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Lock, Shock y Barrel estaban divirtiéndose. Como era habitual, se divertían porque alguien no se divertía.
Encaramados a la trampilla de la mazmorra de Boogie, miraban como éste torturaba no a un prisionero ¡sino a dos! A Sally Muñeca de Trapo, perdida la esperanza de rescatar a Santa, le había salido el tiro por la culata y ahora ella era también prisionera de Oogie.
Pero justo cuando los tres tramposos se asomaron para ver mejor, oyeron un espantoso ruido detrás de ellos. Un ruido como de crujido de huesos de un esqueleto. ¿Qué podía ser? ¡Eso era! Jack Esqueletón. Chillando aterrorizados, los tres se volvieron y escaparon en la oscuridad de la noche.
Jack se colocó donde antes estaban ellos en la trampilla. Lejos, allí abajo, podía ver a Santa y a Sally atados con correas a una mesa de dados sobre una caldera humeante. A pesar de su difícil situación, la valiente muñeca de trapo mantenía aún una actitud desafiante.
—¡Esto no se ha acabado aún! —gritó—. ¡Todavía pueden pasar muchas cosas! Espera a que Jack se entere de esto. Cuando llegue el momento él acabará contigo, tendrás suerte si…
En ese momento la voz del Alcalde la interrumpió. Llegaba desde un altavoz de su coche fúnebre, fuera, en la calle, y las noticias que daba eran terribles.
Han hecho cisco al rey de Halloween —anunciaba el Alcalde—. Jack Esqueletón ahora no es más que un montón de polvo.
Sally lo oyó, y las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Oogie lo oyó y rugió triunfante. Si Jack había desaparecido, ¡él sería el rey de la Ciudad de Halloween!
—¡Un montón de polvo! —repitió con júbilo girándose hacia sus prisioneros. Sonrió ávidamente—. Y el polvo al polvo. —Bailando una danza de victoria cantó—: Oh, tengo hambre. ¡Una tirada más de los dados, voy a hacerlo!
Tiró sus dados gigantes. Éstos rodaron por el suelo de la mazmorra, y finalmente se pararon mostrando un dos.
—¡Qué! ¿Ojos de serpiente? —Oogie rugió, y golpeó el suelo con el puño hasta que los dados rebotaron, esta vez mostraron un once.
Oogie sonrió satisfecho.
—¡Parece que he ganado el premio gordo! Girando la manivela de la máquina de tortura, empezó a bajar a Sally y a Santa en una enorme y humeante caldera.
—¡Adiós, Carita de muñeca y Hombre de los suelos! —bramaba mientras ellos gritaban. Dándole una última vuelta a la manivela, dejó caer la mesa de los dados debajo del borde de la caldera.
El hombre bugui se desternillaba de risa mientras esperaba oír el chapoteo final de sus víctimas. Pero no se oyó nada. Nada de nada.
—¿Hey? —dijo. Dando marcha atrás a la manivela, lentamente levantó el tablón fuera de la caldera. Allí, en lugar de Zampa Claus y Sally Muñeca de Trapo, estaba Jack Esqueletón.
—Hola, Oogie —dijo Jack, saltando ágilmente de un brinco desde la mesa de los dados hasta la rueda de la ruleta.
—¿Jack? —gritó Oogie, retrocediendo asustado—. ¡Pero dijeron que estabas muerto! ¡Debes estar doblemente muerto!
Dando una fuerte patada a una palanca que estaba cerca de su pie, Oogie envió la rueda de la ruleta a rodar, haciéndole perder el equilibrio a Jack. Inmediatamente apareció un círculo de cartas gigantes, todas del rey de espadas, alrededor del borde de la rueda. Los reyes, cobrando vida, embistieron a Jack con espadas de verdad. Esquivándolas frenéticamente, Jack se las arregló para mantenerse fuera del alcance de los rápidos movimientos de sus armas. Estaba tan aturdido que no se dio cuenta de las enormes ocho bolas que bajaban del techo, con los lados llenos de aberturas en las que giraban hojas de espada.
Oogie rió como un maníaco mientras Jack se abría paso zigzagueando entre la rueda, intentando desesperadamente esquivar ambos peligros. Los bichos del cuerpo de saco de Oogie volaban de un lado a otro y eso hacía que sus lados oscilaran y se hincharan.
—¡Bueno, venga, Hombre de Huesos! —dijo, agitando una cadena por encima de su cabeza. Las espadas de las cartas se replegaron otra vez y las cartas se retiraron, pero inmediatamente se presentó rodando un ejército de máquinas tragaperras armadas.
—¡Fuego! —gritó Oogie, y las máquinas empezaron a disparar desde sus brazos cargados de balas. Rápido como un relámpago, Jack saltó encima de una de las máquinas. Echando pestes por su frustración, el hombre bugui llegó hasta otro botón y envió la rueda de la ruleta volando hacia Jack.
—¡Vigila! —chilló Sally. Justo a tiempo, Jack saltó a un lado, dejando las hojas de espada giratoria cercenando los brazos de las máquinas tragaperras asesinas. La muñeca de trapo suspiró con alivio. Jack saltó otra vez, aterrizando frente a Oogie. Ahora podrían tener una pelea limpia. Pero justo entonces el hombre bugui fue hacia otra palanca.
—¡Hasta luego! —gritó, catapultándose encima de una de las ocho bolas y fuera del alcance de Jack.
Jack miró hacia arriba.
—¿Cómo te has atrevido a tratar a mis amigos tan terriblemente mal? —dijo en voz baja. Alargó su brazo de huesos, tiró de una pequeña cuerda que colgaba bajo el cuerpo de Oogie.
Sally y Santa, que miraban desde un rincón de la mazmorra, tardaron unos instantes en darse cuenta de lo que estaba pasando. Primero lentamente, pero después más y más deprisa, el hombre bugui empezó a deshacerse. Aunque Oogie se meneaba y retorcía, no había nada que él pudiera hacer. En cuestión de segundos sólo había un montón de bichos perdidos donde antes había estado él.
—Mira lo que has hecho —se oyó la lastimosa voz de Oogie desde el enjambre de insectos zumbadores—. ¡Mis bichos, mis bichos!
Reptando, arrastrándose y volando, todos los insectos salvo uno se dispersaron rápidamente. Entonces, ¡plaf!, Santa Claus aplastó al último bicho con su bota negra.
Oogie Boogie se había ido para siempre jamás.
Sally sonrió alegremente aliviada. Santa se secó la húmeda frente. Y Jack se disculpó.
—Perdóname, Zampa Claus —dijo—. Lo siento, he convertido tus vacaciones en un terrible desastre.
—¿Has tenido un accidentado viaje en trineo, Jack? —dijo Santa—. ¡La Navidad es mucho más que un saco lleno de muñecas y un gorro rojo!
Arrancando su gorro de la cabeza de Jack, se volvió para partir.
—Espero que no sea demasiado tarde —le gritó Jack desde lejos.
—Claro que no —dijo el viejo elfo—. Soy Santa Claus. —Y diciendo esto, apretó con un dedo un lado de su nariz y ascendió rápidamente por el estrecho tubo que llevaba al exterior.
—Él lo arreglará todo, Jack. Sabe lo que tiene que hacer —dijo Sally, intentando que él se sintiera mejor.
Jack se volvió hacia la muñeca de trapo. De repente era como si la estuviera viendo por primera vez.
—¿Cómo has llegado aquí abajo? —preguntó.
—Estaba intentando… bueno, yo quería… —la muñequita se sonrojó y se quedó callada.
—¿Ayudarme? —preguntó Jack—. ¿Por qué, Sally? Yo nunca me di cuenta…
En ese preciso instante se oyó una retumbante voz.
¡Jack, Jack! —apareció el Alcalde, con lock, Shock y Barrel pisándole los talones.
—¡Aquí está! —dijo Shock.
—¡Vivo! —dijo Lock.
—Exactamente como habíamos dicho —se entrometió Barrel.
—Cógela, jovencito —gritó el Alcalde, bajando una escalerilla dentro de la antigua guarida de Oogie.
—¡Todo el mundo te está esperando! —el Alcalde y los tres tramposos arrastraron a Jack fuera de la mazmorra hasta la plaza del pueblo.
Cuando Jack apareció, la cariñosa multitud le dio la bienvenida con gritos de entusiasmo.
Y después se oyó otro saludo: esta vez desde el cielo.
—¡Ho, ho, ho! —era una profunda y alegre voz que bajaba del cielo—. ¡Feliz Navidad a todos!
Los ciudadanos de la Ciudad de Halloween miraron hacia arriba. Allí estaba Santa Claus, surcando el cielo por delante de la luna en un trineo cargado de regalos. Jack le saludó con la mano. Y como respuesta cayó algo suave, blanco y frío. Era el regalo de Navidad de Santa para la Ciudad de Halloween: ¡nieve!
Un grito de buena voluntad y dicha llenó el aire. Por fin el espíritu de la Navidad había llegado a la Ciudad de Halloween.
Muy por encima de la plaza de la ciudad, Sally Muñeca de Trapo observaba la celebración con una melancólica sonrisa. Había luna llena. La nieve era muy hermosa. El mundo estaba feliz. Sólo el corazón de Sally estaba inundado de añoranza.
Suspiró. ¿Se acabaría algún día su soledad? ¿La amaría Jack alguna vez? Cogió una flor y arrancó los pétalos uno a uno.
—Me ama, no me ama —susurró.
Una alta y elegante figura cruzó el suelo nevado hasta detenerse junto a ella. Sally Muñeca de Trapo levantó la vista, sin apenas atreverse a tener esperanza.
—Te ama —dijo Jack Esqueletón.