Relatar todo lo que sabía acerca de Arlene y sus actividades, incluyendo mis preocupaciones sobre Alcee Beck, me llevó mucho más tiempo del que esperaba. Bob, Amelia, Barry, Diantha y el señor Cataliades añadieron una gran cantidad de opiniones e ideas, e hicieron un montón de preguntas.
Amelia se centró en los dos hombres que Arlene había mencionado, presumiblemente los mismos que Jane había visto detrás de la casa vacía de Tray Dawson. Amelia propuso lanzar un hechizo de la verdad sobre ellos para averiguar qué era lo que Arlene les había entregado. La forma en la que pretendía dar con su paradero resultó algo difusa, pero aseguró tener algunas ideas. Se esforzaba por parecer tranquila, pero temblaba de ganas.
Bob quería llamar a una vidente que conoció en Nueva Orleans, y se preguntaba si podríamos convencer a la policía para que la médium sostuviera el pañuelo y «viera» lo que ocurrió. Le dije que la respuesta era un no rotundo.
Barry creía que deberíamos hablar con los niños de Arlene y con Brock y Chessie Johnson, para ver si Arlene les había contado sus planes.
Diantha pensaba que debíamos robar el pañuelo para así eliminar la prueba que me incriminaba. Tengo que admitir que esa opción me gustó. Yo sabía que no lo había hecho. Sabía que la policía no buscaba en la dirección correcta. Y, francamente, por más que quisiera que encontraran al asesino de Arlene, sobre todo quería evitar volver al calabozo. De forma rotunda y para siempre.
Diantha también quería buscar el coche de Alcee Beck.
—Reconozco un objeto mágico cuando lo veo —dijo, y era una verdad como un templo. El problema era que una delgada niña blanca vestida de forma extravagante registrando un coche llamaría la atención, y mucho más si el vehículo era el de un detective de policía afroamericano.
Desmond Cataliades dijo que, en su opinión, las pruebas contra mí eran inconsistentes, sobre todo porque tenía una testigo que me situaba en la cama de mi casa en el momento probable del asesinato.
—Es una lástima que su testigo sea una vampira, y no solo una vampira, sino una recién llegada a la zona y relacionada con tu examante —lamentó—. Sin embargo, Karin es ciertamente mejor que nada. Tendré que hablar con ella pronto.
—Va a estar en el bosque esta noche —afirmé—, si es que sigue su pauta diaria.
—¿De verdad piensa que el detective Beck está bajo la influencia de algún hechizo?
—Sí —sostuve—. Aunque en ese momento no entendía lo que estaba viendo, le pedí a Andy Bellefleur que le dijera a Alcee que buscara en su coche. Esperaba que Alcee encontrara el fetiche, o como se llame, y que así entendiera que había sido influenciado en mi contra de forma sobrenatural. Está claro que eso no va a pasar, así que deberíamos planear cómo sustraerlo nosotros. Espero que las cosas mejoren para mí cuando lo encontremos. —Dios sabía cuánto deseaba que las cosas fuesen mejor. Eché un vistazo al reloj. La una en punto.
—Amelia, tenemos algunas cosas de las que hablar —dijo el señor Cataliades, y Amelia lo miró con inquietud—. Pero, primero, vamos a ir a la ciudad a almorzar. Incluso las deliberaciones pasivas requieren energía.
Nos metimos en la furgoneta de alquiler del señor Cataliades y recorrimos el corto trayecto al centro. Como nos sentamos en el restaurante barbacoa Lucky Bar-B-Q recibimos más atención de la que yo quería. Por supuesto, la gente me reconoció y hubo algunas miradas y murmullos. Yo estaba preparada para eso. La máxima atracción era Diantha, que nunca vestía como un ser humano normal simplemente porque no lo era. La ropa de Diantha era de colores vivos y aleatoria. Medias verdes de yoga, un tutú cereza, un maillot naranja, botas de cowboy…, vaya, un conjunto atrevido.
Al menos sonreía mucho y eso ya era algo.
Incluso al margen del vestuario de Diantha (y eso era poner mucho «al margen»), los unos con los otros no pegábamos gran cosa.
Por suerte, nuestro camarero era un chico adolescente llamado Joshua Bee, primo lejano de Calvin Norris. Joshua no era un hombre pantera, pero al estar conectado con el clan Norris, sabía mucho sobre el mundo que la mayoría de los humanos no podían ver. Era amable y rápido, y no estaba nada asustado. Un alivio.
Una vez que pedimos la comida, Desmond Cataliades nos relató el progreso de la reconstrucción de Nueva Orleans después del Katrina.
—El padre de Amelia ha desempeñado un papel importante —dijo—. El nombre de Copley Carmichael está en una gran cantidad de contratos de reconstrucción. Sobre todo en los últimos meses.
—Tuvo algunas dificultades —dijo Bob en voz baja—. Leímos un artículo sobre ello en el periódico. No vemos a Copley mucho, ya que él y Amelia tienen conflictos, pero estábamos un poco preocupados por él. Y desde Año Nuevo…, bueno, todo ha cambiado.
—Sí, trataremos ese tema cuando estemos en un lugar más privado —dijo el señor Cataliades.
Amelia parecía preocupada, pero lo aceptó muy bien.
Yo sabía que en realidad no quería saber que su padre andaba metido en cosas nada buenas. Ya lo sospechaba, y le asustaba. Amelia y su padre tenían una relación de confrontación en muchos frentes, pero ella lo quería… la mayor parte del tiempo.
Diantha jugaba con un trozo de cuerda que se había sacado del bolsillo, Barry y el señor Cataliades mantenían una aburrida conversación sobre el verdadero significado de la palabra «barbacoa» y yo intentaba pensar en otro tema de conversación cuando un viejo amigo entró al Lucky.
Hubo un momento de silencio. Era imposible ignorar a John Quinn. Era un hombre tigre. Pero aunque la gente desconociera ese dato (y le ocurría a la mayoría), Quinn destacaba. Era un tipo grande y calvo, con piel aceitunada y ojos morados. Estaba espectacular en una camiseta sin mangas color púrpura y pantalones cortos color caqui. Era un hombre que no pasaba desapercibido y también el único de mis amantes que aparentaba su verdadera edad.
Salté para darle un abrazo y le rogué que se sentara. Acercó una silla y se sentó junto a mí y el señor Cataliades.
—Creo recordar quién conoce a Quinn y quién no —me dirigí a la mesa en general—. Barry, conociste a Quinn en Rhodes, creo; y Amelia, tú y Bob lo conocéis de Nueva Orleans. Quinn, ya conoces a Desmond Cataliades y a su sobrina, Diantha, ¿verdad?
Quinn asintió como saludo. Diantha dejó su trozo de cuerda y clavó la mirada en Quinn. El señor Cataliades, quien también sabía de la naturaleza depredadora de Quinn, fue cordial, pero se mantuvo muy alerta.
—Fui a tu casa primero —me dijo Quinn—. Nunca había visto que las plantas florecieran así en el verano. ¡Y esos tomates! Madre mía, ¡son enormes! —Era como si nos hubiéramos visto ayer. Tuve esa sensación cálida y reconfortante que sentía estando junto a Quinn.
—Mi bisabuelo empapó con magia el suelo cercano a mi casa antes de irse —expliqué—. Probablemente se trataba de un hechizo para hacer más fértil la tierra. Sea lo que sea, funciona. ¿Cómo está Tij?
—Todo va muy bien —contestó. Sonrió, y era como ver a una persona completamente diferente—. El bebé está creciendo muchísimo. ¿Quieres ver una foto?
—Claro —respondí, y Quinn sacó su cartera y, de ella, una de esas ecografías llenas de sombras. Había dos marcadores en la foto que, tal y como explicó Quinn, señalaban dónde empezaba y acababa el cuerpo del bebé.
Tara me había enseñado muchas de sus imágenes por ultrasonidos y este bebé parecía bastante grande para dos meses.
—¿Entonces Tijgerin tendrá el bebé antes que un ser humano normal? —pregunté.
—Sí. Los hombres tigres son únicos en eso. Es una de las razones por las que, tradicionalmente, las madres tigres pasan el embarazo y el parto apartadas de todo el mundo, incluyendo el padre —lamentó Quinn con tristeza—. Al menos me envía correos electrónicos cada pocos días.
Hora de cambiar de tema.
—Me alegro de verte, Quinn —dije mirando fijamente al señor Cataliades, que todavía no se había relajado. La intensa mirada de Diantha no significaba que pensara en saltar a los brazos de Quinn, pensaba en partírselos o cortárselos con un cuchillo si se presentaba la ocasión. A Diantha no le gustaban los depredadores—. ¿Qué te trae a Bon Temps? —pregunté. Le puse la mano en el brazo. «Este hombre es mi amigo», le dije en silencio al señor Cataliades, y él asintió ligeramente, pero no apartó la mirada.
—He venido a ayudar —dijo Quinn—. Sam ha subido al foro que alguien quiere hacerte daño. Eres amiga de la manada de Shreveport, eres amiga de Sam y eres mi amiga. Además, el pañuelo utilizado para matar a esa señora fue un regalo de los licántropos.
Sam definitivamente le había dado un buen giro a la historia del pañuelo. Los lobos me lo habían «regalado» cuando lo usaron para cubrirme los ojos e impedir que viera adónde me llevaban… la noche que conocí por primera vez a un hombre lobo. ¡Parecía haber pasado una eternidad! Durante un instante pensé en que hubo una vez en que no conocía la magnitud del mundo sobrenatural. Y ahí estaba yo ahora, sentada en el Lucky Bar-B-Q con dos brujos, dos semidemonios, un telépata y un hombre tigre.
—Sam siempre ha sido un buen amigo —reconocí, preguntándome una vez más qué diablos estaba pasando con mi buen amigo. Había realizado todo ese esfuerzo por mí, tratando de reunir ayuda cuando la necesitaba, pero apenas podía mirarme a la cara. Definitivamente, algo estaba podrido en Bon Temps—. Ese foro de las criaturas de dos naturalezas debe de tener una actividad asombrosa.
Quinn asintió.
—Alcide también había colgado algo, así que me detuve en su oficina de camino aquí. Quiere saber si alguien de su manada puede oler tu casa. Le dije que yo era capaz de rastrear lo que hubiera que rastrear, pero insistió en que los lobos querían ayudar. ¿Crees que el pañuelo lo robaron de tu casa?
Todo el mundo en la mesa escuchaba con atención, incluso el señor Cataliades y Diantha. Por fin habían aceptado a Quinn como amigo mío.
—Sí, eso es lo que creo. Sam recuerda habérmelo visto puesto en la iglesia, y eso debe de haber sido en un funeral hace unos meses. Estoy bastante segura de haberlo visto al ordenar mi cajón de pañuelos la semana pasada. Creo que, de no haber estado, me habría dado cuenta.
—Yo puedo ayudarte. Conozco un hechizo que podría ayudarte a recordar, sobre todo si tenemos una foto del pañuelo —ofreció Amelia.
—No creo tener ninguna, pero puedo hacer un dibujo —sugerí—. Tiene plumas dibujadas. —Las primeras veces que me lo había puesto, no me había percatado de que las sutiles pinceladas de color representaban plumas. Dado que tenía los colores de un pavo real, se podría pensar que me tendría que haber dado cuenta antes, pero, vaya, era solo un pañuelo. Un pañuelo que había conseguido gratis y que ahora podía costarme la vida o la libertad.
—Eso podría servir —dijo Amelia.
—Entonces estoy dispuesta a intentarlo. —Me volví hacia Quinn—. Y los hombres lobo pueden venir a oler mi casa cuando deseen. La mantengo bastante limpia, así que no estoy segura de que puedan descubrir nada.
—Echaré un vistazo por tu bosque —propuso Quinn. No era una pregunta.
—Hace un calor terrible, Quinn —dije—. Y hay serpientes… —Mi voz se apagó cuando me encontré con sus ojos. Quinn no tenía miedo del calor, ni de las serpientes, ni de casi nada.
Nos lo pasamos bien almorzando todos juntos, y como nuestra comida olía tan bien, Quinn acabó pidiendo un sándwich. No podía siquiera comenzar a decirle a todos lo agradecida que estaba de que hubieran venido, de que me estuvieran ayudando. Qué equivocada estaba tres días antes, cuando pensaba que solo Jason estaba a mi lado. Me sentía inmensamente, profundamente agradecida.
Después del almuerzo, fuimos al Wal-Mart a hacer la compra para la cena. Para mi alivio, el señor Cataliades y Diantha fueron a echar gasolina en su furgoneta mientras los demás comprábamos. Simplemente, no podía imaginármelos en el Wal-Mart. Dividí la lista y le entregué a cada uno su parte. Acabamos enseguida.
Mientras llenábamos nuestro carrito, Quinn, que se dedicaba a planificar eventos sobrenaturales, me hablaba de la fiesta de mayoría de edad de un hombre lobo que había acabado en un «aquí vale todo». Estaba riéndome cuando, al torcer una esquina, nos encontramos con Sam.
Después de su extraño comportamiento del día anterior en el bar y la conversación telefónica de esa mañana, casi no sabía qué decirle. Aun así, me alegré de verlo. Sam parecía bastante sombrío, y empeoró cuando le volví a presentar a Quinn.
—Sí, tío, sí me acuerdo de ti —dijo Sam, tratando de sonreír—. ¿Has venido a darle apoyo moral a Sookie?
—A darle el apoyo que necesite —ofreció Quinn. No era la mejor elección de palabras.
—Sam, sé que te he hablado del señor Cataliades. Ha venido con Diantha, Barry, Amelia y Bob —resumí de prisa—. ¿Te acuerdas de Amelia y Bob? Es posible que Bob fuera un gato cuando lo viste. ¡Ven a visitarnos!
—Sí los recuerdo —contestó Sam con los dientes apretados—, pero no puedo ir.
—¿Qué te lo impide? Supongo que Kennedy está trabajando el bar.
—Sí, le toca esta tarde.
—Entonces vente.
Cerró los ojos y pude sentir las palabras golpeando en su cabeza, con ganas de salir.
—No puedo ir —repitió, y después apartó su carrito y salió de la tienda.
—¿Qué le pasa? —preguntó Quinn—. No conozco bien a Sam, pero sé que siempre ha estado junto a ti, Sookie, siempre de tu lado. Hay algo que le obliga a apartarse.
Estaba tan confundida que no podía ni hablar. Mientras pagábamos y metíamos las bolsas en la furgoneta, analicé el problema con Sam. Quería venir a casa, pero no iba a hacerlo. ¿Por qué? ¿Por qué no hacer algo que quieres hacer? Porque algo te lo impide.
—Le ha prometido a alguien que no lo haría —murmuré—. Eso debe de ser. —¿Podría ser Bernie? Pensé que yo le caía bien, pero tal vez estaba equivocada. Tal vez pensara que solo le daba problemas a su hijo. Bueno, si Sam le había prometido, a ella o a cualquiera, algo así, poco podría hacer al respecto. Lo metería al final del saco de las cosas que me preocupaban. Cuando hubiera espacio arriba del saco, lo subiría. Porque sin duda me hacía daño en mi interior.
Una vez que colocamos la compra, nos reunimos de nuevo en el salón. Yo no estaba acostumbrada a estar sentada todo el día y me puso un poco nerviosa que cada uno ocupáramos el mismo sitio de antes. Quinn se sentó en el único lugar que quedaba libre, una especie de sillón destartalado que yo llevaba tiempo queriendo intercambiar por algo mejor…, algo que nunca había llegado a hacer. Le tiré un cojín, y él, cortésmente, lo puso en la zona lumbar de su espalda para estar un poco más cómodo.
—Tengo algunas cosas que contarles a todos ustedes —dijo el señor Cataliades—. Y después, algunas a Sookie de forma individual… Ahora les diré lo que he presenciado y lo que sospecho.
Sonó tan siniestro que todos nos giramos hacia el semidemonio.
—He oído que hay un diablo en Nueva Orleans —dijo.
—¿El diablo? ¿O un diablo? —preguntó Amelia.
—Una excelente pregunta —dijo el señor Cataliades—. Un diablo. El diablo en sí rara vez se deja ver. Se pueden imaginar el gentío que habría.
Ninguno de nosotros sabía qué decir.
Diantha rio como si estuviera recordando algo muy gracioso. Yo, por una vez, no quería saber por qué.
—Aquí viene el hecho más interesante —dijo de manera precisa—. Este diablo estaba cenando con su padre, señorita Amelia.
—¿No estaba cenándose a mi padre, sino cenando con él? —Amelia se echó a reír por un momento, pero de repente el significado de las palabras del señor Cataliades calaron en ella. El rostro de Amelia palideció—. ¿Me está tomando el pelo? —le preguntó en voz baja.
—Le aseguro que yo nunca haría tal cosa —respondió. Le dio un momento para que asimilara las malas noticias antes de continuar—. Aunque sé que su relación con su padre no es cercana, debo decirle que tanto él como su guardaespaldas han firmado un pacto con el diablo.
Una vez más no abrí la boca. Era Amelia la que tendría que reaccionar. Se trataba de su padre.
—Me gustaría poder decir que sé que jamás haría algo tan tonto —dijo Amelia—, pero ni siquiera siento el impulso de decir: «Él nunca haría algo así». Lo haría si sintiera que su negocio y su poder peligran… Así que los artículos de los periódicos de hace unos meses decían la verdad. Su negocio no se recuperó de forma milagrosa. No hay ningún milagro. Los milagros son algo sagrado. ¿Qué milagro haría un diablo?
Bob le cogió la mano en silencio.
—Al menos no sabía que estaba embarazada. Así que no podía prometerle al diablo nuestro hijo —le comunicó a Bob, y había algo salvaje en ella mientras lo decía. Solo hacía unas horas que sabía lo de su embarazo y ya se había encendido su piloto de «mamá»—. Cuánta razón tenía, señor Cataliades, al decirme que no llamara a nadie para dar la noticia del bebé.
El señor Cataliades asintió con gravedad.
—Le he dado esta preocupante noticia porque usted necesitaba saberlo antes de ver a su padre. En cuanto alguien hace un pacto con el diablo, cualquier diablo, comienza una transformación. El alma se pierde. No hay redención, así que no hay motivaciones para intentar ser mejor. Incluso si uno no cree en el más allá, la cuesta abajo es permanente.
Aunque estaba segura de que el semidemonio sabía más que yo sobre el tema, no creía que la redención estuviese nunca más allá del poder de Dios. Sabía que no era el momento de airear mis creencias religiosas. Era el momento de reunir información.
—Bueno…, no es que piense que todo está relacionado conmigo, porque obviamente no es así, pero ¿está sugiriendo que ha sido el señor Carmichael quien ha intentado que me metieran en la cárcel? —pregunté.
—No —contestó el abogado. Suspiré de alivio—. Creo que es otra persona —continuó, y mi alivio se desvaneció. ¿Cuántos enemigos podría tener?—. Sin embargo, sé de buena tinta que Copley Carmichael le preguntó al diablo por un cluviel dor.
Di un grito ahogado.
—Pero ¿cómo podría él saber que existía algo así? —pregunté. Y entonces miré a Amelia. Literalmente me mordí el interior de mi boca para no atacar. Parecía afligida, y me obligué a recordar que Amelia estaba teniendo un día muy duro.
—Yo se lo dije… Sookie, me había pedido que lo investigara y… mi padre y yo nunca tenemos nada de qué hablar… Jamás creyó que yo fuera una verdadera bruja, nunca ha dado muestras de pensar que yo era algo más que una chica ridícula. No me imaginaba que… ¿Cómo podría? Que él pudiera… —titubeó hasta parar.
Bob la rodeó con su brazo.
—Por supuesto que jamás pensaste que pasaría algo así, Amelia —dijo—. ¿Cómo podías saber que esta vez te tomaría en serio?
Hubo otra pausa incómoda. Yo seguía ejercitando mi autocontrol. Todos se dieron cuenta y me dejaron en paz.
Poco a poco, mientras Amelia lloraba, fui soltando los apoyabrazos de mi sillón (me sorprendió no ver marcas de uñas). No iba a correr a abrazarla, no me sentía cómoda con la facilidad para la indiscreción de Amelia, pero la podía entender. Amelia nunca había sido lo que se dice prudente y siempre había tenido una relación de amor/odio con su padre. Sus encuentros cara a cara eran tan poco habituales que Amelia se esforzaría por mantenerlo interesado en su conversación. ¿Y qué había más interesante que un cluviel dor?
Una cosa era segura: si mi amistad con Amelia continuaba, nunca, nunca le contaría nada más importante que una receta o una previsión meteorológica. Se había pasado de la raya. Otra vez.
—Así que sabía que yo tenía un cluviel dor y lo quería para él —deduje, impaciente y harta del arrepentimiento lloroso de Amelia—. ¿Qué pasó después?
—No sé por qué el diablo tendría una deuda con Copley —dijo Cataliades—, pero, al parecer, el cluviel dor era el pago que Copley solicitó, así que le envió al diablo hacia usted, Sookie. Sin embargo, usted lo utilizó antes de que pudiera arrebatárselo…, afortunadamente para todos nosotros. Ahora Copley se siente frustrado y él no está acostumbrado a la frustración, al menos no desde Año Nuevo. De alguna manera, él siente que usted le debe algo.
—¿Y cree que pudo matar a Arlene para que me inculparan?
—Lo habría hecho si se le hubiera ocurrido —respondió el señor Cataliades—, pero creo que eso es muy retorcido, incluso para él. Ese es el trabajo de una mente más sutil, una mente que quiere que usted sufra en la cárcel durante muchos años. Copley Carmichael está enfurecido e intenta hacerle daño de una manera más directa.
—Sookie, lo siento —lamentó Amelia. Estaba más calmada y elevó la cabeza con un poco de dignidad a pesar de las lágrimas en sus mejillas—. Solo mencioné el cluviel dor en una conversación. No sé de dónde pudo sacar el resto de la información. No parezco ser una buena amiga para ti, a pesar de todo lo que te quiero y lo mucho que lo intente.
No podía pensar en ninguna respuesta que sonara convincente. Bob me miró. Quería que yo le dijera algo que arreglara las cosas. Sencillamente, no había ninguna manera de hacerlo.
—Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para ayudarte —continuó Amelia—. Por eso vine aquí en primer lugar. Pero ahora voy a hacerlo incluso con más ganas.
Respiré hondo.
—Sé que lo harás, Amelia —convine—. Eres sin duda una gran bruja, y estoy segura de que saldremos de esta. —Y en ese momento era todo lo que le podía decir.
Amelia me ofreció una sonrisa llorosa y Quinn le dio una palmadita en el brazo. Diantha parecía totalmente aburrida (lo suyo no era el diálogo emocional). Es posible que el señor Cataliades sintiera lo mismo, porque dijo:
—Parece que hemos superado este pequeño bache. Pasemos a algo de más interés.
Todos intentamos parecer atentos.
—Hay muchos más asuntos que tratar, pero si miro a mi alrededor, veo gente cansada y necesitada de tiempo de recuperación —soltó inesperadamente—. Continuaremos mañana. Dos de nosotros tenemos pequeñas tareas que llevar a cabo esta tarde o esta noche.
Amelia y Bob entraron en su dormitorio y cerraron la puerta, lo cual fue un alivio para todos. Barry me preguntó si podía usar mi ordenador, ya que no traía su portátil; le dije que sí, siempre que no le diera a nadie su ubicación. Me sentía totalmente paranoica, pero pensaba que tenía una buena razón. El señor Cataliades y Diantha se retiraron al piso de arriba para hacer llamadas relacionadas con la profesión de abogado del señor Cataliades.
Quinn y yo dimos un paseo para poder tener algo de tiempo solo para nosotros. Me contó que, después de que Tijgerin le dijera que no lo volvería a ver por mucho tiempo, se había planteado retomar su vida amorosa, pero que simplemente no podía hacerlo. Iba a tener un hijo con Tij, y eso lo hacía sentirse atado a ella, a pesar de que le pidiera que se mantuviera alejado. Le exasperaba que no le permitiese compartir la crianza del bebé y que se aferrara a la antigua tradición con tal determinación y ferocidad.
—¿Has tenido noticias de tu hermana Frannie? —pregunté, con la esperanza de no estar sacando otro tema doloroso. Se me alegró el corazón al verle sonreír.
—Se ha casado —contestó—. ¿Puedes creerlo? Pensé que la había perdido para siempre cuando se escapó. Pensé que acabaría drogándose y prostituyéndose. Pero una vez que se alejó de nosotros, de mí y de mi madre, consiguió un trabajo como camarera en una cafetería de Nuevo México. En la cafetería conoció a un hombre que se dedica al turismo y lo siguiente que sé es que se fueron a una capilla. Hasta ahora, todo bien. ¿Cómo está tu hermano?
—Se va a casar con una mujer que no es una sobrenatural —respondí—. Parece amarlo por lo que es, y no espera más de lo que él puede dar. —El alcance emocional e intelectual de mi hermano era limitado, aunque se estaban expandiendo poco a poco. Al igual que Frannie, Jason había madurado mucho recientemente. Nada más ser mordido y convertido en un hombre pantera, la vida de Jason se transformó en un caos, pero ahora se estaba recomponiendo.
Quinn y yo hablamos básicamente sobre nuestras familias. Fue un paseo relajante, incluso bajo el húmedo y tórrido calor posterior a la lluvia.
No me preguntó acerca de mi situación con Eric y eso fue un alivio.
—Además de echarle un vistazo a tu bosque, ¿qué más puedo hacer por ti, Sookie? —preguntó Quinn—. Quiero hacer algo más que sentarme y escuchar cosas que resultan bochornosas.
—Sí, ha sido bastante horrible. No importa el empeño que pongamos Amelia y yo en ser amigas. Siempre pasa algo.
—Pasa porque no es capaz de mantener la boca cerrada —concluyó Quinn, y se encogió de hombros. Así era Amelia. Para mi sorpresa, Quinn me rodeó el hombro con su brazo y se acercó. Me pregunté si le había enviado la señal equivocada.
—Escucha, Sookie —murmuró, sonriéndome con cariño—. No quiero asustarte, pero hay alguien en el bosque caminando en paralelo a nosotros. ¿Tienes alguna idea de quién puede ser? ¿Si está o están armados? —Su voz no sonaba agitada e hice un gran esfuerzo por imitarle. Me costó muchísimo no mirar en dirección al bosque.
Me obligué a sonreír a Quinn.
—En absoluto. No es humano porque podría leer su cerebro y no puede ser un vampiro porque es de día.
Quinn expulsó todo el aire de sus pulmones e inspiró una bocanada de aire.
—Creo que puede ser un hada —susurró—. Detecto una leve esencia de hada. Hay muchos olores después de la lluvia.
—Pero las hadas se han ido —rebatí, cambiando la expresión de mi rostro. No iba a estar sonriéndole exageradamente a Quinn durante cinco minutos hasta llegar a la carretera—. Eso es lo que me dijo mi abuelo.
—Creo que se equivocó —corrigió Quinn—. Regresemos a casa con discreción.
Cogí la mano de Quinn y la balanceé con entusiasmo. Me sentí como una idiota, pero necesitaba hacer algo físico mientras me concentraba en mi otro sentido. Finalmente, encontré la señal del cerebro de la criatura que se escondía en el bosque, que proporcionaba fácil escondite debido a los efectos naturales del verano (lluvia y sol) y los beneficios de la bendición de Niall. Cuanto más nos acercábamos a la casa, más gruesa era la vegetación. La zona que separaba el jardín del bosque parecía una selva.
—¿Crees que va a disparar? —pregunté con una sonrisa. Balanceé la mano de Quinn como si yo fuera una niña caminando con su abuelo.
—No huelo ningún arma —dijo—. Basta ya con el balanceo. Tengo que ser capaz de moverme rápido.
Le solté la mano, un poco avergonzada.
—Intentemos entrar en casa sin perder la vida.
Pero quien fuera que nos observaba no hizo ningún movimiento. Casi fue un anticlímax cruzar el porche trasero, entrar por la puerta y cerrarla detrás de nosotros, preguntándonos a cada segundo si algo terrible iba a suceder. Pero no ocurrió nada. Nada en absoluto.
Barry había decidido preparar hamburguesas para cocinar a la parrilla en el jardín. Estaba añadiendo cebolla picada, sal con especias y pimientos verdes a la carne cuando cerramos con pestillo la cocina y nos agachamos.
—Pero ¿qué demonios…? —preguntó con gran sorpresa.
—Había alguien fuera —contesté.
Barry también se agachó. Cerró los ojos y se concentró.
—Ni idea —dijo, tras un instante—. Quienquiera que fuese se ha marchado, Sookie.
—Olía como un hada —le contó Quinn a Barry.
—Todas las hadas se han ido —afirmó Barry—. Es lo que me contaron los vampiros de Texas. Dijeron que habían desaparecido todas y cada una de ellas.
—Sí, todas se han ido —repetí—. Es un hecho. Así que o el olfato de Quinn se equivoca o tenemos un renegado.
—O expulsado —sugirió Barry en voz baja.
—O fugitivo. Sea lo que sea, ¿por qué está merodeando por el bosque? —preguntó Quinn.
Yo no tenía la respuesta. Y cuando no pasó nada más, los tres empezamos a pensar que no pasaría. Quinn decidió retrasar su búsqueda hasta la tarde. No tenía sentido salir al bosque ahora.
No era una actividad muy excitante, pero empecé a cortar rodajas de tomate para las hamburguesas y una sandía. Quinn se ofreció a hacer patatas fritas caseras. Me alegré de que tuviera un plan para los cinco kilos de patatas que había metido en el carrito del supermercado.
Empezamos a preparar la cena los tres, trabajando en la cocina. Fingí no haber visto cómo Quinn se comía una hamburguesa cruda; Barry rápidamente se ofreció para llevar el resto junto a la parrilla. Preparé una cazuela de judías al horno y Quinn comenzó a freír las patatas. Puse la mesa y lavé los cacharros que habíamos usado para cocinar.
Cuando llamé para que todos vinieran a cenar, pensé que aquello era casi como llevar una pensión.