Cuando me levanté a la mañana siguiente, estaba diluviando otra vez. ¡Bien! ¡No tendría que regar! Aún estaba cansada. Descubrí que no sabía qué turnos había decidido trabajar, que no tenía ningún uniforme limpio y que casi no quedaba café. Además, me golpeé el dedo del pie con la mesa de la cocina. Indudablemente, todo resultaba molesto, pero era mejor que ser arrestada por asesinato o despertar en un calabozo.
Decidí depilarme las cejas mientras los uniformes se secaban en la secadora. Uno de los pelos era sospechosamente claro. Tiré de él y lo examiné. ¿Era gris?
Me puse maquillaje extra y, cuando pensé que sería capaz de parecer tranquila, llamé a mi socio.
—Sam —le dije, cuando contestó el teléfono—, no consigo recordar cuándo tengo que ir a trabajar.
—Sookie —contestó. Sonaba raro—, escucha, quédate en casa hoy. Te portaste como una campeona ayer, pero tómate un respiro.
—Pero quiero trabajar —protesté, hablando muy despacio, mientras intentaba averiguar qué le pasaba a mi amigo.
—Sook…, hoy, no. No vengas. —Y colgó.
¿Se había vuelto todo el mundo loco?, ¿o era solo yo? Mientras me quedaba allí sosteniendo el teléfono, sin duda con pinta de imbécil (lo que no importaba, ya que nadie podía verme), el aparato me vibró en la mano. Chillé y estuve a punto de lanzarlo al otro lado de la habitación, pero me recompuse y lo acerqué a mi oreja.
—Sookie —dijo Amelia Broadway—, llegaremos todos en poco más de una hora. El señor Cataliades me dijo que te llamara. No te preocupes por el desayuno, ya hemos tomado algo.
Una manifestación de lo ocupada que estaba mi cabeza era que había olvidado por completo la visita de Nueva Orleans que llegaba esa mañana.
—¿Quiénes son todos?
—Yo, Bob, Diantha, el señor Cataliades y un viejo amigo suyo. ¡Verás qué sorpresa! —Y Amelia colgó.
Odio las sorpresas. Pero al menos tenía algo que hacer. La cama de arriba, en la antigua habitación de Claude, ya tenía sábanas limpias. Cogí el colchón inflable que había conseguido para la antigua buhardilla de Dermot. Ahora era un cuarto vacío grande con un armario enorme. La cama plegable que Dermot había utilizado antes de tener el colchón inflable era fácil de instalar en la sala de estar del segundo piso. Una vez que todo lo de arriba estuvo preparado, me aseguré de que el baño de abajo todavía estuviera limpio; la habitación frente a la mía, lista y la cocina, ordenada. Dado que no iría a trabajar, me puse unos shorts negros con lunares blancos y una camisa blanca.
¡Ah, la comida! Pensé en un menú, pero no sabía cuánto tiempo se quedarían. El señor Cataliades era de buen comer.
Para cuando escuché un coche subiendo por el camino de grava, yo estaba más o menos lista para tener compañía, aunque tengo que admitir que la idea de recibir visitas no me emocionaba demasiado. Amelia y yo no nos separamos en buenos términos tras nuestra última conversación cara a cara, aunque nos habíamos acercado un poco por Internet. El señor Cataliades siempre tenía algo interesante que decir, pero rara vez eran noticias que yo quisiera saber. Diantha tenía multitud de talentos inesperados y resultaba muy útil tenerla cerca. Y luego estaba el invitado misterioso.
Amelia entró la primera, corriendo con su blusa repleta de gotas de lluvia. Su novio, Bob, le pisaba los talones. Él odiaba mojarse. No sabía si se debía a que había pasado un tiempo con forma de gato o a que simplemente le gustaba estar seco. Diantha entró bailando; su ropa, ajustada y de colores brillantes, resaltaba su pequeño y huesudo cuerpo. El señor Cataliades, con su traje negro habitual, subía con fuerza las escaleras detrás de ella, moviéndose con agilidad a pesar de su corpulencia.
La última persona en entrar fue Barry el Botones, anteriormente conocido como Barry Horowitz.
Años más joven que yo, Barry era el primer telépata al que había conocido. El señor Cataliades era el tatarabuelo de Barry, aunque no sabía si Barry tenía conocimiento de esto o no.
Al igual que con Amelia, Barry y yo no nos habíamos despedido de manera del todo amistosa. No obstante, sufrimos un horrible calvario juntos y eso había creado un lazo entre nosotros que nada podría romper, sobre todo teniendo en cuenta que además compartíamos la misma discapacidad. Lo último que había oído de él era que trabajaba para Stan, el rey de Texas…, aunque, dado que Stan había sido gravemente herido en la explosión en Rhodes, me imaginaba que desde entonces Barry habría estado trabajado para su lugarteniente, Joseph Velásquez.
Desde la última vez que vi a Barry, en un hotel en Rhodes, se le notaban los años y su cuerpo había madurado. Ya no era un chico desgarbado. Ahora era más… intenso y ágil. Le di una toalla para secarse la cara y lo hizo con vigor.
«¿Cómo estás?», le pregunté.
«Es una larga historia», contestó. «Más tarde».
—Vale —dije en voz alta. Me giré para saludar a mis otros invitados. Amelia y yo nos abrazamos con torpeza. Era inevitable no recordar nuestra última pelea, cuando se metió de lleno en mi vida personal la última vez que vino a casa. Amelia había engordado un poco.
—Está bien —comenzó—. Escucha, simplemente por pasar página. Lo he dicho anteriormente, pero quiero decirlo de nuevo. Lo siento. Ser una bruja tan buena me dio una idea equivocada del funcionamiento de tu vida, y soy consciente de que traspasé mis límites. No se va a repetir. He estado intentando hacer las paces con todo el mundo. He intentado recuperar la relación con mi padre, a pesar de que ha resultado ser un hombre totalmente distinto a como pensaba que era, y estoy aprendiendo a controlar mis impulsos.
La miré detenidamente, un poco confundida por la lectura que estaba recibiendo de su mente. Amelia siempre había sido una locutora excepcional y todavía lo era. Enviaba ondas de sinceridad y miedo a que rechazase su disculpa. (Sin embargo, aún tenía una opinión elevada de sí misma, con cierta justificación). Pero había algo más.
—Nos daremos otra oportunidad —le dije, y nos sonreímos entre nosotras tanteándonos—. Bob, ¿cómo estás? —Me giré hacia su compañero. Bob no era un hombre grande. Si hubiera tenido que elegir dos adjetivos para Bob, habrían sido «oscuro» y «friki». Pero Bob, como Barry, había cambiado. Había ganado algo de peso y le sentaba bien. La delgadez extrema no le iba. Amelia había mejorado su armario, incluidas sus gafas, que ahora eran más de estilo europeo, intelectual y sofisticado.
—Vaya, Bob, menudo cambio. Tienes buen aspecto —alabé, y sus finos labios se abrieron en una sorprendentemente encantadora sonrisa.
—Gracias, Sookie, tú también. —Se miró la ropa—. Amelia pensó que debía actualizarme.
Todavía no podía imaginar cómo Bob había podido perdonar que Amelia le convirtiera en un gato cuando no sabía cómo devolverle a su condición humana. Su impulso inicial de odio lo llevó a marcharse y buscar a la familia que aún le quedaba, pero una vez que recuperó su forma humana, volvió con ella.
—Querida Sookie —saludó el semidemonio Desmond Cataliades, y lo abracé. Me supuso un esfuerzo, pero es lo que se hace con los amigos, ¿no?
Su aspecto era humano: cuerpo redondo, cabello oscuro y escaso, ojos oscuros y papada, pero al tacto era distinto, te daba la impresión de estar tocando goma. Inhaló con profundidad mientras me abrazaba y tuve que reprimir mis ganas de cerrar los ojos. Por supuesto, él lo sabía. Igual que yo, podía leer las mentes, aunque era muy hábil en mantenerlo en secreto. Él me hizo ser como era; y a Barry, también.
—HolaSookie —dijo Diantha—. Tengoquehacerpis. ¿Elbaño?
—Claro, al final del pasillo —contesté, y allá que fue como un rayo, con su pelo y ropa oscurecidos por la lluvia.
Me aseguré de que todos tenían una toalla. Se formó un poco de revuelo cuando asigné los dormitorios: Bob y Amelia en el piso de abajo, frente a mi cuarto, el señor Cataliades y Diantha, arriba, en el dormitorio y sala de estar de Claude, y Barry en el colchón inflable en la antigua buhardilla (ahora dormitorio sin terminar). Mi casa estaba llena de voces y actividad. Había pies que subían y bajaban las escaleras, la puerta del baño se abrió y cerró varias veces. La vida me rodeaba. Era agradable. Aunque Claude y Dermot habían sido unos invitados que dejaban bastante que desear (especialmente el traidor de Claude), echaba de menos su sonido en la casa, y sobre todo añoraba la sonrisa de Dermot y sus ganas de ayudar. No me había admitido eso hasta ese momento.
—Podrías habernos puesto arriba y al abogado aquí —protestó Amelia.
—Sí, pero tú tienes que guardar toda tu energía para el bebé.
—¿Qué?
—El bebé —repetí con impaciencia—. Pensé que no te apetecería subir y bajar las escaleras varias veces al día. Además, necesitas estar cerca de un baño por la noche. Al menos, con Tara fue así.
Cuando vi que no respondía, me aparté de la cafetera y miré a Amelia, quien me observaba de forma muy extraña. Bob, también.
—¿Me estás diciendo… —preguntó Amelia en voz muy baja— que estoy embarazada?
Había dado en el clavo y me había pillado los dedos.
—Sí —respondí débilmente—. Puedo sentir sus ondas cerebrales. Tienes a un pequeñín a bordo. Nunca había sentido un bebé antes. Quizá me equivoque. ¿Barry? —Este había entrado durante la última parte la conversación.
—Por supuesto. Pensé que lo sabías —le dijo a Bob, que parecía casi como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago—. Quiero decir… —pasó la mirada de Bob a Amelia—, pensé que ambos lo sabíais. Sois brujos, ¿verdad? Pensé que esa era la razón por la que pude sentir el bebé antes de tiempo. Pensé que no queríais hablar de ello todavía. No públicamente. Estaba intentando ser discreto.
—Vamos, Barry —dije—. Creo que tenemos que dejarles espacio. —Siempre había querido decir eso. Le cogí la mano y me lo llevé a la sala de estar, dejando a los futuros padres en la cocina. Podía oír el estruendo de mi padrino hablando con su sobrina arriba. Por el momento, estábamos solos Barry y yo.
—¿Qué tal todo? —le pregunté a mi compañero telépata—. La última vez que te vi, estabas muy enfadado conmigo. Pero has venido hasta aquí.
Parecía triste y un poco avergonzado.
—Volví a Texas —dijo—. La recuperación de Stan fue bastante lenta, así que estuve a cargo de Joseph Velásquez. Él luchaba por mantener el control, amenazando a todos con lo que pasaría cuando Stan regresara con toda su fuerza. Como una madre que amenaza a sus hijos con que su padre va a volver a casa y les va a dar un azote en el trasero. Finalmente, un vampiro llamado Brady Burke se coló en la cripta de recuperación (no preguntes cómo) y le clavó una estaca a Stan. La gente de Brady fue después a por Joseph, pero Joseph los venció y puso a Brady y a sus vampiros bajo el sol. Después mató a los compañeros humanos de Brady.
—Y Joseph pensó que deberías haberle advertido.
Barry asintió.
—Por supuesto, y tenía razón. Yo sabía que pasaba algo, pero no sabía qué. Me hice amigo de una chica llamada Erica, una de las donantes de Brady.
—¿Amigo?
—Está bien, me acostaba con Erica. Por eso Joseph sintió que debería haberlo sabido.
—¿Y?
Suspiró y miró hacia otro lado.
—Y sí, yo sabía que planeaban algo, pero como no sabía qué, no se lo dije a Joseph. Sabía que se echaría encima de Erica como un torrente para sonsacarle información. Yo jamás pensé que se tratara de algo tan drástico como un cambio de «gobierno».
—¿Qué pasó con Erica?
—Antes de enterarme del golpe de Estado ya estaba muerta.
Su tono de voz estaba cargado de odio hacia sí mismo.
—Tenemos limitaciones —dije—. No podemos obtener lecturas precisas de cada pensamiento, cada cerebro, cada minuto. Ya sabes que la gente no piensa en frases completas, como «Iré al First National Bank hoy a las diez en punto, me pondré en la cola de la ventanilla de Judy Murello, a continuación sacaré mi Magnum 357 y atracaré el banco».
—Lo sé. —La tormenta en su cabeza cedió un poco—. Pero Joseph decidió que no se lo había dicho por mi relación con Erica. De repente, el señor Cataliades apareció de la nada. No sé por qué. Y lo siguiente que supe era que me estaba yendo con él. No sé por qué me rescató. Joseph dejó bien claro que nunca más trabajaría para los vampiros. Iba a correr la voz.
Sí, no había duda de que el señor Cataliades no le había dicho nada a Barry acerca de su relación de sangre.
—¿Crees que Erica conocía el plan de Brady?
—Sí —respondió Barry, cansado y triste—. Estoy seguro de que sabía lo suficiente como para advertirme, y no lo hizo. No pude leer el plan en su mente. Estoy seguro de que antes de morir se arrepintió de no habérmelo dicho. Pero murió de todas formas.
—Qué duro —lamenté. Inapropiado, pero sincero.
—Hablando de cosas duras, he oído que tu vampiro se va con otra persona. —Barry cambiaba de tema demasiado rápido.
—Supongo que se ha terminado todo lo mío con vampirolandia —dije.
—Freyda, desde luego, es excepcional. En cuanto se supo que andaba buscando consorte, muchos hombres intentaron ponerse en la cola para conseguir un pedazo suyo. Mucho poder significa mucho dinero y un montón de opciones de expansión en Oklahoma. Casinos y pozos de petróleo. Con un tipo como Eric respaldándola, va a construir un imperio.
—Eso va a ser delicioso —dije, tan cansada y triste como él. Barry parecía más enterado de los cotilleos del mundo de los vampiros de lo que yo había estado nunca. Quizá yo había estado más de lo que debía haber estado «entre ellos» sin ser «una de ellos». Quizá había más verdad en las acusaciones de Eric sobre mis prejuicios contra la cultura de los vampiros de lo que creía. Pero los vampiros usaban a los seres humanos, así que estaba más que contenta de no haberle dicho nunca a Eric nada del hijo de mi prima Hadley, Hunter.
—¿Así que hay otro de nosotros? —preguntó Barry, y la pregunta me dejó noqueada. Mierda. Estaba acostumbrada a ser la única capaz de leer las mentes a mi alrededor. Un segundo después, mi cara y la suya distaban un centímetro y mi mano agarraba su camiseta.
—Si le dices a alguien lo de Hunter, te juro que alguna noche tendrás un visitante muy malo —le amenacé, muy en serio, con cada átomo de mi cuerpo. Mi primo Hunter iba a estar a salvo incluso si tenía que ser yo misma esa visitante nocturna. Hunter tenía solo cinco años y no iba a permitir que le secuestrasen y entrenasen para servir a un rey o una reina de los vampiros. Ya era bastante difícil llegar a la edad adulta siendo telépata como para encima tener a unos vampiros queriéndote secuestrar para así tener ventaja sobre el resto. Eso sería un millón de veces peor.
—Oye, ¡para! —protestó Barry con furia—. He venido aquí para ayudar, no para empeorar las cosas. Cataliades debe saberlo.
—Tú mantén la boca cerrada sobre Hunter —le ordené y le solté—. Ya conoces lo diferente que sería. No me preocupa que el señor Cataliades vaya a decírselo a nadie.
—Está bien —aceptó Barry un poco más relajado—. Puedes estar segura de que mantendré la boca cerrada. Sé lo difícil que es esto cuando eres un niño. Te juro que no lo diré. —Y expulsó el aire de sus pulmones para dejar salir todo el nerviosismo. Yo hice lo mismo.
—¿Sabes a quién vi hace diez días en Nueva Orleans? —dijo Barry en un susurro tan bajo que tuve que inclinarme hacia delante para oírle. Levanté las cejas para que continuara. «A Johan Glassport», completó en silencio, y sentí un escalofrío por mi espalda.
Johan Glassport era un abogado. He conocido a muchos abogados agradables, así que no voy a hacer ningún chiste sobre la profesión. Pero Johan Glassport era un sádico y un asesino. Evidentemente, si eres un brillante abogado, puedes librarte de un montón de cosas. Ese era su caso. La última vez que le vi fue en Rhodes. Tenía entendido que, tras la terrible explosión en el hotel, se había escondido en México. Había salido en la televisión entonces, cuando enfocaron al agrupamiento de supervivientes andrajosos y heridos. Yo siempre había pensado que temió ser reconocido por alguien. Apuesto a que muchas personas sentirían pavor al verlo.
«¿Te vio?», pregunté.
—No creo —dijo. Y añadió sin hablar: «Glassport estaba en un tranvía y yo en la acera».
—Nunca es bueno ver a Johan —murmuré—. ¿Por qué habrá vuelto a Estados Unidos?
—Espero no saberlo nunca. Y te voy a decir una cosa extraña. El cerebro de Glassport era opaco.
—¿Se lo has dicho al señor Cataliades?
«Sí. Pero no dijo nada. Parecía sombrío. Más sombrío de lo habitual».
—Yo también lo vi —intervino Desmond Cataliades, haciendo una de sus apariciones repentinas—. De hecho, Nueva Orleans ha estado repleto de criaturas inesperadas últimamente. Pero hablaremos de esto más adelante. Glassport me dijo que tenía negocios en Luisiana. Había sido contratado por alguien de gran riqueza. Alguien que no deseaba ser visto por nadie. Glassport dijo que esta persona le había mandado reclutar a alguien fuera del país.
—Me pregunto a quién.
—En situaciones normales, se lo habría podido escuchar —dijo el semidemonio—, pero tal y como mencionaba Barry, Glassport ha adquirido algún tipo de fetiche protector, quizá de origen feérico, y no pude oír sus pensamientos.
—¡Yo no sabía que se podía comprar ese tipo de artículos! —exclamé con sorpresa—. Sin duda, deben de ser difíciles de crear.
—Los seres humanos no pueden. Solo unos pocos seres sobrenaturales.
Cuando Amelia salió de la cocina, de la mano de Bob, todos teníamos aspecto nervioso y preocupado.
—¡Oh, qué majos sois! Pero no os preocupéis por nosotros —dijo, sonriendo—. Bob y yo estamos felices como perdices con el bebé…, ahora que hemos conseguido superar el shock. —Me alegré al ver su felicidad, y la de Bob, pero también lamenté no poder continuar con la conversación sobre Johan Glassport. Saber que estaba en algún lugar de Luisiana eran malas noticias.
La sonrisa de Amelia comenzó a tambalearse al no conseguir la reacción esperada.
—¡Amelia y Bob van a tener un bebé! —grité, sonriendo emocionada ante el señor Cataliades. Por supuesto, él ya lo sabía.
—¡Sí, estoy embarazada, señor Cataliades! —le contó Amelia al abogado semidemonio, recuperando su entusiasmo al decírselo. Cortésmente, él hizo todo lo posible por parecer sorprendido y encantado.
—Vamos a criar al bebé juntos. ¡Ya verás cuando se lo diga a mi padre! ¡El cabreo que va a coger por que no estemos casados! —dijo Amelia. Parecía contenta por poder fastidiar a su padre, quien daba órdenes a la gente todo el día, todos los días.
—Amelia —dije—, Bob no tiene un padre con quien compartir este bebé. Al niño le puede venir bien disfrutar de tener un abuelo.
Amelia estaba totalmente desconcertada. Yo no sabía que iba a decir eso hasta que salió de mi boca. Esperé a ver si se enfadaba. Vi un destello de indignación cruzar su mente, y luego una reflexión más madura.
—Lo pensaré —contestó, y era sin duda más que suficiente—. Mi padre ha cambiado mucho últimamente, de eso no hay duda. —Podía oír que en su pensamiento añadía: «Y de forma inexplicable». Yo no sabía qué quería decir.
—Resulta interesante que haya comentado eso, Amelia —intervino el señor Cataliades—. Hablemos de por qué estamos aquí. Hay muchas cosas que quería contar durante el trayecto en coche, pero no solo estaba ocupado vigilando por si nos seguían, sino que además no quería tener que repetir todo otra vez para Sookie.
Nos instalamos en el salón. Diantha me ayudó a llevar bebidas, galletas y servilletas pequeñas. Definitivamente había comprado de más para la baby shower. No obstante, a nadie parecían importarle los dibujos de sonajeros verdes y amarillos. Aún no había visto en las tiendas servilletas temáticas para una reunión sobrenatural.
El señor Cataliades actuó como presidente de la reunión.
—Antes de planear cómo proceder en el caso de nuestro principal asunto: la acusación de Sookie por el asesinato de Arlene Fowler, hay otros temas que debemos discutir. Señorita Amelia, tengo que pedirle que la noticia de su embarazo se limite a este grupo, solo por el momento. Por favor, aunque sé que está muy emocionada, evite hablar del tema con sus seres queridos por teléfono o SMS. —Sonrió para reconfortarla.
Amelia parecía sorprendida y preocupada, estados de ánimo que no encajaban bien en alguien de carácter tan fresco y entusiasta. Bob bajó la mirada al suelo. Sabía a lo que se refería el señor Cataliades. Amelia, no.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó.
—Solo un día o dos. Sin duda las noticias podrán esperar, ¿verdad? —Sonrió de nuevo.
—Está bien —convino Amelia tras mirar a Bob, quien asintió con la cabeza.
—Ahora, a hablar sobre el asesinato de Arlene Fowler —dijo el señor Cataliades con tanto entusiasmo que parecía que acababa de anunciar un aumento de las ganancias en el cuarto trimestre.
Resultaba evidente que el abogado sabía un montón de cosas que yo no, y que además había decidido no compartirlas. Me molestó un poco. Pero una vez que dijo la palabra «asesinato», contó con toda mi atención.
—Por favor, cuéntenos todo lo que sepa sobre la fallecida Arlene y por qué la vio después de que saliera de la cárcel —me propuso Cataliades.
Empecé a hablar.