09 - Lentulus

Escuela de gladiadores Ludus Magnus, 56 a.C.

A Romulus le parecía un tanto peligroso meterse en el catre estando Lentulus a escasos metros de distancia, pero no tenía otro sitio adonde ir. El ludus estaba lleno de hombres duros y ninguno de ellos le había ofrecido protección tras la pelea. Ni siquiera Cotta.

Soltó un juramento.

Probablemente Memor esperara que la pelea se zanjara aquella noche con un puñal clavado discretamente entre las costillas de uno de los dos. No era así como Romulus quería terminar la discusión, pero el godo no era de fiar. Como no sabía muy bien qué hacer, se entretuvo en el patio iluminado por las estrellas hasta mucho después de que otros luchadores volvieran a las celdas. Varias manchas oscuras en la arena seguían marcando el lugar en el que había muerto Flavus. Romulus se estremeció. Había sido muy fácil apuñalar al murmillo, pero empezaba a asimilar la atrocidad de haber matado a un hombre.

Ya era un gladiador de verdad.

—¿Ha sido la primera vez?

Romulus se volvió sobresaltado y vio a Brennus asomado a la puerta.

—Sí. —Hizo una pausa antes de que las palabras le salieran a borbotones—. Di una oportunidad a Flavus. Le dije que soltara a Astoria pero no se lo tomó en serio.

—Ese cabrón merecía morir. A diferencia de muchos hombres a los que conocerás. De todos modos tendrás que matarlos, o acabarás muerto tú.

Romulus observó la gran mancha de sangre y se imaginó herido y tendido en la arena. Flavus se había desangrado en unos pocos minutos de agonía. Tenía remordimientos. El murmillo no le había hecho nada a él directamente. Entonces recordó el ofrecimiento de Flavus a los otros gladiadores.

—Querían violar a Astoria —musitó.

El galo frunció el ceño.

—¿Por eso le has apuñalado?

—En parte. —En el rostro del joven había culpabilidad e ira a partes iguales. «Tendría que habérselo contado a Brennus antes de llegar a esto», pensó.

Brennus parecía confundido, y por eso le explicó de qué había ido alardeando Lentulus por ahí.

El fornido luchador se quedó visiblemente satisfecho.

—Nadie más ha intentado ayudar, ¿verdad?

Romulus negó con la cabeza.

—De todos modos, ojalá hubiera sido Gemellus.

—¿Quién?

—El comerciante que me vendió. El cabrón también vendió a mi hermana a un burdel. Sólo los dioses saben qué le ha hecho a mi madre.

Los ojos de Brennus se ensombrecieron al recordar ciertas cosas.

—La vida puede llegar a ser muy pero que muy dura. —Le tendió una mano gigantesca—. Me alegro de que te cargaras a Flavus.

Romulus se la estrechó.

—Ahora sólo hay que encargarse de Lentulus.

—No tienes de qué preocuparte —dijo Brennus en tono conspirador—. Te llamas Romulus, ¿verdad?

—Sí.

—Buen nombre.

—¿Matar se va haciendo más fácil? —preguntó Romulus, ligeramente atemorizado.

—En cierto modo sí. —Brennus rió sardónico—. Yo intento no preocuparme por ello. Lucho. Mato rápido. Zanjo el asunto.

Romulus descubrió que el galo le caía bien, aunque detectó verdadera tristeza en su voz. A pesar de ser famoso por el temor que infundía, Brennus parecía un hombre honorable.

—¿Necesitas un sitio donde dormir?

Asintió.

—A mí tampoco me gustaría cerrar los ojos con ese cabroncete cerca. —Brennus indicó a Romulus que entrara en su celda—. Duerme aquí, en el suelo. No es demasiado cómodo pero nadie te cortará el pescuezo.

Romulus observó el patio a oscuras con inquietud. No estaba seguro de qué hacer.

—Es lo mínimo que puedo ofrecerte. —Brennus le hizo una seña—. Ayudaste a salvar a mi mujer.

Romulus no tenía más opciones, aparte de regresar a su propio catre. Se encogió de hombros y entró picado por la curiosidad en los aposentos de Brennus. En el suelo ya no había cadáveres; habían llevado a los murmillones al depósito como si fueran piezas de carne. Astoria estaba muy ocupada con un cubo de agua y un trapo, pero todavía quedaban algunas salpicaduras de sangre.

La habitación era sencilla y tenía muy pocos muebles. En un extremo había una cama bastante grande y un par de alfombras de lana al lado. En una mesa de madera desvencijada había restos de pan y de carne. A los pies del catre había dos soportes con más armas de las que Romulus creía posible que un hombre fuera capaz de tener. Había escudos y lanzas apoyados de cualquier manera contra la pared y otros objetos desperdigados. Era el recinto donde vivía un gladiador famoso.

Cuando entró, Astoria le sonrió.

—Gracias otra vez, Romulus.

—No ha sido nada. —Romulus inclinó la cabeza un tanto azorado.

—Ha sido mucho más que eso. El hombre me estaba pinchando en el cuello con un puñal.

Romulus sonrió al recordar tanto la visión del espléndido cuerpo desnudo de Astoria como el puñal de Flavus.

—Has hecho bien. —Brennus señaló la alfombra más gruesa con la mano vendada—. Siéntate. Luego podemos prepararte algo menos provisional. No creo que vayas a volver a ocupar una celda con otros luchadores en breve.

Astoria le tendió un pedazo de pan y una loncha gruesa de carne de buey. Brennus se acercó a una muela que había en un rincón y se puso a afilar una lanza larga con movimientos hábiles.

Romulus le observaba. Había pocos gladiadores en el ludus que utilizaran una similar.

—¿Por qué usas eso?

—Es la hoja de mi gente. —Brennus alzó orgulloso la larga lanza de hierro—. ¡Y no existe mejor arma en el mundo! —Apuntó con ella a Romulus—. Tiene mayor alcance que esas navajas que usáis vosotros los romanos. Pero está claro que se necesita fuerza para blandiría bien.

Romulus se sonrojó y bajó la mirada al suelo. Todavía no era suficientemente fuerte para luchar con la espada.

—Todavía no has luchado de verdad, ¿no?

—No.

—Te he visto entrenar con el palus. No se te da mal.

Para Romulus era motivo de orgullo que Brennus se hubiera fijado en él.

El galo endureció el tono de voz.

—Pero Lentulus te descuartizará si no te andas con cuidado.

—Entonces, ¿qué debo hacer? —Era todo oídos.

—Le he visto luchar en otras ocasiones. Ese godo es un chulo —le advirtió Brennus—. Se abalanzará sobre ti. Intentará asestarte un golpe asesino con fuerza bruta. Tendrás que repelerle el tiempo suficiente para poder herirle. —Echó una mirada al filo de la hoja para detectar imperfecciones—. Así Lentulus te dará espacio. Y tiempo para pensar.

Romulus iba comiendo pensativo la carne y el pan. Cotta era un buen maestro, pero algunos hombres del ludus decían que enseñaba técnicas viejas y anticuadas. Si bien la envergadura y fuerza de Brennus resultaban decisivas para su habilidad en la lucha, el galo también era experto en armas. Quizás aprendiera algo que pudiera salvarle la vida más adelante.

—Guárdate ese cuchillo de caza en el cinturón. Te será útil si hay un cuerpo a cuerpo y la situación se pone fea. —Brennus imitó la acción de apuñalar—. Has sabido dar a Flavus una estocada mortal.

—Eso me lo enseñó Cotta.

—Ese libio es un buen hombre. Recuerda lo que te ha enseñado. Nunca hay que olvidar las nociones básicas.

—¿Nociones básicas?

—Protégete con el escudo. Lanza una estocada. Retrocede. —Brennus sonrió—. Sigo recordándolo cada vez que lucho.

—Pero yo te he visto dar media vuelta y atacar algunas veces.

—Sólo cuando sé cómo se mueve el contrincante. —Brennus se dio un golpecito en la cabeza—. Y piensa. Se tarda un poco en tomarle la medida al enemigo. Hasta ese momento, más vale ir a lo seguro.

—Es lo que haré, Brennus.

Romulus le escuchó un buen rato mientras el galo se explayaba sobre técnicas de lucha y le enseñaba movimientos nuevos. Era impresionante verle empuñar una espada.

—En la arena tienes que luchar de acuerdo con las normas de los gladiadores. —Miró fijamente a Romulus—. Eso es lo que dice Cotta, ¿verdad?

El joven luchador asintió.

—Eso está bien si se trata de un combate ordinario por puntos. Pero cuando es a muerte… —Brennus hizo una pausa—. Haz lo que haga falta.

—¿Qué quieres decir?

—Lánzale arena a la cara. —El galo arrastró una sandalia robusta por el suelo—. Dale un cabezazo con el borde del casco.

Romulus se quedó boquiabierto.

—Dale una patada en los huevos si puedes.

—Eso no está bien.

Brennus miró a Romulus con expresión astuta.

—¿Crees que Lentulus dudará si caes en la arena?

Romulus negó con la cabeza.

—La lucha en la arena no se rige por lo que está bien o está mal —declaró el galo con tristeza—. Se rige por una sola cosa: la supervivencia. ¡Tu vida o la del otro!

Mata o te matarán. Las opciones eran inequívocas.

—Romulus debería dormir —intervino Astoria—. De lo contrario estará demasiado cansado para luchar contra ese hijo de perra.

—Haz caso siempre de lo que te diga tu mujer. —Besó a Astoria en la mejilla.

—¿Y cuándo me escuchas tú? —repuso ella, acariciándole el brazo.

Romulus se alegró de tumbarse en la alfombra, tapado con una manta de lana. Los otros dos no tardaron en acostarse en la cama de al lado y el galo empezó a roncar enseguida. En circunstancias normales, el ruido hubiese impedido dormir a Romulus, pero la tensión que lo atenazaba había cedido y sólo le quedaba el agotamiento. Cerró los ojos y se dejó invadir por el sueño.

Por la mañana los dioses decidirían quién iba a morir: si él o Lentulus.

Brennus despertó a Romulus mucho antes del alba. Todavía estaba oscuro pero Astoria avivaba el fuego de un pequeño brasero.

—Antes de una lucha es importante estirar los músculos. —Brennus le hizo hacer una serie de ejercicios hasta que se quedó satisfecho.

Astoria los observaba mientras se desentumecían. Cuando hubieron terminado, les señaló unos cuencos de gachas humeantes.

—Sentaos a comer.

—Gracias, pero no tengo hambre.

—Come. Por lo menos unas cuantas cucharadas.

—Me entrarán náuseas.

—Falta más de una hora para el amanecer y entonces tendrás hambre. —Brennus se sentó y devoró la generosa ración que Astoria le había servido—. No es bueno luchar con el estómago vacío.

Romulus hizo el esfuerzo de comerse la avena cocida. Le sorprendió que supiera mucho mejor que la bazofia salida de las cocinas del ludus.

—Tiene miel. —Astoria le había visto la expresión.

Comieron en silencio.

El galo se limpió la boca, se acercó a los soportes donde estaban las armas y eligió una espada corta.

—Prueba ésta a ver si te va bien de tamaño —dijo—. Es un poco pequeña para mí pero a ti debería servirte.

Romulus empuñó el gladius y admiró el diseño sencillo de la empuñadura metálica y el filo letal de la hoja recta. Calibró el peso con la mano.

—La noto bien.

—Toma esto también. —Brennus le ofreció un bonito escudo circular revestido de cuero rojo oscuro.

Romulus deslizó el brazo izquierdo por los asideros y se agachó, atisbando por encima del borde de hierro con la espada preparada.

—Éstos son de mucha mejor calidad que los que me deja utilizar Cotta.

—Pagué mucho dinero por ellos. Las armas de calidad no decepcionan.

—Es más pesado de lo que parece.

Brennus sonrió.

—Mira la parte inferior.

Romulus alzó el escudo.

—¡El metal está afilado como una cuchilla!

—Puedes cortarle el brazo o la pierna a un hombre con él. O partirle el casco. Como hice ayer con Narcissus.

La historia de esa lucha ya había circulado por el ludus y aumentado la fama del galo todavía más. Muchos decían que no existía ningún gladiador en Italia capaz de vencer a Brennus.

—El tonto podría estar vivo todavía si no hubiera intentado apuñalarme al final —dijo entristecido el grandullón.

—Y si yo no hubiera matado a Flavus, Astoria habría muerto.

—No hay clemencia en el ludus —convino Brennus—, así que es mejor que siempre tengas preparada una pequeña sorpresa. Y nunca des por supuesto que la lucha ha terminado hasta que le hayas cortado el cuello al otro. O que Caronte le parta el cráneo.

—Mataré a Lentulus. —Romulus se sorprendió de hablar con tanta firmeza.

Brennus le dio una palmadita en el hombro.

—¿Qué me dices de tus muñequeras y tus canilleras? Todavía deben de estar en tu celda.

—No las quiero. Sin ellas me muevo más rápido.

El respeto se reflejó en los ojos de Brennus.

—Conocí un hombre que decía lo mismo —dijo con voz queda.

Los rayos del sol que empezaban a filtrarse por la ventana iluminaban el suelo.

—Salgamos. Ya casi es la hora.

—Que los dioses te protejan, Romulus —le deseó Astoria.

El galo salió primero seguido de Romulus a tan sólo un paso. El patio ya estaba lleno de gladiadores que exhalaron un suspiro colectivo cuando la pareja apareció en el frío ambiente matutino.

Brennus se dio la vuelta enseguida.

—No hagas caso de lo que digan —le susurró a Romulus al oído—. Algunos intentarán asustarte, otros atormentarte para que respondas. No te desconcentres. Piensa sólo en Lentulus y en la lucha.

El combate se celebraría en la zona reservada para el entrenamiento con armas de verdad. Mientras caminaban, Romulus se fijó en lo anchas que Brennus tenía las espaldas. Oyó un montón de comentarios despectivos.

—¡Lentulus te destripará como a un pez!

—¡Ya es hora de que luches como un hombre en lugar de apuñalar por la espalda!

—¡Cabrón asesino!

Un murmillo que había sido amigo de Flavus escupió en el suelo delante de él. Tenía la mano preparada en la empuñadura de un puñal curvo. Daba la impresión de que el hombre pretendía algo más, pero Sextus dio un paso adelante con el hacha levantada.

—Déjalo. Pronto verás si Lentulus es capaz de vengar a los muertos.

El murmillo retrocedió, amilanado por el scissores y el arma de doble filo.

Era difícil no asustarse bajo las miradas asesinas de tantos hombres adultos. Romulus se obligó a inhalar lentamente para oxigenarse bien el pecho. Era una técnica que Juba le había enseñado. Dejó salir el aire poco a poco y notó el efecto de inmediato. Llegó al cuadrilátero más tranquilo, siguiendo a Brennus, que se abría paso entre los gladiadores agolpados contra las cuerdas. Todo el mundo estaba ansioso por presenciar el combate.

Unos cuantos luchadores le alentaron y Romulus se animó. Lentulus no era demasiado apreciado.

Su contrincante ya se encontraba en la esquina opuesta, aflojando los hombros musculosos.

—Voy a descuartizarte, hijo de perra —le gruñó.

Romulus no le hizo ni caso y siguió respirando profundamente. Brennus levantó la cuerda para que pasara por debajo.

—¡Dejad de tocaros los huevos! ¡Los demás tenemos que entrenarnos bien! —Memor se colocó enfadado en el centro de la arena recién rastrillada y observó a los dos jóvenes luchadores. Sus arqueros estaban situados detrás, con las flechas preparadas en los arcos tensos. Sextus se situó al lado del lanista con el hacha preparada. La luz del sol arrancaba destellos al metal, muy afilado. Romulus se preguntó con cierto pavor cuál sería el objetivo que Memor tenía en mente para el scissores.

—Sin cascos. Quiero que acabéis rápido.

—Yo no lo necesito. —Romulus sonrió al godo, que se había embutido en él tantas protecciones como era posible.

Lentulus obedeció a regañadientes, pero seguía teniendo el brazo derecho lleno tiras de cuero. El godo llevaba unas canilleras de bronce y su escudo era mayor del que solían llevar los secutores. Por el contrario, la única defensa de Romulus era el escudo de Brennus.

—Recuerda lo que te he dicho —musitó el galo—. Repélelo un rato. Luego haz lo que tengas que hacer.

Romulus sólo tuvo tiempo de asentir antes de que el lanista los mirara a los dos.

—¡Empezad! —Memor se apartó enseguida para situarse en un lugar seguro.

Tal como Brennus había predicho, Lentulus se abalanzó sobre él. Romulus alzó el escudo y se apartó para evitar quedar contra las cuerdas. Pero el godo no le atacó con la espada sino que golpeó a Romulus en el pecho con el enorme escudo. El golpe le hizo caer en la arena caliente. El aire le salió rápidamente de los pulmones. Desesperado, intentó alcanzar con el puñal las piernas del secutar pero la hoja resbaló en las canilleras.

Lentulus se agachó y le quitó el gladius de la mano con el pie.

—Impediste que me follara a esa zorra nubia. —Sus ojos eran dos pozos negros, inclementes—. Así que ahora voy a destriparte.

—Tampoco se te hubiera levantado. —Romulus palpó la empuñadura de la daga y la sacó. Sólo tendría una oportunidad.

Su enemigo se echó atrás para embestirle y Romulus actuó con celeridad. Levantó el puñal, se lo clavó al godo en el pie con todas sus fuerzas y dejó clavada la sandalia de cuero en el suelo. Lentulus aulló de dolor y eso permitió a Romulus levantarse sin problemas. Seguía llevando el escudo en el brazo, pero la espada de Brennus estaba muy cerca del secutor.

Lentulus, apoyado en una rodilla, seguía gritando de dolor. Romulus se paró a pensar qué hacer. Al final el godo sacó el puñal con un gemido y lo lanzó fuera de la zona acordonada. Se puso de pie con dificultad porque la herida le sangraba con profusión.

—No tienes gladius. Ni daga. —Lentulus alzó el arma acercándose más a Romulus con cautela. Dejaba un reguero de sangre a cada paso.

Romulus miró la espada sabiendo que tenía que recuperarla lo antes posible. De lo contrario no podría matar a Lentulus.

Los dos hombres pasaron unos instantes girando en círculos mientras los animaban a gritos. Memor los miraba enfurecido desde un lateral. Pasara lo que pasara, perdería a un gladiador que le había costado un buen dinero. Brennus observaba concentrado y con la mandíbula apretada.

El godo recelaba de atacar. Romulus aguardaba la posibilidad de recuperar el gladius pero, cada vez que se le acercaba, Lentulus se interponía en su camino.

—¡Acabad de una vez! —Memor estaba perdiendo la paciencia—. Si no, os envío a Sextus.

El pequeño scissores sonrió de oreja a oreja y levantó el hacha.

Lentulus endureció la expresión y avanzó decidido. El español atacaría al luchador más débil del cuadrilátero. Tenía que actuar rápido.

Sin saber muy bien qué hacer a continuación, Romulus se arriesgó a lanzar una mirada rápida a Brennus. El galo le indicó un movimiento con el brazo escudado y recordó. El joven permitió que Lentulus se le acercara y se preparó para el aluvión de golpes.

—Te partiré los dos brazos y las dos piernas —lo amenazó Lentulus jadeando—, antes de destriparte.

—¿Qué tal el pie? Parece que te duele.

El godo descargó la espada contra la cabeza de Romulus. Era difícil protegerse porque le tembló el brazo por la fuerza del golpe. Pero el escudo de Brennus aguantó bien. Retrocedió un paso arrastrando los pies y obligó a Lentulus a utilizar el pie herido de forma instintiva. El secutor lo maldijo y lo siguió, e incluso alcanzó a hacerle un corte lateral. Romulus volvió a repelerle, pero el impacto le dejó el brazo entumecido.

Lentulus cambió de táctica bruscamente y le intentó apuñalar directamente en el pecho. Romulus tuvo el tiempo justo de esquivar la puñalada. A continuación, el astuto godo le dio un buen empujón que le hizo caer al suelo por segunda vez. Desesperado por acabar la lucha, Lentulus blandió la espada en el aire.

Romulus hizo lo único que podía hacer. Le asestó un puñetazo en el pie herido. No fue un golpe muy fuerte pero no hacía falta que lo fuera. Lentulus gritó agónicamente, incapaz de asestarle el golpe de gracia. Romulus rodó por el suelo y se levantó jadeando.

A Lentulus le caían las lágrimas por la cara mientras se balanceaba delante de Romulus, que no podía perder ni un segundo. Aprovechó la ocasión y corrió directamente hacia el godo con el escudo levantado, como si lo empujara con el hombro.

Lentulus se preparó.

En el último momento, Romulus descargó el borde afilado con todas sus fuerzas, como si fuera una guadaña. Le cortó los cinco dedos del pie derecho a Lentulus.

El godo gritaba desesperado. La sangre le manaba a chorros.

Romulus corrió a recoger el gladius mientras Lentulus caía sobre una rodilla y se agarraba el pie en un esfuerzo vano por detener la hemorragia. Parecía aturdido y tenía la mirada fija en los muñones. Los espectadores, que habían guardado silencio durante un rato, empezaron a gritar consignas.

—¡Ro-mu-lus! ¡Ro-mu-lus!

Romulus tocó con la punta de la espada el mentón de Lentulus.

—¿Por qué te mezclaste con esos murmillones? —dijo. Aunque a Romulus no le caía bien el godo, le parecía abominable acabar la lucha de ese modo. Pero Memor había dictaminado que uno de los dos debía morir, e iba a ser él.

Lentulus se soltó el pie. La sangre fresca brotó enseguida de las heridas abiertas. Si el cirujano no le atendía rápidamente, el godo se desplomaría conmocionado.

—No puedo ponerme de pie —dijo con la voz tensa por el dolor—. Y nunca más podré volver a luchar.

—¡Acaba con él! —oyó Romulus que gritaba Sextus. Los de más secundaron el grito.

Salvo Brennus, cuyo rostro reflejaba una mezcla de orgullo y tristeza. «Romulus es como Brac —pensó—. Una buena persona. Y no quiere matar a un hombre desarmado. Brac tampoco lo hubiese querido». El galo cerró los ojos.

Para el lanista sólo había un resultado válido.

El patio se inundó de un ruido que recreaba el ambiente claustrofóbico de la arena.

Romulus vio que Memor asentía con la cabeza.

Había llegado el momento.

Con el corazón a cien por hora y la adrenalina corriéndole por las venas, el joven se acercó. Contra todo pronóstico, había ganado un combate entre gladiadores. Romulus no quería ejecutar a Lentulus pero el consejo de Brennus resonaba en su cabeza. «Mata o te matarán».

De todos modos siguió conteniéndose, ajeno a los rugidos de los luchadores.

Como si de un sueño se tratara, vio que el godo le embestía torpemente con un puñal corto que había ocultado bajo la muñequera de cuero. Romulus estaba demasiado cerca para detener la estocada pero consiguió desviarla de la arteria de la ingle con el escudo de Brennus.

Eso le salvó la vida.

Romulus se tambaleó hacia atrás con la visión borrosa y la daga clavada hasta el fondo en el muslo derecho. Enseñando los dientes, el secutor intentó derribarlo acercándose a él lo suficiente para acabar el combate.

Al cabo de unos instantes, todos se quedaron conmocionados. Empujando el escudo hacia abajo, Romulus golpeó la muñeca de Lentulus con el borde afilado hasta hacerle sangre. El godo soltó un juramento y se apartó.

Romulus no esperó más. Se inclinó hacia delante y le clavó el puñal en el cuello de forma que le entró por un lado y le salió por el otro, seccionándole las arterias principales. La sangre rojo brillante le roció el brazo.

Lentulus tenía el fondo de la boca y la garganta llenos de sangre. Agarrando el hierro en vano, miró a Romulus a los ojos. El godo parecía más sorprendido que otra cosa. Intentó hablar pero no podía.

Al joven le embargó la angustia.

—¡Ro-mu-lus! ¡Ro-mu-lus! —Era consciente de que los cánticos habían aumentado de volumen. «Mata o te matarán», pensó con determinación mientras extraía el gladius retorciéndolo. Lentulus cayó boca abajo en la arena con un golpe suave y no se volvió a mover.

De repente el dolor le abrumó. Romulus se tambaleó mirando la empuñadura que le sobresalía de la pierna. Soltó la espada y el escudo y se dispuso a arrancarse la hoja.

—¡Para! —Brennus estaba a su lado.

Romulus se vino abajo en brazos de Brennus. El enorme gladiador lo dejó con cuidado en el suelo.

—He perdido la concentración —dijo con un hilo de voz; empezaba a notar la conmoción.

—¡Llamad al cirujano!

Oía las palabras a través de una especie de bruma. Romulus ya no podía enfocar la vista porque le daba vueltas la cabeza. Notaba en el muslo agónicas oleadas de dolor. Tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no gritar.

—¿Me voy a morir?

—Te pondrás bien. —Brennus le sujetó la mano con una fuerza tremenda—. Bien hecho, muchacho.

El último recuerdo de Romulus fue el grito de su amigo exigiendo la presencia del cirujano griego.

Cuando Romulus abrió los ojos, lo primero que vio fue la voluptuosa silueta de Astoria inclinada sobre el brasero. Un aroma intenso le inundó la nariz y se movió inquieto bajo las mantas.

—Tengo hambre. —Consiguió incorporarse sobre un codo—. ¿Qué hora es?

—Primera hora de la tarde… del día siguiente. Has dormido casi un día y medio —respondió Astoria—. ¿Cómo te encuentras?

—Estoy vivo. —Romulus se llevó la mano al muslo derecho y notó un grueso vendaje. Hizo una mueca—. Me duele la pierna.

—La herida era profunda. El griego te dio mandrágora para combatir el dolor. —Astoria se acercó a la cama improvisada con un cuenco entre las manos—. Es hora de que tomes un poco más, dio un sorbito e hizo una mueca.

—Sabe fatal.

—Pero te dolerá menos. Bebe.

Romulus obedeció y se bebió el líquido amargo. Estaba demasiado débil para hacer cualquier otra cosa.

—Ahora túmbate y descansa.

—¿Es muy grave?

—Lentulus no te pilló la arteria por los pelos. Los dioses te estaban protegiendo. —Sonrió—. Dionysus cortó la hemorragia y te cosió el músculo.

—¿Cuándo puedo empezar a entrenar otra vez?

Astoria puso los ojos en blanco.

Romulus intentó volver a hablar, pero notaba la lengua pesada y torpe. La mandrágora empezaba a hacerle efecto.

—Dentro de unos diez días. —Brennus entró ruidosamente en la habitación con el torso sudoroso—. ¡Pero sólo ejercicios suaves!

Romulus notaba que le pesaban los párpados. Al cabo de unos instantes se durmió.

—Lo que está claro es que no podemos dejarlo en el hospital —declaró Brennus—. Figulus o uno de los otros le cortarían el cuello.

—Bien. Pues necesitas un amigo que te cubra las espaldas.

El galo suspiró. Hacía años que no confiaba en nadie. Pero Romulus le recordaba mucho a Brac. El recuerdo, que seguía vivo, le apesadumbró.

—No tienes ojos en la nuca —le regañó ella—. Ni tampoco puedes matar a diez hombres a la vez.

Brennus ensombreció el semblante cuando recordó el pueblo en llamas. La muerte de Brac. La captura. «Aquel día maté a más de diez legionarios. No bastó».

—Estaría bien contar con alguien de confianza —caviló.

—Antes has dicho que Romulus es buen luchador.

Brennus se frotó el mentón con aire pensativo.

—Y no a todos agradó que matara a los murmillones.

—Figulus y Gallus han estado hablando con muchos otros.

—La nubia estaba inquieta.

—Probablemente estén planeando matarte, amor mío.

—Nadie del ludus se atrevería a tocarme un pelo. —Intentó disimular que estaba preocupado y le dio una palmadita en el brazo.

—Un hombre solo no, pero…, ¿y si se alían? —repuso ella—. ¡Corres peligro!

—Lo sé —acabó reconociendo el galo—. Y Romulus parece buena persona. De todos modos, quiero que le cuidemos hasta que sea capaz de andar.

Astoria, aliviada, le dio un beso.

—Entonces veremos si Romulus quiere luchar con Brennus.

La pareja cumplió su palabra. Durante los diez días siguientes cuidaron a Romulus mejor de lo que lo habían cuidado jamás desde que era muy pequeño. Al tercer día, el joven luchador pudo sacar las dos piernas de la cama y ponerse en pie sin ayuda. Dos días después, ya daba cortos paseos por el exterior apoyándose en una muleta que le había hecho Brennus. El galo le acompañaba dándole ánimos.

—No parecen muy contentos. —Romulus señaló a Figulus y a Gallus, que los miraban con amargura desde el otro lado del patio.

Brennus escupió.

—¿Y pues?

Romulus no respondió de inmediato.

Los dos luchadores eran enemigos temibles. Figulus, un tracio veterano, era fuerte como un toro y tenía más de diez victorias en combates individuales en su haber. Gallus era bajito, robusto y cojeaba, pero su habilidad con la red y el tridente era legendaria en el ludus.

—Habrá que matarlos también a los dos —declaró Romulus con la mayor bravuconería de la que era capaz.

—¡Así se habla, joven amigo! Pero no estás a la altura de ninguno de ellos. —Brennus desplegó una amplia sonrisa—. Todavía. Dentro de un par o tres de años, quizá.

—Eso es mucho tiempo si quieren matarme ahora.

—Sí que lo es. —El galo hizo una pausa para pensar—. Por tanto, propongo que nos aliemos. Que cuidemos el uno del otro.

—¿Qué yo te cuide a ti? —Romulus abrió y cerró la boca—. Pero si sólo tengo catorce años.

—Y dos muertos en tu haber. Y uno en un combate justo. —A Brennus le brillaban los ojos—. Eres una gran promesa, jovencito. Algún día serás un gran luchador.

—Será un gran honor.

—Entre mi gente, una amistad así no se entabla a la ligera. —El rostro del galo reflejaba la emoción del momento—. Si hace falta, luchamos a muerte el uno por el otro. Nos convertimos en hermanos hasta que uno o los dos muramos. —Apretó la mandíbula—. ¿Estás dispuesto a ello?

Romulus se lo pensó, consciente de que aquel gesto significaba mucho para Brennus. Para él también. En su vida anterior, Juba era el único hombre en el que había confiado. Asintió mientras respiraba hondo.

Brennus le tendió un brazo musculoso y los dos se sujetaron con firmeza. Romulus miró de hito en hito a Brennus y el galo sonrió satisfecho.

—La primera lección será enseñarte a matar rápido. Lentulus estuvo a punto de vencerte al final.

—Estaba tan emocionado por ganar…

—Exacto. Te desconcentraste. —Brennus le dio un suave puñetazo en el pecho—. Ten siempre presente lo que podría hacer un enemigo a continuación.

Romulus miró a Figulus y Gallus. A juzgar por la cara que ponían, a ninguno de los dos agradaba tal muestra de amistad.

—Para empezar tenemos que vigilar a esos dos constantemente.

—Tendremos que matarlos, tarde o temprano —declaró Brennus encogiéndose de hombros—. Olvídate de esos capullos por ahora. ¡Necesitamos un buen baño!

El galo advirtió la mirada inquisitiva de Romulus.

—Memor cedió, me deja volver a usar las termas —dijo con una sonrisa—. El agua caliente te relajará la pierna. Luego el unctor podrá dedicarse a reblandecerte el tejido que está cicatrizando.

Romulus fue cojeando por el patio con el brazo apoyado en el hombro de Brennus. Por primera vez desde que había perdido a Juba y su familia, el joven luchador sintió que tenía un amigo en quien confiar.

Con los ojos cerrados.

Era una sensación agradable.