Capítulo 16

Cole se hallaba en su minúsculo despacho de la Teddy R., cara a cara con Forrice, y Sharon Blacksmith.

—El capitán eres tú —decía Forrice—. Puedes nombrar y destituir a los oficiales que quieras cada vez que te apetezca, pero en esta nave viajan muchas personas que pusieron en juego su vida por ti, que no podrán regresar jamás con su familia, y que no se tomarán bien que nombres tercer oficial a una extraña.

—Conoce el mundo de la piratería mucho mejor que el resto de la tripulación junta —dijo Cole—. Y, además, me ha salvado la vida.

—Tal vez lo hayas olvidado —dijo el molario—, pero en esta nave no hay ni una sola persona que no te haya salvado la vida… ¿o es que ahora piensas que escapaste tú solo de la mazmorra de Timos III?

—Sé muy bien cómo escapé —dijo Cole. Calló por unos instantes y le lanzó una mirada a Forrice—. ¿Recuerdas que hace un mes te dije que Aceitoso era el miembro más valioso de la Teddy R.? Porque su simbionte le permite trabajar durante varias horas, sin necesidad de aire ni de protección física de ningún tipo, en el frío del espacio y en planetas con atmósferas de cloro y metano.

—Sí.

—Pues bien: ahora es el segundo miembro más valioso. Esa mujer se sabe todos los planetas amigos, todos los piratas rivales, todos los lugares donde podremos vender los cargamentos que robemos. Es una enciclopedia andante de la piratería. Y, por si con eso no bastara, había capitaneado su propia nave.

—Y la perdió —observó Sharon.

—Yo no he dicho que sea perfecta —respondió Cole—. He dicho que es valiosa. Y también tiene otra virtud.

—¿Cuál? —preguntó el molario.

—Os mandaría a cagar a ti y a los cinco miembros de la tripulación que eligieras para pelear en equipo contra ella.

—Un momento —intervino Christine—. Antes de que el entusiasmo por sus cualidades nos desborde, querría estar segura de que entiendo bien la situación. No se va a quedar con nosotros para siempre. Estará aquí hasta que capturemos su nave y la recuperemos de manos de ese tal Tiburón Martillo y de su tripulación.

—Que casualmente también es la tripulación que estuvo a las órdenes de esa mujer —añadió Sharon.

—Correcto.

—¿Y luego nos va a dejar y regresará a su propia nave? —prosiguió Christine.

—En cuanto nos hayamos repartido el botín de Tiburón —dijo Cole.

—¿Y qué impedirá que nos joda todos los instrumentos y luego vuelva las armas contra nosotros?

—Confío en que no lo va a hacer.

—A mí me da igual que pongas tu vida en sus manos —dijo Forrice—. Pero no estoy de acuerdo con que también le confíes la mía y la del resto de los miembros de la tripulación.

—Tengo en cuenta tus objeciones —dijo Cole—. Pero ya te he explicado mis motivos. Es nuestra tercer oficial. Seguiré al mando del turno azul hasta que hayamos terminado de entrevistarla, pero luego se lo pasaré a ella.

—¿Y a qué te dedicarás tú?

—A lo de siempre. Pero ahora no tendré que hacerlo en horario restringido. —Los fue mirando de uno en uno—. Recordadlo: cada vez que he emprendido una acción en la Teddy R., el resultado ha sido bueno.

—Por eso no podremos regresar jamás a la República —dijo Forrice en tono sarcástico.

—Esa acción la emprendiste tú —dijo Cole—. Yo no me escapé de la mazmorra. Me sacasteis vosotros.

—De todas maneras, esto no me gusta —dijo Forrice.

—A mí tampoco —corroboró Sharon.

—Tomo nota de vuestras objeciones —dijo Cole—. Y el día en el que esto se convierta en una democracia, puede que llegue a haceros caso. Pero, mientras no llegue ese día feliz, soy el capitán y se hará lo que yo diga. ¿Hay alguien que piense discutírmelo?

Silencio.

—Está bien. He notado vuestra hostilidad y estoy seguro de que Val también va a notarla. Quiero que alguien trate de acercarse a ella, se haga amigo suyo, se esfuerce porque se sienta bien.

—Yo pensaba que eso lo harías tú —le dijo amargamente Sharon.

—La dirección de la nave me ocupa demasiado tiempo. Forrice y Christine no podrán, porque ellos se encargan de sus respectivos turnos.

—¡No me mires de esa manera, Wilson! —le espetó Sharon.

—¿No podrías intentarlo?

—¿Acercarme a ella? —exclamó Sharon—. ¡Pero qué diablos!, cuando estoy a su lado sólo le veo el ombligo. ¿Cómo voy a hacerme amiga de una Goliat?

—Eres tú quien tendrá que explicarle cómo funciona todo en la nave —dijo Cole—. Durante estos próximos días vais a pasar muchas horas juntas. Trata de ser más agradable con ella de lo que estás siendo ahora conmigo. —Calló por unos instantes—. No hay nada entre nosotros, y tampoco tiene ninguna intención de ponerse al frente del departamento de Seguridad. Simplemente dispone de mucha información valiosa, y si tenemos la suerte de encontrar a Tiburón no se quedará aquí por mucho tiempo, así que quiero que esté cómoda y tenga ganas de charlar.

—¿No habló contigo mientras veníais de Basilisco? —preguntó Sharon.

—No calló en ningún momento —dijo Cole—. Mis conocimientos sobre el coñac se han multiplicado por mil.

—¿Y se supone que tengo que hacerme amiga de una tía así? —preguntó Sharon.

—Bastará con un esfuerzo honrado.

Sharon hizo una mueca.

—Está bien, está bien, lo intentaré.

Cole se volvió hacia Forrice.

—Aún estoy enfadado contigo por haber prescindido de nosotros —dijo el molario—. Yo pensaba que habrías convocado esta reunión para preguntarnos lo que opinábamos.

Cole negó con la cabeza.

—He convocado esta reunión para comunicar mi decisión, no para discutirla.

—Bueno, pues yo pienso que es un error.

—Estás en tu derecho a pensarlo —dijo Cole—. Aquí dentro —añadió en un tono de voz más áspero—. En cuanto salgamos por esa puerta, todos los desacuerdos habrán desaparecido.

—Ya me conozco los protocolos —respondió Forrice de mal humor—. Pero, como todavía no hemos salido por esa puerta, voy a decirte que jamás en mi vida te había oído hablar con tanta prepotencia.

—Porque jamás en tu vida habías cuestionado mis criterios —dijo Cole—. Nos metimos a hacer de piratas sin estar preparados. Ninguno de nosotros tenía ni idea de nada, salvo lo que habíamos aprendido de malas novelas y peores hologramas. Tuvimos suerte y encontramos la manera de colocar los diamantes, pero, si ese hijoputa de McAllister hubiera sido un poco más competente, ahora mismo estaría en uno de los calabozos de la Armada, y únicamente a causa de mi ignorancia. Y ahora tenemos a bordo una fuente de información excepcional. Ha triunfado como pirata durante más de diez años. Nunca le han destruido una nave en combate, jamás la han arrestado, ha sacado un beneficio de todas y cada una de sus operaciones, se ha hecho con botines que no llamaron la atención de la Armada. Sabe dónde obtener información. Se sabe las características de la mayoría de las naves piratas de la Frontera. Conoce a los capitanes de las naves y sus métodos. Sabe dónde esconderse cuando la cosa se pone fea, tanto si se enfrenta a piratas rivales como a la Armada. Si nos vemos obligados a luchar cuerpo a cuerpo dentro de una nave, o en un planeta, valdrá dos veces más que Toro Pampas, y seis veces más que cualquier otro. No ha estado en el Ejército y tiene muchas aristas por pulir, y no me cabe ninguna duda de que bebe demasiado… pero la necesitamos. Y lo más importante: confío en ella. —Dejó de hablar y fue mirando de uno en uno a los tres oficiales—. Y, al menos por ahora, este tema queda cerrado.

—¡Eh, Cole! —dijo la voz de Val, y su imagen apareció un instante después.

—No es ésa la manera como abrimos las comunicaciones en esta nave —dijo Cole—. Pero, por esta vez, lo dejaré pasar. ¿Qué quiere?

—Acabo de ver las joyas que quiso vender en McAllister.

—¿Y?

—Tal como están, no podrá colocarlas en ninguna parte —dijo Val—. Ya eran famosas antes de que la cagara en McAllister. En estos momentos, todo el mundo sabe ya que Wilson Cole quiere deshacerse de ellas.

—¿Y tiene alguna propuesta? —preguntó Cole.

—Arránquele los diamantes y los rubíes a la diadema, y luego fúndala. Podría venderla como un lingote de oro.

—¿A un perista? —preguntó Sharon.

Val puso mala cara.

—Pero, hombre, yo pensaba que ya habrían aprendido la lección de los peristas. Diablos, hay docenas de agentes de compraventa que no sólo se dedican a comprar y vender futuros, sino que también trabajan con oro de verdad. Habrá un par de ellos en la Frontera Interior.

—¿Y qué me dice de las joyas?

—Serán mucho más difíciles de vender. Ahora ya saben que con los peristas no se gana dinero. Conozco a un joyero que aceptará los rubíes… son más difíciles de identificar que los diamantes, porque no los marcan con láser, o, por lo menos, a estos rubíes no los han marcado… pero lo mejor sería que los empleáramos en transacciones.

—¿Cómo vamos a hacerlo? —preguntó Cole.

—Utilizándolos como sobornos. Un diamante o un rubí, al llegar a la mano adecuada, puede servir para comprar información útil… y las personas a las que ustedes sobornen venderán una gema aislada mucho más fácilmente de lo que ustedes podrían vender un lote completo.

—A mí me parece bien —dijo Cole—. ¿Algo más?

—Sí —dijo Val—. ¿Dónde guarda la bebida? Todavía me debe un coñac cygniano.

—No creo que tengamos —dijo Cole.

—¿Se contentaría con un brandy alphardo? —preguntó Sharon.

—¡Desde luego que sí! —dijo Val con entusiasmo—. ¿En su camarote o en el mío? ¿O mejor en la cantina?

—¿Y si nos encontráramos dentro de diez minutos en el departamento de Seguridad? —dijo Sharon—. Así podríamos empezar la entrevista de ingreso en un ambiente distendido.

—Sí, iré allí —dijo Val, y cortó la conexión.

Sharon parecía incómoda.

—Has sido tú quien nos has dicho que la tratáramos de manera amistosa.

—Si tratas de beber a su ritmo, caerás borracha mucho antes que ella —dijo Cole—. Deja que sea ella quien beba y tú le haces las preguntas.

—Pues oye —dijo Sharon, en el mismo momento en el que la puerta sentía su proximidad y se irisaba para dejarla pasar—, esa mujer daba la impresión de saber de lo que hablaba.