En ese momento, habría estado bien desmayarme. Pero no ocurrió. Me quedé ahí tumbada intentando recuperar la compostura, tratando de comprender qué acababa de suceder. Sentía mi hombro caliente y húmedo.
Me habían disparado.
Lentamente fui entendiendo que Mustafá había intentado salvarme (y salvarse a sí mismo) tirándonos al suelo mientras Warren disparaba al tirador. Me preguntaba qué habría pasado dentro de la casa.
—¿Estás herida? —gruñó Mustafá mientras se echaba a un lado.
—Sí —contesté—. Creo que sí. —Mi hombro ardía como el mismísimo infierno.
Mustafá se había puesto de rodillas apoyándose en el coche, utilizando la puerta abierta como escudo. Warren pasó por delante de nosotros, con el arma lista para disparar. Era como una persona totalmente distinta al exconvicto flacucho que normalmente parecía la mera sombra de su musculoso amigo.
—Una serpiente de cascabel en la piel de una mariposa —dije.
—¿Qué?
—Warren. Parece el tirador de una película.
Mustafá miró a su amigo-y-quizá-algo-más.
—Sí, sí que lo parece. Es el mejor.
—¿Ha alcanzado al otro tipo? —pregunté, y después gemí con los dientes apretados—. Guau, esto duele. ¿Vamos a llamar a una ambulancia?
—¡Está muerto! —exclamó Warren.
—¡Bueno saberlo! —respondió Mustafá—. ¡Lo imaginaba, buen disparo!
—¿Cómo está Sookie? —Las botas de Warren entraron en mi menguante campo de visión.
—El hombro. No es mortal, pero está sangrando como un cerdo degollado. ¿Llamas al 911?
—Claro. —Escuché los sonidos del teclado y a continuación una voz.
—Necesito al menos una ambulancia, posiblemente dos —dijo Warren—. La casa de Stackhouse en Hummingbird Road… —Sentí como si me perdiera parte de la conversación.
—Sookie, te voy a dar la vuelta —avisó Mustafá.
—Preferiría que no lo hicieras —reconocí con los dientes apretados—. En serio. No lo hagas.
Podía soportarlo tal y como estaba, pero me daba miedo que cualquier movimiento empeorara las cosas.
—Vale —accedió—. Warren te va a apretar su chaqueta contra el hombro para aplicar un poco de presión y reducir la hemorragia.
Unas botas pequeñas sustituyeron a unas botas grandes. «Presión» sonaba doloroso. Y, sin duda, lo fue.
—Dios santo —mascullé, aunque quería decir algo mucho, mucho peor—. ¡Ay!, maldita sea. ¿Cómo está la gente de la casa?
—Mustafá está comprobándolo. Yo solo he echado un vistazo para asegurarme de que eran todos «amigos». Uno de ellos está en el suelo.
—¿Quién nos ha disparado?
—Un tipo grande. Parece negro pero con un buen porcentaje blanco —dijo Warren—. Sus facciones son agradables. Bueno, eran. Y su pelo, casi rojo.
—¿Llevaba… uniforme?
—No —negó Warren, confundido por mi pregunta. Pensé en la cara y el pelo y lo asocié con algún tipo de uniforme. No uno de las fuerzas armadas… Si me dejara de doler, podría recordarlo.
Alguien en la casa empezó a chillar. Una mujer.
—¿Por qué está gritando? —le pregunté a Warren.
—Supongo que está preocupada por… —contestó Warren.
Y debí de perderme un segundo o dos de conversación. Warren iba en serio en cuanto a lo de mantener la presión en el hombro. Cuando abrí los ojos, Mustafá había regresado.
—Warren no debería ir armado —me confesó.
—¿Eh? —pregunté con grandísimo esfuerzo. Empezaba a sentirme extraña y la cabeza me daba vueltas. Por fin. «Cae inconsciente», pensé, y por una vez mi deseo se hizo realidad.
Me desperté en el caos. Las dos paramédicas que habían ido a buscar a Tara cuando se puso de parto estaban ahora inclinadas sobre mí. Parecían concentradas en su trabajo, que en ese momento era llevar mi camilla a la ambulancia.
«Bien, esto es lo que ha pasado», decía una voz en mi cabeza. Los pensamientos no tienen voz, claro, y no estaba segura de quién me hablaba, además estaba demasiado cansada como para girar mi cabeza y observar el jardín. «El arma es tuya. Alguien te la dio. Le pediste a Warren que te llevara al campo de tiro porque querías aprender a utilizarla. Te la estaba limpiando. Por eso la tenía él en la mano. A continuación, ese cabrón salió de la casa y te disparó. Naturalmente, Warren le devolvió el disparo, ya que no quería que te matase. Asiente si lo has entendido».
—Eso es casi lo que ocurrió —dije, moviendo mi cabeza de arriba abajo. Las paramédicas me miraron con preocupación. Lo había dicho incorrectamente—. Eso es lo que ocurrió, pero no del todo. —¿Era así más preciso?
—Sookie, ¿cómo te encuentras? —preguntó una de ellas. La más alta.
—No muy bien —reconocí.
—Te vamos a llevar a Clarice. Estarás ahí en diez minutos —me informó. Era un poco optimista.
—¿Quién más está herido? —pregunté.
—Ahora preocúpate de ti misma —contestó—. Dicen que el hombre que te disparó está muerto.
—Bien —dije, y parecieron sorprendidas. ¿No está bien alegrarse de que quien ha intentado matarte esté muerto? Si yo fuera una mejor persona, una persona mucho mejor, me daría pena que cualquiera se hiciera daño, pero tenía que asumir que yo nunca sería tan buena. Ni siquiera mi abuela lo era.
Llegamos al hospital y todo lo que aconteció a partir de ese momento fue muy desagradable. Por suerte, no recuerdo gran cosa. Me quedé dormida un buen rato una vez que acabó todo.
No escuché la historia completa hasta mucho más avanzado el día, por la noche. Andy Bellefleur estaba sentado en mi habitación cuando me desperté. Estaba dormido. Incluso me pareció gracioso.
Cuando me reí, se movió en su silla y me miró.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó con dureza.
—Bien —respondí—. Me han debido de dar unos analgésicos excelentes. —Era consciente de que mi hombro dolía mucho, pero no me importaba demasiado.
—La doctora Tonnesen se ha encargado de ti. Tenemos que hablar ahora que estás despierta.
Mientras le relataba a Andy lo acontecido esa tarde, solo podía pensar en lo curioso que resultaba que él y Alcee tuvieran las mismas iniciales. Se lo comenté a Andy y me miró con absoluta incredulidad.
—Sook, vendré mañana a hablar contigo —me avisó—. Estás diciendo incoherencias.
—¿Le dijiste a Alcee que mirara en su coche? Hay algo malo ahí dentro —le aseguré con solemnidad—. Te lo he dicho ya tres veces. Debería hacerlo. ¿Crees que él permitiría que un amigo mío echara un vistazo?
Andy me miró y esta vez supe que me estaba tomando en serio.
—Puede ser —contestó—. Puede que yo le permita a alguien hacerlo si estoy delante. Alcee está actuando de forma muy extraña, no parece él en absoluto.
—¡Vale! —acordé sonriendo—. Me encargaré de eso tan proooooontito como pueda.
—La doctora dice que solo te tendrá aquí esta noche.
—¡Genial!
Nada más irse Andy, apareció Barry. Parecía que le había pasado una apisonadora por encima. Tenía unas ojeras muy marcadas. Me contó lo que había ocurrido en la casa.
—¿Cómo está Bob? —le pregunté en voz alta. No podía ni siquiera hablarle en pensamientos. Estaba bastante ida.
—Está vivo —contestó Barry—. Estable y, por supuesto, Amelia está con él.
—¿Dónde están el señor Cataliades y Diantha? —pregunté.
—¿No quieres saber quién era el muerto?
—Aaah, claro. ¿Quién?
—Tyrese Marley —dijo Barry.
—No lo entiendo —reconocí—. Aunque, claro, me han dado mucha medicación. Una medicación excelente, por cierto. Tyrese cortó leña para mí la última vez que estuvo en mi casa. Y ¿qué hacía Tyrese en mi casa?, ¿por qué ha intentado matarme?
—Deberías mirar dentro de tu mente, Sookie. Es como si tuvieras un arcoíris ahí dentro. Tyrese conducía el coche de Copley Carmichael, pero lo dejó en el cementerio y atravesó el bosque andando hasta tu casa.
—¿Y dónde está Copley? ¿De verdad vendieron sus almas?
—Nadie sabe dónde está Copley, pero te diré lo que nos dijo Tyrese…
Barry me contó lo de Gypsy, lo del VIH, lo de la convicción de Copley de que yo le había robado las opciones de controlar a Amelia y la vida de esta al haber utilizado el poder del cluviel dor (Barry tuvo problemas explicando esa parte, ya que no tenía mucha información sobre el cluviel dor).
Lo escuché todo sin entender demasiado.
—No comprendo por qué Tyrese querría matarme tras enterarse de la muerte de Gypsy. ¿Por qué no disparó al padre de Amelia? La culpa es suya.
—¡Eso mismo digo yo! —Barry sonaba triunfante—. Pero Tyrese era como una pistola apuntando en una dirección y el suicidio de Gypsy apretó el gatillo.
Negué con la cabeza con mucho, mucho cuidado.
—¿Cómo es que pudo entrar en la casa? Amelia y Bob pusieron protecciones —señalé.
—La diferencia entre el vampiro que se frio y Tyrese es… Bueno, hay dos grandes diferencias —explicó Barry—. Tyrese es un humano vivo sin alma. El vampiro es un humano muerto. Las protecciones le pararon a él, no a Tyrese. No sé cómo explicarlo. Cuando Amelia tenga tiempo, a lo mejor puede decírnoslo. Quizá podamos charlar sobre eso mañana, ¿vale? —propuso—. Mientras tanto, hay otras personas esperando para verte.
Sam entró en silencio. Su mano encontró la mía.
—¿Me vas a decir qué ocurre? —susurré. Me estaba quedando dormida.
—No puedo —confesó—. Pero no podía dejar de venir al saber que te habían disparado.
Y entonces Eric apareció detrás de él.
Mi mano debió de dar una sacudida porque la de Sam me apretó más fuerte. Adiviné en su rostro que sabía que Eric estaba ahí.
—He oído que te vas —dije, con esfuerzo.
—Sí. Muy pronto. ¿Qué tal estás?, ¿quieres que te cure? —No podía analizar su tono de voz ni por qué estaba ahí. Estaba demasiado agotada como para intentarlo.
—No, Eric —rechacé. Mi tono era plano. No podía encontrar palabras amables—. Adiós. Necesitamos alejarnos el uno del otro. No puedo seguir con esto.
Eric miró a Sam.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.
—Sam ha venido porque me han disparado, Eric. Es lo que hacen los amigos —expliqué. Me costaba una barbaridad enunciar cada palabra.
Sam no se giró hacia Eric, no lo miró a los ojos. Me aferré a su mano para no dormirme.
—No te liberaré —dijo Eric. Fruncí el ceño. Parecía estar hablándole a Sam. A continuación salió de la habitación de hospital.
Pero ¿qué narices…?
—¿Liberarte de qué? —pregunté, intentando provocar que Sam me contara qué estaba ocurriendo.
—No te preocupes —dijo—. No te preocupes, Sookie. —Y mantuvo mi mano entre la suya.
Me quedé dormida. Cuando me desperté, horas después, se había ido.