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Dos

Al día siguiente el tiempo era perfecto para la Ciudad de Halloween. El cielo era tenebroso y lóbrego, y un escalofriante viento soplaba turbulentamente por la ciudad. Por supuesto, muchos de los habitantes de la Ciudad de Halloween no se dieron cuenta del tiempo que hacía. Estaban durmiendo: vivían por la noche.

Pero el Alcalde estaba despierto. Tenía que ocuparse de muchas cosas importantes. A la hora en que todas las buenas brujas y los hombres lobo estaban teniendo sueños horrorosos, él estaba recorriendo la ciudad en su coche fúnebre, con una única idea fija: el para el Halloween del próximo año. Y para eso necesitaba a Jack.

El Alcalde se apeó de su coche fúnebre ante la torre de Jack, cargado con anteproyectos, listas y planes. Tocó el timbre una vez, después media docena de veces, pero no hubo respuesta.

—¡Jack! —gritó—, ¡traigo los planes para el Halloween del próximo año! ¡Necesito repasarlo contigo, Jack, y así podremos empezar!

Silencio.

—¡Jack, por favor! —gritó, cada vez en un tono más desesperado—. Yo sólo soy un alcalde electo, no puedo tomar decisiones por mi cuenta. ¡Te necesito, Jack!

Más silencio.

El Alcalde empezaba a estar enfadado. Como la mayoría de los políticos, tenía dos caras. Según su humor, su expresión podía cambiar rápidamente de una sonrisa a fruncir el ceño. Esta vez con el ceño fruncido, chilló con la voz más autoritaria que supo poner:

—¡Jack, respóndeme!

Pero tampoco funcionó. A medida que el Alcalde caía en la cuenta de que Jack no estaba en casa, en su ocupada mente se acumularon un montón de preocupaciones. ¿Dónde estaba Jack? ¿Había desaparecido? Y si así era, ¿qué pasaría el próximo año en el día de Halloween?

Lo sorprendente de verdad era que Jack tampoco sabía dónde estaba. Su melancólico paseo sin rumbo fijo le había llevado muy lejos de la Ciudad de Halloween, muy lejos de cualquier lugar que le resultara familiar, en un profundo y tenebroso bosque. Pero estaba tan abrumado por la tristeza que no se había fijado en lo que le rodeaba.. Sólo se detuvo cuando Zero ladró impacientemente. Entonces miró confuso a su alrededor, como si despertara de un sueño.

—¡Zero! ¿Dónde estamos? —preguntó. El perrito gimoteó. Él también estaba perdido. Una suave brisa pasó susurrando entre los árboles.

Jack vio que estaba en un claro del bosque sólo iluminado por la tenue luz de las estrellas. Los enormes árboles que le rodeaban no se parecían a nada que él conociera. Había puertas talladas en sus troncos. Y misteriosos símbolos grabados en las puertas. Jack no había visto nunca nada tan extraño.

—¿Qué es esto? —murmuró dirigiéndose a Zero y examinado uno a uno todos los árboles.

Una de las puertas tenía grabada la forma de un huevo decorado con cintas y flores. En otra, había tallado un enorme corazón. En la tercera puerta, había grabado un trébol de cuatro hojas. Pero la puerta que verdaderamente fascinó a Jack tenía grabado un árbol en el tronco: un árbol engalanado con adornos y rematado por una estrella. Jack se acercó al árbol.

La puerta crujió en sus goznes, como invitándole a abrirla. ¿Quién podría resistir la tentación?

Jack empujó la puerta. Durante unos momentos sólo hubo silencio. Luego un ráfaga de viento fresco, como una gigantesca mano glacial, cubrió a Jack y lo arrastró al interior. Jack chilló aterrorizado, pero sólo Zero lo oyó. De repente la puerta se cerró ruidosamente, ahora ni si quiera Zero podría ayudarle.