Capítulo 17

Al día siguiente a mediodía, antes de salir del hospital, Amelia entró en mi habitación. Su aspecto era exactamente el de alguien que había sido secuestrado por un hombre armado, había visto cómo disparaban a su novio y había pasado la noche entera sentado junto a la cama de un hospital. Lo que es una versión extendida de decir que su aspecto era horrible.

—¿Cómo estás? —Se quedó de pie junto a mi cama y me miró, balanceándose levemente.

—Mejor que tú, creo. —Mi mente estaba mucho más despejada. Iba a retrasar mi toma de analgésicos hasta llegar a casa.

—Bob se va a poner bien —me aseguró.

—Eso es un alivio tremendo. Me alegro muchísimo. ¿Vas a quedarte aquí?

—No. Le trasladan a Shreveport. Es todo lo que sé. Una vez pase allí un día, valorarán la situación. Quizá puedan enviarlo a Nueva Orleans, eso sería mucho mejor para mí, pero si trasladarle resulta demasiado duro para él, es posible que tenga que quedarse en Shreveport.

Mucha incertidumbre.

—¿Sabes algo de tu padre?

—No, ni de Diantha o el señor Cataliades.

Había oídos atentos por todo el hospital y no necesitamos decir nada más para saber que a ambas nos preocupaba ese silencio.

—Lo siento —lamentó de repente.

—¿Lo de tu padre? Tú no has tenido nada que ver. Ha sido él. Yo siento lo de Bob.

—En absoluto ha sido culpa tuya. ¿Amigas?

—Pues claro que amigas. Por favor, hazme saber cómo progresa. Y el bebé. —Podía sentir la presencia de otra mente (pero ningún pensamiento, claro). El bebé sería un brujo excepcional, nunca había sido capaz de detectar un embarazo tan pronto.

—Sí, le he dicho a la médica de urgencias que me hiciera un chequeo rápido. Todo parece correcto. Me ha dado el nombre de un obstetra en Shreveport por si Bob tiene que quedarse ahí.

—Qué bien.

—Ah, y lo de las protecciones. Disculpa. No sabía que no afectaban a una persona sin alma, así que creo que me perdonaré ese error. ¿Cuántas veces se encuentra uno a alguien sin alma?

—Tienes un nuevo dato que enseñarle a tu comunidad de brujos —dije, y Amelia, como sabía que haría, se iluminó ligeramente—. Bill vino por la noche mientras yo estaba inconsciente y me dejó una nota, ¿te importaría acercármela? —Señalé la mesa con ruedas que una enfermera había empujado contra la pared. Servicialmente, Amelia me dio el sobre. Lo leería cuando se fuera.

—Sam se pasó por la habitación para preguntarme si necesitaba algo —me contó Amelia.

—No me sorprende. Es un buen tío. —Y si me sentía lo suficientemente bien, lo siguiente que haría sería zarandearle hasta que hablara. Quería saber qué pasaba entre él y Eric.

—Uno de los mejores. Bueno, voy a regresar a tu casa a ducharme y recoger nuestras cosas —dijo Amelia—. Lamento que nuestro intento de ayuda terminara tan mal.

—Bueno, mal para ti —corregí—. Para mí ha sido estupendo. Gracias por acudir en mi rescate. Esto no debía haber terminado con todos vosotros heridos.

—Si supiera dónde está mi padre, lo mataría —sentenció con toda la intención.

—Lo entiendo —dije.

Y después se marchó, tras darme un ligero beso en la frente.

Estaba convencida de que Bill me habría dejado una florida nota deseando que me recuperase pronto, pero a medida que leía su fina letra me di cuenta de que era todo menos eso.

Sookie, espero que te estés recuperando. Sobre el incidente de hace dos noches: acabo de recibir una disculpa muy reticente de mi rey. Me ha dicho que se arrepiente de que Horst entrara en mi territorio causándome importantes molestias al atacar a mi vecina y amiga.

Según parece, Horst pensó que a Felipe le agradaría que él te amenazara con algo espantoso para asegurarse de que no ibas a interferir en los acuerdos que Felipe había hecho con Freyda. Felipe también me pidió que te ofreciera sus disculpas. Permitirá que las órdenes de Eric se mantengan si este sale hacia Oklahoma esta noche. Tengo interesantes noticias que darte y te veré tan pronto como pueda.

No tenía la certeza de haber entendido la carta de Bill, pero si iba a venir a verme, más me valía empezar a llenar mi alma de paciencia. La doctora Tonnesen me dio el alta, junto con una larga lista de restricciones e instrucciones, y llamó a Jason. En su hora del almuerzo, apareció para sacarme en silla de ruedas del hospital. Había venido la noche anterior para rellenar los papeles de admisión y dar la información de mi seguro médico y también había estado en casa cuando la policía acabó de analizar la escena del crimen. Estaba convencida de que había supuesto un buen entrenamiento para Kevin y Kenya en sus nuevas competencias.

—Michele ha metido una fuente con comida en la nevera para esta noche. Espero que no te importe, Sook, pero Michele y An están en tu casa limpiándolo todo —me contó con voz tenue.

—Oh, eso es maravilloso —agradecí, con sincero alivio—. Que Dios las bendiga. Les debo una de las gordas.

Intentó sonreír.

—Sí, se la debes. Michele me ha dicho que no había limpiado tanta sangre desde que su gato le llevó un conejo que no estaba muerto del todo y se escapó corriendo por toda la casa.

—No llegué a entrar. —En cierta forma me alegraba; no necesitaba ver otra vez mi pobre cocina destrozada.

—¿Por qué te disparó ese cabrón? ¿Por qué disparó a Bob?

—No estoy segura —contesté—. No recuerdo demasiado de lo que me contó Amelia.

—¿Ese tío no era el chófer de su padre? ¿Cuál era su problema? ¿Alguna vez estuvo enrollado con Amelia? Igual estaba celoso de Bob.

Eso sonaba posible.

—Quizá sea eso —acepté—. ¿Ha aparecido el señor Carmichael?

—No que yo sepa. Quizá el Tyrese ese se lo cargó primero.

No me sentiría tranquila hasta saber dónde estaba Copley. No pensaba que Tyrese le hubiera matado. Con alma o sin ella, Tyrese era un trabajador leal. ¿Tenían ambos algo que ver con la muerte de Arlene? ¿Trabajaban con Johan Glassport? Eso no tenía ningún sentido. Nada tenía sentido. Apoyé mi cabeza contra el cristal de la ventanilla de la camioneta de Jason y me mantuve en silencio durante el resto del viaje.

Lo primero que vi fue mi coche, exactamente donde lo había dejado el día anterior cuando nada más bajarme de él me habían disparado. Al menos alguien había cerrado la puerta del conductor. Mi sangre aún seguía en el suelo. Intenté no mirar. Jason dio la vuelta para abrir la puerta de la camioneta y salí deslizándome con cuidado. Podía caminar por mí misma, pero no con total estabilidad; agradecí que Jason estuviera allí.

Me acompañó hasta mi habitación atravesando la cocina, dejándome parar solo para darle las gracias a An y Michele. Me tumbó en mi cama y desapareció para volver a su trabajo. De inmediato me levanté y, arrastrando los pies, me metí en el baño para lavarme, un proceso complicado con un hombro vendado que tenía que permanecer seco. Al final de la «ducha» estaba un poco más limpia que antes, aunque no pude lavarme el pelo. Con cierta dificultad, me puse un camisón limpio. En ese momento, Michele entró a regañarme y ordenarme que me metiera otra vez en la cama. Llegamos a un acuerdo y me fui al sofá del salón. Encendió la televisión, me trajo el mando y un vaso grande de té, y me preparó un sándwich para un almuerzo tardío. Me tomé casi la mitad. A pesar de que ya hubiera pasado bastante tiempo desde la última verdadera comida, no tenía mucha hambre. Quizá los analgésicos me quitaban el apetito, quizá estaba deprimida porque hubiera tanta muerte rodeando mi casa o quizá estaba preocupada por la enigmática carta de Bill.

An y Michele terminaron aproximadamente una hora después de la marcha de Jason y yo insistí en incorporarme para admirar el trabajo que habían hecho. Mi cocina brillaba como una de exposición y olía a limpiador de pino. An me informó de la gran mejora.

—Toda mi familia es aficionada a la caza y sé que no hay nada que hieda más en un lugar que la sangre —añadió.

—Gracias, An —dije—. Y gracias, «casi-cuñada». De veras que os agradezco mucho que hagáis esto por mí.

—No hay de qué —contestó An.

—Simplemente, no dejes que vuelva a ocurrir. Esta es la primera y última vez que limpio sangre de tu cocina —advirtió Michele. Sonreía. Pero lo decía en serio.

—Claro, prometo que así será —aseguré—. La próxima vez llamo a otras amigas. —Se rieron y yo les sonreí. Ja, joder, ay, ja.

An metió sus utensilios de limpieza en un cubo rojo grande.

—Te regalaré un poco de limpiador con esencia de pino para tu cumpleaños, An —prometí.

—Más te vale. No hay nada igual. —Observó las superficies relucientes con satisfacción—. Mi padre, el predicador, siempre decía: «Por sus obras los conoceréis».

—En ese caso, eres una mujer aplicada y generosa —concluí, y sonrió. Las abracé con una postura ladeada. Antes de irse, Michele me preguntó si necesitaba que pusiera la comida en el microondas para la cena.

—Quizá pese demasiado. —Estaba decidida a alimentarme.

—Seguro que puedo hacerlo yo más tarde —dije, y tendría que conformarse con esa respuesta. La casa se quedó agradablemente tranquila cuando se marcharon, hasta que se me pasaron los efectos de los analgésicos y empecé a preguntarme dónde estarían el señor Cataliades y Diantha; esperaba que estuvieran bien. Y ya que al parecer las personas sin alma podían atravesar las protecciones, saqué mi rifle. La escopeta habría sido más efectiva, pero en mi débil estado no podía sostenerla. Si Copley Carmichael aparecía para terminar lo que su subordinado había empezado, tendría que estar armada y preparada. Cerré bien toda la casa, eché las cortinas del salón para que no supiese dónde estaba e intenté empezar a leer. Finalmente abandoné esa tarea y puse la televisión en busca de algún programa totalmente estúpido. Por desgracia no fue muy difícil de encontrar.

Tenía el móvil a mi lado y recibí una llamada de Kennedy Keyes. Estaba más feliz que nunca.

—Danny y yo vamos a alquilar una de las casitas de Sam —dijo—. Frente a los pareados. Dice que tú sabes dónde.

—Claro —contesté—. ¿Cuándo os mudáis?

—¡Ahora mismo! —rio—. ¡Danny y uno de sus compañeros del almacén de madera se están llevando la cama en este preciso instante!

—Kennedy, eso es maravilloso. Espero que estés muy, muy feliz.

Habló durante un rato sin parar, pletórica por su nueva situación. No tenía ni idea de si el amor que se profesaban el uno al otro duraría, pero me alegraba de que se estuvieran dando una oportunidad a pesar de sus muy evidentes diferencias en la educación. Los miembros de la familia de Kennedy, tal y como me lo había descrito ella misma, habían sido unos trepas convencidos, siempre preguntándose dónde les llevaría su siguiente paso hacia arriba. La familia de Danny se había preocupado más por tener comida suficiente para ese día.

—Os deseo mucha suerte; ya os haré un regalo de inauguración —prometí una vez que Kennedy empezó a bajar de revoluciones.

Una hora después oí un coche aparcar en la zona de grava que había frente a la fachada. Una vez que el motor se apagó, unos pasos y un suave golpe en la puerta me informaron de que mi visitante había decidido continuar con su objetivo. Podía sentir mucha duda en su mente.

Cogí el rifle. Iba a resultar muy complicado hacer un buen disparo con el hombro tan débil; complicado y doloroso.

—¿Quién es? —exclamé.

—Halleigh.

—¿Estás sola? —Sabía que lo estaba, pero con personas «indetectables» alrededor tenía que cerciorarme. Sus pensamientos me dirían si alguien la obligaba a llamar a la puerta.

—Sí. No te culpo si no quieres abrirme —dijo.

Abrí la puerta. Halleigh Bellefleur era más joven que yo, una hermosa maestra de pelo castaño muy, muy embarazada. A Tara no le había ido tan bien cuando estaba de gemelos. Halleigh estaba espléndida.

—Pasa —ofrecí—. ¿Sabe Andy que estás aquí?

—No le guardo secretos a mi marido —dijo, y se acercó a mí para abrazarme con mucho cuidado—. A Andy no le hace mucha gracia, pero peor para él. Yo no creo que mataras a esa mujer. Y siento mucho que ese hombre se volviera loco y te disparara. Imagino que tu amiga se sentirá fatal…, la amiga cuyo padre ha desaparecido. ¿Ese hombre trabajaba para su padre?

Así que nos sentamos y charlamos un rato, y poco después Halleigh se incorporó para marcharse. Entendí que su visita era para dejarnos, a Andy y a mí, clara su postura. Ella apoyaba a quien apreciaba de forma incondicional.

—Sé que la abuela de Andy era dura de roer —dije, sorprendiéndome incluso a mí misma—, pero en muchas cosas te pareces a la señora Caroline.

Halleigh se sorprendió primero y después pareció complacida.

—¿Sabes? Voy a tomarme eso como un cumplido —admitió.

Nos despedimos siendo más amigas que nunca.

Anochecía cuando se fue y empecé a pensar en la cena. Calenté parte de las enchiladas de Michele en un bol y eché salsa mexicana por encima. Estaba rico y me comí el bol entero.

Un minuto después de que se hiciera completamente de noche, Bill apareció en mi puerta trasera. Estaba muy cansada a pesar de no haber movido un dedo en todo el día, así que lentamente fui caminando hacia la puerta y llevé conmigo el rifle a pesar de estar segura de quién era por…, bueno, por la sensación de vacío que sentía ante la mente de un vampiro. Este «vacío» representaba a Bill.

—Soy Bill —exclamó para confirmarme su identidad. Le invité a entrar. Abrí los cerrojos con una mano, y me aparté para dejarle paso. Con este ir y venir de gente iba a necesitar una agenda para organizar todas las visitas. Bill entró y me miró de forma intensa de arriba abajo—. Estás curándote —apreció—. Bien.

Le ofrecí una bebida, pero me miró y dijo:

—Podría cogerla yo mismo, Sookie, si necesitase una bebida, pero ahora mismo no es así. ¿Te traigo algo?

—Sí, la verdad. Si no te importa servirme otro vaso de té, te lo agradecería. —La jarra pesaba demasiado para sostenerla con una sola mano. Sujetar cualquier cosa con la mano izquierda hacía que el hombro doliera de la forma más desagradable.

Nos sentamos en el salón. Yo acurrucada en el sofá y Bill sentado en el sillón de enfrente. Me sonrió.

—Se te ve contento.

—Estoy a punto de hacer algo que me produce un intenso placer —comenzó.

Ah.

—Vale, hazlo —dije.

—¿Recuerdas lo que Eric me hizo en Nueva Orleans? —Y nada podía haberme sorprendido más.

—¿Quieres decir lo que Eric nos hizo a los dos? ¿Cuándo me dijo que tú, en realidad, en vez de enamorarte de mí de forma espontánea, tenías órdenes de seducirme?

—Sí, exacto —confirmó Bill—. Y no voy a explicarlo de nuevo, ya que lo hemos hablado y pensado mil veces. Aunque yo no pueda leer mentes, como tú, sé que también le has dado vueltas.

Asentí.

—Daremos todo eso por cerrado.

—Por eso me produce un placer intenso contarte lo que Eric le ha hecho a Sam.

¡Genial! Esto era lo que yo quería descubrir. Me incliné hacia delante.

—Cuenta —sugerí.