—¿Señor? —dijo la voz de Christine Mboya.
Cole se despertó al instante.
—¿Qué sucede?
—Creo que he encontrado un buen lugar. Allí hay todo tipo de materiales de poco volumen, del tipo que, de acuerdo con Odom, podría hacer que la nave se pusiera a dar vueltas si nos quedáramos sin energía. —Calló por unos instantes—. Parece que algo no funciona en el sistema de comunicaciones, señor. Le oigo a usted, pero no veo su imagen.
—Espere un momento a que lo arregle —dijo Cole.
Le dio un empujoncito a Sharon para despertarla, le puso un dedo sobre los labios antes de que pudiera hablar y le hizo un gesto para que se metiera en el cuarto de baño. Sharon salió inmediatamente de la cama y del ángulo visual de la cámara, y de paso recogió también el uniforme y se lo llevó al cuarto de baño. Cole se vistió a toda velocidad, luego activó la cámara holográfica y le ordenó que transmitiera su imagen, además de su voz.
—¿Cuánto tiempo tardaríamos en llegar al destino elegido? —preguntó.
—Wkaxgini dice que estaríamos allí en dos horas, señor —respondió Christine.
—¿Dos? —repitió Cole—. Pensaba que nos encontraríamos a un día de distancia.
—El piloto ha encontrado un agujero de gusano con el que nos ahorraremos dieciocho horas, señor.
—Bien —dijo Cole—. Si Forrice está por ahí, dígale que se vaya a echar una cabezada. No tiene ningún sentido que todos nosotros estemos despiertos a la vez. La voy a relevar en unos noventa minutos, y cuando llegue ese momento, quiero que se marche a su camarote y duerma durante ocho horas.
—No sé si voy a poder, señor —dijo Christine—. Creo que estoy demasiado tensa.
—Pues apáñeselas para dormir —dijo Cole con firmeza—. Si la nave a la que queremos engatusar tarda diecinueve horas, en vez de nueve, quiero que todos los que tienen puestos de mando estén descansados.
—¿En puestos de mando? —Christine tenía los ojos desorbitados—. Nunca en mi vida había llevado a cabo una operación de este tipo, señor.
—Y yo tampoco —le respondió Cole—. Le sorprendería saber de lo poco que estudian sobre piratería los oficiales superiores de la Armada.
—Es que quiero decir que…
—Ya sé lo que quiere decir —la interrumpió Cole—. La he elegido a usted. Acéptelo.
Interrumpió la conexión porque Sharon, ya vestida con el uniforme, salía del baño.
—Ha llegado el momento de seleccionar el grupo de abordaje —le dijo Cole.
—Sí, ya lo he oído. ¿Dos horas?
—Dos horas para llegar hasta allí. Puede que pasen diez, o veinte, antes de que tengamos compañía.
—Voy a tener al grupo seleccionado dentro de una hora.
—No puede ser que tardes tanto. Ya habíamos escogido a tres, y no hay manera de impedir que Forrice vaya con ellos, así que sólo nos faltan dos.
—¿Qué me dices de Aceitoso? —preguntó Sharon—. Tienes muy buena opinión de él. O de ello, exactamente no sé qué es.
—No creo que los tolobitas tengan sexo —dijo Cole—. Y no, no se lo preguntes.
—¿Eh?
—Prefiero contar con él para otro tipo de misiones.
—Está bien —le respondió Sharon—. Buscaré a otros dos y te informaré.
—Tú decides, por supuesto… pero yo, en tu lugar, pensaría en Domak. Los polonoi de la casta guerrera, sea cual sea su sexo, son muy difíciles de matar.
Sharon negó con la cabeza.
—Es demasiado buena con los sistemas de la nave. Si Christine no está contigo en el puente, te convendría tenerla a mano.
—Está bien. Ya te lo he dicho: tú decides. Pero el destacamento tiene que estar completo dentro de una hora.
—Quedaremos mejor si contacto con ellos desde Seguridad —dijo, y se dirigió hacia la puerta—. Te veo luego. No te olvides de hacerte la cama. Esto parece una pocilga.
—Por favor, no seas tan romántica, tan dulce, tan empalagosa —le dijo Cole en tono sardónico—. Yo también lo he gozado, pero lo llevo con más discreción.
—Pienso que te dejaré encerrado con Rachel Marcos dentro de un camarote durante un par de días —dijo Sharon—. Seguro que lo que quede de ti cuando la chica haya acabado contigo será mucho más tratable.
Sharon salió al pasillo y cerró la puerta de golpe.
Cole pasó revista a los detalles del plan que tenía en mente, presa de una vaga incomodidad. Los detalles eran tan pocos que tenía que haber algo que le pasara inadvertido, pero no sabía el qué. Debían encontrar una zona desierta, no muy lejos de una ruta de comercio de cierta importancia. Un lugar donde fuese razonable que hubiera ido a parar la Theodore Roosevelt, después de una avería en el generador. Había ordenado que las cámaras exteriores enfocaran las insignias de la nave. En todas ellas figuraba que pertenecía a Transporte de Mercancías Samarcanda. Christine había preparado un mensaje de SOS de acuerdo con sus indicaciones, y la nave lo retransmitiría por más de dos millones de frecuencias a la vez. Llegaría a cuarenta años luz en todas las direcciones. Tendría el grupo de abordaje oculto cerca de la compuerta principal, pero no pensaba enviarlo hasta que hubiese reducido al de los piratas. Quienquiera que se encargara de los sensores en el puente obtendría lecturas de la atmósfera de la nave pirata y también de su gravedad. El grupo de abordaje de la Theodore Roosevelt, tendría trajes espaciales a mano, por si las condiciones a bordo de la nave pirata fuesen hostiles para las criaturas cuya vida se basaba en el carbono y respiraban oxígeno. Existían tres razas que viajaban por las estrellas y no tenían ojos, y empleaban unos sentidos aún no definidos para maniobrar, pero no constaba que ninguna de ellas se encontrase en la Frontera Interior. Pero, de todos modos, no costaría nada que Forrice y el resto del grupo estuviesen equipados con lentes de visión nocturna para permitirles ver en el interior de la nave pirata.
Había un último paso que tenía que dar antes de ir al puente. Activó el comunicador y contactó con Aceitoso.
—¿Sí, señor? —respondió la imagen del tolobita.
—Deje todo lo que esté haciendo y venga a mi encuentro en la sección de Artillería —dijo Cole.
Interrumpió la conexión antes de que Aceitoso pudiera responderle y contactó con Pampas, le dio las mismas instrucciones, salió del camarote, se dirigió a un aeroascensor, bajó un nivel y fue a la sección de Artillería, donde se encontró con el tolobita, que ya lo esperaba. Pampas llegó un momento más tarde.
—Toro —le dijo Cole—, usted había sido el oficial al mando de la sección de Artillería. Necesito sus conocimientos.
—Así como lo dice, suena mejor que llamarme «sargento», señor —le respondió Pampas con una sonrisa.
—Ahora que somos piratas, todos nosotros somos oficiales —dijo Cole—. En cualquier caso, usted es el que mejor conoce la sección, así que, desde este momento, es el oficial en jefe provisional de Comunicaciones.
—¿Y qué desea que haga, señor?
—Me da igual que lo haga usted, o que sólo lo supervise —dijo Cole—. En primer lugar, quiero que arregle el sistema de comunicaciones para producir una visualización constante del puente. Unidireccional. Quiero que Aceitoso vea el puente, pero no quiero que ninguno de los que se encuentren en el puente vea la sección de Artillería.
—Eso será muy fácil.
—Y todavía más —dijo Cole—. También quiero que Aceitoso pueda ver la compuerta principal. Cuando los piratas aborden la nave, quiero que él lo sepa.
—¿También unidireccional, señor?
Cole asintió.
—Exacto.
—Como las armas apuntarán desde el puente, no vamos a necesitar los visores que hemos montado en ellas. —Pampas indicó uno que estaba adosado a un cañón de plasma—. La visualización de la compuerta nos permitirá verlo. ¿Eso es todo, señor?
—No, todavía no —dijo Cole—. Quiero que prepare doce cargas explosivas que Aceitoso pueda hacer estallar desde cualquier sitio donde se encuentre, dentro de la nave o fuera de ella.
—¿Con qué potencia?
—No la suficiente para poner en peligro la integridad estructural del casco de una nave, pero sí para destruir un sistema de armas.
—Tendrían que ser armas exteriores, señor —dijo Pampas.
—Eso mismo.
—¿Las armas de los piratas?
—¿Se le ocurre alguna otra arma que, hoy por hoy, queramos inutilizar?
Pampas sonrió.
—No, señor. Y, a propósito, le agradezco que me incorporase al grupo de abordaje.
—Espero que tenga la misma destreza golpeando a piratas que golpeando a compañeros de tripulación —dijo Cole. Antes de que Pampas tuviese tiempo de protestar, Cole levantó la mano—. Lo he dicho en tono de admiración. Al fin y al cabo, lo hizo por orden mía.
—Sí, señor —dijo Pampas, incómodo.
—Bueno, lo mejor será que se ponga manos a la obra. Búsquese toda la ayuda que pueda encontrar, pero trate de tenerlo a punto en un par de horas. —Cole se volvió hacia Aceitoso—. Creo que ya se habrá imaginado en qué va a consistir su misión.
—Quiere que adhiera los explosivos al exterior de la nave pirata —dijo el tolobita.
—Y a todas sus lanzaderas, menos a una —dijo Cole—. Si es que transportan lanzaderas y las llevan adosadas al exterior.
—¿Y por qué tantas pantallas, señor? —preguntó Aceitoso.
—Porque siempre cabe la posibilidad de que una nave ambulancia, o simplemente una nave que transporte a criaturas decentes sea la primera en acudir. No quiero que salga de la Teddy R. hasta que esté convencido de que son piratas. Si disparan a alguien al acceder a la compuerta, lo sabrá de inmediato. Si quieren llegar al puente para apoderarse de la nave, entonces lo sabrá. Pero, en cuanto esté seguro, quiero que salga por la compuerta de las lanzaderas, no por la principal, y empiece a colocar los explosivos.
—¿Y cuándo los hago estallar, señor?
—Tan sólo cuando esté fuera de peligro dentro de nuestra nave —dijo Cole.
—Ahí fuera tampoco correría ningún peligro —respondió Aceitoso—. En el espacio no hay ondas de choque.
—Lo sé… pero, en cuanto exploten las cargas, habrá un montón de cascotes que saldrán disparados en todas las direcciones. Si su simbionte no es invulnerable a ellos, podría sufrir heridas muy serias, y me imagino que si muere, o incluso si sufre perforaciones, no podrá sobrevivir en el espacio mucho mejor que yo.
—Eso es muy cierto, señor —dijo Aceitoso—. A nosotros no se nos había ocurrido.
—¿A usted y a quién más? —preguntó Cole.
—A mí y a mi gorib, señor.
—¿Él también ha comprendido lo que he dicho? —preguntó Cole—. Yo pensaba que era una simple piel. No sabía que tuviese órganos sensoriales.
—Estamos conectados por telepatía. No necesita órganos sensoriales porque se sirve de los míos.
—Pues la verdad es que nunca le había preguntado por esas cuestiones. Dígame, ¿usted y su simbionte discuten?
—Somos simbiontes, señor —respondió Aceitoso, como si con ello lo explicara todo.
—Bueno, ya se lo he dicho, quiero que para entonces estén dentro de la nave, para que ni el gorib ni usted sufran por culpa de las explosiones. En cuanto hayan regresado, aguarden mi señal.
—Sí, señor. ¿Tiene algo más que decirme, señor?
—No —dijo Cole. Y entonces, a continuación, se corrigió—: Sí.
—¿Señor…?
—¿Su gorib tiene algún nombre?
—Usted no podría pronunciarlo, señor.
—¿Está seguro?
—Usted no puede pronunciar mi nombre, señor, y los demás tampoco. Si quiere dirigirse a mi gorib, llámelo Aceitoso.
—Yo lo llamo Aceitoso a usted.
—Somos simbiontes.
Cole tuvo la sensación de que todo lo que discutiera acerca del gorib terminaría con la misma respuesta, y por ello dejó a Pampas y a Aceitoso, y se marchó a la cantina. Todas las mesas estaban vacías excepto dos, y se sentó en una esquina y pidió un café y un bocadillo. Otro de los que cenaban allí, alto, delgado, joven, con el cabello rubio y casi al cero, se levantó y fue hacia él. Llevaba en las manos la bebida y lo que quedaba de un postre más bien soso.
—¿Le importa que me siente con usted, señor? —preguntó Luthor Chadwick.
—El hombre que me sacó de la cárcel puede sentarse conmigo siempre que quiera —le respondió Cole.
—La nave entera le sacó de la cárcel, señor.
—Pero el vigilante del presidio que tenía el código de las cerraduras era usted. ¿Qué puedo hacer por usted, Chadwick?
—Quiero expresarle mi agradecimiento por la oportunidad que me ha brindado, señor.
—¿La oportunidad de unirse a una nave de proscritos perseguida tanto por la República como por la Federación Teroni? —dijo Cole, sonriente—. Parece que es muy fácil satisfacerle.
—No, señor —dijo Chadwick, con expresión seria—. Me refería a la oportunidad de entrar en el grupo de abordaje.
—No es un gran honor. Serán los primeros en morir si algo sale mal.
—Es que tenía la sensación de no merecerme la soldada… —empezó a decir Chadwick.
—Usted no cobra ninguna soldada —lo interrumpió Cole.
—Me refiero a mis gastos de manutención, señor —se corrigió Chadwick—. Viajamos con una tripulación de treinta y tres miembros, y el ayudante de la directora de Seguridad no tiene mucho que hacer, sobre todo cuando la coronel Blacksmith está en activo. Es tan competente y tiene un control tan grande sobre todas las cuestiones que me sentía completamente inútil, señor, y me alegro de que por fin se me confíe una tarea.
—Tal vez no piense lo mismo cuando empiecen los disparos —dijo Cole.
—Lo dudo, señor.
—Ándese con cuidado, Chadwick —dijo Cole—. Viajamos con un contingente que no llega ni a la mitad del que sería habitual. Mi nave pirata no transporta nada que valga tanto como la vida de cualquiera de ustedes. Si la situación pinta mal, si se huelen una trampa, si por un motivo u otro piensan que hemos mordido más de lo que podemos tragar, recomiendo vivamente que el grupo de abordaje abandone de inmediato la nave pirata y reserve sus vidas para luchar otro día.
Chadwick sonrió.
—Eso mismo me ha dicho el comandante Forrice hace menos de media hora, señor.
—Y eso demuestra que incluso un molario testarudo y sarcástico es capaz de aprender —dijo Cole.
—Ustedes dos llevan mucho tiempo juntos, ¿verdad? —preguntó Chadwick.
—En unas épocas hemos estado juntos y en otras no —dijo Cole—. Pero hace años que nos conocemos. Debe de ser el mejor amigo que tengo. A duras penas llego a entender al ochenta por ciento de los alienígenas a los que conozco, incluidos algunos de los que viajan en esta nave, pero Forrice es como un hermano. Igual que todos los molarios, ¡qué diablos! En algunos aspectos son más humanos que los propios humanos.
—Eso ya lo había notado, señor —dijo Chadwick—. Jamás he oído reír a ninguna otra criatura. Tan sólo a los humanos y a los molarios.
—Esperemos que todos los humanos y todos los molarios de la Teddy R. aún se rían mañana —dijo Cole.
—Pues claro que sí. Al fin y al cabo, tenemos con nosotros a Wilson Cole.
—Si llegara a creerme que ése es el verdadero motivo por el que esta tripulación está tan confiada, me volvería insoportable, incluso para ustedes —dijo Cole. Terminó de comerse el bocadillo y apuró el recipiente del café—. Voy al puente. Le recomiendo que trate de descansar. Puede que todavía tengan que pasar unas horas, e incluso un par de días hasta que aparezca alguien.
—Sí, señor —dijo Chadwick, y entonces se cuadró e hizo el saludo militar—. Y, una vez más, gracias, señor.
El joven se volvió y salió de la cantina. Cole adivinó que, en vez de dormir, se emocionaría y se pondría más tenso al pasar los minutos. Al fin, Cole se puso en pie, se dirigió al aeroascensor más cercano y subió al puente.
—¿Cuánto falta? —le preguntó a Christine Mboya.
—Tal vez unos diez minutos —dijo ella—. Wkaxgini me dice que llevamos un par de minutos frenando a velocidad sublumínica.
—No me había dado cuenta —dijo Cole.
—Y difícilmente se dará cuenta mientras sea yo quien pilote esta nave —dijo Wkaxgini desde la vaina del techo.
—Eso es lo que más me gusta en un piloto —dijo Cole—. La modestia. —Se volvió hacia Christine—. Su turno ha terminado. Puede marcharse a dormir.
—¡Pero si mi turno aún no ha terminado! —protestó ella.
—Pues como si hubiera terminado. —Se volvió hacia el intercomunicador—. Alférez Marcos, acuda al puente. —Se volvió hacia la teniente Domak—. ¿Cree que aguantará otras seis o siete horas? ¿O tiene necesidad de dormir o de comer?
—Soy perfectamente capaz de permanecer en mi puesto durante las próximas siete horas —respondió la polonoi.
—Estoy seguro de que sí… pero, de todas maneras, lo más probable es que no suceda nada. ¿Le apetecería descansar?
—¿Si me apetecería? —repitió Domak, con el ceño fruncido, como si no hubiera comprendido la palabra.
—Olvide la pregunta —le dijo Cole—. Quédese en su puesto. —De repente alzó la voz—. Seguridad, ¿está observando el puente?
—No hace falta que me grite —dijo la imagen de Sharon, que apareció al instante frente a él.
—¿Cómo marcha el grupo de abordaje? —preguntó, en el mismo momento en el que Rachel Marcos aparecía en el puente—. ¿Han seleccionado a todos sus miembros?
—A todos ellos.
—¿De cuántas razas distintas?
Domak, Christine y Rachel se volvieron de golpe, y lo miraron, intrigadas.
—De tres —respondió Sharon—. Cuatro humanos, Forrice y Jack.
—Prescinda de uno de los humanos y elija a un tripulante de otra raza.
—He elegido a los tripulantes más adecuados para esta misión —le respondió Sharon.
—No lo dudo, y no soy racista —le dijo Cole—. Pero no sabemos cuál es la raza que viajará en la nave a la que tratamos de engatusar. Lo más probable es que sean humanos, simplemente porque los humanos son lo que más abunda en la Frontera Interior. Pero, por si se tratara de otra raza, vamos a incrementar las probabilidades de que se encuentren con un colega en el grupo de abordaje. Así será más probable que dialoguen, en vez de disparar.
—Yo lo dudo —dijo Sharon.
—Si quiere que le diga la verdad, yo también lo dudo —le respondió Cole—. Pero tomar esa medida no nos hará ningún daño, e incluso puede que nos reporte alguna ventaja.
—Está bien —dijo Sharon—. Voy a dejar en la nave al teniente Sokolov, por si lo necesita.
—Ahora mismo, no. Dígale que dentro de seis horas va a reemplazar a la teniente Domak. En el caso de que esté despierto, mándelo entre tanto a la sección de Artillería para que ayude a Pampas. Quiero que Toro se ponga al frente del grupo de abordaje. Si Sokolov es capaz de terminar el trabajo, que sustituya a Toro, en vez de limitarse a ayudarle. Lo mismo con Braxite. Si no hace nada de importancia vital, mándelo a ayudar a Artillería.
—De acuerdo —dijo Sharon, e interrumpió la conexión.
—Rachel, encárguese de los ordenadores —dijo Cole—. Christine, lárguese del puente y váyase a dormir.
Rachel Marcos se sentó frente a los ordenadores y Christine Mboya suspiró, hizo una mueca y demostró con todos los recursos a su alcance que estaba descontenta por tener que marcharse. Finalmente, montó en el aeroascensor y se fue a su camarote.
—Sharon, ¿Aceitoso ya tiene la visualización del puente y la compuerta? —preguntó Cole, levantando la voz.
—No hace falta que me grite —dijo la imagen de Sharon, que había aparecido una vez más—. Vigilamos el puente en todo momento, incluso en los días en los que no contamos con encontrarnos en medio de una gran batalla. Y, en respuesta a su pregunta: sí, Aceitoso está viendo todo lo que sucede en el puente y en la compuerta.
—En algún momento tendrá que salir de la nave —dijo Cole—. Quiero que, en el mismo momento en el que regrese, pueda oírme desde cualquier lugar.
—Eso no será ningún problema.
—¿Está segura?
—Sí, estoy segura.
—Está bien, pues ya puede desaparecer.
La imagen de Sharon desapareció.
Al cabo de unos pocos minutos, Wkaxgini anunció que la nave se había detenido.
—Que empiece a dar vueltas —dijo Cole. Se volvió hacia Rachel—. Empiece a enviar la señal de SOS que se ha inventado Christine… la que dice que se nos ha parado el generador, los estabilizadores externos se han dañado y estamos indefensos. Y póngame con Odom.
La imagen de Mustafá Odom apareció al instante.
—Muy bien, Odom —dijo Cole—. Nos hemos detenido y damos vueltas sobre nosotros mismos. Creo que ha llegado la hora de desactivar el impulsor y activar los generadores de mantenimiento vital de emergencia de esta nave.
—Tardaré unos tres minutos en desconectar el generador —dijo Odom.
—¿Cuánto tiempo necesitaríamos para volver a conectarlo en caso de emergencia? —preguntó Cole.
—Quizás un minuto, pero, recuerde… tenemos que dejar de girar antes de ponernos en movimiento.
—Lo sé. Desactívelo ahora mismo, Odom.
Gracias al generador de mantenimiento vital de emergencia, no se produjo ningún cambio perceptible en el interior de la Theodore Roosevelt. Si no se hubiera encontrado con que las imágenes de una de las pantallas lo aturdían, Cole habría jurado que aún avanzaban por la Frontera.
—¿Cuánto tiempo piensa usted que tendrá que pasar, señor? —preguntó Rachel Marcos.
Cole se encogió de hombros.
—Más de una hora, menos de un día estándar.
—Me preguntó cómo serán —se preguntó.
—Codiciosos.
—Nosotros también lo somos —dijo Domak—. No nos diferenciaremos de ellos en nada.
—Sí habrá una diferencia —dijo Cole.
—¿Cuál es, señor?
—Si nosotros viéramos una nave que da vueltas en el espacio, indefensa —respondió Cole—, una nave que estuviera enviando un SOS, los ayudaríamos. Ellos vendrán a saquearnos.
—Entonces, es que no somos unos piratas muy eficientes —concluyó Domak, sin que en su fiero rostro se dibujara expresión alguna.
—Somos nuevos en este juego —le respondió Cole con desenfado—. Todavía estamos aprendiendo. —Calló por unos instantes y luego prosiguió, más en serio—: Pero si algún día llegáramos al punto de atacar y saquear una nave que ha enviado un SOS, no seríamos mejores que los piratas a los que queremos desvalijar. Y ese día esta nave podrá buscarse un nuevo capitán.
Domak calló, Rachel volvió a sus ordenadores, Wkaxgini permaneció en la cómoda distancia que lo separaba de todo lo demás, salvo del ordenador de navegación conectado con cables a su cerebro, y, al cabo de unos minutos, Cole se decidió a marcharse a la pequeña sala de estar para oficiales y relajarse. Solicitó un espectáculo musical, y debía de haber visto hasta la mitad cuando los cantantes y bailarines desaparecieron de pronto y los reemplazó el holograma de Sharon Blacksmith.
—¿El señor capitán tendría algún problema en venir cagando leches hasta el puente? —dijo.
—¿Qué sucede? —preguntó Cole.
—Que tenemos visita.