—Esto no me gusta —dijo Sharon Blacksmith.
—Y a mí tampoco —añadió Forrice.
—Puede que el capitán tenga que abandonar ocasionalmente la nave en el curso de una acción… tal vez en un par de ocasiones por década —siguió diciendo Sharon—. ¡Pero no es posible que baje hasta un planeta para robar una porquería de libro!
—Yo cerré el trato —dijo Cole, que estaba encarándose con ellos en su pequeño despacho—. Si algo sale mal, la persona que haya bajado allí se verá con la mierda hasta el cuello. No puedo pedirle a un miembro de la tripulación que corra ese riesgo.
—¿Por qué no? —preguntó Forrice—. Te sorprenderías si supieras cuántos se presentarán voluntarios si con ello se logra que te quedes a salvo a bordo de la nave.
—Todos ellos abandonaron su carrera profesional por mí. No les voy a pedir nada más que lo estrictamente necesario… y si puedo ser yo quien baje allí, no es necesario que vaya ninguno de ellos.
—Empiezas a estar demasiado viejo para una acción como ésa —dijo Sharon—. No sé qué te crees que vas a demostrar. Toro y Val son mucho más fuertes que tú. Aceitoso puede ir a lugares adonde tú no puedes ir. No existe un traje de protección que pueda compararse con el blindaje de Domak. No puedes moverte en la oscuridad como Jack. No puedes…
—Basta —dijo Cole—. No bajo a ese planeta porque sea un gran guerrero, ni siquiera un gran ladrón. Bajo a ese planeta porque fui yo quien cerró el trato.
—No estabas solo en Meandro-en-el-Río —dijo Sharon—. Deja que vaya Val.
—Ella también viene.
—¿Vais a tener que ir dos para robar un libro? —preguntó Forrice.
—Puede que uno de nosotros tenga que hacer frente a las defensas de Djinn mientras el otro roba el libro.
—Por lo menos dime que tú serás el ladrón y no el guerrero —dijo Sharon.
—Sí, el ladrón seré yo —dijo Cole. De pronto, sonrió—. Espero que Val me dé unas palmaditas en la cabeza y me diga que soy un chico muy mono.
—Esperemos que no tenga tan mal gusto —dijo Forrice—. Bueno, yo me voy a comer algo.
—¿Y ya está? —preguntó Sharon—. ¿Has renunciado a hacerle entrar en razón?
—¿Sabes de alguien que haya conseguido hacerle entrar en razón? —preguntó Forrice—. Además, a juzgar por lo que me han contado de Picacio IV, las probabilidades de encontrar allí hembras molarias en celo serán de una entre mil. ¿Para qué iba a descender a la superficie?
—Me alegro de que tengas claras tus prioridades —dijo Cole mientras Forrice se volvía y caminaba hacia la puerta con graciosos giros.
—Además —dijo el molario mientras salía al corredor—, cuando te hayan matado, enviaremos una expedición punitiva, y si hubiese alguna hembra molaria entonces, la encontraría.
—Admiro tu paciencia y capacidad de contención —dijo Cole, justo antes de que la puerta se cerrara de golpe.
—¿Estás seguro de que quieres ir con Valquiria? —preguntó Sharon.
—Espero que me lo preguntes en serio, y no por celos.
—No tengo ninguna escritura de propiedad sobre ti —respondió la mujer—. Eres un ser libre. Pero estoy preocupada, porque Val no es la persona más sutil, ni la más silenciosa que he conocido en mi vida. Tal vez Morales…
Cole negó con la cabeza.
—Morales es un niño, y no ha estado nunca en Picacio, ni conoce a Éufrates Djinn. Val sí lo conoce, conoce su guarida… y seamos sinceros: si su negocio de perista es tan importante como decía Copperfield, tendrá mucha protección. No será posible entrar y salir de su casa sin que él se entere. Si piensas que hay alguien a bordo más capacitado que Val para protegerme las espaldas en una situación como ésa, estoy dispuesto a escucharte.
Sharon suspiró y negó con la cabeza.
—No, creo que no.
—Yo sé que no lo hay. Y no tengas miedo de que empecemos un romance. Si se le ocurriera abrazarme, me rompería las costillas. No quiero ni pensar en lo que sucedería si apretara las piernas en torno a mi cuerpo.
Sharon soltó una risilla al pensarlo.
—Está bien, ve allí. Pero trata de regresar de una pieza.
—Volveré de una pieza, o no volveré.
—¿Cuánto tiempo debemos esperar hasta que lleguemos a la conclusión de que te has metido en un serio aprieto y enviemos un grupo de rescate?
—Esa decisión tiene que tomarla la persona que esté al mando, así que quedará en manos de Cuatro Ojos o de Christine. —Cole sonrió a la mujer—. Estoy seguro de que tratarás de ejercer tus influencias para que la manden al cabo de cinco minutos.
—Te rescatamos de la Armada. Ninguno de nosotros podrá regresar jamás al territorio de la República. Mientras seamos forajidos y se pague un precio por nuestra cabeza, parece lógico que tratemos de mantener con vida al motivo por el que nos encontramos en esta situación.
—Sé que cuando te lo diga te vas a quedar estupefacta —dijo Cole—, pero tengo muy claro que pienso regresar con vida.
Aún charlaron durante unos minutos y luego Sharon regresó al departamento de Seguridad. Cole, se fue al puente, donde Christine Mboya se hallaba al mando.
—¿Qué ha encontrado hasta ahora? —preguntó.
—¿Acerca de Djinn? ¿O acerca de Picacio? —respondió ella.
—Decida usted.
—Picacio IV es un planeta con atmósfera de oxígeno, y ochenta y cuatro por ciento de gravedad estándar. En un primer momento lo emplearon como planeta-hospital para enfermos del corazón convalecientes, porque gracias a la baja gravedad no tenían que esforzarse tanto, y su contenido en oxígeno es algo más alto que el estándar. Pero, al cabo de unos pocos años, descubrieron que uno de los tres continentes estaba habitado por criaturas gigantescas, parecidas a los dinosaurios de la Tierra, y al instante floreció una industria del safari. Luego descubrieron que sus océanos de agua dulce producían pescado suficiente para alimentar a unos pocos planetas cercanos que sufrían todo tipo de inconvenientes, desde sequías hasta actividad volcánica, y entonces, con las industrias pesquera, médica y del safari en plena expansión, se transformó en el centro financiero de una región de cincuenta planetas en el Cúmulo de Albión.
—No hacía falta que me contara tantas cosas —dijo Cole—. Gravedad ligera y alto contenido en oxígeno, ¿verdad?
—Exacto.
—¿Cuántos espaciopuertos?
—Cuatro. Uno de ellos, al lado del hospital, es el de la ciudad que ha crecido en torno a éste, y allí se encuentra Djinn.
—Está bien, ahora hábleme de Éufrates Djinn.
—Su verdadero nombre es Willard Foss, y con el paso de los años se ha hecho llamar Benito Gravia, Marcos Rienke, y, simplemente, McNeal, sin nombre de pila. Se llama Éufrates Djinn desde que se instaló hace quince años en Picacio IV.
—¿Cuán importante es su negocio?
—Es uno de los tres peristas más importantes de todo el Cúmulo. Tiene almacenes en Picacio IV, Alfa Prego II y Nuevo Siam.
—¿Cuántos hombres tiene en Picacio?
Christine negó con la cabeza.
—Soy buena con los ordenadores, pero no tanto. Probablemente es más importante que su amigo David Copperfield, pero no sé si eso implicará que tenga más fuerzas de seguridad.
—Las fuerzas de seguridad son las que protegen las empresas legales. En este caso habría que hablar de matones y pistoleros.
—Pero recuerde que tienen la misma puntería que las fuerzas de seguridad —repuso la voz de Sharon.
—¿Tengo que apuntármelo, o confiará en que me acuerde? —preguntó Cole, con sorna.
—Es que estamos preocupadas por usted, señor —dijo tozudamente Christine.
—Lo sé —respondió Cole, con un suspiro de fatiga—. Y se lo agradezco. Pero si tienen que seguir cuidándome así, creo que me quedaré en Picacio y entraré a trabajar para Éufrates Djinn.
—Disculpe, señor.
—No se disculpe. Dígame si hay algo más que tenga que saber.
—He tratado de conseguir un plano de su casa, pero, según parece, mandó construir habitaciones y pisos nuevos, y ha pagado a suficientes burócratas para no tener que registrar las obras. Así es más difícil descubrir dónde se encuentra el libro.
—Quizás envíe a Val a preguntárselo —propuso Cole—. A veces es muy persuasiva. —Guardó un breve silencio—. Pienso que eso será todo. No creo que se haya comprado el sistema de alarmas por medio de los procedimientos ordinarios. ¿O tenemos alguna manera de descubrir de qué tipo son?
—Ésa fue una de las primeras cosas que traté de averiguar, señor —dijo Christine.
—Muy bien —dijo Cole—. Eso es todo. —Levantó la voz—. Piloto, ¿cuánto tiempo tardaremos en llegar?
—En el espacio normal, tres días y siete horas —respondió Wkaxgini—. Si encuentro la entrada al agujero de gusano de Gulliver, unas seis horas.
—¿Por qué le cuesta tanto encontrarlo?
—Los agujeros de gusano no son carreteras —dijo Wkaxgini—. No se encuentran siempre en el mismo lugar.
—Bueno, pues haga lo que pueda —dijo Cole. Se volvió hacia Christine—. ¿Cuánto falta para que termine el turno blanco?
—Unos ochenta minutos estándar, señor.
—Como es posible que lleguemos a Picacio durante el turno rojo, quiero que para entonces Val esté despierta del todo. Infórmela, o, si está durmiendo, déjele un mensaje para cuando despierte. Dígale que queda relevada de todas sus funciones habituales hasta que hayamos regresado de Picacio.
—¿Quién quiere que la sustituya, señor? —preguntó Christine.
—¿Quién tiene más experiencia en combate… Domak o Sokolov?
—Voy a mirar sus historiales, señor.
—Sea quien sea, estará al mando durante el turno azul. Quiero que alguien con experiencia en combate esté al mando, por si tuviéramos algún problema.
—La teniente Domak, señor —dijo Christine con los ojos puestos en el ordenador.
—Dígale que se hará cargo del turno azul hasta que Val haya regresado a la nave. Y dígale también a Forrice que esté alerta por si la situación se complicara. No quiero que haga jornadas de dieciséis horas, pero me sentiré mucho más seguro si él se encuentra al mando cuando alguien empiece a disparar. Hablaré con Domak antes de que nos marchemos y le explicaré que, si Forrice la reemplaza, será por una orden explícita mía. Que sepa con quién tiene que enfadarse.
—Pues entonces, ¿por qué la pone usted al mando? —preguntó Christine.
—Porque, si nos atacan antes de que Forrice haya podido relevarla, quiero que les capitanee una persona que sepa lo que es hallarse bajo el fuego enemigo.
—¿Quién cree usted que podría dispararnos, señor?
—No lo sé. Pero Muscatel tenía cuatro naves. ¿Cómo podemos estar seguros de que un perista con el éxito de Djinn no tendrá unas pocas? Y, si las tuviera, ¿qué razón tenemos para pensar que ninguna de ellas estará en órbita, dispuesta a disparar contra cualquier intruso que quiera entrometerse en su negocio?
—Ahora lo entiendo, señor.
—Excelente. Voy a echar una cabezada, por si necesitara todas mis fuerzas para dentro de seis horas, y no para dentro de setenta y dos. Si encontráramos el agujero de gusano, despiérteme a las diecinueve horas.
Se dirigió al aeroascensor y al cabo de un momento llegó a su camarote.
—¿Cómo es eso? —dijo en voz alta—. ¿Hoy no ha venido la puta que suele esperarme semidesnuda?
La imagen de Sharon apareció frente a él.
—Te conviene descansar. Presiento que esta misión va a ser más peligrosa de lo que tú piensas.
—¿Y por qué crees eso?
—Porque siempre te vas al extremo contrario —respondió ella—. Si esto tuviera que ser muy fácil, nos lo pintarías muy peligroso, para que nadie se repantigara. Pero ya te he visto en situaciones difíciles, y, cuanto más peligrosas son, más te esfuerzas por quitarles importancia. —Una sonrisa afloró a su rostro—. Me imagino que lo haces para que la puta y el resto de tu tripulación no se preocupen en exceso.
—Está bien —dijo él, y se tumbó en el catre—. Me voy a dormir. Pero espero alabanzas en cantidad y favores sexuales para cuando regrese.
—¿Y no te bastaría con un bocadillo de soja?
—Probablemente —dijo él, justo antes de dormirse.