—TENGO una cita con el inspector Calligaris.
—Lo aviso de inmediato.
Hace apenas unos días que regresé y ya estoy en la policía. Me he hecho una promesa a mí misma y tengo la intención de mantenerla.
Me acomodo en la sala de espera. Un cingalés bigotudo y una belle de jour me observan con insistencia.
Calligaris se asoma a la estancia: el aspecto de perdedor sigue siendo el mismo del primer día.
—Venga conmigo, doctora. ¿Pido que le traigan un café?
—Sí, gracias —contesto desenvuelta.
Calligaris se enciende un cigarrillo y se deja caer en el silloncito azul eléctrico y giratorio.
—Le felicito por el bronceado, le sienta de maravilla.
—Gracias, inspector. Acabo de regresar de un viaje a África.
—Eso explica por qué no he tenido noticias de usted en los últimos días. Casi me había acostumbrado a recibir sus visitas y sus llamadas.
—Como ve, lo primero que he hecho nada más volver es venir a verle.
—Muy bien, querida, ¿qué iluminación ha tenido camino de Damasco esta vez?
Ríe, ríe.
—Inspector, ¿ha pensado alguna vez, aunque solo haya sido una suposición, que Bianca Valenti podía estar relacionada con la muerte de su hermana?
La mirada gentil que lo caracteriza se transforma en una expresión de desconcierto.
—La verdad es que sus maneras me desorientan, doctora. En cualquier caso, la respuesta es afirmativa —contesta secamente—. He experimentado alguna que otra sensación y yo… me dejo guiar mucho, muchísimo por ellas a la hora de desempeñar mi oficio.
—Pues bien —digo, sorprendida por su respuesta—, he de decirle que he puesto en orden mis ideas —explico titubeante sin saber todavía cuál es la mejor manera de contarle la verdad.
Al final las palabras cobran vida propia y fluyen escapando a mi control. Mientras me escucha, el inspector alterna expresiones neutras con otras en que manifiesta su asombro, pero no me interrumpe en ningún momento.
Cuando me quedo sin nada más que decir tras haber descargado el peso de una historia que me ha quitado el sueño, él parece aturdido por unos instantes.
—Es usted una persona realmente extraordinaria. Giorgio Anceschi no logra describirla como debería. Oscila entre la comicidad y la astucia con una facilidad única. No acabo de comprender si es realmente así o si se trata de un comportamiento forzado.
—Es todo genuino, inspector. Por desgracia.
—No, por desgracia no. Debería sentirse orgullosa de su talento… Nadie la creía y, pese a ello, siguió por su camino apostando por usted y trabajando apasionadamente.
—¿Habla en serio? Quizá no me cree —murmuro entristecida.
—Por supuesto que la creo. Absolutamente y sin duda alguna.
Frunzo el ceño.
—Me sorprende en usted, que por mucho menos me tildó de mitómana.
Calligaris sonríe, quizá obligado por las circunstancias.
—¿Sabe, doctora? ¿O puedo tutearte, Alice? A fin de cuentas, podrías ser mi hija. O tal vez no. —Se interrumpe, perdido en una serie de cálculos aritméticos demasiado complejos para su cerebro—. Mejor dicho, mi nieta.
—Faltaría más, inspector.
—En ese caso, Alice. Un detective solo debe tener una cualidad, nada más. El resto se puede aprender o modificar. Sin dicha cualidad, sin embargo, todo resulta realmente difícil, por no decir imposible.
—¿Y cuál es?
Calligaris abre los brazos mostrando unas manchas de sudor en la camisa, bajo las axilas.
—La capacidad de observación. La capacidad de observación —repite dos veces como si pretendiese enfatizar sus palabras, subrayándolas además con un tono más grave—. Pues bien, te he observado. No eres una mitómana ni estás mintiendo. No debería decírtelo, pero estamos a punto de retirar todas las acusaciones contra Jacopo de Andreis. Él no mató a su prima. Al igual que tampoco lo hizo Doriana Fortis. Hemos verificado sus circunstancias y estas coinciden con su versión de los hechos. Bianca Valenti nunca me ha convencido, pero, a diferencia del resto de las personas involucradas en esta historia que, de una manera u otra habían dejado alguna huella de su paso por la vida de Giulia ese día, Bianca no. Bianca está, aparentemente, a salvo de cualquier sospecha y, por desgracia, seguirá estándolo, porque no sé cómo justificar una investigación sobre ella. Por descontado, no puedo valerme de la excusa de que encontré el Panadol en su bolso; después de todo, hay otros medicamentos que contienen cafeína… Desde el punto de vista de las pruebas es una historia que hace aguas y la verdad es que es la única manera de reconstruirla.
Calligaris lamenta tener que describirme una realidad tan espantosa. Mi único consuelo es que, por lo menos, ningún inocente está pagando por las limitaciones irremediables del sistema judicial.
—¿Sabe que se ha marchado a Nueva York? No creo que regrese jamás —le digo para ponerlo al corriente.
—Es muy posible, aquí ha quemado todas sus naves. Asesinó a su hermana, aunque nadie lo sepa, e intentó arruinar la vida de De Andreis y de Doriana Fortis. Nada la retenía aquí: ahora los daños los causará en América —concluye, con un tono de gran amargura que manifiesta toda su decepción—. Creo que tienes un gran talento para la investigación, Alice —afirma a continuación dejándome boquiabierta.
Recibo el cumplido con una sonrisa socarrona.
—Gracias.
—Has corrido un gran riesgo, ¿sabes? ¡Y no creas que no estoy al corriente de tus problemas con el Colegio de Médicos, porque lo sé todo!
—Fue una suerte salir bien parada.
—Digamos que yo también puse mi granito de arena, querida. Cuando De Andreis me contó sus sospechas sobre ti, lo disuadí de presentar una querella asegurándole que, dado que carecía de pruebas, lo único que iba a lograr era perder tiempo y dinero. Lo orienté hacia la sanción disciplinaria sabiendo que con ello solo podía darte un buen susto. Merecido, la verdad —añade en tono de advertencia.
—Se lo agradezco, me siento en deuda con usted, inspector.
—Sería una lástima que te quemaras tan pronto —reconoce al mismo tiempo que apaga su cigarrillo en un cenicero souvenir de Valencia y que coge un caramelo de menta después de haberme ofrecido uno—. Tanto es así que quiero hacerte una propuesta.
Enderezo las antenas y lo miro con aire inquisitivo.
—¿Una propuesta?
—Sí, un trabajo a tiempo parcial.
Se me salen los ojos de las órbitas.
—¿Un trabajo? ¿Quiere ofrecerme un trabajo?
Calligaris parece extrañado.
—Pues sí, un trabajo.
—¿Está seguro?
—Por supuesto.
—No puedo aceptarlo. Todavía no soy una especialista.
—Se trata de un trabajo ocasional y no de un contrato como empleada. En cierto sentido colaborarás con nosotros como una profesional liberal —precisa acariciándose la barbilla—. Te llamaré cuando necesite un consejo profesional. Eso te permitirá meter las narices, sé que te gusta, con total libertad, sin arriesgarte a meterte en un buen lío. Creo sinceramente en tu capacidad y me gustaría poder contar con tu contribución en el futuro.
—En realidad me había prometido a mí misma que no volvería a meterme donde no me llaman.
—Precisamente. Te estoy ofreciendo la manera de seguir haciendo lo que más te gusta. Si te sirve de ayuda, le he comentado el tema a Giorgio y está de acuerdo.
—Espero que no le haya contado esta historia, inspector.
—Detalladamente no, por supuesto. Vamos, Alice. Quiero una respuesta. ¿Aceptas o no?
Miro alrededor, aturdida. Si actuando en la más absoluta ilegalidad y con la mayor inconsciencia me muevo ya con la astucia y la osadía de la Pantera Rosa, ¿qué organizaré en caso de que acepte? ¿De qué más líos seré capaz?