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Mientras, en la plaza de la ciudad, había tan poca esperanza como murciélagos con plumas. Sin embargo, la desesperación abundaba por doquier. El Alcalde, que yacía repanchigado sobre su coche fúnebre, tenía más que suficiente desesperación para todos. Cuando anocheció levantó los ojos desesperado hacia el cielo que se iba oscureciendo. ¿Dónde estaba Jack?
Nadie lo sabía.
Entonces, justo cuando una raja de luna estaba apareciendo en el cielo, se oyó un ladrido lejano. Seguido por un extraño rumor, que iba aumentando gradualmente de intensidad.
—¿Zero…? ¿Jack…? —el Alcalde apenas se atrevía a pronunciar las palabras en voz alta. Se incorporó. La multitud se agitó.
El rumor se convirtió en un apagado estruendo. Jack irrumpió en la plaza conduciendo una airosa motonieve de color rojo de la Ciudad de la Navidad. Zero le seguía con la nariz brillante y ladrando entusiasmado.
Confusos gritos de entusiasmo llenaron la plaza. El Alcalde, vacilando entre sentirse aliviado o enfadado, optó, obviamente, por el enfado.
—¿Dónde has estado? —estalló—. ¡Hemos estado terriblemente preocupados!
—Convoca un reunión de la ciudad y os lo contaré todo —respondió Jack con una sonrisa.
Jack todavía sonreía cuando unas horas después la ciudad se llenó por completo. Tenía estupendas novedades que contarles, y todo el mundo parecía un poco confuso, aunque impaciente por escucharlo. Sally, inmediatamente después de dejar dormido al Científico Malo, se apretujó con el resto de la multitud. Cuando Jack subió al podio, un murmullo de interés y entusiasmo se extendió por la sala. Pero cuando Jack intentó describir la Ciudad de la Navidad, el interés se convirtió en perplejidad. ¿La Ciudad de la Navidad? ¿Qué era eso?
—Es un lugar distinto de cualquiera que yo haya visto nunca —dijo Jack—. Yo… no puedo describirlo, pero no es un sueño: ¡es tan real como mi cráneo!
La multitud estaba desconcertada. por suerte Jack había venido preparado. SE volvió hacia la mesa que estaba a su lado, donde había un montón de regalos de Navidad.
—Esperad que os enseñe esto —dijo, sosteniendo una vistosa caja envuelta con papel—. Esto es un regalo. Todo empieza con una caja.
—¿Una paja? —preguntó un demonio—. ¡Qué encantador, una paja!
—¡No! —gritó Jack, cuya sonrisa empezaba a desvanecerse—. ¡Una caja, con papel de muchos colores y un lazo!
—¿Un lazo? —dijo una bruja. ¿Por qué un lazo?
—¡Que repugnante! —dijo otra bruja. Pero bueno, ¿y qué hay dentro?
—Lo importante de la cuestión es que no se sabe —dijo Jack.
¿No se sabe? ¿De qué está hablando Jack? La confusión se cernió sobre la multitud como una fina lluvia de mayo. Jack decidió intentar otro método. Sostuvo en alto un enorme calcetín rojo de Navidad.
—En la Ciudad de la Navidad —dijo— cuelgan en la pared un calcetín descomunal como éste.
—¿Hay un pie dentro? —le interrumpió alguien. ¡Déjame mirar!
—¡Yo también quiero verlo! —dijo otro. ¿Está podrido y cubierto de gusanos?
Ahora no había ni sombra de sonrisa en la cara de Jack, y empezaba a dar muestras de frustración.
—No hay ningún pie dentro —le dijo a la multitud con tanta paciencia como pudo—. Hay golosinas, o a veces está lleno de juguetitos.
—¿Juguetes?
—¿Y muerden?
—¿Explotan?
—¿Asustan a las niñas y a los niños?
Jack se dio cuenta de que así no iba a llegar a ninguna parte. Esta gente nunca entendería el mensaje de buena voluntad y alegría de la Navidad. Y decidió que quizá sería mejor darles lo que querían. Cosas espeluznantes y escalofriantes al más puro estilo de la Ciudad de Halloween. Se inclinó como si fuera a confiarles un terrible secreto.
—He dejado lo mejor para el final —dijo—. El soberano de la Ciudad de la Navidad es un espantoso rey con una potente y profunda voz. Y en las noches oscuras vuela por el aire: ¡y asesina en el cielo!
Al oír esto la multitud se quedó en silencio.
—Es enorme y rojo, como una langosta gigante —continuó Jack—. Lo llaman Zampa Claus.
Estas palabras causaron sensación en la audiencia. Mientras todos empezaban a hablar con gran excitación, Jack recogió lentamente todos sus regalos de la Ciudad de la Navidad. La reunión no había sido precisamente como él esperaba. Todo el mundo estaba entusiasmado, pero nadie había entendido por qué la Ciudad de la Navidad era tan especial. ¿Podría hacérselo entender alguna vez? Jack suspiró y se dirigió a su casa. Simplemente no lo sabía.