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Diez

Mucho antes de que Jack empezara a preocuparse, Sally Muñeca de Trapo ya sabía que algo iba mal. Había visto las explosiones en el cielo, y el corro de brujas comentaba las graves noticias de los problemas de Jack en su viaje.

Algo le dijo a Sally que si alguien podía ayudarla era Santa. Pero ¿dónde estaba? A lo mejor estaba con Lock, Shock y Barrel. A lo peor… estaba con Oogie Boogie. Sally se estremeció de la cabeza a los pies. ¡Qué idea tan espantosa!

Pero algo le dijo que así era, Sally sabía cómo eran Lock, Shock y Barrel. Y sabía que sólo había un lugar donde esos asquerosos tramposos podían tener a su prisionero: en la cámara de tortura subterránea que el malvado Oogie Boogie llamaba su hogar.

Así que Sally se dirigió hacia la guarida de Oogie. Y allí vio algo terrible. La mazmorra de Oogie era tenebrosa y malsana, llena de telarañas, plagada de huesos esparcidos por todas partes. Era un lugar miserable, desahuciado, y justo en el centro yacía Santa, atado de pies y manos. Sobre una mesa con una ruleta gigante habían colocado una extraña serie de parafernalia de casino: desde dados llenos de gusanos hasta máquinas tragaperras diseñadas para disparar balas de verdad. frente a Santa, sonriendo con malicia, estaba Oogie Boogie. Su enorme cuerpo de saco estaba lleno de insectos que zumbaban, y se arrastraban entrando y saliendo por su boca entreabierta.

Oogie estaba haciendo todo lo que podía para que Santa se sintiera desgraciado, y lo estaba haciendo muy bien. Pero al fin y al cabo, ser escalofriante, espeluznante y repugnante era el trabajo de Oogie. No en vano, él era el hombre bugui–bugui. Mientras Sally lo miraba horrorizada, Oogie bailaba alrededor de Santa, amenazándole.

—Eres repugnante, viejo, pero debes estar sabroso —dijo, haciendo rodar sus dados—. Y estoy empezando a tener hambre. ¿Quieres ser el principal ingrediente en un buen estofado de serpiente y araña? ¡Te voy a cocer vivo! ¿Qué te parece?

—¡No! —gritó Santa—. ¡Déjame marchar, por favor! Los niños están esperándome. ¡Tengo que darles sus regalos de Navidad!

—¡Ja, ja, ja! —replicó Oogie—. Eso es imposible. ¡Estás acabado! No tendrás una oración. Porque yo soy el fabuloso malvado hombre bugui, ¡y tú no vas a ir a ninguna parte!

Santa se debatía y tiraba con fuerza de las cuerdas que le ataban, pero no había manera. No podía liberarse. Oogie le amenazaba cada vez más cerca… más cerca… más cerca…

Mientras tanto, en lo alto del cielo, un proyectil estaba acercándose más y más a Jack. Cuando le alcanzó, destruyó instantáneamente el trineo y envió a Jack a una vertiginosa, demasiado rápida caída hacia la tierra.

Jack aterrizó en los brazos de un ángel de piedra del cementerio. Los huesos de su mandíbula se habían descoyuntado con la caída, por eso yacía por el momento completamente en silencio. Era incapaz de hablar e incapaz de negar por más tiempo la terrible verdad: su versión de la Navidad era un completo y total fracaso. Ese pensamiento era mucho más doloroso que el impacto de la caída.

¡Qué tonto había sido! ¡Qué estúpida equivocación había cometido! Si la mandíbula de Jack se hubiera vuelto a unir, habría podido gemir de frustración. Pero no era así. Por eso simplemente yacía allí, y esperaba que Zero recuperar la parte perdida.

—Buen perro —murmuró cuando Zero se la trajo. Lentamente Jack se la puso otra vez. Y mientras lo hacía, ponía en orden sus ideas.

¡Haría que las cosas volvieran a ir bien! Pero para conseguirlo, tenía que encontrar a Zampa Claus, y rápido. ¿Lo conseguiría?

—Debo intentarlo, Zero —le dijo a su fiel perro—. Lo único que espero es que aún no sea demasiado tarde.

Completamente decidido, se precipitó hacia una lápida, la levantó y bajó a toda prisa un largo tramo de escaleras hacia la Ciudad de Halloween.