VARIOS días más tarde, transcurridos sobre todo a la espera de un contacto, incluso mínimo, con Arthur, cuya situación parece estable, en el Instituto se acerca a mí el doctor Conforti en persona, acicalado y perfumado como suele ser habitual en él.
Parece más dulce y tratable de lo normal.
—Necesito hablar contigo. ¿Tienes un minuto?
—Por supuesto —contesto; la respuesta me parece obvia.
Nos acercamos a su despacho.
—Siéntate —prosigue señalándome un silloncito que hay delante de su escritorio, dominado por una foto en que aparece con Ambra.
Al verla contraigo los labios disgustada.
—Qué tristeza —suelto sin querer.
—¿Quieres saber la verdad? Estoy de acuerdo contigo. Tendría que haberle dicho que no debía ponerla ahí, pero me parecía descortés.
—Ejem.
Toso con leve embarazo, porque el despacho me acaba de recordar el beso más sobrecogedor de mi vida. Percibo cierta tensión entre nosotros.
—¿Tienes miedo de mí, Alice?
—¿Miedo?
—Guardas las distancias como si fuese a abalanzarme sobre ti de un momento a otro. No lo haré, no te inquietes.
—Bien.
—Si en este momento pudieses hacerme una pregunta, ¿qué me dirías?
—¿Estás borracho, Claudio?
—Por supuesto que no. Jamás bebo en el Instituto. Perdería mi reputación. Contesta. ¿Qué me pedirías? Es evidente que no quieres otro beso. Así pues, ¿qué?
Medito por un instante y le respondo con sinceridad.
—¿Tienes los resultados?
—¿Ves? Te conozco como si te hubiese parido. Por otro lado, ¿qué otra cosa podrías querer de mí? En cualquier caso, aún no; pero no es por esto por lo que te he llamado. Al final tenías razón al sospechar de Doriana Fortis. No sé en base a qué, pero es innegable que el tiempo te está dando la razón, tal y como habías dicho. Mi más sincera felicitación.
No entiendo si está de guasa o no. No me interesa.
—La verdad es que no estoy segura de que sea Doriana Fortis la que mató a Giulia. Pensándolo bien, lo mismo se podría afirmar de Saverio Galanti. O de Sofia Morandini de Clés. O incluso de Jacopo de Andreis. Cualquiera pudo suministrarle el paracetamol. Lo cierto es que Doriana me pareció ambigua desde la primera vez que la vi, y si tuviese que apuntar el dedo contra alguien… Lo apuntaría contra ella, lo reconozco.
—Has tenido intuición, no hay nada más que añadir.
—¿Calligaris te ha explicado cómo ha llegado a sospechar de Doriana?
Claudio tamborilea con los dedos en el escritorio.
—Me habló de un nuevo testigo que, según parece, recibió ciertas confidencias de la señora Fortis.
—¿Sabes quién es? —pregunto instintivamente, antes de caer en la cuenta de lo estúpida que ha sido mi pregunta.
Es obvio que Claudio no puede saberlo y que, desde luego, dispongo de más elementos que él para poder identificarlo.
El tal testigo es una testigo.
Es Bianca.
—¿Por quién me tomas, Allevi? ¿Cómo puedo saberlo? Estás divagando —afirma crispado. Claudio siempre tiene el aire del que debe contentarse con unos días demasiado breves teniendo en cuenta todo lo que debe hacer—. Pero volvamos a nosotros: solo tengo los resultados del análisis toxicológico, el toxicólogo los ha terminado ya con una rapidez del todo inusual. Es negativo. Pero el hecho carece de importancia, han pasado ya tres meses y, sobre todo, nadie ha creído en ningún momento que Doriana Fortis estuviese implicada en la historia como toxicómana.
—Yo he llegado a la conclusión de que los dos hechos son absolutamente independientes. Giulia se drogó con Saverio a primera hora de la tarde. El encuentro con Doriana fue posterior.
—La verdad es que ya no sé qué pensar y, si he de ser franco, ni siquiera me interesa. Te he llamado para concederte un premio: me ayudarás a reconstruir el perfil genético de Doriana Fortis.
—¿Y si te dijese que lo tengo ya? —me aventuro a preguntar.
—¿Cómo dices, perdón? —pregunta Claudio frunciendo el ceño.
—Claudio, yo… —No sé cómo decírselo. Y ello porque con excesiva frecuencia hablo sin haber accionado antes el cerebro—. Lo desarrollé sola.
—En ese caso será fidedigno —comenta despiadado.
—Qué cabrón eres.
—¿Y se puede saber cómo lo hiciste?
—Es una larga historia, que, por otra parte, no quiero contarte, porque no quiero dar pasto a tus agudezas. Lo tengo y basta.
—¿Eres consciente de que es ilegal efectuar análisis genéticos sin autorización, Allevi? —me pregunta titubeante.
—Por supuesto. ¿Por quién me has tomado?
—Entiendo. En ese caso, ¿me explicas cómo obtuviste el ADN?
—Ya te he dicho que no quiero hablar de ese tema.
—Me niego a efectuar la comparación si no me explicas cómo te hiciste con la muestra. Respeto la ética profesional.
—Te garantizo que pertenece a Doriana. Vamos, Claudio. No seas pedante, nunca lo has sido.
Claudio desvía con un leve retraso su mirada de mi persona para posarla en la pantalla de su ordenador.
—Bien, este es el perfil del material epidérmico que encontramos bajo las uñas de Giulia —dice girando la pantalla hacia mí para mostrarme el documento que ha obtenido el software.
La imagen, que conozco de sobra, está constituida por una banda con numerosos picos de colores alineados. Cada pico debe ser comparado con los del perfil de Doriana, que es lo que Claudio me está pidiendo.
En unos minutos estoy de nuevo en su despacho con el documento en cuestión.
En absoluto silencio, Claudio realiza la comparación. Lo observo, y el resultado me resulta claro de inmediato.
—Coinciden —sentencia mirándome estupefacto.
—¿Te sorprende?
—Sí, porque eso significa que hiciste un buen trabajo. Claro que hay simulaciones. Ves, este es un fenómeno de droppin, una contaminación externa, por ejemplo —explica señalando un pico con la punta de su bolígrafo—. De todas formas, y dado que lo hiciste sola, el perfil es bueno. Lo que confirma que no me equivoqué al hablarle bien de ti a Wally. En cualquier caso, Allevi, será mejor que no me expliques de dónde sacaste la huella inicial.
—De acuerdo. Abordemos un tema interesante —propongo a la vez que me instalo en el silloncito que hay a su lado—. Y no finjas que te aburres. En el pasado dedicabas mucho tiempo a analizar los casos. En esa época, sin embargo, aún no eras investigador. A veces me pregunto dónde ha acabado ese Claudio, y quién es el individuo desencantado que ha ocupado su lugar.
Impresionado, Claudio me mira con asombro. El aroma a menta que emana de él es tan fuerte que resulta incluso excesivamente penetrante.
—Yo no he notado ningún cambio —afirma con sencillez, sin la menor punta de presunción.
—Es un cambio sutil —explico—. Siempre has sido un poco bribón a la hora de enfocar la profesión. Lo que, sin embargo, noto ahora es una distancia…, un desinterés que antes no tenías.
Su cara se contrae en una mueca de amargura.
—Veamos, Allevi. Estamos tratando un tema interesante.
Supongo que el hecho de haber retomado las palabras que pronuncié hace unos segundos representa una manera, más o menos cordial, de cambiar de tema.
—Mensaje recibido. De acuerdo. En tu opinión, ¿cómo se produjeron los hechos? Es evidente que Giulia arañó a Doriana. ¿Por qué lo haría? ¿Para defenderse?
Claudio suspira agotado.
—Es posible. Creo que Calligaris se las verá y se las deseará para averiguar la verdad, en parte porque, dado que no ha sido posible determinar a qué hora tomó Giulia el paracetamol, las coartadas de todas las personas investigadas se mezclan, generando una gran confusión.
Se me ocurre hacerle una pregunta que, tal vez, no sea capaz de responder.
—¿Calligaris te ha contado algún detalle sobre la llamada telefónica que tuvo lugar entre Giulia y Jacopo de Andreis a las 21.17?
Claudio guiña los ojos, como si se estuviese esforzando para hacer memoria.
—Sí, hace tiempo me contó que De Andreis no había contestado y que, por ello, le atormentaba la idea de que quizá Giulia lo llamó para pedirle ayuda y de que, al no responder, la había condenado a muerte.
—¿Por qué no contestó?
—Ahora sí que me pides demasiado —replica apagando el ordenador y poniéndose en pie.
—Claudio, sabes de sobra que este resultado es también una confirmación indirecta.
—¿De qué? —pregunta él preparándose para lo peor.
—Del hecho de que Giulia y Jacopo de Andreis tenían una relación.
—¿Qué? Veo que tu imaginación se ha puesto de nuevo en marcha.
—Piénsalo bien y verás que no me equivoco: ¿qué motivo podía tener Doriana para desear causarle daño a Giulia? Me parece el único móvil posible teniendo en cuenta que, además, todavía no se ha identificado al último amante de Giulia. ¿Quién puede ser sino Jacopo de Andreis?
Claudio asiente con la cabeza a su pesar.
—Tiene sentido. Creo que, de ser así, no tardaremos nada en efectuar ese análisis. Manos a la obra, Allevi. Vamos al laboratorio.
—¿Por qué? —pregunto perpleja.
—Para analizar la toma que he llevado a cabo —contesta con toda naturalidad, a la vez que se masajea la nuca.
A su manera, muy especial, resulta fascinante.
—¿Por qué? Es una pérdida de tiempo. Disponemos ya del perfil, lo acabamos de comparar.
Claudio me mira fijamente, resignado.
—¿De verdad crees que me puedo fiar de la huella que te procuraste a saber cómo? Coincide, lo reconozco, pero aun así quiero repetir el análisis. Es más, lo haremos juntos.