a encontrar a alguien que quiera tener relaciones sexuales con nosotros. —Su voz rezumaba sobre nosotros como caramelo caliente.

La voz no me afectaba tanto como a Newlin y Glassport, cuyo aspecto era extrañamente agitado y terriblemente asustado.

—Sí, a muchos hombres les gusta pensar en las caderas curvas y los muslos firmes de otros hombres —continuó Claude con ese tono de voz.

Vale, por mí, lo podía dejar ahí. Empezaba a sentirme extremadamente incómoda.

—Pensar en sus pollas duras y sus huevos rebosantes —dijo Claude, lanzando un hechizo con su voz acaramelada. Para mí eso era lo opuesto a sexi, pero los dos hombres se miraban entre ellos con evidente lujuria, y yo no me atrevía a mirar sus entrepiernas. Dios, ¡qué asco! No estos dos. Grotesco.

Y entonces Claude cometió un gran error. Estaba tan seguro de su sexualidad, tan seguro de su público, que hizo el equivalente hipnótico a un corte de mangas.

—¿Veis? —dijo con tono normal, y el hechizo desapareció—. ¡Es muy fácil!

Steve Newlin se volvió loco. Se lanzó al asiento del conductor, cogió a Claude por el pelo y empezó a golpearlo en la cara. La camioneta empezó a dar giros en todas direcciones. Una sacudida particularmente violenta lanzó a Johan Glassport hacia el otro lado, mientras yo me giraba para sujetarme al asa con las dos manos.

Claude trató de defenderse, y dado que Glassport tenía un cuchillo en la mano, decidí que era momento de largarse de allí. Me puse de rodillas para ver adónde íbamos. La furgoneta cruzó una carretera, que, gracias a Dios, estaba vacía, y después caímos a un terraplén de poca profundidad. Subimos de nuevo para terminar en un maizal. Las luces brillaban a través de los tallos de una manera estremecedora, pero, estremecedora o no, yo saldría de la furgoneta ahora.

Tiré de la manilla y la puerta se abrió. Me caí al suelo dando vueltas. Johan gritó, pero me puse de pie y corrí y corrí, oyendo cómo las plantas de maíz causaban un alboroto tremendo a mi paso. Era tan ruidosa como un rinoceronte, y me sentía igual de pesada y torpe.

Pensé que se me saldrían las botas de cowboy, pero no fue así, y dediqué una milésima de segundo a desear haberme decidido por los pantalones vaqueros. Pero no, quería estar guapa y sexi, y ahí estaba yo ahora, corriendo a través de un maizal con mi vida en peligro mientras vestía una falda coqueta y una blusa de encaje blanca. Además, me sangraba el brazo. Gracias a Dios, no me perseguía ningún vampiro.

Quería alejarme de la luz. Quería encontrar un lugar donde refugiarme. O una casa llena de escopetas; eso estaría genial. Nos habíamos desviado hacia el sur hasta una plantación junto a una carretera que iba al oeste. Empecé a abrirme camino a través de las plantas de maíz en lugar de correr en paralelo a las filas de la plantación. Si fuera al oeste, y después hacia el norte, acabaría saliendo a la carretera. Pero tenía que encontrar un lugar oscuro para ocultar mis movimientos. Dios sabía que estaba haciendo demasiado ruido.

Pero no estaba oscuro. ¿Por qué no? Plantación, de noche, un solo vehículo…

Había más de un vehículo.

Una riada de unos diez vehículos llegaba por la carretera.

Abandoné mi estampida hacia el oeste. Cambié de dirección y me fui hacia los coches, rezando porque al menos uno se detuviera donde la furgoneta había salido de la carretera.

Todos se detuvieron. Todos ellos se posicionaron para que sus luces iluminaran hacia la furgoneta situada en la plantación. Oí un montón de gritos y advertencias, y corrí hacia ellos, porque sabía que todas estas personas habían seguido a la furgoneta desde el aparcamiento para rescatarme. O para vengar al portero. O simplemente porque uno no interrumpe un buen baile country sacando a la fuerza a una de las participantes. Sus cabezas estaban llenas de indignación. Y en ese momento yo los adoraba a cada uno de ellos.

—¡Socorro! —grité mientras me abría camino a través del maíz—. ¡Socorro!

—¿Eres Sookie Stackhouse? —gritó una profunda voz grave.

—¡Sí! —contesté—. ¡Voy a salir ahora!

—La señorita va a salir —retumbó una voz grave de barítono—. ¡No la disparéis!

Salí del maíz a unos diez metros al oeste de donde había entrado la furgoneta y corrí por el borde de la plantación hacia donde estaban mis salvadores.

Y el hombre de la voz grave gritó:

—¡Al suelo, cariño!

Yo sabía que se refería a mí, y me zambullí en el suelo como si estuviera entrando en el océano. Su rifle abatió a Johan Glassport, que había salido de la plantación de maíz detrás de mí. Un segundo después estaba rodeada de gente que me ayudaba a ponerme de pie, gritaba al ver mi brazo sangrante o me sobrepasaba para quedarse en un círculo silencioso en torno al cuerpo del abogado asesino.

Uno menos.

Un grupo destacado se dirigió hacia el maizal para ver qué había sucedido en la furgoneta. Sam, Jason y Michele me llamaron. Expresaron intensos sentimientos, culpa; brotaron lágrimas (bueno, las de Michele), pero lo que importaba era que yo estaba a salvo y con la gente que se preocupaba por mí.

Un hombre fuerte y silencioso se acercó y me ofreció su pañuelo para cubrir el brazo. Lo acepté y le di las gracias con sinceridad. Michele me lo vendó, pero iba a necesitar puntos de sutura. Por supuesto.

A continuación hubo otra oleada de exclamaciones. Traían a Claude y a Steve Newlin por el sendero de tallos caídos.

Claude estaba gravemente herido. Glassport le había clavado el cuchillo al menos una vez, y Steve Newlin le había golpeado con fuerza la cara.

Habían obligado a Newlin a ayudarles a cargar al hada hasta la carretera y eso lo detestó más que cualquier otra cosa.

Cuando estuvieron lo suficientemente cerca para oírme, dije:

—Claude, cárcel para humanos.

Sus pensamientos se centraron, aunque no pude leerlos. Entonces lo comprendió. Como si alguien le hubiera dado una inyección de sangre de vampiro, se volvió loco. Absolutamente reenergizado, giró sobre Steve Newlin, derribándolo con una fuerza terrible, y luego saltó hacia el buen samaritano más cercano, un hombre con una camiseta de Stompin’ Sally’s. Y el buen samaritano lo mató a tiros.

Dos menos.

Para hacer las cosas aún más fáciles, Claude había tirado a Steve Newlin con la fuerza suficiente como para fracturarle el cráneo, y escuché después que había muerto esa misma noche en el hospital Monroe, donde lo trasladaron después de estabilizarlo en Clarice. Antes de ser trasladado confesó su participación en el asesinato de Arlene. Quizás el Señor lo perdonara. Yo no lo hice.

Tres menos.

Después de hablar con la policía, Sam me llevó al hospital. Le pregunté por Xavier. Estaba en el quirófano. El médico de urgencias, para mi profundo alivio, pensó que unos puntos de aproximación serían suficientes para mi brazo. Quería volver a casa. Había pasado suficiente tiempo en hospitales y suficientes noches asustada.

Ahora, todos los que deseaban mi mal estaban muertos. Al menos todos a los que conocía. No es que me alegrara, pero tampoco me generaba dolor. Cada uno de ellos habría estado muy contento viéndome camino a la tumba.

Estaba muy conmocionada tras mi secuestro en Stompin’ Sally’s. Unos días más tarde, la propia Sally me llamó. Me dijo que me enviaría un vale para diez bebidas gratis en su establecimiento y se ofreció a comprarme un nuevo par de botas de cowboy, ya que las mías no volverían a ser las mismas tras la huida a través del maizal. Se lo agradecí, pero en ese momento no estaba segura de querer bailar country en el futuro.

Sabía que no sería capaz de volver a ver la película Señales nunca más.

No había forma de darle las gracias a todos los que salieron del bar en sus vehículos para tratar de localizar la furgoneta. Al menos otros cinco coches se habían dirigido hacia el sur, por si Claude había vuelto sobre sus pasos para despistar. Tal y como me dijo el camarero:

—Todos estábamos listos para protegerte, chiquilla.

Esta «chiquilla» estaba agradecida. Y también lo estaba de que, mientras esperábamos a la policía, de entre toda la gente que me escuchó recordarle a Claude a lo que se enfrentaría, solo el camarero del Stompin’ Sally’s que le disparó me preguntara qué quise decir. Me expliqué de la forma más simple y concisa que pude:

—Él no era humano, y yo sabía que estaría en una cárcel humana durante un siglo o más. Habría sido horrible para él. —Era todo lo que tenía que decir.

—¿Sabes que tuve que dispararle porque le dijiste eso? —preguntó el hombre con firmeza.

—Si hubiera tenido una pistola, lo habría hecho yo misma. —Era todo lo que podía ofrecer—. Y tú sabes que te estaba atacando y que habría continuado hasta que alguien le parara. —Por los pensamientos del hombre, supe que era un veterano de guerra y que ya había tenido que matar antes. Esperaba no volver a hacerlo de nuevo. Otra cosa con la que yo tendría que vivir. Y él también.