LOS resultados del examen toxicológico de Saverio Galanti se publican varios días después de mi intento de robo en el despacho de Claudio.
Mientras estoy cómodamente tumbada en el sofá de mi casa, absorta en la lectura de un artículo científico sobre la anafilaxis al tiempo que escucho una recopilación de éxitos de Janis Joplin, Yukino se acerca con un periódico del día en las manos, cuyas uñas ha pintado de color rosa fucsia.
—Hay un particolo que te interesará —me explica.
—¿Un partícolo? Será un artículo, Yuki. ¿Desde cuándo lees los periódicos?
—Es un ejercicio para la universidad. Lee, lee —insiste sentándose a mi lado en el sofá y sacando un manga listo para ser usado de debajo de un cojín.
Tal y como preveía, el examen ha demostrado tan solo un consumo reciente de drogas, en este caso cannabinoides. En esencia, el dato no sería interesante si no fuese acompañado de las declaraciones de Saverio relativas al día en que murió Giulia, que, sin lugar a dudas, ha efectuado para protegerse el análisis genético, que lo compromete.
Según parece, compró la heroína el día anterior, unas dosis en apariencia idénticas que, según su pusher, procedían de la misma partida. Saverio fue a casa de Giulia y Sofia y, para librarse de la droga, se la dejó en custodia. Al día siguiente, a eso de las tres, Giulia lo llamó y le pidió que fuese a su casa. Se encontraba mal, le dolía la cabeza. Por lo general esnifaban la heroína, rara vez se la inyectaban; no obstante, ese día Giulia insistió en consumirla por vía endovenosa, porque estaba convencida de que el efecto era más intenso y más duradero. Dado que era incapaz de hacerlo sola, Saverio le echó una mano. Él, por su parte, prefirió inhalarla.
De acuerdo con su versión, Giulia no manifestó ninguna reacción alérgica después de la inyección. Se quedó dormida, como solía hacer. Y él también. Se despertaron a las 17.00 horas, más o menos. Giulia se encontraba bien, estaba eufórica e incluso se le había pasado el dolor de cabeza. Saverio salió de la casa de los Valenti a eso de las 18.00 horas y, a partir de ese momento, tiene una coartada irrefutable hasta las 23.00. Así pues, cubre todo el periodo de tiempo en que Giulia pudo morir, entre otras cosas porque el fallecimiento no se pudo producir antes de las ocho, hora en que Giulia llamó a su hermana, circunstancia que Bianca verificó en su momento y que ha sido confirmada por los listados telefónicos. Incluso en el caso de que Claudio se hubiese equivocado al establecer el momento de la muerte en las 22.00 horas, Saverio se encontraba entonces en otro lugar.
—¿Y si él le hubiese suministrado el paracetamol y hubiese esperado a que tuviese lugar la reacción alérgica, que se produjo con cierto retraso? —le pregunto a Claudio, al que he llamado de inmediato por teléfono.
Me ha costado hacerlo, todavía siento cierta vergüenza. Y eso que lo conozco y que sé que el beso carece de relevancia, que no debería atribuirle ningún significado.
Claudio permanece unos minutos en silencio, sumido en sus reflexiones.
—Claro que es posible. Saverio podría haber adulterado la dosis con el objetivo de matarla confiando en que se produjese una reacción alérgica inmediata que, sin embargo, se retrasó. Cabe la posibilidad de que Giulia se sintiese mal enseguida. Ahora bien, la reacción alérgica es mucho más peligrosa si es inmediata. Si fue tardía y, por tanto, más leve y progresiva, Giulia habría tenido tiempo de tomarse algún medicamento, de pedir auxilio o de ir al hospital… ¿No crees, Alice? Además, cuando la reacción se retrasa, a menudo va acompañada de un edema difuso en la cara, y Giulia no presentaba señales de ese tipo. En fin, que me parece poco probable.
—Reconozco que lo es. Tengo la sensación de que se trató más bien de una reacción inmediata, poco menos que fulminante. Ahora bien, no podemos descartar del todo la otra posibilidad.
Claudio parece tener prisa, titubea.
—He quedado con Calligaris, Allevi. Quiere hablarme de este asunto. ¿Te apetece venir conmigo?
Me deja anonadada. Hasta la fecha, Claudio ha hecho de todo para mantenerme apartada de este caso. ¿Estará empezando a creer que mis intenciones son genuinas? Quizá empieza a pensar que el celo que he demostrado en esta historia no es tan excesivo. En cualquier caso, la ocasión es demasiado apetecible como para dejarla escapar por el mero hecho de que las razones de un hombre elíptico sean enigmáticas.
—¡Claro que sí! —respondo, por fin, excediéndome, quizá, en mi manifestación de entusiasmo.
Él exhala un suspiro.
—De acuerdo, pasaré a recogerte dentro de veinte minutos.
Claudio y su Mercedes SLK son perfectamente puntuales. Nos dirigimos con el coche hacia el despacho de Calligaris envueltos en un clima de dificultad recíproca que origina un silencio embarazoso, hasta que él rompe el hielo.
—Creo que el inspector quiere hacerme las mismas preguntas que tú —observa.
—Es legítimo —comento.
—Por supuesto. Hasta el momento la investigación no ha aclarado mucho, creo que Galanti es el único sospechoso.
Eso significa que Bianca todavía no ha utilizado la información que le facilité.
No sin cierta timidez, suelto una objeción personal.
—El ADN femenino, el que encontraron bajo las uñas, se opone en cualquier caso a la hipótesis de una participación activa de Galanti en la muerte de Giulia.
—¿Quién sabe? Esa tarde podían ser tres.
La verdad es que yo podría aclarar ese punto. No veo cómo Doriana y Saverio pueden ser corresponsables, pero no me queda más remedio que ocultar mis suposiciones hasta que Bianca desbloquee la situación.
Absorta en mis pensamientos, no me doy cuenta de que hemos llegado al edificio, que, a estas alturas, me resulta ya tan familiar.
Calligaris nos recibe con la consabida afabilidad. Mientras suelta un torrente de palabras afectuosas, mete la pata sin querer.
—Doctor Conforti, me alegro de que haya venido con mi querida Alice. Me han llegado los rumores sobre la historia de amor que ha nacido entre las paredes del instituto… ¡Espléndido! ¡Pareja en el trabajo y en la vida! Mi esposa y yo colaboramos durante mucho tiempo.
Claudio y yo nos miramos a los ojos, que revelan cierta turbación.
—Acomódense, por favor —concluye señalando unos silloncitos.
Claudio, con el aire melindroso que lo caracteriza, lo invita a hacerle todas las preguntas que desee. El bueno de Calligaris expresa las mismas dudas lícitas que atravesaron mi mente apenas leí el artículo sobre Saverio, y Claudio contesta con la indestructible seguridad que lo ha convertido en el forense más ambicioso del mundo de la medicina forense.
En sí, el encuentro debería haber finalizado en veinte minutos, pero al final se prolonga porque el inspector se muestra dadivoso. La última revelación que nos hace antes de despedirse me impresiona particularmente. Calligaris nos da a entender que a la investigación se ha añadido recientemente una nueva pista que, en pocas palabras, ha dado un vuelco imprevisible a la misma. A continuación mira a Claudio a los ojos con aire desafiante.
—Dentro de nada le pasaremos otro trabajo, doctor Conforti —le dice.
Es su manera de despedirse.
Claudio lo saluda con una sonrisa forzada y me coge un brazo obligándome a levantarme y a salir con él. Apenas me deja tiempo de despedirme de Calligaris.
Una vez fuera del edificio, antes de subir al coche, piso una apestosa caca de perro.
—Puedes volver en metro —comenta él haciendo gala de su habitual solidaridad.
—No hablarás en serio —replico a la vez que intento limpiarme la suela en la acera.
—Acabo de llevar el coche a lavar. Te prohíbo que entres en esas condiciones.
—Eres un arrogante —le digo, esbozando una sonrisa incrédula.
—El metro está a un paso de aquí —me responde mientras sube al Mercedes.
Me asomo a la ventanilla y lo miro a través de las gafas de sol que se ha puesto mientras tanto.
—Tú te lo pierdes, podría haberte explicado mi teoría.
—Vaya una pérdida —replica él arrancando el coche.
—El tiempo me dará la razón. Calligaris aludía a Doriana Fortis. Tarde o temprano tendrás que hacerle el análisis genético y ese día, doctor Conforti, recibiré tus disculpas.
Claudio cabecea conteniendo una sonrisa. Se pone en marcha, en tanto que yo, con mi cagada todavía en las suelas, me encamino hacia la parada del metro disfrutando del tibio sol de estos crueles días de mayo.