La verdad (o una de tantas)

A la luz plomiza de esta noche húmeda casi puedo reflejarme en los charcos que ha dejado en el suelo el chaparrón que ha interrumpido la larga sucesión de días cálidos y de cielo terso.

Estoy delante del portón de casa de Bianca. He llamado al telefonillo sin obtener respuesta. He dado una vuelta por los alrededores y, cuando me dispongo a intentarlo de nuevo, la veo llegar por la calle bajo un paraguas Burberry.

La razón de que esta misma humedad que ha difuminado mi contorno como una acuarela no haya hecho mella en su imagen impecable es un verdadero misterio de la física y de la química. Va ataviada con una gabardina ligera de color azul y de corte exquisito, lleva el pelo recogido en un moño grande y suelto, y se ha pintado sus finos labios de color rojo intenso. Sus ojos aparecen tan sombríos como siempre, las largas pestañas, negras y voluminosas, se enredan cada vez que parpadea. Parece la protagonista del anuncio de Tresor de Lancôme.

Me mira con curiosidad y con cierta ansiedad.

—Hola —me saluda con su cálida voz, que conozco tan bien.

—Hola, Bianca. Me gustaría hablar contigo. ¿Puedes dedicarme un poco de tiempo?

Si bien parezco tranquila, en realidad estoy hecha un flan.

Bianca saca las llaves del bolso de casa, dudando sobre lo que debe hacer.

—De acuerdo. A decir verdad, yo también te debo una explicación.

El abismo que se asoma sin reparos a sus ojos oscuros atrae como un imán.

Subimos juntas la escalera en silencio y al entrar en la sala de su piso me ofrece una copa, que yo rechazo.

—¿Entonces? —me anima, casi risueña—. ¿Qué querías decirme?

No contesto de inmediato; al contrario, mi silencio deja desconcertada a Bianca.

No sé muy bien cómo plantear el tema. Dejo que sea mi capacidad de improvisación la que resuelva el problema y me concedo un comienzo fulminante.

—Panadol —murmuro.

—¿Qué? —dice ella.

No acabo de entender si la pregunta se debe a que no me ha oído bien o al contrario.

—El Panadol, Bianca. El que le suministraste a Giulia.

Bianca palidece y, por un instante, temo que se desmaye.

—No entiendo una palabra de lo que dices, de verdad, Alice. ¿No estarás insinuando que asesiné a mi hermana? —replica visiblemente alterada, entre incrédula y nerviosamente divertida.

—No es una insinuación, estoy convencida.

Bianca coge su móvil.

—Voy a llamar a la policía.

—¿Por qué? Será mejor que no lo hagas. Aunque has urdido todo tan bien… La verdad jamás saldrá a flote. El clamor no va contigo.

Bianca es el vivo retrato de la rabia.

—Estás loca, Alice.

—Los locos dicen a menudo la verdad. Y mi verdad, Bianca, es, en esencia, muy sencilla de explicar. Basta reconstruir lo que le sucedió a Giulia el 12 de febrero.

Bianca se muestra visiblemente irritada, duda entre hacerme callar o dejarme hablar. Por el momento, sin embargo, no me interrumpe.

De manera que prosigo.

—Justo después de comer, Giulia se reúne con Saverio y juntos consumen una dosis de heroína. Saverio se marcha a continuación. A las seis de la tarde, más o menos, Giulia recibe en su casa a Jacopo, con el que hace años que mantiene una relación. Pero lo que Giulia no sabe es que a ti también te gusta Jacopo. Probablemente desde siempre, desde que erais niños. Los tres crecisteis juntos; Jacopo era guapo y fraternal, de forma que las dos os enamorasteis de él. Pero Jacopo eligió a Giulia y tú jamás lo digeriste. Al igual que no digerías el peso que suponía tener que ocuparse de ella, de haberte visto obligada a dejar Nueva York para volver aquí a cuidar de ella. No soportabas que esa cría, de personalidad cuando menos difícil, te hiciese sombra.

Bianca me escruta en silencio, alterada. Su palidez es alarmante.

—Volviendo a Giulia y a Jacopo… Se ven cuando pueden, apenas tienen un momento libre. Él está realmente enamorado de Giulia, pero no se decide entre ella y Doriana. Después de todo, Jacopo siente también un sincero afecto por su novia. Además, Doriana es asquerosamente rica y Jacopo no le hace ascos a la dote. No alcanzo a imaginar cómo y por qué Doriana los pilló poco menos que in fraganti esa tarde, pese a que no excluyo que hayas sido tú la que la puso sobre la pista. Porque, Bianca, hablemos claro…, tú estabas al corriente de todo. Lo sabías porque Giulia te había contado la historia, y tú te morías de celos.

Es extraño, pero Bianca sigue escuchándome sin interrumpirme; de manera que continúo y, a medida que voy expresando mis pensamientos, me voy convenciendo de que lo que digo es la única verdad posible.

—Decía que es probable que Doriana sospechase de Giulia; y, desde luego, no sentía la menor simpatía por esa prima que estaba demasiado presente en la vida de su novio. Oportunamente azuzada, Doriana se presenta por sorpresa en casa de Giulia, y la escena que ve no le deja lugar a dudas. Ofende a Giulia, le lanza todos los insultos que ha contenido durante años. Giulia no es de las que sufre un ataque sin reaccionar, de manera que la agrede y la araña. Doriana abandona el piso, pero lo peor, lo que confunde a Giulia en lo más profundo, es que Jacopo sale en pos de ella. La deja allí, sola, la abandona para dedicarse a su novia oficial. Son casi las ocho de la tarde. Giulia está desesperada y, como cada vez que algo le sale mal y no sabe a quién recurrir, Giulia hace lo que siempre ha hecho.

Me callo porque me gustaría que fuese ella la que completase la frase. Pero Bianca sigue escrutándome en silencio.

—Giulia llama a la única persona que puede ayudarla: su hermana. Giulia te llamó.

Bianca tiene un acceso de tos, su respiración se ha alterado. Las pupilas se le han estrechado al máximo; a causa de la adrenalina está casi incandescente.

—Continúa —me dice con un hilo de voz, sorprendiéndome.

—Te pide que vayas a verla de inmediato y, tal y como has hecho siempre desde que nació, no le niegas tu ayuda. De manera que te presentas en su piso. Un piso en que todavía se percibe el aroma de Jacopo. Giulia está triste y desencajada, más de lo habitual. Y visiblemente inquieta. Te cuenta la pelea que acaba de tener con Doriana. Parece confundida, aunque, a la vez, contenta: ahora que los ha descubierto, Jacopo se verá obligado a tomar una decisión. Te pide algo para calmarse. Giulia ya no es capaz de dominar las emociones sin la ayuda de las drogas, ya sean lícitas o no. Le pides que se sosiegue, la mantienes a raya y en lugar de darle un calmante, como ella se esperaba, le pasas una pastilla de Panadol, un fármaco que usas desde los tiempos en que vivías en Nueva York. Giulia lo acepta sin rechistar. Jamás habría pensado que pretendías hacerle daño. Supongo que te habrás dicho que una ocasión así solo se presenta una vez en la vida, de manera que aprovechaste el momento. ¿Cuánto tiempo tardó en morir, Bianca? ¿Diez, quince minutos? ¿O lo hizo en un abrir y cerrar de ojos? Tú presenciaste su muerte.

Bianca se estremece de manera imperceptible. Da la impresión de que, por fin, quiere interrumpirme, pero yo me comporto con una decisión de la que jamás me habría creído capaz.

—Déjame terminar. Son las 21.17. Giulia ha muerto ya y tú te preguntas qué conviene hacer. Piensas en obstaculizar la investigación de forma bastante banal, y he de reconocer que hasta ahora lo has conseguido. Utilizas el teléfono de Giulia para llamar a Jacopo, a sabiendas de que no te responderá, y a continuación sales del piso con un sentimiento de liberación.

»En los días sucesivos inicias la estrategia de acercamiento a Jacopo. Aprovechas su dolor para estar cada vez más presente en su vida. Eres comprensiva y amistosa y, por encima de todo, le recuerdas a Giulia. Él cede al final, y eso supone para ti la coronación de un sueño. Jacopo se siente herido, confuso, y tú eres la única que puede consolarlo. Te cuenta incluso lo que pasó esa tarde, te habla de su sentimiento de culpa. No te das cuenta de que eres una mera sustituta. Empiezas a pensar que, una vez eliminada Giulia, solo te queda un obstáculo: Doriana. Pero, por suerte, se trata de un impedimento fácil de eliminar. Basta hacer todo lo posible para que las sospechas recaigan sobre ella. El problema es que no estás segura de que el material que se encontró bajo las uñas de Giulia pertenezca a Doriana; así que para resolver la duda te vales de una estúpida y crédula residente a la que engatusas con bonitas palabras.

Cuando recuerdo lo que yo misma sentí por Bianca, enrojezco, consciente de mi estupidez.

—Logras tu objetivo y enredas a la novia de Jacopo, convencida de que la historia termina ahí. En realidad cometes un gravísimo error. Subestimas la intensidad del afecto que Jacopo siente por Doriana. Él está horrorizado por lo que has hecho. Y, obviamente, yo he pagado por ello con una denuncia al Colegio de Médicos, que, si he de ser honesta, considero del todo merecida. Por otra parte, es probable que Jacopo esté molesto por la presión a la que lo estás sometiendo. La prima afectuosa con la que compartía el dolor por la pérdida de Giulia se convierte en una amante oprimente y, sobre todo, desagradecida por una razón fundamental: tú no eres ella, Bianca. No eres Giulia.

Bianca se sobresalta, pero no abre la boca.

—Jacopo no se lo piensa dos veces y te deja. Justo cuando Doriana está entre la espada y la pared, y dispuesta a quitarse de en medio sin causar el menor daño posible a Jacopo. Las mujeres pueden ser realmente estúpidas. Mejor dicho, algunas mujeres. Tú no. Tú reaccionas a la rabia a tu manera, vengándote, por eso ayer fuiste a ver a Calligaris, para denunciar a tu primo. Además, lo haces para salvar a alguien a quien quieres mucho, quizá la única persona a la que quieres de verdad: a ti misma.

El silencio que invade la sala es ahora ensordecedor. No alcanzo a creer que haya podido hablar de manera tan clara y valiente. Por lo visto, soy dueña de unos recursos cuya existencia ni siquiera sospechaba.

Bianca se levanta tambaleándose. Se acerca a la puerta de su casa mirando al suelo. La abre y me dirige una mirada que me deja de piedra.

—Sal ahora mismo de mi casa. Te he escuchado, es lo único que te debía. Espero no volver a verte en toda mi vida.

Cojo el bolso del suelo y me aproximo a la puerta.

—Adiós, Bianca.

Siento que todos los músculos de mi cuerpo están tensos y que la cabeza me da vueltas. Creo que, a partir de esta mañana, seré una persona distinta. He saldado cuentas conmigo misma y con todos los riesgos que corro.

El riesgo forma parte de la vida. Para llegar hasta el fondo de las cosas es necesario tener el valor de afrontarlo.

De manera que me marcho.

Sin saber muy bien si está bien o mal que lo haga, me marcho.

Apartándome de mi camino y, a la vez, dando un salto en el vacío, dejo a mis espaldas el sentido común y subo a bordo de un avión que me aleja de casa.

A saber lo que encontraré cuando vuelva.