Cuando terminó, se marchó y yo llamé al bar.
—Necesito que vengas a casa —le dije a Sam.
—¿Sookie?
—Ya sabes que soy yo.
—Kennedy no está, así que tengo que quedarme en el bar.
—No. No es que tengas que quedarte ahí, es que teóricamente no puedes ni hablar conmigo ni venir a verme. Pero te estoy diciendo que quiero hablar contigo ahora y que quiero que alguien se quede a cargo del bar mientras tú mueves el culo y te largas de allí. —Estaba muy, muy enfadada y mi comportamiento había sido tan grosero que a la abuela le habría dado algo. Colgué.
Treinta minutos después oí la camioneta de Sam. Yo estaba de pie en la puerta del porche trasero cuando subió los escalones. Pude ver una nube de arrepentimiento a su alrededor, era tan evidente que casi se podía tocar.
—Ni se te ocurra decirme que no deberías estar aquí y que no puedes entrar —dije finalmente. Al ver su infelicidad, decidí tomarme un tiempo antes de contraatacar—. Vamos a hablar. —Sam se resistía a entrar y le cogí la mano de la misma forma que él había cogido la mía en el hospital. Tiré de él hacia mí e intentó apartarse, ofreció resistencia, pero sabía que no podía hacer nada brusco—. Ahora vas a sentarte en el salón y vas a hablar conmigo. Y antes de que te inventes una historia, déjame que te diga… Bill se presentó aquí anoche con algo muy interesante que contarme. Así que lo sé todo, aunque no conozco todos los detalles.
—No debería. He prometido no hacerlo.
—No tienes elección, Sam. No te la voy a dar.
Cogió aire.
—Ni tú ni yo teníamos suficiente dinero para la fianza. No iba a permitir que estuvieras en ese lugar más tiempo del necesario. Llamé al presidente del banco para pedirle un préstamo dando el bar como aval, pero no aceptó.
Ese dato no lo sabía. Estaba horrorizada.
—Oh, no, Sam…
—Así que —pasó por encima de mis palabras—, recurrí a Eric en cuanto oscureció. Por supuesto, él ya sabía que te habían arrestado y estaba totalmente cabreado, pero sobre todo estaba enfadado porque yo había tratado de sacarte de allí pagando la fianza sin contar con nadie. Esa vampira, Freyda, estaba sentada junto a él. —Sam estaba tan furioso al recordar la escena que tenía sus dientes al descubierto—. Finalmente, ella le dijo que podía pagar tu fianza a cambio de algunas condiciones.
—Sus condiciones.
—Sí. La primera era que nunca volvieras a ver a Eric ni entraras en Oklahoma. Bajo pena de muerte si lo incumplías. Eric contestó que no, que tenía una idea mejor. Él intentaba que ella pensara que iba a hacerte daño, pero en realidad me lo estaba haciendo a mí. Aceptó no estar nunca contigo a solas y que no entraras en Oklahoma, pero añadió algo que a ella jamás se le habría ocurrido: yo nunca podría decirte que fui yo quien le pidió a Eric que pagara tu fianza y, además, jamás podría… cortejarte.
—Y tú aceptaste. —Estaba sintiendo unas cinco emociones diferentes a la vez.
—Acepté. Me pareció la única forma de sacarte de ese maldito calabozo. Confieso que no había dormido y que mi cabeza no estaba demasiado despejada.
—De acuerdo. Déjame que te diga algo ahora mismo. Desde esta mañana los bienes de Claudine están desbloqueados y puedo pagar mi propia fianza. No sé exactamente cómo hacerlo, pero podemos ir al juzgado mañana y decirles que le devuelvan su dinero a Eric y pongan el mío en su lugar. No estoy segura de cómo funciona todo eso, pero apuesto a que podemos hacerlo. —Por fin tenía una idea coherente de lo ocurrido. Eric estaba enfadado por perder control sobre su propia vida; además, creía tener la certeza de que Sam esperaba su momento para sustituirle en mi cama. Había algunas implicaciones en esas hipótesis que decidí almacenar para pensarlas más tarde.
—¿Estás enfadada conmigo? —preguntó Sam—. ¿O piensas que soy maravilloso por intentar sacarte? ¿O un imbécil por hacer un trato con Eric? ¿O afortunado de que Bill te dijera la verdad? —En su mente se mezclaban el optimismo, el pesimismo y el recelo—. Aún no sé qué hacer con la promesa que le hice a Eric.
—Me siento muy aliviada de que estés bien. Hiciste lo que creíste que era mejor y tu única motivación para aceptar algo tan estúpido era sacarme de una situación horrible. ¿Cómo no voy a estar agradecida por ello?
—No quiero que me des las gracias —dijo—. Lo que quiero es que seas mía. Eric tenía razón en cuanto a eso.
Y mi vida se dio la vuelta. Otra vez.
—O acaba de sacudirnos un terremoto o has dicho que… ¿quieres que sea tuya?
—Sí. Nada de terremotos.
—Ya. Bueno. Imagino que tengo que preguntar qué ha cambiado. Yo era la última persona a la que querías ver cuando tú…
—Estaba superando el haber muerto.
—Sí, eso.
—Quizá me sintiera como te sientes tú ahora. Quizá me sintiera que había estado tan cerca de morir para siempre que era mejor detenerme un instante y reflexionar sobre mi vida. Quizá no me gustara mucho lo que había hecho con ella hasta el momento.
Esa era una faceta de Sam que no había visto nunca.
—¿Qué era lo que no te gustaba? —Sabía que él quería pasar al tema personal, a nosotros, pero tenía que conocer ciertas respuestas.
—No me gustaban mis elecciones en cuanto a las mujeres —soltó de forma inesperada—. He estado escogiendo a mujeres que estaban más allá de lo inaceptable. Ni siquiera me había dado cuenta hasta que supe que no quería llevar a Jannalynn a mi casa para que conociera a mi madre. No quería presentársela a mis hermanos. Me daba miedo que jugara con mis sobrinos. Y eso me hizo preguntarme: ¿por qué salgo con ella?
—Era mejor que la ménade —dije.
—Oh, Callisto… —enrojeció—. Es una fuerza de la naturaleza, ¿entiendes, Sookie? Es imposible resistirse a una ménade. Si eres un cambiante o un salvaje de cualquier índole, tienes que responder a su llamada. No sé cómo es el sexo con un vampiro, nunca lo he hecho, pero tú siempre pareciste pensar que era estupendo…, y supongo que Callisto es algo así como el equivalente para los cambiantes. Es salvaje y peligrosa.
Había cosas de esa analogía que no me agradaban, pero no era momento de entrar en detalle.
—Así que has salido con mujeres de las que no estás orgulloso y piensas que es porque… —Tenía unas ganas inmensas de saber adónde conducía todo esto.
—Una parte de mí reconocía que…, vaya, esto va a sonar como la peor trola egoísta del mundo. Una parte de mí no paraba de insistir en que estaba siendo un ser sobrenatural terrible, que había nacido para ser un cambiante solitario y que las mujeres a las que amara debían ser tan salvajes y antisociales como la estúpida imagen que tenía de mí mismo.
—¿Y ahora sientes…?
—Ahora siento que soy un hombre. Un hombre que también es un cambiante —explicó—. Creo que estoy preparado para empezar una relación…, una unión… con alguien a quien respeto y admiro.
—¿En vez de…?
—En vez de con otra cabrona sociópata que solo me ofrezca fuertes emociones y sexo salvaje. —Me miró, esperanzado.
—Ya. Creo que acabas de fastidiarlo.
—Oh, oh. —Se lo pensó—. Alguien a quien respeto y admiro y que sospecho que también es capaz de ofrecer emociones fuertes y sexo salvaje —corrigió.
—Mejor. —Pareció aliviado—. No estoy tan sorprendida con esto como debería —reconocí—. Supongo que Eric te supo interpretar mejor que yo. Él sabía que, si me dejaba, tú eras el siguiente esperando en la cola. ¡Y no es que crea que hay una cola! —añadí apresuradamente cuando Sam me miró con sorpresa—. Lo que quiero decir es que… él vio más allá y yo no. O que él lo vio más claro.
—Creo que estoy más que preparado para que Eric deje de formar parte de esta conversación —dijo Sam.
—Descuida.
—¿Aún le quieres? —preguntó Sam de repente, sacando otra vez el tema prohibido.
Reflexioné antes de contestar.
—Dices que el cluviel dor te cambió y ahora quieres algo diferente de la vida de lo que querías antes. Pues bien, también me cambió a mí. O quizá simplemente me despertó. Quiero estar segura. No quiero más relaciones impulsivas ni relaciones que puedan matarme. No quiero planes secretos ni malentendidos a gran escala. Ya he tenido suficiente de todo eso. Puedes llamarme gallina si te parece que estoy siendo cobarde. Ahora quiero algo diferente.
—De acuerdo —dijo—. Nos hemos escuchado el uno al otro. Suficiente rollo serio por hoy, ¿vale? Voy a ayudarte a que vayas a la cama porque creo que es ahí donde tienes que estar.
—Tienes razón —accedí, ahogando un gemido mientras me incorporaba del sofá—. Y agradezco tu ayuda. ¿Me podrías traer un analgésico y un poco de agua? Están en la encimera de la cocina. —Sam desapareció. Le llamé—. Estoy esperando a que vengan el señor Cataliades y Diantha. Y Barry. Me encantaría saber dónde están mis huéspedes.
Sam regresó con la pastilla y un vaso de agua en menos que canta un gallo.
—Lo siento, Sook. Me he distraído tanto con nuestra charla… Olvidé decirte que Barry vino al bar hoy por la tarde para decir que él y los dos demonios estaban buscando algo. ¿O era a alguien? Me dijo que no te preocuparas, que se pondrían en contacto contigo. ¡Ah! Y me dio esto. Si no hubieras llamado, le habría dicho a Jason que te lo trajera.
Eso me hizo sentir algo mejor.
Sam sacó una hoja blanca doblada de su bolsillo. Era un papel cuadriculado y, aunque había salido de una bolsa de basura, apenas olía. Sin prestar atención a las líneas del papel, una extrañísima caligrafía llenaba una de las caras. Quienquiera que hubiera escrito esa nota había usado un rotulador gastado. La nota decía: «La puerta estaba abierta, así que he dejado algo en tu escondite secreto. Nos vemos».
—¡Dios mío! —dije—. Han metido algo en el hueco para dormir de los vampiros, en la habitación de invitados. —Bill lo había construido cuando éramos novios para poder pasar el día en mi casa si tenía que hacerlo. El suelo del armario de ese dormitorio se levantaba. Mustafá había venido a recoger algunas de las pertenencias de Eric antes de que se marchara. Me pregunté si había tenido la oportunidad de finalizar esa tarea el día que Warren disparó a Tyrese.
—¿Crees que hay un vampiro ahí dentro? —Sam estaba alucinando, por decirlo suavemente. Me dio la pastilla y el agua y me la tomé.
—Si hubiera un vampiro, ya estaría despierto.
—Imagino que será mejor que lo comprobemos —sugirió Sam—. No querrás pasar la noche preguntándote qué puede salir de ese escondite. —Me ayudó a levantarme y entramos en el dormitorio. Amelia había recogido todas sus cosas y las de Bob, pero la cama estaba deshecha. Vi un calcetín bajo la mesilla de noche al sacar una linterna del cajón. Se la di a Sam.
La nada envidiable tarea de abrir el escondite era suya.
La tensión aumentaba cada vez más a medida que Sam averiguaba cómo levantar el suelo del armario. Alzó la tapa y miró dentro del escondite.
—Mierda —dijo Sam—. Sookie, ven a ver esto.
Lentamente, me acerqué a la puerta abierta del armario. Miré hacia abajo por encima del hombro de Sam. Copley Carmichael estaba ahí, bien atado y amordazado. Elevó la vista para mirarnos.
—Ciérralo, por favor —pedí, y despacio abandoné la habitación.
Había imaginado que tendría uno o dos días relajados para recuperarme, leyendo en la cama con quizá alguna incursión al salón para ver la televisión o intentar aprender a jugar a algún videojuego en el ordenador. Había comida de sobra en mi frigorífico, ya que lo había llenado para mis huéspedes. No tendría nada de lo que preocuparme; solo recuperarme y ver quién me sustituía en el bar.
—Pero no —dije en voz alta—. Nada. Va a ser que no.
—¿Te estás compadeciendo de ti misma? —preguntó Sam—. Vamos, Sook, si no vamos a sacarlo, deja que te ayude a meterte en la cama.
Pero me senté en la silla en la esquina de mi dormitorio.
—Sí, me estoy compadeciendo de mí misma. Y puede que lloriquee un poco. ¿A ti qué más te da?
—Oh, nada —negó, con un amago de sonrisa—. Estoy a favor de un buen enfurruñamiento de vez en cuando.
—Supongo que el señor Cataliades y Diantha, si es que son los responsables, pensaron que esto sería un buen regalo atrasado de cumpleaños —deduje—. Me pregunto qué vendrá después. Quizá vayan a lavar mi coche. Ojala me hubieran llamado, estoy algo preocupada por Barry. —Era evidente que el analgésico empezaba a funcionar.
—¿Has comprobado tu buzón de voz o tu contestador automático? —preguntó Sam.
—Pues no, he estado algo ocupada recibiendo un disparo y yendo al hospital —contesté. Mi autocompasión se desinfló con la sugerencia práctica de Sam. Tras un instante, le pedí que me trajera el bolso de la cocina.
Tenía toda clase de mensajes: Tara, India, Beth Osiecki, el banco y, curiosamente, Pam, quien solo decía que quería hablar conmigo un segundo… Retuve mi curiosidad y continué con la lista. Sí, había una llamada del señor Cataliades.
—Sookie —decía con su densa voz—, al regresar y enterarnos de que la habían disparado, supimos que teníamos que buscar más lejos. Copley Carmichael ha desaparecido, pero estamos siguiendo la pista de otro asunto. De todas las personas que he conocido en mi vida, usted se lleva la palma. ¡Todos tratan de matarla! Yo solo intento llegar a ellos antes de que ocurra. Y en cierta forma, resulta divertido.
—Sí, claro —mascullé—. He organizado esto para que usted pase un buen rato. Suena como si el señor Cataliades y Diantha no supieran que Copley ha estado en mi casa todo el día de hoy.
—Envíale un SMS y muévete —dijo Sam—. Estás en el medio de la cama. Elije un lado.
—¿Cómo?
—Necesito una siesta. Échate a un lado.
Parpadeé.
—¿No estarás suponiendo…?
—Si alguien viene a sacarlo del agujero, ¿no preferirías tenerme a tu lado?
—Preferiría tenerte fuera en el porche con un rifle —murmuré, pero me moví un poco.
—Los cerrojos están echados —dijo Sam. Sus ojos se cerraron nada más tumbarse. Y dos minutos después estaba dormido. Lo supe por su respiración y por las ondas de su mente.
Vaya. Estaba en la cama con Sam Merlotte y ambos íbamos a dormir.
Cuando me desperté, era otra vez de día. Escuché a alguien moverse por la casa. No abrí los ojos. En vez de eso, busqué con mi otro sentido, el sentido que el señor Cataliades me había otorgado. Tara estaba ahí, pero no podía sentir al padre de Amelia, por lo que supuse que su carencia de alma funcionaba realmente como una máscara de protección. Según parecía, no tener alma te anulaba como persona.
Tara entró con sus nuevos shorts.
—Ey, dormilona —dijo—. Justo venía a despertarte. Sam tiene que hacer papeles y me ha pedido que venga un rato. Dijo que habías empezado a dar vueltas. —Intentó con todas sus fuerzas no mirar fijamente el surco de la almohada que había junto a mí.
—Ey, que aquí todo lo que hemos hecho ha sido dormir —me defendí.
—El vampiro se ha largado, las puertas están bien abiertas —dijo de forma inocente—. No soy nadie para decirte nada de lo que haces con tu tiempo. Eres una mujer libre.
—Solo digo que es prematuro. —La miré fijamente. No estaba de broma.
—Vale, vale. Si es así como quieres jugarlo.
Rechiné los dientes.
—No estoy jugando a nada, es como es. Aún tengo historias que resolver en mi cabeza.
Tara me miró con poco entusiasmo.
—Claro. Es lo inteligente… Necesitas levantarte y comerte unas medianoches de salchicha y queso. Mi suegra dice que harán que tu sangre se regenere.
—Suena bien —convine. De repente tenía hambre.
Mientras comía, me enseñó unas cuantas decenas de fotos de los gemelos y me habló de la canguro a la que acababa de contratar, Quiana no se qué.
—Es como yo. Tiene un pasado oscuro —contó Tara—. Nos vamos a llevar bien. Oye, mira, sé que Sam es muy manitas, y como tú y él estáis tan unidos quizá nos podáis ayudar. Estamos planeando ampliar la habitación de los bebés. Ni de casualidad podemos permitirnos mudarnos.
—Claro, en cuanto mi hombro esté mejor. Simplemente dinos qué día —sugerí. Estaba genial pensar sobre el futuro. Un proyecto en una casa sonaba sano y normal.
Tara empezó a inquietarse a los diez minutos y supe que estaba pensando en regresar con los gemelos. Tenía una mancha sospechosa en la blusa. La animé a que se fuera, agradeciéndole sinceramente la comida. Una vez que se fue, me vestí. Me llevó un tiempo y, sorprendentemente, una buena cantidad de energía. También puse a cargar mi móvil y empecé a devolver llamadas. Intenté con todas mis fuerzas olvidar que había un hombre atado en mi armario y traté de no imaginar las horas que habría estado ahí sin acceso a un cuarto de baño. No le tenía ningún aprecio a Copley Carmichael y además, mirándolo de forma práctica, no había forma de llevarle a un aseo sin ponerme en peligro.
Durante quizá medio segundo, la idea de llamar a Andy Bellefleur revoloteó por mi cabeza. Podía imaginarme a mí misma intentado explicarle que de verdad yo desconocía que el padre de mi amiga estaba atado y cautivo en mi casa. Incluso para mí, que sabía que era verdad, era difícil creerlo. No pensaba volver a pisar el calabozo por nada del mundo. Nada.
Así que, de momento, ahí es donde Copley Carmichael tendría que quedarse, aunque se hubiera hecho pis encima.