Sam no quería que fuese a trabajar a la mañana siguiente, pero fui de todas formas. Aunque prepararme para ir al bar por la mañana me resultaba algo muy normal, la verdad es que también me sentía muy nerviosa. Una parte de mi tiempo en el calabozo lo había invertido en imaginar que nunca jamás podría regresar al Merlotte’s, así que pensar en aparecer públicamente después de enfrentarme a una acusación tan horrible me generaba inquietud.
Andy Bellefleur había escuchado la amenaza en mi contestador automático y se había llevado la cinta. Deseaba haber sido lo suficientemente rápida como para hacer una copia antes. No tuve que preguntarle si le había transmitido mi mensaje a Alcee Beck; supe por sus pensamientos que no lo había hecho, ya que se llevaba mal con él desde que Andy pensó que no debían detenerme y Alcee había continuado, obstinado, con la demanda. Tendría que encargarme yo.
Dado que Jason me había contado la reacción de Sam tras mi detención, me esperaba una gran bienvenida en el bar. De hecho, pensé que Sam me llamaría la noche anterior, pero no lo hizo. Ahora, al verlo detrás de la barra, le sonreí y me acerqué para darle un abrazo.
Sam me miró, y sentí que el conflicto le invadía. Su mente se iluminó tanto al verme que parecía como si unos fuegos artificiales salieran de su cerebro. Pero entonces su rostro se apagó y me dio la espalda. Empezó a limpiar un vaso con furia. Me sorprendió que no se le rompiera en la mano.
Decir que estaba dolida y desconcertada era subestimar mis emociones de forma colosal. No creía que Sam estuviera enfadado conmigo por mi arresto, pero sin duda estaba enfadado por algo. Todo el personal del bar y al menos seis clientes me dieron sendos abrazos. Sam, en cambio, me evitaba como si fuese María Tifoidea.
—El calabozo no es contagioso —le dije con aspereza la tercera vez que tuve que pasar junto a él a recoger comida de la ventanilla que daba a la cocina. Se había girado para observar la lista de números telefónicos de emergencia, como si tuviera que memorizar algún número nuevo en los siguientes cinco minutos.
—Yo… Ya lo sé —respondió, comiéndose todo lo que había estado a punto de decir—. Me alegra que hayas vuelto. —An Norr se acercó a por una jarra de cerveza y cortó de cuajo nuestra conversación…, si se puede llamar así a ese intercambio de palabras. Yo seguí con lo mío, pero estaba que echaba chispas. Quería saber lo que pensaba Sam, pero dado que era un cambiante, solo podía sentir la oscuridad y frustración de sus pensamientos.
Ya éramos dos.
En el lado positivo, si los clientes del bar temían ser servidos por una mujer que había sido arrestada por asesinato, lo disimulaban muy bien. Por supuesto, ya estaban acostumbrados a Kennedy, quien no solo había sido arrestada como sospechosa del asesinato de su exnovio maltratador, sino que también había sido condenada como culpable y pagado por ello en la cárcel.
Parecía que Sam llevara un negocio de integración social.
De alguna manera, pensar en Kennedy me hizo sentir mejor, sobre todo porque ella había sido una de las amables personas que habían venido al juzgado la mañana anterior. Y hablando de la reina de Roma, un par de horas después, entraba Kennedy llevando a remolque a su amor, Danny Prideaux. Como siempre, parecía que ella acabara de llegar a un hotel para inscribirse en un concurso de belleza: arreglada de pies a cabeza, vestía un top turquesa y marrón y unos shorts marrones. Sus sandalias turquesa la elevaban dos centímetros. ¿Cómo lo haría? La miré con admiración.
Después de hacer una pequeña pausa para que todos se dieran cuenta de su entrada (algo que hacía ya por costumbre), Kennedy atravesó el bar para darme un abrazo feroz. Era la primera vez que nos abrazábamos. Al parecer, ahora éramos como almas gemelas. Aunque la comparación me hizo sentir incómoda, tampoco podía referirme a mí misma como una santa, así que correspondí el abrazo y le agradecí su preocupación.
Kennedy y Danny iban a tomar algo antes de que este se marchara a su segundo empleo como recadero diurno de Bill Compton. Danny se reunía con Bill todas las noches, me dijo, para recibir instrucciones e informar sobre lo acontecido los días anteriores. Hoy le tocaba quedarse en la casa para recibir a unos trabajadores.
—¿Bill te mantiene muy ocupado? —pregunté, intentando pensar en cuáles podrían ser las necesidades de Bill.
—Oh, no está mal —contestó Danny, con la miraba fija en Kennedy—. Hoy no trabajo en la tienda de materiales de construcción, así que iré con los de la empresa de seguridad a su casa para decirles dónde quiere que instalen los sensores y me quedaré allí durante el proceso.
Me pareció gracioso que Bill instalara un sistema de seguridad. Sin duda, los seres humanos necesitaban alarmas para intrusos más que los vampiros. Es más, yo me lo iba a pensar en cuanto autorizaran al banco de Claudine a reanudar sus actividades. Tener un sistema de seguridad en casa no era una mala idea.
Kennedy empezó a hablar de la cera en la zona del bikini que se había hecho en Shreveport, así que el tema de conversación sobre el nuevo jefe de Danny se vio desterrado por este nuevo e interesante asunto. En cuanto tuve un rato libre, me sorprendí a mí misma pensando en si el sistema de seguridad de Bill significaba que había pasado algo que le sugiriera que realmente lo necesitaba. Dado que era mi vecino más cercano, quería saber si alguien había intentado entrar en su casa. Había estado tan envuelta en mis múltiples problemas que había olvidado que otra gente también tiene preocupaciones.
Además, sentía mucha curiosidad. Era un alivio pensar en algo distinto a ser una supuesta asesina y a romper con un novio.
—¿Qué tiene que decir tu vampiro acerca de la acusación por asesinato, Sookie? —preguntó Kennedy.
Justo en el momento oportuno.
—Según parece, ha pagado mi fianza, pero creo que ha sido solo por los viejos tiempos —respondí. La miré a los ojos para que captara la indirecta.
—Lo siento —lamentó, una vez que entendió mi mensaje y la profundidad del pozo de mi tristeza—. Oh, vaya.
Me encogí de hombros. Oí que Kennedy se preguntaba si, ahora que había perdido a mi segundo amante vampiro, querría volver con Bill Compton.
Que Dios la bendiga. Esa era la forma de pensar de Kennedy. Le acaricié la mano y me fui a atender a otro cliente.
Sobre las siete de la tarde estaba agotada. Había trabajado el primer turno y el segundo ya estaba avanzado. Como ese martes no parecía haber mucho lío, fui detrás de la barra para hablar con Sam, quien no paraba de moverse de una manera muy inquieta y poco habitual en él.
—Me voy, Sam. No puedo sostenerme en pie —dije—. ¿Te parece bien?
Noté la tensión en su cuerpo, pero no estaba enfadado conmigo.
—No sé qué es lo que te ha cabreado, Sam, pero me lo puedes contar —ofrecí. Lo miré a los ojos.
—Sook, yo… —Y paró en seco—. Ya sabes que estoy aquí si me necesitas. Te protegeré, Sook.
—He recibido un mensaje muy desagradable en el contestador automático, Sam. Me ha asustado. —Le puse cara de que odiaba ser una cobarde—. No reconocí el número. Andy Bellefleur dijo que lo investigaría. Solo quiero decirte que, entre una cosa y otra, te agradezco que me digas eso. Significa mucho para mí. Siempre has estado ahí.
—No —corrigió—. No siempre. Pero ahora lo estoy.
—Vale —acordé con duda. Algo estaba carcomiendo a mi amigo y no tenía la forma de sacárselo a la fuerza de su cerebro.
—Vete a casa y descansa un poco —sugirió, y me puso la mano en el hombro.
Conseguí sacar una sonrisa y se la ofrecí.
—Gracias, Sam.
Cuando salí del Merlotte’s, todavía hacía un calor abrasador, así que tuve que mantener abiertas las dos puertas delanteras del coche cinco minutos antes de atreverme a entrar. Tenía esa asquerosa sensación de sudor goteando entre mis nalgas. Y los pies estaban impacientes por salir de los calcetines y zapatillas. Mientras esperaba a que se refrescara el coche, bueno, mejor dicho, a que fuera menos asfixiante, vi un leve movimiento entre los árboles junto al aparcamiento de empleados.
Al principio pensé que se trataba de la luz del sol rebotando en la moldura cromada de mi coche, pero después supe que se trataba de una persona.
No había ninguna buena razón para estar en el bosque en ese momento. En la parte de atrás del Merlotte’s, dando a otra calle, había una pequeña iglesia católica y tres empresas: una tienda de regalos, una cooperativa de ahorro y crédito y la aseguradora Liberty South Insurance. Ninguno de los feligreses o clientes optarían por deambular por el bosque, y mucho menos en un caluroso atardecer entre semana. Me pregunté qué hacer. Podía volver al Merlotte’s, podía entrar en el coche y fingir que no había visto nada o podía correr hacia el bosque y darle una paliza a quien fuera que me observaba. Lo pensé durante unos quince segundos. A pesar de tener suficiente ira como para optar por la paliza, no me vi con la energía necesaria para perseguir a nadie. No quería pedirle nada a Sam, ya le había pedido demasiado y además él estaba actuando de forma muy extraña.
Vale. Opción dos. Pero solo para asegurarme de que alguien sabía lo que pasaba…, sin ser demasiado específica…, llamé a Kenya. Contestó a la primera, y dado que sabía que quien llamaba era yo, lo vi como algo positivo.
—Kenya, salgo ahora de trabajar y hay alguien escondido en el bosque —dije—. No se me ocurre qué querría hacer alguien ahí, solo está la caravana de Sam, nada más. Te llamo porque no voy a averiguarlo.
—Buena idea, Sookie, ya que no estás armada ni eres policía —dijo Kenya con aspereza—. Eh…, porque no estás armada, ¿verdad?
Mucha de la gente que vivía junto a nuestros bosques tenía pistola y prácticamente todo el mundo tenía un rifle. (Uno nunca sabe cuándo una mofeta infectada de rabia se va a colar en tu jardín). Yo misma tenía una escopeta y el antiguo rifle de mi padre en casa. La pregunta de Kenya, por tanto, tenía sentido.
—No llevo un arma conmigo —le confirmé.
—Iremos a echar un vistazo —ofreció—. Has hecho bien en llamar.
Me gustó escuchar que una agente de policía pensara que había hecho algo bien.
Me alegré de llegar al desvío de mi casa sin ningún incidente. Recogí el correo y fui a casa. No pensaba hacer nada en particular. Seguía entusiasmada ante la perspectiva de comer mi propia comida después de la bazofia indescriptible del calabozo (sabía que el distrito no tenía un gran presupuesto para alimentar a los prisioneros, pero… madre mía).
A pesar de mi entusiasmo, observé todo con atención antes de salir del coche. Llevaba las llaves en la mano. La experiencia me había enseñado que era mejor tener cuidado y sentirse ridícula que recibir un palo en la cabeza o que te secuestraran (o lo que fuera que tu enemigo tuviera planeado para ese día).
Subí volando las escaleras, crucé el porche y abrí la puerta de atrás como una bala.
Con un poco de miedo, me dirigí al contestador automático y presioné el botón para escuchar. Andy Bellefleur decía:
—Sookie, hemos rastreado la llamada. Fue realizada desde una casa en Nueva Orleans propiedad de un tal Leslie Gelbman. ¿Significa algo para ti?
Llamé a Andy al trabajo.
—Conozco a varias personas en Nueva Orleans —le informé—, pero ese nombre no me suena. —Tampoco creía que ninguno de mis conocidos fuera a realizar una llamada así.
—La casa Gelbman está a la venta. Alguien ha entrado por la puerta trasera. Aún había línea telefónica y por eso te han podido dejar ese mensaje. Lamento no haber encontrado al responsable. ¿Recuerdas algún incidente que pudiera darle algún significado a ese mensaje?
Andy lo lamentaba de verdad, y me gustó. Mi opinión sobre Andy fluctuaba. Creo que era recíproco.
—Gracias, Andy. No, no se me ocurre nada que yo haya hecho en mi vida que se pueda interpretar como destruir la última oportunidad de alguien. —Hice una pausa—. ¿Le diste a Alcee mi mensaje?
—Ehhhh…, no, Sookie. Alcee y yo no pasamos por nuestro mejor momento ahora mismo. Él todavía… —La voz de Andy se apagó. Alcee Beck todavía pensaba que yo era culpable y estaba cabreadísimo de que hubiera salido en libertad bajo fianza. Me pregunté si la persona del bosque junto al Merlotte’s era él. Me pregunté por qué le violentaba tanto mi libertad.
—Vale, Andy, entiendo —dije—. Y gracias por comprobar la llamada telefónica. Dale recuerdos a Halleigh.
Después de colgar, pensé en alguien a quien debía llamar para explicarle mi difícil situación actual. Jason me había dicho que no había recibido respuesta del abogado semidemonio Desmond Cataliades. Saqué mi agenda de teléfonos, encontré el número que el señor Cataliades me había dado y marqué el número.
—¿Sí? —dijo una pequeña voz.
—Diantha, soy Sookie.
—¡Oh! ¿Quétehapasado? —preguntó en su habitual velocidad de metralleta, con las palabras desdibujadas por la prisa—. Tunúmeroestabaenelidentificadordellamadasdeltío.
—¿Cómo sabes que algo ha pasado? ¿Puedes frenar un poco?
Diantha hizo un esfuerzo para enunciar.
—El tío está haciendo la maleta para ir a verte. Ha sabido un par de cosas que le tienen muy preocupado. Ha sentido un pálpito de miedo. Normalmente, cuando siente un pálpito, da en el clavo. Y tiene que hablar contigo de negocios, dice. Habría ido antes, pero tenía que hacer algunas consultas a personas difíciles de pescar —exhaló—. ¿Asíestámejor?
Tuve la tentación de reír, pero decidí no hacerlo. No podía ver su expresión y no quería que me malinterpretase.
—Ha dado exactamente en el clavo —le confirmé—. Me han arrestado por asesinato.
—¿Eldeunapelirroja?
—Sí. ¿Cómo lo sabes? ¿Otro pálpito?
—Tuamigalabrujanosllamó.
Corté la frase en fragmentos de sonido hasta estar segura de haberlo entendido y dije:
—Amelia Broadway.
—Tuvounavisión.
Vaya. Amelia se estaba haciendo cada vez más fuerte.
—¿Está el señor Cataliades ahí? —pregunté, teniendo cuidado en pronunciarlo bien. Ca-TAHL-i-ah-des.
Se hizo el silencio y a continuación una agradable voz dijo:
—Señorita Stackhouse, qué bueno saber de usted, a pesar de las circunstancias. En breve saldré hacia donde está. ¿Necesita mis servicios como abogado?
—Estoy en libertad bajo fianza —le informé—. Tenía prisa, así que tuve que llamar a Beth Osiecki, una abogada local. —Me disculpé—. Pensé en usted y si hubiera tenido más tiempo… Espero que pueda unirse a ella. —Estaba absolutamente convencida de que el señor Cataliades tenía muchas más experiencia en la defensa de acusaciones de asesinato que Beth Osiecki.
—Consultaré con ella durante mi estancia en Bon Temps —dijo—. Si desea alguna de las delicias de Nueva Orleans, buñuelos o similar, puedo llevarlos conmigo.
—Me decía Diantha que usted iba a venir a verme de todos modos —se me quebró la voz mientras intentaba imaginar la razón—. Por supuesto, me alegra mucho que venga a visitarme y puede quedarse en mi casa; una parte del tiempo, eso sí, tendré que estar en el trabajo. —Ya no podía saltarme más turnos en el Merlotte’s, fuese socia o no. Además, trabajar era mejor que pensar. Ya había tenido mis días de reflexión después de resucitar a Sam, y no me habían valido para nada.
—Lo entiendo perfectamente —acordó el abogado—. Creo que quizá necesite que nos quedemos en su casa.
—¿Nos? ¿Diantha viene con usted?
—Con casi toda seguridad. Al igual que su amiga Amelia y tal vez su novio —me contó—. Según Amelia, usted necesita toda la ayuda que pueda conseguir. Su padre la llamó solo para decirle que había visto un artículo en el periódico que hablaba de usted.
Eso me resultó entrañable, ya que solo había coincidido con Copley Carmichael en una ocasión y él y Amelia tenían poco más que una relación cordial.
—Estupendo —dije, tratando de sonar sincera—. Por cierto, ¿conoce usted a alguien llamado Leslie Gelbman?
—No —respondió al instante—. ¿Por qué lo pregunta?
Le conté lo del mensaje.
—Interesante e inquietante —valoró de manera concisa—. Pasaré por esa casa antes de salir.
—¿Cuándo llegarán?
—Mañana por la mañana —respondió—. Hasta entonces, sea extremadamente cautelosa.
—Lo intentaré —le prometí, y colgué.
El sol desapareció definitivamente después de comerme una ensalada y pegarme una ducha. Tenía una toalla envuelta en la cabeza (y nada más) cuando sonó el teléfono. Lo cogí en mi dormitorio.
—Sookie —dijo Bill, con su voz tranquila, suave y reconfortante—, ¿cómo estás?
—Bien, gracias —contesté—. Muy, muy cansada. —Indirecta, indirecta…
—¿Te importaría mucho si voy a tu casa solo un momento? Tengo visita, un hombre al que ya conoces. Es escritor.
—Ah, el que vino con los padres de Kym Rowe, ¿verdad? Harp no sé qué. —Su última visita no era un grato recuerdo.
—Harp Powell —completó Bill—. Está escribiendo un libro sobre la vida de Kym.
Biografía de una licántropo mestiza muerta: la corta vida de una joven stripper. Realmente no podía imaginar cómo Harp Powell convertiría la deprimente historia de Kym Rowe en una joya literaria, pero a Bill le encantaban los escritores, incluso los de poca monta como Harp Powell.
—Si pudiéramos robarte unos minutos… —pidió Bill con suavidad—. Sé que los últimos días han sido muy difíciles.
Sonaba como si supiera lo de mi estancia en los calabozos, probablemente por Danny Prideaux.
—Vale, dame diez minutos. Podéis venir, pero solo por un rato corto —accedí.
Cuando mi bisabuelo Niall dejó este mundo, puso mucha magia en la tierra de mi casa. Era una delicia ver el jardín repleto de flores y frutos y todo verde, pero habría cambiado todas las plantas del jardín por un buen hechizo de protección. ¡Ahora era demasiado tarde! Niall se había llevado de nuevo al cabrón de mi primo Claude al mundo feérico para castigarlo por su rebeldía y por intentar robarme. A cambio me había dejado un montón de tomates. La última persona en poner protecciones alrededor de mi casa había sido Bellenos, el elfo, y aunque había menospreciado los círculos protectores creados por otras personas, yo no confiaba del todo en él. Prefería con creces un arma de verdad a la magia, aunque eso quizá se debía a la estadounidense que llevaba dentro. La escopeta estaba en el armario de los abrigos junto a la puerta principal y el viejo (y recién recuperado) rifle de mi padre, en la cocina. Cuando Michele y Jason limpiaron todos los armarios y áreas de almacenaje de la casa de Jason para la mudanza de Michele, se encontraron con todo tipo de cosas, objetos por los que me había preguntado vagamente durante años, como por ejemplo el vestido de boda de mi madre. (Yo había heredado la casa de la abuela y Jason, la de mis padres).
Vi el vestido de novia en el fondo de mi armario cuando lo abrí para sacar algo de ropa que ponerme ante mis inoportunos invitados. Cada vez que encontraba la falda de volantes me acordaba de lo diferente que era de mi madre, pero también, cada vez, pensaba en lo que me habría gustado haberla conocido como adulta.
Aparqué esos pensamientos y saqué una camiseta y unos vaqueros. Cuando llamaron a la puerta de atrás, no me había entretenido en maquillarme y aún tenía el pelo húmedo. Bill me había visto vestida y desnuda de todas las formas posibles y no me importaba lo que pensara Harp Powell.
El reportero prácticamente se propulsó dentro de mi cocina. Parecía agitado.
—¿Has visto eso? —me preguntó.
—¿El qué? Y hola, por cierto. —«Gracias, señorita Stackhouse, por invitarme a tu casa tras un día largo y traumático». Pero nada, no pilló mi sarcasmo, a pesar de ser tan grande como el río Jordán.
—Una mujer vampiro nos ha parado en el bosque —contó emocionado—. ¡Era muy guapa! Quería saber por qué veníamos a tu casa y si íbamos armados. Ha sido como pasar el control de seguridad de un aeropuerto.
Vaya, eso era genial. ¡Karin vigilaba mi bosque! Así que yo disponía de la protección que deseaba y no solo de la del tipo mágico. Tenía una vampira de carne y hueso como vigilante nocturno.
—Es la amiga de un amigo —le informé, sonriendo. Bill me devolvió la sonrisa. Su aspecto era muy elegante, con pantalones de vestir y una camisa de cuadros de algodón de manga larga recién planchada. ¿La habría planchado él? Lo más probable es que le hubiera dicho a Danny que llevara todas sus camisas y pantalones a una tintorería. En triste contraste, Harp Powell llevaba pantalones cortos de color caqui y una camisa vieja.
Tuve que ofrecer a mis visitantes algo de beber. Harp pidió un vaso de agua y Bill aceptó una botella de TrueBlood. Contuve otro suspiro y les llevé sus bebidas, el vaso de Harp tintineaba por los hielos y la botella de Bill estaba templada.
Debería haber ofrecido una pequeña conversación trivial para cumplir con el protocolo, pero no estaba yo para charlas. Me senté con las manos entrelazadas sobre las rodillas y las piernas cruzadas. Esperé a que dieran sus primeros sorbos y se sentaran en una posición cómoda en el sofá.
—Te llamé el domingo por la noche —dijo Bill, inaugurando la conversación—, pero debías de haber salido.
Lo dijo como un comentario casual, pero me fastidió un poco.
—Pues no —contesté, mirándole con intensidad.
Me miró fijamente. Bill realmente puede hacerlo.
—Ya sabes dónde estuve la noche del domingo —dije, tratando de ser discreta.
—No, no lo sé.
Maldita sea. ¿Por qué no sería Danny más cotilla?
—En el calabozo —le informé—. Por matar a Arlene.
Era como si me hubiese quedado en pelotas ahí mismo. La expresión en sus rostros era de total estupor. Aunque en realidad no tenía ninguna gracia, me resultó incluso divertido.
—Yo no lo hice —me corregí, al ver que me había entendido mal—. Solo me acusan de haberlo hecho.
Harp utilizó una servilleta para secarse el bigote, que estaba un poco mojado por el agua. Necesitaba recortárselo.
—Francamente, me gustaría saber más sobre ese asunto —pidió. Iba muy en serio.
—¿Ya no das clases? —pregunté. Después de ver a Harp la última vez, lo había buscado en Google. Bill me contó que daba clases en un centro de estudios superiores y que una editorial universitaria le había publicado un par de libros, novelas históricas de interés local. Más recientemente, Harp había estado editando memorias de vampiros, enfatizando su valor histórico.
—No, ahora escribo a tiempo completo. —Sonrió—. He lanzado mi destino al viento.
—Te han despedido —deduje.
Pareció sorprendido, pero no tanto como Bill. No creo que Bill lo supiera.
—Sí, me dijeron que mi interés por escribir libros sobre historias personales de vampiros me quitaba demasiado tiempo y concentración, pero sospecho que fue porque me hice amigo de un par de no muertos —dijo. Supongo que intentaba conectar conmigo por mi amor hacia los vampiros—. El semestre pasado di una clase de periodismo en el centro de estudios superiores de Clarice, era en horario nocturno y llevé a mis amigos no muertos de visita. Los profesores se quejaron a mi jefe, pero los estudiantes estaban fascinados.
—¿Y eso qué relación tiene con escribir artículos para los periódicos?
—¿Qué podría ofrecer a mis alumnos una base más enriquecedora, darles un conocimiento más amplio del mundo y dar más color a su paleta emocional?
—Estás enganchado a los vampiros —miré a Bill—. Eres literalmente un «colmillero». —Todo estaba en la cabeza de Harp: el deseo, la fascinación, el puro placer que sentía por estar con Bill esa noche. Yo era interesante para él simplemente porque imaginaba que me habría acostado con vampiros. También pensaba que yo era una especie de rareza sobrenatural. No estaba seguro de cómo de diferente de los demás, pero sin duda distinta. Incliné mi cabeza para examinar sus pensamientos. Él también era un poco diferente. Tal vez una pequeña gota de sangre de hada. O de demonio.
Me acerqué más y le cogí la mano. Me miró con unos ojos tan grandes como platos mientras yo rebuscaba en su cabeza. Ahí dentro no encontré nada moralmente repugnante o lascivo. Así que estaba dispuesta a hacer esto como favor a Bill.
—De acuerdo —accedí, dejando caer su mano—. ¿Por qué estás aquí, señor escritor?
—¿Qué acabas de hacer? —preguntó, emocionado y desconfiado a la vez.
—Acabo de decidir que hablaré contigo de lo que necesites —respondí—. Así que habla. ¿Qué quieres saber?
—¿Qué pasó con Kym Rowe? ¿Cuál es tu punto de vista?
Yo sabía la verdad sobre lo que le había pasado a Kym Rowe y había visto cómo decapitaban a su asesina.
—Creo que Kym Rowe era una joven desesperada y con escasos valores morales. También tenía problemas económicos. Según tengo entendido —desvelé con cautela—, alguien la contrató para seducir a Eric Northman. Esa misma persona la mató en el jardín de Eric. Entiendo que la asesina confesó a la policía y luego abandonó el país. Para mí, la muerte de Kym Rowe es algo triste y carente de sentido.
No podía entender por qué Bill andaba con ese tipo. Imaginaba que la veneración de Bill hacia la palabra escrita le impedía ver las costumbres escudriñadoras e intrusivas de Harp. Cuando Bill nació, los libros eran algo poco habitual y muy preciados. ¿O era que Bill necesitaba un amigo con tanta desesperación? Me habría gustado ver el cuello de Harp a ver si encontraba marcas de colmillos, pero con esa camisa era imposible. Maldita sea.
—Esa es la historia oficial —corroboró Harp, tomando otro trago de agua—. Pero entiendo que tú sabes más.
—¿Quién podría haberte dicho eso? —Miré a Bill. Sacudió levemente la cabeza para indicarme su inocencia. Y añadí—: Si crees que te vas a llevar otra historia, otra distinta, de mí…, estás totalmente equivocado.
El experiodista dio marcha atrás.
—No, no, yo solo quiero un poco de color para realzar mi idea de su vida. Eso es todo. Lo que significó estar allí esa noche, en la fiesta, y ver a Kym en sus últimos minutos de vida.
—Fue repugnante —resumí sin pensar.
—¿Lo fue porque tu novio, Eric Northman, bebió sangre de Kym Rowe?
¿Tú qué crees? Lo sabía todo el mundo, pero eso no quería decir que me gustara recordarlo.
—La fiesta no era de mi estilo —respondí de manera uniforme—. Llegué tarde, y no me gustó lo que encontré al entrar.
—¿Por qué no, señorita Stackhouse? ¿Quizá porque no bebió de ti?
—Eso no es de tu incumbencia, señor Powell.
Se inclinó sobre la mesa de centro, todo él confidencial e intenso.
—Sookie, estoy tratando de escribir la vida de esta triste chica. Para hacerle justicia, me gustaría reunir todos los detalles posibles.
—Señor Powell, Harp: Kym está muerta. Nunca sabrá lo que se escribe sobre ella. Está más allá de cualquier preocupación por que se le haga justicia.
—¿Estás diciendo que son los vivos los que cuentan y no los muertos?
—En este caso, sí. Eso es lo que estoy diciendo.
—Así que hay secretos sobre su muerte —concluyó con rotundidad.
Si hubiera tenido la energía, habría elevado las manos.
—No sé lo que estás intentando que diga. Kym vino a la fiesta, Eric bebió de ella, se fue de la fiesta y la policía dice que una mujer, cuyo nombre no quiere revelar, llamó para confesar que la había estrangulado. —Me llevó un segundo escarbar en la memoria—. Llevaba un vestido verde y rosa muy brillante, con bastante escote y tirantes finos. Y sandalias de tacón alto. No puedo recordar de qué color eran. —No llevaba ropa interior, pero no pensaba mencionarlo.
—¿Hablaste con ella?
—No. —No recordaba haberlo hecho directamente.
—Pero su mal comportamiento, que bebiera sangre, te resultó ofensivo. No te gustó que Eric Northman bebiera de Kym, ¿verdad?
¡A la mierda el seguir siendo educada! Para entonces, Bill había dejado la botella en la mesa y se había movido hasta el borde del sofá como si estuviera listo para ponerse de pie a toda velocidad.
—La policía ya me interrogó varias veces de forma minuciosa. No quiero volver a hablar de Kym Rowe, nunca más.
—¿Y no es cierto que —continuó ignorando mis palabras—, aunque la policía asegura que la asesina confesó por teléfono, nunca la han capturado y podría estar muerta en algún lugar, exactamente igual que Kym Rowe? Odiabas a Kym Rowe y ha muerto, odiabas a Arlene Fowler y ha muerto. ¿Qué me dices de Jannalynn Hopper?
Los ojos de Bill se iluminaron desde dentro como antorchas marrones. Cogió a Harp por el cuello y lo sacó de la casa de una manera que habría sido bastante divertida si no fuera por lo enfadado y asustado que estaba.
—Espero que este sea el fin de la fascinación de Bill por los escritores —dije en voz alta. Me habría encantado ir a la cama, pero pensé que Bill regresaría. Efectivamente, llamó a la puerta de atrás diez minutos después. Estaba solo.
Lo dejé entrar, y estoy segura de que mi aspecto era tan exasperado por fuera como lo estaba por dentro.
—Lo siento, Sookie —lamentó—. No sabía nada. Ni que Harp había sido despedido, ni que había desarrollado esta fijación por los vampiros, ni que te habían arrestado. Voy a tener una charla con Danny para que me mantenga mejor informado sobre las cuestiones locales. ¿Cómo te puedo ayudar?
—Si pudieras averiguar quién mató a Arlene, sería de gran ayuda. —Quizá sonara un poco sarcástico—. Tenía mi pañuelo alrededor del cuello, Bill.
—¿Cómo es que estás libre, acusada de un crimen así?
—Por un lado, no había ninguna prueba concluyente y, por otro, Eric envió a Mustafá para pagar mi fianza, algo que no puedo entender. Ya no estamos casados y se marcha con Freyda, ¿por qué le importa? A ver, no creo que me odie, pero poner el dinero de la fianza…
—Por supuesto que no te odia —dijo, pero en un tono un poco distraído, como si de repente hubiera tenido una idea—. Aunque estoy en comunicación con otros en el Fangtasia, me sorprende que Eric no me haya convocado. Según parece, debería hacer una visita al sheriff… y enterarme de cuándo nos deja. —Bill se sentó, abstraído en sus pensamientos durante un rato—. ¿Quién será el próximo sheriff? —preguntó, con todo su cuerpo en tensión.
Comprensiblemente, yo no había llegado tan lejos en mis pensamientos. Con el dolor de perder a mi novio y la acusación de asesinato había tenido bastante.
—Es una buena pregunta —respondí sin mucho interés—. Asegúrate de decírmelo cuando te enteres. Supongo que Felipe traerá a uno de los suyos. —Me preocuparía de eso más tarde, cuando tuviera más energía. Un secuaz de Felipe podría hacer mi vida más difícil, pero ahora no podía pensar en ello.
—Buenas noches, cariño —me deseó Bill para mi sorpresa—. Me alegra ver que Karin se gana su sueldo, aunque no esperaba que Eric la pusiera fuera de tu casa de forma perpetua.
—Yo tampoco, pero creo que es maravilloso.
—Pensé que Harp era un caballero. Me equivoqué.
—No te preocupes. —Se me cerraban los párpados.
Me besó en los labios. Los párpados de repente se me abrieron de par en par. Dio un paso atrás y volví a respirar. Bill siempre había besado como un campeón. Si hubiera habido unos Juegos Olímpicos de besos, habría llegado a la final. Pero yo no iba a empezar nada. Di un paso atrás y dejé que la puerta de mosquitera se cerrara entre nosotros.
—Que duermas bien —dijo. Y Bill se fue, atravesando el jardín y el bosque, moviéndose tan rápida y silenciosamente que parecía que fuera a aparecer la palabra «zoom» detrás de él, como en un cómic.
Pero se detuvo en seco justo dentro de la primera fila de árboles.
Alguien había salido delante de él.
Vi el movimiento fluido de una melena larga y clara. Karin y Bill mantenían una conversación. Esperaba que Harp Powell no intentara volver a mi bosque a «entrevistar» a Karin. El último varón humano que conocía que se había enganchado a una mujer vampiro tuvo un triste final.
Después bostecé y me olvidé del periodista. Eché los cerrojos de todas las puertas y ventanas y me metí en la cama.