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Bajo el disco anaranjado de la luna, en un lugar llamado Ciudad de Halloween, las criaturas de la noche estaban muy ocupadas. Las calabazas de Halloween con sus burlonas sonrisas bailaban en el cementerio. Los hombres lobo aullaban. Los cadáveres, los vampiros y las brujas unían sus voces en un macabro coro de júbilo. Ésta era su noche favorita, ¡la noche de Halloween!
Y en esta ocasión había sido magnífica. Cuando se reunieron en el centro de la ciudad para celebrarlo, todos estuvieron de acuerdo. También estuvieron todos de acuerdo en que una noche así no habría sido posible sin la ayuda de su jefe, el rey de Halloween, Jack Esqueletón.
Todos le aclamaron cuando entró en la plaza de la ciudad.
—Estuviste inmejorable, Jack —gritó un vampiro.
—Fue espantoso —agregó un hombre lobo.
—Eres el sueño más entrañable de una bruja —dijeron desternillándose de risa las dos arpías más huesudas de la Ciudad de Halloween.
Gritaron otra vez entusiasmados cuando el Alcalde le dio unas palmadas a Jack en sus raquíticos hombros.
—Gracias, Jack —retumbó la voz del Alcalde—. ¡Todo te lo debemos a ti! Bueno, si tú no fueras el jefe…
Jack le interrumpió.
—Eso no es del todo cierto, Alcalde —dijo con un dejo de impaciencia (¿o era de otra cosa?) en su voz.
Pero el Alcalde no se dio cuenta de que algo iba mal. Estaba resuelto a mantener la atención de la multitud en él mismo.
—Ahora tengo el placer de hacer entrega de los maravillosos premios —anunció—. El primer premio es para los vampiros, por haber sido los que han chupado más sangre en una sola noche. ¡Enhorabuena a los de los colmillos! —retumbó su voz mientras la audiencia aplaudía con entusiasmo—. El segundo premio —continuó— es para las Sanguijuelas del Lago Tenebroso, que también saben apreciar la buena sangre…
La multitud aplaudió otra vez, y Jack aprovechó la ocasión para escabullirse sin que nadie lo notara. Era raro, pero los aplausos le hacían sentirse muy mal. Necesitaba ir a algún lugar donde pudiera animarse un poco. Se dirigió hacia el cementerio.
Estaba tan absorto que no se había dado cuenta de que la frágil y delicada figura de Sally la Muñeca de Trapo le estaba mirando. Sally también estaba triste, y tenía una buena razón. Había sido creada por un funcionario de la ciudad, el Científico Malo. Por más que ella lo intentara, y lo había intentado muchas veces, parecía que no podía escaparse. Aunque él no podía levantarse de la silla de ruedas, la vigilaba celosamente.
Sally suspiró y se apoyó en una lápida. Había intentado escapar esa noche, pero una vez más el Científico Malo la había detenido. En el forcejeo a Sally se le había desprendido uno de sus brazos cosidos antes de escaparse y correr hasta aquí, hasta el cementerio.
Un brazo no era un precio muy alto, pensó Sally, sobre todo teniendo en cuenta que ella era una experta costurera y siempre podía cosérselo otra vez. Lo único que tenía que hacer era librarse del Científico Malo, pero ¿cómo?
Sus tristes pensamientos se interrumpieron cuando vio a Jack Esqueletón paseando muy despacio, sus huesudos hombros encorvados y su cráneo colgando pesadamente. Sally no podía creer lo que estaba viendo. Jack parecía casi… triste. Pero ¿por qué estaría triste? ¡Era el orgullo de la Ciudad de Halloween!
Pronto lo averiguó. Los huesudos pies de Jack lo condujeron tan cerca de donde estaba sentada que pudo oír todo lo que decía. Y para asombre de Sally, oyó palabras de aflicción y hastío, aburrimiento y frustración.
—Año tras año, la misma rutina —le dijo a su perrito fantasma, Zero, que correteaba a su lado con su reluciente nariz de fuego fatuo—. Terrores. Sustos. Chillidos y gemidos. Yo asusto al más valiente de los valientes. Pero estoy tan cansado de oír gritos, Zero. Me dejan frío. No puedo dejar de preguntarme por qué me fastidia todo esto. —Jack suspiró profundamente—. Estoy harto de asustar a todo el mundo. Quiero hacer algo… diferente. Pero no sé qué —le dijo al perrito—. ¿Por qué no sé que hacer, Zero? ¿Por qué?
El corazón de trapo de Sally se enterneció. Jack estaba sufriendo, igual que ella. Se levantó deseando acercarse a él.
—Sé cómo te sientes —susurró en voz baja, casi esperando que él la hubiera oído. Pero era demasiado tarde. Sumergido en su dolor, Jack se había marchado.
Una lágrima surcó la cara de Sally. Lo mejor que pudo con una sola mano, empezó a recoger un ramo de flores para el Científico Malo: un ramillete de belladonas, con las que podría hacer una poderosa pócima para dormir. Quizá entonces podría escapar.