Sorprendentemente, la cena fue bien. Cogí dos sillas plegables que mi abuela guardaba en el armario del salón y hubo suficiente espacio para todos en la mesa de la cocina.
Se notaba que Amelia había estado llorando, pero ya estaba más tranquila. Bob la acariciaba cada vez que podía. El señor Cataliades explicó que él y Diantha tenían un recado que hacer en el centro, y después de compartir hamburguesas, patatas fritas, judías y sandía se marcharon.
El resto limpiamos la cocina. Después, Barry se sentó en un sillón de la sala de estar con sus pies elevados, concentrado en su libro electrónico, y Bob y Amelia se abrazaron en el sofá y se pusieron a ver una reposición de Terminator. Qué alegre… Tras consumir tres hamburguesas cocinadas y un kilo de patatas fritas, Quinn salió para llevar a cabo un infructuoso registro del bosque. Una hora después, desanimado y sucio, regresó a casa para decirme que había detectado dos vampiros (presumiblemente Bill y Karin) y un leve rastro de hada en el lugar en el que nos habían seguido. Nada más. Se marchó a un motel de la interestatal.
Me sentí culpable por no tener una cama que ofrecerle. Le dije que estaría encantada de pagar por su habitación y me lanzó una mirada que habría podido derretir el acero.
Los dos semidemonios regresaron por la noche, mientras yo leía. No parecían contentos. Dieron las buenas noches con mucha educación y subieron por las escaleras hasta su habitación. Ahora que todo el mundo estaba en casa, decidí que oficialmente mi día había llegado a su fin. Había sido uno muy, muy largo.
Los humanos siempre podemos echar a perder nuestro propio sosiego mental, y eso es exactamente lo que hice yo esa noche. Tenía amigos que habían aparecido sin esperar recompensa, amigos que habían recorrido un largo camino para ayudarme, pero me preocupaba el amigo que no lo había intentado. No podía entender a Sam, de la misma manera que no entendía por qué Eric había pagado mi fianza cuando ya no estábamos casados (ni éramos novios).
Estaba segura de que había una razón detrás de ese gran favor.
Puede parecer que esté etiquetando a Eric de poco generoso o insensible. En algunos aspectos, y para algunas personas, nunca había sido así. Pero era un vampiro práctico, y un vampiro a punto de convertirse en el consorte de una verdadera reina. Si rechazarme como su esposa había sido una de las condiciones de Freyda (y, francamente, lo entendía), no podía imaginármela aceptando que Eric soltara un dineral para asegurar mi libertad. ¿Era mi fianza parte de una negociación?, ¿algo del tipo «Si me dejas pagar la fianza de mi exmujer, acepto un sueldo menor durante un año»? Según tenía entendido, habían negociado el número de veces que tendrían relaciones sexuales. Entonces tuve una imagen mental muy deprimente de la hermosa Freyda y mi Eric…, mi antiguo Eric.
En algún momento de mi deambular por ese laberinto mental, me quedé dormida.
Al día siguiente, veinte minutos más tarde de lo habitual, me desperté sabiendo que mi casa estaba llena de huéspedes. Salí de la cama, sintiendo cómo otros cerebros disparaban pensamientos por toda la casa. Me duché y llegué a la cocina en menos de lo que canta un gallo; preparé tortitas y beicon, cargué la cafetera y saqué los vasos de zumo. Escuché vomitar a Amelia en el aseo del pasillo y dejé mi cuarto de baño a una aún aturdida Diantha para acelerar el proceso de las duchas.
A medida que se iban haciendo las tortitas, las colocaba en sus platos para que mis invitados las pudieran comer calientes. Saqué toda la fruta que tenía, para las mentes más sanas.
El señor Cataliades adoraba las tortitas y Diantha le seguía los pasos. Tuve que preparar más masa a toda prisa. Ahora tocaba lavar los platos (Bob me ayudó) y hacer mi cama. Tenía mucha tarea, pero a pesar del ajetreo de mis manos y pensamientos, era tristemente consciente de que seguía sin saber nada de Sam.
Le envié un correo electrónico.
Elegí ese formato para poder expresar exactamente lo que quería, sin necesidad de decir lo mismo de varias formas. Trabajé en el texto durante un tiempo.
Sam, no sé por qué no quieres hablar conmigo, pero quiero que sepas que estoy lista para ir a trabajar cuando me necesites. Por favor, dime cómo te encuentras.
Leí el mensaje varias veces y decidí que ponía la pelota en el tejado de Sam de una manera bastante clara. Era un mensaje perfecto hasta que impulsivamente escribí: «Te echo de menos». Y luego le di a «Enviar».
Después de años de tener lo que yo consideraba una muy buena y relajada relación con Sam (en su mayoría), ahora que había hecho un sacrificio por él, nuestra amistad se había reducido a correos electrónicos y misteriosos silencios.
Me costaba entenderlo.
Unos minutos después intentaba explicárselo a Amelia. Cuando entró, yo miraba fijamente al ordenador como si quisiera hacer que la pantalla me hablara.
—¿Qué sacrificaste? —preguntó, fijando sus ojos azul claro en mi cara. Si Amelia se encontraba en el estado de ánimo adecuado, sabía escuchar. Sabía que Bob estaba afeitándose en el baño del pasillo, Barry estaba en el jardín haciendo yoga y el señor Cataliades y Diantha conversaban seriamente junto a la entrada del bosque. Podía, por tanto, ser franca.
—He sacrificado mi oportunidad para conservar a Eric —respondí—. Lo cambié por salvar la vida de Sam.
Amelia omitió la parte importante del asunto para ir directamente a las preguntas dolorosas.
—Si para conservar a alguien a tu lado tienes que utilizar magia, ¿crees que la relación debe continuar?
—Yo nunca pensé en ello como un «o esto, o lo otro» —expliqué—, pero Eric sí. Es un hombre orgulloso, y su creador inició el proceso de unión con Freyda sin consultárselo.
—¿Y cómo lo sabes?
—Cuando por fin me habló del tema, él parecía… sinceramente desesperado.
Amelia me miró como si yo fuera la tía más idiota del mundo.
—Claro, ¿quién iba a cambiar el gestionar una zona remota de Luisiana por ser el marido de una hermosa reina que está loca por él?… ¿Y por qué acabó contándotelo?
—Bueno, Pam insistió —admití, sintiendo cómo las dudas me abrumaban—. Él no me lo dijo porque estaba maquinando una forma de estar conmigo.
—No estoy diciendo que no sea verdad —aclaró. Amelia nunca había sido demasiado delicada y me di cuenta de que estaba haciendo un gran esfuerzo—. Eres genial, pero, cariño, ya sabes… Eric piensa solo en Eric. Por eso yo te animé a que te fueras con Alcide. Pensé que Eric acabaría rompiéndote el corazón —se encogió de hombros—. O convirtiéndote en una de ellos —añadió en el último momento.
Sin querer, me dio una sacudida.
—¡Quiso convertirte! ¡Qué cabrón! Te habría separado de nosotros. ¡Supongo que somos afortunados de que solo te haya roto el corazón! —estalló, absolutamente furiosa.
—Honestamente, no sé si me ha roto el corazón —reconocí—. Estoy deprimida y triste, pero no me siento tan mal como cuando me enteré del gran secreto de Bill.
—Con Bill fue la primera vez, ¿verdad? La primera vez que descubriste que alguien importante te había estado engañando, ¿no? —preguntó Amelia.
—Era la primera vez que alguien tenía la oportunidad de engañarme —contesté; era una nueva forma de ver la traición de Bill—. Con los seres humanos siempre he podido intuir las cosas, al menos lo suficiente como para actuar con cautela o desconfianza…, como para no creerme las gilipolleces que intentan vender. Bill fue mi primera aventura sexual y el primer hombre al que le dije «Te quiero».
—Tal vez te estás acostumbrando a que te mientan —apuntó Amelia sin tapujos, y era tan propio de ella que tuve que sonreír. Se dio cuenta y se sintió un poco avergonzada—. Vale, eso ha sido horrible. Lo siento.
Puse una cara exagerada de asombro: con los ojos de par en par y las manos abiertas junto a la cara.
—Bob me ha explicado que tengo que trabajar en mis habilidades sociales —dijo Amelia—. Me ha dicho que soy muy directa.
Intenté no sonreír demasiado.
—Parece que, después de todo, va a ser útil tener a Bob cerca.
—Sobre todo ahora que estoy embarazada —Amelia me miró nerviosa—. ¿Estás segura de que vamos a tener un bebé? Quiero decir, cuando pensé en ello, caí en que mi cuerpo llevaba un tiempo sin funcionar del todo como debería. Y me siento más gorda. Pero nunca pensé que sería porque estaba embarazada. Pensé que era hormonal. Estoy muy llorona.
—Incluso las brujas lloran —sentencié, y ella me sonrió.
—Va a ser un bebé maravilloso —aventuró.